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Polvos rápidos (4)

en Sexo con maduros

Polvos rápidos (4)

 

En esta cuarta entrega disfrutamos el cálido encuentro nocturno entre la joven muchacha y su futuro suegro en el balcón del apartamento durante las vacaciones con los respectivos…

 

 

Well no one told me about her, the way she lied

well no one told me about her, how many people cried.

But it’s too late to say you’re sorry

how would I know, why should I care

please don’t bother trying to find her

she’s not there.

 

Well let me tell you ‘bout the way she looked

the way she’d act and the color of her hair

her voice was soft and cool

her eyes were clear and bright

but she’s not there.

 

Well no one told me about her, what could I do

well no one told me about her, though they all knew.

But it’s too late to say you’re sorry

how would I know, why should I care

please don’t bother trying to find her

she’s not there.

 

Well let me tell you ‘bout the way she looked

the way she’d act and the color of her hair

her voice was soft and cool

her eyes were clear and bright

but she’s not there…

 

She’s not there, THE ZOMBIES

 

 

Hola soy Anabel y esta es la historia que paso a contarles. Llevo saliendo con Pablo hace ya un año largo. Nos llevamos bien y todas esas cosas que se dicen de una pareja de novios. Lo pasamos bien y follamos cuando nos apetece, desde la primera vez que lo hicimos hará ya nueve meses. Sí, alguien dirá que no tardé mucho en acceder a acostarnos pero la verdad es que lo deseaba tanto como él o más. Pablo es bueno en  la cama o al menos a mí me lo parece. Sabe cómo trabajarme y dejarme satisfecha con sus caricias y sus mimos, además de tener un buen aguante con el que saciarme convenientemente. Pero en la historia que voy a contarles no participa Pablo sino su padre Tomás, esto es mi futuro suegro.

Llevábamos tres días de vacaciones en el apartamento que mis suegros tienen en Sant Carles de la Ràpita, localidad en el extremo sur del Delta del Ebro y cercana a la provincia de Castellón. Era la primera vez que iba invitada por mis suegros, que poco a poco parecían aceptar la relación creciente con su querido hijo. Sobre todo Rafaela a la no le hacía ninguna gracia desde el primer día en que me conoció. Era una de esas madres que parecen querer tener atados toda la vida a sus queridos hijitos, sin tener en cuenta que un día u otro el polluelo tiene que abandonar el nido. Pensaría que iba a quitárselo, aunque bien le hice pagar su desconfianza. Tomás era otra cosa, ya se sabe los hombres van a lo suyo y no se meten en lo que no les concierne así pues por esa parte no había problemas.

Como digo hacía tres días que habíamos llegado, disfrutando del sol y de los alrededores. Pese a ser bien avanzado octubre, el calor pegaba fuerte pudiendo gozar todavía del sol y el frescor de las playas. Había poca gente o al menos no la que suele haber en plenos meses de julio y agosto cuando la locura veraniega se adueña de los pueblos costeros. El segundo día visitamos la Cueva del Tendo, famosa por encontrarse en su interior la imagen de un toro rampante pintado en color negro, única pintura paleolítica de Cataluña.

Aprovechamos igualmente para ir a la playa, a solas con Pablo pero también con sus padres. Por la tarde y en el apartamento, bajábamos a darnos un buen chapuzón en la casi solitaria piscina. La piscina y el amplio jardín cubierto de césped, prácticamente para nuestro total disfrute. Algún matrimonio inglés o alemán con los niños pequeños gozando las vacaciones en España y poco más.

Yo sabía que a Tomás le ponía mucho. Le había pillado en varias ocasiones con la vista encima de mis muslos o de mis tetas que los vestidos, camisetas o tops ocultaban a su mirada libidinosa. Y esa fue mi venganza hacia Rafaela. Me gustaba jugar con Tomás, verle sufrir con mis caídas de ojos cuando nos encontrábamos solos o con los movimientos sensuales de mi joven y apetecible cuerpo. Sus miradas disimuladas hacia mis muslos, embutidos en ceñidos tejanos o bien completamente a la vista gracias a mis cortos vestiditos veraniegos que poco dejaban a la imaginación. Eso me ponía también a mí, haciéndoselo pagar a Pablo con cálidos y salvajes encuentros en el interior del coche y bajo el cielo estrellado o allí donde el calentón nos pillaba. De ese modo manteníamos las buenas costumbres y el deseo por el otro. Pero como decía más arriba la historia no trata de Pablo sino de Tomás, su padre.

