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Polvos rápidos (3)

en Hetero: Infidelidad

Polvos rápidos (3)

 

Un hombre visita el centro comercial tras el trabajo para comprar un par de pantalones pero finalmente el comprado es él con gran placer por su parte…

 

 

I can’t fool myself, I don’t want nobody else to ever love me

you are my shinin’ star, my guiding light, my love fantasy

there’s not a minute, hour, day or night that I don’t love you

you’re at the top of my list ‘cause I’m always thinkin’ of you.

 

I still remember in the days when I scared to touch you

how I spent my day dreamin’ plannin’ how to say I love you

you must have known that I had feelings deep enough to swim in

that’s when you opened up your heart and you told me to come in.

 

Oh, my love

a thousand kisses from you is never too much

I just don’t wanna stop.

 

Oh, my love

a million days in your arms is never too much

I just don’t wanna stop.

 

Too much, never too much, never too much, never too much…

 

Never too much, LUTHER VANDROSS

 

 

Necesitaba comprarme unos pantalones de vestir, un cambio siempre va bien sea simplemente como renovación de armario o bien por un trueque real y necesario. En este caso se trataba de la segunda opción, tenía un par de pantalones ya algo usados y desgastados que reclamaban un cambio urgente. En el bufete en el que trabajaba eran muy puntillosos con la vestimenta, había que ir siempre de punta en blanco y bien planchado. Perfectamente afeitado, buenas camisas y buenas americanas y trajes eran indispensables para salvaguardar el prestigio del despacho. El sueldo era alto así que daba para ropa y complementos de marca.

Salí tarde del despacho, cansado tras todo el día de papeleos y discusiones con el jefe. No tenía ni idea de lo que se llevaba entre manos pero al fin y al cabo era el jefe. Nos conocíamos de muchos años atrás y sabía de qué pie cojeaba y hasta donde podía llegar en los debates que manteníamos. Llevaba un caso entre manos y ambos teníamos posiciones contrarias en cuanto a la forma de enfocarlo.

Como digo salí del despacho una vez telefoneé a mi esposa para indicarle que llegaría tarde a casa y que no se preocupara. Eran las ocho y no podía entretenerme mucho si no quería que me cerrasen las tiendas. Cogí el coche, saliendo pitando camino del centro comercial que tenía más a mano. A esa hora había mucho tráfico así que, entre semáforos y algún atasco que encontré, perdí parte del tiempo que tenía pensado. Al fin llegué, guardando el coche en el garaje del centro para, a continuación tomar el ascensor y subir a las plantas donde se encontraban las tiendas. Sin pensarlo mucho me dirigí directo a la que tenía previsto visitar. Aunque no había ido nunca, la conocía y sabía que el género era de la mejor calidad, justo lo que necesitaba.

Me puse a curiosear pantalones, invitándome la joven dependienta a ello mientras acababa de atender a un matrimonio con los que se hallaba. Estuve dando una vuelta por la tienda, mirando pantalones de lana azul marino y grises y también camisas, corbatas y trajes por si había algo que valiese la pena. El matrimonio parecía indeciso, de manera que la muchacha me miró con gesto condescendiente indicándome con la mirada que enseguida estaba conmigo. Continué a lo mío mirando y remirando prendas y tejidos. Sin prestarles mucha atención, finalmente parecieron decidirse observando a los tres encaminarse a la caja entre las sonrisas complacientes que la dependienta les echaba. Era un matrimonio de cierta edad, él mayor que ella, unos ocho o diez años sin duda. De buena presencia y elegantes en el vestir. Ella, rubia y de pelo recogido en un moño, vestía un abrigo color camel que se ceñía como un guante a su bella silueta de mujer madura. No estaba nada mal aquella mujer, elegante y todavía de buen ver con su figura realzada gracias a los zapatos de alto tacón que llevaba. La miré y remiré de arriba abajo de forma disimulada. Sin exagerar estaba aún para uno o más revolcones para los cincuenta y pocos años que debía tener. Una vez pagaron, abandonaron el local quedándonos solos la joven dependienta y un servidor. Se veía ya poca gente fuera de la tienda.

