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Las crónicas de Gyos de Birk

en Interracial

1.

Gyos de Birk entró en el salón. La estancia excavada en la piedra estaba bellamente decorada. “¡Elfos!”, pensó, “No se ensucian las manos matando pero bien que llenan la sala de luces”. Llevaba un saco con la cabeza de los generales de la facción que azotaba la pequeña ciudad-estado de Lairüle- una vez asesinados, sus pequeñas huestes se habían dispersado en apenas unos días. Gyos detestaba a los elfos, pero pagaban bien y estaba por la zona- y tampoco simpatizaba mucho con la facción, que esclavizaba a muchos de sus paisanos.

Avanzó con paso firme por la alfombra- un fino tapiz que no podía disimular el sonoro golpe metálico de sus botas. Al final del camino estaba Nerisäe, la líder del asentamiento. Se detuvo a escasos metros.

—Gyos de Birk, parece que has cumplido con tu parte del trato— dijo Nerisäe, prácticamente inmóvil salvo por el movimiento de su pequeña boca

—Traigo aquí las cabezas de los generales para demostrarlo— asintió con voz profunda Gyos

—Eso no será necesario. Lo he visto.

Gyos contempló a la elfa. Era como todas ellas- altiva, rubia y hermosa. La mente de Gyos comenzó a deambular.

—Te pagaremos lo pactado. Veo que estás herido.

No mentía. El primero, el más peligroso murió antes de despertar- pero la guardia y Brukk, el más temible de los capitanes le pusieron difícil el trabajo. Uno de los guardias consiguió alcanzarle con un afortunado corte en las costillas, en la zona peor protegida de su armadura. El corte era feo, pero los había sufrido peores.

—Creo que entra dentro de nuestra responsabilidad restaurarte. Acompáñame— se alzó y se dirigió a una sala anexa antes de que Gyos pudiese protestar.

Gyos titubeó. Aquello le parecía turbio, pero los elfos tenían renombre como expertos sanadores y él conocía mejor que nadie los riesgos de un corte sucio antes del largo camino que le esperaba. Avanzó ante la impertérrita mirada del resto de la corte, que parecía ignorarle con desdén.

Entró en lo que parecía un dormitorio/biblioteca. Las estanterías repletas de libros no le interesaban en absoluto. El ornamentado lecho le recordó a etapas afortunadas de su vida donde sus trabajos le permitían pagar mejores placeres. Sin embargo, llevaba tiempo sin poder hacer estos estipendios.

Nerisäe le esperaba dándole la espalda. Su cabellera plateada, casi blanca se deslizaba sobre su capa negra, que ocultaba un cuerpo esbelto.

—Gyos de Birk, el famoso mercenario- dijo, lentamente

Se dirigió a un estante con una pequeña caja. La abrió y cogió tres pequeños viales. Los depositó en una mesita cerca de Gyos. Cogió una jofaina y la llenó de un pequeño caño que manaba un hilo de agua transparente.

—Deja tus armas en el suelo, guerrero.

Obedeció. La cimitarra cayó amortiguada por su funda, pero desprendió un leve tintineo metálico.

Se acercó a él, cogió uno de los viales y lo rompió, untándose las manos. Un líquido verde, ligeramente luminiscente le daba a sus finas manos una apariencia fantasmagórica. El olor a campo llenó sus fosas nasales, relajándole. Con una grácil mano, desabrochó la armadura, que cayó a peso a sus pies.

—Retírate el peto.

Hizo lo que se le ordenó, medio hipnotizado por el olor y su voz.

Comenzó a untar el brebaje por su torso con suaves caricias. Pese a que parecía poca cantidad de líquido, sus músculos fueron recubiertos por una película fina verdosa, y el olor le envolvía cada vez más. Los restos de barro y sudor secos de su cuerpo parecían desaparecer sin más en las hábiles manos de la elfa.

Le echó unas miradas, pues esta parecía ignorarle- le estaba tocando todo el cuerpo sin dirigirle ni una vez sus ojos cristalinos. La elfa era alta y delicada. Las pequeñas orejas puntiagudas asomaban entre su melena y no podía evitar fijarse en sus pequeños labios.