Tal como digo sabía bien del interés del cincuentón por mí. Alto y bien formado como su hijo, Tomás era uno de esos maduros todavía atractivos con su cuerpo interesante y sus cabellos con alguna que otra cana. Las miradas sabía hacerlas disimuladas para su mujer pero la verdad es que le cacé desde el primer momento. Mi figura joven y de formas marcadas era demasiado apetitosa como para no desearla. A mis veintitrés años me sabía deseada por los hombres, Pablo evidentemente no fue quien me desvirgó. La primera vez fue a los quince con un amigo del barrio y luego ya me aficioné demasiado a los placeres del sexo como para pasar sin ello. Pasé por las manos de varios muchachos y también de algún hombre treintañero con el que aprendí todo lo que un buen macho puede ofrecerte. Juguetes sexuales, fantasías de todo tipo, juegos perversos, sexo anal todo lo probé en pos de una vida sexual lo más amplia posible. Los placeres de Lesbos los conocí en compañía de la madre de una de mis mejores amigas, disfrutando las caricias de sus manos y su lengua experta. Con orgullo diré que fui yo quien enseñé a Pablo lo mucho que conoce y no al revés, con gran deleite por su parte claro.

Todo lo que nos ocupa se produjo la tercera noche de estancia en el apartamento cercano a la playa. Habíamos estado los cuatro por la mañana en la playa y una vez más no me habían pasado desapercibidos los continuos vistazos fugaces de Tomás sobre mi cuerpo desnudo. Tras el baño me encontraba tumbada en la toalla con las gotas cubriéndome todas y cada una de las partes. A través de las gafas de sol observaba los ojos del hombre clavados en mí cada vez que su esposa hablaba con su hijo o conmigo. Poco de que hablar la verdad, solo lo imprescindible y sin gran confianza por ninguna de las partes. Cada vez me cabreaba más la actitud de aquella mujer hacia mí.

A la media hora de estar en el rincón de la playa que habíamos tomado, Rafaela le dijo a su marido si iban a bañarse, contestándole él con un simple gruñido negativo. No había que ser un lince para ver la poca relación existente entre la pareja, quizá eso era lo que la tenía amargada a la pobre. Una vez Rafaela marchó a la orilla con cara de pocos amigos, las miradas masculinas continuaron tratando de ir más allá de lo que el pequeño bikini permitía. Mientras, Pablo dormía tostándose a mi lado. Yo me hacía la adormilada pero no perdía nota del recorrido de aquellos ojos, devorándome de arriba abajo cada vez con menos disimulo. Sin poder evitarlo me fijé en el bulto considerable que el diminuto slip guardaba. Me puso cachonda debo reconocerlo, saberme deseada por el padre de mi novio me excitó como no podía ser menos. Noté mi sexo humedecerse bajo la braga y doblé la pierna para que no viera mi calentura. En cuanto pillara a Pablo me lo iba a follar como loca, Tomás me estaba poniendo enferma. Al fin escapó junto a su esposa, supongo a calmar en el frío oleaje la excitación que llevaba Sonreí para mí misma, pensando en lo atractivo que aquel hombre resultaba. Pablo era su vivo retrato, treinta años más joven pero con sus mismos rasgos varoniles. Por primera vez pensé en acostarme con Tomás. ¿Por qué no? No estaba nada mal y estaba más que claro lo mucho que me deseaba.

Por la noche y tras una cena frugal, estuve un rato tumbada en el sofá viendo la tele con Pablo para pasar luego al balcón donde me hice con la cómoda tumbona quedando estirada sobre ella cuán larga era. Pablo y Tomás hablaban de distintas cosas sentados a la mesa mientras su mujer trajinaba por la cocina preparando no sé qué. La noche fue cerrándose minuto a minuto. Rafaela y Pablo estaban cansados de todo el día así que se despidieron de nosotros, dejándome Pablo con un beso de buenas noches.

Voy a la cama nena, no tardes.

Enseguida voy, no tengo sueño… estaré escuchando música un rato más –respondí con una sonrisa en los labios.

