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Recuerdos

en Zoofilia

Según he leído y visto en reportajes, la memoria a largo plazo no es segura, nuestros recuerdos se mezclan con fantasías, sueños y esperanzas, desvirtuando nuestra memoria. Teniendo en cuenta esto el siguiente relato es real, según mi insegura memoria.

Tengo algo más de 60 años y pese a carecer de titulación, siempre he mirado de ser autodidacta para mantener cierto nivel cultural e incluso profesional.

En mi época fui un niño problemático. Crecido en un barrio de barracas de Barcelona, hoy desaparecido, ya a los 9 años apuntaba maneras, a los 10 ya era conocido por los policías de la división de menores, por nada demasiado grabe: rotura de lunas, algún pequeño hurto y sobre todo peleas y cosas así.

El día que mi madre encontró una navaja, tan grande como mi antebrazo,en el bolsillo de mi pantalón se asustó tanto que, aun llevándose una paliza de mi padre algo más fuerte que las habituales, tomó la decisión de enviarme al pueblo con sus padres, confiando que el cambio de ambiente me hiciera cambiar. Ni siquiera esperó a que acabara el día, mandó aviso a su hermana mayor, Araceli, escribió rápidamente una carta, preparó una maleta con solo algunas de mis cosas y me puso en manos de mi tía.

Me pasé viajando en tren y autocar el resto del día y gran parte del día siguiente al lado de mi tía Araceli, mujerona entrada en carnes, muy amable con los niños, pero al mismo tiempo, después de mi padre, la persona que más respeto me infundía.

Llegamos a la desierta plaza mayor del pueblo al mediodía del día siguiente, a principios de otoño, el resto del camino hasta la casa de mis abuelos lo hicimos a pie, llegamos a la casa bien entrada la tarde.

La primera vez que vi a mis abuelos más que respeto sentí algo de miedo. A pesar de sus amables sonrisas, la seriedad con que habían leído la carta de mi madre me provocó un escalofrío, en ese momento creí notar el endurecimiento de sus almas.

Con el tiempo llegué a conocer a mis abuelos muy bien. Él había sido republicano durante la guerra civil, pero durante la guerra europea se hizo valedor de una condecoración francesa que le dio cierta inmunidad pudiendo regresar a España. Mi abuela era profesora en la capital de aquella provincia. Al ser tomada por las tropas nacionales mi abuela se fue al pueblo de sus abuelos cambiando de nombre, y se vendió a si misma las tierras de su familia.

No recuerdo apenas nada de la conversación previa a la cena, lo que si recuerdo es que pasé aquella primera noche en un cobertizo de aperos situado en un lateral de la casa, sobre un montón de heno y mi tía durmió en el pajar próximo al establo.. No tardé nada en dormirme, el cansancio, la opípara cena y el baso de vino que me puso mi abuela hicieron su efecto.

En mitad de aquella primera noche me desperté con unas ganas terribles de orinar. Tal y como se me había dicho que tenia que hacer salí del cobertizo haciendo el mínimo ruido posible al abrir la pesada puerta de madera sin pulir que daba al lateral de la casa. El camino hasta el corral, que hacía las veces de letrina, estaba iluminado por una inmensa luna llena. La hierva húmeda y los guijarros clavándose en mis pies no me dejaron llegar al corral distante unos 50 metros de la casa. Saqué mi pollita de los calzoncillos de algodón que empleaba para dormir, con la intención de vaciar mi vejiga al pie una de las grandes carrascas que había en la finca. Me costó horrores orinar mi imberbe pito estaba duro como una piedra, y orinar en aquel estado me fue tremendamente difícil.

A estas alturas debo decir que pese a mi edad sabia perfectamente lo que era una erección y a que se debía. Unas semanas antes había intentado masturbarme junto con algún compañero de más edad, la verdad es que sentía placer pero no llegué al orgasmo, ni mucho menos eyaculé. Mis compañeros me explicaron que a causa de mi corta edad, pero que no tardaría mucho en sentir el placer de una buena acabada,

Cuando me disponía a regresar al cobertizo mire en dirección al establo y vi una tenue luz moviéndose entre el granero y el establo. Me quedé helado de pavor. Pero en mi barrio me habían enseñado a controlar mis miedos. Al serenarme un poco comprendí que mi tía se había tenido ganas de orinar y se desplazaba al establo para aliviarse. Al volver a pervivir el movimiento me percaté de que estaba en lo cierto, era tía Araceli dirigiéndose al establo con un candil en la mano.

