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Mi mujer, mi amigo y un timo.

en Intercambios

Carlos y yo nunca hemos sido realmente los mejores amigos, solo los más cercanos. Es una relación de esas en que, a pesar de que siempre hay alguien más que consideramos "mejor amigo", esas otras personas van desapareciendo de nuestras vidas hasta que solo quedamos los dos. Supongo que nos fuimos acostumbrando a la presencia del otro, y terminamos aceptandonos el uno al otro como uno se acostumbra a un mueble al que no se presta demasiada atención, pero siempre está ahí para hacer uso de él cuando es necesario. Juan y Carlos, juntos, pero no revueltos.

Tampoco quiero que se me malinterprete, siempre ha sido alguien con quien contar en momentos difíciles, ha sido casi siempre desinteresado en sus acciones, y hemos compartido mucho durante muchos años. Lo que quiero decir es que hay cariño entre nosotros, por lo que probablemente no me refiera a él en mejores términos únicamente por los acontecimientos que se han desarrollado últimamente...¡menudo hijo de puta!

 Nuestra amistad se estableció ya desde nuestra primera niñez. Éramos vecinos, y nuestros padres eran bastante amigos. Compartíamos las dos familias vacaciones y salidas campestres con bastante asiduidad. Fuimos al mismo colegio, y dado que nos conocíamos de antes, nos sentábamos en pupitres contiguos.

 Quizás porque nuestros padres nos proponían juegos competitivos, quizás porque haya algo en nosotros y nuestros genes, pero la realidad es que, a pesar de nuestra cercanía, siempre hubo una gran rivalidad entre nosotros. Una rivalidad de la cual Carlos salía casi siempre mal parado: era más fuerte que él y más listo que él. Hay que reconocerle, al menos, que nunca se rendía.

 Tampoco es que el fuera explícito al establecer competencias. No es que dijera “Vamos a competir a ver quien saca mejores notas” o “Compitamos en este deporte”. Pero a pesar de no decirlo, yo se que lo estaba pensando, por eso me parecía justo presumir de ganarle delante de la gente, el “castigo” siempre tiene que estar a la altura del “premio”, y estoy seguro de que el hubiera hecho lo mismo en mi lugar. Que no lo hiciera las pocas veces en que me ganaba, estoy seguro de que se debía a querer quedar por encima fingiendo saber ganar mejor que yo.

 Casi todo el mundo coincidía en que Carlos era más guapo que yo, razón por la que a partir de la adolescencia tuvo muchas conquistas, con las que se presentaba cuando salíamos el grupo de amigos y nuestras novias. Él creía que yo no me daba cuenta, pero se que lo hacía para hacerme de menos.

 Esa exhibición contínua de su capacidad de seducción ante mi, me obligó dos o tres veces a tirar de difamación y trucos sucios para estropearle alguna relación. Había que ponerle en su sitio.

 Bueno, en realidad fueron algunas veces más que dos o tres. Lo que más me molestaba es que en vez de reconocer que había perdido en su reto contra mi, se limitara a mirarme con cara de decepción cada vez que le hacía alguna jugada a sus espaldas. En cualquier caso, hubo un momento a partir del cual sus relaciones fueron convirtiéndose en cada vez más esporádicas.

 Cuando aún no habíamos llegado a la veintena, mi madre cayó gravemente enferma. Carlos estuvo conmigo siempre durante duránte los dos años que duró su enfermedad hasta su fallecimiento: me llevaba a fiestas, me acompañaba al hospital y trataba de estar todo el tiempo posible conmigo. Los días que no podía acudir al instituto se sentaba conmigo a darme, clase por clase, lo que se había impartido en mi ausencia. Se lo agradezco, claro, pero al oír a la gente como le elogiaba, supe que seguramente lo hizo para hacer ver que era mejor amigo que yo.

 Algún tiempo después, cuando ya había recuperado el ánimo, se incorporó al grupo de amigos Esther, como “amiga de una amiga”.