Sin vergüenza alguna aproveché para darle la lengua, lo que a su querida madre no le sentó nada bien. En cambio a Tomás sí pareció gustarle aquello por como respondió. Quedamos solos, marchando Rafaela y Pablo a los dormitorios situados al otro lado del apartamento. La brisa nocturna me hacía sentir bien, echada en la tumbona escuchando música del mp3 mientras el hombre leía el periódico sentado a la mesa. Yo iba a la mía, tarareando sin hacerle mucho caso. De tanto en tanto notaba sus miradas sobre mí, al parecer volvía a él el interés de la mañana. De forma consciente le provoqué, acariciándome el cuerpo al descuido y como sin darme cuenta. A la vez canturreaba con voz tenue la música que sonaba en mis oídos. Los ojos masculinos en mis muslos y en mis piernas, me hicieron correr un suave y agradable cosquilleo de la cabeza a los pies.

Hacía calor así que me encontraba cómoda con el bikini puesto y una fina camisola blanca por encima. Tomás aparecía con el torso desnudo, de vello canoso y abundante, y un simple pantalón corto. Se hizo tarde, las dos y media o más y sin saber cómo ni cuándo, me lo encontré a mi lado buscando un acercamiento entre ambos. No me negué a ello, hacía tiempo que me daba morbo estar con él.

Te deseo hace tiempo muchacha –exclamó con voz casi inaudible.

Lo sé –respondí sin decir más.

Estarán durmiendo.

¿Tú crees?

Voy a mirar –dijo poniéndose en pie y abandonando el balcón camino de las habitaciones.

Volvió a mi lado ya seguro de sí mismo.

Están dormidos.

Bien –dije dejando que su mano cayera sobre el muslo moviéndola de forma lenta arriba y abajo.

Me gustó su caricia, buscando el acercamiento que los dos deseábamos.

No podemos hacer ruido –dije.

Sí –confirmó con voz temblorosa en la que se notaba el deseo que le embargaba.

Se lanzó sobre mí, tomándome entre sus brazos al mismo tiempo que los labios se hacían con los míos. Me excitaba el hecho de poder ser descubiertos por Rafaela o Pablo por el escándalo que eso podía suponer, pero una vez puesta en marcha ya no pude ni quise parar. Aquel hombre me gustaba y quería entregarme a él. Al fin y al cabo Tomás se jugaba mucho más con aquello…

Las manos se apoderaron de mi cuerpo, corriendo por el mismo a lo largo de las piernas y las caderas. Le di la lengua como antes se la había dado a su hijo, enganchándola Tomás junto a la suya en un beso largo y lleno de vicio. El vicio que los dos teníamos. Me agarré a su brazo que noté fuerte bajo mis dedos. El beso duró no podría precisar el tiempo, evidentemente estaba a otras cosas. Las lenguas en el interior de su boca para después empezar a jugar al retarle golpeando la suya. Me iba excitando segundo a segundo al verme abrazada al maduro. Mis dedos cayeron sobre su pecho, enredándolos entre el abundante vello varonil. Me hice con los pezones, pellizcándolos levemente lo que a Tomás sorprendió gratamente. Quería mostrarme con él todo lo perversa que sabía podía llegar a ser. Nuevamente la lengua en su boca y las manos subiéndole ahora por el pecho hasta alcanzarle el cuello. Me mordió el labio inferior, para seguidamente cubrirlo con sus labios haciéndomelos sentir húmedos y cálidos. Aquello marchaba.

Echándome yo misma el cabello atrás, se apoderó de mi cuello provocándome con ello un tímido gemido. Pasó la lengua por el mismo y yo me notaba bien cachonda con cada caricia que me daba. Subió y bajó por el cuello, para ir descendiendo con las manos sobre mis muslos y caderas que frotó con descaro y desvergüenza. Sonreí disfrutando lo que me hacía, ya no nos acordábamos ninguno de los de dentro. Me atrapó uno de los pechos por encima de la tela de la blusa, apretándolo con fuerza entre sus dedos. Volví a gemir cerrando los ojos, entregada a lo que me hacía.

¿Te gusta jugar conmigo, eh pequeña? ¿te gusta provocarme?

Me gusta sí. Sé que eso te excita –respondí en un susurro.

Ven aquí perra –exclamó con los ojos brillantes de deseo.

