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Polvos rápidos (9)

en Amor filial

Polvos rápidos (9)

 

Tía y sobrino disfrutaron de sus cuerpos en la antigua casa de los abuelos. Los días de veraneo durante las fiestas patronales les sirvieron para conocerse a fondo y sin reservas…

 

 

So giving all the love you have

never be afraid to show your heart

so giving all the love you have

there is a special reason, a special reason.

 

In the big dream

we are heroes

we are dreamers

of the big dream.

 

Someone told me

there are brothers

live forever

in the big sky.

 

Just hear your voice

sing all the songs of the earth

nothing can come between us

you’re a brother of mine.

 

Sing out your sisters

all the dreams of the world

nothing can come between us

we are the travelers of time…

 

Brother of mine, ANDERSON, BRUFORD, WAKEMAN & HOWE

 

 

Había salido bien de los últimos exámenes, me encontraba en segundo curso y poco a poco me iba haciendo un hombre de provecho como se suele decir. Cerca de casa encontré curro en un bareto al que de vez en cuando solía ir con los amigos. Era solo por un mes y medio para trabajar las noches de los jueves, viernes y sábados. Algo de pasta me iría bien para el verano y mis caprichos, que a mi edad eran más de uno y de dos.

Aquellos días sirvieron para conocer a más de una chica a las que de no ser de aquel modo, seguramente no se hubiese dado la oportunidad de llegar a más. Yo iba a lo mío, a mi trabajo y ganarme una pasta pero al parecer alguna que otra habían fijado sus ojos en mi persona. Algo de tonteo en los pocos ratos que la barra daba, unas pocas palabras y unas sonrisas agradables hicieron el resto. Fue con Sandra con la que las sonrisas y el flirteo fueron a más, realmente fue ella quien me cazó aunque aquello fue pasajero. Un polvo en el coche una noche tras salir del cine y no volvimos a vernos pues al parecer eso era lo que quería, un polvo y si te he visto no me acuerdo.

Para ser sinceros Sandra no dejó gran huella, estuvo bien aquella noche pero nada más. No volví a verla por el bareto en los días que por allí estuve así que pronto la olvidé. Al acabar mis días en el bar, quedé que me llamaran para una próxima ocasión. Estaban contentos conmigo y yo contento también. Una buena pasta me saqué con el sueldo y alguna que otra propina que de tanto en tanto caía. Lo aprovecharía en la gasolina de mi viejo coche y en el verano que ya se acercaba.

Junio ya entrado y un calor que se asfixiaba uno. La piscina y las noches a la fresca no eran suficiente alivio para tanta humedad como hacía. Una tarde después de comer, mi madre me dijo que había llamado la tía Lourdes invitándome a pasar las fiestas en el pueblo. Hacía tiempo que no les veía y unos días fuera de casa me irían bien –comentó mi madre dando a entender que no había un posible no a la invitación. Así pues, dos días más tarde y una vez preparada la bolsa de mano con mis cosas, cargué el coche de gasolina y puse camino al pueblo.

Casi trescientos kilómetros de viaje y me encontraba cruzando el puente que da entrada al pueblo. Empezaban a verse forasteros y ya en las primeras casas me encontré con algún conocido al que saludé con prisas quedando para vernos más tarde. Todo estaba prácticamente igual, pocos cambios como suele ser norma en los viejos pueblos de provincias. Crucé todo el pueblo por la calle principal hasta desembocar en la salida donde un kilómetro más allá se hallaba la casa familiar.

Me recibió la tía Lourdes con dos besos en las mejillas y grandes dosis de alegría. Hermana de mi madre y la menor de tres hermanos, Lourdes dijo que el tío estaba en el campo y que en un rato vendría. Había buena cosecha aquel año y el tractor le llevaba buena parte del día, aquellos días no paraba casi en casa – comentó una vez entrados al amplio y frío patio.

Hace frío aquí, vamos a la cocina junto a la lumbre –exclamó cogiéndome de la mano la chaqueta que recién acababa de quitarme.

Estuvimos largo rato hablando de mis padres, de mí, de las fiestas y del pueblo que empezaba ya a llenarse. La tía Lourdes estaba como siempre, un poquito más rellena bajo sus ropas siempre recatadas y elegantes. Una blusa blanca abotonada hasta el cuello, una falda roja por encima de la rodilla y el cabello recogido en una larga trenza era la imagen que me presentó. Siempre preocupada por sus ropas, vestía elegante y con buenas ropas pese a que en aquel pueblo, lejos de las grandes urbes, poco había que mostrar. Pero coqueta como era siempre le había preocupado mostrar buena apariencia de cara al exterior.

De la bolsa saqué el pequeño presente que mi madre me había dado para ella. Rompió el papel como una niña, destrozándolo con prisas para disfrutar enseguida del mismo. Siempre había sido así. Una rebeca color malva que con urgencia fue a probarse frente al gran espejo del patio. La talla era la suya de manera que le quedaba de maravilla, diciendo que no se la quitaba que en casa hacía fresco.