Movido por la curiosidad decidí acercarme al establo para comprobar si podía espiar a mi tía. Más movido por las ganas de poder reírme a gusto de la mujerona, que por que me supusiera alguna excitación.

Ese tipo de espionaje no era la primera vez que lo realizaba, en los baños, las pocas veces que asistía a clase, me lo monté para espiar a alguna niña e incluso a alguna profesora. En nuestra vivienda en el barrio a mi hermana mayor y a mi madre mientras se bañaban en una tina de agua caliente, mientra creían que estaba en la escuela.

Como digo más por hacer la travesura que por sentirme excitado, soporte el frio, la humedad y guijarros en mis pies, mientras me acercaba tan sigilosamente como podía al establo. En mi mente casi podía oír a los chicos de mi barrio: “¡Gallina!, ¡No hay huevos!, ¿A que no te atreves?”.

Con lo que recuerdo como un gran esfuerzo llegué a la puerta del establo. Percibiendo en la puerta una tenue linea de luz producida por una mala unión, en la parte baja, entre las tablas de la rustica puerta, me aproxime a ella, me acuclillé atisbando el interior por dicha rendija. Lo que vi me cortó la respiración por unos segundos. A solo un par de metros de la puerta, dándome la espalda estaba mi tía, con el biso que empleaba para dormir enrollado en la cintura, en cuclillas con las rodillas separadas, levemente inclinada hacia delante, junto al lateral del asno de mis abuelos.

Aquellas nalgas me parecieron enormes, eran blancas y aun lo parecían más comparadas con el moreno playero de sus piernas, estaban separadas, con el ano medio adivinado medio expuesto. Bajando mi cabeza aún más, pude ver los pelos del coño de mi tía.

Estuve mirando un rato hasta que me dí por vencido, no salia nada ni por el chocho ni por el culo. Eso si, aquel ojete con sus alrededores enrojecidos daba pequeñas contracciones, como si fueran unos labios prietos lanzando besos al aire. .De tanto en cuanto las yemas de algunos de sus dedos aparecían entre las piernas, entonces ella empezaba a mover el inmenso culazo, describiendo círculos. Un par de veces llevó su mano atrás e introdujo la primera falange de su dedo medio en su ojete.

Estaba a punto de retirarme y volver a mi tibio lecho, pero al alzarme un poco me percaté de que la cabeza de mi tía se movía con suavidad pero convulsivamente. Presté más atención al oírla murmurar:

 

-Tranquilo cariño... solo un poco... mmmrss.... no veas....

 

El frío era mucho pero por alguna razón mi aun pequeña hombría cobró vida poniéndose tan dura como solo puede ponerse a esa edad. Pensé que si me la meneaba un rato conseguiría el gusto del que tanto me habían hablado los chicos del barrio. Me puse saliva en la mano y empecé a frotármela con ansia. Hoy por hoy creo que mi ansia venía por convertirme en hombre que por el gusto que se suponía iba a sentir. La visión de aquel culo moviéndose me inspiraba, pero aun más las palabras que pronunciaba mi pariente.

 

-Que puta soyyyy.... que pollaza.... mmmm... dame gusto... ufff..... mááásss... pollon... como lat-te este pollonnnn....

 

Me imaginé a mi mismo entrando de golpe con la pollita tiesa, fuera de mis calzoncillos diciéndole a mi tía “-Tita... mi polla es más grande que tus dedos, ¿La quieres?” Los movimientos de aquellas nalgas, aquel ano me llevaron más cerca del orgasmo que nunca hasta entonces.

De repente un potente rebuzno del asno me hizo caer de culo. Gateé para esconderme en un lateral del establo. Me senté apoyándome en la pared, tratando de controlar mi respiración. Pensé que en cualquier momento saldría mi tía dispuesta a matarme a golpes. Pero controlé mi respiración, ni siquiera se abrió la puerta del establo. Me aproximé al ventanuco de aquel lateral, y prestando atención antes de asomarme escuché la voz de tía Araceli:

 

-¡Joder que pollon! ¡Que rabia que no me quepa dentro!... ¡Mmmmm....!

 

Un nuevo rebuzno me sobresaltó pero las palabras oídas previamente consiguieron que mi curiosidad y excitación superaran a mi miedo. Asomándome al ventanuco con cuidado. La visión que tuve de mi tía me impactó bastante, provocandome unas ganas casi irrefrenables de reír, en aquel momento.

Mi respetada tía Araceli estaba abrazando el miembro erecto del asno, casi como si fuera un bebe, apoyando su mejilla en un glande de tamaño imposible, cubriendo de pequeños beso y suaves lametones. Cada pocos segundos su mano se perdía entre sus piernas, en esos momentos movía las caderas casi convulsivamente de delante a atrás, mientras de su boca salían profundos gruñidos guturales y palabras entrecortadas.