Su boca alcanzó el pecho, tratando de excitarlo a través del algodón de la camisola que lo ocultaba a su furibundo ataque. Yo reía acariciándole el cabello con mis dedos, mezclándolos entre sus pelos mitad morenos, mitad blanquecinos. La otra mano en el brazo, moviéndola por el mismo haciéndole notar mi calentura. Con urgencia me ayudó a quitarme la prenda por encima de la cabeza, para acabar cayendo suavemente sobre el suelo. Echándose hacia atrás me observó sin decir palabra, solo pasando los oscuros ojos por mi joven y rotunda figura que dentro de nada sería suya.

¿Quieres ver más? –le pregunté pérfida con el dedo entre mis dientes.

Sin dejarle responder me solté el sujetador amarillo, quedando los pechos al aire y a la vista del hombre. Se lamió los labios, aguantando el deseo que le dominaba. Un bulto bien conocido se veía entre sus piernas. Me sentí mojada bajo la braguilla. Con los ojos entreabiertos le invité a que probara mis montañas de placer. Cayó sobre una de ellas, besándola con creciente pasión para luego hacerse con el pezón que lamió y chupó hasta dejarlo bien duro. Yo le animaba con mis gemidos y sollozos casi inaudibles. Tomás pasó al otro pecho repitiendo la misma operación, rodeando la aureola para acabar en el pezón que terminó en el mismo lamentable estado que su compañero. La noche nos rodeaba con su silencio, entregados a la pasión que nos envolvía. Algún ruido de moto procedente de la carretera y poco más que nos distrajera de lo que realmente nos ocupaba.

Me abracé al hombre, con las piernas dobladas y llevándolo hacia mí. Le ofrecí la boca, de labios temblorosos y jugosos que atrapó con desenfreno, besándonos de forma sensual y lasciva. Las lenguas de nuevo enredadas esta vez en mi boca, golpeándome el paladar. Me sentía a cada paso más cachonda y a gusto, en compañía de aquel hombre que podría fácilmente ser mi padre. Tomás volvió a apoderarse de mis pechitos, pasando la lengua por ellos hasta hacerme perder el sentido. ¡Dios, qué caliente me tenía! Iba a follármelo aunque fuera lo último que hiciera en mi vida.

¡Cómemelo… cómemelo todo, ponme cachonda! –pedí separándolo con mis manos.

¿Eso quieres guarrilla?

Sí eso quiero… vamos, no me hagas esperar más…

Me gustaba que me dijera esas cosas, siempre me habían puesto caliente esas obscenas palabras. Con Pablo también lo hacíamos y funcionaba a la perfección, poniéndonos cachondos ambos con cada palabra que me dedicaba. Con las piernas dobladas, eché la braguilla a un lado mostrándome para su total placer. Mi querido suegro abrió los ojos como platos, sin duda sin creer en su suerte. Echando un vistazo al interior del apartamento, pronto enterró la cabeza entre mis piernas buscando el trofeo ofrecido. Me lo chupó de forma experta, sabiendo cómo mover la lengua para excitarme convenientemente. Sabía utilizar la lengua así como los labios con los que atrapaba los labios y el clítoris que aparecía necesitado de caricias. Lo acarició besándolo y mordisqueándolo con la lengua y los dientes. Luego lo fue oprimiendo de forma muy suave para pasar a hacerlo con mucha mayor rapidez.

Chúpalo, chúpalo así… lo haces muy bien.

¿Te gusta nena? –preguntó en un breve instante de tregua.

Me gusta sí… eres bueno cariño –dije cogiéndole la cabeza con la mano para volver a hundirlo entre mis piernas.

Librándose de mi enérgica presión, lamió el interior de los muslos para nuevamente hacerse con lo que más deseaba. Yo gemía y temblaba cada vez que la lengua pasaba por encima de la empapada rajilla. Con los labios se apoderó del sensible botoncillo, presionándolo hasta provocarme un gemido lastimero que nos hizo temer ser descubiertos. Pero nada se oía en el interior, continuando al instante con lo nuestro. Tomás siguió trabajándome los bajos, haciendo crecer mi excitación hasta hacerla ya insoportable. Me iba a correr y deseaba dárselo todo para que lo disfrutara.

