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Mi vecinita 22

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Capítulo 22

 

 

 

Desperté sobresaltado. ¡Me había dormido! Hecho que no tendría nada de extraordinario si fuese por las circunstancias que lo acompañaban. Me había quedado dormido mientras disfrutaba de las buenas atenciones de dos lindas jovencitas. Coral y su prima Vero, habían acudido puntuales con la sana intención de follar conmigo. ¡Y vaya si lo habían hecho! Las dos me habían dejado seco. Después de unos polvos bestiales, nos habíamos echado sobre la cama para descansar y reponer fuerzas. ¡Y me había quedado dormido! Tenía a dos auténticas bellezas a mi entera disposición y me había quedado dormido. Vaya manera de perder el tiempo. Tenía ante mí un espectáculo lésbico de primera y me lo estaba perdiendo.

 

Tardé bastante en despejarme y ser consciente de lo que estaba sucediendo. Cuando lo hice, se apoderó de mí una desazón que no soy capaz de describir en su totalidad. Ver a dos bellas jovencitas retozando alegremente completamente desinhibidas, es algo que le eleva a uno la moral… y otras cosas. Para mi desgracia, esas otras cosas que debían elevarse, no lo hicieron. En su lugar, sentí un incómodo malestar, la sangre trató de volver a mi polla, pero ésta se negó a recibirla. Palpitó dolorosamente un par de veces antes de rendirse y desfallecer definitivamente. Algo lógico y normal, si lo pensamos con calma. Después de follar sin parar por más de una hora y de correrme al menos tres veces, es normal que la pobre necesitara un tiempo para reponerse. Pero el espectáculo que tenía delante era tan bueno, tan caliente y excitante que me daba rabia no poder disfrutarlo en su totalidad. Tendría que conformarme con ser un simple voyeur, un mirón incapaz de ir más allá.

 

Y era una auténtica pena, porque las dos niñas sí que estaban disfrutando plenamente del sexo. La sala rebosaba con los lúbricos jadeos que se escapaban de sus gargantas. Quedos gemidos, que incapaces de ser ahogados, exteriorizaban el intenso ardor que las dominaba. Ahora que lo pienso, creo que fueron sus sofocados suspiros los que me despertaron. El caso es que allí estaban, comiéndose el chochito la una a la otra con verdadero ansia. Se estaban devorando la una a la otra. Tan concentradas en lo que estaban haciendo, que ninguna de las dos se dio cuenta de que las estaba observando. Les brillaba la piel, como gotas de rocío, infinidad de gotitas de sudor cubrían sus agitados cuerpos. Eso sí que era una lucha cuerpo a cuerpo y no la que se ve en las películas de acción. Olía a sexo. La habitación entera apestaba a sexo. El aroma que manaba de sus lubricados coñitos lo impregnaba todo.

 

Y sin embargo, no se me ponía dura. No es que no me excitara lo que estaba viendo. Tenía la libido por las nubes. Lo que pasaba es que mi polla se negaba a pasar de morcillona. Un poco durita, pero incapaz de penetrar ningún chocho, por muy abierto que se lo pusieran. Y es que era demasiado pronto. Después de los polvazos que les había echado a ese par de hembras, necesitaba unos minutos de descanso para reponer fuerzas. Que digo unos minutos, por lo menos doce horas de relax absoluto. Tendría que esperar al día siguiente, sábado, para poder disfrutar de mis chicas plenamente. Resignado me levanté lo más discretamente que pude y no molestarlas ni distraerlas de ningún modo. Quería refrescarme, tomarme una cerveza y ponerme cómodo para no perderme detalle. De paso aprovecharía para revisar las cámaras y asegurarme de que todo se estaba grabando. Lo cierto es que una vez editados apenas si revisaba los videos. Con el jaleo del curro no tenía tiempo para casi nada fuera del trabajo. Me maldije al instante, sólo tenía los fines de semana para evadirme de mis problemas laborales y perdía el escasísimo tiempo que tenía con Coral para acordarme de ellos. Comprobé que las cámaras estaban en orden y saqué una cervecita fresquita de la nevera del hotel. No solía usarla mucho, a pesar de que estaba bien provista. Lo cierto es que apenas si paraba en aquella habitación. Quitando el indispensable tiempo que necesitaba para dormir y el que empleaba para follar con Coral, el resto del día lo pasaba fuera. Para eso estábamos en verano.

 

