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Polvos rápidos (2)

en Hetero: Infidelidad

Polvos rápidos (2)

 

Segunda parte de la serie de relatos con un mismo denominador. En este caso la historia entre un maduro y su joven vecinita en una noche en la que acabaron un tanto pasados de copas…

 

 

Silence, stillness hangs brittle by the breeze

break it not, leave it free

for that quiet is sound to me

lilting from each flower, a melody to see.

 

Mellow meadow, your mood steeped in cadence

view each note, see it pass

sustained by the swaying grass

treasured tune of nature, sedate supernal mass.

 

Landscape splendour, spirit mender

no extent of beauty equalls yours.

Season sender, harsh and tender

answer to all yearnings and yet their cause.

 

Shafts of sunlight shine thinly through the trees

golden rays, parched with dust

thirst for clarity and just

a little glimpse of life down beneath this foliar crust.

 

Womblike woodland, one chaste copse confined

stay untouched, undefiled

all God’s garden growing wild

blooming forth in freedom so sweetly reconciled…

 

The paintings: Landscape, AMAZING BLONDEL

 

 

Me encontraba solo el fin de semana pues mi mujer había marchado a casa de sus padres. Mi suegra se encontraba algo pachucha así que fui yo mismo quien la animó a ir a verles. De ese modo, el mismo viernes al mediodía cogió el coche despidiéndonos con un suave beso y unas caricias por encima de las ropas. Apenas iban a ser dos días y yo sabía apañármelas bien con las cosas de casa. Me entretendría viendo el partido de fútbol con los amigos del bar y aprovecharía para descansar, tumbado en el sofá y con la tele sin parar con una película tras otra.

Tras comer cualquier cosa, me descalcé encendiendo la tele en la que daban una de esas películas de gangters del año catapún. Esas son las películas que me gustan, de manera que me la zampé de un tirón. No era la primera vez que la veía pero ya se sabe eso del segundo y tercer visionado. Otra película me tragué, hasta que mirando el reloj vi que se acercaba la hora del partido. Llamé a Pepe y quedé con él en el bar donde éramos habituales. Entre cerveza y cerveza y el bocata que nos metimos entre pecho y espalda, recibí la llamada de mi mujer diciéndome que acababa de llegar a casa de sus padres. Amablemente le pregunté por mi suegra a la que odiaba como suele ser norma común en estos casos. No era mala mujer pero no existía química alguna entre ambos así que cuanto más lejos mejor. Una vez cortamos la comunicación volví con los compañeros de bar, disfrutando el segundo tiempo del partido. El equipo ganó y todos marchamos eufóricos de allí camino de un pafeto donde seguir la noche.

Alguna que otra cerveza más cayó entre risas y miradas a alguna madurita de buen ver. Acabaría la noche con una buena paja a su salud –pensé mientras le daba un nuevo sorbo al botellín de cerveza. Aquella tía estaba realmente bien, buenas tetas y buen culo se marcaban bajo la blusa y la falda que llevaba. Me estaba poniendo cachondo mirándola, la verdad es que tenía un buen revolcón. Fui al baño a evacuar y al volver a la barra, la madura ya no estaba. Seguí con mis amigos, echando la última ronda y el último cigarro para marchar a un nuevo local en el que continuar la fiesta.

Pasamos a los cubatas, bailando con alguna que otra que por allí había. Bailé con dos o tres a las que al día siguiente seguramente no sabría reconocer. Los bailes al menos sirvieron para excitarme, acariciando la espalda desnuda de una de ellas tratando de bajar la mano más allá, cosa que no me permitió parándola a tiempo. Un beso húmedo fue lo más que saqué en claro. En esos momentos llevaba un buen empalme para qué decir lo contrario. La noche fue avanzando y ya no hubo posibilidad de más, las jovencitas que por allí había iban en grupo y emparejadas. Tendría que terminar la noche autosatisfaciéndome, eso de estar solo es a lo que suele llevar. Y quedaba todavía hasta el domingo que mi mujer volviese. No sabía cómo iba a poder aguantar sin mojar.

