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Melda Tár (Amado Rey)

en Parodias

“Melda tár”

Por Valdred Dethstorm

Fan Fiction ganador de la Convocatoria Mundos de Tolkien - 2013 organizado por chesirekingdom.blogspot.com los personajes pertenecen a J. R. R. Tolkien en su totalidad, la historia, argumento y situaciones pertenecen al autor: Valdred Dethstorm y como tal no pueden ser reproducidos.

Prohibida distribución o copia de argumento y arte.

 

 

En Rivendell, bello lugar conocido como “Imladris” por los elfos, existe una enorme biblioteca llena de libros de historias de la Tierra Media. Completas biografías, mapas de todas las tierras conocidas, cuentos, poemas y muchas maravillas más. Incontables manos han pasado por todas esas páginas, con la misma delicadeza que un jardinero tendría hacia su flor más hermosa y preciada, pues para los elfos pocos tesoros eran tan valiosos como los libros: fuentes de sabiduría y grandes emociones.

Uno de los libros más solicitados, principalmente por sonrojadas elfas jóvenes, es el que relata el encuentro del rey Thranduil y Maedhros y su breve romance secreto. Los estudiosos cuestionan su veracidad, y lord Elrond “medio elfo” no hace comentarios al respecto…pero indudablemente a todos les gusta pensar que esa historia sucedió en verdad.

 

Hace muchos, muchos años, antes de que Bilbo Bolsón y su sobrino Frodo se convirtieran en personajes de leyenda, hubo un concilio secreto en Imladris, con el objetivo de discutir una cuestión importante: Elfos de todas partes de la Tierra Media acudieron, incluyendo a Thranduil, el rey de los elfos del bosque; Maedhros, uno de los hijos de Fëanor (el creador de los Silmarils); Valdred, un rey elfo de un reino muy lejano; y también lady Galadriel, quien no necesita presentación, entre otros más.

El ambiente era algo digno de admirarse: una explosión de color y melodiosas voces cantando a coro. Había cabelleras doradas y plateadas, hermosos ropajes de seda y una indescriptible elegancia en todos los elfos. Lucían imponentes montando en blancos corceles o andando con la cabeza alta, el porte orgulloso, con curiosas miradas felinas recorriendo todos los alrededores.

Todos hacían reverencias ante su anfitrión, lord Elrond, sin importar que fueran reyes o importantes personalidades, incluyendo a Galadriel misma, quien cautivaba todos los sentidos de los que tenían la fortuna de mirarla. Y Elrond les respondía del mismo modo, pues todos los elfos se trataban como iguales.

—Saludos, lord Elrond “medio elfo” —Thranduil hizo una leve inclinación de cabeza ante Elrond. Llevaba una hermosa túnica de color azul oscuro, decorada con hilos tan plateados como la luna. De su cinto colgaba una espada ornamental, sin filo, cuyo pomo estaba decorado con esmeraldas. Y sobre sus rubios cabellos reposaba una brillante corona de oro blanco, decorada con coloridas florecillas que crecían y se extendían sobre esta, formando una increíble simbiosis.

—Bienvenido, Thranduil, rey de los elfos del bosque —, musitó Elrond con un tono cordial, dándole la bienvenida al monarca. Su nombre significaba “Bóveda de Estrellas”, lo cual era realmente apropiado…pues sus ojos eran brillantes y cautivadores. Vestía una larga túnica holgada del color de las hojas otoñales, y una diadema plateada que se ajustaba perfectamente a la forma de su cabeza, resaltando por encima de sus largos cabellos negros.

—Has venido de muy lejos. ¿Cómo van las cosas en el Bosque Verde? Me han llegado rumores inquietantes últimamente…

—Los rumores tienden a exagerar notablemente los hechos reales…— Respondió Thranduil con una sonrisa enigmática y los dedos de las manos entrelazados. —Hemos tenido algunos problemas con arañas. Bestias grandes y repulsivas, posiblemente vástagos de Ungoliant o Saenathra. Pero no son algo que no podamos mantener a raya. Estaremos bien.

Entonces, algo captó la atención del rey de los elfos del bosque. O mejor dicho, alguien.

Era un joven elfo que destacaba entre los otros por sus largos cabellos de color castaño oscuro, y una voz cristalina, tan dulce como las cuerdas de un arpa. Esbelto, alto y de mirada expresiva, se robaba risitas y sonrisas tímidas de las jóvenes presentes. Se trataba de Maedhros.

