miprimita.com

Xana contra los 1.101: La Gangbang Más Brutal (7)

en Zoofilia

Xana estaba de nuevo semitumbada sobre la cama de matrimonio de la habitación, de piernas abiertas, con su chochete y muslos chorreantes de sus propias corridas y de la lefa de todos los hombres que habíamos abusado de sus orificios durante más de dos largas horas.

Bebía de una botella de agua de un litro, a morro, intentado recuperarse poco a poco de la follada. Pero le era inevitable. Intermitentemente se llevaba las yemas de sus dedos a su entrepierna, toqueteándose el mejunje entre blanquecino y amarillento que se escapaba de sus intimidades. El que tantos hombres habíamos vertido en ella.

-¿Estás más recuperada? –le preguntó mi cuñado Enrique, desnudo como los demás y apoyado contra el umbral de la puerta del baño de la habitación. Todos nos toqueteábamos las pelotas y nuestras pollas entre fláccidas y morcillonas.

-Sí –se retiró ella un mechón de pelo de su sofocado rostro. –Ya estoy dispuesta para seguir la guerra –sonrió, apoyando sobre una de las mesillas de noche la botella de vidrio de la que había bebido. -¿Qué me tenéis preparado ahora?

-Algo de lo que yo tengo muchas ganas –dijo mi sobrino Manuel, que rascándose su velluda barriga, tan redonda como la de su padre Enrique, abrió la puerta del cuarto y salió al pasillo, desnudo como todos.

-¡Qué misterio! –sonrió con complicidad Xana, quien pareció entrever nuestras intenciones al escuchar aquel peculiar sonido a través del corredor.

La puerta entreabierta se abrió completamente y allí apareció de nuevo Manuel, acompañado de mi sobrino mayor, Vicente, y dos de los chicos de la granja, un treintañero llamado Bautista que era de la aldea cercana al pueblo, de físico normal, moreno de pelo greñoso y piel lechosa y Justo, un señor de unos cincuenta años, alto, delgado y de cuerpo fibroso y piel curtida por el sol que ya se notaba en su cuerpo.

Todos sonreimos, igual que la propia Xana al descubrir lo que traían con ellos.

-Aquí están los dos primeros –sonrió Juan Luis, el maduro dueño de la granja, señalando a los dos enormes rottweilers.

-Me encantan. Les recuerdo a los dos –dijo Xana, mientras que los animales, olisqueando, empezaban a mostrarse excitados, sacando sus lenguas fueras y mirándonos tanto a los hombres que rodeábamos la cama desde lejos, como a Xana.

-¿Con cuál te gustaría empezar? –preguntó Manuel, acercándose a la cama, sentándose en el borde y haciendo que mi esposa separara sus piernas.

-Con el que la tenga más pequeña de los dos –respondió ella cachonda.

-Uffff… -resopló Justo, el maduro alto, delgado y de piel morena. –Pues los dos están muy bien dotados. Mejor que la mayoría de los que estamos aquí.

-Lo sé –dijo ella, contenta.

-Este, Rocky, la tiene un poco más pequeña que Marruto –contempló Bautista, el otro granjero.

-Pues estoy preparada –dijo Xana.

Juan Luis hizo un asentimiento y Bautista guió al animal hasta la entrepierna de Xana, que se preparó aún más, acercándose al borde del colchón. El perro olisqueó su coñito y sacó la lengua, algo inseguro, solo que el granjero treintañero introdujo habilidoso uno de sus dedos en el chochete de Xana y lo extrajo de nuevo, totalmente pingando jugos y esperma, que el animal empezó a lametear con avidez, pasando directamente a hacerlo en la entrepierna de Xana.

Mi esposa gimió al notar la húmeda lengua de aquella bestia canina. Se separó los labios para darle más acceso.

-Ahhhhh… -jadeó la muy puta. Mi mujer era una diosa insaciable, y todos nos sonreímos cómplices de ello.