Dos horas y para la hora de la comida llegó mi tío. Me saludó con un fuerte apretón de manos pero lo que más me sorprendió fue el frío saludo que le dedicó a mi tía. Comimos los tres en silencio y apenas veinte minutos más tarde volvió a marchar para no volver hasta el anochecer. Por la noche y cada cual en su habitación, les escuché discutir desde la cama en el silencio de la casa. Por lo que pude entender, ella le recriminaba el estar todo el día fuera de casa, con los amigos y con sus cosas. No entendí las palabras de mi tío pero sí pude apreciar los lamentos y sollozos de la mujer atenuarse poco a poco en el transcurrir de los minutos. Aquello entre ellos no iba bien, era más que evidente.

A sus cuarenta y pocos años mi tía Lourdes era todavía una mujer bastante potable, a su edad cómo no iba a serlo. De media melena lacia y pelirroja, bajita y algo rellena como dije los dos días siguientes transcurrieron como si no pasara nada entre ellos. Los besos de rigor y cada uno a sus cosas aprovechando para relacionarnos entre nosotros. Salimos por el pueblo para las compras y luego al aperitivo al que la invité para que se entretuviera. Pude ver chismorrear a las gentes, imaginando a qué se debía. Aquella tarde Lourdes se me echó a llorar como una magdalena.

Se destapó todo. El tío bebía más de la cuenta y gastaba en el juego. Además hacía tiempo que no la tocaba, largo tiempo que no mantenían relaciones teniendo ella que satisfacerse con los dedos en las largas y solitarias noches en las que él marchaba a jugar a las cartas y a emborracharse con los amigos. Lourdes no se lo perdonaba. Llevaban meses así, un año largo cumpliendo con las apariencias y sin relación alguna en la intimidad entre ellos. Traté de tranquilizarla, abrazados en el sofá del salón. Lágrimas caían por su rostro de belleza aún apreciable. Le aparté el flequillo a un lado y ella sonrió entre hipidos.

Creerás que soy una tonta.

No digas eso, ¿cómo voy a pensar semejante cosa?

Se sentía culpable y eso me sublevó. Me dio rabia verla sufrir de aquel modo por un hombre que no la merecía. Ella se abrazó a mí con más fuerza si cabe.

No llores –exclamé mientras con la mano le acariciaba el cabello en gesto de sosiego.

No le digas nada de esto a mamá, ¿de acuerdo?

No te preocupes, nada le diré.

Oh gracias –dijo echándose encima hasta notar su pecho grande presionar sobre mi brazo.

Nos separamos y me preparé para salir una vez me convenció de que lo hiciera. Estuve todo el rato pensando sobre ello, no prestaba atención a la conversación con los chicos del pueblo. Dos cervezas me tomé y enseguida marché de vuelta a casa, entre los maullidos de algún gato raudo a esconderse en el primer rincón oscuro que encontró. Poca gente por la calle, tuve que pararme unos minutos en la plaza para escabullirme tan pronto pude. Sonaron los cuartos en el reloj de la iglesia, las ocho y media mientras continuaba mi vuelta entre las viejas casas de adobe, con ventanales de amplios alféizares.

Ya cerca de casa, escuché inconfundibles gemidos en el establo. Sin duda voces y cuchicheos de Lourdes animando a su acompañante a seguir. Me escondí con cuidado de no ser reconocido. Estaban muy ocupados de manera que difícil que así fuera. Hablaban en voz baja y obviamente estaban a lo suyo. Diez minutos más tarde vi salir a un hombre que no era mi tío y luego a ella arreglándose las ropas con urgencia. Al parecer tenía algún amante con el que divertirse y calmar sus ansias.

Llegó el tío y cenamos en silencio, sin mediar palabra entre ellos como parecía habitual. Nada más cenar, él dijo que marchaba preguntándole ella que adónde iba. No le respondió y no quise inmiscuirme entre ellos. Sin recoger la cocina, Lourdes me dijo que me quedara viendo la tele si me apetecía que ella se iba a dormir. Tras la escena anterior imaginé que no tendría ganas de nada. A oscuras estuve media hora delante del televisor, no más. Apagando el aparato me dirigí al baño para después ir a dormir. Pasando por delante del dormitorio la sentí llorar, escapando tenues sollozos del interior del cuarto. Piqué en la puerta con débiles golpes de nudillos, haciéndome ella entrar como respuesta a mi llamada.

Pasa Chus –la escuché entre hipidos entrecortados.