Ya estoy con usted, perdone por la espera –exclamó sonriendo abiertamente con la mayor profesionalidad.

No se preocupe, estuve mirando mientras tanto.

Muy bien… estuve viendo que miró diversas cosas.

Simple curiosidad, tiene cosas interesantes.

Lo intentamos al menos. Dígame qué necesita… -preguntó con la cordialidad que la caracterizaba.

Pues necesito dos pares de pantalones con urgencia.

¿De vestir verdad?

Sí.

Veamos que tengo… sígame por favor.

La seguí a través de la tienda hasta llegar a la zona de pantalones que había estado mirando con anterioridad. Tanteó los grises y azules que le había dicho que buscaba, ofreciéndome cuatro pares tras comentarle la talla que necesitaba.

Pruébeselos a ver qué le parecen. Yo voy cerrando la tienda mientras tanto…

¡Perdón, no me di cuenta de la hora! Si eso vuelvo mañana con más calma.

Nada de eso. Usted pruébese los pantalones tranquilo… no será mucho rato lo que tarde –me dijo con seguridad y la sonrisa perenne cubriéndole el rostro.

Tranquilo, la tienda es mía… nadie nos molestará.

Así pues me metí en el probador con las prendas escogidas, dejando el maletín en el suelo y empezando con prontitud a quitarme el pantalón tras colgar la chaqueta en la percha. Me probé el primer par de pantalones llamando a la mujer para que los mirara.

Vamos a ver… de cintura están bien pero le quedan un poco largos. Deje que le tome medida para arreglarlos.

Sin saber a ciencia cierta por qué empecé a trempar sin remedio, sintiéndome avergonzado por ello. Mientras marcaba la medida con un alfiler, ella se percató de mi estado sonriendo sin decir palabra al ponerse en pie para abandonar seguidamente el probador. A partir de ese momento empecé a mirarla con otros ojos, fijándome detenidamente en la joven dependienta. De unos veintiocho años, una jovencita muy complaciente tal vez con novio o tal vez incluso casada. Aquello me dio morbo, pensar en el hecho que pudiera estar emparejada o casada. Bien vestida con aquella entallada blusa de manga larga en color naranja, falda marrón recta por encima de la rodilla y zapatos de napa color chocolate de medio tacón combinando con la falda. Todo ello muy pulcro y elegante. La verdad es que no estaba nada mal. Poco a poco y de forma disimulada, empecé a fijarme en ella como no me había fijado antes.

La misma operación llevó a cabo con el siguiente pantalón, tomándome medida acuclillada a mis pies. Morena de melena larga y lacia, los cabellos le caían a media espalda. Los ojos azules grisáceos según descubrí bajo las gafas de grandes cristales y montura negra.

¿Cuánto será el arreglo? –pregunté tratando de alargar su estancia junto a mí.

No se apure por eso hombre que no será mucho –respondió al tiempo que marcaba la medida con un alfiler.

Volvió a abandonar el pequeño habitáculo quedando nuevamente solo. Una vez quitado el pantalón y yendo a por el siguiente, encontré los ojos de la muchacha fijos en mi persona. A través del hueco que la cortina dejaba, vi la mirada de la chica clavada en lo que hacía. Aquello debo reconocer que me produjo un gran morbo. Tanto que no tardó mi pene en responder una vez más ante la idea de ser visto. Con la mano traté de tranquilizar mi erección por encima del bóxer que la ocultaba. Con un segundo vistazo a través del amplio espejo vi que volvía a mirar esta vez con mayor insistencia. Con gran sorpresa la vi encaminarse hacia donde me encontraba, todavía en bóxer y con los pantalones en la mano.

Déjeme ver eso, ¿quiere? –exclamó de pie a mi lado, los dos muy juntos en el pequeño espacio que el lugar nos daba.

