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La ducha

en Autosatisfacción

Mario no tenía ni idea de cómo había conseguido colarse allí, cada vez que intentaba recordarlo una nebulosa se lo impedía... era como... como... ¡sí! como cuando se había pasado un poco con el alcohol. ¿Estaré acaso borracho? ¿qué coño hago aquí borracho?

Era por la tarde y por la cristalera de la puerta del salón se observaba la claridad espléndida del sol, qué buen día hacía ahí fuera...

¿Y si es por la tarde? ¿qué coño hago yo aquí borracho?. Intentó recordar el día anterior... nada... recuerdos muy vagos... muy muy vagos, y sin sentido ninguno.

No tenía idea de dónde estaba, ni cómo había llegado, ni qué hora era, ni qué tiempo había transcurrido desde que había salido de su casa, pero nada de todo eso parecía importarle. Como un autómata, como si supiera perfectamente lo que hacía, se dirigió a través de aquel pasillo hacia aquella puerta entreabierta de la que manaba un ruido, como el de una ducha.

A cada paso que daba, el suelo parecía dibujarse de una manera diferente. Las losetas parecían tener vida propia y querer divertirse con él un rato. Intentó sujetarse apoyando los brazos a cada lado de las paredes del pasillo y haciendo acopio de toda sus fuerzas, avanzó a través de él dando tumbos.

Miró a través de la puerta... lo que observó tras de ella, le dejó completamente estupefacto: era Ana. Desnuda. Posiblemente en su casa, claro. En su cuarto de baño. Ana y entonces todo cobró más sentido...

Ana era una chica que había conocido aquel primer año de universidad. Una auténtica preciosidad. Mediría 1'70. Tenía la cara pequeña, fina y dulce... su pelo liso oscuro le caía a ambos lados de la cara. Los ojos azules, y aquellas pequeñas pecas marrones sobre la nariz terminaban de esculpir aquel rostro, casi angelical... hermoso. Sus labios, carnosos y rosados, adornaban su preciosa boca.

Y luego estaba su cuerpo... ¡ay! su cuerpo... aquellas largas piernas torneadas.... aquellos pechos tan turgentes. Aquel culito moldeado...

Ana... era perfecta... y estaba allí... desnuda, desnuda frente a sus ojos mientras se regalaba con una placentera ducha.

El agua, resbalaba por su cuerpo desde su cabeza inclinada, sus ojos cerrados, sus labios entreabiertos, recibiendo aquel maravilloso elemento.

Ana se estaba regodeando en la ducha... giraba suavemente la cabeza en un sentido... y en el otro... inclinándola levemente... mientras el agua le caía y le caía, resbalando por entre sus senos, con sus pezones desafiantes, mientras acariciaba su cuerpo sensualmente con sus finas manos.

Le daba el perfil... y Mario quiso mirar más de cerca, aquel formidable espectáculo.

Y entonces Mario estuvo más cerca de Ana, y la veía de cerca. Y observó como Ana continuaba regándose con aquel agua que la humedecía mientras con su mano derecha tocaba su cuerpo... por su pecho... por su vientre... por sus muslos... hasta llegar a su delicioso coñito.

Y restregó suavemente sus dedos por entre sus labios, mientras el agua le seguía cayendo, y los abrió levemente, masajeando su clítoris ante la atónita mirada de Mario.

De repente, Ana, cerró el grifo y salió de la ducha, mientras se tapaba con la toalla, y se secaba suavemente. Se perfumó. Olía a rosas frescas.

Mario cerró los ojos, e inspiró aquel precioso aroma, embriagándose, y cuando los volvió a abrir, se encontró en el dormitorio de Ana, observándola de nuevo, mientras ella, aún ligeramente húmeda por efecto de la ducha, se encontraba recostada sobre su cama, con los rodillas flexionadas, ataviada solamente con un pequeño camisón transparente, que sólo le cubría vagamente la parte de arriba, dejando al descubierto su precioso culo y su deliciosa raja. Ana continuaba acariciándose suavemente, de manera sensual, ante él.

Mario se volvió a acercar y acercó su nariz al cuerpo de Ana... empezó por sus pies, desde su punta... y de nuevo, aquel fragante perfume a rosas le envolvió, transportándole.

Continuó paseando su nariz a través del cuerpo de Ana, y ahora contemplaba sus largas y envolventes piernas, mientras en su lengua sentía el húmedo sabor de las piernas de Ana. Continuó ascendiendo y en su nariz, comenzó a notar la calidez embriagadora al acercarse a su coñito rasurado.

Ana se arreglaba el coñito. Lo tenía perfecto. Sobresalían un poco sus labios y ahí colocó Mario su nariz mientras aspiraba y sentía como el olor de los flujos de Ana le cautivaban.

Y Mario ya no era Mario. Sino Ana. Y ahora ya podía sentir lo que sentía Ana. Y sentía el delicioso calor de su coño. Y sentía sus manos como se acariciaban suavemente. Sintió el perfume que emanaba de Ana. Su transpiración. Estaba sobre Ana y se veía a través de sus profundos ojos azules. Y atravesó su mirada y se bañó en ellos. Y sintió en su ser todo el maravilloso éxtasis del orgasmo de Ana.

Y se corría... Mario sintió que se corría... se corría mientras amaba a Ana. Se corría mientras recorría su cuerpo desnudo. Se corría mientras se fundía con el calor de sus flujos. Con el aroma de su cuerpo. Con sus labios sedosos. Con su mirada azul.

Se fundía y la follaba. Ahora sí. La follaba. Tumbado sobre ella, con su erecto miembro embistiéndola. Con sus fuertes manos sujetándola. Con su cuerpo desnudo sintiéndola. Con su vello púbico rozándola. Con el olor a rosas y a sexo cubriéndoles. Así. Así se corría Mario sobre Ana.

Se corrió entero dentro de Ana. Y sintió como su polla bombeaba la lefa en el prieto coño de Ana. Y Ana entreabrió sus labios dejando escapar un suave suspiro de placer.

A la mañana siguiente, Mario entreabrió los ojos, tirado en su cama de cualquier manera... bocaabajo... con las extremidades colocadas en una extraña postura. Y apretó la boca, y la sintió pastosa. Casi en estado de semiinconsciencia, se colocó hacia un lado y palpó sus calzoncillos con una húmeda sensación. Se había corrido.

Meneó la cabeza decepcionado. Y durante unos minutos, recreó en su mente aquellas imágenes. Se hizo una lenta y deliciosa paja. Dedicada, como no, a Ana.