Las chicas seguían a lo suyo, ajenas a mis evoluciones y paseos por la habitación. Al menos eso era lo que yo creía. Me senté en el sofá frente a la cama y le di un buen trago a la lata. El refrescante líquido me elevó el ánimo. Por un instante llegué a pensar que mi amiguita se había repuesto y estaba lista para un nuevo asalto. Bueno, si no lo estaba, no tardaría en estarlo. La euforia me duró poco. En cuanto el refrescante líquido se perdió por mi garganta, la cruda realidad se me hizo una vez más patente. “Espera chico, relájate y disfruta. No te obsesiones que es peor. Mañana estarás otra vez en forma y te las podrás tirar a conciencia una vez más.” Este pensamiento, por más que me saliera del alma no me acabó de gustar. Por un lado, reconocía mi derrota en aquel mismo instante. Pero por otro, lo que era más importante, era que estaba dando por sentado la presencia de Verónica en mis futuros encuentros con Coral. Y si bien es cierto que la primita no tenía nada que la hiciera desmerecer; mis sentimientos hacia Coral, se habían vuelto más fuertes. No quería bajo ningún concepto estropear mi ya de por sí complicada relación con mi vecina. Y tenía la sensación de que a pesar de las apariencias, follar con Verónica no arreglaba las cosas. Por más que la idea de follar con ella no hubiera sido mía, al menos no originalmente; y que su presencia en el hotel hoy hubiese sido toda una sorpresa. Algunas expresiones que esporádicamente descubría en el rostro de mi chica, me hacían entrever que la cosa no estaba tan clara. Había gato encerrado, tendría que revisar los videos para cerciorarme de mis sospechas, si encontraba tiempo para ello, claro.

 

Así estaba yo perdido en mis cavilaciones, cuando descubrí a mis dos niñas mirándome con picardía. Mientras estaba distraído, se habrían dado cuenta de lo que estaba haciendo y seguramente habrían ideado algún plan. Más que nada porque la mirada cómplice que se lanzaron y la socarrona sonrisa que se le quedó, así me lo hicieron suponer. Sin mediar palabra y sin quitarme los ojos de encima se me acercaron las dos a cuatro patas. Como dos gatitas en celo, contoneaban sus cuerpos con sorprendente gracia y belleza. Verlas acercarse ya suponía toda una experiencia. El descaro de sus miradas, la picardía que se asomaba en sus sonrisas, la voluptuosidad que se apreciaba en el movimiento de sus caderas que se transfería hacia sus lindos traseros con sensual elegancia… en fin, todo en ellas. Hipnotizado por su modo de aproximarse, no podía apartar la mirada de ellas.

 

Y ellas, conocedoras de las intensas sensaciones que en mí despertaban, se recrearon en su paseo. El sofá no estaba lejos de la cama, una habitación de hotel, no es demasiado espaciosa, pero mis niñas tardaron bastante en llegar a mi lado, por lo menos se cruzaron y cambiaron de sitio un par de veces antes de colocarse a mis pies como dos gatitas mimosas. Se sentaron frente a mí, sumisas dispuestas a obedecer mis órdenes. Como no les decía nada, decidieron tomar la iniciativa. En realidad, hacía tiempo que la llevaban pues yo me estaba limitando a observar y disfrutar de cuanto ellas, generosas, me ofrecían. Empezaron por besarme y lamerme los pies a conciencia, para después seguir subiendo por las pantorrillas,  proseguir hasta las rodillas,  alcanzar los muslos y saludar a mi indolente amiguito. Sus manos no se quedaron quietas y pronto las tuve acariciándome arriba y abajo por mis piernas, entreteniéndose cada vez más por el interior de mis muslos. No puedo decir que fuese insensible a sus atenciones, todo cuanto estaban haciendo, me gustaba sobremanera; pero ni aún así, mi amiguito daba muestras de querer despertarse. Como seguía sin hacer ni decir comentario alguno, Verónica decidió sacarme de mi mutismo.

           

-              ¿Listo para un nuevo asalto?

-              ¿Cómo? No, me temo que no podrá ser, necesito un poco de tiempo para reponer fuerzas. Mañana, más descansado, os podré complacer, linda damisela.

-              ¡Mañana! ¡Mañana no podremos venir! ¡Ni el domingo!  -Interrumpió Coral visiblemente alterada.- Creo que te lo dije.

 

La inmediata respuesta de Coral, lo elevado del tono de su voz y el ligero temblor en la misma, y el evidente nerviosismo que se apoderó de ambas; me hizo entender a las claras de que ciertamente les sería imposible acudir sin quedar en evidencia delante de sus familiares. Deduje que tendrían algún compromiso importante y que no podrían eludirlo. Pero tanto nerviosismo… me escamó. Quizás fuera impresión mía, pero me resultó extraño; una respuesta tan exagerada por parte de ambas, debía de tener una razón que yo no alcanzaba a comprender. Como sabéis, me sentía bastante mal por tener que incluir a Verónica en nuestros juegos, de modo que no quise incomodar más a mi chica. Me limité a darles la razón y quitarle hierro al asunto. Después de todo, ya me había asegurado la obediencia de Coral, podría mostrarme razonable y hasta magnánimo.

 

-              Ahora mismo no me acuerdo. Si no podéis mañana, pues tendrá que ser a la semana que viene entonces.

-              ¿Nos vas a dejar en mitad de la fiesta? Sólo tenemos el día de hoy y queremos aprovecharlo. ¿Seguro que no te apetece un último polvo?

