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La prima Aroa

en Amor filial

La prima Aroa

 

La soledad del apartamento mientras el resto de la familia se encontraba en la playa, sirvió a los jóvenes amantes para gozar de cada poro de sus sensibles cuerpos. Acabaron satisfechos y retorcidos sobre el amplio sofá que les había servido de lugar de encuentro…

 

 

Early in the evenin‘ just about supper time,

over by the courthouse they’re starting to unwind

Four kids on the corner trying to bring you up

Willy picks a tune out and he blows it on the harp.

 

Down on the corner, out in the street

Willy and the Poorboys are playin‘

bring a nickel; tap your feet.

 

Rooster hits the washboard and people just got to smile,

Blinky, thumps the gut bass and solos for a while

Poorboy twangs the rhythm out on his kalamazoo

and Willy goes into a dance and doubles on kazoo.

 

Down on the corner, out in the street

Willy and the Poorboys are playin‘

bring a nickel; tap your feet...

 

Down on the corner, CREEDENCE CLEARWATER REVIVAL

 

 

Nos besamos con suavidad, los labios y las bocas unidos en un agradable abrazo. Aroa echada atrás con las manos bien apoyadas en el sofá. Separándonos mínimamente, los dos deseábamos mucho más. Me lo confirmaron su pícaro rostro y los dientes presionándole el labio inferior. Volví a acercarme a ella, abriendo los dos las bocas para besarnos nuevamente de manera maliciosa y perversa.

Aroa era maliciosa y perversa, todo lo mala y perversa que una niña de apenas dieciocho años recién cumplidos, y ya conocedora de lo que los placeres del sexo puede procurar, puede llegar a ser. Yo era dos años mayor que ella y éramos primos lo que le daba mayor morbo a lo que hacíamos. No era la primera vez que nos juntábamos, jugando entre nosotros y empezando a conocer poco a poco las bondades que nuestros cuerpos nos reservaban.

Aquellos días de vacaciones en la playa estaban resultando de lo más interesantes y entretenidos. Nuestros padres de momento no nos habían sorprendido lo cual era fantástico para continuar avanzando y descubriendo nuevos caminos aún inexplorados. Sólo había que tener cuidado con María, la hermana pequeña de Aroa y chismosa como ella sola. De momento lo llevábamos bien y no había de qué preocuparse.

Sus padres y los míos junto a mi abuela y a la pequeña María, habían marchado a la playa quedándonos nosotros en la piscina en la que disfrutar de buenos chapuzones con la seguridad que daban los apartamentos en los que estábamos. Lo que no sabían es que nosotros lo aprovechábamos para otras cosas de mayor interés. Deseosos del otro, habíamos probado ya las camas, el sofá, la ducha del baño e incluso lo habíamos hecho en el dormitorio de sus padres con cuidado de dejarlo todo luego tal como lo habíamos encontrado. Aquel polvo resultó el más morboso, viéndola en la foto de la mesilla junto a sus padres mientras le daba tralla por detrás. También lo habíamos hecho en el asiento trasero del pequeño coche que me había comprado aquel año. Aroa era una viciosilla y nunca tenía suficiente así que los encuentros resultaban en ocasiones difíciles con la familia cerca de nosotros.

-          Bésame primito, anda bésame…

¿Cómo negarse a semejante ofrecimiento? Aroa me ponía como una moto con sus tetitas pequeñas y su cuerpo aún no formado pero ya de buen ver. Además era juguetona y nunca decía no a nada, dejándose llevar por la pasión y el entusiasmo del momento. La primera vez que lo hicimos no fue especialmente satisfactoria por los nervios que me envolvían. Me quedé en su casa y vino a buscarme a mi habitación, pidiéndome estar conmigo. Una cosa llevó a la otra y sin saber cómo, en unos minutos estaba empezando a conocer el frescor de sus labios mezclado con el calor de su boca. Me la mamó de forma experta, según me dijo la primera vez que lo hizo fue con catorce años con el primer novio que tuvo. No lo hacía nada mal puedo dar fe de ello, me pegó una mamada que todavía recuerdo como una de las mejores para luego entregarme su coñito con gemidos ahogados para que sus padres no la oyeran. Estuvo realmente genial.