Las tres y se encendieron las luces, avisando la gente del local que desalojáramos. Marchamos de allí camino cada cual de su casa. Me sentía ya bastante mejor aunque notaba la boca pastosa de tanto beber. Iba el mejor de los tres, acompañándoles a casa pues a alguno de ellos le hubiera costado llegar. Una vez solo, me dirigí a casa llegando a la misma en un cuarto de hora. Saqué la llave, abriendo la puerta para entrar al portal donde pulsé el botón del ascensor. Estando esperando, escuché un fuerte ruido procedente de la puerta de la calle. Era la vecina del tercero, con la que solía coincidir por las mañanas cada vez que iba a trabajar. Una jovencita preciosa de apenas 18 años, rubita y de formas prominentes en su estupenda juventud. Judith parecía ir un tanto bebida pues le costaba horrores introducir la llave a la hora de abrir la puerta. Tuve que acercarme y abrirle, pues de lo contrario no sé si lo hubiera conseguido por sí misma. Dejé que pasara, sin poder evitar echarles un rápido vistazo a los muslos que la falda dejaba ver. Me la había pelado muchas veces a la salud de aquella muchacha, e incluso follando con mi esposa había llegado a pensar que era ella a la que me tiraba. Lo cierto es que aquella jovencita quitaba el hipo con su cuerpo menudo y bien formado, de formas curvilíneas y que en más de una ocasión me hubiera gustado probar. Vestía poca ropa pues en verano no apetece nada más. Maquillada de forma extrema, vestía una camiseta blanca y una minifalda roja que como decía dejaba a la vista aquellos muslos de carnes poderosas y firmes. Los pezones se marcaban agresivamente bajo la camiseta, evidentemente no llevaba sujetador. La polla empezó a crecer de manera irremediable ante la imagen que se me ofrecía.

¡Oh gracias! –exclamó sonriéndome al traspasar el umbral de la puerta.

Cayó sobre mí, teniéndola que atrapar por la cintura para que no perdiera el equilibrio. Mis manos tomaron la piel desnuda que la ropa no cubría. La sentí fina y suave bajo mis dedos, una piel agradable al tacto y que me puso malo solo rozarla. Judith trastabilló, cogiéndose a mi brazo mientras reía en su juvenil locura. Cogida a mí cruzamos el portal camino del ascensor. La metí dentro sin que se soltara en ningún momento. Pulsé el botón y el ascensor se puso en marcha. Ella se pegó como si quisiera algo más. Quizá el novio que tenía no le había dado caña aquella noche. Noté su pecho pegarse furiosamente a mi brazo. Tenía a mi lado a aquella jovencita y pensé que no tendría mejor ocasión que aquella. Envolviéndola con los brazos, la llevé contra mí haciéndola notar mi evidente erección. Gimió largamente al llegar a su piso donde el ascensor se paró. Cerrando los ojos y elevando la cara, abrió los labios esperando mi beso. Demasiada tentación como para no aceptarla. La besé furiosamente, llevando las manos a su trasero que acaricié por encima de la falda. Ella respondió abriendo sus labios jugosos y uniéndolos a los míos en un nuevo beso de lo más largo y sensual. Al parecer la jovencita venía cachonda. No podía dejar pasar tan clara oportunidad. Con las manos recorrí toda su bella figura, acariciándole los muslos y las caderas para subirlas hasta sus pechos que tomé entre las manos. Los pezones parecían querer romper la tela que los cubría. Mientras, Judith jadeaba y gemía antes de entregarme la boca una vez más. La besé suavemente, agarrando la lengua que me ofreció y que raspé con mis dientes arrancándole un tenue gemido placentero. Sentía su boca fresca y con aliento a alcohol junto a mis labios.

Tomándola de la cintura, la llevé contra la pared empotrándola con todas mis fuerzas. Mis manos volvieron a caer sobre sus nalgas pero esta vez agarrándolas por debajo de la falda. La deseaba, deseaba a aquella jovencita e iba a hacerla mía aunque fuera lo último que hiciese. Ella se dejaba amar, jadeando y riendo bajo mi imparable empuje. Mis manos estrujaban sus nalgas, clavándole los dedos de forma furiosa al besarla una vez más. Caían y subían por sus muslos, hundiéndole igualmente los dedos en aquella carne joven y fresca que tanto me excitaba. Mucho tiempo deseando a aquella nenita, a la que veía marchar cada mañana calle adelante sin apartar un segundo la vista de ella. Resultaba realmente apetecible con sus conjuntos juveniles que poco o nada dejaban a la imaginación. Encontré la braguilla y con los dedos traté de buscar su más íntimo regalo. Judith levantó la pierna facilitando de ese modo lo que yo pretendía. Metí los dedos, encontrando el charco que en esos momentos era su sexo. Estaba caliente como una perra y de ello debía aprovecharme. Ella no paraba de gemir, pidiéndome más y más en voz baja mientras mis dedos se apoderaban de su vulva entrando en ella. Lanzó un corto gemido al temblar entre mis brazos. Empecé a follarla, metiendo y sacando los dedos de forma lenta entre las palabras de agradecimiento que pronunciaba.

