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Spooky

en Zoofilia

Spooky estaba desesperado. Había una perra en celo en el vecindario y el pobrecito no se podía aguantar estar puertas adentro sin la oportunidad de servirla. Aullaba lastimeramente, se frotaba con todo cuanto se le pusiera a tiro y al colchón de su cucha lo tenía de aquí para allá tratando de ensartarlo. Me daba mucha pena verlo así a mi labrador, tan grande y fiero, sufriendo por una perra en celo.

Me olía toda cada vez que le tocaba que yo lo bañe o le controle el pelaje.

Esta última semana estaba realmente desesperado. Una mañana me encontró en la cocina y se me pegó a la pierna con unas ganas que me dio un poco de miedo. Me la abrazó con las patas delanteras y empezó a querer copularme. Yo lo eché pero no me lo podía sacar de encima. Tuve que amenazarlo con un repasador para que entendiera que así no podía ser.

Por la tarde le di un baño con agua menos que templada, con la intención de calmarlo un poco. No se quedaba quieto, de excitado que estaba. Me empapó dos veces, sacudiéndose y me dejó toda mojada.

Cuando intenté secarlo, volvieron sus intenciones. Me daba vueltas alrededor, intentaba posicionarse detrás de mí, me arrimaba su flanco y no se quedaba ni un momento quieto. Me daba mucha pena que mi Spooky no pudiera desahogarse, pero tampoco iba a dejar que montara a una perra cualquiera. No lo había criado tres años para eso.

Le ajuste el collar y le puse la correa atada a la pata de la mesa en el lavadero. Me empecé a quitar la ropa mojada para ponerla a lavar, mientras él, sentado, me miraba con esos ojos que me pueden.

Yo tenía húmeda hasta la ropa interior.

Puse en el lavarropas el joggin, el buzo y la remera blanca, después me saque el corpiño y la bombacha y también los adosé al lavado.

En cuanto me incliné a cerrar la puerta del lavarropas, sentí su lengüetazo entre mis glúteos y los labios de mi vulva.

Me incorporé, giré sobre mis talones, sorprendida y lo regañé con dureza. El me miraba, sentado sobre sus patas traseras, con todo el miembro afuera de su capuchón.

Lo miré, asombrada. Era enorme, grisáceo, venoso y puntiagudo. Spooky tenía algo tremendo para cualquier perra que lo necesitara. Me excitó verlo. Sentí culpa y vergüenza, pero me había excitado verlo así.

Su lengua me había mojado toda.

Fui hasta el baño, abrí la ducha y me metí. El chorro de agua tibia no pudo sacarme de la cabeza la imagen de mi Spooky excitado con mi desnudez.

Empecé a tocarme, lenta y suavemente, como cuando era adolescente. No tardé en llegar a un grado de excitación insoportable. Recostada contra la pared de azulejos, con los ojos cerrados y mi mano hurgando entre mis piernas, la imagen del perro montando a una perra cualquiera me hacían envidiarla. El chorro de agua tibia no lograba calmar tanta ansiedad, ni ese toy que me regalaron hacía su trabajo entre mis muslos apretados.

Después de un rato de padecer, salí de la ducha. El agua empezaba a enfriarse. Me envolví en un toallón y fui hasta el lavadero. Solté la correa de Spooky y lo tuve dándome vueltas alrededor en todo el camino hacia mi habitación.

Me olía por debajo del toallón, metía su cabeza entre mis piernas a cada paso y no me dejaba caminar tranquila.

Entré a mi cuarto, cerré la puerta y me acosté en la cama, dispuesta a seguir con mis manualidades.

Apenas cerré los ojos y puse mi mano entre mis piernas, Spooky abrió la puerta de un topetazo y saltó sobre mi cama. Siempre lo hacía. De noche dormía junto a mí, a los pies de la cama.

Se quedó como siempre, echado justo antes del borde, largo tal cual es y con ese pelaje hermoso.

Pero otra vez tenía el miembro fuera de su capuchón.   

Lo miré un rato mientras él se lo lamía con delicada fruición. Era enorme, verdaderamente. Estiré una de mis piernas y con las puntas de mis dedos le acaricié la panza. El se estiró, acostándose de lado, entregado por completo. El ariete que tenía  empezó a meterse en su capuchón de nuevo y pareció calmarse un poco. Mi pie seguía en su vientre y yo empecé a moverlo despacio, acercándolo a su miembro. Lo rocé con la planta del pie y fue suficiente para que asomara de nuevo. Esta vez, mi perro se incorporó y lamió mi pierna. No hice nada para retirármelo. Dejé que su lengua siguiera, primero por mi pantorrilla, después por mi rodilla, después por la parte interior de uno de mis muslos hasta que llegó al borde del toallón. Le retiré la cabeza con una mano, pero también me quité de encima el toallón que me cubría.

Me quedé desnuda sobre la cama, con mi perro olfateándome entre las piernas.