Sin pelos en la lengua, Aroa era el objeto del deseo de todo el grupo de amigos pero, por fortuna era yo quien me la agenciaba siempre que podía. Me volvían loco sus redondos pechos y de pequeño tamaño que en poco tiempo presentarían un mejor aspecto, sus muslos y largas piernas firmes y duros que en verano quedaban bien a la vista y sobre los que se iban mis manos al menor descuido. Las mínimas camisetas junto a cortos pantaloncillos y los bikinis que llevaba al remojarnos nos mantenían a todos alerta, recompensándomelo más tarde al encontrarnos en el coche a solas. Buenas mamadas y buenos polvos con los que quedábamos los dos satisfechos y cansados.

Sonriendo se echó hacia atrás apoyada en el sofá, los pechitos ya desnudos que la camiseta bajada dejaba ver. Teníamos unas dos horas hasta la hora de la comida, tiempo más que suficiente para gozar de un rato agradable. Allí frente a mí, se la veía preciosa con su corta melena castaña a la altura del cuello y sus verdes ojos brillándole de un modo especial gracias a la mucha luz que entraba por la ventana.

Con un gracioso gesto se acercó a mi entrepierna cuyo bulto se marcaba escandaloso bajo el bóxer que aquella mañana me había puesto. Mi querida primita pasó lentamente la mano de uñas negras por encima, haciéndose al tamaño horrible que allí se adivinaba. El gris claro de la prenda no lo podía ocultar resultándole a ella de lo más apetecible. Cerrando los ojos al sacar la lengua, la pasó por encima arrancándome con ello el primer gemido. Me encantaba verla así siempre que me lo hacía, entregada y sumisa en busca de mi placer. Con la lengua, en la que destacaba el pequeño piercing, jugaba subiendo a lo largo del tronco hasta alcanzar la parte alta del mismo. El delicado bóxer servía de separación, haciéndome rabiar y provocando en ella mayor deseo y perturbación. Aroa nada decía, acostumbrándose al tamaño considerable de aquella oculta presencia y sonriendo al verme impaciente por otras caricias.

Sin prisa alguna pasaba los dedos arriba y abajo, mi pene a punto de romper la tela que lo cubría. Lo observaba con interés, los ojos entrecerrados y los dientes dejándose ver, seguramente deseando tenerlo ya. La conocía bien y sabía lo mucho que la ponía, era algo que la excitaba de un modo especial, verme desnudo y dispuesto a lo que fuera. Humedeciéndose profusamente los labios antes de sonreír abiertamente al mirarme, hizo descender finalmente la prenda apareciendo por arriba el miembro cabeceante.

-          Buffff –exclamó observándolo con la boca abierta y la mirada clavada en él.

-          ¿Te gusta, verdad?

-          Me gusta sí… es enorme.

Apoyando el glande sobre la lengua, lo atrapó cubriéndolo levemente con los labios. Gemí nuevamente ante el tímido roce. Con los labios y sacando la punta de la lengua, abrió los labios jugueteando con la lengua con suaves golpes en el glande para luego envolverlo hasta pasarle los labios por encima. Temblé de puro gusto. Vuelta a la carga y de nuevo maltratándolo con la lengua, para cerrando los ojos meterse buena parte del mismo provocando en mí un largo suspiro. Continuó trabajándola con lengua y labios, enterrándola para enseguida volverla a sacar excitándola con golpes de lengua.

La muy puta se relamía, provocándome con el piercing al mover la lengua a los lados, trabajándola a conciencia, proporcionándome un gran placer como solo ella sabía darme. Eso me ponía loco. El pelo cubriéndole el ojo y metiéndosela ahora más de la mitad iniciando un lento movimiento adentro y afuera.

-          Sigue nena, sigue… lo haces muy bien –la animé a continuar con la mano en su cabello acompañando el suave movimiento de cabeza.

Con la lengua lamió el grueso músculo de abajo arriba, llegando al glande y volviendo a subir del mismo modo obsesivo. Enseguida cambió, tomado por los dedillos y pasando la lengua y los labios a lo largo del tronco y sobre la hinchada cabeza que acabó tragando una vez completamente descapullada. ¡Ufffff, cómo me estaba poniendo mi querida primita!