Fóllame… fóllame sí, más rápido.

Lo hice, moviendo poco a poco los dedos de forma más veloz. Los jugos que su coño desprendía cubrían mis dedos haciéndolos resbalar más fácilmente. La hermosa rubita, con los cabellos tapándole parte del rostro, no dejaba de gemir y bufar con el tratamiento que le daba. Quería ponerla loca para lo que después vendría. Tenía claro que iba a follarla, una vez empezado no podía dejar aquello así. La hice callar besándola hasta dejarla sin aliento, un beso largo y profundo en el silencio del ascensor que nos servía de mudo refugio. Jamás hubiera pensado algo así y menos con ella. Estaba tan buena como su madre, a la que también me hubiera gustado tirarme sin duda alguna. Nunca se sabe, quizá algún día se daba la ocasión. Judith se masturbaba el clítoris mientras la follada a la que la sometía se hacía ahora brutal, moviendo los dedos en su interior con rapidez inusitada, deslizándolos hasta encontrar lo más recóndito de su ser. Ella temblaba, jadeando y gimiendo débilmente hasta que finalmente se corrió produciendo un manantial de jugos que le di a probar ofreciéndole mis dedos húmedos de ella. La jovencita sonrió tras abrir los ojos, agradeciéndome así el orgasmo que le había hecho gozar.

Gracias, gracias… ha estado muy bien –aseguró con voz entrecortada por el nerviosismo que la embargaba.

Ha estado bien sí… ha estado muy bien pequeña guarrilla…

¿Guarrilla? No me digas eso por favor –exclamó poniendo cara de viciosa.

Aquella mirada me puso frenético y no pude hacer otra cosa que besarla, empotrándola de nuevo bajo mi peso. De nuevo las manos reconociendo la ternura de su piel. Muslos, piernas y pechos que atrapé levantándole la camiseta con un gesto furibundo. Frente a mí quedaron sus pechos de buen tamaño para su edad. Pechos redonditos y de pezones gruesos y tiesos de tan caliente como se encontraba. Se los chupé y ella alcanzó mi entrepierna por encima del pantalón.

Vamos a otro sitio por favor –la escuché pedirme junto al oído.

Separándome de ella, marqué el botón del sobreático donde nadie nos molestaría. Saliendo del ascensor, subimos las escaleras que llevaban al piso de la terraza. Allí estaríamos tranquilos para lo que queríamos. Judith se lanzó sobre mí, cogiéndome los labios con los suyos en un beso sincero y salvaje. Era una perra, una nenita morbosa y fogosa en su maravillosa juventud. Nuevamente me hice con sus pechos tras deshacerse de la camiseta. Ella, por su parte, buscó mi bulto con impaciencia. Lo acarició pasando la mano sobre el pene oculto, moviéndola a lo largo del mismo que respondía a la caricia encabritándose sin remedio.

¡Dámela… dámela vamos! –casi gritó, los ojos fulgurantes y ardiendo de deseo.

Antes de complacerla, le comí las tetas chupándolas y saboreándolas en su exquisitez. Un par de pechos ya bien formados y de tamaño más que aceptable. Buenos pezones, grandes y oscuros sobre su piel bronceada del sol de la playa. Succioné los pezones, cubriendo luego de besos su tersura y belleza. La muchacha se dejaba hacer, disfrutando el roce de mi boca sobre su cuerpo. Me tomaba de la cabeza llevándome hacia ella, ahogándome en aquel par de montañas en las que no me hubiese importado morir. Los gemidos se hacían sonoros en el silencio de la noche, en el silencio de aquel rincón apartado. Echaba la cabeza hacia atrás, entregada al placer que mi boca le proporcionaba. Judith era ardiente tal como la había imaginado, una gatita deseosa de caricias que la atormentaran y la hicieran mujer. Atrapé su cuello, subiendo por el pecho y pasando la lengua de forma sucia por el mismo. Jadeó con vehemencia, notando yo la piel erizarse con el contacto lento de mi lengua. Las manos seguían calentándola, moviéndose inquietas por los muslos que tanto me gustaban para caer bajo el embrujo de aquel culillo prieto y que deseaba hacer mío. Un culo respingón y que no pedía otra cosa que no fuera ser satisfecho.