 

-¡Mmgrrrrrrr...!, ¡Quieroggg metermelooohhh...!, ¡Te amohhhh cipotonnmmmmgrrrrr!

 

Mi intención de entrar se desvaneció sustituida por un sentimiento de inferioridad. Yo jamas tendría una polla de ese tamaño. Sin pensármelo demasiado continué con mis manipulaciones.

Después de bastantes veces de pasar de mimar aquella barra de carne vibrante a frotarse su entrepierna con ansia se arrodillo gruñendo y abrazando, quizás con demasiada fuerza, aquella barra de carne vibrante, dura.

 

-Ahhgggg.. cabronmmmmmrr... hijo de put... putaaaaaaa.... que corrid.... corrida.... que aggggrrr.... aguant-teeeeee.... mmmmmm....

 

El asno trato de moverse, pero mi tía, abrazaba aquella pollaza espasmódicamente. Debieron pasar un par de minutos cuando aquella mujerona se dejó caer en el suelo. Cada poco se movía cambiando levemente su posición.

Esos movimientos me permitieron admirar aquel maduro cuerpo. Las tetas enormes, casi del tamaño de mi cabeza, con unos pezones que se veían rosados con grandes aureolas. Aquel coño con un triangulo de pelos renegridos, que tía Araceli se acariciaba con suavidad dando pequeños respingos. Aquellas nalgas que me parecían inmensas que se acariciaba y se abría, cuando estaba boca abajo, mostrando aquel ano espasmódico.

Aumente el ritmo de mi paja pensando en insultarla en llamarla puta, en echarle mi primera leche encima, en mearle después. Estaba enloquecido, pero mi ansiado orgasmo no llegaba.

Cuando se recuperó un poco se tendió de espaldas y alargó la mano derecha para acariciar casi con amor aquella verga inmensa. El asno a los pocos segundos dio una serie de profundos rebuznos, y agitándose violentamente soltó por la polla una gran cantidad de liquido blanco , que guiando con la mano, mi tía se distribuyó por sus inmensas tetas y su poco abultado vientre, mientras yo veía claramente como con la mano libre se frotaba con rabia aquel triangulo de pelos, murmurando:

 

-Asi.... dámmmm... elo cabrón.... que pollaza t-tienesssshhh.... es mejor que la de Neron...mmmm... bañame entera... que gustazoooooohggg... dame más... que pol... polvazoooooooojjjj....

 

Neron era el chucho enorme que tenían mis primos, los hijos de tía Araceli. Me tuve que tapar la boca volviéndome a sentar contra la pared, para ahogar la risa histérica que me atacó. Pensé “Pobre tío Luis, su mujer no le pone los cuernos con nadie.... se los pone con el perro”. Visto con los ojos de un niño, el asunto tenia gracia.

Es curioso pensar como un par de años después estos recuerdo me sirvieron de inspiración en más de un consuelo onanista, pero en aquel momento solo me produjeron gracia.

Al no conseguir mi paso a adulto con mis manipulaciones, decidí retirarme con cuidado. Como los soldados de las películas me tumbé en el suelo y me arrastre rumbo a la esquina del establo, para tratar de ver cuando aquel pedazo de putón regresaba al granero y así poder volver yo al cobertizo, no me había dado cuenta hasta aquel momento del frio que hacía, cuando mis calzoncillos se humedecieron mojando mi erecta pollita. Ni el intenso frío consiguió bajármela.

Cuando mi vista se volvió a acostumbrar a la claroscura iluminación de la luna me dí cuenta de que alguien avanzaba desde la casa directamente a donde yo permanecía oculto. Quien quiera que fuera no llevaba ninguna luz, se movía con seguridad, rapidez, sigilosamente, todo ello a pesar de la poca iluminación. Retrocedí poniendo mi espalda contra la pared, tratando de fundirme con ella, conteniendo la respiración

La puerta del establo se abrió violentamente, entonces oí el grito de mi abuela:

 

-¡Puta de mierda!, ¡en cuanto llegaste sabia que volverías a las andadas!

-Madre... yo... es que...

-¿Que coño te pasa?, ¿Es que tu marido no te da caña?, - indudablemente mi abuela tenia un cabreo monumental - ¡Pues buscate un amante, joder!, ¡Un hombre, coño, con un buen cipote!, ¡Pero deja en paz, de una puta vez, a los animales!