La encontré tumbada en la cama, descalza y vestida con la bata cerrada. Con los cabellos alborotados, la vi ponerse en pie acercándose a donde estaba. Entre hipidos y lamentos me contó la misma historia. Él había marchado con los amigos y no sabía cuándo volvería. Abrazados fuertemente, traté de calmarla como mejor pude. Sentí lástima por ella, no se merecía aquello. El rostro de Lourdes caído sobre el hombro mientras mi mano se movía por encima del cabello buscándole alivio. Los lamentos continuaron, haciéndose pese a todo más imperceptibles a cada momento. Bajé la mano a la espalda, notando el agradable tacto de la fina tela. Lourdes se apretó más como buscando protección. En el silencio de la habitación podía sentir el sonido del reloj que reposaba sobre la mesilla. Volví a acariciar el cabello femenino enredando los dedos en el mismo. Eso la hizo suspirar levemente. Pegado a mí tenía el cuerpo todavía bello de mi tía. Sus formas sinuosas a mi lado, no sé qué me pasaba por la cabeza en aquellos instantes. Separándose mínimamente y con los ojos cerrados, la vi elevar la cabeza. Y aquello fue suficiente para mí. Sin pensar en nada más y en un impulso irrefrenable, la tomé de la mejilla y acercándome a ella acabé besándola suavemente.

Lourdes quedó sorprendida en un primer momento pero pronto se entregó a la vorágine de los besos, siendo ella misma la que buscaba mis labios. Tía y sobrino no tardamos en empezar a jugar entre nosotros, convirtiéndonos simplemente en una mujer y un hombre. Fue algo inevitable y fácil. Echando mano a la bata le planté un beso para luego llevar los dedos a la cintura, respondiendo ella con las manos en mi rostro para lentamente irlas bajando a través de la camisa. No había tenido bastante con lo que llevaba por delante. Nos separamos un poco para rápidamente intentar yo volver a besarla una vez más. La pasión nos dominaba, en un primer momento más a mí pero enseguida la madura mujer se vio envuelta también por el frenesí del deseo.

Conseguí que abriera un tanto los labios, envolviéndolos con los míos en un beso casi robado. La escuché gemir a mi lado y cogiéndola con fuerza de la cintura la pegué contra mí hasta notar la dureza de sus pechos. Gimió con mayor interés, abriendo ahora la boca por completo hasta permitir que mi lengua se enlazara con la suya. La noté cálida como el aliento que su boca soltaba. Era ardiente en el amor como siempre la había conocido, Lourdes tenía un carácter fuerte que sin embargo parecía empequeñecerse junto a su marido.

Eres una mujer hermosa.

Oh gracias… gracias por decirme esas cosas –exclamó tímidamente sonriente permitiendo mis manos caídas en sus caderas.

Es verdad. Eres una mujer hermosa y deseable.

Cállate… ¡cállate y bésame por favor! –casi gritó llevándome hacia ella hasta quedar las bocas unidas en un beso largo y sensual.

Poco a poco fuimos desnudándonos muy lentamente, sin prisa alguna. Las manos bajo la bata y apretando con deseo las formas rotundas y apetecibles de la mujer. Por su parte, los dedos de uñas cortas fueron soltando uno a uno los botones de mi camisa para con experiencia echarla atrás quedando el torso desnudo frente a la mirada fulgurante y libidinosa de la que era mi tía. Evidentemente ya no había marcha atrás, seríamos el uno del otro, me deseaba y la deseaba y no había más que hablar. Nos besamos una vez más, apoderándome rápidamente del cuello que besé y lamí entre los temblores y grititos que Lourdes producía. Temblaba como una jovencita en su primera cita, se encontraba a gusto dejándose llevar por mis caricias a cada paso mucho más ardientes. Mis labios besándole el cuello y el hombro, pequeños besos mezclados con las palabras de agradecimiento que su boca emitía.

Ámame Chus… hazme el amor, lo necesito…

En un breve respiro que le di, fue ella misma la que tomó la iniciativa comenzando a chupar y lamer el vello de mi torso. Fui ahora yo el que temblé disfrutando la caricia que me daba e imaginando lo que estaba por venir. Parecía como loca besando y jugando con cada uno de mis músculos, de un pecho al otro, el brazo y luego la cabeza caída en mi hombro el cual cubrió de besos llenos de ternura pero también de feroces gestos. Las babas en mi hombro y su mejilla, la boca abriéndose para dar paso a los dientes que clavó hasta arrancarme un grito en el silencio de la habitación.

Ven aquí, ven aquí –reclamé tomándola con fuerza del cabello hasta quedar nuevamente las bocas una junto a la otra.

La obligué a abrir los labios y mi lengua se enredó con la suya, notando enseguida el calor de su saliva mezclada con la mía. Lourdes era sin duda una mujer apasionada y necesitada de hombre. Yo era ahora ese hombre y pensaba gozar de ese cuerpo todo el tiempo que fuera posible. En el furor de los besos, escuché su risa nerviosa nada más notar mi excitada entrepierna bajo el pantalón.

¡Madre mía muchacho… qué cosa más grande es esta! –los dedos moviéndose sobre el pantalón y mi sexo respondiendo a la caricia que le ofrecían.

Seguí besándola y sus dedos siguieron provocándome estímulos en el cerebro que acababan irremediablemente en la polla cada vez más y más turgente. Pero experta como lo era, no se lanzó aún a por ella sino que buscó alargar los instantes de seducción un rato más. Bajando por el pecho lo fue chupando sin dejar un solo segundo de mirarme a los ojos. Ello me ponía frenético, tener la mirada perversa de mi tía clavada en la mía era una imagen imborrable para mí. Los ojos bien abiertos y brillándole de puro deseo. Los abría y los entrecerraba mientras con la lengua recorría el pecho de arriba abajo hasta centrar su interés en el rosado pezoncillo. Gemí sin remedio.