 Esther tenía una figura de infarto, un pecho grande que le gustaba mostrar con escotes no demasiado excesivos; una salvaje melena pelirroja rizada que nunca estaba completamente peinada, más tarde supe que era más por imposibilidad que por falta de esfuerzo; unas caderas moderadamente anchas que la hacían parecer algo rellenita cuando no llevaba ropa ajustada; una sonrisa enorme, con unos dientes blanquísimos enmarcados por unos gruesos labios; y unos enormes ojos avellana. Vamos, el tipo de mujer que sale en las películas porno, no en los desfiles de moda.

 Aunque Esther me parecía una mujer impresionante, no me lo parecía tanto como a Carlos, que desde la primera vez que la vió no podía evitar echarle miradas furtivas cada tres minutos, buscar conversaciones con ella e intentar alguna cita.

 A mi siempre me gustaron a nivel obsesivo las mujeres asiáticas, no se si porque las primeras películas porno que vimos entre amigos eran japonesas, o por la sumisión al hombre que tradicionalmente se les atribuye, una característica que me parece muy atractiva.

 No se si porque Carlos se estaba acercando demasiado o porque yo llevaba un tiempo sin novia, me acerqué a ella poco a poco, advirtiéndola de cómo era Carlos en realidad, incluso utilicé a terceras personas para corroborar lo que le decía, aunque me sorprendió la cantidad de mis amigos que pusieron cara de asco al proponerles que me ayudaran, afortunadamente no se entrometieron.

 La primera vez que Carlos nos vio besándonos volvió a dirigirme esa extraña mirada de decepción.

 Al cabo de unos meses, Carlos se mudó de ciudad al encontrar trabajo, y a través de unos contactos me consiguió también uno a mí en su misma empresa. Hasta que pude establecerme por mi cuenta, Carlos me ofreció su casa, donde me hospedé un par de meses. Viviendo juntos, teniamos bastantes momentos de intimidad, que extrañamente Carlos casi siempre derivaba a los comportamientos sexuales de Esther en la cama, a sus gustos, y a su apetito sexual. Yo le contestaba a todo con el orgullo del vencedor.

 Cuando me establecí por mi cuenta, Esther vino a vivir conmigo y nos casamos al poco tiempo. Con bastante frecuencia cenábamos con Carlos, a veces con pareja y otras muchas los tres solos. En una de estas últimas, Esther se levantó para ir al baño, Carlos la siguió con la mirada hasta verla desaparecer por la puerta, giró su cabeza hacia mi y dijo:

 -Juan, ya sabes que tu esposa siempre me ha parecido atractiva, pero no sabes cuanto.

 -Ya, ¿es un reconocimiento de envidia?- dije con una media sonrisa y llevándome una copa a la boca.

 -No exactamente. Jamás he conocido a una mujer que me atraiga más sexualmente. Es raro, porque es solo sexualmente, no me parece especialmente inteligente ni compartimos gustos de ningún tipo...

 -¿Qué no te parece inteligente?

 Carlos levantó la mano mostrando la palma, en señal de que le dejara continuar.

 -Por favor, Juan, bastó que fueras con unas cuantas patrañas sobre mi para engañarla. Pero no había terminado, quería avisarte de que me la follaré, tengo esa espina clavada. Y no es que quiera, es que necesito follarmela.

 Me quedé con los ojos completamente abiertos sin poderme creer lo que estaba oyendo. Tardé en reaccionar:

 -¿Me estás diciendo que me vas a quitar a mi mujer?

 -Por favor, Juan, nos conocemos desde niños, y además parece que no estabas escuchando. No, no tengo la más mínima intención de quitarte a tu mujer. Primero, porque soy leal, siempre lo he sido contigo, y segundo, porque no me atrae más que en un plano sexual.

 -¿Y crees en serio que puedes competir conmigo?

 -Nunca he competido contigo, llevas desde pequeño con esa película, es solo la excusa que te has buscado para ser egoista y mezquino, especialmente conmigo. El no querer verlo y esperar que cambiaras es algo que me ha costado mucho daño. Si quieres verlo así, muy bien, es la primera competición que te propongo.

 -Bien, la acepto, terminará como todas las demás.

 -Veo que sigues sin entender muchas cosas, y lo afortunado que has sido por no comportarme contigo como tu has hecho conmigo. Es igual, solo quería decirte que lo haré, y cuando lo consiga, quiero que sepas que no lo habré hecho para hacerte daño, sino como forma más simple de superar lo que siento al ver a tu mujer.