Sin dejarme responder, tomó el pantalón antes de echar mano al bulto aún no consistente que mi entrepierna presentaba. Quedé parado, sin decir palabra y solo disfrutando del lento masaje que los dedos me daban por encima del bóxer. Ella movió la mano muy lentamente haciéndose al volumen de mi sexo. Me fui excitando como no podía ser de otro modo, los dos frente a frente observándonos con interés.

Dime…, ¿te has excitado mirándome? ¿te gusto cariño? –me preguntó de forma directa.

Me gustas sí, no estás nada mal.

Bien así me gusta… que no te andes por las ramas y seas directo –dijo apretándome con los dedos para seguidamente moverlos por encima de la tela.

Mi pene creció sin remedio ayudado por los cuidados que la mujer le dispensaba. Sin aguantar más, me lancé sobre ella buscándole la boca con la mía. La besé, respondiendo ella abriendo los labios para permitir que mi lengua se uniera a la suya.

Bésame cariño… bé… same sí –exclamó en el breve respiro que mi boca le dio.

Ya estaba todo dicho, poco o nada más había que decir. De ese modo nos enfrascamos en toda una serie de besos y caricias, reconociéndonos los cuerpos a través de las ropas. Mis manos por encima de su blusa mientras la de ella seguía sobre mi pene como si no quisiera dejarlo abandonar.

¿Te has vuelto loca?

¿Loca? ¿Acaso no te apetece pasar un buen rato?

Sí, sí… claro que sí –tuve que agradecer la cálida oferta que la muchacha me ofrecía.

Volvimos a la carga, dándonos las bocas y ya con el entendimiento perdido por parte de ambos. Estaba buena y no era plan de desperdiciar semejante ocasión. Ya buscaría alguna razón convincente para mi querida esposa pero ahora había que estar a lo que se estaba. Continué con las manos en sus pechos, sopesándolos en su más que considerable tamaño. Llevaba sujetador pero me hacía bien a las claras en relación a la dureza de aquellas jóvenes tetas. Me dio su lengua, provocándome con gestos obscenos para que se la tomara. Lengua húmeda y jugosa que enganché con mis labios en un beso largo y sensual. La mano buscó el bóxer al tiempo que le abría la blusa soltando los botones con prisas. Aparecieron sus pechitos envueltos en un blanco sujetador de encaje. Me gusta el blanco, símbolo de pureza. A mi mujer le había regalado algún que otro conjunto de ropa interior en ese mismo color. La muchacha no tardó en bajar la mano, cayendo encima de mi sexo a medio encabritar. Me masajeó por encima, excitándome más de lo que ya lo estaba. Caí en la parte desnuda de su pecho, llenándoselo de besos para, en un momento de pasión incontrolable, volverla de espaldas a mí.

La enganché de los pechos con decisión al tiempo que me apretaba a ella. La ayudé a deshacerse de la blusa y enseguida mis manos cayeron en la falda empezando a subirla con grandes dificultades. Al fin quedó alrededor de la cintura, pudiendo ahora disfrutar la imagen de ese culillo oculto bajo el culotte que llevaba. Me puso a mil con aquella prenda elevando el trasero y redondeándole las caderas, potenciando de ese modo sus infinitas curvas de joven hembra. Me encontraba malo, aquella muchachita tenía varios polvos y yo pensaba dárselos o morir en el intento. La joven dependienta bien lo valía. Desnuda estaba aún más buena que vestida, con sus caderas y sus muslos poderosos y firmes. Me bajé el bóxer quedando mi pene duro y curvado hacia arriba. Lo atrapó con sus dedillos haciéndose al tamaño del mismo entre los jadeos entrecortados que emitía.

¡Qué buena estás! –casi grité antes de hacerme con su cuello que empecé a chupar de forma irrefrenable.

Sí bé… same cariño… ponme cachonda vamos.