Me voy a correr cariño… continúa con lo que me haces…

Eres una putita, muchacha –exclamó enganchando el clítoris entre los dientes con lo que me hizo caer rápidamente en un orgasmo descontrolado con el que entregarle toda la abundancia de mis jugos.

Tomás bebió el manantial en el que se había convertido mi sexo, pasando y repasando la lengua por encima de la rajilla degustando el sabor amargo de mi corrida. Con los ojos en blanco me estremecí entera, el sentido completamente perdido gracias al orgasmo disfrutado en compañía de mi suegro. Caí hacia atrás, resoplando entre débiles jadeos. Abrí los ojos viéndole frente a mí, todavía entre mis piernas y saboreando el calor ofrecido.

Se echó sobre mí, buscándome la boca que le di en un beso ardiente y lleno de ternura. Tomé su cara entre mis manos recuperando el aliento y el control de mí misma, teniéndolo allí a mi lado besándome con infinita dulzura. Sus labios sobre los míos, su lengua buscando la mía mientras con las manos recorría mis pechos ya duros como piedras. Lo deseaba, deseaba sentirme amada, necesitaba tenerlo dentro y así se lo dije.

¡Tomás, quiero que me hagas tuya!

Quedando sentada, me encontré con mi hombre puesto en pie. Con las manos busqué el bulto que presentaba. No podía ni quería reprimirme, deseaba conocer su deseo por mí, tener su polla dándome el placer que tanto necesitaba. Me sentía arder entre las piernas, un deseo irrefrenable me dominaba entera. Notaba mi sexo mojado como lo tengo cuando está listo para la copula, cuando está listo para entregarme al macho que me posea. Humedecí mis labios imaginando cómo sería aquello. ¿Sería buen amante? ¿Aguantaría bien? ¿sabría satisfacerme en mis necesidades de hembra joven? Antes de hacerme con su sexo, besé y lamí la barriga cervecera y llena de grasa que no me resultó para nada molesta, atraída como estaba en lo que más llamaba mi atención. Pasé la mano, palpando el grueso cilindro que parecía aumentar más y más a cada paso. Resultaba enorme, me tenía hipnotizada y eso que aún nos separaba la prenda que la mantenía a buen recaudo. Al fin me decidí lanzándome a la locura de hacer descender las molestas prendas.

¡Joder, qué es esto! ¡Menuda polla tienes! –casi grité despavorida por lo que allí se veía.

No era la primera que veía, de hecho alguna de ese tamaño había probado aunque no era lo habitual. Bastante más grande que la de Pablo y mucho más gruesa, aquel cabrón tenía un mango enorme que no iba a desperdiciar. Me apoyé en sus muslos para no caer abatida por semejante espécimen. ¡Tremendo, verdaderamente tremendo e iba a ser todo para mí! La puta de mi suegra se iba a acordar de mí, me iba a odiar ahora sí con razón pero aquello no podía dejarlo pasar por delante de mis narices sin catarlo convenientemente. Su pene medio hinchado aún guardaba mucho de lo que me podía ofrecer. Al menos le mediría 18 centímetros pero seguro que crecería más pues como digo todavía no estaba duro del todo.

Me comes la polla?

Vale.

Teniéndolo bien sujeto, cerré los ojos y me lo introduje todo lo que mi boca podía soportar. Casi me ahogué con ella pero pronto me acostumbré a su tamaño. Enfrentada a aquel vástago enhiesto se lo comí de forma hambrienta. Me ahogaba pero necesitaba más. Tanta maña me di que Tomás respondió pronto a mis estímulos, poniéndose firme el músculo que tanto me excitaba. La chupé metiéndola y sacándola de la boca, lamiéndola por entero desde la base hasta la punta del glande. Un glande rosado que descapullé tirando la piel hacia atrás entre los continuos gemidos que el hombre lanzaba. Le miré a los ojos viendo la cara de placer que mostraba. Sin decir nada, no dejaba de pedirme más y más con sus ojos medio vidriosos. Volví a metérmela más de la mitad, jugando con mi lengua por encima del tronco duro como el granito. La saqué observando la piel húmeda de mi saliva y cómo las venas se marcaban a lo largo del tallo erecto.

Continúa nena, continúa… vaya boquita que tienes, sigue vamos.

