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Topless entre amigos

en Voyerismo

Llevaba seis meses saliendo con Javier y, aunque estábamos muy compenetrados, nunca había sospechado que a su lado estuviera a punto de vivir las intensas experiencias que he decidido compartir con vosotros. Pero antes de empezar, y para que no haya malentendidos, quiero dejar claro que no hay sexo explícito en esta historia, y que todo aquel que busque bestiales orgasmos e increíbles proezas sexuales probablemente se sentirá estafado. Que yo viviera la tarde más erótica de mi vida no quiere decir que todo el mundo lo sienta igual, pero al menos ya estáis avisados y nadie podrá reprocharme haber malgastado los veinte o veinticinco minutos que llevará leer este relato.

Una vez hecha esta aclaración, empezaré diciendo que, hasta ese día, mi nuevo novio siempre se había mostrado atento, cariñoso, e incluso relativamente manipulable. Solía plegarse a mis caprichos sin demasiada dificultad, ya fuera para tenerme contenta o porque en realidad estando a mi lado cualquier cosa le pareciera bien, y creo no equivocarme si digo que los dos empezábamos a sentirnos un poquito enamoriscados. Por eso nos habíamos decidido a pasar juntos una semana entera en la playa, prueba ésta de las vacaciones en común que a tantas parejas trae disgustos inesperados.

Afortunadamente, nada hacía suponer que ése fuera nuestro caso. Tras cuatro jornadas de sol y playa, no sólo no habíamos tenido el más mínimo roce sino que nuestra relación parecía consolidarse cada día un poquito más. De talante perezoso los dos, nos encantaba levantarnos tarde, dormitar tumbados en la playa sin hacer nada y, sólo cuando el calor empezaba a remitir, vestirnos y dar largas caminatas por el paseo marítimo mientras tomábamos un helado y curioseábamos por los puestos ambulantes.

Ni siquiera la llamada de Luis, uno de sus mejores amigos, consiguió empañar nuestra buena sintonía. Por lo visto, su trabajo de comercial le llevaría al día siguiente a escasos kilómetros del pueblecito donde nos alojábamos, y se preguntaba si tal vez podríamos coincidir para pasar unas horas juntos.

—Si no te apetece le digo que no –me ofreció de inmediato Javier.

—¡Qué cosas dices! Sabes que Luis me cae muy bien.

En efecto, aunque sólo le había visto dos o tres veces, me había parecido un chico simpático y agradable, y a pesar de que su visita fuera a romper un poco el aire romántico que estaban teniendo las vacaciones,  no me importó tener un plan diferente y hacer cosas distintas.

De ese modo, y lejos como estaba de imaginar lo especial que iba a resultar aquella reunión, a la mañana siguiente me levanté tardísimo, como siempre, y cuando salí de la habitación me encontré con que Javier me esperaba con el desayuno preparado: café recién hecho, tostadas con mantequilla y mermelada y zumo de naranja natural.

—Mi reina se lo merece todo.

Poco atenta a esas horas a sus zalamerías, di buena cuenta de las tostadas,  y cuando al fin estuve satisfecha me dispuse a lavar los vasos y hacer la cama.

—Tranquila, hoy me ocupo yo.

Intuyendo el motivo oculto de su solícita actitud, con aire irónico le pregunté por sus verdaderas intenciones:

—¿Tienes algún caprichito especial en mente?

—Eres muy mal pensada Laura –contestó él sin poder reprimir una sonrisa, lo que no hizo sino reafirmarme en mis sospechas.

Tal vez convenga aclarar que, durante los seis meses que llevábamos juntos, el sexo había sido genial entre nosotros. Los dos éramos jóvenes, imaginativos y abiertos a probar cosas nuevas, y era ya un juego tácitamente establecido que si uno de los dos quería incitar al otro a probar algo distinto a lo usual, lo hiciese preparando el terreno y mostrándose especialmente amable y servicial. No había, por tanto, ninguna duda: Javier andaba rumiando algo.

No hace falta que diga que me encantaba la idea, ¿qué se le habría ocurrido? No hay nada mejor que empezar el día pensando que algo diferente va a pasar, aunque aquella mañana no teníamos mucho tiempo. Habíamos quedado con Luis a las doce en punto y eran ya las… ¡once y media! Un poco decepcionada, me reproché ser tan perezosa y me encogí de hombros. Fuera lo que fuese lo que se le había ocurrido a Javier, tendría que esperar hasta la noche, así que lo mejor que podía hacer era aprovechar la coyuntura, dejarle fregar los cacharros y hacer la cama y después vestirme para ir en busca de su amigo.

Quince minutos más tarde, Javier había terminado con su tarea, se había puesto un bañador tipo bermuda y una camiseta y me miraba con una expresión cautelosa que debería haberme puesto sobre aviso, pero estaba tan despistada que sin intentar adivinar lo que pasaba por su mente me puse unos pantaloncitos cortos encima de la braga del bikini, me quité la camiseta que uso para dormir y, rebuscando en la maleta de la ropa, traté de recuperar la parte superior de mi bañador.

Creo que no he dicho que me gusta tomar el sol en topless. El primer día, cuando llegamos a nuestro destino, se lo comenté a Javier, y él reaccionó con mucha naturalidad. He tenido novios muy celosos y desde luego no me parece que creerse dueño de tu pareja sea el mejor modo de empezar una relación, así que pensando que esta vez por fin había dado en el clavo ni siquiera había sacado el sujetador del bikini de la maleta. Todos los días, salía del hotel con una simple camiseta encima, no tengo demasiado pecho y no me hace falta sujetar lo que las leyes de la gravedad aún no han derrotado. Ese día, sin embargo, íbamos a tener compañía, así que rescaté el top de mi bikini y me lo puse, no sin pensar en lo incómoda que me sentía con ese estúpido trozo de tela que me recordaba la vuelta a la ciudad y al trabajo.