 -No tienes ni la más mínima posibilidad de ganar. Lo dices porque estás cachondo y borracho.

 -Ya veremos-dijo zanjando la conversación mientras volvía Esther.

 Esta conversación no la pude recordar hasta hace muy poco, ya que a la semana siguiente nos anunció que se iba a China por motivos de trabajo por tiempo indefinido. Asumí que se trató de algún tipo de broma y lo olvidé.

 Aproximadamente un año después, recibí una llamada de Carlos, en la que me anunciaba que volvía, como así fue un mes más tarde. Quedamos para cenar, junto a mi esposa Esther.

 La gran sorpresa fue cuando se presentó con una chica muy menuda,claramente oriental, de un pelo moreno y largo. Carlos dijo:

 -Os presento a Jie, nos casamos hará unos tres meses. Desgraciadamente no habla casi nada de español. Alguna palabra aquí y allá.

 En ese momento, y para mi propia sorpresa, me lancé a darle un abrazo. Es la primera vez que pasaba tanto tiempo sin contacto con Carlos, fue extraño tener problemas en el trabajo y que el no estuviera allí, o tener problemas con amigos comunes y que él no intercediera.

 Fuimos a un restaurante. Durante la cena Carlos no puso al día de su estancia en China. Jie permanecía silenciosa, con las manos en el regazo y la cabeza gacha, tras comer solo unos bocados. Yo no pude evitar dirigir la mirada hacia ella en muchas ocasiones.

 Después de cenar fuimos a un bar con pista de baile. Nos sentamos en una mesa y continuamos hablando. Empezaron a sonar canciones lentas y algunas parejas mayores presentes en el bar salieron a bailar. Jie se acercó al oido de Carlos y le dijo algo. Carlos nos dijo:

 -Dice que le gustaría bailar. Yo no soy muy bueno precisamente. Juan, tú siempre fuiste mejor bailarín, ¿querrías hacerme el favor?- dijo con una sonrisa.

 -Bailal, bailal- dijo Jie, señalando a la pista con el dedo índice  y asintiendo con la cabeza repetidamente con rápidez.

 -Claro, ¿te importa, Esther?.

 -No, no, adelante- respondió mis esposa.

 Salimos a la pista, la agarré por la cintura con los dos brazos, casi a la altura de las costillas en realidad, por lo pequeñita que era. al pasar poco más de un minuto, ella pasó una de sus manos a su espalda y desplazó una de las mías hacia su trasero, me apretaba la mano hasta que pasó por debajo de su falda. Jie me miró y sonrió. Le devolví la sonrisa, pero rapidamente miré hacia la mesa donde nos habíamos sentado. Carlos le decía algo a Esther, y ella se llevó la mano a la boca en expresión de sorpresa. Carlos le dijo algo más, y Esther bajó la mirada a la mesa y negó lentamente con la cabeza.

 Jie me fue girando lentamente hasta quedarme de espaldas a la mesa, y dirigió una de sus manos a mi entrepierna, empezando a restregarme con su palma. Me miraba con una ligera sonrisa que no supe identificar si era de excitación o juguetona. Segimos así durante un par de canciones, teniendo que mirar al techo y resoplar un par de veces.

 Jie me agarró de la mano y me volvió a dirigir a la mesa. Me dejó con todo el calentón. Esther dirigió una mirada furtiva a mi entrepierna, dándose cuenta de mi erección, y echándome una mirada de reproche inmediatamente, mirándome a los ojos. Una mirada que traté de ignorar.

 Al llegar a casa, Esther me dijo con tono inquisitorial:

 -Parece que te ha gustado la chinita, ¿no?

 -Pero si no sabe ni hablar español.

 -No parece hacerle falta.

 -Vamos, solo he querido ser amable.

 Dejamos la discusión ahí, en un pacto silencioso. Fuimos a la cama y no me dejó tocarla. Tuve que ir al baño a bajarme el calentón.