Las caricias iban despertando algo en el interior de Gyos, que comenzaba a estar algo aturdido cautivado por la situación y los vapores que le iban inundando la mente. Su hombría, sin embargo, parecía que se estaba despertando dentro del pantalón. Un resquicio de su mente esperaba que la elfa no se percatase del movimiento.

Gyos estaba perfectamente limpio y perfumado cuando la elfa rompió el segundo vial, que contenía un líquido azulado. Se untó cuidadosamente las manos mientras canturreaba una sutil melodía que relajó aún más al guerrero.

Con particular destreza, Nerisäe retiró el vendaje del costado de Gyos, prácticamente sin causarle una molestia. No sangraba, pero la herida tenía muy mal aspecto con una preocupante inflamación. Nerisäe comenzó a acariciar rozándole la herida, que dándole una leve coloración violeta. Gyos notó un cosquilleo en la herida y sorprendentemente pudo ver en un espejo como esta parecía desaparecer, dejando una especie de resplandor rosado bajo su piel.

—¿Pero, cómo?

Gyos había oído hablar de misteriosas curas en sus viajes, pero jamás había experimentado algo así en persona.

—Silencio, Gyos de Birk. He curado la herida del alfanje enemigo, pero creo que tienes otra herida que sería mejor cuidar.

Gyos contempló atónito cómo Nerisäe desabrochó su cinturón en un rápido gesto, y su pantalón cayó al suelo, dejando al descubierto un calzón que no podía ocultar la excitación de su miembro.

—Veo que Gyos de Birk es un poderoso guerrero en todos los sentidos— dejó escapar una sonora risita la elfa— Creo que vamos a tener que desenvainar nuestras armas.

La elfa se arrodillo ante Gyos y bajó su calzón suavemente. La hombría del guerrero presentó armas ante Nerisäe, que contempló durante un momento a su enemigo.

Alcanzó con una mano el tercer vial y lo rompió encima del miembro de Gyos. Un líquido rojizo y antinaturalmente cálido cayó sobre él, primero con un leve goteo y luego con un débil hilillo, que la elfa dirigió para recubrirle por completo.

—¿Qué extraña brujería es esta, elfa?

Apidya le miró un instante a los ojos y Gyos vió una leve sonrisa antes de que la elfa se introdujese a Gyos en la boca. Cerró los ojos y comenzó a hacer lo que otras mujeres más vulgares habían hecho para Gyos en prostíbulos por todos los reinos conocidos. Sin embargo, algo era diferente- Gyos no sabía si era un efecto del elixir o algo desconocido que, por unos momentos le hizo tener miedo. Notó un olor afrutado.

Sin embargo el trabajo de Nerisäe pronto le hizo olvidar todo. Notaba un delicioso calor en su miembro, y la suave lengua de la elfa parecía recorrerle de maneras que no eran posibles. El suave vaivén de su cabeza hacía ondular la plateada melena de Nerisäe, que seguía con los ojos levemente cerrados y con una expresión satisfecha en su boca.

Gyos dejó caer la cabeza para atrás y contempló el techo con ojos entrecerrados. Aquello era algo que distaba mucho de lo que había experimentado antes. El placer le inundaba desde su miembro hasta las puntas de los dedos de los pies, y en algún momento pensó que perdería el equilibrio.

De repente, Nerisäe se paró y se retiró. Gyos y ella contemplaron su hombría, rojiza, brillante y palpitante- y Gyos pensaba que más grande que nunca. La elfa se levantó y dejó caer su capa. Llevaba un fino vestido de gasa blanca que la cubría del pecho hasta las rodillas, pero que dejaba adivinar las delicias de la elfa y, ahora sí, una exquisita figura.

Gyos contempló inmóvil cómo Nerisäe se dirigió a su lecho, se sentó en él y se quitó las botas.

—Ven, Gyos de Birk

Se deshizo de los pantalones y lo poco que llevaba puesto y caminó con torpeza y duda hasta la cama. Nerisäe le dió la mano y lo empujó hasta que cayó en la cama boca arriba.

