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Hermanos (Prólogo)

en Sadomaso

La multitud de personas caminaban sin ningún inconveniente a los alrededores, viviendo sus vidas tranquilamente, como si nada hubiese pasado, después de todo, un centro comercial es para distraerse observando las tiendas, pensar en las próximas prendas que nos podemos comprar o, simplemente, ir a comer un poco, pero ¿Yo estaba ahí por eso? Obviamente no, podía sentir como algunas personas me observaban disimuladamente y notaba claramente como otros me veían sin descaro, seguramente, mis mejillas estaban encendidas, después de todo, el calor estaba invadiendo cada centímetro de mi anatomía.

― ¿Va a ordenar algo?

Aquella voz me hizo dar un respingo, reacción que casi me hace soltar un pequeño gemido, pero me pude controlar. Odiaba esto, lo odiaba con todas mis fuerzas, pero a la vez, se sentía tan bien. Me limité a sonreír un poco -no podía dañar mi reputación a pesar de todo- y asentí moviendo mi cabeza, estiré mi diestra para alcanzar el menú y observé con un interés falso el de las bebidas: algo ligero y suave, pensé. Dejé el pequeño cartón plastificado sobre la mesa y volví a dirigir mi mirada al joven mesero.

― Una limonada bien fría, por favor ― El joven anotó en su pequeña libreta y se dio media vuelta, en seguida, me dejé caer sobre la mesa, cuidando no mover mucho mis caderas, no quería volver a pesar por lo de apenas unos segundos.

Cerré mis ojos mientras esperaba y, por milésima vez, volví a pensar ¿Alguien, siquiera, se le pasará por la cabeza, que alguna persona es capaz de hacer lo que yo estoy haciendo? ¿Alguien se habrá dado cuenta? Una vez más, podía sentir como mi piel se calentaba y mi respiración se volvía pesada, parecía estar envuelta en un remolino de emociones encontradas y sensaciones que escapaban de mi cordura, sin embargo, la vibración de mi celular me sacó de aquel trance.

Carlos dice: Qué tal te la estás pasando? xD

Grandísimo hijo de puta, escribirme un whassap para burlarse de mí, sabiendo que toda esta situación es su culpa… bueno, también era mi culpa por obedecerlo, peor aún, por seguir este juego sádico y morboso, muy fácilmente podría negarme, incluso, engañarlo, pero no sé por qué no podía negarme, algo me decía que lo hiciera ¿Seré una pervertida igual que él? Bueno, eso es bastante obvio.

― Aquí tiene, chica ― Éste chico debe está aliado con mi hermano, no puedo creer que, una vez más, me haga dar un salto de mi silla y ahora más intenso que antes. No pude evitar fulminarlo con la mirada antes de sonreírle cálidamente y dejarlo ir con el dinero de la limonada. Di un sorbo con desgano al líquido ácido, después de todo, no quería nada, pero sería de mala educación ocupar un puesto en la tienda sin consumir algo. Observé la hora en mi celular y me percaté que ya había pasado una hora desde que llegué, una de las horas más largas de mi vida, así que me propuse a levantarme, dejé el vaso sobre la mesa, casi entero y alcé mi cuerpo, sintiendo, una vez más, aquella sensación de invasión dentro de mí, la cual me hizo perder un poco el equilibrio y, como un efecto en cadena, apretar el falo que, cada vez más, se acomodaba dentro de mí.

El camino a casa fue una tortura, una tortura que, por alguna estúpida razón, me provocaba un placer terrible. Debo estar demente, no hay alguna duda de ello, pero no puedo dejar que esta demencia sea descubierta por nadie, mucho menos, que el causante de que ésta se apoderara de mí sea mi propio hermano.

― Estoy en casa ― Sabía que mis padres no estaban, era fin de semana y, como siempre, estaban en una de sus fiestas, pero no podía haber riesgos. Dejé el bolso sobre el sofá y, tambaleándome, comencé a subir las escaleras, sintiendo el roce en mis entrañas a cada paso que daba, el cansancio que se intensificaba a cada escalón y, por supuesto, la humedad que empapaba mi ropa interior al llegar al segundo piso. Tuve que sostenerme en la pared unos cuantos segundos para recuperar el aliento y calmar el temblor de mis caderas, una vez recompuesta, me dirigí hasta la habitación de mi hermano, el cual me esperaba acostado cómodamente sobre su cama jugando con MÍ Nintendo DS.