Echando la mano atrás me masturbó lentamente, muy lentamente moviendo los dedos arriba y abajo por encima del miembro erecto. Agradeciendo el gesto, respondí chupándole y comiéndole el bien perfumado cuello. La fragancia femenina me embriagaba, enloqueciendo en la estrechez del probador en que nos encontrábamos. Nunca hubiese imaginado un encuentro como aquel, con una muchacha desconocida y en la soledad de aquel reducido espacio. Le decía cálidas palabras al oído tratando de excitarla mucho más. Llevó la mano hacia atrás tomándome la cabeza mientras yo no dejaba de jugar con sus pechitos ya fuera del dominio del sujetador. Pezones rosados y pequeños que se erizaron con el roce de mis dedos sobre ellos. Ella gemía débilmente dejándose hacer por mis caricias a lo largo de su piel. Reía divertida, abriendo la boca para jadear al instante. Jugué con sus pezones, haciendo pequeños círculos alrededor de los mismos. Se notaban muy duros y excitados. Ella soportaba lo que le hacía, echando la cabeza encima de mi hombro para volverla a dejar caer abandonada a su suerte. La mano hacia atrás, me acariciaba también ella tratando de darme el placer que necesitaba.

¿Me dejas que te acaricie el coñito? –le pregunté con voz turbia.

Claro cariño… hazlo, me encanta…

Llevé la mano sobre su sexo, masturbándolo a través de la fina tela que lo cubría. La joven se retorcía entre mis brazos, encogida en sí misma al aguantar el ataque que le propinaba. Noté su sexo húmedo bajo la blancura de la prenda. Estaba cachonda y más que lo estaría. Volví a provocarla con mis sucias palabras. Era parte del juego, al parecer le gustaba pues reía entre los continuos gemidos que lanzaba. Se mordía el labio inferior, soportando así la excitación que la embargaba. Rozaba la vulva con los dedos sintiéndola palpitar con cada suave caricia. Era una muchacha fácil de llevar y excitar, dejándose hacer al disfrutar cada nueva tensión. Respiré su aroma bajo mis fosas nasales, aquello me ponía loco. Una fragancia fresca que me embriagaba por entero. Girada hacia mí, nos besamos cubriendo sus labios con los míos. Metí la lengua en su boca aprovechando el camino libre al abrir amablemente los labios para que la invadiera. Mezclamos las lenguas llevadas por la pasión suprema que nos dominaba.

Déjame que te la coma –escuché el susurro de sus palabras que me sonaron a música celestial.

Quedando acuclillada y apoyada en los altos tacones, pronto se hizo con mi pene llevándolo al interior de su boquita. Empezó a chupar y chupar, succionando el grueso mango que tenía fuertemente sujeto entre los dedos. Cerré los ojos gozando lo que me hacía. Parecía que me la iba a devorar, tanto ánimo se daba. Sabía bien lo que hacía, eso estaba claro. Tenía larga experiencia en el arte de la mamada y así pude apreciarlo. La sacó observándola brevemente, para luego volver a meterla moviendo la mano adelante y atrás al ritmo de la cabeza. Daba morbo verla con los ojos cerrados y entregada a tan dulce labor. Con los dedos se masturbaba por abajo, en el momento en que sacaba mi polla pasando la lengua a lo largo de la misma. Fue cuando abrió los ojos, clavándolos en los míos que debían parecer de cordero degollado. Nuevamente volvió a la carga, tragando más de la mitad y haciendo nacer una tensión creciente en todo mi cuerpo. Con la punta de la lengua golpeó el glande que cabeceó ante el estímulo que le daban.

¡Buena polla tienes tío, fantástica! –declaró en un breve instante de tregua.

Sigue muchacha, sigue –jadeé tímidamente, tan sin fuerzas me sentía.