 Durante las siguientes semanas, siguieron dándose esa clase de situaciones en nuestras salidas con ellos: cuando Esther iba al baño, Jie, descalza, pasaba su pie por mi polla por debajo de la mesa; cuando coincidimos yendo al baño, una vez me hizo inclinarme indicándome que me iba a decir algo y me pasó la lengua por la comisura de los labios. Esther se mostraba pasiva-agresiva tras cada cita con ellos, a pesar de que nunca vio nada directamente. Suponía que lo intuía, por lo que me dedicaba a plantar dudas en ella a cada pregunta directa.

 Reconozco que en muchas ocasiones traté de pensar en como comunicarme con ella y poder quedar a espaldas de Carlos y Esther. Incluso pensé en llevar frases escritas de un traductor de Intenet, pero una investigación rápida me indicó que existen más de 200 dialectos del chino y no sabía cual hablaba, así que tuve que descartarlo, en espera de que se me ocurriera otra idea mejor.

 Cuando pasaba ya más de un mes desde el regreso de Carlos, tuvimos una de nuestras cenas en casa. Dentro de la charla casual, salió el tema de los dolores de espalda, comentando yo que llevaba la espalda muy cargada y con dolores desde hacía mucho tiempo. Carlos comentó:

 -Pues Jie da unos masajes impresionantes. Deshace los "nudos" con una facilidad increible.

 -Pues a mi me vendría estupendo uno ahora mismo- contesté.

 -Pues vete al sofá y ya verás.

 Dirigí una mirada de interrogación a Esther, que se encogió de hombros, con las manos levantadas enseñándome las palmas, como desentendiendose del tema. Lo tomé como un si. Me levanté y me dirigí a la salita. Carlos le habló en palabras que nos resultaban incomprensibles a Jie, y los tres me siguieron.

 Me descalcé, me quité la camisa y me tumbé boca abajo en el sofá. Carlos y Esther cogieron dos sillas y se sentaron enfrente. Jie se apróximo a mi y se sentó encima. Empezó a pasar las manos a la altura de los hombros.

 La verdad es que era una masajista experta, por donde iba pasando las manos, dejaba la zona completamente relajada. iba bajando las manos cada vez más, centrándose especialmente en la parte baja de la espalda. Me fui excitando. Pasado un rato se levantó y tiró de mi brazo para indicarme que me diera la vuelta, lo hice y mi erección era evidente.

 Rapidamente, y sin mirar a nadie, Jie empezó a pasar la palma por mi pene, haciendo circulos. Unos segundos después, antes de darme tiempo a reaccionar, fue Carlos el que preguntó mirando a Esther:

 -¿Puede? ¿O la paro?

 -No, no, lo que él quiera- contesto con una sonrisa no muy sincera señalando hacia mi y girando la cabeza hacia mi.

 Yo me agarré a que era un si y la contesté con una sonrisa:

 -Gracias, cariño- volviendome a mirar a Jie, que empezó a quitarme los pantalones y los calzoncillos. Me agrarró la polla y en seguida me dí cuenta de que sabía aún más de hacer pajas que de dar masajes. Se escupió en la mano. Empezó con un ligero giro cuando llegaba al capullo, pero en vez de cerrar el puño, tenía el pulgar levantado, cuya yema pasaba por el frenillo cuando bajaba la mano y lo pasaba haciendo circulos por la punta cuando subía. No es que lo hiciera sin ritmo, sino que lo hacía con unos cambios rápidos, alternando formas y velocidades.

 Al rato, y sin previo aviso se metió la polla en la boca. Sorprendido, giré la cabeza y los rostros de Esther y Carlos eran un eco del mio. Bueno, no del todo, ellos tenían hasta la boca abierta. Tardaron bastante tiempo en reaccionar, pero cuando lo hicieron, lo hicieron al mismo tiempo, girándo la cabeza uno hacia el otro, manteniendo la expresión de sorpresa.. Tardaron unos segundos más en hacer algo, hasta que Esther se encogió de hombros e hizo un ademán con la mano varias veces como diciendo "Adelante, adelante", y me miró con una expresión que era entre su "Te doy permiso" y su "Tú verás lo que haces".