—¿Por qué te pones eso?

Javier me miraba desde la puerta del dormitorio, y al principio no entendí su pregunta.

—La parte de arriba –insistió él con aparente indiferencia- nunca te la pones.

—Claro, pero hoy viene Luis.

Juro que incluso en ese momento no intuí por dónde llegaría su movimiento. Todavía hoy me sorprendo de mi inocencia, pero lo que Javier iba a pedirme estaba tan alejado de cualquier experiencia previa que hubiera tenido, que en ese instante me dejó totalmente descolocada.

—¿Y eso qué importa?

Más que su pregunta, fue la sonrisa que se había dibujado en su rostro, entre avergonzada y excitada, la que hizo que mi mente se iluminara por fin. ¡Así que eso era! Javier deseaba… ¿lucirme ante su amigo? Estaba tan sorprendida que quería oírselo decir, temerosa de estar cometiendo un error del que luego tuviera que avergonzarme.

—¿Pretendes que tome el sol en tetas delante de Luis?

—Es lo más inocente del mundo, no hace falta que cambies tus costumbres.

Era una respuesta astuta, pero algo me decía que en absoluto sincera. Desde luego, tomar el sol sin la parte superior del bikini es hoy por hoy algo que no puede escandalizar a nadie, y como he dicho yo misma lo hacía con asiduidad. Pero siempre lo había hecho con amigas o delante de mis parejas, nunca con conocidos de sexo masculino. Es totalmente distinto que vea tus senos un hombre anónimo a que los vea un conocido, y más aún si es un amigo cercano de tu novio.

Todavía sin recuperarme de mi sorpresa, parpadeé y volví a preguntar:

—¿Por eso me has preparado el desayuno y has hecho la cama? ¿Era eso lo que perseguías?

La mirada que me devolvió Javier no pudo ser más elocuente. Sí, era evidente que estaba interesado en que Luis me viera medio desnuda pero, ¿por qué? ¿Para presumir de novia, para sacar pecho (nunca mejor dicho) por su conquista? Eso no me parecía muy acorde con su carácter pero, la otra alternativa…

—Está bien –dije entonces notando un extraño nerviosismo- estoy dispuesta a hacerlo, pero quiero saber por qué me lo pides.

—Vamos Laura, llevas toda la semana bañándote en topless, Luis es un viejo amigo y…

—Error. Si sigues por ese camino no vas a convencerme.

Javier carraspeó inquieto. Era evidente que no sabía cómo decirme lo que tenía en mente, y después de lo mucho que habíamos compartido en la cama, no dejó de resultarme extraña su indecisión.

—Está bien –dijo finalmente, mirando al suelo y poniéndose muy colorado- pensé que es algo que no te importaría hacer, es muy inocente y a mí… a mí… me excita pensar en ello.

Ya estaba, ya había dicho lo que yo esperaba y, aun así, seguía sin creerlo. Era la primera vez en mi vida que un juego erótico implicaba a un tercero ajeno a la pareja, y un cosquilleo muy especial me recorrió la espalda desde los riñones hasta la nuca. Lo malo era que, ahora, la pelota estaba en mi tejado, y tenía que decidir si satisfacía su petición o no. Tal vez fue su gesto, tan serio y como pidiendo perdón, o quizá el hecho de que yo también empezara a sentir que el juego podía ser interesante, y que quizá mereciera la pena explorar un camino que hasta hacía pocos minutos ni siquiera me había planteado tomar. Lo cierto es que, en silencio y mirando fijamente a Javier, volví a quitarme la parte superior del bikini y la guardé de nuevo en la maleta. Después, poniéndome una camiseta ajustada que dejaba mis hombros al descubierto, sonreí con picardía y saqué de dudas a mi novio:

—Cuando quieras, podemos ir a buscar a Luis.

***

Luis llegó con veinte minutos de retraso y excusándose por habernos hecho esperar, y poco podía saber él que durante ese tiempo Javier y yo habíamos hablado de cosas que a los dos nos habían puesto en un estado de agitación inexplicable.

Mi novio me contó que eran amigos desde hacía más de diez años, y que nunca habían rivalizado en lo que a mujeres se refiere. Siempre habían sido respetuosos con las mutuas conquistas, y ninguno de los dos había tratado alguna vez de interferir en las relaciones del otro. No había por tanto ningún deseo de venganza u ostentación en su deseo de exhibirme; simplemente, a mi pareja le resultaba estimulante que otro hombre, y además un hombre conocido, pudiera disfrutar de la belleza de mi cuerpo semidesnudo. Lo curioso del caso es que yo, que nunca había tenido fantasías en ese sentido, de pronto estuviera tan inquieta y expectante. Y no hablo sólo de los lógicos nervios ante la idea de mostrar mis pechos a un joven atractivo con el que luego iba sin duda a encontrarme por Madrid; me refiero a una ansiedad distinta, más abrasadora y no del todo desagradable. Era, o al menos así lo pensé yo entonces, como si por un movimiento de mimetismo lo que mi novio encontraba tan excitante me lo pareciese también a mí.

Sea como fuere, lo único cierto es que cuando Luis apareció tanto Javier como yo estábamos impacientes, deseando que llegara el momento y sonriendo y actuando como dos adolescentes en su primera cita. Por su parte, nuestra “víctima” llegó con un traje de verano (recordemos que estaba trabajando), que le daba un aspecto muy varonil que no contribuyó a relajar mis nervios.

—Estás muy guapa tan morena Laura –fueron sus primeras palabras después de darme dos besos.