Me entregué a su placer que también era el mío. Me gusta chupar, desde bien jovencita me gustó convirtiéndome con los años en toda una experta en felaciones. Una mezcla entre chupar y lamer, comiendo luego los huevos notándolos llenos de leche. Y los de Tomás estaban bien llenos puedo asegurarlo. Imaginé que llevaba tiempo sin descargar, cosa de la que me iba a encargar de solucionar. Abriendo la boca no sé cómo, conseguí tragar todo aquel miembro hasta sentirlo golpear el paladar. Enseguida tuve que dejarlo ir para poder respirar. Pero al hombre le gustaba, cogiéndome la cabeza y acompañando la follada de boca con golpes secos de riñones. De ese modo era él quien me follaba, metiendo y sacando el pene una y otra vez. Lamí el glande hasta dejarlo brillante de saliva. Se veía espectacular y con un punto de vanidad. Mediría ahora sí más de veinte centímetros, ¡menuda tranca tenía el cabrón!

Deslizando a los pies el slip y el pantalón, le indiqué con la mirada lo que quería. Quería sí que me follara, no aguantaba más la necesidad de tener eso dentro de mí. Se agachó para besarme con gran ternura. Mientras, yo no le había soltado el pene acariciándoselo entre mis dedos de forma lenta pero constante. El maduro cincuentón me hizo tumbar nuevamente, quedando así ofrecida a su deseo. Una vez más se apoderó de mi flor, chupando y metiendo la lengua entre las paredes de mi vagina. Abrió los labios, saboreando la humedad de la vulva con gran interés. Cerré los ojos abandonada al placer que me daba. Me estaba poniendo completamente cardíaca.

Ummmmmmm, chúpalo así, sí… lo haces muy bien mi amor.

La lengua pasaba y repasaba sobre mi clítoris, rojo e hinchado por las caricias que soportaba. Tomás acompañó la caricia, metiendo dos dedos en el interior de mi vagina con lo que el placer se hizo aún mayor. Un nuevo orgasmo me llegaba, haciéndose presente apenas unos segundos más tarde. Temblé bajo sus manos, entregándole un nuevo caudal de jugos vaginales que bebió de forma obscena, pasando la lengua sin control alguno para después succionar con los labios todo el elixir de mis entrañas. Gemía, jadeando en voz baja pero sin poder evitar lanzar algún sollozo placentero. Tomás me hacía callar, dándome a lamer dos de sus dedos que noté llenos de mis líquidos. Tenía una lengua fantástica que sabía utilizar todavía mejor tal como había podido comprobar.

Fó… llame, fóllame Tomás por favor, no deseo otra cosa.

Haciéndome levantar, se tumbó ahora él boca arriba con su pene echado a un lado. No podía dejar de mirarlo, parecía tener poderes ocultos sobre mí. De forma lenta fui tomando asiento encima de mi hombre. Estaba ya lista para lo que venía. Cogiéndole el miembro entre los dedos lo llevé a la entrada de mi coño, dejándome caer sobre el mismo de una sola vez. Sentí un hierro candente traspasarme hasta el final. Era demasiado grande, demasiado grande pero no podía pasar sin él. Un lamento ahogado escapó de mis labios al notarme llena de él. Me mantuve quieta unos segundos, disfrutando el grosor de aquella perturbadora presencia.

¡Qué enorme es… dios, qué polla tan enorme tienes!

¿La sientes nena?

La siento… la sien…to grande y dura diosssssssssssssssss…

Empezamos a movernos, golpeándome él al acompañar las subidas y bajadas que yo producía. Cada vez que caía cerraba los ojos para soportar el tormento que me daba. Creía abrirme entera, era un pene de los mejores que nunca había gozado. Ya nada existía a nuestro alrededor, solo la perfecta unión que ambos formábamos. Estoy segura que si en ese momento hubieran aparecido Pablo o mi suegra no hubiera podido descabalgar de aquel hierro candente. Mi sexo ardía en jugos, cabalgándole de forma lenta acompasados al ritmo agradable que nos imponíamos. Tomé los pelos caídos sobre el rostro, para llevarlos hacia atrás con un golpe fuerte de mano. Luego apoyé las manos firmemente sobre su pecho para quedar bien encajada a él. Tomás me tenía tomadas las caderas, para de ahí pasar las manos a las nalgas jugando con ellas. Poco a poco fuimos tomando mayor ritmo, familiarizada ya por completo al tamaño horrible de su sexo.

