miprimita.com

La venganza (1)

en Control Mental

Nuria se mantiene a gatas sobre la mullida alfombra. Su elegante y ceñido vestido rojo se recoge en tormo a su vientre y espalda, desasido por la parte de arriba de sus mangas y bajado hasta liberar sus pechos, y por la de abajo, arremolinado hasta las caderas dejándola desnuda desde su cintura hasta sus pies. Observar el contraste de su pálida y joven piel, y el intenso carmín de la prenda resulta sencillamente arrebatador.

Se afana, con sus ojos entornados, en acariciar con su lengua y sus labios el pene erecto de su padre, que desnudo, sentado en el sofá, recibe la caricia de su hija con la mirada perdida y una expresión de extremo placer.

Detrás de ella su hermano, con cada embestida, entierra el vientre en la suavidad de sus nalgas mientras la posee analmente con un impetu que la hace tambalearse. Cada vez que él empuja, ella sale proyectada hacia adelante, lo que hace que el pene que alberga en su boca penetre bruscamente hacia su garganta, para mayor placer del viejo, y provocándole a ella pequeñas arcadas que a su vez sacuden de un modo turbador sus generosos pechos que cuelgan libres más arriba de la línea que separa su piel y su vestido.

Carlos, un año más joven que Nuria, a sus 20 luce un pene considerable, no solo de un buen tamaño, sino también de un respetable grosor, que se completa con una erección salvaje, ofensiva, casi vertical. Nada que ver con su padre, que a sus casi 50 años mal llevados, suma a un falo anodino una erección tímida y frágil que amenaza con abandonarlo pese al tremendo estimulo que los carnosos labios y la cálida garganta de su hija le proporcionan.

Concentrado en la sistemática invasión del pequeño templo trasero de su bellísima hermana, Carlos tensa cada musculo en un feroz ataque que hace que, en cada embate, su polla casi abandone por completo el cuerpo de la joven para luego volver a él con un movimiento seco y violento que termina con el sonoro “plosh” que produce la piel de su vientre al chocar contra el redondo y prieto pandero en el que se entierra.

Completando el cuadro, en un sillón al lado del sofá donde Paco se deshace de placer, su esposa Marta, más joven y mejor conservada que su marido, luce sus hermosas redondeces totalmente desnuda. Con una piel no tan tersa como la de su hija, pero si del mismo color pajizo, sin dejar de ser bello y sugerente, su cuerpo más maduro parece enfermizo y frágil al lado del deliciosamente firme cuerpo de Nuria.

Entre sus piernas, completamente abiertas y flexionadas apoyando sus pies en los brazos del asiento la benjamina de la familia, a sus 18 añitos mal cumplidos, dispensa el mismo tratamiento a su madre que Nuria a su padre. Con el brazo izquierdo sobre el vientre de la mujer, y con su dulce cara de niña que nunca ha roto un plato enterrada en su sexo, la joven se mantiene a gatas sin más apoyo, dejando su otro brazo libre que, por debajo de su cuerpo, desciende hasta su sexo para encender sus propias carnes mientras inflama con su lengua las de su madre.

Eva es mucho más morena que las demás chicas de la casa, más parecida en color latino a la su padre o su hermano. En esa postura, vista desde atrás, la calidez de su dorado y perfecto trasero, la frenética invasión de sus dedos que aparecen por debajo de su sexo hundiéndose en su cueva y saliendo empapados de sus propios jugos, el errático movimiento de sus caderas que afrontan por un lado el placer que recibe y por otro la inestabilidad de la postura a la que se ve obligada, y la palidez que más al fondo aporta al cuadro la piel mucho más clara del cuerpo de su madre, convierten la escena en el sueño de cualquier observador; en un festival de lo erótico, lo sugerente y lo irresistiblemente cautivador.

Y así estoy yo, cautivado y caliente mientras desde el otro sillón observo la escena que yo mismo había provocado. Con mi pene fuera de los pantalones, erecto a pesar de que hace nada que Nuria lo cabalgó hasta hacerme estallar dentro de ella. Disfrutando del momento, de los olores, de los gemidos. Del brillo hipnótico del pelo deliciosamente teñido de Nuria resbalando por su espalda y ligeramente apelmazado por la humedad del sudor que tamaño ejercicio le provocaba. Intentando ver las profundidades de Eva cada vez que sus dedos abren su vagina para entrar en ella con violencia.