Levanté las rodillas y las separé, sujetándome las piernas con ambas manos.

La lengua de Spooky se acercó a mi vagina y empezó a lamérmela.  

No podía dejar de mirarlo mientras pasaba su lengua por los labios húmedos de mi vulva y llegaba hasta meterla entre mis glúteos. Los pezones se me habían erguido de una manera que con solo sentirlos me provocaba unas ganas tremendas.

El perro empezó a levantarse y pude ver otra vez su miembro enorme fuera del capuchón. Solté mis piernas que quedaron a los lados de la cabeza de Spooky. Estiré una mano y le toqué el tremendo falo. Lo tenía bien duro, cilíndrico y con esa puntiaguda cabeza que no imaginaba lo que pasaría si me la metía por alguna parte.

El seguía lamiéndome toda.

Lo tomé con las manos de las patas delanteras y me lo puse encima de mi cuerpo.

Babeaba a un lado de mi cara, su cuerpo tenso y musculoso y ese miembro que intentaba llegar donde yo quería, pero no lo lograba.

Empezó a jadear. Se arqueaba intentando poner su pene en alguna parte, pero solo lograba pasármelo por el vientre, el ombligo y nada más.

Yo pensé en la locura que estaba haciendo, pero la curiosidad y ese tremendo pedazo que tenía mi perro entre las patas pudieron más que mis remilgos.

Me lo quité de encima con cierta dificultad.

Le coloqué un zoquete en cada pata delantera porque sus uñas me empezaban a raspar y temía que me dejaran alguna marca muy característica.

Después busqué el bozal en su armario, se lo coloqué y volví con el a mi cama, desnuda y excitada.  

Me arrodille en el medio, coloqué una de mis almohadas debajo de mi vientre, doblada y lo llamé.

Spooky subió a la cama y comenzó a olfatearme. Sentí su nariz fría entre mis glúteos y el resoplido de su aliento por los labios carnosos de mi vulva.

Estiré mis brazos hacia atrás, tomé sus patas delanteras con mis manos y con mucho trabajo, conseguí que se me colocara encima.

Me abrazó con sus patas por la cintura y comenzó a moverse, intentando copularme.

Su pelvis se movía alocadamente, hacia delante y atrás, rápido. La punta de su miembro pasaba cerca de mis aberturas, pero sin llegar a ensartarme por ninguna.

Sentí como resbalaba por los labios de mi vulva, pero no acertaba con mi orificio.

Después de un rato y ante su desesperación, lo ayudé con una mano.

La pasé por detrás de mi cuerpo, le tomé el miembro entre los dedos y acomodándolo mas arriba, me lo coloqué entre los labios de la vulva. Eché las caderas más atrás y un poco mas arriba y ahí si, logró penetrarme.

Sentí como su ariete me entraba en la vagina con una fuerza inesperada.

Sus patas me sujetaban fuerte y su pelvis se adelantaba, incontroladamente. El babeaba en mi hombro, el miembro se me hundía más y más con cada empellón y yo no lograba como contenerlo.

Intenté sacármelo de encima pero solo logré excitarlo más. Gruñó y me echó todo su peso sobre mi espalda. Sentí algo grueso en la entrada de mi vagina, muy ancho y redondo y con un empellón brutal, me lo introdujo entero.

Grité contra las sábanas. Me moría del dolor. Parecía que me estaba partiendo en dos y no dejaba de moverse, bombeando con sus patas traseras sobre el colchón, ensartándome cada vez más.

Después, un río de semen le salió disparado dentro de mi concha. Sentir ese chorro poderoso de esperma llenándome la argolla me hizo olvidar del dolor y las molestias.

Era viscoso y se me escurría por la vulva y Spooky no salía de adentro mío. Pero se calmó un poco.

Pensé en los perros que a veces veía en la calle y me imaginé que me había pasado.

Me quedé quieta, sintiendo su leche salir de mi concha adolorida.  Esperaba que Spooky se tranquilizara un poco para intentar sacármelo de adentro, pero el parecía no tener intenciones de hacerlo.

Cuando lo hizo, fue peor. Parecía que me iba a arrancar parte de mi cuerpo con su verga hinchada.

Esperé, al borde de la desesperación, con mi perro pegado a mi vagina hasta que después de un rato por fin logró sacármela con un “plop” inolvidable.

Me dejó abierta y dolorida, con la vulva hinchada y empapada en semen.

El se reponía despacio, desde el borde de la cama.

Yo no podía moverme del dolor que me había causado. Las sábanas estaban enchastradas de su semen y mis fluidos mezclados, que chorreaban entre mis piernas, espesamente.

Después de un rato me levante como pude, me fui directamente a la ducha y tomé un baño largo y sedativo. El agua caliente calmó un poco mis dolores y esa ingenua curiosidad que me llevó a dejarme coger por mi adorado Spooky.

Pero tal vez si le enseñara un poco, tal vez…