Muévete puta… vamos cabalga putita –me animó a seguir con sus sucias palabras.

Me llena… me llena, qué polla tan tremenda tienes maldito.

Toda para ti muchachita… me encanta ver cómo gozas.

Mis pechos se movían arriba y abajo con el movimiento continuo que producíamos. La pelvis en movimientos circulares alrededor del eje masculino que no paraba de taladrarme como una barrena, abriéndose paso hasta alcanzar mis más recónditos rincones. La cabeza hacia atrás, dejando caer la larga cabellera por encima de la espalda.

Me matas –aseguré, los dedos enlazados con fuerza mientras seguía cabalgando de forma furiosa.

Me derrumbé sobre él, permitiéndole que me besara con fruición los labios. Tomándome por la cintura me apretó con fuerza contra él, gozando ambos la calidez de aquel inesperado encuentro. Estaba siendo aquel un descubrimiento de muchos kilates, nunca hubiera imaginado el poderío de aquel hombre. Un tercer placer me visitó mucho más intenso que los anteriores, el orgasmo se unió a otro más cayendo sobre el hombro de mi amante que mordí y besé haciendo mudos mis lamentos.

Tras dejarme descansar unos breves segundos, me llevó enlazada hasta la cercana barandilla. De espaldas a él y con las manos apoyadas en la misma, me penetró de un solo golpe empezando nuevamente la follada. En ese estado, cualquiera podía vernos desde el jardín o desde alguno de los balcones pero aquello no nos importaba en ese momento, solo disfrutar del cuerpo del otro entregados al placer que sentíamos.

No podíamos gemir ni gritar en voz alta lo cual le daba aún más morbo al exquisito polvo que vivíamos. Tomás era un gran amante, su gruesa y enorme polla me llenaba por entero haciéndome sentir multitud de agradables sensaciones. Gemía en voz baja y de forma tímida, pese a mis muchas ganas por dar rienda suelta a mi placer. Aquel pedazo de cabrón me estaba poniendo a cien, aquella polla enorme me estaba poniendo como una moto, con los ojos en blanco y perdido totalmente el entendimiento. El macho se echó sobre mí cubriéndome por completo con su poderosa humanidad. Junto al oído podía sentir su aliento desbocado por el tremendo esfuerzo. Giré la cara hacia él para que me besara, apoderándose de mi boca con sus carnosos y jugosos labios. Me agarré a su cuello para así mantener el necesario equilibrio. Iba por mi quinto orgasmo y el cabrón aquel no se corría ni a tiros. No parecía mostrar prisa alguna por acabar, resultaba increíble que no nos pillaran.

Métemela toda, métela fuerte… toda adentro deprisa…

Doblé la pierna, favoreciendo así las entradas y salidas del hombre. Me tomó del muslo, clavando los dedos en él para continuar con sus profundas acometidas que me hacían perder el mundo de vista. ¡Menudo animal, mucho mejor que Pablo sin duda! Con la mirada hacia atrás podía ver el movimiento frenético golpearme, el pubis contra mis nalgas apoyadas las manos en mis hombros. Ahora las tenía en mis caderas y el ritmo no perdía un ápice de vigor.

Córrete cariño, vamos córrete –tuve que pedir demostrando de ese modo mi total derrota.

¿La quieres dentro? –me preguntó echado junto a mi oído.

¿Estás loco? Échalo fuera vamos.

Salió con prisas, seguro que estaba ya a punto de explotar. Haciéndome arrodillar, me obligó a abrir la boca para meterla dentro. La chupé con ganas renovadas, moría por ver la corrida de aquel hombre, la corrida de mi querido suegro. Ya nada volvería a ser como antes, imposible que así fuera. Se la chupé de forma rápida, moviendo la mano por encima del miembro para así propiciar el horrible estallido. Tomás me tenía cogida de la cabeza mientras empujaba sin descanso, dándome a devorar el miembro hecho granito. El pene se curvaba hacia arriba, percutiendo una y otra vez contra la parte alta del paladar. Me costaba respirar de tanto como me llenaba. Con un gruñido y un gesto de inmenso placer, se quedó al fin quieto empezando a soltar lefa en el interior de mi boca. Fueron varios latigazos, tres o cuatro no sabría precisar ahora pero lo que sí recuerdo es que fueron abundantes, haciéndome prácticamente ahogar. Leche espesa, corriéndome garganta abajo y por la comisura de los labios hasta descansar en mis pechos. Un sabor rico aunque algo amargo que juro que me supo a gloria. Menuda zorra era, al menos eso fue lo que me dijo.