 

El descaro de Verónica no tenía límites. Mientras me incitaba con su voz, empleando el tono más sensual del que era capaz, su mano se había ido deslizando por el interior de mis muslos hacia mi desdichada polla. Pero es que su prima no se quedó a la zaga. Y con igual determinación y destreza introdujo su mano en mi sufrida entrepierna. Quizás no tuviera el mismo desparpajo que Verónica, pero ciertamente la acompañaba la misma determinación. Mi polla, sorprendida ante el decidido y artero asalto combinado, dio un tan enérgico como efímero respingo. Lo que evidenció la increíble y certera habilidad de mis chicas y el lamentable estado en el que me encontraba. Ambas mujeres habían venido a follar, y eso era lo que ahora querían y demandaban de mí. Yo solo me había metido en este embrollo, y ahora tenía que dar la talla ante ellas. Cómo lo hiciera, bueno ése era, en realidad, mi problema. Pero estaba claro que esperaban de mí una buena respuesta.

 

-              No soy yo al que no le apetece. A la que tenéis que convencer es a ésta que no quiere levantarse. Si sois capaces de hacerlo, no os faltará hombre, nenas.

 

Era una fanfarronada, estaba seguro de que no lo conseguirían por más que lo intentasen. Pero por otra parte, tampoco tenía nada que perder… y si tenía suerte y sonaba la flauta, podría darles para nuestro deleite, un nuevo concierto con el resucitado instrumento. Además, en el más que probable caso de que no lo consiguieran, dispondría de más tiempo para buscar un modo de satisfacerlas y, de paso mientras tanto, las mantendría entretenidas y contentas. Todo eran ventajas, orgulloso por “mi aguda respuesta”, me dispuse a disfrutar de las atenciones que seguro me dispensarían mis dos lindas, entregadas y cachondas jovencitas. No sabía bien dónde me estaba metiendo.

 

Las dos tigresas se lanzaron de inmediato al ataque. Satisfechas con mi respuesta, habían decidido no perder más el tiempo. Me dejé llevar. El denodado interés que manifestaban aquellas niñas me arroyó ni siquiera pude reaccionar a sus primeras caricias. Ambas me reclamaban para sí y mi atención se vio dividida entre ambas mujeres. No sabía a dónde atender, si a los sugerentes pechos que Coral me mostraba generosa y desinhibida; o a las diabólicas evoluciones de la traviesa lengüecita de Verónica sobre mi polla. He de reconocer que al principio, la cosa no funcionó del todo bien. Las atenciones de mis chicas, eran demasiado enérgicas. Tan ansiosas estaban por despertar mi polla que en vez de levantarla el ánimo, la asustaron. 

 

Sin embargo, pronto se dieron cuenta de su error y cambiaron de táctica. Coral más experimentada que su prima, tiró de galones y tomó el mando de la situación. Con una seguridad y una autoridad sorprendentes en ella, apartó a su prima de mi polla. Después y sin apartar su ojos de mí comenzó a darle tiernos piquitos aquí y allá. Elegía cuidadosamente los lugares donde posaba sus labios. Los espaciaba lo suficiente para que no cayeran dos, demasiado cerca. No sólo besaba mi polla, mis huevos también recibieron las expertas atenciones de mi chica. Las bondades de su nueva estrategia no se hicieron esperar. No es que se me empinara del todo, pero sí empecé a notar cierto interés en mi polla por querer recuperarse. Estaba seguro de que no pasaría de morcillona, pero el nuevo estado era una clara mejoría sobre el anterior. Entonces después de enseñarle a su prima cómo se hacían las cosas, la invitó a seguirla.

 

La seguridad y decisión demostradas por Coral me sorprendieron gratamente, no solo eso, también me llenaron de orgullo. En cierto modo, gracias a mí, Coral empezaba a afianzar su personalidad. Ya no se limitaba a obedecer o a seguir lo que decían los demás. Ahora, cuando estaba segura de algo, hacía o decía lo que consideraba conveniente. Hasta defendía su postura si alguien la interpelaba y le llevaba la contraria. El cambio que estaba experimentando mi vecinita, estaba siendo mucho más profundo y trascendental de lo que se apreciaba a simple vista. Y en cierto modo, yo había sido el involuntario artífice del mismo. No es que trate de justificar ahora mi chantaje alegando que el auténtico propósito del mismo era el de ayudar a Coral a darse cuenta de su propio potencial. No, eso sería un acto de cinismo demasiado rastrero hasta para el mejor de los políticos. Pero de algún modo, gracias al él, había surgido algo bueno de todo aquello. Algo que la había impulsado a replantearse su vida y la estaba ayudando reforzar su autoestima y afirmar su personalidad. Pensar en esto, me animó. Me hizo sentirme mejor, y eso se notó en el precario estado de mi miembro, que por un momento pareció recuperar su vigor.

 

La breve mejoría no les pasó desapercibida a mis atentísimas masajistas. Animadas por la pequeña mejoría, renovaron sus esfuerzos. Sin cambiar de táctica, extendieron sus delicadas caricias por mis muslos, vientre y pecho. Pero lo que de verdad me despertó de mi letargo, fue la inesperada y sorpresiva maniobra de mi querida vecinita. No sé qué fue lo que se le pasó por la cabeza a Coral, ni cómo se le pudo ocurrir. De repente, sentí su lengua hurgando en mi esfínter. Sí, metió su lengua en mi ano. Nunca le había pedido nada semejante y de pronto… No sabría decir muy bien qué fue lo que me pasó entonces. Un violento escalofrío me recorrió entero de la cabeza a los pies. Me olvidé de todo. De pronto, en un santiamén, se me puso dura de golpe. Fue sólo un espasmo. Con la misma rapidez con la que vino se fue. Pero por primera vez desde que me despertara, vi la posibilidad de recuperar mi anterior presencia de ánimo y, lo que es más importante, la potencia de mi cipote.