—Oh. Maedhros. Le llaman el “bien formado”, por razones que saltan a la vista, ¿No te parece? Algunos también le dicen “el Alto”, ¡Y sin duda hace honor a ese mote! Fácilmente me saca una media cabeza, por lo menos…—informó Elrond, notando casi enseguida que la mirada de Thranduil había quedado absorta en contemplar al joven hijo de Fëanor—. Parece que te ha causado una buena impresión.

Todos los recién llegados fueron guiados a habitaciones para huéspedes, donde podrían descansar después del largo viaje que habían emprendido para llegar a Imladris. Thranduil solicitó que le dieran una que quedara cerca de la de Maedhros, petición que hizo que una de las cejas de lord Elrond se arqueara. El rey de los elfos del bosque explicó simplemente que le gustaría conocerlo mejor: había escuchado hablar mucho de los Silmarils y el “juramento de Fëanor”, y quizás algún día podría hablarle y satisfacer su curiosidad. Elrond se dio por satisfecho con esa explicación.

Fue una noche larga y llena de estrellas. Desde su habitación, Thranduil podía ver las cascadas de Rivendell, hermosas aguas cristalinas precipitándose al vacío. También las resplandecientes estrellas, la obra de Varda (los elfos la conocían como “Elentári”, la dama de las estrellas. Y la aman con gran devoción, ya que lo primero que vieron al llegar a la Tierra Media fue la luz de las estrellas. Las estrellas de Elentári. Y ese brillante fulgor plateado se hospedó en los ojos de todos los elfos y nunca los abandonó). Escuchaba el canto de doncellas élficas y música de instrumentos de viento, animadas canciones en su lengua que hablaban de victorias pasadas en la guerra y de todo lo hermoso que hay en el mundo. Los elfos adoraban todo lo que crecía en la naturaleza, a la vida en todas sus formas y colores, motivo por el cual otras razas les trataban de “delicados”.

Pero lo que Thranduil miraba a través de su ventana era la habitación que le había sido otorgada a Maedhros. La ventana del elfo de cabellos castaños se hallaba semicubierta por ramas de árboles y las cortinas, más eso no llegaba a ocultar el interior del todo. Al parecer, el joven hijo de Fëanor estaba escribiendo, sentado sobre las sábanas de su cama. La mirada de Thranduil seguía cada uno de los movimientos de las manos de Maedhros, se fijaba en las facciones de su rostro…en la manera en la que se mordía el labio a causa de la concentración.

Era perfecto. Y quería hacerlo suyo, ahora estaba seguro de eso.

~

Al siguiente amanecer, la confusión se apoderó del semblante de lord Elrond, pues al andar hacia la zona donde se celebraría el concilio escuchaba sonidos de lo más extraños.

Ruidos como…No, no podía ser.

Se carcajeó para sí mismo, pensando en lo imposible que podría ser que sucediera algo como lo que estaba imaginando…y apretó el paso, deteniéndose en seco con un gesto de exasperación al descubrir lo que estaba pasando.

—Valdred —los labios de lord Elrond se curvaron hacia abajo. Nunca había entendido porque llamaban “Sátiro” a Valdred, pero ahora le quedaba realmente claro. Sentía que no quería descubrir porque el rey elfo de oscuros cabellos se había ganado también el apodo de “Panque”-. ¿Es esto realmente necesario?

—Oh, lord Elrond. ¡Buenos días! —Valdred saludó a Elrond con la mano izquierda, mientras que con la otra sujetaba firmemente del cabello a Aredhel, la “Dama Blanca de los Noldor”. Por la posición en la que ambos se encontraban, no quedaba duda alguna de que la preciosa hija de Fingolfin le estaba haciendo una mamada increíble—. Uh…parece que todo lo que dicen de ti es verdad, “Ar-Feiniel”…que bien te la comes…

Acomodado nada menos que en el asiento de su anfitrión y con la túnica a medio abrir, Valdred tenía los pantalones abajo y su pene erecto entraba y salía constantemente de la boca de Aredhel, cada vez aún más empapado de saliva. Ella había sido esposa de Eöl, el “Elfo Oscuro”, más nunca llegó a amarle realmente, pues todo su encuentro y matrimonio había sido arreglado mediante trampas y hechizos. Era una elfa de estatura alta, apariencia fuerte a pesar de su físico encantador, y de suave piel pálida y cabellos oscuros, al igual que Valdred. Su mirada lasciva estaba fija en los ojos de su compañero, mientras succionaba su miembro con tanta fuerza que parecía que quisiera sacarle todo el semen que almacenaba dentro.