Déjame… ahora me toca a mí –exclamó apartándose de mi lado para caer entre mis piernas con cara de vicio.

Con los dedos soltó el botón del tejano para bajar con urgencia la cremallera. Se relamió los labios sin quitar la vista de la mía. El miembro apareció frente a ella que la miró con cara de deseo inconfundible.

¡Ummmm, buena polla! Llevaba tanto tiempo deseándola –confesó relamiéndose una vez más y sin dejar de prestar atención a mi sexo enhiesto.

Aquella confesión me dejó a cuadros, tanto tiempo cruzándome con aquella muchachita en la escalera y yo sin enterarme de su deseo por mí. Tampoco era algo tan raro, al fin y al cabo los casos de jovencitas enamoradas de hombres mayores que ellas es más habitual de lo que podamos pensar. Vibré entero nada más notar el roce encima del glande. Un morbo tremendo me dio, el ver el piercing de su lengua en contacto directo con mi polla. Una imagen de lo más excitante y morbosa para mi mente calenturienta. La polla se puso elevada y durísima con esa simple caricia. Aquella putita parecía saber lo que se llevaba entre manos. Cerré los ojos y dejé que ella lo hiciera todo. Y claro que lo hizo. Sacando la lengua, golpeó nuevamente el glande mientras me sonreía de forma maliciosa. Con la mirada me provocaba, sacando tímidamente la lengua. Todo ello con las manos en mis muslos y sin agarrar para nada mi pene. No le hacía falta. Con la boca sabía cómo trabajarlo, y así me lo demostró pasando la lengua a lo largo del tronco para acabar metiéndolo en la boca arrancándome el primero de mis gemidos. Comenzó la felatio, chupando a buen ritmo entre los gemidos que yo emitía. Chupaba tragando más de la mitad de mi sexo sin aparente dificultad. Abría la boca, envolviéndola con los labios al mismo tiempo que se ayudaba con la mano masturbándome adelante y atrás. La sacó de la boca, recorriéndola con la lengua arriba y abajo hasta dejarla bien tiesa y brillante.

¡Qué duro te has puesto cariño! ¿Todo esto por mí? –preguntó de forma perversa.

Eres mala nena… continua vamos, continua –respondí clavando la mano en su cabeza para indicarle que siguiera con aquello.

Lo hizo cerrando los ojos y engullendo esta vez mucho más de la mitad, metiéndosela entera en un segundo embate que me dejó helado por la total osadía que mostraba. El músculo terrible le llenaba la boca pero no por ello dejó de chupar y succionar todavía con mayor interés. Menuda mamona estaba hecha, un buen descubrimiento el de aquella noche y que pensaba disfrutar en futuras ocasiones. De cuclillas como estaba, aprovechó para comerme los huevos cargados de líquido seminal que pensaba entregarle tan pronto como tuviera oportunidad. La muchachita bien lo merecía. Pensaba en su madre y en lo buena que estaba y en lo que pensaría si llegara a saberlo. Sin duda sería tan puta como la hija, pensaba buscar la ocasión de poder comprobarlo. Casi en la cincuentena, Judith era la menor de sus cuatro hijos pero pese a ello se mantenía todavía de buen ver. Pensé que tenía varios polvos pero pronto me olvidé de ella, volviendo a la realidad de la rubita que tenía a mis pies. Chupaba y chupaba, masturbándome con la mano con rapidez en busca de mi orgasmo. Sin embargo, no la dejé que continuara con aquello separándola de mí pese a sus protestas. Era hora de hacerla pagar su penitencia.

Haciéndola poner en pie, la puse de espaldas a mí apoyada firmemente en la baranda de la escalera. De ese modo tenía el trasero a mi merced para poder hacer con él lo que quisiera. Aquel culito respingón era toda una tentación para cualquier hombre que lo contemplara. Y ahora mismo era mío, todo un placer para la vista. Le levanté la faldilla quedando el culo desnudo ante mí. Me lancé encima comiéndolo y mordisqueándolo entre los grititos que la muchacha producía. ¡Menuda puta, con sus grititos no hacía más que excitarme hasta límites insoportables! Atrapándola por las tetas, la llevé contra mi pecho chupándole el cuello como un poseso. Judith jadeaba y reía con la locura impregnada en cada poro de su piel. Lamí la oreja, provocándole un temblor en todo su cuerpo de hembra ya en lo mejor de la vida. Me gustaban aquellas jovencitas hechas mujer, toda una atracción para un hombre maduro como yo y cada vez con menos oportunidades de agenciarme un plato como ese. Necesitaba follarla, no aguantaba más mi deseo por ella. Entre los dedos, llevé la polla a la puerta de su coñito pasándola por encima del mismo.

