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Mi primera segunda vez

en Bisexuales

Este relato que voy a contar me sucedió hace unos meses aunque realmente comenzó hace muchos años.

 

Tengo 46 años y estoy casado, con hijos. Vivo a unas tres horas, en coche, del lugar donde nací.

 

El día que sucedieron los hechos fue un viernes. Tuve que desplazarme a mi ciudad natal para firmar una serie de documentos, junto con mis hermanos, en la notaría.

 

Le había dicho a mi mujer que esa noche seguramente me quedaría a dormir en casa de mi madre para volver al día siguiente y no tener que conducir de noche.

 

Finalmente las gestiones que teníamos que hacer no eran tantas y acabamos rápidamente, así que unos de mis hermanos y yo nos fuimos a comer juntos y luego nos tomamos un café y una copa.

 

Mi hermano recibió una llamada y tuvo que ir para el negocio a resolver algo que surgió. Me quedé solo y ya me iba cuando llegó Rafael. Era un amigo de la infancia, pero al que hacía ya, puede que veinticinco años, o casi, que no lo veía. Bueno, más que amigo era un conocido, o sea que nunca fue de mis amigos íntimos.

 

Nos saludamos y se sentó conmigo. Al parecer venía solo. En esos momentos recordé la última vez que lo vi.

 

Su padre tenía un terreno en el campo y allí tenía una piscina donde solíamos acudir los amigos durante el verano. La última vez que fui teníamos veinte o veintiún años y estábamos los dos solos.

 

Nos fumábamos un porro y bebíamos un cubata, mientras estábamos, tendidos en el césped. Estábamos con un colocón del quince, cuando él me dice, bajándose el bañador, “¿a qué no eres capaz de bañarte desnudo?”. Yo no lo pensé mucho y también me bajé el mío.

 

Mientras lo hacía me quedé mirando su polla. Era mucho más grande que la mía y estaba totalmente empalmado. Esa visión hizo que instintivamente yo tuviera una erección. El se dió cuenta y me dijo. “Te has empalmado. Eso es por el colocón”.

 

“Sí” - le contesté, y no se por qué, pero sin pensarlo cogí su polla con la mano. El se quedó un momento parado, pero empezó a reirse. Yo empecé a masturbarle, primero despacio y después más rápidamente.

 

El no decía nada, solo se dejaba hacer, hasta que finalmente soltó un enorme chorro que me manchó no solo la mano, sino también el pecho y la cara. Corrí hacia el cuarto de baño para limpiarme, pensando que qué había hecho.

 

Estaba abriendo el grifo del lavabo para lavarme, cuando el llegó detrás de mí. Seguía desnudo, y me dio la vuelta y me agachó, dirigiendo su enorme cipote a mi boca mientras decía “No creerás que me vas a dejar así, ¿verdad putita?”

 

Yo sentí un escalofrío que recorría todo mi cuerpo al oír esas palabras, pero me puse a hacerle una mamada. Su nabo sabía a una mezcla entre salado y amargo pero no me lo saqué de la boca para nada. Con la mano masajeaba sus huevos. Esta vez tardó mucho más en correrse y lo hizo dentro de mí, a pesar de que yo intenté apartame cuando empezó a correrse. Me volvió a llenar la cara.

 

No dijimos nada. Yo me limpié, me vestí y con mi moto me fui a casa. Al llegar me duché pero no pude evitar hacerme una paja mientras recordaba, todo azorado, lo que había vivido un rato antes.

 

No lo volví a ver, porque no sé él, pero yo lo evité en el par de semanas que quedaban para empezar el nuevo curso. El se fue a la universidad y ya no lo vi más hasta ahora, pero había pensado mucho en aquello que nos pasó.

 

El se conservaba igual. Por supuesto que no hablamos para nada de ese momento, pero tras un buen rato bebiendo, me dijo que por qué no ibamos a su casa. El me había dicho que se había casado con una chica que conoció en la universidad y que tenía una hija.

 

Cuando llegamos, me sorprendí al ver que no había nadie. Le pregunté por su familia y me dijo que habían salido fuera, que la madre de su mujer estaba algo enferma y que ya no llegarían hasta el día siguiente.

 

Yo dije que entonces me iba, pero el me agarró por un brazo y me dijo: “¿No crees que tenemos una historia que terminar?” No pude evitar tener una erección al escuchar eso.

 

Tiró de mí y me llevó hasta el dormitorio. Al llegar allí me empujó sobre la cama y me ordenó que me desnudara. Yo estaba extrañado por su reacción pero obedecí sin preguntar nada.

 

El buscó en el armario y me dio un picardías que sería de su mujer. “Ponte esto, zorra” Por suerte, ella estaría gordita, como yo, pero aún así me estaba algo ajustado. Sin decir nada sacó su enorme falo y me lo acercó a los labios. Yo ya sabía lo que tenía que hacer.

 

Esta vez no estaba duro como la primera vez, pero me gustó mucho más sentir como se empalmaba dentro de mi boca. Cuando se corrió me dijo que podía ir al cuarto de baño a ducharme.

 

Así lo hice y cuando estaba en la ducha, él llegó por detras y empezó a acariciarme, mientras me decía cosas como perra, zorra, mi putita... que hacían que me empalmara aún más.

 

Estuvo acariciándome los pezones mientras arrimaba su cipote a la raja de mi culo.

 

Luego fue acariciándome las nalgas con sus enormes manos y metiendo sus dedos, llenos de jabón, por mi culo. Al principio sentí un poco de dolor pero poco a poco me fue abriendo.

 

Me inclinó hacia delante y me puso de tal manera que con mis manos estaba apoyado entre la bañera y la pared y por detrás ofreciéndome para que me hiciera lo que quisiera. Cuando sentí como me penetraba no pude reprimir un grito, pero él en vez de aflojar comenzó a apretar cada vez más y más, entrando y saliendo, dilatándome el esfínter hasta límites increibles, en medio de gritos míos y jadeos de ambos.

 

Cuando paró, después de correrse, me dijo que me sentara en la bañera y comenzó a orinarme. “Ahora, princesa, hazte una paja que yo lo vea”. Ni que decir tiene que obedecí al momento.

 

Cuando terminé me dijo “Dúchate”. Cuando salí del cuarto de baño me esperaba con una especie de correa ancha y corta en la mano. No sabía lo que era, peor me volvió a poner a con el culo hacia arriba y la cabeza hundida en la cama.

 

Me ató las manos, no sé si con una corbata o un pañuelo y comenzó a azotarme, mientras decía. “De aquí no te vas hasta que yo no te lo diga. ¿Te enteras, princesa?”.

 

Cuando se cansó, me desató y me dijo. “Ahora vístete y vete”. Lo hice lo más rápido que pude y mientras conducía, sentía mis nalgas doloridas, que impedían que me olvidara de lo sucedido.

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