—Ruego me disculpe, lord Elrond…—la sonrisa del atrevido rey elfo no parecía reflejar arrepentimiento, en lo absoluto—. Pensábamos…que aún estarían dormidos a esta ahora, ummh…sí, sigue así, Aredhel…

Elrond estaba cruzado de brazos, y por su expresión de desagrado, parecía que en lugar de un par de elfos calientes se había encontrado al mismísimo Señor Oscuro Morgoth. Valdred captó la indirecta casi al instante, y a regañadientes, separó a Aredhel de su “amiguito” y se arregló la vestimenta. Luego, los dos se fueron tras hacer una pequeña reverencia (esta vez un gesto sincero), cosa que suavizó ligeramente el semblante del señor de Rivendell.

“Usar mi asiento para leer es una cosa. Usarlo para follar es otra muy, muy diferente. Oh…si es que estas cosas solo me pasan a mí. ¿Habrán quedado manchas?” Eso era lo que pasaba por la mente de lord Elrond, mientras se encargaba de acomodarlo todo.

Depositó mapas sobre una enorme mesa redonda, alrededor de la cual se sentarían todos los que habían sido llamados al concilio. También barrió hojas, perfumó el ambiente y puso cojines en los asientos.

El resto de la mañana pasó sin mayores incidentes. Valdred y Aredhel actuaron como si nada hubiera ocurrido, y todos los temas se trataron de forma satisfactoria. Elrond estaba realmente contento, ya olvidado del todo de lo que ocurrió por la mañana, se despidió personalmente de cada uno de sus invitados conforme se iban levantando de la mesa. Se quedarían un tiempo más en Rivendell, pues no habían viajado de tan lejos para quedarse solo un par de días, pero el propósito por el que habían venido podía considerarse ya cumplido.

~

Llegada la noche, Maedhros se dirigió a su habitación. Había pasado la tarde en la biblioteca de Rivendell, y también conviviendo con los elfos que se dedicaban al arte y a la poesía. No se dio cuenta en momento alguno de las miradas furtivas de Thranduil y de cómo éste le seguía a todas partes de forma cuidadosa y disimulada.

Fue hasta que encontró la nota en su puerta que cayó en la cuenta.

He notado que te gusta la lectura, y que estás escribiendo algo. Yo también estoy en el proceso de elaborar un texto muy importante para mí…Quizás podríamos ayudarnos mutuamente. Si lo deseas, te estaré esperando esta noche”.

La nota no llevaba un nombre como firma, sino un símbolo rúnico. Uno que representaba al rey de los elfos del bosque. Era una marca realmente especial, que parecía tener magia, pues brillaba con una ligera tonalidad verde cuando la observaba de cerca.

Lo pensó. Y no le tomó mucho tiempo decidirse.

Llevando pergaminos, tinta y plumas, Maedhros se presentó ante la puerta del rey de los elfos del bosque y tocó un par de veces con los nudillos. Fue un sonido suave, apenas más bajo que el chirrido de un ratón. No hacía falta tocar más fuerte, con lo sensibles y agudos que eran los oídos de los elfos.

Thranduil, quien se hallaba ahora ataviado con una elegante túnica de tonalidades doradas y rojas, abrió la puerta, fingiendo sorpresa al ver al joven Maedhros del otro lado. Le invitó a pasar con un educado gesto de la mano y luego le ayudó a cargar todo su material, depositándolo suavemente sobre un pequeño escritorio hecho de cristal.

Después, cerró la puerta lentamente, echando el cerrojo. Iban a necesitar la privacidad.

—Sé bienvenido a mis humildes aposentos, Maedhros, hijo de Fëanor —Thranduil se acomodó sobre una silla hecha del mismo cristal que el escritorio. Su larga cabellera rubia le caía sobre los hombros y su corona parecía irradiar luz propia. Los ojos del monarca eran de un color azul profundo, por lo general su expresión era dura…pero en ese momento era afable y animada-. Te pido una disculpa por mi atrevimiento y falta de discreción.

