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Aprendí a no reir

en Sexo Oral

-¡plaff!!!

La cachetada me revolvió la cabeza, él no era un hombre rudo, creo que era la primera vez que me pegaba. De muy mala forma aprendí que el ego del hombre está en el tamaño de su pene.

- ¿De qué te ríes, pendeja?- me gritó. Yo estaba entre asustada y sorprendida, así que me entró una risa nerviosa que sólo consiguió molestarlo más. 

- ¡Cállate! Que así como la ves te va a romper el culo!- me dijo al tiempo que me soltaba otra cachetada. Yo sólo intentaba cubrirme, pero estando él de pie y yo de rodillas, él tenía toda la ventaja. Una vez que me hubo dado 4 ó 5 golpes más me quedé en el piso unos segundos; él se sentó en el sillón un poco más calmado; yo lloraba asustada; sabía que había hecho mal al reírme, pero nunca esperé que reaccionara así, me ardía la cara y aun sentía el tirón de cabellos que me dio.

 

- Snif, snif, perdón- alcance a decirle- no era mi intención.

 

Él me extendió su mano y me dijo que se veía que era bien puta y que me había comido muchas. Yo no le dije nada, no quería enfurecerlo más. Sí es cierto que había visto algunas más grandes, pero la diferencia era que él me gustaba y quería hacerlo por gusto y ahora con mi risa lo había echado a perder.

 

Tomé su mano y él me guió nuevamente entre sus piernas, agarró su miembro que ya estaba duro (tiempo después entendería que era su forma de excitarse), así que lo tomé entre mis manos y comencé a besarlo suavemente, acariciarlo, poco a poco, lo quería hacer disfrutar.

 

Él me separó un poco, y al tiempo que me daba una cachetada corta, que no me dolió, era más que nada para demostrar que él estaba en control de la situación, me dijo –Trágatela!- Yo obedecí y me introduje todo su miembro en la boca, no era muy grande, pero sí me provocó algunas arcadas, lo cual parecía excitarlo más, ya que pegaba mi cabeza a su miembro al tiempo que me decía -¿No que no?, putita!!, come!!!-.

 

Seguí metiendo y sacando su miembro con dedicación, quería que él sintiera que de verdad me gustaba, poco a poco se fue lubricando con sus fluidos y mi saliva, y yo también empecé a saborear ese pedazo de carne dura que me ponía. Pasaron varios minutos, el marcaba el ritmo, y yo empezaba a cansarme de la posición en la que estaba. Mis rodillas me dolían, por más que buscaba como apoyarme; la boca, sentía que la mandíbula se me iba a salir, así que me detuve y me quise poner de pie. “Ya, amor, déjame parar”, pero lo único que conseguí fue que él se pusiera de pie, me jalara la cabeza así atrás y literalmente me cogiera oralmente. Sentía el entrar y salir de su miembro, el ritmo de sus caderas, la fuerza de sus manos sobre mi cabello. Estaba incomoda, me dolían las rodillas, la espalda, el cuello, pero ver su cara de satisfacción mientras me penetraba la boca me hacía sentir que ya había olvidado mi reacción al verle por primera vez.

El empezó a gemir y a moverse más rápido, mientras me decía que la mamaba muy rico, que era de las mejores mamadas que le habían dado; al oír eso yo me sentía feliz, y aunque realmente era él quien estaba usando mi boca, y no yo quien le daba sexo oral. Me la sacó rápidamente y términó viniéndose en un delicioso orgasmo, bañándome la cara y parte del cuello. Yo jadeaba un poco, en parte por sentirme liberada y poder respirar bien, en parte porque verlo disfrutar me hizo sentir esa conexión que nunca había tenido con nadie, ya no importaba que las rodillas me estuvieran matando, que la cara me ardiera, los insultos, él era feliz, yo era capaz de hacerlo feliz.

 

Una vez que terminó, me dio un beso pequeño en los labios, al tiempo que me decía que me fuera a enjuagar.

Yo obedecí, iba feliz, de verlo recostado en el sillón, jadeando, sudando, con la cara roja, lo que pudo ser un mal día se convirtió en una de las mejores experiencias que hasta entonces había tenido.