-Madre... yo.... es que.... no puedo.... - aquí la putorra de tía Araceli rompió a llorar – es que me gusta tanto... ningun animal me la ha metido... solo les... les toco... la tienen tan grande... y mi... mi perro me lame tan bien...

-Te tendría que dar una paliza...

 

Al oír esas palabras pensé pe podría ver algo que, a lo mejor si que conseguiría hacer que me viniera, pese al riesgo volví a asomarme a mi puesto de observación, en el ventanuco.

 

-Pero – prosiguió mi abuela -se que no serviría de nada, después de la ultima que te dio tu padre, que te dejó medio muerta, aun te pillé pajeandote como una loca en el granero donde te castigó.

 

Mi abuela estaba de pie ante la puerta abierta y su hija mayor estaba materialmente colgada de su cuello, con la cabeza agachada. La casi setentona mujerona, acariciaba la espalda de su, aun desnuda, hija. Dando muestras de una ternura que en aquel momento no hubiera esperado.

 

-Tranquila nena – le dijo mi abuela y dándole unas palmadas en la blanca nalga izquierda que se movió como un flan prosiguió – y apartate que me estas llenando el camisón de la jodida leche del burro, anda vamos a lavarnos un poco en el abrevadero y a dormir, antes de que despierte tu padre vea que no estoy y venga a buscarme. ¿Recuerdas lo que te hizo la ultima vez que te pilló?.

-Si madre, lo recuerdo... - dijo mi tía sorbiéndose los mocos – Pero... snif... ¿Sabes? A veces... cuando estoy con mi marido.... snif... fantaseo... con... con la paliza que me dio con aquel manojo de cuerdas – aquí arrancó a llorar de nuevo - ¿Por que soy así mamá?

-Tranquila nenita... ya veremos como lo arreglamos. - dijo la abuela empujando por la cintura, dulcemente, a su hija.

 

Asomándome a la esquina pude ver como la madura y la anciana se aseaban en el abrevadero. La anciana se quitó el camisón por la cabeza,quedando solo vestida con unas bragas blancas inmensas y unas alpargatas de tela con suela de esparto, las mismas que eran la única indumentaria de mi tía.

La anciana dejó al aire unas tetas que competían con las de su hija, tanto por tamaño como por firmeza. Aunque las bragas pudieron engañarme diría que tenia menos vientre que su hija Sus piernas, pese a la tenue luz se veían más fuertes, más musculosas, sin apenas signos de la edad.

Admiré los cuerpos de mis parientes, con la intención de correrme por primera vez, pero verlas lavar sus voluminosos cuerpos con el agua fría de aquel pilar, no hizo sino incrementarme mi sensación de frío. Me volví a sentar en el suelo, apoyándome en la pared, donde podía oírlas, pero quedaba oculto a su vista.

No recuerdo casi nada de la conversación que tuvieron, solo recuerdo que mi abuela trataba más de consolarla que de reñirle, le preguntaba si en la ciudad era feliz. Mi tía por su parte trataba de justificarse, que si no había encontrado ninguna polla que fuera tan grande como la del mulo que habían tenido mis abuelos, que ninguna lengua le había lamido el coño como lo hacía Neron con ayuda de un poco de miel o mermelada.

No sé el rato que pasó, pero cuando se marcharon a dormir me escabullí silenciosamente, me costó horrores llegar al cobertizo, las piedras en mis pies, Cuando conseguí llegar y arroparme con la manta encima del heno tardé bastante en dejar de tiritar. Entonces fue cuando me dí cuenta que mi pollita había permanecido dura como una piedra todo el tiempo, desde que viera a tía Araceli agachada junto al asno.

Con esas imágenes en la mente: el culo abierto y pulsante de mi tía-puta, la manera de besar y arropar entre sus tetas el pollon del jodido asno, mis parientes limpiándose mutuamente, traté de hacerme lo que mis amigos del barrio llamaban una paja. Pero solo conseguí que al día siguiente, además del resfriado, sufriera de unas laceraciones terribles en mi pollita, que durante unos días lució hinchada como un pequeño globo.

Pensé en usar lo visto como chantaje pero al irse mi tía, intentar hacérselo a mi abuela hubiera sido nefasto, la primera bofetada me la dio a la mañana siguiente cuando al levantarme me quejé de lo temprano que era. No había caso, me pasé allí los siguientes 10 años de mi vida.

Aun tardaría un par de inviernos en empezar a eyacular, algo menos en “sufrir” mi primera polucion. Pero parafraseando al genial Rudyard Kipling: “Esa es otra historia, y deberá ser contada en otra ocasión