¿Tienes goma? –preguntó girando su rostro en un momento de lucidez.

No quiero que me dejes preñada. Solo es sexo, nada más…

Gracias a sus palabras consiguió parar mi tensión. De no ser así estoy seguro de haber llevado a cabo la mayor de mis locuras, follándola a pelo hasta acabar en su interior. Por suerte no fue así. Buscando en la cartera encontré el necesario preservativo. Volviéndose hacia mí me lo arrebató, rompiendo con los dientes el plástico protector. Agachándose con él en la boca me lo puso de forma experta, dejándome totalmente anonadado por su mucha experiencia en dicho menester. No era la primera vez que lo hacía y debo decir que lo hacía de miedo. Pronto mi largo instrumento se vio cubierto bajo sus labios, empezando la muchacha a chupar adelante y atrás. Estuvo un largo minuto hasta conseguir dejarla a punto. La hice levantar repitiendo la posición anterior.

Doblando la pierna dejó que la penetrara hasta el final, ahogando el grito que le escapaba al morderse los labios haciéndolos sangrar. Chupó su propia sangre con deleite, mirándome a los ojos como reclamando más. Sintiéndome envuelto por las paredes de su vagina, comencé a moverme de la forma más agradable para mi joven conquista. Primero lentamente para paso a paso ir ganando en intensidad. Gemía con cada golpe que le daba, abriéndome paso dentro de ella ya con total confianza. Era un coñito estrecho pero que se hacía perfectamente al grosor de mi miembro, resbalando con facilidad dentro del mismo. Las manos en la nalga y en la cintura, mis movimientos se hacían bruscos llevándola contra la baranda a la que se agarraba clavando los dedos en la madera. Nos acompasamos el uno al otro, ella echando el trasero hacia atrás y yo empujando contra el mismo con fuertes golpes. Judith, con el rostro contraído por el placer, se mordía el brazo para no chillar. Paré unos instantes, permitiendo que recuperara brevemente el aliento. Sin embargo, pronto perdió la respiración al penetrarla entrando en ella hasta lo más hondo. Metí mi sexo centímetro a centímetro y sin compasión hasta quedar mis huevos pegados a su redondo culito. La bella Judith jadeaba con los ojos en blanco y el rostro perlado en sudor. Aquella imagen me excitó aún más, moviéndome dentro de ella de forma salvaje y sin descanso alguno.

¡Fóllame cariño… fóllame con fuerza vamos!

¿Te gusta nena?

Oh sí, es fantástico… muévete rápido síííííííí…

Era aquel un polvo fantástico como ella misma decía, quería ofrecerle el mayor de los placeres. Sus padres durmiendo plácidamente unos pisos más abajo y nosotros follando solo iluminados por la poca luz que la ventana dejaba entrar. El ruido de algún coche en el silencio de aquellas horas de la madrugada. Y yo a lo mío, disfrutando del coñito hambriento de esa bella jovencita que de manera amable se me entregaba. Me eché sobre ella besándola con suavidad, apenas unidos los labios acallando los sollozos y lamentos que producía. Degusté el sabor de la sangre, envolviéndole el labio al morderlo levemente. Judith se removía, siendo ahora ella la que se follaba apretando contra mi pene que la traspasaba con lentitud extrema. Se corrió lanzando un débil grito de agradecimiento, quedando yo quieto dejando que recobrara parte del cansancio acumulado. Las manos en sus muslos, apretándola contra mí para que me supiera junto a ella. No pensaba dejarla, besándola una vez más para luego apoderarme de su cuello y su oreja que chupé con lascivia. Eso la excitó, removiendo el culillo en busca de nuevos placeres. Aquella putilla era estupenda, sus carnes suaves y prietas me tenían sorbido el seso.

Dame más, dame más por favor –pidió en voz baja y difícil de entender.

¿Quieres más pequeña? –pregunté lanzándole el aliento sobre el cuello mientras trataba de encontrar un mejor acomodo para continuar con la tarea iniciada.