Tengo que decir que no había ninguna malicia en su cumplido, y que con alegría y afecto estrechó la mano que Javier le tendía al tiempo que le palmeaba con fuerza el hombro. Luego, excusándose de nuevo por el retraso, pidió permiso para subir a nuestra habitación a cambiarse y ponerse algo más cómodo.

Sentada en el borde de la piscina del hotel, aguardé entonces a que los hombres volvieran. Me sentía extraña, diferente. Por más que intentaba decirme a mí misma que iba a hacer aquello por Javier y que en el fondo se trataba de una chiquillada inocente, no terminaba de tener tan claro que eso fuera cierto. De hecho, si era sincera debía admitir que bien hubiera podido negarme, y que sin embargo había accedido y la idea no me resultaba humillante ni desagradable. Más bien al contrario, estar casi en cueros delante de dos hombres guapos me parecía un modo encantador de pasar lo que quedaba de mañana… ¡lástima que ya fuera tan tarde!

Diez minutos después, los dos amigos se reunieron conmigo. Luis había cambiado su traje por un bañador y una camiseta de vivos colores, y a pesar de que aún no había empezado sus vacaciones lucía ya un moreno considerable. Mientras nos iba contando los negocios que le habían llevado hasta aquella retirada zona de la costa almeriense, los tres caminábamos hacia la playa más cercana al hotel, pero de vez en cuando Javier y yo intercambiábamos miradas llenas de significado que a mí me ponían la piel de gallina, ¿sospecharía Luis lo que estaba a punto de suceder? Y por otro lado, ¿cómo reaccionaría? Es habitual ver grupos de amigos en los que alguna mujer hace topless, pero yo nunca me había visto en esas circunstancias y siempre había pensado que mostrar tus pechos en ese contexto podría resultar muy embarazoso. ¿Se sentiría él cohibido, excitado? Lo peor, sin duda, sería que reaccionara con indiferencia, ¡qué frustrante y poco halagador para mi autoestima!

Caminando un poco por la arena de la playa, dejamos atrás la zona más cercana al paseo marítimo, repleta de turistas en pleno mes de agosto, y llegamos a una parte menos masificada donde conseguimos encontrar un buen sitio para extender nuestras toallas. Como todo buen comercial, Luis hablaba por los codos, pero su conversación no resultaba molesta. Tenía un sentido del humor que a mí me agradaba, y cuando se quitó su camiseta, mostró un tórax bien musculado y sin el menor atisbo de grasa. Sin lugar a dudas, que nuestro invitado fuera un hombre atractivo dotaba a la situación de una carga erótica que no me pasó desapercibida.

Los dos chicos se habían quitado ya las camisetas, y yo sólo me había desprendido de los pantaloncitos cortos. De pronto descubrí que estaba muy nerviosa y que demoraba el momento como una colegiala, ¿cómo era posible que una cosa tan pueril me hubiera puesto en tal estado de agitación?

—Tenemos que quedar un día en Madrid, conozco un restaurante que sale muy bien de precio y… tienen… una carta muy variada.

Un escalofrío maravilloso e inexplicable recorrió mi cuerpo cuando me desprendí de la camiseta y el sol del mediterráneo calentó mis senos desnudos. La pausa de Luis, que había desviado la mirada e incluso se había puesto un poco colorado, me llenó de satisfacción de un modo indescriptible.

Frente a mí, Javier me miraba de soslayo, con una media sonrisa y haciendo esfuerzos por dar a entender que aquello era totalmente inocente. Al fin y al cabo, yo no era ni mucho menos la única chica en topless en nuestra zona de la playa: a nuestra derecha había una pareja y ella lucía un busto generoso y algo caído, y a la izquierda teníamos un grupo de cuatro o cinco chicas y varias de ellas tomaban el sol del mismo modo. Sin embargo, yo me exhibía delante de un amigo de Javier, y ya no me cabía ninguna duda de que ese simple hecho lo cambiaba todo.

Mientras que los días anteriores había mostrado mis encantos de un modo totalmente desprovisto de malicia, hoy el aire me parecía cargado de presagios, mis pezones se habían puesto como piedras al sentir el roce de la brisa del mar y todo mi cuerpo parecía sumergido en una atmósfera de calor voluptuoso.

—¿Vas a seguir muchos días por aquí? –pregunté para romper el silencio y queriendo aparentar que no me turbaba en absoluto que Luis me viera de ese modo.

—No, esta noche tengo que visitar al último cliente y mañana vuelvo a Madrid.

Sentándonos en las toallas, los tres seguimos la conversación amigablemente. Luis parecía algo recuperado de la sorpresa inicial, pero de cuando en cuando y como a hurtadillas desviaba fugazmente la mirada, y cada vez que sentía sus ojos deslizarse sobre mis pechos yo experimentaba un inexplicable placer. Me habían dejado la toalla del medio, y ser la única chica se me antojó entonces una suerte que no podía dejar de aprovechar.

—Hace muchísimo calor, ¿venís al agua?

Lo mejor de todo era que, por mucha picardía que pudiera poner en cada una de mis acciones, resultaba sencillísimo disfrazarlo con el barniz de la normalidad. ¿Qué hay de malo en una joven que salta para evitar las primeras olas? ¿Acaso tiene ella la culpa de que sus senos bailen por unos segundos, antes de volver a su estado habitual? ¿Puede reprochárseme a mí que mis pezones, al contacto con el agua, doblaran su tamaño y parecieran mirar al cielo?

Durante un rato los tres jugamos con las olas, y fue el baño más estimulante que he disfrutado. Me sentía hermosa, radiante, viva, y si se me hubiera concedido solicitar un deseo habría pedido que aquello no terminara nunca. A veces, Javier se acercaba a mí y me enlazaba por la cintura, y yo leía en sus ojos que la experiencia le estaba gustando tanto como a mí. Sin embargo, procurábamos ser muy discretos, en parte por pudor y en parte porque, si Luis descubría nuestro juego, corríamos el riesgo de que se sintiera molesto y decidiera darlo por concluido.

