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Secuestro, violación y amor

en Sadomaso

En la noche de alguna gran ciudad, cruzando las desiertas calles bañadas por la luz artificial se ve a una joven corriendo; sus pantalones de chándal y su sudorosa camiseta de tirantes dan a entender que no huye de nada, ni llega tarde a ningún sitio, simplemente es alguien a quien le gusta correr.

Las calles están bien iluminadas y se trata de un barrio tranquilo, nada indica que la chica corra un peligro inmediato.

La joven gira una esquina y se detiene para examinar la nueva calle. El primer portal que ve esta bastante oscuro, parece recelosa a pasar por delante, pero la chica sacude la cabeza y retoma la carrera. Deja atrás el portal sospechoso sintiéndose tonta por su arranque de inseguridad y sonriendo para si misma.

Media manzana mas adelante dos manos emergen a su paso de un portal bien iluminado y la agarran. Una de ellas lleva un trapo arrugado en la palma y se pone sobre su boca, la otra mano sostiene unas esposas que cierra sobre su muñeca. Cuando se quiere dar cuenta las esposas tiran de su mano izquierda hacia su espalda, mientras unos dedos intrusos empujan el trapo hacia el interior de su garganta, causándole arcadas. La chica agita la mano derecha mientras intenta liberar la izquierda, pero la mano agresora se separa de su cara, aferra su muñeca derecha y la retuerce hacia su espalda; en seguida se oye accionarse el segundo cierre de las esposas. Entonces los dos brazos agresores la rodean por la cintura, la levantan del suelo y la arrastran al interior del edificio, cuya puerta a permanecido abierta todo el tiempo. Fugazmente ve un pie darle una patada a una cuña de madera, y unos segundos después la puerta se cierra a su espalda.

El agresor lleva a su pataleante víctima hacia un rincón bajo la escalera del edificio y la empuja contra la pared bruscamente para en seguida apoyarse él contra ella, apresándola con su cuerpo. Ya con mas calma saca otro pañuelo que usa para sujetar el que ha metido en la boca de la chica, estirándolo entre sus labios y anulándolo tras su cabeza.

Con una mano sujeta la cadena de las esposas y presiona contra la espalda de la joven, mientras con la otra le baja los pantalones hasta los tobillos.

La víctima se asusta y centra todas sus fuerzas en empujar a su agresor, pero este parece preparado y se deja llevar, suelta las esposas y le rodea la cintura con los dos brazos. Ella intenta patalear, pero los pantalones en los tobillos ejercen de ligaduras, limitando enormemente sus movimientos y la fuerza de sus piernas. Él se lo toma con calma, sabiéndose dueño de la situación, con un brazo sigue rodeando la cintura, mientras la otra mano baja por su estomago, se mete debajo de sus bragas y acaricia la superficie de su vagina.

Ella intenta gritar en vano, pues apenas oye sus propios gritos, mientras nota un dedo perfilando su clítoris. Se enfurece enormemente al oír un suave chapoteo cuando el mismo dedo entra dentro de su vagina, ya lubricada en contra de su voluntad. El agresor aumenta la velocidad de la masturbación hasta que ella emite un suspiro a su pesar. En ese momento él saca su mano de debajo de su ropa interior, lame su mejilla, libera su cintura y la agarra por el pelo, el cual usa para arrastrarla de nuevo hacia la calle.

Abre la puerta del edificio, cruza la acera con dos grandes zancadas, abre la puerta lateral de una furgoneta que esta aparcada frente al portal de la emboscada, la arroja al interior, entra él mismo y cierra la puerta tras de si.

La chica cae en un colchón que recubre todo el interior del a furgoneta, y antes de que logre moverse la puerta se cierra y su agresor la agarra del cuello para ponerla en pie con la espalda pegada a la pared de la furgoneta. Él se arrodilla, baja sus bragas hasta las rodillas sin ceremonias y toca con la punta de la lengua el clítoris expuesto. Satisfecho al percibir un estremecimiento pasa toda la lengua por el placer femenino dos y tres veces antes de entretenerse lamiendo los labios vaginales. Tras varios minutos de vejación oral el agresor decide pasar a mayores e introduce un dedo dentro de ella para masturbarla mientras su lengua sigue acariciándola. Las piernas de la joven empiezan a temblar; muy a su pesar comienza a abandonarse al placer que le esta siendo impuesto.