—No hace falta que se disculpe, señor…um…-Maedhros se había instalado sobre las sábanas de la cama, cosa que a Thranduil le pareció un acierto, pese a que el chico lo había hecho de forma inconsciente.— Rey Thranduil. Para mí es un verdadero honor conocerle. Y…

—Shh, shh —le silenció Thranduil cortésmente. La misma sonrisilla misteriosa que le había dedicado a Elrond apareció nuevamente en sus labios. —El honor es mío. No todos podrían presumir de haber conocido al hijo del más grande de todos los Noldor, nada menos que el creador de los Silmarils. Y tengo la impresión de que tú podrás llegar a ser aún más grande que tu padre en todos los aspectos. Rara vez me equivoco, ¿Sabes?

—Me halaga, señor —educado, como siempre, Maedhros miró a Thranduil a los ojos. Sus pupilas eran grises, pero no lucían frías o “muertas”. Estaban llenas de luz y de emociones. De un encanto que no sólo hechizaba a las damas, sino también a los hombres. Se apartó un mechón de cabello castaño que le había caído sobre el rostro y se permitió esbozar una sonrisa. —Entonces…¿Me ayudará con mi escrito? Es sobre el bosque de Fangorn, donde habitan los ents. Desde chico he querido visitarlo…y quizás conocer a esos fantásticos pastores de árboles, que lucen como árboles a su vez…

—Sería un gran placer ayudarte, Maedhros. He recorrido personalmente el bosque de Fangorn y admirado los tesoros naturales que esconde entre su vegetación…He conocido a Bárbol mismo y compartido palabras y canciones, si bien los ents son algo lentos para expresarse…—el rey elfo se paró de su silla y caminó hacia Maedhros. Los pasos de Thranduil eran silenciosos, y un mortal habría podido tener la impresión de que en lugar de andar con los pies, flotaba en el aire. Tal era la gracilidad de la raza de los elfos. —Pero antes de colaborar contigo en el arte de la escritura…hay algo más en lo que quisiera instruirte…

Maedhros parpadeó confundido y echó el cuerpo hacia atrás al notar como su interlocutor se le acercaba todavía más. Las hábiles manos del rey del bosque empujaron con suavidad al joven de castaños cabellos para que cayera de espaldas sobre la cama. Acto seguido, recorrieron su cuerpo, subiendo hasta su rostro, el cual sujetó con auténtica ternura.

—El arte del sexo, joven Maedhros. Ni la pintura ni la danza son tan importantes en comparación…Esto los elfos lo han practicado desde sus orígenes y con el tiempo se ha convertido en auténtica poesía en movimiento. Algunos de nosotros han sido contagiados por el pudor que sólo los humanos son capaces de sentir, pero para la mayoría sigue siendo algo tan natural como la noche y el día…—Thranduil extrajo una daga de uno de los bolsillos de su túnica. La hoja era plateada y afilada, con inscripciones en élfico grabadas en su superficie. —Desde que te vi llegar a Rivendell supe que quería hacer esto…

La daga cortó la túnica de Maedhros antes de que él pudiera emitir cualquier sonido de protesta. La tela se rasgó y Thranduil la apartó, dejando al descubierto el torso del chico.

Las mejillas de Maedhros delataron un intenso rubor que no fue sino haciéndose cada vez mayor al momento que el rey elfo usaba su filo para deshacerse ahora de las prendas inferiores de su invitado. Una vez que le hubo dejado desnudo por completo, arrojó el arma a una esquina de la habitación. Ya no iba a ser necesaria.

—Tienes el aroma de un virgen. Eso se puede arreglar…—Thranduil llevó la diestra hacia la entrepierna de su inexperto acompañante y atrapó su miembro con un agarre firme. Lo apretó un par de veces, como queriendo comprobar su dureza, y un segundo después, bajó el rostro lo suficiente como para tenerlo frente a sus ojos. —Hay batallas que puedes ganar con el corte de una espada o con palabras sabias. Sin embargo, pocos medios son tan satisfactorios como la unión de los cuerpos. Dos como si fueran uno solo…o hasta tres o cuatro, si la ocasión se presenta. Es de aquí de donde nacen la inspiración y el deseo.

Con suma dulzura, el rey de los elfos del bosque recorrió el pene de Maedhros con la lengua, subiendo y bajando por todo su largo y grosor. Lo rodeó y también lo estimuló como si de una paleta se tratase, para después introducírselo en la boca. En su mente, Thranduil pensaba que era lo más delicioso que hubiera probado en sus siglos de existencia, conforme subía y bajaba la cabeza rítmicamente para producirle placer a su apetecible “víctima”. Le escuchaba gemir con cada chupada, cosa que le incitaba a continuar, y cada vez que lo observaba de reojo notaba cómo Maedhros empezaba a agitarse y movía las manos como si necesitara agarrarse de algo desesperadamente.