Para mi desgracia, eran casi las dos de la tarde cuando salimos del agua. Habíamos reservado mesa en un restaurante para las tres y por fuerza aquella travesura debía terminar. Sorprendida al notar hasta qué punto eso me afectaba, juzgué que era el momento de proteger la piel de mis senos de las inclemencias del sol de agosto.

Sin dejar de charlar con mis amigos, recuperé mi sitio entre ellos y procedí a extender la crema por mi cuello y mis hombros. Javier se removió inquieto a mi izquierda, Luis carraspeó y desvió la mirada cuando mis manos llegaron a mis pechos, acariciándolos tiernamente y untándolos de protector solar.

Creo que no peco de presuntuosa si afirmo estar segura de que mis senos debían gustarle por fuerza a nuestro invitado. No muy grandes pero firmes y orgullosos, lucían un moreno envidiable y se erguían desafiando las leyes de la gravedad y como dotados de vida propia. Un coqueto lunar junto al pezón izquierdo me parecía especialmente provocativo, y mientras las últimas gotas de agua salada resbalan sobre ellos llegó a parecerme incluso que aquel día lucían más hermosos que nunca. A juzgar por la mirada de Javier, sin duda era así.

Pero todo lo bueno debe terminar, y media hora después fue inevitable reconocer que había llegado la hora de levantarse y prepararnos para ir a comer. Cuando de nuevo cubrí mi busto con la camiseta, tuve que hacer un esfuerzo para reprimir un suspiro de desencanto, ¡de buena gana habría cambiado la comida en el restaurante por un picnic en la playa! Entonces, habría podido alargar aquella eléctrica situación durante un tiempo eterno y maravilloso, y no haberlo pensado antes hizo que me sintiera irritada con Javier y conmigo misma.

***

—¿Qué tal, ha sido como esperabas?

—Ha sido mucho mejor –respondió Javier besándome en los labios- habrías resucitado a un muerto.

Estábamos sentados en una mesa del restaurante, y aprovechando que Luis había ido a lavarse las manos, yo misma había empezado una conversación que me tenía encendida como una tea.

—¿Y a ti, te ha gustado?

—Ha sido divertido…

Javier me miraba de medio lado y con una sonrisa irónica.

—Sé sincera, a ti también te ha…

—Yo lo he hecho por ti –le corté no muy sinceramente- y calla, que ya viene Luis.

¿Por qué no había reconocido abiertamente que el juego había sido tan estimulante para mí como para él? Su mano haciendo círculos en mi rodilla por debajo de la mesa dejaba bien a las claras el resultado de nuestra pequeña transgresión, y sin embargo yo había preferido fingir que simplemente había cumplido una fantasía suya. Era algo que tendría que analizar más adelante, porque de momento, y con Luis ya junto a nosotros, lo único que podía hacer era examinar la carta, aunque realmente no tuviera demasiada hambre.

La comida se alargó por espacio de casi dos horas y, cuando al fin nos levantamos, me pareció notar que algo había cambiado en el ambiente. Tal vez tuvieran algo de culpa las dos jarras de sangría que habían desaparecido como por arte de magia, pero lo cierto es que los tres parecíamos mucho más alegres y desinhibidos que a primera hora de la mañana. Luis se había permitido dirigirme un par de piropos discretos y comedidos, Javier hablaba más de lo que en él es habitual y yo, por mi parte… tenía ganas de hacer una locura.

Ni yo misma sabía qué deseaba, pero tenía la sensación de estar perdiendo una oportunidad única, como si intuyera que nunca más se produciría una reunión como aquella, rodeada de la atmósfera apropiada para hacer… ¿qué? No tenía ni idea de cómo responder a esa pregunta, pero cuando los tres decidimos subir a nuestro hotel para pasar las horas de más calor antes de salir a dar una vuelta, me situé en medio de mis amigos, enlacé mis brazos con los de ellos y me sentí la mujer más afortunada del mundo.

***

Antes de continuar, debo detenerme para explicar brevemente cómo era el alojamiento que teníamos reservado, pues tendrá su importancia para el desenlace de esta historia. Teniendo en cuenta que eran nuestras primeras vacaciones juntos y que los dos teníamos especial interés en que todo fuera perfecto, habíamos roto la hucha para alquilar un pequeño apartotel compuesto por un dormitorio, terraza, un baño y un comedor equipado con cocina. Como suele ser habitual, la cocina estaba separada del resto del salón por una barra americana, y a todos aquellos que se estén preguntando qué demonios tiene que ver esto con mi relato, les pido que tengan un poco de paciencia, porque hecha esta pequeña descripción paso a recuperar el hilo de los acontecimientos.

El caso es que, cuando entramos en nuestro apartamento, los tres estábamos de muy buen humor, un poquito achispados y, como suele suceder en estos casos, sintiéndonos los mejores amigos del mundo mundial. Por eso no pude evitar sentirme muy decepcionada cuando vi que los dos se sentaban en el sofá que había frente al televisor, y que uno de ellos le preguntaba al otro con voz un poco adormilada:

—¿No jugaba hoy un amistoso el Real Madrid?

No podía creerlo, y no sólo me refiero al hecho de que hubiera fútbol a las cuatro de la tarde en pleno mes de agosto, (por lo visto las giras por países exóticos tienen estas cosas) sino a que de repente me dejaran de lado de aquella forma miserable y ruin, ¿es que no preferían pasar la tarde charlando conmigo que viendo a veintidós estúpidos en pantalones cortos? Tampoco me quitó la desazón que Javier se acercara a mí mientras Luis se servía una cerveza y me susurrara al oído cuánto deseaba que su amigo se largara para así poder agradecerme lo que había hecho por él esa misma mañana. Lo cierto es que yo me sentía traviesa, anhelante, y el plan de sentarme a dormitar mientras veían un partido en la televisión me parecía una broma de mal gusto.