 Yo me volví a mirar a Jie trabajando con la boca y con su lengua, que movía de una manera experta. El sudor empezóa perlar mi frente y comencé a gruñir. Jie se sacó mi rabo de la boca y empezó a batir con rapidez mientras con la mano libre se pasó dos dedos por la comisura de los labios y pasarla luego a mis testiculos, para empezar a masajearlos. Noté lo inminente del orgasmo y exclamé:

 -¡Ya!¡ya!...aaah...aah...ah.

 Un chorro salió disparado con muchísima fuerza y Jie, como esquivándolo y con la velocidad de una cobra, volvió a meterse mi polla en la boca, continuando su paja con un giro de muñeca. Veía el chorro comenzar el descenso. Todo parecía moverse a cámara superlenta. Me giré para ver a Esther y Carlos. Carlos estaba aplaudiendo como aplauden los señores elegantes con monóculo en las películas de la alta sociedad británica, un aplauso al que se unió Esther con una sonrisa algo forzada. El chorro se estrelló en mi pecho, y poco a poco, el tiempo volvió a recuperar su ritmo normal. Jie se sacó mi polla de la boca, y la soltó, pasó un dedo por mi pecho, recogiendo el chorro extraviado y se lo llevó a la boca. Se levantó e hizo una ligera reverencia mientras continuaba el cómico aplauso de Carlos y Esther, que se detuvieron un minuto después.

 Carlos rompió el silencio incomodo que se originó:

 -Bueno, tenemos que irnos ya, que mañana salimos pronto de viaje hasta la semana que viene, pero está la cosa como para un intercambio de parejas- remató la frase con una risa ruidosa.

 -Pues no te digo yo que no-contestó Esther rapidamente, ante mi sorpresa.

 -Pues, oye, si lo dices en serio, para el sabado que viene ya hemos vuelto...

 -Llamamé desde donde estés en dos o tres días y ya te doy una respuesta definitiva- dijo Esther.

 Entre que el orgasmo me dejó atontado y el pasmo que tenía al escuchar a mi mujer lo que creía imposible no fui capaz de decir nada, salvo "Adios" cuando Carlos me estrechó la mano para despedirse y Jie me dió dos besos.

 Esther se encendió un cigarro y cuando logré reaccionar le dije:

 -¿Decías en serio lo de...?

 -Si. No te vas a divertir tú solo.

 -Espero que no hagas una tontería por despecho. Además ha sido algo sobre lo que no he tenido ningún control.

 -Oh, vamos, ¿de verdad crees que soy tan tonta?. Lo de esta noche no ha sido un hecho aislado, sino la culminación de un jueguecito. Además no es solo despecho, me atrae la idea.

 -Pero, pero...

 -¡Basta!. No he tomado aún una decisión. Ya te avisare de cual es. Tú te quieres tirar a Jie, es evidente, así que tú tendrías lo que quieres y yo resuelvo una curiosidad si digo que si.

 Apagó con fuerza el cigarro y se fue al dormitorio. Para cuando la acompañé, ella fingía estar dormida. Tardé en conciliar el sueño, pero entre el masaje y el "masaje", cuando lo hice, dormí como un lirón.

 Al día siguiente dejé pasar el tema, ya que aún no habría habido llamada, pero al segundo día, tuve que preguntarlo:

 -¿Has hablado ya con Carlos?

 Ella adoptó un tono agresivo, y contestó:

 -¡No!. Ni he tomado la decisión tampoco. Ya te lo diré. ¡No me saques más el tema!. Ya te lo diré yo. ¡Bastantes vueltas le estoy dando ya a la cabeza!

 -No, ¿qué es lo que hay que valorar?

 -Pues, mira, ¡te lo voy a decir!. Me has hecho de menos durante un tiempo ya con tus jueguecitos con la chinita. El problema no es que deba follarme a Carlos para perdonarme por dejarte follar a Jie, es que siento que debo follarme a alguien para perdonarte lo que has hecho ya. Sino es algo que estará siempre en nuestra relación. Además Carlos está bueno, y no me parece una experiencia desagradable.

 Yo quiero mucho a Esther, y la conozco muy bien. Es una persona que puede tener presente años la más mínima ofensa. Así que cuando me presentó la decisión en esos términos sabía que lo más conveniente, hasta para mi, era el intercambio, a no ser que quisiera que el "masaje" estuviera presente en nuestras conversaciones literalmente para siempre. Pero no se lo iba a poner fácil:

 -Creo que estás alterada y estás sobredimensionando las cosas. Tú siempre has sido muy conservadora. Solo te pido que te lo pienses bien y hagas lo más coherente con lo que siempre has sido. Respetaré tu decisión.