Una vez más los labios rodeando el largo tallo, moviéndose adelante y atrás y de forma frenética como si fuera a acabarse el mundo. Quizá deseaba que me corriera así, de todos modos no quería aquello. Paró al acabar su tratamiento, con la mano apoyada en mi muslo y dedicada a comerme las bolsas con inmenso placer. Me hacía cosquillas con aquello, temblando todo yo cada vez que con la lengua los golpeaba. Mi sexo herido se veía amenazante frente al rostro delicado de la joven hembra. Una muchachita deliciosa a la que iba a agenciarme a no tardar mucho. Era un espectáculo verla disfrutar con lo que me hacía. Entreabría los ojos, para volver a cerrarlos al meter la polla hasta el final. Noté alcanzar el paladar y cómo los labios rozaban suavemente mis huevos cargados de líquido seminal. Creí que mis piernas no aguantaban mi peso, tan excitado me encontraba con el trabajito de la atractiva dependienta. Dejándome respirar, escupió sobre el pene cosa que me dejó completamente descolocado. Nunca mi mujer me había hecho algo así, solo en alguna película lo había visto. Abandonó lo que hacía, para cogerse los pechos entre las manos meneándolos arriba y abajo de forma provocativa. Era hermoso observar el gesto descompuesto que su bello rostro presentaba.

La hice levantar volviéndola de espaldas a mí y de cara al espejo. Teniéndola así, la tenía cogida de los brazos y plenamente a mi merced. Con un golpe violento deslicé el culotte piernas abajo hasta las rodillas. Humedecí mis dedos para llevarlos a su coñito que era ya todo un charco bañado en deseo. La acaricié, escuchándola gimotear estremecida. Pasé los dedos por encima de la rajilla, abriendo los labios para meterle los dedos con enorme facilidad. Entraban hasta el fondo, abrazándolos las paredes de la vagina conocedoras de pronto recibir un visitante mucho más poderoso. La estuve follando un largo rato, metiendo y sacando los dedos entre los gemidos cada vez más escandalosos que producía. Desde fuera era difícil que alguien nos escuchara, el local era grande y se internaba hasta el fondo haciendo casi imposible el ser reconocidos. Yo la animaba a gemir y sollozar, eso me excitaba sobremanera.

Colocado tras ella, dirigí mi miembro a la herida femenina. La penetré haciéndola hervir en pasión. Se arqueó toda ella, apoyadas las manos en el espejo que dejaba ver la ardiente escena que formábamos. A través del mismo pudimos ver nuestros rostros llevados por el deseo que nos envolvía. Yo le hablaba, respondiéndome ella con un rictus de dolor al notar mi pene traspasarla nuevamente. La polla le entraba con desvergonzada actitud, para salir al momento y volver a entrar haciéndola gemir ahogadamente. La follaba sin desmayo y así una y otra vez gozando del coñito tragón de aquella complaciente dependienta. Ella se quejaba débilmente soportando los ataques que le daba. Era un coñito tragón y fácil de trabajar. Había probado ya muchas pollas, de eso no había duda.

Estamos solos… tranquilo tenemos todo el tiempo para nosotros.

Mi mujer me está esperando.

Que espere. Ven bésame…

Su boca junto a la mía moviéndose sin llegar a besarme. Yo me moría porque lo hiciera. La agarré de uno de los pechos, echándola contra mí para quedar ambos unidos. Mi torso sudoroso apoyado en su espalda que besé para luego caer mis labios en el hombro. En la parte baja de la espalda y a la altura del riñón, descubrí un pequeño tatuaje que me hizo verla aún más pérfida. Escuché el móvil sonar en el interior del maletín, seguramente era mi mujer preocupada por mi tardanza. Sin embargo juro que me resultó imposible dejar a aquella muchachita en esos momentos.