A mi pesar, de pronto los tuve allí a los dos, recostados sobre el sofá, con los pies sobre una pequeña mesita de cristal y con una birra en la mano cada uno.

—Siéntate aquí cariño –me dijo Javier señalándome un sillón individual que quedaba en perpendicular al que ellos ocupaban- sólo queda el segundo tiempo.

—En cuanto pase el calor nos arreglamos y te invitamos a lo que quieras.

Pocas veces me he sentido tan irritada en mi vida, y lo peor era saber que en el fondo no tenía razón. Siendo realistas, ¿qué deseaba yo que pasara? Hasta que se marchase nuestro invitado Javier y yo no podríamos dar rienda suelta a nuestra pasión en el dormitorio, y con el calor que  hacía bajar a la playa antes de las seis era como visitar el infierno. Aun así, rechacé la propuesta de los dos hombres y, muy indignada, abrí la puerta de la terraza antes de contestarles:

—Sois unos sosos los dos. Yo voy a echarme un rato al sol en la hamaca.

—Hace muchísimo calor ahí fuera –oí la voz de Javier mientras cumplía mi amenaza.

Realmente, había que estar loca para salir al sol del agosto almeriense a las cuatro y media de la tarde, pero como no estaba dispuesta a dar mi brazo a torcer y no quería regalarles el privilegio de mi compañía, me quité los pantaloncitos y la camiseta, coloqué la hamaca buscando la poca sombra que había y me tumbé sin dejar de darle vueltas a la cabeza.

Aunque había unos visillos de colores suaves que impedían que pudieran verme, escuchaba sus voces desde el salón, criticando a éste y echando de menos a aquél, ¿¡cómo puede el fútbol abducir de ese modo a los hombres!? Apenas un par de horas antes había visto la mirada brillante de Javier acariciar mis senos con aviesas intenciones y, ahora… era capaz de olvidar lo que había sucedido y posponerlo hasta la llegada de la noche. ¡Pues yo no podía olvidarlo! Tenía ganas de más, quería explorar hasta dónde podía llevarme ese nuevo camino recién descubierto y quería saber también quién tenía mayor poder de convocatoria, el futbol o yo.

De pronto supe lo que quería hacer pero, ¿me atrevería a llevarlo a cabo? Sólo de pensarlo mil mariposas se instalaron en mi estómago y las yemas de los dedos me dolían de ansiedad, ¡dios mío, sería tan sugerente! Pero no podía ir tan lejos, sería algo demasiado descocado… ¿o no? ¿Podría seguir considerándose una acción inocente? ¿Pensaría Javier que era pasarse de la rosca? No estaba segura de nada, me costaba pensar con claridad y mi respiración era agitada, tal vez lo mejor fuese desechar la idea, ser una chica buena y conformarme con esperar la llegada de la noche, cuando seguro que mi novio…

En realidad, sabía que la decisión estaba tomada. Poniéndome en pie con precipitación, conté hasta tres. ¡Iba a hacerlo! No me importaba si cuando se fuera Luis tenía que escuchar los reproches de Javier, al fin y al cabo él era el que había inoculado en mi cerebro aquel virus que me estaba quitando el aliento. Necesitaba probarlo, apurar la copa hasta la última gota y saber qué se sentía. Además, de no hacerlo, sabía que lamentaría toda mi vida haber sido tan cobarde como para refrenar mis más íntimos deseos.

Me temblaban las manos cuando abrí desde fuera la puerta de la terraza, retiré los visillos y, con la braguita del bikini por toda vestimenta, atravesé el salón en dirección a la nevera.

—Yo creo que vamos necesitar fichar a un…

Los dos hombres me miraron pasar por delante de ellos como si hubieran visto un fantasma. Aunque no habría más de seis o siete metros de recorrido, el comedor se me antojó interminable y enorme. Mis piernas parecían de trapo, mis rodillas chocaban entre sí y mis senos, como si fueran por su cuenta, se movían de un modo caprichoso que me transportaba a otra dimensión.

¡Fue delicioso notar cómo ambos habían quedado enmudecidos! Tratando de ocultar mi agitación llegué hasta el frigorífico, saqué una cerveza, la abrí y eché un trago. El líquido se deslizó por mi garganta excitando cada fibra de mi ser. Luis y Javier miraban ofuscados al televisor, pero yo estaba segura de que, de haberse cometido un penalti en ese mismo instante, ninguno de los dos lo habría registrado en su mente.

¿Estaría haciendo algo demasiado descarado? Una cosa era tomar el sol en topless en la playa y otra lucir palmito dentro de casa, sin razón alguna que lo justificara y mientras los dos hombres llevaban sus bermudas y sus camisetas puestas. El contraste entre su indumentaria y mi parcial desnudez me sedujo de tal modo que tuve que serenar mi respiración antes de volver a ponerme en movimiento. Estaba viviendo el instante más abrasador de mi vida, y cuando a medio camino de la terraza me detuve y empecé a hablar, todavía no sabía lo que iba a decir pero notaba cada poro de mi piel alerta y dotado de una sensibilidad nueva y sorprendente.

—¿Qué tal juegan?

—Bueno… los torneos de verano, ya se sabe.