-Vete preparándole –le ordenó Juan Luis, el maduro, a Bautista.

-Claro, jefe –dijo este contento, acuclillándose junto al perro y empezando a pajearle.

Pronto, bajo el perro empezó a emerger un trozo de carne rojiza que lentamente empezó a tomar buen tamaño.

-Mirad cómo se le pone al hijo de puta del perro –soltó socarrón mi sobrino Vicente.

-¡Menudo cipote! –rió Manuel, divertido.

Bautista, meneó orgulloso hacia un lado aquel pollón canino, que continuaba creciendo y soltando chorros de líquido. El animal giró su enorme cabeza para mirarnos, dejando de lamer a Xana.

-Quiero probarlo –dijo ésta, descolgándose de la cama, poniéndose al otro lado del perro.

Bautista le pasó el pollón rojizo y casi amoratado del perro y mi esposa lo tomó con habilidad. Arrodillada sobre la moqueta, empezó a agacharse, mientras el granjero rascaba la cabeza al can y le entretenía.

-¡Qué gorda! –dijo mi esposa, que la colocó a un palmo de su boca, provocando que un chorrazo de líquido le encestara entre sus labios.

-¿A quién te recuerda con ese grosor? –le preguntó mi sobrino Manuel, agachándose junto a ella y sobándola una de sus gordas y colgantes tetas.

-Uhmmmm –valoró pensativa la zorra de mi mujer, sopesándola. –Creo que es como la de Pascual –se refirió a nuestro yerno, el marido de nuestra hija Lourdes.

-Pascual la tiene grande y gorda, pero creo que ese perro la tiene más grande todavía.

-Sí –asentí yo, casi seguro.

-Posiblemente –concedió Xana. -¿Quizás como la tuya, cuñado? –sonrió con picardía a Enrique.

Él le devolvió la sonrisa, meneándose su pollón choricero, que empezaba a despertar.

-Creo que yo la tengo más gorda que él.

-¿Lo comprobamos, papá? –dijo con una retadora broma mi sobrino Manuel.

Decidido, mi cuñado Enrique se acercó y se arrodilló junto al perro, que curioso pero a la vez tranquilo nos observaba a todos. Los demás también dimos un paso adelante para asistir a aquella comparación.

Xana estiró su habilidosa mano y, sosteniendo en una de ellas el chorreante cipote del perro, con la otra comenzó a meneársela y a pajear a Enrique con fiereza.

-Vamos, cuñado –le animé a que demostrara su virilidad y hombría, luciendo lo antes posible su enorme cipotón tieso. Le di unos toques en el hombro. Él confiado, no retiró la vista de la mano de Xana.

Aquel pollón enseguida respondió como debía. En menos de un minuto lucía de nuevo una erección impecable.

-Muy bien, campeón –le felicitó Xana.

-Ese es mi padre –dijo Manuel.

-Vamos. Ya puedes comparar –le invitó Enrique.

Xana, rápidamente colocó casi paralelas las dos pollas, la del rottweiler y la suya. Todos pudimos comprobar que no por mucho, mi cuñado ganaba con su cipote de 20 centímetros, por un par de ellos, al animal. En cuanto a grosor, estaban casi a la par. La diferencia era mínima.

-¡Ganas tú! –dijo Xana, que sonriente, comenzó a colocarse de espaldas, y Rocky, el perro, empezó a ponerse nervioso. –Lo quiero por el culo.

-Claro, princesa –le dijo Bautista, el granjero, satisfecho. –Lo tendrás entero.

-Con su bola y todo –comentó Justo, el otro granjero.

-Sí –dijo Xana, notando como el animal se subía sobre ella, lo que la obligó a soltar un gritito. Las patas del bicho arañaron y apretaron sus costados.

Habilidoso, Bautista guió el pollón del animal y, teniendo en cuenta que el culo de mi esposa estaba perfectamente dilatado, caliente, encharcado y tragón, el perro la entró dentro de golpe, sin pestañear.