 Al día siguiente tuvimos una calma tensa, y Esther no me dijo nada a pesar de que era el tercer día. La anticipación me estaba matando, así que al día siguiente, por la noche, pregunté:

 -Oye, Carlos...

 -No, aún no ha llamado. Si he tomado una decisión, pero no te la diré aún.

 -Pero...

 -¡He dicho que no!

 Preferí dejarlo estar. De todos modos, si Carlos no había llamado su decisión no era firme.

 El día siguiente era el quinto, pensé que quizás Carlos no fuera a llamar y que lo hubiera dicho en broma. Por la noche nos sentamos a ver la tele. Pasado un rato, Esther dijo:

 -Ha llamado Carlos, le he dicho que el sabado podríamos intercambiar. ¿Vas a querer nuestro dormitorio o prefieres el de invitados? Me harías un favor si coges el de invitados, porque me hace ilusión hacerlo en el nuestro...

 El corazón pasó del reposo a querer salirse del pecho en dos segundos:

 -¿Qué?. ¿Lo has pensado bien?. ¿Has pensado en las consecuencias?- dije casi gritando.

 -¿Qué consecuencias?. Tú te tiras a la china y yo me lo paso bien también, para poder aceptarlo en mi interior sin problemas y no tenertelo en cuenta. Simple y bueno para los dos. Quizás para los cuatro.

 -¿Y las consuencias emocionales?

 -¿De qué cojones me estás hablando?. ¿Acaso quieres tú casarte con Jie? ¿o solo follartela?

 -¡Es distinto!.

 -¿Qué es distinto?. ¿Distinto en qué?. ¡Que cara tienes!

 - A Carlos lo conoces desde hace mucho tiempo...es dificil paara ti verle como un "objeto sexual".

 - Carlos está bueno, y es buena persona, pero es lo más parecido a incompatible conmigo para la convivencia que puede haber. Así que, sí, lo conozco, pero eso no es algo que juegue precisamente a su favor en el aspecto emocional. Aparte de que es recíproco. Lo hemos hablado.

 La lógica de Esther era aplastante, así que, derrotado, dije en voz baja:

 -El de invitados...

 -¡Gracias, cielo!- dijo sonriendo y dándome un beso en la mejilla.

 -Creo que va a ser divertido...-continuó.

 Durante los dos siguientes días fui alternando, sin poder evitarlo, la excitación de saber que me iba a tirar a Jie con la sensación de pesar en el pecho por saber que Carlos se iba a follar a Esther. Logré conciliar en mi interior esto último pensando en que nadie ganaba, como mucho era un "empate". Carlos no me "ganaba" si yo me follaba a su mujer.

 Llegó el sabado, y por fin la hora de la cena. Cuando sonó el timbre, Esther, que llevaba dos días amable y sonriente a todas horas, se avalanzó a abrir la puerta.

 -Pasad, pasad-dijo ella-sentaos en la mesa al lado de vuestra pareja de folleteo, no de la pareja de verdad, ¿eh?-rió.

 No me podía creer, conociéndola, que hablara así, y sabiendo lo que iba a pasar. En su risa se notaba nerviosismo.

 Ella se sentó a un lado de la mesa con Carlos, y yo en el otro con Jie. Siempre que había estado con Jie, desde el primer día, no podía dejar de lanzarle miradas a cada momento. No se si porque era de Carlos y yo la quería, porque siempre me han gustado las orientales u otra causa, pero era así. Sin embargo, ese día, a lo que más prestaba atención era a los contínuos gestos complices entre Esther y Carlos: el como cortó un trozo del filete del plato de Carlos y se lo metió en la boca; el como rozó su mano cuando fue a coger la servilleta...y todo ello entre miradas de esas que dicen a los demás "Sabemos algo que los demás no sabeis. Tenemos algo que los demás no teneis". Fuera verdad o solo una impresión no cambiaba que tenía cierta sensación de ahogo.