Javier me miraba con tal expresión de asombro que a punto estuve de echarme a reír. De pie ante ellos, con los pechos al aire y los pezones terriblemente encabritados, me sentía hermosa, ardiente, increíblemente poderosa. Luis no sabía si mirarme a mí o concentrarse en el televisor, y yo no sabía si seguir mi camino o…

—Ahí fuera hace un calor insoportable –dije dando otro sorbito a mi cerveza- ¿os importa que me siente con vosotros?

Entonces, sorprendiéndome a mí misma por mi osadía, pasé por delante de la televisión en el momento en que alguien chutaba a puerta, puse mi cerveza sobre la mesita de cristal y, tal como estaba, me senté en el sillón que quedaba libre. Ahora, y desde el sofá que ellos ocupaban, mis dos acompañantes podían elegir entre seguir las evoluciones del torneo nosécuántos o deleitarse con la curvas suaves, femeninas y no demasiado pudorosas de mis senos.

Para mi satisfacción, comprobé enseguida que, después de todo, el fútbol no es tan importante.

***

Durante quince intensos minutos los tres bebimos nuestras cervezas mientras intercambiábamos miradas de reojo, ensayábamos sonrisas estereotipadas y fingíamos que nada anómalo estaba pasando. Nunca como aquella tarde comprobé que cada segundo puede ser a la vez eterno y fugaz, y nunca como entonces comprendí lo que queremos decir cuando afirmamos que el aire está cargado de electricidad.

—¿Podéis explicarme lo que es el fuera de juego?

No puedo evitar sonreír al pensar en lo mala que fui esa tarde de verano. Estar en braguitas frente a ellos me volvía loca de excitación pero, sin embargo, conseguía mantener la compostura y comportarme de tal modo que pareciera que eran ellos los que tal vez estuvieran malinterpretando un comportamiento completamente inocente.

—Es cuando el jugador que recibe la pelota…

De sobra sé lo que es el fuera de juego. Tengo dos hermanos mayores, como para no saberlo. Lo único que quería era reclamar mi cuota de atención, conseguir que se fijaran en mí y no en la pantalla… y desde luego lo estaba consiguiendo. Los dos se removían inquietos en sus asientos, Javier cambiaba de postura continuamente y Luis consultaba su reloj cada cinco minutos. Tener la certeza de que mi actuación les estaba excitando aumentaba mi propia embriaguez, y el alcohol me daba el valor necesario para forzar un poco más la situación. Un ratito más, pensé con tristeza, y debería vestirme para salir, al fin y al cabo nuestro amigo no tardaría mucho en tener que marcharse.

—¿Os apetece otra cerveza chicos?

—¿Por qué no?

Aparentando la mayor tranquilidad del mundo aunque por dentro llevaba un volcán a punto de explotar, me levanté de mi sitio. Otro paseíto hasta la nevera, otra vez cuatro ojos que me miraban disimuladamente. Intentando no revelar mi verdadero estado de ánimo, saqué las tres últimas birras del frigorífico, las puse en una bandejita y, caminando despacio para que no se me cayeran, regresé hasta la mesita.

—Aquí tenéis chicos, ¿os traigo algo para picar?

—Por mí no, gracias.

En silencio, volví a ocupar mi sitio frente a ellos. Era evidente que ya a nadie le importaba quién iba ganando o perdiendo en el partido veraniego. Javier había bajado el volumen del televisor hasta hacerlo casi imperceptible, y entonces todos nos pusimos a beber despacio, y de nuevo me pregunté si no estaría yendo demasiado lejos con mi travesura. Aunque Luis trataba de comportarse de un modo natural, era evidente que estaba cortado y que de ningún modo había imaginado que su visita discurriera por esos derroteros, ¿comentaría con el resto de amigos comunes lo sucedido? Sólo de pensarlo mi libido se disparaba hasta límites insospechados, casi podía imaginar la conversación: “¿sabéis? Este verano coincidí con Javier y con Laura en la playa, y ella…”

Dios, ¿qué me estaba pasando? Había empezado con aquello a medias por Javier y a medias por satisfacer mi propia curiosidad, y sin saber cómo yo misma me había ido enredando en una espiral de excitación de dimensiones asombrosas: por mucho que me sorprendiera, aquel juego me estaba pareciendo el más voluptuoso en el que había participado jamás.

El partido había terminado, los chicos apuraron sus cervezas y, consultando su reloj, Luis hizo notar que eran más de las seis de la tarde, debía marcharse enseguida si quería llegar con tiempo a su última cita de negocios. ¡No, no y no! De ningún modo estaba dispuesta a renunciar tan fácilmente a una experiencia que estaba descubriéndome facetas desconocidas de mi propio interior. Presa de una congoja que incluso a mí me sorprendía, encontré la excusa perfecta para alargar un poquito más nuestra reunión:

—Has bebido demasiado y tienes que conducir. Déjame prepárate un café antes de que te vayas.

Hubiera hecho cualquier cosa por continuar así junto a ellos. Saber que Javier estaba tan excitado como yo no hacía sino potenciar mi osadía, y pensar que el propio Luis tal vez fantaseara con mis senos desnudos esa misma noche en la soledad de su habitación… Tenía que intentar serenarme, notaba que estaba a punto de perder el control. Sin embargo, y a pesar de mis buenas intenciones, cuando me situé del otro lado de la barra americana un escalofrío me recorrió con tal intensidad que a punto estuve de dejar caer la cafetera al suelo.

Situada tras el mostrador de la barra los chicos sólo podían verme de cintura para arriba, y por un momento divagué con la idea de dar una última vuelta de tuerca a mi actuación. ¿Me atrevería a hacerlo? Estaba un poco borracha, sin duda la sangría y la cerveza no eran buenas consejeras, y tal vez al día siguiente me arrepintiera de hacer algo tan alocado. Sin embargo, también cabía la posibilidad de no hacer nada y, entonces, arrepentirme por no haber arriesgado. El corazón me latía a mil por hora, la cabeza me daba vueltas y notaba los nervios en tal estado de tensión que me parecía ser una gata en celo a punto de saltar sobre su presa.