Xana soltó un largo gemido y se agarró a la cama, mordiendo el borde del colchón ante la pujante penetración. El perro empezó a agitarse adelante y atrás, y nosotros nos pajeamos nuestras pollas erectas o casi tiesas. Nos escupíamos en las manos y nos masturbábamos.

-¡Así, zorra! –se puso en pie Bautista, dejando al perro que hiciera su trabajo. El granjero se sentó en la cama, frente a la cara de mi mujer, y le ofreció su polla circuncidada y cabezona, de unos 15 centímetros. Xana, rápidamente, apagó sus jadeos tragándosela. Bautista, cerró los ojos y gimió de gusto al notar la boca mamona de mi esposa.

-¿Cuántos tenéis preparados? –le preguntó Enrique a Juan Luis, refiriéndose a los perros.

-¿Cuántos creéis que necesitará? –nos interrogó el maduro a mí, a mi cuñado y a mi sobrino Vicente, que sonreía conociendo bien la respuesta. Pero fui yo quien contesté.

-Una vez que empieza… -elevé las cejas.

-La otra vez fueron tres –dijo Juan Luis.

-Sólo tenemos que retarla –sonrió mi sobrino Vicente, sabiendo bien cómo era aquel juego de los retos con su tía.

-¿Qué se te está ocurriendo? –le interrogó su padre.

-Podemos apostar… ya sabéis. Dinero… A ver a cuántos perros le apetecería follarse…

-¿Seguidos? –participé yo.

-Seguidos –afirmó canalla mi sobrino Vicente.

Durante un momento todos nos sonreímos cómplices. Después hice una señal con la barbilla a Juan Luis.

-¿Cuántos perros podrías tener disponibles tirando por lo alto?

-¡Justo! –llamó al granjero maduro y delgado, que en ese momento acariciaba las tetas de mi esposa. Éste se levantó y vino hacia nosotros. -¿Cuántos podríamos tener?

-¿Perros? –dijo el hombre, y durante un instante se quedó pensativo. -¿Cuántos queréis? –soltó resuelto.

-Cinco –le respondió Juan Luis.

-Seis –añadí yo.

-Ocho –soltó mi cuñado Enrique, y todos los miramos sonriendo.

-Yo digo que trece o catorce –soltó seguro de lo que decía mi sobrino Vicente.

Todos estallamos en carcajadas, justo en el instante en que un fuerte gemido reventó en la garganta de Xana. Esta agarraba las partes traseras del animal, que le había entrado dentro, explotando en todo su culo y haciéndola sentir aquel torrente de esperma animal mezclándose con el de la orgía precedente.

-¡Así! ¡Córrete, tía! ¡Vamos! –le animaba mi sobrino Manuel.

Ella había dejado de mamar la polla de Bautista y notamos que ella temblaba. El sonido de su garganta se volvió más agudo y de pronto le sobrevino aquel tremendo orgasmo, acompañado de la explosión de líquidos vaginales. El perro, totamente abotonado al culo de mi esposa, se agitaba nervioso, intetando zafarse, pero Bautista lo impedía.

-Cabrones… -resopló mi mujer, gritándonos.

-Venid aquí y decidme cuantos perros queréis que me folle y lo haré.

-¿Cuántos serías capaz de follarte, tía? –le preguntó Manuel, cachondo y curioso.

-Más de tres y menos de quince –resopló ella.

Todos reímos al tiempo que ella gemía, con Rocky, el rottweiler, intentando zafarse sin conseguirlo.

-Puedo conseguiros seis –dijo Justo, el granjero delgado y maduro. –Estos dos y tres más. Quizás un sexto si llamo a mi hijo al pueblo.

-¿Tienen buenas pollas? ¿Son perros grandes? –le interrogó mi sobrino Vicente.

-Son otro rottweiler, un pitbull y dos pastores alemanes. La dejarían bien satisfecha.

-¿Estás seguro? –insistió mi sobrino, y el granjero maduro sonrió. Pero no contestó.