Empezó a chupar una y otra vez, una y otra vez metiéndola y sacándola y desplegando la piel hacia abajo que trataba de cubrir el grueso capuchón. Yo arrodillado en el sofá como estaba, gemía débilmente por el placer que aquellos gruesos labios me ofrecían. Lo hacía lentamente, sabiéndolo alargar para que ambos lo disfrutáramos aún más. Con las  manos le apartaba el cabello hacia atrás para poder ver cada caricia que me daba. Me encantaba aquella boquita dándome placer y su rostro moviéndose entregado a la deliciosa tarea de la felatio. El miembro encabritado aparecía de tanto en tanto brillante de sus babas.

-          Me encanta como lo haces Aroa. ¡Eres la mejor!

-          ¿De verdad lo dices? No me estarás engañando –dijo sonriente antes de volver a metérsela esta vez mucho más de la mitad.

Temblé entero sintiendo correrme un escalofrío por toda la espalda. Pese a ello no pude moverme, continuando en la posición en la que estaba y con su boquita sin darme descanso. Jugando con el glande y de nuevo hundiéndola en su boca mientras con los dedos me masturbaba haciendo el placer mayor. Así estuvo largo rato, ofreciéndome una de las mejores mamadas, una más como solo ella sabía llevar a cabo. El tronco brillante de su saliva y con las venas marcándose a lo largo del mismo, era una imagen que la enloquecía y la animaba a continuar. ¡Era tremenda la cara de vicio que ponía cada vez que se la metía!

Yo seguía arrodillado, el cuerpo en tensión y mirándola desde mi posición privilegiada. Aquello se alargaba y yo no quería que acabara nunca. Miles de sensaciones se agolpaban en mi cerebro y ahora era yo quien le follaba la boquita, moviéndome adelante y atrás cogida como la tenía de la cabeza. Aroa se dejaba hacer, aguantando solo la respiración y dejándola ir cuando se lo permitía. Adentro y afuera, adentro y afuera hasta alcanzarle lo más hondo de su boca, notando la lengua enredarse con mi miembro en una lucha feroz.

-          ¡Me encanta tu polla primito... es fantástica… dámela, vamos dámela!

Aquella putilla se lo tomaba con calma, como digo sabía hacerlo atacando cuando lo requería y parando al notarme temblar. Sus bonitos ojos verdosos alargándose achinados en un gesto que me volvía loco, llena la boca para abandonarla al momento. Lo mejor de su rostro, además de los ojos, eran sin duda sus labios gordezuelos y rosados que veía rozar golosos el miembro, haciéndome correr un estremecimiento.

La abandonó con un sutil roce de lengua para dedicarse a chuparme los huevos, tirando del bóxer hacia abajo al empezar a pasar la lengua de forma hambrienta lamiendo la sensibilidad del escroto. Gemí cerrando los ojos con fuerza al tirar la cabeza atrás ante tan encantadora caricia. Sujetando el pene con la mano, lamía y chupaba notándolos cargados de líquido seminal. Con pequeños circulillos de la lengua los fue recorriendo recreándose en cada uno de mis gemidos, en cada uno de mis lamentos.

Volvió al anterior trabajo, apoderándose del pene que succionó de forma mucho más rápida, moviendo los dedos a todo lo largo mientras le llenaba tan pronto un pómulo como el otro para acabar golpeándole el mentón con los testículos. Se atragantaba pero no lo abandonaba, chupando y lamiendo el miembro herido y delicado.

-          Ummmmm, sigue nena sigue… lo haces de maravilla, continúa…

-          ¿Va bien así, Pepe? ¿no te correrás?

-          No no, tranquila… voy bien sigue.

-          Está bien, entonces subiremos un poco el ritmo –exclamó poco antes de volver a metérsela hasta la garganta, soportando el ahogo al que la sometía.

-          Ummmm, eres una putilla.

Arriba y abajo y adentro y afuera dándome un placer tremendo. Me retorcía gimiendo, moviéndome para buscar sus chupadas, ofreciéndole el miembro que tomaba con interés malsano. Rozándome con los dientecillos hasta hacerme vibrar de emoción, mi prima Aroa sabía bien lo que se hacía. Y yo me dejaba llevar sintiéndome en una nube de emoción. Chupaba deprisa y cuando me notaba casi a punto paraba la muy puta dejándome con las ganas. Y así dos y tres veces arrancándome gritos de queja, para parar ella sacándola de la boca, curvada y tiesa apuntando hacia arriba llena de babas. Moviendo los dedos por encima al descapullar el glande, el rostro que mostraba me hizo temblar entero. Rostro de vicio y prometedor de muchas otras cosas. La hermosa Aroa se mordió el labio aguantando con ello el deseo que a buen seguro la embargaba.