Frente a mí, los chicos comentaban algo que no llegué a registrar. Media hora más y Luis se habría marchado. Nunca volveríamos a coincidir en unas circunstancias parecidas, los astros jamás se alinearían de un modo tan favorable y difícilmente volvería a encontrarme tan cargada de voluptuosidad como en aquella calurosa tarde de verano.

No lo pensé mucho más. Después de sacar la cafetera y enchufarla en la encimera de la cocina, disimuladamente introduje los pulgares por el elástico de mi braguita y, notando que el corazón se me salía del pecho, la hice caer y quedé completamente desnuda.

Ajenos a mi estado, Luis y Javier comentaban algo sobre un amigo común al que yo no conocía. Con manos temblorosas puse a calentar un poco de leche en el microondas. Luego, saqué tres platitos con sus correspondientes tazas, tres cucharillas, el cuenco del azúcar y unas servilletas de papel, y próxima al infarto lo coloqué todo sobre la barra. Durante todo el proceso, no podía de dejar de pensar asombrada en que lo que estaba haciendo, en lo mucho que me gustaba y en lo peligroso y arriesgado de mi situación, ¿qué pasaría si Luis se levantaba y se dirigía al cuarto de baño, por ejemplo?

Debía haberme vuelto loca, lo mejor que podía hacer era recuperar la parte inferior de mi bikini y ponérmela antes de que fuera demasiado tarde, ¿cómo podría justificar mi conducta si era descubierta? Por otra parte… ¡qué abrasador era ver la breve prenda en el suelo y estar en cueros tan cerca de ellos sin que lo supieran! No nos separaban más de tres o cuatro metros, y si alguno de los dos se acercaba al frigorífico no me daría tiempo a cubrirme, me pillaría absolutamente desnuda y no habría nada que pudiera esgrimir en mi defensa.

Cuando la cafetera avisó con un pitido, llené las tres tazas, miré hacia los muchachos, y con una voz ronca que no parecía mía pregunté:

—¿Lo tomas con leche Luis?

—Sí, gracias Laura, un poquito nada más.

¡Si supieran lo que había al otro lado de la barra! Sin poder evitar que las tazas tintinearan en los platos, vertí un poco de leche en cada uno de los cafés. Tenía que terminar con aquello y volver a ponerme la braguita, estaba arriesgándome demasiado.

—¿Por qué no venís a tomarlo aquí chicos?

Sin duda, había perdido totalmente el juicio, porque lejos de poner fin a la situación, yo sola me iba metiendo cada vez más en la boca del lobo. Sin aliento observé cómo los dos amigos se levantaban de donde estaban y venían hacia mí, ocupando los dos taburetes que había al otro lado de la barra. Ahora, estábamos separados por un mostrador de apenas medio metro de ancho, bastaría con que se inclinaran a por algo y…

—¿Quieres azúcar Luis?

—Una cucharada, gracias.

No podía más, iba a morirme de ansiedad. Estaba inconcebiblemente húmeda sin que nadie me hubiera puesto un dedo encima, a cada segundo mi mente martilleaba repitiéndome las mismas palabras una y otra vez, “¡estoy desnuda, estoy desnuda!” y mientras tanto los dos hombres, ignorantes de lo que a mí me tenía tan trastornada, me miraban sonriendo y un poco cohibidos por el mero hecho de tener tan cerca mis senos descubiertos, ¡si ellos supieran!

Bien mirado, mi situación era en realidad desesperada. Aunque quisiera, ahora no podía agacharme a recoger las braguitas, porque desde donde ellos estaban descubrirían irremediablemente mi secreto. Lo único que podía hacer era pegarme mucho al lado opuesto de la barra y confiar en que a ninguno se le ocurriera asomarse o inclinarse demasiado en mi dirección. Aun así, o más bien a causa de ello, me sentía tan embrujada por la situación que difícilmente podía disimular mi estado. Notaba las mejillas ardientes, mis piernas parecían negarse a sostenerme y los pezones casi me dolían de tan hinchados como estaban. Creo que sólo el propio desconcierto de los dos hombres evitaba que reparasen en que algo extraño estaba pasando.

Me faltan palabras para describir lo que experimenté al otro lado de aquella barra que constituía una muy endeble protección. Era como estar asomada a un abismo que, al mismo tiempo que producía terror, me transportaba al paraíso más exquisito. Cada vez que reía, mis pechos temblaban como flanes jugosos, y mi sexo, agazapado pero en riesgo evidente de ser descubierto, sufría pequeñas sacudidas que tenía que reprimir para no quedar en evidencia.

Ahora casi deseaba que Luis nos dejara, y así poder descargar junto a Javier la tensión sexual que se había ido acumulando en mi interior a lo largo de todo el día. Nuestro invitado estaba a punto de terminar su café, en cualquier momento se levantaría del taburete y se dirigiría al dormitorio para recuperar su traje de trabajo. Ése sería el momento más peligroso, porque si por cualquier cosa se volvía hacía nosotros desde la puerta de la habitación, me vería en el traje de Eva sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo, ¡qué maravillosa descarga de adrenalina suponía el pensarlo!

—¿No sobraron ayer unas pastas?

La pregunta de Javier me heló la sangre en las venas porque, efectivamente, habían quedado tres o cuatro pastas de la tarde anterior, pero para cogerlas habría tenido que retirarme del mostrador, darles la espalda… y ofrecer de ese modo una vista sobrecogedora de mis redondos, respingones y desnudos glúteos.

—No –contesté con un hilo de voz- creo que se acabaron ayer.