-Claro que seguro. Si no, puedes preguntarle a su mujer –respondió Juan Luis, el dueño de la granja.

Todos nos miramos entre divertidos y sonreídos.

-En mi familia somos también amantes de los animales.

-¿Cómo de amantes? –le interrogó mi cuñado Enrique.

-Su mujer es más de perros y caballos –dijo Juan Luis. –Y de esta también –se meneó su tremendo cipotón el dueño de la granja.

-Y mis hijos y yo somos más de yeguas, perras, ovejas y gallinas.

-¿Gallinas? –preguntó confundido mi sobrino Vicente.

-Un auténtico manjar –le aseguró Juan Luis.

-¿Nunca te has comido el coñido de una yegua o de una oveja, chico? –le interrogó Justo a mi sobrino Vicente.

-Mi padre y mi tío –nos señalaron a una yegua, creo.

Enrique y yo asentimos.

-Yo a una oveja también –le recordó su padre.

-Bautista, mis hijos y muchos más del pueblo han aprendido conmigo estas artes amatorias, chaval –dijo orgulloso Justo, que era pastor además de granjero en la granja de Juan Luis. –Deberías ponerte en mis manos.

Un fuerte gemido le sobrevino a Xana. Rocky, el rottweiler, se había liberado de ella, que quedó exhausta sobre el suelo enmoquetado de la habitación. La enorme polla chorreante y menguante del animal dejó perdido el cuerpo de mi mujer y la moqueta. Todos la mirábamos.

-Yo quiero probar lo de la gallina –comentó mi sobrino Manuel.

-Tendremos que buscar una de las especiales –sonrió Juan Luis, dándole golpecitos en el hombro. –No todas sirven. Si no quieres que el animal…

-Entiendo –asintió Manuel.

-Mi hijo Rodrigo es un experto criándolas y… amándolas –sonrió Justo.

-Sí. Ese chaval… Es un portento –aseguró Juan Luis.

Xana se incorporó, se giró y nos miró. Marruco, el otro rottweiler esperaba su turno ansioso.

-¡Cabronazos! –se recompuso ella. –¿Estáis pensando en follar ovejas y gallinas?

-Mientras tú follas con  perros –le dijo Bautista, acariciándola el pelo. –Y yo te ayudo.

-Bien –aceptó Xana contenta.

-Tía. Llamaremos a Pascual, a Darío, Costel y los demás… -anunció mi sobrino Vicente.

-Tranquilos. Si me quedo en buena compañía… –se irguió ella, inclinándose sobre Bautista, abrazándole y morreándole de forma acaramelada.

-La dejamos en buenas manos, con Marruco y Bautista –aseguró Juan Luis.

-Te enviaré a los demás perros –le aseguró Justo a su compañero granjero. –Vamos a los cobertizos.

Sin más, en pelota picada, los seis hombres bajamos por la casa, salimos fuera y en el porche comunicamos nuestras intenciones a mi yerno Pascual y a los demás.

-¡Qué cabrones! –dijo éste.

-No os preocupéis. La tendremos bien atendida –se hizo cargo Darío, el hermano de Pascual, refiriéndose a mi esposa. –Pero luego tendréis que enseñarnos lo que aprendáis.

-¿Por qué no te vienes? –le invitó Manuel a Darío, que miró a su hermano titubeante.

Pascual le sonrió.

-Vete tranquilo. Están aquí Costel y los chicos –señaló mi cuñado al enorme rumano que estaba en pelotas, con su redonda tripaza velluda y su cigarrillo a medio fumar en la mano.

-De acuerdo –aceptó Darío. –Siempre tuve ganas de probar estas cosas… Y no te olvides de llamar a papá para ver si está atendiendo bien a Lourditas.

-Apuesto a que tu padre la está atendiendo muy bien –aseguré yo, pues conocía bien a mi consuegro y a sus descabelladas ideas. Seguramente estuviera testando con mi hija uno de sus cachondos experimentos.