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Sangre y sexo

en Sadomaso

La fiesta de fin de curso se había convertido en un completo desmadre. Habían alquilado una preciosa casa de campo gracias a las ganancias de la subasta de artesanía realizada por los propios alumnos. Se trataba de una casa de dos pisos con cuatro enormes dormitorios con cuatro literas en dos de ellos y una cama de matrimonio en los otros, y un gran jardín con piscina. Diez alumnos estaban allí gracias a que eran los que mejores notas habían obtenido de aquel curso de 4º de la E.S.O. El piso de abajo no lo habían visto, puesto que correspondía a los dueños de la casa, que no estaban.

Eran las doce de la noche del penúltimo día y la profesora que acompañaba a los alumnos se había ido a acostar. La mayoría de ellos la odiaban (excepto Estefanía, Carlota y Marcos, los que la peloteaban sin decoro alguno) pero en aquel viaje se estaba portando muy bien con ellos, tal vez porque los perdía de vista. De todas formas, no había mucho por lo que preocuparse: para ocho de esos diez estudiantes la mayor diversión consistía en jugar al trivial, beber naranjada y ver maratones de películas. Pero había dos excepciones: Maika y Simón.

Simón era un chico serio, inteligente y mujeriego. Asustaba a las chicas, que conocían su fama, y enfadaba a los chicos, conscientes de su atractivo, que le veían como un competidor. Era un negado para los deportes, a pesar de que su físico bien podía ser de un jugador de rugby. Tenía dieciséis años y, aunque había repetido un curso, tenía un 8 en la media del curso, en octavo puesto. Bebía y solía fumar marihuana, aunque odiaba el tabaco con todas sus fuerzas. Se había pasado ese día entero fumando junto a la piscina, aprovechando que el resto (incluida la profesora) estaban ocupados con un juego estúpido.

Maika era diferente. Tenía una atractiva melena castaña levemente ondulada y un cuerpo lleno de atractivas curvas. Parecía algo mayor para sus quince años y ostentaba el segundo puesto del curso, con un 9'5 de media por detrás de Marcos y su diez. Era una chica extraña, sarcástica, levemente sociópata y muy independiente. No sabía muy bien qué narices hacía en esa maldita casa, sabiendo como eran sus compañeros, con los que no mantenía más que una relación entre la indiferencia y la hostilidad. Bebía como un motero, fumaba como un camionero y había descubierto recientemente el sexo gracias a un alumno de bachillerato con el que tuvo un escarceo amoroso secreto.

Estaba sentada en el fondo de la habitación, junto a la puerta haciendo comentarios hirientes mentalmente a cada compañero que estaba sentado en la habitación. Ellos estaban viendo la última película de Matrix mientras discutían acaloradamente sobre la filosofía de la película. Resopló, sacó la petaca del bolsillo y salió de la habitación, chocándose de frente contra Simón, que seguía en bañador. Le miró de arriba a abajo y puso los ojos en blanco mientras daba un trago al ron añejo sacado de la despensa de sus padres.

– Vas a coger una pulmonía.

– ¿Es eso la perrita Maika preocupándose por mí? – Preguntó él con una sonrisa sardónica.

– No, era un deseo expresado en voz alta.

Esquivo al chico y se dirigió a su habitación. Hacía tiempo que el mote ya no lograba molestarla, pero estaba harta de aquel viaje y le apetecía emborracharse a solas para luego escupir a los demás o putearles mientras dormían. Todos (ella incluida) preferían que ella durmiese sola, ni siquiera habían intentado quedarse con la habitación con la cama de matrimonio en la que dormía. Justo cuando iba a abrir la puerta, dentro se oyó el ruido de un cristal estallando en pedazos. Maika se quedó un instante pasmada hasta que comprendió que la única persona que estaba fuera era Simón y que debía estar jugando a intentar asustarla. Entró hecha una furia, decidida a reventarle la cara a ese idiota, pero incluso antes de encender la luz supo que algo no iba nada bien. El tipo que había frente a su ventana se acercó en dos zancadas y le tapó la boca. Estaba más sorprendida que asustada, aunque eso cambió cuando se dio cuenta de que el extraño olor que la inundaba era olor a sangre.

El tipo colocó algo en torno a su cabeza y tapó su boca con una mordaza, a pesar de que Maika no era consciente de haber gritado. La tiró sobre la cama y se detuvo a observarla, como si pensara qué hacer con ella. Llevaba un cuchillo de caza colgando de una funda en la cintura y una camiseta gris de tirantes con manchas color rojo oscuro. Era un tipo de hombros anchos, cabeza rapada, piel clara y ojos de un azul penetrante. Dio a la chica la vuelta en la cama, extrañado. No estaba asustada a pesar de la sangre, y no parecía querer gritar. Tampoco parecía querer quitarse la mordaza, simplemente estaba ahí, tumbada, observándole con fijeza, su pecho subiendo y bajando bajo la camiseta. Intrigado, le quitó la mordaza, preparado para acallarla en cuanto fuera necesario. Del salón llegó el ruido de gritos y golpes. El resto del grupo debía estar haciendo su trabajo.