—¿Estás segura? Mira a ver, yo creo que tiene que quedar alguna.

El pulso me martilleaba en las sienes con fuerza y notaba cada poro de mi piel excitado como si estuviera a punto de tener el mayor orgasmo de mi vida. Tenía miedo y a la vez me sentía dichosa, estaba asustada pero también ebria de sensualidad, ¿cómo era posible aquello?

Intentado que Luis no descubriera mi desconcierto, traté de intercambiar una mirada de inteligencia con su amigo, pero Javier nunca ha sido demasiado intuitivo. Finalmente, sin comprender nada y extrañado por mi obstinada resistencia a comprobar si las malditas pastas aún existían, mi novio se bajó del taburete, rodeó la barra americana y, sin duda, sufrió el mayor sobresalto de su vida.

—Estoy seguro de que…

Su mandíbula se descolgó, sus ojos se abrieron hasta alcanzar proporciones inimaginables y sus mejillas adquirieron un increíble tono carmesí. Desde su sitio, Luis tuvo que notar por fuerza que algo pasaba, pero supongo que lo atribuiría a algún secreto entre nosotros y prefirió no indagar sobre ello.

Fue sublime cruzar mi mirada con la de Javier. Nuestros ojos se encontraron por un segundo eterno y en sus pupilas leí el deseo con tal ferocidad que ya poco me importó si nuestro invitado descubría o no mi travesura. Carraspeando para intentar disimular su turbación, mi pareja rebuscó en el armario con torpeza, renunció finalmente a encontrar las pastas y, a continuación, se quedó a mi lado de la barra, sin saber muy bien qué hacer ni cómo comportarse.

Por espacio de diez minutos los tres apuramos el final de la tarde, y puedo jurar que traté de fijar en mi memoria cada segundo como si fuera algo precioso que había que proteger del olvido. Nunca me había sentido tan deliciosamente vulnerable, era como si una parte de mí deseara que Javier me tuviera siempre así a su lado, dispuesta a mostrar mi belleza a cuantas personas se le antojara.

Por fin, Luis se levantó de su sitio y se dirigió al dormitorio, y entonces me pareció que me iba a ser imposible respirar. Sólo el cuerpo de Javier se interponía entre su amigo y yo, y cuando éste se volvió hacia nosotros me pareció que el mundo explotaba a mi alrededor produciendo un calor indescriptible.

—Por cierto, ¿te acuerdas de Sonia y Belén?

—¿Sonia y Belén?

—Sí, las hermanas de Roberto.

—¡Ah… sí, claro.

Dios mío, Javier se había situado de frente a su amigo, y yo me escondía tras él lo mejor que podía, pero me parecía increíble que no se diera cuenta de lo que  estaba pasando ¿acaso no veía la braguita del bikini tirada en el suelo desde la puerta del dormitorio?

—La semana pasada me encontré con ellas y me dieron recuerdos para ti.

—Estupendo –respondió Javier muy apurado mientras yo me preguntaba si me sería posible tener un orgasmo de pie y encogida detrás de su robusto pecho.

Podría decir que Luis descubrió finalmente mi desnudez; jurar que, enardecidos por mi osadía, los dos hombres me incitaron a posar para ellos mientras me hacían fotografías eróticas; escribir que acto seguido fui penetrada una y mil veces por dos lobos hambrientos que saciaron todos mis deseos… Podría, pero estaría mintiendo, y cuando empecé a escribir esto me juré a mí misma que contaría estrictamente la verdad y que no estropearía lo que a mis ojos resultó una aventura sencillamente perfecta.

Todo lo que sucedió fue que nuestro amigo entró al dormitorio para cambiarse, y que entonces yo me vestí a toda prisa antes de despedirle. Luego, nos dijimos adiós mientras nos prometíamos volver a encontrarnos muy pronto en Madrid, y sin más se marchó dejándonos solos.

Hay días que pienso que nunca volveré a hacer nada semejante, y que mi comportamiento de aquella tarde fue algo ridículo y sin sentido. Pero otros recuerdo cómo me hizo el amor Javier apenas se marchó su amigo, y cómo mi cuerpo entero se tensó como un arco a punto de ser disparado, y entonces mi respiración se agita y mi pulso se acelera, y siento que necesito probarlo una vez más, y que me muero de ganas de que mi pareja vuelva a despertarme con el desayuno preparado y una sonrisa culpable en los labios.

Esos días, miro el calendario y cuento impaciente los meses que faltan para que vuelva el verano. 

***

Para todos aquellos a los que les haya gustado esta historia y aun a riesgo de ser considerado un pesado, vuelvo a recordar que tengo subido en Amazon un larguísimo relato sobre una preciosa y púdica actriz que debe actuar desnuda en una obra de teatro. Aprovechando que acabo de publicar el tomo final de la historia, pongo a continuación el enlace a ambas partes y os informo de que estará en modo gratuito los próximos cinco días.

1ª parte

http://www.amazon.es/Exigencias-del-gui%C3%B3n-Primera-parte-ebook/dp/B00K91VRFC/ref=sr_1_4?s=digital-text&ie=UTF8&qid=1423868053&sr=1-4

2ª parte

http://www.amazon.es/Exigencias-del-gui%C3%B3n-Segunda-parte-ebook/dp/B00TJCFU14/ref=zg_bsnr_1335555031_12

Y para los que prefieran el sexo explícito pero siempre según el “estilo Casimiro”, pongo un último enlace (historia completa).

http://www.amazon.es/Galeote-entre-sus-muslos-Freire-ebook/dp/B00H8RSU8M/ref=sr_1_3?s=digital-text&ie=UTF8&qid=1423771614&sr=1-3

Un saludo y gracias por vuestra paciencia conmigo.