 

Mis niñas estaban cada vez más animadas, a pesar de los lentos progresos o más bien, gracias a ellos. No cejaban en su empeño y usaban sus manos y lenguas cada vez con más pericia. Intercambiaban posiciones con regularidad, pero Coral siempre llevaba la delantera. Conseguían tenerme atento a sus evoluciones, pero con tanto cambio, me resultaba imposible distinguir a una de la otra. Yo tampoco me quedaba quieto, y mis manos buscaban aquí y allá algo a lo que agarrarse una teta, un coño, un culo... No estaba para hacer distinciones de modo que tocaba indiscriminadamente sin saber muy bien a quién tocaba ni cómo tocaba. He de reconocer que no era demasiado delicado en mis atenciones. Tanta oferta y tan pocas manos… quise llegar a todas partes y no podía. El ansia hizo que en ocasiones obrara con demasiada brusquedad. Sin embargo, ninguna de las dos llegó a quejarse. Ni en mis mejores sueños me habría visto tan bien rodeado ni tan bien atendido. Dos preciosas jovencitas a mi entera disposición y totalmente entregadas. En circunstancias normales, el morbo de la situación, habría sido suficiente para tenerla más dura que el cemento armado. Ahora sin embargo, la tenía algo empinada, pero sin la consistencia que se esperaba de ella. Claro que con tanto ajetreo, poco a poco me iba olvidando del estado de la minga para fijarme más en lo que tenía por delante. Así fue como sin darme cuenta, de pronto me encontré con la boca de Coral comiéndome la mía.

 

Lo que pasó entonces, no soy capaz de explicarlo de manera racional. El contacto de nuestros labios me puso en estado de alerta. Pero la sensación que experimenté cuando me di cuenta de que era Coral y no Vero la que me besaba… fue electrizante. Me olvidé de todo y abrazándola, la traje hacia mí. Mis manos dejaron de buscar otros objetivos y se aferraron a su cuerpo como si sólo estuvieran hechas para acariciarlo. Nuestras lenguas se fundieron retorciéndose una alrededor de la otra. Después asaltaron cada una la boca de la otra; nada las detenía, como si quisieran llegar hasta la garganta. Me sentí arder, los labios me quemaban, el pecho parecía a punto de estallar y mi polla se irguió con tanta fuerza que parecía un cohete en fase de despegue. Se me fueron todos los miedos. Todas mis reticencias se me fueron de golpe ante la evidencia. Tenía mi herramienta tan dura como el acero, completamente operativa y lista para el combate. Y todo, porque Coral me besó.

 

Era Coral la que me levantaba el ánimo y me enervaba como ninguna otra mujer podía hacerlo. Pensar en ella, tenerla entre mis brazos, sentirla… me hacía olvidarme de todo. Quería complacerla, darle todo el cariño que se merecía, hacerla disfrutar como a una perra y volverla loca. Eso era lo que me daba fuerzas y me había permitido ponerme en forma. Vero seguía aplicándose a mi entrepierna. Y no desaprovechó la oportunidad para meterse entera mi polla en su boca en cuanto la vio lista. Ya sé que si lo pienso con lógica sería imposible; pero en mi mente, era Coral la que me besaba en la boca y la que se tragaba mi polla al mismo tiempo. Acababa de llegar a la gloria sin darme cuenta de cómo.

 

Ahora sin embargo se me planteaba un nuevo reto. ¿Qué haría ahora con aquellas dos bellezas? Porque no podía olvidarme de Verónica. Tenía que satisfacerla a ella también. Y es que pensar en ella me daba un bajón tan intenso que me hacía perder las ganas. Sí, la polla se me aflojaba. No es que perdiera toda su fuerza y se me arrugara, pero la notaba perder vigor cada vez que mi mente se acordaba de ella. Tenía que hallar el modo de follármelas a las dos sin que se me bajara cuando le llegase el turno a la primita. “Si pudiera hallar el modo de tenerla siempre igual de dura como las pollas de plástico… ¡Eso es! Qué tonto había sido al olvidarme de los juguetitos. Mientras follaba con una, la otra podría entretenerse con la de plástico. Y luego cambiar, claro. Si no la que se quedara con la de plástico demasiado tiempo podría protestar...” Estuve meditando y perfeccionando la idea unos minutos, durante los cuales, Coral no dejó de besarme y su primita de comerme la polla. Lo que como os podéis imaginar no me ayudó mucho en mis propósitos.

 

Finalmente conseguí elaborar un plan lo bastante bueno como para intentar ponerlo en marcha. Volvimos a la cama donde encontré los dos consoladores. Los tomé, pero al hacerlo, pude apreciar un mohín en sus rostros. La idea de jugar con ellos no les hacía mucha gracia. Después de todo, ya habían jugado con ellos durante bastante rato. Cuando les hice ver que de momento no los usaríamos, cambiaron de gesto y rápidamente y con alegría se dispusieron a seguir mis instrucciones. Nos tumbamos sobre la cama y nos unimos formando un triángulo donde cada uno tendríamos a nuestra disposición el sexo de otro. Así yo le comería el coño a Coral, Coral se lo comería a su prima y Verónica se comería mi nabo. Después de un tiempo cambiaríamos. Esta especie de preámbulo, se me ocurrió con la idea de comprobar el estado de calentura que debían tener mis chicas. Ya debían de estar bastante salidorras, pero de todos modos quería asegurarme.