¿Te gusta cariño?

Ummmm, me gusta sí… continúa…

Y vaya si lo hizo. De un pezón pasó al otro, subiendo luego al cuello hasta alcanzar la barbilla y volver a bajar haciendo pequeños circulillos que me hicieron vibrar por su total osadía. Allí estábamos tía y sobrino, en su dormitorio de matrimonio y sin que ya nada nos frenara. Deseaba hacerla mía, amarla, devorarla por completo, follarla hasta hacerla gritar.

Sin casi darme cuenta, me la encontré enseguida arrodillada a mis pies en busca de lo que tanto tiempo llevaba deseando. Yo mismo empecé a desnudarme soltando la hebilla del cinturón. El cinturón suelto, la cremallera abajo y pronto mi polla quedó frente a ella una vez el calzoncillo se deslizó piernas abajo. Con maestría que nunca hasta ese momento había conocido, Lourdes enganchó mi miembro entre los labios y sin necesidad de las manos. Empezó a chupar adelante y atrás y no pude evitar cerrar los ojos al tiempo que mi cabeza iba atrás tratando de soportar aquello. La cabeza me daba vueltas bajo la penumbra de la habitación, no podía creerlo. Una cosa era besos lo cual ya era mucho y otra era un completo encuentro carnal con mi querida tía, nada menos que la hermana de mi madre.

Con los ojos cerrados y a lo suyo, chupaba y chupaba y mi sexo se desplegaba con cada nuevo ataque. Más de la mitad en su boca y ayudada ahora sí de la mano, se lo tomaba con calma infinita. Aquello parecía gustarle sin duda y a mí pues más todavía. Sin sacarla un momento, la chupaba envolviéndola con los labios de forma hambrienta y yo la acompañaba posando los dedos en la mejilla que veía moverse adelante y atrás de modo continuo.

No se cansaba, chupando un rato largo el grueso músculo que tanto la complacía. La boca llena, sabiendo cuándo parar y cuándo acelerar los movimientos de labios alrededor del tronco. Me encontraba en la gloria, viendo la cara de vicio que mostraba. Era tremendo, jamás hubiera imaginado algo así, tener a mi tía entre mis piernas demostrándome toda su experiencia de mujer conocedora de las artes del amor. El silencio de la noche nos envolvía, solo podía oírse el lento o rápido sonido que los labios producían cada vez que abrazaban el tronco cercano a la explosión final. Pero aquello por suerte no llegó a producirse.

Consciente del estado en que me encontraba, comenzó sin un momento de tregua a chupar los huevos cargados de poderío masculino. Los chupó y lamió, metiéndoselos de tanto en tanto en la boca y produciéndome cosquillas con ello. Reí removiéndome y ella continuó al ver la sensación que conseguía en mí. Abandonando el almacén lácteo, subió por el tallo curvado y encabritado hacia arriba.

¡Dios mío, qué polla tienes sobrino! –exclamó teniéndome bien sujeto con los dedos y con los ojos anunciando todo lo que debía pasar en esos momentos por su mente calenturienta.

Chúpala Lourdes, cómetela entera anda… me encanta cómo lo haces.

A todos os gusta –sonrió al volver a clavar los ojos en los míos.

Se la veía hermosa, me encantaba verla sonreír allí entre mis piernas y con el miembro entre sus dedillos de uñas bien cuidadas. Muchos hombres habrían pasado entre sus manos, no tenía duda de ello pero ahora era yo al que ofrecía todo su saber hacer. Abriendo la boca y entrecerrando los ojos se dedicó a lamer y jugar con el glande oscuro e inflamado. Mis gemidos se acallaban tímidamente con el ruido que la lengua y los labios producían en el brioso y firme glande. Lo golpeaba produciendo en mí un temblor con el que creí perder el control sobre mis piernas. La lengua corriendo a lo largo del tronco, arriba y abajo, arriba y abajo y así una y otra vez para terminar metiéndose el glande en la boca. A los pocos segundos aparecía brillante y apuntando al techo, mostrando todo su orgullo y altivez. Dejándolo suelto y con las manos firmemente apoyadas en mis muslos, lo observó altivo y vanidoso, tieso y duro y apuntando hacia arriba.

¡Qué grande la tienes muchacho… eres digno heredero de tu padre! –dijo riendo abiertamente.

Se había acostado con mi padre, sus palabras me lo dieron a entender claramente al ponderar mi miembro de aquel modo tan directo y sin pelos en la lengua. Aquello me dio más morbo, saber que iba a follármela como mi padre ya había hecho. Me moría de ganas de entrar en ella y hacerle el amor hasta no poder más. Sin embargo yo también quería disfrutar el momento lo máximo posible y desplegar mis dotes de seductor hasta conseguir que se me entregara por entero.

Me gustas Lourdes.