 Después de cenar nos dirigimos a la salita agarrados de la mano cada uno de su respectiva pareja para la noche. Carlos se sentó en un sillón y Esther se sentó encima de sus rodillas y empezó a acariciarle la cara. Yo me senté en el sofá con Jie. Empezamos a besarnos. Al rato, Jie me apartó y dijo:

 -Primero masaje, luego ñaca-ñaca. Mi ñaca-ñaca mejor que mi chupar.

 Sonreí ante la frase y, especialmente, las expectativas. Me quité la camisa y me tumbé en el sofá, poniendome en una posición en que no pudiera ver a Carlos y Esther. Jie se colocó encima mio y empezó con su tarea. Al rato oi que se levantaban, y se iban al dormitorio.

 Se oían gemidos de vez en cuando, de los que trataba de abstraerme. Cuando ya pasaban unos veinte minutos, aunque la noción del tiempo es confusa en el estado emocional que me encontraba, Jie cogió su bolso, sacó una nota y me la dio. Extrañado, la abri:

"Juan,

Siempre he sido tu amigo fiel, y por el honor que me precio de tener, debo confesarte algo.Jie no es mi esposa. Es una prostituta. Supongo que entregado como estabas a intentar jugarmela, no reparaste en que en ningún momento mostramos ni el más mínimo signo de ser una pareja: ni besos, ni caricias...nada.

 No te lo tomes a mal. No he hecho esto para hacerte daño. Es algo que NECESITO. Y si repasas la historia de nuetra relación, me gustaría que pensaras que me merezco alguna satisfacción y te alegres por mi.

 Es probable que tú pienses lo contrario, pero reflexiona en tu situación: Esther quiere hacer esto (yo no la he tenido que empujar), tú también sacas algo, montar una escenita no te beneficiará en nada.

 Además, me alegra informarte de que la seleccioné basándome también en sus habilidades sexuales. Es masajista vaginal. Disfrutalo.

Tu amigo que te quiere

 Carlos"

Me incorporé rapidamente, con la nota en las manos, casi tirando al suelo a Jie. Empecé a andar hacia la habitación, cuando Jie me agarró de la mano, reteniendome y diciendo:

 -¡No, no!. ¡Ahora ñaca-ñaca!. ¡Ahora ñaca-ñaca!

 Agité la mano para soltarla, y apunté con firmeza a ella y luego el sofá, para indicarla que me esperara sentada. Jie se sentó y yo me dirigí a la habitación a toda prisa. Entré hasta la mitad de la habitación y miré a la cama, pero no estaban. Oi a Esther a mis espaldas:

 -¡Gracias por aceptar esto, cariño!

 Me di la vuelta y vi la cabeza de Esther por encima del hombro de Carlos, que estaba de espaldas. Veía sus gluteos apretarse y relajarse mientras Esther cerraba los ojos con expresión de delicia a cada empujón. Esther estaba sentada encima de la cómoda, apoyando la espalda un espejo.

 -¿Gracias por...?-pregunté.

 -Bueno, al princi...ooooh....al princi....oh...al principio solo quería...¡Dios!¡que gusto!...queria hacerlo por despecho...oooh...

 Carlos estaba bombeando rápido. Esther le dió un cachete en el hombro, diciendole:

 -¡Eh! Que estoy hablando con mi marido y no estoy acostumbrada a tu polla-dijo en tono de repoche-ni a lo bien que la utilizas-añadió riendo y pasándole el dedo índice por la punta de la nariz.

 Carlos aflojó mucho el ritmo. Esther volvió a mirarme:

 -Por despecho por ir a por esa puta. Pero esto es una maravilla. Me arrepiento de no haberlo hecho antes...

 -¡Lo sabías!- la interrumpí.

 -Si, me lo dijo Carlos el primer día que salimos cuando volvió. Y también que irias a por ella, yo le dije que no- giró la cabeza en dirección a Carlos- Dale un poco más rapidito. ¡Eso es! Solo un poquito más rápido.

 Mientras Carlos aceleraba un poco el ritmo, me di cuenta de que no podía decir nada. ¿Qué iba a decir?. ¿Qué no me importaba faltarla al respeto si era con la mujer de un amigo, pero si con una prostituta?. ¿Qué Jie solo me excitaba si era la mujer de un amigo, sin importarme hacerle daño?