 

La habitación no tardó en llenarse con nuestros gemidos, algunos más ahogados que otros. La pobre que se tragaba mi tranca, no tenía mucha libertad para chillar… Las chicas disfrutaban de lo lindo, y yo también, ¿para qué negarlo? Los jugosos conejitos de mis chicas saltaban nerviosos cada vez que alguna de nuestras lenguas se les acercaba para acariciarlos y darles mimitos. Nerviosos, reaccionaban con exagerado entusiasmo al más mínimo roce. La más leve caricia les hacía estremecerse y sacudirse con inusitada violencia. Manaban profusamente, con tanta generosidad que me resultaba del todo imposible absorber sus abundantes jugos. No me sorprendería que alguna de las dos, si no las dos se estuviera corriendo en más de una ocasión. Mas no me cansaba de saborearlos, el salado néctar que de ellos manaba me embriagaba, arrebataba mis sentidos y me hacían perder la razón. No podía parar, tenía que seguir degustando de su lujurioso elixir. Creo que me estaba volviendo “coñodependiente”.  Sin embargo, he de reconocer que cuando le comía el coñito a Coral, me lo pasaba mejor que cuando se lo comía a Vero. Más que nada porque sabía que le estaba dando placer a mi chica.

 

Perdí la noción del tiempo, así que no puedo deciros, ni cuánto tiempo estuvimos dándonos placer oral, ni las veces que nos intercambiamos. Sólo sé que llegó un momento en que pensé que lo mejor era cambiar y empezar a follar en condiciones. Decidí que Coral fuese la primera en cabalgar mi polla, después Vero y que siguieran así alternándose la una y la otra cada cinco o diez minutos. Ya no recuerdo exactamente cuánto tiempo pusimos. Vero fue la que se encargó de regular la alarma del móvil para que sonara a intervalos regulares. El caso es que mientras una me cabalgaba, la otra se entretenía botando sobre la polla de plástico que sostenía en mi mano. Se podía decir que las estaba follando a las dos. La una botando sobre la polla de plástico que tenía en mi mano, la otra sobre la mía. Si con el sexo oral ya nos desmadramos un poco, ahora ya ni os cuento. Ya no eran gemidos, ahora eran auténticos chillidos desenfrenados y gritos a pleno pulmón.

 

Y lo que son las cosas, de no poder levantarla y temer no poder satisfacer a mis chicas;  a tenerla tan dura como el acero y no perder consistencia ni dureza de ninguna de las maneras. Ahora nada parecía saciar mi libido, nada podía calmar mi necesidad de sexo. Por más que las dos chicas se esforzaban por darme placer, mi cuerpo se negaba a llevarme al orgasmo. Cierto, mi cuerpo disfrutaba con sus atenciones, tanto que no podía dejar de recibirlas. Necesitaba el tibio calor de sus chochitos ciñendo, envolviendo, estrechando, apretando y estrujando mi polla. Las necesitaba encima de mí, subiendo y bajando sin parar alrededor de mi tranca. Necesitaba el baile de sus caderas, la suavidad de sus pechos bamboleándose ante mis ojos, necesitaba sentir la tersura de su piel en mis manos y ver el fuego de sus ojos en celo.  Sí lo necesitaba igual que necesitamos respirar. Me había costado arrancar, y ahora no podía parar. Cada vez que salían de mí para intercambiar posiciones, era una auténtica tortura. Me ahogaba, me faltaba el aire… anhelaba con urgencia tener alguno de sus coñitos encima de mí. Las apremiaba para que hicieran el intercambio lo antes posible. La hora del intercambio siempre llegaba en el momento más inoportuno, cuando tenía el orgasmo al alcance de la mano…

 

El reloj marcaba inexorable el cambio de turno y las chicas respetaban su turno con denodada obediencia. Las dos se esforzaban por darme placer. Se habían dado cuenta de mi estado y de las dificultades que tenía para alcanzar el tan deseado clímax. Parecían competir entre ellas por ver cuál de las dos lograba llevarme al éxtasis mientras ellas lograban los suyos. Porque lo cierto es que me pareció que cada una alcanzaba el orgasmo un par de veces o tres. Sin embargo durante todo este trajín hubo algo que se mantuvo constante. Mi interés por Coral. No pude apartar los ojos de mi chica. Ya fuese ella o su prima la que estuviera encima de mí, no dejaba de mirarla directamente a sus ojos. Trataba de leer en ellos lo que pasaba por su mente, asegurarme de que disfrutaba del encuentro. No me perdía detalle. Si se mordía los labios, o si ahogaba un grito, si arqueaba su cuerpo en busca de una penetración más profunda, o si fruncía la frente y las cejas llevada por el éxtasis; yo estaba allí viéndolo todo. No me perdía detalle. Coral era mi principal; no, mi único centro de interés. Tenía algunas cosas que agradecerle, por ejemplo, gracias a ella, se me había levantado y si estaba disfrutando del polvo más largo de toda mi vida a ella se lo debía. Ahora en señal de gratitud, quería que se sintiese deseada, querida, amada. Quería demostrarle que era ella la que me inflamaba mi pasión y enervaba mi espíritu. Que era ella, la verdadera artífice de aquel polvo. Quería que supiera que a pesar de estar también con su prima, era ella y no otra, la única que me interesaba. Quería demostrarle todo eso y alguna cosa más que no era ni soy capaz de expresar con palabras. En definitiva, quería abrirle mi corazón, sin que su prima se pudiera sentir ofendida o se pudiese enterar de lo que sentía.