Acarició los testículos con una mano, dándoles suaves mimos con los dedos, a la vez que daba ansiosas succiones al miembro. Sentía como iba creciendo de poco en poco en el interior de su boca, y cuando lo sacaba de su interior, bañado de saliva, aprovechaba para besar y lamer su glande con deseo.

—R-Rey Thranduil…ahh— las palabras se le atoraban a Maedhros. Simplemente no podía hacer que salieran, por mucho que se esforzara en conseguirlo. Se había cubierto el rostro con ambas manos y se mordía los labios, más eso no era suficiente para silenciar sus gemidos de placer, que sonaban cada vez más alto.

Cuando Thranduil notaba que su compañero estaba a punto de correrse, apretaba suavemente el miembro con un par de dedos, sin dejar de chuparlo, impidiendo así que terminara aún. La diversión apenas estaba empezando, ¡Ni loco querría que terminara tan pronto!

—Ahora, joven Maedhros…Es tu turno…—susurró el monarca de dorados cabellos al separarse del ahora erecto miembro del chico de melena castaña. Levantó a Maedhros por los hombros, haciendo caso omiso de la sorpresa que había en su mirada, y ahora fue él quien se acomodó sobre la cama. Se despojó de su túnica y sus otras prendas, dejándose puesta sólo la corona.—A tulë sira

Nácë…-con un titubeante asentimiento, tomó el pene de Thranduil con manos temblorosas.

Todo el cuerpo de Maedhros se agitaba como si se hubiera convertido en gelatina, lo que hizo que el rey élfico esbozara una sonrisa divertida.

Con la delicadeza de un artista y la paciencia de un maestro, Thranduil instruyó al joven, indicándole la manera en la que debía abrir la boca y como recibir al miembro sin que le produjera arcadas. Después, le enseñó a mover la cabeza y a apretar los labios, a mover la lengua para que el estímulo fuera más completo, y finalmente a succionar y a morder.

El miembro del monarca, tan duro y erguido como una montaña, entraba y salía constantemente de la boca de Maedhros, a un ritmo cada vez más rápido. El chico aún demostraba timidez e inseguridad, pero se iba entregando por completo al acto. Saboreaba y disfrutaba de esa dulce golosina que nunca antes había probado.

Al considerar que estaba listo para un trato más brusco, Thranduil le afirmó la cabeza con ambas manos y empezó a mover las caderas con fuerza, penetrándolo por la boca a un ritmo rápido y nada delicado. Todo lo que Maedhros podía hacer era soltar gemidos ahogados y agarrarse de las piernas de su ahora maestro en las artes sexuales.

En el momento en que el miembro salió de la boca del joven elfo de pelo castaño, Maedhros tosió un par de veces y dejó caer toda la saliva que se le había acumulado. Estaba agitado y completamente sonrojado, y el aliento se le había escapado del todo.

—No está nada mal…para ser tu primera lección. Mai acáriel —con una sonrisa maliciosa, el rey elfo guió a su acompañante hacia la ventana, apoyándolo contra esta. Después, él se acomodó a sus espaldas y acarició su cuerpo una vez más, con tal suavidad que parecía que tuviera miedo que de pronto Maedhros fuera a romperse. Le separó las nalgas con sutileza y sus dedos se encontraron con la entrada de su ano, acariciándole superficialmente. — Apretado, como era de esperarse. Áva sorya…solo relájate.

Pidiéndole que se concentrara en el ambiente y en los bellos alrededores de Imladris, Thranduil comenzó a besar dulcemente el cuello del joven Maedhros, al momento que uno de sus dedos se introducía en la entrada del chico. Quería estimularle y dilatarlo antes de que pudiera entrar en él, pues de lo contrario le haría daño.

Por su parte, la mente de Maedhros era un absoluto desorden. Todo había sucedido tan rápido…sin previo aviso, que no sabía en qué momento había pasado de una inocente colaboración para escribir un libro, a una sesión de sexo. Pero…no se había quejado. Y no le había pedido a Thranduil que se detuviera. La realidad era que, a pesar de haber sido tomado por sorpresa y que todo eso era nuevo para él, lo estaba disfrutando enormemente.

