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Poker De Intercambio Con Vecinos Calientes.

en Intercambios

Hola amigos de Todorelatos:

Gracias por sus COMENTARIOS  y VALORACIONES de mis relatos anteriores, me sirven mucho para mejorar.

 

Puesto que hacía poco tiempo que habíamos llegado a ese barrio, todavía no conocía a mucha gente, pero me sentía muy deseosa de hacer nuevos amigos. Mi marido, Sergio, me había pedido que invitara a los vecinos del piso de abajo a tomar una copa y deseaba que fuera con ellos tan amable como pudiera. Le prometí que trataría de abandonar mi timidez y que me mostraría abierta.

La cena estaba lista, y Alejandro y Sandra llegarían en cualquier momento. Eché una última ojeada al comedor, para asegurarme de que todo estaba en orden, cuando sonó el timbre de la puerta. Mientras fui a abrir, Sergio puso un CD de música suave.

Al entrar mis invitados, mientras admiraban mi hogar, no pude dejar de tomar nota de lo atractivos que eran los dos. Alejandro tenía unos cinco centímetros más de altura que Sergio y aun cuando llevaba una camisa deportiva de mangas largas, me di cuenta de lo musculosos que tenía los brazos.

¡Lo estaba haciendo otra vez! En cada ocasión que conocía a un hombre nuevo, lo evaluaba físicamente. Suponía que eso se debía a que no creía que Sergio fuera tan atractivo: aunque lo amaba con todas mis fuerzas. Sin embargo, esa noche me di cuenta de que no era la única que se complacía en admirar a otros. Sergio había estado mirando abiertamente las grandísimas tetas de Sandra, contenidas con dificultad bajo el suéter apretado que llevaba.

—¿Queréis un trago? —preguntó Sergio, y todos aceptamos. Mientras fue a buscar un poco de hielo, no pude dejar de observar que esos vecinos eran distintos de todos los que había conocido hasta entonces. Cada vez que miraba a Alejandro, me sentía sorprendida al darme cuenta de que él también me observaba. Me sentía halagada, porque, aunque era bonita, Sandra era una gran belleza y no podía esperar que su marido sintiera deseos por ninguna otra mujer.

Muy pronto, estábamos todos instalados en el cómodo salón. Una ronda de copas siguió a otra y todos comenzamos a perder las inhibiciones. Fue entonces cuando Sandra sugirió un juego.

—¿Por qué no jugamos póquer de prendas? —soltó una risita.

Todos nos reímos pero la joven insistió.

—Por favor, vamos a jugar.

Me sentí muy sorprendida, cuando Sergio, aceptó.

—¡Claro! ¿Por qué no?

Me lanzó una mirada llena de significado, puesto que sabía que era algo que no me agradaría, pero prometí intentarlo. Y si él estaba dispuesto a hacerlo… yo también.

—Muy bien —dije.

Y ya no pude volverme atrás… aunque lo quisiera. Sergio tomó una baraja y nos instalamos todos en el suelo. Se dieron las primeras manos y, antes de que pasara mucho tiempo, todos nos habíamos desprendido de algo de ropa. Primeramente se descartaron los zapatos y, luego, los cinturones. A continuación, los hombres se quitaron las camisas y las mujeres los pantalones. Me sentía molesta por lo mucho que me emocionaba el juego y cuando Alejandro perdió la siguiente mano, retuve el aliento, por lo ansiosa que estaba por saber cómo se veía Alejandro sin sus pantalones. Se los quitó y puede ver que sus piernas tenían la misma forma que sus brazos. Eran musculosas, pero no en exceso. En realidad, era un hombre sumamente atractivo. Sandra le dedicó una risita a Alejandro, sentado en sus pantalones cortos de tipo deportivo.

Muy pronto, todos estábamos en sujetadores, bragas y slips y el siguiente que perdiera una mano tendría que mostrar mucho. Sergio perdió y, de pronto, se encontró totalmente desnudo. Miré rápidamente a Sandra, que no mostró ninguna timidez al admirar sus partes. Incluso mostró su aprobación, con una amplia sonrisa (¡me pregunté silenciosamente cómo se inició todo esto!).

A continuación, Alejandro perdió una mano y tuvo que quitarse el slip. Me sentí decepcionada por el tamaño de su pene, que parecía tan pequeño. Me había imaginado que sería enorme. Me ruboricé, avergonzada de mis pensamientos y quise huir corriendo del salón. Como si lo sintiera, Sergio me tomó de la mano y me lanzó una mirada solícita. Sin decir una sola palabra, comprendí que deseaba que siguiera adelante.

Sandra perdió a continuación y se la vio gozar al quitarse el sujetador. ¡Santo cielo! Sus tetas casi saltaron cuando se soltó la prenda por detrás y permanecieron firmes, grandes y hermosas.

Me sentí tremendamente envidiosa, pero a la vez, sentí un extraño deseo de mostrarle a todos lo bellas que eran mis propias tetas: aun cuando eran mucho menores que las de Sandra. Por ende, cuando me llegó mi turno, retiré con lentitud mi sujetador para mostrar mis tetas firmes.