 Con los gemidos de Esther y Carlos como banda sonora empecé a andar hacia la puerta con la cabeza gacha. Al pasar al lado de ellos, miré fugazmente hacia la penetración. Dije:

 -Tio, ¿te la estás follando sin condón?

 -Si, lo s...-empezó a contestar. Esther le interrumpió.

 -Ha sido culpa mía, hemos empezado a follar sin él. Carlos preguntó si se lo ponía y yo insistí que siendo el día del "estreno", prefería hacerlo sin él...¡Ostias!¡que bueno!¡Ahí,ahí!...no te importa, ¿verdad?. Tomaré precauciones. Ya se ha corrido antes dentro, de todos modos.

 -¿Estreno?

 -Si, había pensado...-empezó a decir Esther, mientras me fijaba en los restos blanquecinos que había en la polla de Carlos. Los restos de la corrida anterior.

 -Yo ya...-dijo Carlos con urgencia.

 -¡Dale, dale!- repondió Esther

 Carlos emitió un gruñido y tensó los músculos, apretando la pélvis contra Esther, que exclamaba:

 -¡Dios!.¡Lo noto!. ¡Los estoy sintiendo!

 Por el tiempo que Carlos se pasó tenso, debía estar llenandome a mi mujer de leche pero bien llenita. Se relajó y apoyó la cabeza en el hombro de Esther, que alternaba caricias y pequeños cachetes en su cuello, al tiempo que decía en un susurro:

 -Eso es...buen chico...todo dentro...todo dentro...buen chico...no la saques...dejala dentro.

 Las proporciones del "bollito de crema" que sospechaba que habían hecho entre los dos se confirmaron cuando dos chorretones comenzaron a deslizarse por los cajones de la cómoda. Esther bajó un dedo a la fuente de los goterones y lo subió empapado, metiendoselo en la boca:

 -¡Rica mezcla hacemos!- dijo riendo- Ah, si, lo del "estreno"... Que había pensado que podríamos hacer esto tres o cuatro veces al año. ¿Qué te parece?

 -¡Y vete haciendo una lista de los tipos de mujeres que te gustan, que te traeré una distinta cada vez!- dijo Carlos con una sonrisa y levantando la mano, en una invitación a chocarla. La sonrisa fue cambiando a rostro expectante según iban pasando los segundos sin que me moviera. No le iba a dar la satisfacción de darle mi aprobación delante de mi mujer. Me sacó de mis pensamientos el cachete fuerte que Esther dio en mi hombro:

 -Chocale la mano, hombre. No seas grosero.

 Levanté la mano y choqué la palma de mala gana. Esther dijo canturreando:

 -Algo se está levantando otra veeez- rió y puso su nariz y frente contra los de Carlos, que se sonrojó ligeramente:

 -Y con tanta lubricación se mueve bien.

 -Pues empieza a darle.

 Carlos empezó a bombear lentamente, salpicando cuando daba un empellón un poco más violento. Esther giró la cabeza hacia mi:

 -Bueno, cariño, vete a disfrutar de tu noche. Ven, dame un besito.

 Me acerqué y le dí un piquito, para salir por la puerta y cerrarla.  Me llevé la mano a la cara y apreté con dos dedos la parte interior de los ojos para despejarme. "Y si toda mi vida he estado proyectando mis defectos. Y si yo soy el malo". No es la primera vez que me asaltaban esa clase de pensamientos, pero siempre lograba auyentarlos.

 Me dirijí hacia la salita, mientras oía de fondo "Que gusto me estás dando. Que buena polla". En el sofá estaba sentada Jie. La agarré de la mano, y la llevé hacia el cuarto de invitados, mientras decía orgullosa:

 -Mi ñaca-ñaca muy bueno. Mejol que mi chupal. Muy bueno ñaca-ñaca.

 -Eso espero-contesté.

 Y mientras entraba en la habitación de invitados, sabía que me lo iba a pasar bien, pero también que una parte de mi cabeza no iba a parar de repetir "Menudo hijo de puta".

FIN