-          Vamos a otras cosas, ¿quieres?

-          Lo que tú digas preciosa –no me pude negar a lo que me pedía.

Nos besamos dándonos las lenguas al tiempo que con las manos le acariciaba todo su cuerpo serrano, subiéndole las manos a los pechos para poco después bajarlas a sus muslos y nalgas. De ese modo le masajeé las tetitas y los pezones poniéndola cachonda a rabiar. Gemía, se retorcía de gusto sin dejar de jadear y pedir más. Yo la conocía bien y sabía lo que su cuerpo necesitaba. Tomándole el culo le apreté las mollas con desvergüenza, escuchándola sollozar con palabras obscenas con las que buscar calentarme. Le respondí del mismo modo sabiendo lo que aquello le gustaba. Era aquel un juego que los dos bien conocíamos y con el que ponernos a tono.

Aroa tenía los pechos duros bajo mis manos, con los pezones oscuros, igualmente duros y erguidos. Respiraba de forma entrecortada, tapándole la boca con mis besos para hacerla callar. Con un grito de júbilo se quitó el pequeño tanga, quedando completamente desnuda frente a mí. Me la comía con los ojos, un monumento hecho mujer o al menos así me lo parecía en esos momentos. Cogiéndome la polla algo flácida, la meneó suavemente consiguiendo que se pusiera con rapidez en forma. Un preservativo cubriéndola y ya estaba listo. Obligándome a tumbar sobre el sofá, tomó asiento poniéndose a horcajadas y enchufándose ella misma el rabo entre los labios. Estaba tan mojada que estos se abrieron con facilidad pasmosa, dando paso a mi sexo que la fue penetrando muy lentamente. Mi querida prima lanzó un grito ahogado, aguantando la respiración al ir bajando sobre el eje ardiente que era mi polla. Al sentirse llena y con los huevos pegados a los cachetes, es cuando pudo hablar solo unas pocas palabras.

-          Uffffff Pepe, me llena… me llena hasta el final… ¡cómo me gusta tu polla querido primo!

Mordiéndose el labio, apretándolos luego con fuerza, se corrió en un susurro casi silencioso, mansamente y con los dedos mezclados en los míos. Casi me corro viéndola con aquella cara de felicidad extrema pero me pude contener quedando quieto bajo ella. Rodando el uno sobre el otro, dominaba ahora yo la situación al quedar encima, todavía dentro de su vagina. Sin embargo, retirándola provoqué en Aroa un lamento de disgusto. Lamento que se convirtió en placer al notar mi boca en su vulva, chupándosela y lamiéndola con vivarachos golpes de lengua. Era mi turno y pensaba aprovecharlo. El coño se le puso ardiendo, vibrando de ansiedad por nuevas caricias que la hicieran perder la razón. Era de fácil orgasmo, excitándose con poca cosa que le hicieras. Pasándole la lengua envolví el clítoris con mis labios, succionando del mismo y tirando ligeramente hasta hacerla gruñir inquieta. El diminuto botón se puso duro como una piedra con el cálido ataque al que le sometí. Entonces le metí la lengua entre las paredes de la vagina arrancándole un nuevo orgasmo este mucho más ruidoso.

-          ¡Me corro cabrón, me corroooooooo! ¿Cómo puede ser tan maravilloso?

-          Córrete nena, córrete –la animé con mis palabras sobre su rostro descompuesto que descansaba encima de la mullida almohada que le servía de apoyo.

-          ¡Qué bueno, qué bueno sí! ¡Qué corrida más rica me has dado!

Augggggggggggggg, ¿qué me haces maldito? ¿no puedes dejarme descansar? –gritó con voz ronca al sentirme dentro de ella, enterrándome con decisión hasta el final.

En posición de misionero, empezamos a movernos acompasados al ritmo que le marcaba. Con las piernas abiertas y dobladas, las entradas y salidas se hacían cómodas en aquel charco que era su sexo. Dejándome caer me sentía abrazado por las paredes de la vagina que parecían querer absorberme con cada nueva entrada. Por debajo, Aroa me acariciaba suavemente los huevos que se unían a ella con energía.

-           ¡Oh sí, fóllame primo, fó… llame! ¡Soy toda tuya, fóllame Pepe… fóllame! –sollozaba agitada y con la pierna en mi hombro.