Sin decir palabra alguna, Thranduil acercó la punta de su miembro a la entrada de Maedhros, tras haberlo dilatado lo suficiente. Apoyando las manos sobre la cintura del joven, con la misma firmeza que las garras de un águila, entró con un suave empujón de sus caderas. El chico emitió un quejido de dolor y se agarró con fuerza al marco de la ventana, agachando sus largas y puntiagudas orejas.

Era normal que doliera un poco al principio.

Al poco rato, la incomodidad y el leve dolor experimentado se convirtieron en un placer verdaderamente exquisito, y pronto Maedhros estuvo gimiendo con cada embestida del rey de los elfos del bosque. El cuerpo del joven elfo, que nunca antes había experimentado las delicias del sexo, estaba ahora como el acero al rojo vivo…y cada penetración era como un martillazo para ir dando forma.

Se mordía el labio inferior y echaba la cabeza hacia atrás, jadeando con la respiración cada vez más acelerada. Sus cabellos castaños, previamente bien arreglados, ahora le caían desordenados y mojados por el sudor. Presionaba su cuerpo contra el del mayor, en un intento de que su pene llegara aún más dentro. Ni siquiera él se dio cuenta de cuando había empezado a gritar y a pedir más, sin importarle que pudieran escucharle en todo Rivendell.

Llegó un momento en que Thranduil sintió que no iba a poder resistir más…y le dio una embestida tan fuerte a Maedhros como si hubiera querido estocarlo con una espada. El semen no tardó en brotar, en gran cantidad, llenando el interior del joven elfo.

Grande fue su sorpresa al darse cuenta de que Maedhros se había corrido también, o así era como lo evidenciaba el charco de semen que había a los pies de ambos. Como recompensa, y para ayudarle a relajarse tras las intensas sensaciones que aún le sacudían el cuerpo, Thranduil se arrodilló ante él (algo que no sucedía con mucha frecuencia, tratándose él de un rey) y procedió a chupar su miembro una vez más, hasta dejarlo tan limpio y brillante como un arma recién afilada, sin dejar ni una sola gota de semen.

Elen síla lúmenn’ omentielvo…—y con esas últimas palabras, Thranduil besó los labios de Maedhros con ardor y al mismo tiempo, con un toque de dulzura, antes de llevarlo a la cama junto a él para pasar la noche. Tuvieron sexo una vez más antes de caer totalmente rendidos y dormidos.

~

En los días siguientes, el rey elfo cumplió su promesa y ayudó a Maedhros a escribir su libro, relatándole acerca de sus experiencias en Fangorn.

No fue su último encuentro. Siguieron con su romance secreto por muchos años más, durante los cuales Maedhros siguió aprendiendo de Thranduil en las artes amatorias y disfrutando de sus cuerpos de todas las formas imaginables.

Pero no todo fue felicidad, pues la terrible herencia de Fëanor terminó por cobrarse la vida de Maedhros. “El juramento de Fëanor”, como le llamaban, decía que nadie que no formara parte de la familia de Fëanor pudiera poseer los Silmarils. Dicho juramento trajo guerra, sangre y muerte, luchas encarnizadas contra las fuerzas oscuras de Morgoth y posteriormente, de elfos contra elfos.

Thranduil quiso impedir que Maedhros siguiera ese camino, pero el juramento y los lazos de sangre eran más fuertes. Y finalmente, Maedhros terminó suicidándose, arrojándose a una grieta ardiente junto a su Silmaril.

Thranduil siguió gobernando en el bosque, y eventualmente tomó como esposa a una elfa de la raza sindar, con la que engendró a su hijo Legolas Hojaverde. Se había convertido ahora en un elfo de ojos fríos y semblante severo. No se sabe mucho de lo que ocurrió después con él tras la Guerra del Anillo y el inicio de la Cuarta Era, en la que los elfos ya habían abandonado la Tierra Media.

¿Habría vuelto a amar con la misma pasión y ferocidad?

Quizás. Pero esas historias ya nunca se sabrán.

Traducción del élfico al castellano:

Melda tár –Amado rey.

A tulë sira –Ven aquí.

Nácë –Sí (titubeante).

Mai acáriel –Lo has hecho bien.

Áva sorya –No te preocupes.

Elen síla lúmenn’ omentielvo –Una estrella brilla en la hora de nuestro encuentro.