Desde mi posición, se que puedo alcanzar con la mano el trasero de Nuria, donde juega su hermano, o unir mis dedos a los de Eva en su febril búsqueda del orgasmo.

Un poco mas allá, los mayores, si bien no están a mi alcance, me muestran con sus rostros el efecto que causan las caricias de sus hijos. Los ojos entornados, la mirada vidriosa, los músculos tensos...

Disfruto de la escena embebido, casi ausente de mi mismo. El entorno es tan extremo, que no sabría decir si es el sexo a mi alrededor el que me hace sentir de esta manera o si este placer lo produce el haber completado mi venganza sobre la familia que, totalmente a sabiendas de lo que hacían y de sus consecuencias, me habían destrozado la vida tres años atrás.

Sin poder contenerme más me dirijo a Carlos y Eva, hablándoles en un tono sosegado y lento, nada que ver con el frenesí que nos rodea.

-Carlos, creo que deberías dejar ya a Nuria. Ahora es Marta y su sexo la que necesita tu aparato.

-Eva, seguro que el sabor de Marta es delicioso. Bésame para que lo pruebe y yo te dejaré beber mi semen.

Nada más oír mis sugerencias Eva abandona su puesto entre las piernas de Marta, lugar que Carlos no tarda en ocupar con un empujón seco que desata un gemido salvaje de la garganta de su madre. “Lo de este chico es increíble”, pienso divertido hasta que Eva, sentándose sobre mis piernas, busca mi boca con avidez, tapándome la visión del trasero de su hermano.

-Eva, clávame en ti mientras me besas, yo te avisaré cuando puedes beberme.

Al momento, siento como la mano de Eva, agarra mi falo entre sus piernas, mientras busca postura para acercar su sexo, todo ello sin dejar de besarme, con un beso cálido, lento y profundo, en el que sus labios y su lengua recorren toda mi boca mezclando en ella mi sabor, el suyo, y el de la madre.

Durante unos momentos me mantengo erguido en el asiento mientras disfruto divertido de los inútiles esfuerzos de la joven por alcanzar mi sexo con el suyo. Poco después, antes de que mi amante pueda agitarse demasiado, me deslizo hacia adelante, dejando el espacio para que sus rodillas flexionadas se extiendan a ambos lados de las mías y su sexo avance hacia su objeto de deseo.

Ella, con un preciso movimiento, coloca la punta de mi miembro en su entrada y empuja para dejar que este penetre en su tierna intimidad, totalmente anegada por el zumo que sus dedos extrajeron de allí momentos antes.

Yo, al sentir en mi miembro la suave y húmeda calidez de la piel de su vagina unirse a la increíble carnosidad de sus labios sobre los míos, proyecto mi torso hacia adelante, hasta notar como mi pecho entra en contacto con sus pequeñas firmes tetas, y mientras acaricio sus pezones rozándolos con mi torso, inicio un suave y profundo movimiento con mis caderas, para entrar y salir de ella lentamente, sin prisas, del modo mas dulce posible.

Por un momento Eva se convierte en lo único que existe en este mundo: sus gemidos; su ávida forma de comerme la lengua; su movimiento arriba y abajo acompasándose al mío en un acoplamiento perfecto; su piel erizada ante mi tacto como si la quemase; sus pezones, duros como piedras restregándose contra mi mientras le arrancan suspiros de placer que casi parecen estertores; su olor, su increíble olor azaharado que me emborracha...

Es tal el efecto que la joven me produce, que pese a saber que es una tremenda hija de puta casi me da pena haberla arrastrado a este estado. Haberla anulado hasta convertirla en un juguete, una marioneta como al resto de su familia, haciéndolos interpretar mis sugerencias como sus anhelos más profundos.

El calor del sexo, su entrega infinita a mis antojos, su increíble belleza casi infantil, y esa voz tersa y melodiosa que convierte cada gemido en la más bella de las sinfonías, me debilitan por segundos mientras el placer, que me invade por cada poro, empieza a hacer dulces estragos en mí.

Un grito sordo y grave me quita momentáneamente de mi trance, Paco se ha corrido violentamente, llenando la boca y la cara de su hija con su semen. Ella, agotada por tan largo esfuerzo, respira mirando al suelo fatigada, mientras hilos de los jugos de su padre resbalan por su nariz antes de precipitarse al vacío.

Haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad, sereno la voz para proponerles:

-Paco, Nuria te ha dado mucho placer a ti. Agradéceselo acariciando su clítoris con tu lengua hasta que ella también llegue a su orgasmo.

-Nuria, Paco va a acariciarte para que puedas recibir todo el placer que le has dado a el y a Carlos.

Al momento ambos intercambiaron las posiciones y así el agasajado inició una profunda e íntima caricia en el rincón secreto de su primogénita, que la recibió con un profundo suspiro liberador, disfrutando y abandonándose a un placer que sabía próximo y seguro.

Resuelto esto, y tras comprobar que Carlos, el campeón, sacude todavía y sin descanso el cuerpo de su madre que se deshace en orgasmos, vuelvo a perderme en mi droga, en mi dulce Eva, que espera impaciente que termine de hablar con los suyos para volver con su boca a la mía mientras prosigue sin descanso su vaivén sobre mi sexo.

La rodeo con mis brazos, con uno la aprieto un poco más contra mi cuerpo mientras que mi otra mano, ávida, busca bajo su estrecha cintura la raja entre sus nalgas. Cuando alcanzo su pequeño ano, que solo yo he disfrutado, introduzco suavemente mi dedo índice, provocando un gritito pícaro, sexy y tierno que casi consigue hacerme estallar en su interior incumpliendo mi promesa de dejarla beber de mí.

Ella, jalonada por ese nuevo estimulo, se corre una y otra vez inundando mi nariz con el hechizante tufo de sus sudores. Siento como su vagina se contrae una y otra vez, atrapando mi miembro en un mágico infierno de maravillosos y trémulos espasmos. Siento su boca, ahora seca y pastosa, con la lengua errática, incapaz de coordinar sus movimientos entre las convulsiones de placer que devastan a su dueña. Siento como sus pezones, firmes como cuchillos se entierran en mis carnes como queriendo atravesarlas, y loco de lujuria, y jodido por no poder terminar este baile dentro de ella, tal y como me pide el cuerpo, accedo de mala gana a cumplir mi palabra y aviso a mi Eva, a mi maravillosa Eva, que estoy listo para saciar su sed.

-Eva, voy a correrme.

Mi reina, ardiente y viciosa, no se resiste a acometer diez sacudidas más de su pelvis contra mi rabo, y luego, descabalgando de mis piernas, se arrodilla entre ellas hundiendo mi pene entre sus labios y arrasándolo con su lengua en un baile de giros concéntricos sobre mi glande. Incapaz de aguantar ni por un solo segundo más, me corro copiosamente en su boca, que traga con gula todo lo que mi miembro deposita en ella.

Luego, agotado, le acaricio su pelo, totalmente mojado de sudor mientras ella se relame recogiendo del contorno de su boca los escasos jugos que no pudo contener en ella. Observo como Nuria y su padre dormitan exhaustos tras alcanzar ella el orgasmo deseado y como Carlos, rojo como un hierro candente se desparrama por fin dentro de su madre, que recibe el semen de su hijo al borde del colapso por placer. “Menudo monstruo el Carlitos”, pienso.

-Eva, ve a tu cama, dúchate y descansa. Cuando te despiertes tu familia volverá a ser tu familia. Sabrás lo que has hecho y aunque sabrás que está mal, aceptarás que tú has decidido hacerlo.

Luego, no sin antes sentir una horrible punzada de dolor, añado

– Y recuerda Eva, hasta que vuelva a dormirte, no te acordarás de mí, ni de nada de lo que hicimos juntos.

Tras repetir la misma orden uno a uno a todos los miembros de la familia, me levanto y abandono la casa con el sabor agridulce de una venganza más que merecida combinada con el ansia de un amor imposible para mí.

Una venganza que comenzó hace años, cuando el monstruo que ahora soy no existía, y era un simple psicólogo conductista, sin conocimiento alguno de hipnosis o control mental.

Una venganza que nace de un hecho cruel, injusto y terrible que sacudió mi vida por completo; que me dejó sin trabajo, sin familia ni amigos, que dio conmigo en la cárcel, que acabo con mi inocencia y me transformó para siempre.

Una historia cruda y apasionante, que da comienzo hace ya tres largos años en mi antigua y lujosa consulta en el centro de Madrid…