― Bienvenida, María ― Me dijo sin descaro alguno. Me dieron ganas de golpearlo hasta la muerte, pero no podía moverme aunque quisiera, así que solo le regalé unas de mis miradas de odio intenso, el cual percibió de inmediato, riéndose, una vez más ― Vamos, no me hagas esperar, ¡fuera falda!

Qué asco, era un asqueroso, pero no podía negarme ¡y aún quiero saber por qué no puedo! Maldición, llevé mis manos hasta el broche de mi falda de tachones y los separé, dejando caer la prenda hasta mi pies y quedándome, ante mi hermano, en pantys. El idiota sonrió y comenzó a hacer gestos con su dedo índice izquierdo, gestos que podía entender fácilmente, así que, una vez más, le hice caso sin dudar; llevé mis pulgares hasta el liguero de mi ropa interior y los estiré un poco para poder bajarlos, un hilo brillante unió la tela totalmente mojada a mi entrepierna por unos cuantos segundos hasta que logré sacar mi extremidad izquierda inferior y, seguidamente, la diestra, deshaciéndome completamente de ella. Estaba totalmente expuesta, la vergüenza solamente aumentaba la excitación que podía sentir en cada poro de mi piel y el frío del aire que acariciaba los labios de mi intimidad, eran opacados por el ardiente calor que me invadía.

― Vamos, date la vuelta ― ordenó sarcástico, nuevamente, pero no podía culparlo, ya había observado a mi feminidad babeando por la situación y ahora quería ver la atracción principal; chasqueé mi lengua con cierto disgusto, el maldito me tenía a su merced, pero ¿Qué podía hacer? Mi ser parecía haber nacido para complacer si ridículo deseo, por eso, solo me volteé con rapidez, quería que todo terminara ya ― Increíble, aunque tus inmensas nalgas no me dejan ver bien ― Se burla de nuevo, pero sabía lo que significaba esa burla, de nuevo. Suspiré para prepararme mentalmente, cerré mis ojos con fuerza, no quería ver su reacción ante aquello que le iba mostrar y, sin decir más, llevé ambas manos hasta mis músculos traseros y separé ambos glúteos, mostrándole la base de aquello que me taponaba completamente. Pude sentir como las gotas que salían de la entrada de mi vagina se convirtieron en un pequeño chorro por un instante, pero lo peor fue sentir la respiración de aquel animal sobre la piel de mi trasero. El idiota tomó la base plástica del consolador, moviéndolo apenas centímetros, pero fue suficiente para hacerme gritar. Aquella cosa había hecho que las paredes de mi recto se amoldaran perfectamente a su forma, por lo cual, el mínimo movimiento lo haría rozar intensamente  sobre mi piel interna.

― Ya basta… ― Le supliqué, con los ojos humedecidos y una voz rasposa que salió de mi garganta, la cual le causó una leve risita, si no percibí mal.

― Está bieeeen, sácatelo, sin tocarlo ― ¿Era idiota? ¿Quería que, literalmente, cagara el consolador que llevaba dentro del culo por más de una hora? Volteé a verlo, esperanzada a que se tratase de una broma, pero él solamente se sentó sobre su cama, y deslizó aquel trozo de carne tan masculino -que, aunque lo negara con vehemencia, me hacía suspirar- fuera del bóxer que vestía y con su diestra, comenzó a masajearla de arriba abajo, esperando por la escena final.

No tenía otra opción, mordí mi labio inferior y me coloqué en canclillas, llevando mis manos hasta mis rodillas. Comencé a pujar, con fuerza, pues el hijo de puta parecía que se había acostumbrado tanto a estar dentro de mí, que no quería salir. Apreté más la piel que recubría mis rodillas y comencé a pujar más, lo cual comenzó a dar resultados; sentía como el consolador se deslizaba por mis paredes anales, sintiendo su roce en cada centímetro de piel que recorría. La sensación de estar haciendo el número dos era horrible, pero al mismo tiempo, sentía un placer que compensaba cualquier otra cosa que podía sentir. Un último esfuerzo por parte de mi esfínter hizo que el falo de plástico saliera expulsado de mi interior, dejando la entrada de mi recto hinchado y claramente abierto –o al menos eso podía sentir-. Apenas me podía sostener en pie, pero, al menos, mi respiración estaba volviendo a ser la misma, sin embargo, esta se cortó al sentir la espesura caliente que caía a borbotones sobre los músculos de mis glúteos. No había necesidad de que alguien me explicara de qué se trataba.

Como pude, me levanté a duras penas, tomé mis prendas de vestir y el pegajoso consolador que aún yacía en el suelo, salí del cuarto en busca del mío, no podía volver a nadie, al menos no por hoy.