Sí maldito, sí… la quiero toda… dame másssssssssssssssss.

Volvimos a la carga, dándole lo que me pedía y acompañándome la rubita con lentos movimientos circulares follándose con descaro. Con los dedos se masturbaba el clítoris al tiempo que recibía los embates amenazantes de mi pene. Como digo era un coñito agradable de follar, un coñito tragón de los que me gusta llenar cuando la ocasión se presenta. La espalda arqueada y la cabeza echada hacia atrás, era un espectáculo de lo más bello de ver. Y yo era espectador privilegiado en mi asiento de lujo, entrándole y saliendo tomada de la cintura y el hombro. No duramos mucho más, el placer era demasiado intenso como para poder aguantarlo por más tiempo. Saliendo de ella le avisé que me corría. Girándose con cara de vicio reclamó lo suyo y yo se lo di. Deshaciéndome del preservativo, me corrí sobre ella llenándole la cara de abundantes goterones de leche. Hacía dos días que no descargaba así que pueden imaginar cómo me encontraba. El líquido blanquecino corriéndole el rostro mientras se masturbaba tras haber orgasmado una vez más. Leche sobre el ojo y por encima de la comisura del labio, leche en su boca que tragó ante mi gesto de asombro. Menuda puta, menuda puta estaba hecha, me encantaba puedo jurarlo. Tomando el resto con los dedos lo llevó a la boca tragándolo como había hecho con el resto de mi corrida. Al fin y agarrando mi polla, se relamió de puro gusto y la chupó hasta dejarla limpia de señal alguna de lo que allí había ocurrido.

¿Te ha gustado? –le pregunté con la voz todavía entrecortada.

Me ha encantado… eres poderoso y ardiente… me has vuelto loca cariño.

Menuda putilla estás hecha – aseguré viéndola tan perra entre mis piernas.

¡Ven bésame! –dijo tomándome del cuello para atraerme a su lado y caer en un beso con el que ofrecerme el calor de su boca.

De nuevo degusté aquella lengua y aquel piercing que tan cachondo me había puesto. La besé viéndola cerrar los ojos entregada a los últimos momentos de aquel cálido encuentro que habíamos gozado. Aquellos polvos eran los mejores, los inesperados y que se dan sin pretenderlos y sin poner freno a la pasión del momento. Con la mano abierta le di un cachete sobre la nalga que la hizo gemir inquieta. Sonrió de forma pícara, demostrándome todo lo depravada que podía llegar a ser. La puta de su madre parecía haberla enseñado bien. Sería aquel el primero de los polvos que disfrutaría con aquella muchachita, no iba a dejarla escapar tan fácilmente aunque era consciente de los muchos peligros que conllevaba la empresa.

Nos separamos, bajando primero ella camino de su casa. Cinco minutos más tarde, la seguí cerrando la puerta de la mía sin hacer ruido alguno. Antes de ir a la cama bebí un vaso de leche nutritiva para recuperar parte de las fuerzas perdidas. Las fuerzas que aquella brujilla me había sacado para mi total placer. Por la mañana me levanté con el ruido de la puerta. Allí la tenía reclamando el segundo plato de su festín. Y yo estaba dispuesto a dárselo, dejando que pasara al interior de mi casa donde volví a disfrutar de su cuerpo menudo y juvenil. En la cama donde dormía mi querida esposa, la sodomicé haciéndome el estrecho agujero de aquella encantadora zorrita por el que tanto tiempo llevaba suspirando. Quedaba largo tiempo hasta la vuelta de mi mujer, tiempo que aprovechamos para conocernos al máximo. A partir de ese día resultó de lo más morboso el encontrármela al salir con mi esposa o bien el verla junto a sus padres o a solas con su madre. Ella solo sonreía tímidamente a mis miradas que tanto significado encerraban.

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Un buen polvo en los probadores del Corte Inglés

Disfrutando del cumpleaños de mi joven yerno

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Volviendo a la playa nudista

En la playa nudista

Jodiendo con el cachondo de mi sobrino

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Conociendo íntimamente a mi hijastro

Mi querídisimo sobrino Eduardo

Un maravilloso día con mi futuro yerno

Deliciosa despedida de soltera

Kareem, nuestro masajista preferido

Mi clienta favorita

Bruno

Follando con la madre de mi mejor amigo

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Aquella noche en la discoteca

Mi primer trio con dos maduras

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