           

-          Muévete muchachita, es un placer tenerte así de entregada.

-           ¡Mi amor, no me digas esas cosas… dame con fuerza, dámela sííííííííí!

Cayendo sobre ella le comí el cuello y la oreja, mordisqueándole el lóbulo lo que la volvió completamente tarumba, sollozando y gritando de modo que podrían oírnos. La hice callar con un nuevo beso con el que consolarla mínimamente.

-          Levanta, levanta por favor –la escuché que me decía tratando de escapar.

-          ¿Quééééééééééé?

-          ¡Qué te levantes… quiero que me des por detrás!

Quedando de espaldas a mí la vi remover el culillo en claro ofrecimiento perverso que me trastornó los sentidos. ¡Perra, más que perra! ¿Así que eso quería? Ahora iba a ver.

-          ¿Eso quieres? ¿quieres que te la meta? –grité perdido el control.

-          ¡Oh sí, métemela, vamos métemela toda…

Acercándome a ella con la polla en ristre, le comí primero el coño chorreante de jugos, pasándole de pronto la lengua por encima del ano. Eso la hizo dar un respingo de satisfacción. Continué el tormento, oyéndola gemir y suspirar abriendo las piernas para quedar más expuesta. Con mi saliva y sus jugos el coño se le abría como una flor sedienta. Fue el momento que aproveché para meterle uno y dos dedos empezando así a follarla. Los dedos se hundían, saliendo húmedos y rezumantes de calores femeninos que chupé y saboreé recreándome en ello. Conocía el sabor amargo que desprendían y me encantaba disfrutarlos, es una de las cosas que más me gusta.

Poniéndome tras ella me dispuse a penetrarla. Cogiéndola entre los dedos la llevé a la entrada del coño, encontrándolo rápidamente y quedando enterrado en ella que me miraba con la cabeza echada hacia atrás, el cabello cayéndole por el rostro en una imagen maravillosa e imborrable.

-          Sí Pepe, muévete despacio, fóllame… fóllame –aparecía el piercing sobre la lengua que se agitaba en clara referencia lasciva.

Con una teta en mi mano, la follé primero de forma lenta para ir acelerando el ritmo paso a paso. Sus gemidos junto a mis gruñidos llenaron la habitación en una agradable sinfonía de sonidos entrecortados. Las palabras quedaban acalladas por sollozos inconexos prometedores de nuevos placeres.

-          ¿Te gusta nena?

-          ¡Ummmmm, me gusta sí… sigue, sigue no pares!

Llevándole el dedo al ano presioné ligeramente haciéndola poner los ojos en blanco. Se removía inquieta, con el culo en pompa y acompañando lentamente el movimiento de copula que ambos formábamos. El verla tan dispuesta me animó a follarla con mayor ahínco, buscando ahora mi orgasmo. Me dolían los huevos y necesitaba descargar.

-          Voy a correrme primita… no creo que aguante mucho más.

-          ¿Vas a correrte, sí? –preguntó casi vociferando.

-          Me queda poco pero aún puedo un poco más –aseguré notándome la cabeza dar vueltas.

Con los ojos nuevamente en blanco, se corrió una vez más gracias a mi aviso de pronta corrida. Me moví dentro de ella bufando y empujando con todas mis ganas, llevándola contra el brazo del sofá al que se agarraba mordiéndolo con desesperación. Me corrí soltando mi carga tanto tiempo guardada, llenando el preservativo de abundante semen con el que descansar el polvo que habíamos echado. Quedé quieto y temblando, sintiendo las piernas flaquear bajo el empuje del orgasmo. Caí sobre ella, los dos derrotados y una sonrisa satisfecha en el rostro de mi bella prima. Me la comí a besos, haciéndola reír y quejarse por la locura que me vencía.

-          Bufff Pepe, ha sido tremendo… de esos polvos salvajes que tanto me gustan.

-          Tú tampoco has estado nada mal –respondí enganchándole la oreja con mis dientes.

-          Gracias amor… estoy derrotada, bésame.

Tras besarla con la mirada vuelta hacia mí, nos separamos entre risas, corriendo por el apartamento hasta que al fin bajamos a la piscina disfrutando de un buen remojón con el que calmar el cansancio que nos envolvía. Un rato más tarde y mientras me tiraba desde el pequeño trampolín, llegó el resto de la familia saludando a los vecinos que por allí andaban.

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