¿Es eso verdad? ¿de verdad te gusto? –preguntó provocándome con el movimiento voluptuoso de sus caderas.

Me gustas sí. Me gustan tus curvas y tu mirada de vicio, tus movimientos sensuales y tu cuerpo maduro y bello.

Bien, bien… seguro que mientes pero siempre gusta escuchar esas cosas. Ven aquí, tú también me gustas muchacho.

Nos besamos suavemente, sacando ella la lengua hasta acabar atrapándola con la mía. Era momento de ser yo quien la hiciera gozar, de disfrutar de cada centímetro de piel de aquel cuerpo que deseaba hacer mío. Poniéndola en pie me dispuse a desnudarla. Soltando el cinturón anudado a su cintura, le abrí la bata para quedar con la boca abierta al vislumbrar la tersura de su blanca piel. Tan solo el conjunto negro de braga y sujetador y que ocultaba a la vista todo aquello que me moría por ver. No engaño al decir lo mucho que me excitó descubrirla con aquella ropa interior tan sensual. La amplia braga que apenas tapaba lo imprescindible y que dejaba escapar algún que otro pelillo por los lados. Lourdes tenía un cuerpo de fábula que me hacía enloquecer allí a mi lado.

No llegamos a la cama. Lo primero que encontramos fue la cómoda que descansaba en la amplia pared de la derecha. Haciéndola sentar y tumbar hacia atrás, me dispuse a disfrutar del mejor festín de mi vida. Tirando la braguilla a un lado, comencé a comerme la carnosa vulva que encontré empapada en jugos. Estaba cachonda como una perra y más lo estuvo al notar mis labios y mi lengua trabajándola del mejor modo posible. De labios abultados y rosado como flor en primavera, era evidente que había sido muy trabajado lo cual poco o nada me importaba y sí el ser yo el que ahora podía disfrutarlo. La lengua lamiendo arriba y abajo, abriéndole los labios para meter la lengua entre las paredes de su vagina. Los gemidos y las palabras sucias llenaron el dormitorio de casada de la mujer, jadeaba, se retorcía reclamando que continuara con  lo que le hacía. Le besé el interior del muslo pero pronto me hizo hundirme en ella, al doblarse hacia delante y cogerme la cabeza demostrando así lo que quería.

¡Chúpame cabrón, no me dejes ahora! –gritó cayendo nuevamente atrás hasta quedar pegada a la pared.

Con las piernas dobladas y las manos en los pechos que había dejado al aire, me entretuve en aquel coño tan sabroso y abundante en jugos. Parecía estarse meando de gusto, tan cachonda debía estar que pronto la escuché caer en el primero de sus orgasmos. Bebí prácticamente sin dejar nada, parte por interés propio, parte por la mano con la que me tenía ahogado en el manantial que era el sexo de mi querida tía.

¡Me co… rroooooo, me corrooooooo cabrón, chúpalo… chúpalo todo cariño!

Como digo bebí empapándome en el ardor que aquel coño desprendía, se retorcía sobre sí misma, pataleaba de forma descontrolada, jadeaba y pronunciaba palabras sin sentido alguno más allá del puro deseo que la dominaba. Un orgasmo tremendo, una hembra desconocida hasta entonces y de la que iba a gozar hasta mis últimas fuerzas costase lo que costase.

¿Qué me haces muchacho? Eres malo, eres realmente malo –la escuché decir nada más notar mi lengua rodeando el estrecho agujero posterior que frente a mí veía.

Dos espasmos le corrieron el cuerpo con el par de golpes que mi lengua dio tratando de humedecerle el ojete.

Ummmm cariño, eso no, eso no por favor… es demasiado para mí –confesó con voz entrecortada por el orgasmo recién sufrido.

Elevando la mirada de vez en cuando para ver lo que le hacía, volví a comerle el coño del que nuevamente brotó la abundancia de jugos con la que ya antes me había emborrachado. Un sabor amargo, salado, un aroma que me llenaba la nariz cada vez que la pasaba por encima de la rajilla húmeda y brillante. Me apoderé del clítoris haciéndola gritar de forma desconsolada pero agradeciendo al mismo tiempo lo mucho que la hacía disfrutar. Se lo chupé sintiéndolo crecer bajo mis labios, duro como un garbanzo y que llegué a mordisquear arrancándole de ese modo un orgasmo mucho más largo y escandaloso que el anterior. Esta vez sí pataleó de forma mucho más desesperada, buscando agarrarse a algo y encontrando tan solo la pared en la que hacer resbalar las manos y las uñas sin encontrar alivio alguno al clímax en que vivía. Enloquecí viéndola así, tan entregada al intenso placer que le proporcionaba. Mis labios se llenaron del calor de sus jugos, relamiéndome con descaro, me encantaba verla tan ardiente y abandonada.

¡Joder muchacho, lo has vuelto a hacer, lo has vuelto a hacer… eres fantástico mi niño!