 

No podía olvidarme de Verónica. Ella estaba allí presente, siendo testigo de nuestra íntima relación, participando y disfrutando de ella. No había sido idea mía, ni siquiera lo había sugerido, pero ya que estaba allí, no podía dejarla a un lado. Trataba de ser lo más ecuánime con ella y no le negaba su parte. De vez en cuando, me aseguraba de comprobar su estado de excitación o disfrute. Pero por mucho que me esforzase por tratarlas más o menos igual, siempre era Coral la que recibía de mí más atención. Únicamente la besaba a ella, a Vero sólo le daba piquitos. Y cada vez que podía, abrazaba a Coral antes que a Vero. Supe a ciencia cierta que Coral ya se había corrido una vez y que el segundo no le andaba muy lejos. Sin embargo, no podía asegurar cuántas veces se había corrido Verónica, aunque estaba bastante seguro de que al menos habían sido dos e iba en busca de un tercero. Ninguna de las dos dijo nada acerca de este trato discriminatorio, así que imagino que no lo debí hacer demasiado mal.

 

Después de un tiempo empecé a observar síntomas de cansancio en mis jóvenes y preciosas amazonas. Ellas ya se habían corrido unas cuantas veces y yo parecía como si nada. Lo cierto es que yo también empezaba a cansarme, esta vez, por mi falta de orgasmo. Después de un tiempo de feliz cabalgata, uno también se cansa. Estar al borde del éxtasis y no ser capaz de llegar, puede convertirse en un terrible tormento. Empecé a preocuparme, porque mis chicas estaban dando todo de sí y no deseaba dejarles el mal sabor de boca de pensar que no habían conseguido que me corriera. Y entonces me di cuenta, las dos chicas, desde el principio, me habían estado cabalgando con todas sus fuerzas, lo más rápido de lo que eran capaces. Movían sus cuerpos con enérgica desesperación, procuraban así satisfacer sus necesidades y la mía. Sin embargo, después de tanto tiempo era evidente de que se imponía un cambio de táctica. Esperé a que le llegara el turno a mi chica para ponerla en práctica. Quería que fuese ella la que se llevase el honor de hacerme llegar al orgasmo.   

 

En cuanto le tocó el turno, puse en marcha mi plan. En cuanto Coral se hubo empalado bien encima de mí, la así firmemente de las caderas. Ahora era yo el que dirigía y controlaba el ritmo. Le di un par de fuertes empellones, asegurándome así de que la penetraba hasta el fondo. Una vez hecho esto, la invité a que me cabalgara lo más lento, pero lo más profundo posible. Yo la ayudaba guiándola con mis manos, indicándole la forma en que debía moverse y el ritmo que debía seguir. Ahora en círculos, ahora adelante y atrás, ahora subiendo y bajando… pero siempre despacio, muy despacio y muy profundo. Y así, despacito fue como mi polla se enteró de lo que se esperaba de ella y en menos tiempo del esperado comenzó a agitarse y a eyacular. No fue una gran corrida, apenas si llegarían a ser un par de gotas. Pero la paz y la satisfacción que me dejaron, no tienen comparación. Todo mi ser se contrajo al tiempo que mi polla estallaba como si intentara de este modo asegurarse de escupir hasta el más mínimo resto de semen que pudiera quedar en mis pelotas. Y mientras mi polla se agitaba y temblaba, mi alma se me escapaba aliviada en un largo y profundo suspiro. Miré a mis chicas y pude ver en cada una de ellas, la misma expresión de alivio y satisfacción, reflejada en sus rostros. No me había equivocado en mis apreciaciones, estaban exhaustas por el esfuerzo. Pero también satisfechas al haber logrado su objetivo, me habían dado un último y maravilloso orgasmo.