Inmediatamente, Alejandro puso la mano sobre las pechugas de Sandra. Me sentía incapaz de moverme y tampoco Sergio.

—¿No son preciosas? —preguntó Alejandro,

—Por supuesto. Tiene buenas tetas—murmuramos ambos, fascinados.

—¿Te gustaría acariciarlas? —le preguntó Alejandro a Sergio, que me lanzó una mirada rápida, pero ni siquiera se molestó en responder.

Alargó el brazo y le tocó ligeramente los senos.

—Puedes hacerlo mejor —le indicó Alejandro.

Sergio obedeció y, muy pronto, le acarició esas tetas enormes y preciosas, haciéndola dar grititos de gusto. Por mi parte, no tuve mucho tiempo para preocuparme de eso, porque Alejandro se encontraba a mi lado, acariciándome las peras. Parecían agradarle mucho y tocaba y estiraba mis pezones, que respondieron inmediatamente. Perdí toda la pudorosidad que tenía y me limité a permanecer tendida en el suelo, gozando. Miré de reojo y vi que Sergio estaba pasando sus manos por todo el cuerpo de Sandra. En lugar de ponerme celosa, me sentí excitada y apuré a Alejandro para que hiciera lo mismo. Antes de que transcurriera mucho tiempo, Alejandro estaba sobre mí, todo él, con las manos, la lengua y el pene.

Su miembro había crecido enormemente. Su tamaño flácido era engañoso. Erecto, tenía los mismos catorce centímetros que el de Sergio. Estaba tan húmeda que se deslizó en mi chochito sin dificultad. Alejandro se movió al principio con lentitud, hasta que me ajusté a su ritmo. De pronto, lo acerqué a mí y le rogué que se moviera con mas rapidez.

Sergio le estaba haciendo lo mismo a Sandra, que gozaba tanto como yo. Sentía un deseo incontrolable de compartir mi placer con ella y me incliné y la besé en la boca. Me devolvió el beso y las dos nos seguimos besando, mientras nuestros maridos nos hacían el amor. Alargué la mano, le toqué las peras y ella hizo lo mismo. Muy pronto, los cuatro estabamos envueltos en el pecado mutuo. Los hombres se detuvieron por un momento, para echarse hacia atrás y observarnos.

Las caricias mutuas de las dos mujeres excitaron muy evidentemente a los hombres. Sergio me dio la vuelta y comenzó a hacerme el amor en la posición de los perros. Mientras tanto, Sandra me acariciaba el clítoris, como si se sintiera atraída hacia él por alguna especie de magnetismo. Alejandro estaba frente a mí, con su polla ante mi cara. Me la metió en la boca y comenzó a meterla y sacarlo en la misma forma en que, unos instantes antes, lo hacía en mi chorreante vagina, Sergio observó y su excitación aumento sin cesar, hasta que me amartilleó el cuerpo con las dos manos. Sabía que estaba a punto de correrse; no se pudo contener. De pronto, descargó su leche caliente en mi interior y no recordé que antes haya tenido una descarga tan prolongada. Se desplomó en el suelo, abandonando la acción, pero sin dejar de contemplar a los demás.

Alejandro mantuvo su pene en mi boca y me sujetó la cabeza, de tal modo que, aunque quisiera retirarme, no podría. Tenía los ojos cerrados, mientras entraba y salía constantemente de mi boca. De pronto, eyaculó. Su corrida me llenó la boca, hasta que ya no pude tragarla más. Cuando la última gota blanca cayó sobre mi lengua, se dejó caer hacia atrás.

Silenciosamente, Sandra se acercó a mí, empujándome para que me tendiera de espaldas y movió su cabeza hacia mi coño húmedo. El semen de Sergio estaba todavía en mi interior, pero eso no hizo dudar a Sandra. Lo lamió como si fuera un helado de vainilla. Me lamió la vagina y el clítoris y absorbió mis líquidos, acabando hasta con la última gota de semen. Sin cesar, jugueteó con su propio clítoris, excitándose tanto como lo estaba yo. Alargué las manos y guié la cabeza de mi amiga, para que su lengua me tocara en los lugares que me producen mayor placer.

Muy pronto, mi cuerpo se tensó y deseé retener el orgasmo todo lo que pudiera, pero sabía que ya no podía aguantarme. Sandra estaba al mismo tiempo, alcanzando el mismo nivel con las caricias de su propia mano. Sentí que perdía el control. Estaba consciente de todas las partes de mi cuerpo: todos los músculos se esforzaban en llegar al climax. Sostení su cabeza hacia mí, mientras me chupaba el clítoris una última vez y me entregué a un orgasmo como nunca antes había tenido. Mi explosión hizo que se desencadenara la suya y la oí suspirar de placer. Mi cuerpo se estremeció con espasmos y me siguió lamiendo hasta que sentí que me envolvió un relajamiento parecido al de un especialista en saltos que sale a la superficie después de una zambullida perfecta.

Los cuatro intercambiamos miradas, antes de caer en brazos unos de otros. Nos sentimos felices por los nuevos amigos que hemos conseguido.