La elfa sujetó por un instante el miembro del guerrero y a Gyos le pareció ver cómo suspiraba. Sin mayor dilación, la elfa se sentó a horcajadas sobre él, se levantó ligeramente el vestido dejando ver un sexo cubierto por apenas unos finos cabellos plateados y se introdujo de golpe al guerrero. Nerisäe se arqueó y emitió un sonoro sonido de placer, y comenzó el lento movimiento.

Las entrañas de la elfa eran aún más cálidas que su boca, e infinitamente más suaves. Gyos comenzó a caer en una sensación de placer infinito, mientras el interior de Nerisäe le acariciaba en lo más sensible de su ser. Notaba como su miembro crecía y crecía- sin verlo creía que se hincharía hasta límites insospechados. Se sorprendió pensando que a pesar de que estaba gozando como nunca, no percibía la llegada del final.

—Pensaba que Gyos de Birk era un hombre de acción— le miró sonriente Nerisäe.

Medio atontado e hipnotizado, Gyos se incorporó levemente, cambiando ligeramente el ángulo con el que desaparecía en el interior de la elfa y sus burdas manos comenzaron a sobar el aparentemente frágil cuerpo élfico. Sus enormes y rugosos dedos conformaban un impactante contraste con las gaseosas y etéreas telas del vestido de Nerisäe.

—¿Tan tímido eres, guerrero?— le interpeló la elfa, en busca de algo más que caricias.

Por un momento, el alma combativa de Gyos despertó, y desgarró el vestido de la elfa, se lo arrancó y lo tiró. Sus enormes manos recorrieron el cuerpo de la elfa y comenzó a moverse él, tomando el control del ritmo de entrada. Se acercó más y comenzó a devorar los exquisitamente formados pechos de Nerisäe. Los pequeños pezones erectos le sabían como los mejores manjares que había catado en sus viajes. La elfa comenzó a gemir débilmente, mientras la lengua y los dientes de Gyos exploraban con ansia y violencia.

Gyos se alzó y giró a la elfa, ligera como una pluma para sus poderosos brazos, haciéndola caer de rodillas y manos en el lecho. Se quedó apuntando al interior de la elfa, que se giró y le sonrió.

Gyos comenzó a penetrarla con fuerza desde atrás. Sus envites hacían vibrar el delicioso trasero élfico, que sujetó con fuerza con sus manos. Nerisäe comenzó a respirar más agitadamente, sintiendo cómo el arma del guerrero se le clavaba en lo más profundo.

—Sigue, mi guerrero, sigue

La sujetó de la cintura y la traía con fuerza contra él para penetrarla más salvajemente. A la elfa comenzaba a cortársele la respiración del placer que Gyos le daba, que se crecía con cada entrada. Se alzó un poco y empujó los hombros de la elfa hasta hincarlos en las sábanas, propiciando que su culo se levantase y su miembro la ensartase brutalmente de arriba a abajo. La elfa había ladeado su cabeza y veía su boquita abierta y sus ojos cerrados, apretados contra la ropa de cama, algo que le excitaba aún más.

Gyos se notaba más y más hinchado, pensaba que su miembro explotaría por la increíble sensación del interior de la elfa, que le parecía lo más suave y cálido que había experimentado nunca. Perdió la percepción del tiempo, no sabía si llevaba horas empalando a la elfa- sus músculos estaban tensos y relucientes de sudor, mientras los jugos de la elfa comenzaban a gotear.

—¿Quieres acabar, mi guerrero?

Gyos no sabía ni dónde estaba y comenzaban a flaquearle las piernas con cada embestida. La elfa se incorporó y cogió las manos de Gyos y las puso en su torso. Se giró y buscó la boca de Gyos, que la besó loco de pasión.

De repente, la elfa lo extrajo de su interior y volvió a introducírselo en la boca completamente, haciendo unos movimientos con la lengua que Gyos posteriormente no sería capaz de recordar, pero que le llevaron más allá del precipicio. Se tensó al máximo y comenzó a manar en la boca de la elfa, que le succionaba toda su esencia. Aún tras acabar de vaciarse, la elfa siguió trabajándole. Gyos sólo pudo contemplar la sonrisa satisfecha de Nerisäe cuando la negrura comenzó a invadirle.