 

Las besé y las abracé tremendamente agradecido. Tenían las espaldas sudorosas, sin duda debido al esfuerzo. Nos quedamos unos últimos minutitos sobre la cama besándonos acariciándonos y sonriéndonos como bobos. Sabíamos que la despedida estaba cerca, pero no nos importaba. Los tres estábamos más que satisfechos y bastante cansados. Habíamos disfrutado de unos polvos bestiales. No me importaría volver a repetirlos, pero ahora nos sería imposible, los tres estábamos reventados. Sabíamos que era el final y que no nos quedaba apenas tiempo. Mis chicas se levantaron pronto, directas al baño para asearse y ducharse. Yo me cubrí con un albornoz y las esperé fuera. El baño no era muy amplio y si entraba yo, las entretendría más de la cuenta. Además yo tenía el resto de la tarde mientras que ellas parecían preocupadas por haberse pasado de la hora. Habíamos estado más tiempo del que tenían pensado y por alguna razón suponían que eso las metería en problemas. Las pregunté, pero apenas si me dieron alguna explicación coherente relacionada con el padre de Coral. Como tenían prisa, tampoco las interrogué a fondo. La idea era que el padre de Coral estaba muy enfadado con ellas por no sé qué historia y que no podían hacer casi nada solas. Tuve que conformarme con eso. Porque en cuanto se vistieron, cogieron todas las bolsas de la compra, y se despidieron corriendo emplazándome como de costumbre para la siguiente semana más o menos a la misma hora. Un par de besitos y adiós.

 

El sábado por la mañana las busqué en la playa. Lo cierto es que estaba bastante preocupado por ellas. Por lo que había podido sonsacarles a ellas, el padre de Coral las estaba vigilando de cerca. Quizás sospechara de algo aunque no podía imaginarme cómo habría podido descubrir lo nuestro. O puede que se debiera a cualquier asunto familiar del que era ajeno. Las chicas no habían dicho nada, ni en un sentido ni en otro. De modo que no podía hacer sino suposiciones. Quizás si los viera, podría averiguar algo más. No me costó encontrarlos. Fieles a sus costumbres ponían las sobrillas prácticamente en el mismo sitio todos los días. Las dos familias parecían disfrutar de la monotonía que de las vacaciones. Los más pequeños eran quienes mejor se lo pasaban. Metidos en el agua no paraban de jugar y hacer diabluras. Claro que sus padres no les quitaban ojo y ellos se cuidaban mucho de ir a donde no pudieran verlos. Por lo menos por no demasiado tiempo. Coral y Vero se aburrían tomando el sol mientras sus padres charlaban, leían revistas o periódicos y vigilaban a sus hijos. Sería una situación normal, de no ser por las evidentes caras de disgusto de mis chicas. Mis chicas, llamarlas así no acababa de gustarme, pero en cierto modo así era en realidad. Por prudencia, no me acerqué mucho más. La agresiva actitud del padre de Coral ya amedrentaba bastante a los vecinos de sombrilla como para que yo me pasara por allí cerca y acabara confirmando sus sospechas o fastidiara a Coral de algún otro modo. Me limité a observarlos desde lejos, y lo único que pude sacar en claro es que sus padres estaban muy enfadados con ellas y las tenían castigadas sin bañarse como si fuesen dos crías pequeñas. Tenía que enterarme bien de lo que estaba pasando y tratar de ayudarlas de algún modo. Pero hasta la siguiente semana cuando me encontrara con ellas no podría hacerlo. Entre semana con el jaleo del curro me sería imposible.

 

Por la tarde di un par de paseos, me tomé unas cervezas, visité unos cuantos garitos y regresé al hotel. No tenía ganas de ligar, después de haber estado el día anterior con dos maravillosos bellezones no tenía fuerzas ni ánimo. Al día siguiente regresaría casa, volvería a la rutina y al trabajo. Claro que antes le echaría un vistazo a todo lo que había grabado y, si tenía tiempo, lo editaría y guardaría en el ordenador y los discos duros como tenía por costumbre.

 

Y así transcurrió el verano. Durante la semana agobiado y cabreado con Ángela y con su maldito modo de manejar el proyecto. Y los fines de semana follando a destajo con las dos primitas. Sí, las dos porque Vero no faltó ni una sola vez a nuestros encuentros semanales. Menos mal que encontré unas pastillitas naturales que a modo de complemento alimenticio me ayudaron a mantener el vigor y la hombría delante de aquellas dos lobas. Si no hubiera sido por esas pastillitas más de alguna tarde no hubiera podido aguantar hasta el final. Gracias a las mismas pude aguantar como un campeón y ganarme cierta familla como semental que en verdad no merezco. Pero, ¿a quién no le gusta presumir de ser el mejor amante del mundo y dejar a todas sus hembras bien satisfechas? He de reconocer que me pudo la vanidad y en este sentido, no me disgustaba en absoluto la presencia de Verónica en nuestros juegos.

 

Sin embargo la perenne presencia de la primita tuvo otras consecuencias más trascendentales. No encontré el momento de charlar con Coral, ella y yo a solas. De modo que no hubo manera de aclarar si Coral estaba mosqueada conmigo o no. Ni mucho menos descubrir el motivo del supuesto enfado. Lo cierto es que su comportamiento me desconcertaba. Tan pronto la notaba furiosa  como feliz por follar conmigo. Francamente no sabía bien a qué palo atenerme. Lo que sí pude averiguar, por contra, fue el origen del enfado de su padre. Se había cabreado por lo de la universidad. Eso de que su niñita no estudiara derecho como él quería y se matriculara en la escuela de ingeniería informática, le había sentado como una patada en los mismísimos. Y aunque pareciera haber aceptado tal circunstancia, no había sido así ni mucho menos. Había sido más bien una retirada táctica. Había cedido a regañadientes pero no por mucho tiempo. No estaba dispuesto a perdonar la desobediencia de su hija; estaba resuelto a hacérsela pagar, y muy cara. Y sobre todo, al final conseguir que su hija estudiara e hiciera todo cuanto él quería. Por un lado me sentía mal, el enfado de su padre, le estaba fastidiando las vacaciones a mi chica. Pero por otra parte, me sentía orgulloso de haberla impulsado a mostrar su personalidad a sus padres y haberse hecho valer. Afortunadamente, para nosotros, el padre de Coral pronto tuvo que volver al trabajo y no pudo interferir mucho durante el resto del verano.