Había podido conmigo, uno de los pocos que lo habían conseguido. Normalmente era yo quien les derrotaba, pero en el caso de Tomás estaba más que justificado. Sentía el coño escocido, por el continuo ir y venir de aquella barra incansable entre las paredes de mi vagina. Estaba rota por dentro pero había valido la pena. A ver ahora cómo lograba parar las ansias de sexo de Pablo.

Aquello acabó como debía acabar. Rafaela nos pilló en uno de nuestros encuentros, respondiendo eso sí del modo que menos esperaba. Aguantó estoicamente los cuernos que le ponía, al parecer era sumisa y le gustaba ver a su maridito con otras siendo yo una más en la lista. Pero esa historia si me permiten la cuento en una mejor ocasión.

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La boda de mi prima (3)

La boda de mi prima (2)

La boda de mi prima (1)

Sorpresa agradable en compañía de mi sobrina

Placeres desenfrenados

Intimidades lésbicas

Gozando con mi suegra

Juventud negra

Caricias entre mujeres

Yo os declaro marido y mujer

Pasión desmedida

De vacaciones por Mallorca

Yendo de compras

Visitando a mi tía Leire

Feliz descubrimiento con mi tío Blas

Reunión de trabajo y placer

Pasando el domingo con un matrimonio muy liberal

Noche de sábado muy movida

Encuentro inesperado

Montándomelo con mi querida tía

Abandonando el lecho conyugal

Amores lésbicos

Amor incestuoso entre madre e hijo

Orestes, el jardinero de mis padres

El lento despertar de la bella Sara

Viaje en el Ave Madrid-Barcelona

Mi mujer es una guarra de mucho cuidado

Acabé siendo una verdadera puta

Encuentro casual con mi cuñada

Sensuales caricias maternas

Empieza el día en el ascensor

Contacto con mi nuevo amante y mi sobrina

¡Fuera prejuicios!

Tres semanas en casa de mi prima (2)

Dinero sangriento

Seducida por una desconocida

Tres semanas en casa de mi prima (1)

Mi primera experiencia en el incesto

Un pintor de brocha gorda

Iniciándonos en el intercambio de parejas

Amando a mi compañera del instituto

Deseos húmedos

Viaje caliente a París

Un hombre de ocasión

Dos amantes retozando frente a mi ventana

Perdí la decencia con mi joven cuñado

Amores perversos en un hotel

Es estupenda mi tía Mónica

Juegos femeninos

Incesto con mi padre y mi hermano

Quitándole el novio a mi hermana

Una tarde en el cine

Acabando con la virginidad de mi sobrina

Encuentro amistoso

Sintiéndome puta con el negro

Me cepillé a mi tía

Violación fallida

Follando con el novio de mi nieta

Polvo antológico con mi hijo

El profesor universitario

Trío con mi mujer en un restaurante

Conversación entre dos amigas

Seduciendo a una mujer madura (1)

Seduciendo a una mujer madura (2)

Un día de playa (2)

Un día de playa (1)

Mi adorable Yolanda

Una noche loca junto a mi hijo

Madre e hijo

Intensas vacaciones con la familia

Navidades junto a mi sobrino

Mi tía Maribel

Tres mujeres para mi hijo

Me follé a mi propio hijo

Con Emilio en el aeropuerto

En el baño con mi amante argelino

Un buen polvo en los probadores del Corte Inglés

Disfrutando del cumpleaños de mi joven yerno

Cálidas vacaciones de verano

Volviendo a la playa nudista

En la playa nudista

Jodiendo con el cachondo de mi sobrino

Daniela, la madre de mi amigo

Conociendo íntimamente a mi hijastro

Mi querídisimo sobrino Eduardo

Un maravilloso día con mi futuro yerno

Deliciosa despedida de soltera

Kareem, nuestro masajista preferido

Mi clienta favorita

Bruno

Follando con la madre de mi mejor amigo

Con mi vecino Carlos

Aquella noche en la discoteca

Mi primer trio con dos maduras

El negro y su amigo