Sin decir palabra le cogí las piernas haciéndoselas abrir. Deseaba follarla, no podía esperar más. Sentada en la cómoda como estaba, era todo un placer tenerla así para mí. Respirando aún con dificultad, los pechos redondos y de grandes pezones oscuros en los que mi mirada se clavó como un dardo de deseo.

¿Quieres metérmela? Dime, ¿quieres metérmela?... me gusta que me lo digas.

Pues claro que quiero metértela… me muero de ganas de hacerlo.

Eres un muchacho ardiente y fogoso… me gusta eso –la escuché decir agarrándome de la cadera para juntarme a ella.

Cogiéndome la polla entre los dedos, la acerqué a la hendidura que tanto me atraía. Entré en ella empezando a follarla con el primero de sus gemidos placenteros. Tenía el coño caliente de los orgasmos anteriores, lo noté ardiendo al envolver mi polla que atrapó con facilidad de tan mojada como estaba. Lanzó un agradecido gritito para después morderse ligeramente el labio inferior. Cara de vicio que me ponía a mil, Lourdes mostraba claros gestos de profundo placer con cada acometida que le daba. Me encantaba verla gozar de aquel modo. Se la veía hermosa, con el rostro sudoroso y el pelo cayéndole por encima. Se lo apartó con la mano, bufando y gimiendo al reclamar más y más. Yo le daba con fuerza, penetrándola hasta el final para salir y volver a entrar escuchándola quejarse.

Con fuerza, con fuerza muchacho… dámela toda.

De puntillas para tomar mayor impulso, los lamentos femeninos se tornaron en toda una sucesión de gritos desconsolados con la que animarme a continuar. El miembro entrándole para salir al instante y mi mano cayendo sobre el pecho que noté duro y de pezones erguidos. La cabeza de la mujer descansó en la pared para volver a elevarla con los ojos fijos en la unión de nuestros sexos. Yo le daba y ella se dejaba llevar por el lento balanceo que ambos imprimíamos a la follada. Todo mi sexo en su interior y los huevos pegados a la suavidad de aquella piel tan delicada y tersa. Bien abierta y con la pierna en el hombro, el espectáculo que me ofrecía era de lo más maravilloso que un hombre pueda imaginar. Se relamía de gusto, la mirada perdida pidiéndome más y puedo jurar que nunca había visto ninguna mujer gozar de aquel modo tan completo. Creo que se corrió una vez más, al menos los gestos y las palabras obscenas daban pie a pensar en ello. Mi polla resbalaba con facilidad pasmosa en aquel lago que era el sexo tórrido de mi querida tía.

Tómala Lourdes, tómala toda… me vuelve loco follarte de este modo.

Sí muchacho, sí… hasta el fondo, métela toda hasta el fondo.

De esa manera, los fuertes golpes de riñones siguieron un tiempo que no sabría señalar con exactitud, tan inmerso estaba en mi tarea.

¡Eres fantástico mi niño, qué follada más rica me estás dando!… nunca hubiera imaginado que fueras así de fogoso.

¿Y te gusta verdad?

Claro que me gusta, me tienes cachonda perdida… aaaaggggggg.

Acallé su alarido, buscando la boca para sentir los dientes mordiéndome el labio que laceró haciéndolo sangrar. La muy puta disfrutó el sabor de la sangre, besándonos con desvergüenza al atrapar mi lengua entre sus labios cálidos de pasión. La follaba pensando en otras cosas para aguantar las ganas de correrme. Me costaba horrores no hacerlo, tan placentero era gozar de tan húmeda vulva. La misma Lourdes ayudaba en su placer, acariciándose por encima del clítoris que masturbaba con rapidez inusitada. Gritaba, gritaba sin reparos y yo solo pensaba en que pudiéramos ser oídos por alguien. ¡Dios, pedazo polvo estábamos echando!

Aquellas tetas gloriosas me hacían enloquecer sin remedio, aquellos oscuros pezones eran un referente perfecto en el que centrar mi interés. Ella se incorporó apoyada a duras penas en los codos para mantener la mejor postura. Reía inquieta, sonriendo tímidamente para soportar el descontrol en que se hallaba.

Eres un cabrón, menudo bestia estás hecho… ¡qué polvo, qué polvo diossssss!

Salí de ella para volver a la carga enterrado en aquel coño que se abría como una flor al encuentro con mi sexo húmedo de jugos femeninos. Cada vez que salía de ella podía ver la polla cubierta de una sustancia viscosa y blanquecina, sin duda la que los líquidos de ambos creaba. Aquello duró un rato más, la posición me resultaba de lo más cómoda y al parecer a ella también se lo parecía. Se corrió buscando aire que respirar, los ojos cerrados y derrotada en su cansancio de hembra madura y hermosa a rabiar.

¡Cabrón, cabrón… me vas a matar de gusto, maldito cabrón! –confesó chupando con deleite el dedo que le ofrecí.

Eres tremendo Chus… no sé las veces que me he corrido y tú todavía no te has ido.

Se hace lo que se puede, hay que aguantar para que el placer sea máximo. Una mujer como tú se lo merece todo.

Eres malo, un chico muy malo pero me gusta…

Tú también me gustas, déjame que te bese –pedí con voz ronca.