– ¿No tienes miedo?

– No.

Realmente no lo tenía, sentía más bien una extraña e inexplicable excitación. Los alaridos de sus compañeros tampoco hacían mella en ella, pues por lo que a ella respectaba merecían la muerte todos y cada uno de ellos. El mundo no se perdía ningún genio.

– ¿Has matado al chico del bañador?

– Sí.

– Bien.

– ¿Bien? – Carlo soltó una carcajada y se acercó a ella inclinándose hasta tenerla frente a frente.

– ¿Vas a matarme?

– Eso parece. Aunque puede que antes me aproveche de ti... tienes un cuerpo bonito, ¿sabes? – Quería ver el terror en sus ojos. Le desconcertaba no tener el control completo sobre aquella niña. Sacó el cuchillo, aún manchado de sangre y recorrió los muslos desnudos de la chica con la punta sin llegar a herirla – O podría matarte ya.

– Humildemente, considero que eso sería un desperdicio.

– ¿Quieres que te viole?

– No creo que fuese una violación, señor.

Sorprendentemente, su terquedad, su absurdo coraje y la manera en que se mordió el labio mirándole lograron excitarle. Parecía estar disfrutando con la muerte de sus amigos tanto o más que él y eso hizo que su miembro empezase a marcarse en su pantalón. Ella mordió el labio con más fuerza y abrió las piernas inconscientemente. Hacía años que no se sentía atraído por nadie, desde la muchacha de veinte años que le mostró su cuerpo desnudo con la esperanza de que no la matara, llorando como un bebé.

– ¿Cuántos años tienes?

– Quince.

– ¿Y ya te han estrenado?

– ¿Quieres comprobarlo?

Le giró la cara de una bofetada al tiempo que la agarraba del pelo. Sus ojos se habían llenado de lágrimas como reflejo frente al golpe, pero seguía leyendo la excitación y la diversión en sus ojos.

– Empieza a tratarme de usted y todo irá mucho mejor.

Ella extendió la mano y acarició su polla por encima del pantalón de chándal, jadeando suavemente al notar su dureza. Él, como reflejo, hundió suavemente la punta del cuchillo en uno de los muslos, pero retiró en seguida el arma. Se miraron a los ojos, midiéndose y él acabo por decidirse. ¿Qué podía hacerle?

La tumbó sobre la cama de nuevo y le quitó los pantalones cortos casi arrancándoselos. El tanga rojo estaba empapado, lo que logró terminar de excitarle. Se lo quitó y se lo llevó a la nariz para oler el dulzor que desprendía la joven, a la que casi triplicaba en edad.

– Que suerte he tenido, puta. No sabía que encontraría tal premio aquí.

Se hundió en ella haciéndola gemir de placer. La embistió con fuerza, sin compasión, agarrándola del cuello. Ver cómo iba quedándose sin aire, como sus ojos perdían aquella fiereza y se llenaban de súplica, mientras rodeaba su muñeca con su suaves y débiles manos lo excitó tanto que tuvo que aflojar para no estallar tan pronto en su interior. Estaba aún realmente estrecha, con lo que casi estrangulaba su polla allí dentro, haciendo que muriera de placer. En un impulso se acercó a morderla el cuello, provocando que gritara y después se lanzó a besarla. Era agradable sentir sus labios con los de él, sus jadeos y gemidos en su boca, su aliento cálido en el cuello. El último grito, de una chica, llegó desde el salón, lo que coincidió con las primeras oleadas de placer que empezaba a sentir ella.

– Voy a correrme, joder, voy a correrme.

Aceleró sus embestidas, estremeciéndose dentro de ella y logrando correrse al mismo tiempo que la chica arqueaba la espalda y se deshacía en un grito. Notó los calambres de su coño casi virgen y descargó en su interior, observando su rostro de placer. No recordaba la última vez que una mujer le había resultado atractiva por su placer y no cuando sufría. Quizá no había habido ninguna última vez.

Salió de su interior y se quedó observándola, asustado de lo que acababa de crear. La chica, con las piernas temblorosas, se giró hacia él y lamió su pene desde la base al capullo, limpiando cada gota de semen y recreándose en el pequeño agujero. Él observaba su pelo revuelto, que parecía tremendamente suave y metió sus dedos entre su cabello. Maika alzó los ojos hacia él mientras su lengua rosada seguía jugando en su miembro y Carlo se dio cuenta de que no iba a poder matarla. La retiró con brusquedad. De su coño palpitante manaba el semen que había logrado derramar en su interior, manchando la cama.

– ¿Eras virgen?

– No.

– Lo parece. – Ella le miró, ofendida, pero él le dedicó una sonrisa que aunque habría asustado a cualquier otro ser humano, a ella le pareció divino – Estás muy apretada.