Cuando el agresor se cansa estira un brazo, pelea con una bolsa de la que logra sacar un vibrador; con su víctima ya entregada a él lo introduce en la vagina, lo enciende, y sube de nuevo las bragas para que lo sostengan dentro de ella.

Satisfecho, él se pone en pie, la sujeta del pelo para que se este quieta, baja la mordaza hasta su cuello, acerca su cara a la de ella, la muerde en el cuello, después muerde el pañuelo que ella tiene dentro de la boca, lo saca y lo deja caer al suelo e inmediatamente, antes de que ella puede decir nada, la besa.

Cuando sus labios se separan la obliga a arrodillarse, se baja él sus propios pantalones y acerca a su cara un miembro terriblemente erecto. La víctima, mucho mas dócil, sabe lo que tiene que hacer, saca tímidamente la lengua y roza la punta del pene que tiene junto a ella; tras eso se arma de valor, abre la boca, la rodea con los labios y la lengua y se la introduce en la boca. Es evidente que la chica ha practicado antes el sexo oral, pues no tarda en lograr que él se corra con movimientos de lengua expertos.

Cuando se recupera del éxtasis, él vuelve a poner los pañuelos en su sitio, pero antes de que se aparte, ella le lanza una mirada lastimera. El hombre ladea la cabeza, la mira a los ojos, después al vibrador que se intuye bajo sus bragas, y de nuevo a los ojos; ella asiente, suplicante. Tras unos segundos de duda se agacha, tantea la tela de las bragas en busca del interruptor y lo sube a máxima potencia. Satisfecho con el gemido de sorpresa y frustración la empuja estirándola sobre el colchón, se sube los pantalones, se pone al volante y arranca la furgoneta.

 

Tras una hora de conducción se detiene, se apea, abre la puerta lateral y la obliga a bajarse a ella también. Están en un camino que discurre entre dos colinas, probablemente muy lejos de cualquier núcleo habitado. El agresor se detiene a coger algo del asiento del copiloto que se guarda en un bolsillo, la sujeta del brazo y se aleja de la furgoneta.

Se acercan a un tronco que esta tumbado junto al camino, bastante grueso; él la obliga a doblarse sobre el tronco hasta tocarlo con el estomago, le baja las bragas, deja caer el vibrador al suelo, y sin mas miramientos la penetra. Empieza muy despacio, recreándose en cada movimiento, pero va aumentando la velocidad poco a poco, azotándole una nalga con una mano en cada cambio de velocidad. Al poco esta embistiéndola con un ritmo salvaje, apostándola contra el tronco, azotándola con una mano y estrujando uno de sus pechos con la otra. Ella tiene los pies levantados, con todo su peso sobre el tronco, y gime con fuerza, tanto por el placer como por el dolor. Ninguno de los dos aguanta el ritmo final mucho tiempo, por lo que alcanzan el éxtasis casi al mismo tiempo. Él se aparta de ella jadeando, se sube los pantalones, y mientras con una mano la acaricia en una cadera, con la otra saca un revolver de su bolsillo.

Ella no se entretiene en intentar suplicar amordazada, se da la vuelta y corre alejándose de la furgoneta, hasta que alcanza unos raquíticos arbolillos tras los que se esconde. Parece satisfecho, le da la espalda, vuelve a la furgoneta, arranca y se marcha.

 

Tras quince minutos arrodillada tras los arbolillos que parecen haberla salvado de la muerte, unos faros rompen la oscuridad de la noche. Ella se pone en pie y se planta ante los faros del vehículo que acaba de llegar. La puerta del piloto se abre, y la silueta de un hombre se recorta en la luz de los faros de la furgoneta. La chica se queda plantada mientras su violador se acerca a ella, esta vez desarmado. Levanta las manos hacia su cara, estira de su mordaza y la deja caer, después coge el pañuelo que tiene en la boca y lo saca despacio, entonces ella se adelanta y le da un largo beso.

-¿Que te ha parecido cielo?

-Ha estado muy bien, ha sido una gran idea cambiar de portal, no me lo esperaba en absoluto.

-La verdad es que si que ha sido muy excitante pensar que esta vez volvería a sorprenderte.

-Y me has sorprendido, créeme – los dos se ríen mientras él le quita las esposas – Cariño, la próxima vez tienes que explotar mas el campo, creo que tiene posibilidades.

-Lo pensare, cielo, lo pensare.