Con la polla en ristre nos separamos. La imagen que presentaba era de lo más voluptuosa y llena de lujuria. Guiñándome el ojo y sacando la lengua me provocó para continuar. ¡Qué morbo tenía, qué morbo tenía! Bajo la turbia luz de la lámpara, hizo que la siguiera al enlazar los dedos a los míos.

Ven cariño, vamos a la cama… estaremos más cómodos, ¿no crees?

Fijé la mirada en el culo soberbio que tenía, redondo y firme y con algo de celulitis. Sin embargo no me importó, era lo normal en una mujer como ella con algún que otro kilillo de más en muslos y cartucheras. Mejor, así había donde agarrar.

Túmbate cómodo, continuemos con lo nuestro sobrinito.

Era plenamente consciente de con quien estaba, no había duda de ello. No había duda que se estaba tirando a su joven sobrino o que su joven sobrino se la estaba tirando a ella lo mismo era. Quedé boca arriba y con la lanza elevada al techo. Acercándose y subiendo donde estaba, quedó pronto montada. Se la clavó ella misma removiendo las nalgas de forma avezada en el lento cabalgar que se impuso. Mis manos atraparon el trasero que tanto me ponía y así empezamos a movernos de forma acompasada, cabalgando ella y empujando yo. El coño tragón acogía mi miembro y lo expulsaba según los movimientos que la experta mujer llevaba a cabo. Enseguida comenzó a moverse mucho más deprisa, agitándonos al tiempo entre los gemidos y jadeos entrecortados que ambos protagonizábamos. Lourdes botaba arriba y abajo como la amazona que era, menuda yegua había encontrado. Cabalgaba y cabalgaba buscando su placer y el mío, gimoteando y hablándome al oído con palabras tan pronto dulces como mucho más procaces segundos más tarde.

Fóllame Chus, fó… llame hasta el final… qué dura la siento sí…

Muévete putilla, muévete – me animé a decir viéndola tan perversa y atrevida.

¡Oh sí cariño, dime esas cosas… me encanta que me las digas! –aseguró cubriendo mi boca con la suya en un beso lleno de lascivia.

Soportando el agradable trote, le golpeé el culo con sendos azotes que la hicieron gritar de emoción. Lo tenía tan enorme, me moría de ganas por probarlo y hacerlo mío. Mi hermosa tía se elevaba apoyada en las manos, hundiendo las uñas en las sábanas deshechas mientras hincaba mis dedos en la carne dura y prieta de sus costados. Escapé de ella y cogiendo mi polla con los dedos la incrusté al instante en el coño húmedo y agotador. Ella se retorcía moviendo la cabeza a los lados y sin control alguno de lo que hacía.

Me llena cariño… qué grande y dura y qué aguante que tienes muchacho.

Yo empujaba contra ella, concentrado en alargarlo todo lo posible o morir en el intento. No todos los días se tiene una hembra como aquella. Se levantó para darse la vuelta y quedar ahora en cuclillas y de espaldas a mí.

Ummmmmm –escuché su disfrutar nada más sentirse nuevamente llena.

La melena colgándole por encima de mi cara y vuelta a las andadas de aquel polvo interminable y extenuante. La enlacé por la cintura, haciéndola tender para tomar entre mis dedos las montañas de emoción que eran sus pechos. Ella rió divertida para cambiar rápidamente de gesto al quedar una vez más sumida en una sinfonía de alaridos y lamentos que me hacían follarla con mayor vigor. Tan fuerte le daba que la levantaba en el aire para caer al instante hundiéndose los cargados huevos contra ella.

¡Me matas nene, me matas!… ¿dónde aprendiste a hacerlo así?

Menuda puta estaba hecha mi querida tía, menuda máquina de follar y era toda para mí. Sollozaba, reía inquieta, jadeaba la locura de su placer sin parar un solo instante de removerse sobre el eje incansable que la atravesaba. No sabía cómo soportaba aquello, en ocasiones me corría rápido para aguantar extrañamente en otras sin saber muy bien el motivo.

Para cariño, para… necesito un respiro, no puedo más –dijo separándose de mi lado un breve momento.

La atrapé sin embargo por la cintura obligándola a quedar a cuatro patas, con el culo en pompa mostrándose en todo su esplendor. Le bajé las bragas haciéndolas resbalar piernas abajo hasta quedar completamente dispuesta para mi disfrute. Creí marearme viendo tanta belleza. Metiendo la cara entre los cachetes, me entregué a chuparle el coño pasando también la lengua por encima del agujero anal. Vi que era receptora a ello y que le gustaba que se lo hiciera. Humedecí ambos agujeros, entreteniéndome especialmente en el esfínter anal que vibraba con cada uno de los roces que mi lengua le daba. Escupí esparciendo las babas por toda la zona mientras la mujer removía el culo reclamando mayor atención. Doblando la pierna y echando la mirada atrás esperó el nuevo ataque.