 

Pero lo que de verdad empezó a interferir cada vez más en nuestra relación; fue mi creciente e incontrolable deseo de follarme el culito de Coral, o el de Vero si se me ponía a tiro. Esto último sería mucho más factible, ya que estaba claro cuál de las dos era más lanzada a la hora de explorar los recovecos del sexo y descubrir nuevas formas de ampliar el disfrute. Cada vez que tenía delante de mí uno de aquellos aterciopelados, redondos y firmes glúteos… veía las puertas del cielo. Si no me los follé, fue porque no sabía cómo acabaría la cosa. Para empezar, si le petaba el culo a su prima antes que a ella, Coral podría pensar que Vero se le había adelantado en nuestra relación y que ella ya no era la primera. Algo que no era verdad y no quería que siquiera pudiera tener razón alguna para pensarlo. Y si trataba de usar su culito que era lo que de veras me apetecía, lo tendría que hacer delante de su prima y… bueno, tampoco estaba muy seguro de que le fuera a gustar eso de usar su puerta de atrás y menos que la estrenase con Vero como testigo. Como todos los indicios apuntaban en contra, decidí posponerlo, por mucho que me doliera; para cuando las circunstancias fuesen más favorables. Es decir, cuando estuviésemos Coral y yo a solas. Lo que al final se traduciría en tener que esperar todo el verano y el mes de septiembre, como poco. Durante todo ese tiempo, Vero no dejó de acudir a nuestras citas aun cuando yo no la invité a ninguna; eso era cosa de Coral, yo no podía decir nada sin descubrir la especial relación que nos unía a ambos.

 

Hubiera sido un verano perfecto si el trabajo no lo hubiera fastidiado. El dichoso proyecto, se comió las vacaciones. Lo único bueno que tuvo es que me dejó libres los fines de semana, y un par de ellos se los comió obligándome a trabajar en él sin poder estar con mi chica... Menos mal que al llegar septiembre, lo pudimos dejar un poco aparcado ya que, por necesidades de la empresa, tuvimos que volver por un tiempo a atender los asuntos rutinarios de otros clientes a los que evidentemente no podíamos dejar abandonados. Para todos supuso un alivio poder olvidarnos del "proyectito" por unas semanas. Aproveché esta pequeña calma laboral para atender mejor a mi chica. Y no me refiero a follar con ella. Quería ayudarla de veras, sabía de las muchas trabas que le estaba poniendo su padre para que ella pudiera estudiar lo que a ella le gustaba y quería. Me había propuesto compensarla en cierta forma por haberme aprovechado de ella. De modo que hablé con algunos amigos míos que seguían en la universidad; unos como profesores, y otros como alumnos que estaban terminando la carrera. Les presenté a mi chica, y le pedí que la ayudaran un poco. No les comenté nada de la especial relación que manteníamos, aunque alguno ya se supuso que éramos más que simples vecinos. Sí les comenté que tenía a su padre en contra y que no le vendría nada mal cualquier ayuda extra que pudiera recibir. Mis amigos accedieron encantados y Coral... bueno, Coral simplemente no se podía creer todo lo que estaba haciendo por ella.

 

Se puede decir que esta vez sí que la había sorprendido y muy gratamente, por cierto, no como hasta la fecha. La había dejado sin palabras, literalmente, y ya sabéis lo difícil que es dejar sin palabras a una mujer. Claro que, diréis vosotros, aunque ella no tuviera palabras para expresar su agradecimiento, podría pedir que me lo demostrara de otro modo. Un modo mucho más íntimo y placentero. Y es cierto, pero desgraciadamente para mí, no teníamos tiempo para tanto. Tenía que elegir: o follaba con ella o le presentaba a mis amigos, no cabía otra. Decidí que lo segundo era mucho más importante y urgente, por lo que me quedé sin sexo. Reconozco sin embargo, que lejos de arrepentirme, aquella decisión hizo que me sintiera mucho mejor. Sabía que estaba haciendo lo correcto y por primera en mucho tiempo, vez tenía la certeza de que me estaba comportando con Coral como un hombre decente y no como un canalla.

 

Todo parecía ir a mejor, con un poco de suerte, hasta podría conseguir que Coral me perdonase la tremenda barrabasada que le había hecho,  tal vez hasta podría lograr que correspondiera a mi interés por ella y, con un poco de suerte, hasta consiguiera ganarme su cariño y el mayor milagro de todos, que me amase. Ya sé que era harto difícil, un chantaje no es asunto baladí, pero como se suele decir, por soñar o  por pedir que no quede.