Volví a empujar, moviéndome de forma lenta para así alargar el instante todo lo posible. Ella me lo agradecía con nuevos lamentos que me animaron a elevar el ritmo de la follada. La mano en su brazo, entraba y salía clavándome con fiereza desconocida en mí. Aquella muchacha me ponía más que mi esposa, no sabría decir la razón que me llevaba a ello. No sé si era su rostro aniñado convertido ahora en un demonio, su cuerpo de formas endiabladamente excitantes o el movimiento continuo de sus nalgas contra mi vientre, el caso es que me tenía cardíaco y loco por sus huesos. Elevado sobre ella, era un placer disfrutar de aquel joven cuerpo. La espalda sensualmente curvada, el largo cabello caído sobre ella, las caderas moviéndose al ritmo que las mías le imponían, la polla clavándose y desclavándose una y otra vez sin respiro alguno. Paré para aguantar un poco más el placer que ya veía cercano. No tardaría en correrme si continuaba de aquel modo tan apasionado.

Saliendo de ella y los dos cara a cara, cogí su muslo haciéndola levantar la pierna para enseguida quedar enterrado en su empapada vagina. Empujé horadándola entre los gemidos que nuevamente escaparon de sus labios. Era todo un placer follarla, una hembra fogosa y cachonda. La llevé contra el espejo, clavándola en él con mis golpes plenos de potencia. El húmedo coñito me expulsaba y succionaba, abriéndose bajo el empuje del pene irrefrenable.

Fóllame cariño, fóllame sí –sollozaba casi llorando.

Yo le daba sin compasión deseando ahora sí correrme y entregarle todo mi elixir de macho satisfecho. Los dos nos movíamos buscando el momento tan esperado, diciéndonos barbaridades que en otro momento no se nos hubiera ocurrido pensar tan siquiera. Éramos dos animales entregados al placer de los sentidos y con la razón totalmente perdida. Los dedos clavados en el poderoso muslo, empujando y empujando sin control alguno.

Có… rrete mi amor, córrete… puedes echarlo dentro, tranquilo tomo la pastilla –exclamó al avisarle que me iba.

Yo no las tenía todas conmigo pero el movimiento acompasado y el gesto descompuesto que la muchacha presentaba me hicieron olvidar todo lo demás. La follé con complacencia, entrándole y saliendo de forma rápida y precisa, pudiéndose oír los golpes que mi vientre producía sobre su pelvis. De ese modo me corrí explotando en el interior de aquellas paredes, expulsando el ardiente líquido en un torrente descontrolado que fue acompañado por el último de los orgasmos de la rendida mujer. Saqué mi polla, viendo parte del semen correr entre sus piernas. Respirábamos con evidente dificultad, había sido un encuentro de lo más agradable y completo. La besé teniéndola aún tomada del muslo, mis labios pegados a los suyos carnosos y jugosos en su humedad. Me gustaba probarlos y devorarlos, eran unos labios que destilaban calidez perversa.

¿Así que casado? –preguntó una vez nos separamos y ya algo más calmados.

Sí –respondí de la forma más lacónica que encontré.

Ideal, me encantan los casados. Dais menos problemas y sabéis lo que queréis.

Sin decir palabra asentí con un movimiento suave de cabeza.

Vamos arréglate, saldremos por detrás –exclamó mientras trataba de encontrar sus cosas esparcidas por el suelo.

Tomó nota de los pantalones que había que arreglar, indicándome que me haría descuento por los mismos. Con una sonrisa maliciosa dijo que bien me lo había ganado.

Ahora ya podemos cerrar tranquilamente.

Volveré otro día a recoger los pantalones y miraré algo más…

Claro cariño ven cuando quieras, ya sabes dónde estoy.

La acompañé al aparcamiento, despidiéndonos con un último beso a través de la ventanilla del coqueto Mini que conducía. Tras verla desaparecer entre las columnas camino del piso superior, monté en el coche encendiéndolo para escapar en la oscuridad de la noche. A ver qué excusa creíble le contaba a mi esposa, no sé si creería la historia de los pantalones… Volví a verla, claro que volví. Y varias veces. Aquella muchachita solo quería sexo y nada más. Perfecto para los tiempos en que mi mujer no precisaba de mí.

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