Dámela nene… métemela y hace tuya…

Entré en el coño follándola con facilidad gracias a .la postura adoptada. Con la pierna doblada, las entradas se hacían fáciles siendo yo la parte activa de la follada. Me excitaba verla con la boca abierta y la mirada perdida de puro deseo una vez más.

Sí Chus, sí… dámela toda, la quiero la quiero sííííííííí.

Tómala tía, me encanta follarte… eres una hembra estupenda.

¿De verdad lo crees?

Pues claro que lo creo, ¿acaso te extraña con el polvo que estamos echando?

Gracias muchacho, eres un buen chico. Continúa…

La follé cumpliendo sus deseos, escuchándola gemir y lamentarse con cada nueva entrada. Pero necesitaba algo más para hacerla mía. Sin dejar de empujar y llevando los dedos al ano comencé a presionar tratando de abrir el estrecho esfínter. Lourdes se contrajo reconociendo la aviesa caricia.

¿Quieres follarme el culo?... dime, ¿te gustaría follarle el culo a tu querida tía?

Me encantaría, cómo no…

Bien, ¿por qué no probarlo?... pero con cuidado, es demasiado grande para mi pobre culito.

No creí sus palabras. Aquel culo debía llevar muchas batallas ganadas. Deseaba hacerlo mío y escucharla berrear de gusto. Chupándome los dedos los acerqué al ojete, empujando con decisión hasta ver que se abría tras unos segundos. Ella solo gemía y gruñía con las manos clavadas en la sábana y la cara echada a un lado. No tardó en estar lista, como supuse estaba más que acostumbrada a ello. Y resultó de lo más confortable enterrándome entre aquellas paredes que me acogieron con apenas dos golpes de riñones. Lourdes cayó abatida sobre la cama, las piernas le fallaron y se mostró pronto rendida a mis deseos. Comencé a sodomizarla de forma enérgica, con el ímpetu de mis pocos años y la fuerza del joven macho. Los ojos en blanco y los dientes en los labios humedeciéndolos en el fragor de la batalla.

Cariño, oh cariño. Estoy muy caliente, estoy muy caliente… me tienes ardiendo de gusto.

Con cuidado, despacio… me quema por dentro pero continúa moviéndote…

Aquel trasero me tenía embobado. Al fin era mío y pensaba sodomizarla hasta acabar con mis últimas fuerzas. Las acometidas se hicieron más profundas, los muelles del somier comenzaron a quejarse de acuerdo a lo que allí pasaba. No podía creerlo, no podía creerlo. El culo de mi tía y era yo quien lo follaba con total complacencia por su parte. Parecía una vulgar ramera pero en aquellos momentos era para mí la mujer más hermosa a la que poder poseer. Me sentía cansado, mucho rato llevábamos así y todo tiene un límite. El orgasmo me llegaba, la vista parecía nublarse, los huevos me dolían de tanto tiempo soportando mi placer.

Me voy a correr –le avisé junto al oído que chupé y lamí arrancándole un grito de júbilo.

Sí cariño, sí… córrete vamos… dámelo todo lo necesito.

Continué chupando y lamiéndole la oreja, lanzándole el aliento entrecortado, devorándola bajo mi peso. Mi tía solo se lamentaba reclamando mis últimas embestidas, reclamando las últimas arremetidas de aquel tórrido encuentro.

Córrete dentro… échamelo dentro no te preocupes. Me gusta sentirlo correr dentro de mí.

Escuchar sus palabras y correrme fue todo uno. Tanto me excitó oír lo que pedía que terminé por derramar mi orgasmo entre las paredes de su estrecho canal. Ella se corrió casi al tiempo, imagino que animada por el calor del semen que la llenaba. Ambos gritábamos, olvidados por entero del resto del mundo. Solos los dos en el fervor del éxtasis que nos consumía por dentro. La envolví abrazándola bajo mi cuerpo, comiéndole el cuello y el hombro en los que acallar la pasión de aquel brutal combate. El culo lleno de lefa, salí de ella observando maravillado cómo el líquido viscoso resbalaba yendo a caer sobre las blancas y delicadas sábanas.

Ufffffff muchacho, menudo polvo más bestia. Necesito descansar, ven abrázame…

Abrazándola con fuerza la besé de forma tierna, uniendo mis labios a los suyos y notándolos temblar de deseo contenido. Lourdes respondió al beso pidiéndome que pasara la noche con ella.

¿Y el tío? –pregunté mostrándome algo preocupado.

Cariño no te preocupes por él, hasta por la mañana no volverá.

A su lado y de espaldas a mí, la cubrí mi sexo pegado al trasero que instantes antes había hecho mío. Pensaba que lo fuera muchas más veces. A mi espalda, escuché un ruido que me hizo poner alerta. Al volverme todo cobró sentido. Desde el pasillo, con los pantalones bajados y grumos de semen entre los dedos, el tío nos veía besarnos y amarnos tras acabar la feliz copula. Marido cornudo, me aprovecharía de ello para disfrutar del cuerpo de mi querida y hermosa tía. A partir de ese momento, los viajes al pueblo se hicieron de lo más habituales.

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