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Mi zoo-serendipia.

en Zoofilia

Recuerdo perfectamente que era un viernes por la tarde. Me encontraba en la biblioteca de la universidad, a esa hora en la que empieza a marcharse la gente que quiere arreglarse para salir por la noche.

Yo no tenía plan y encontraba una pequeña satisfacción masoquista en el hecho de quedarme estudiando, casi como si el lugar fuera solo para mí. Bueno, mío y de unos pocos más.

El caso es que para distraerme unos momentos, dejé vagabundear la vista sobre mis compañeros de estudio de las mesas cercanas, sintiéndome unida a ellos por compartir tiempo y espacio. La sala era bastante grande, con hileras de mesas de estudio con luces y enchufes individuales donde se podía trabajar con ordenadores portátiles y tabletas. Como es natural, rodeando la sala y formando algunos pasillos, había cantidad de estanterías repletas de libros de diferentes materias. Unas pocas se encontraban acristaladas, supongo que para preservar mejor algunos volúmenes.

Lo que me llamó la atención fue que todos eran chicos; hacía poco que acababa de entrar a la universidad y todavía seguía empapándome de cómo funcionaba todo. De entre todos mis acompañantes, me resultó curioso uno que no paraba de levantar la vista, como comprobando cada pocos momentos si se le acercaba alguien. Ahí quedó la anécdota y yo volví a enfrascarme en mis aburridos apuntes hasta que, al poco rato, me tuve que levantar a buscar un libro de consulta. Mi excursión por las estanterías cercanas me reveló dos cosas. La primera fue que quedábamos ya menos personas –seríamos cuatro en toda la sala- y la segunda, que el inquieto observador se había levantado también de su puesto, dejándose el portátil abierto. De pasada vi, por entre los huecos que dejaban los libros de una de las estanterías centrales, la pantalla de su portátil que mostraba una página de vídeos eróticos. Eso hizo que mi corazón empezara a latir violentamente.

Clara –me dije- ¿es que eres tonta? Como si fueras tú la que está viendo vídeos porno en la biblio…

Sin embargo, casi me parecía que todos podían escuchar el ruido de mis latidos de tanto que tamborileaban en mis oídos. La verdad es que la situación me intrigó y me excitó, así que, en un alarde en el que no me reconozco, decidí husmear fingiendo que seguía con mi búsqueda.

Cuál fue mi sorpresa cuando, desde una posición más cercana, comprobé que la página era de vídeos de gente ¡haciéndolo con animales! Ahora sí que noté que el corazón se me iba a salir por la boca. La verdad es que nunca me he tenido por mojigata –soy una chica físicamente normalita, del montón-, he tenido mis relaciones y mis experiencias y aunque sabía que existían ese tipo de encuentros sexuales, nunca me había dado de bruces con algo así.

No diré que me excitaran las imágenes que observé en esos breves momentos sino la situación en la que, haciendo de voyeur, observaba la intimidad de otra persona. Sentí un cosquilleo creciente en mi interior, y reconocí rápidamente que empezaba a mojar mis braguitas. Pero la situación concluyó rápido porque el chico en cuestión volvía hacia sus cosas con cierta alarma –ahora ya entendía por qué- y yo fingí un mayor interés en el contenido de otra estantería más alejada de la que extraje un libro de Derecho Mercantil –a saber para qué- que fue lo primero a lo que eché mano.

No pasó mucho rato hasta que abandoné la biblioteca puesto que ya no me concentraba en mis apuntes. Y mientras esperaba el autobús a casa, no podía dejar de pensar en lo que había visto y en lo acalorada que me encontraba. Para mí, aquella situación había sido como asomarse a un abismo de perversión que me intrigaba pero al que no me atrevía a acercarme. Anhelaba el momento de encontrarme en mi cuarto y poder entregarme a aliviar mis impulsos sexuales, quería darme un homenaje, jugar con mi clítoris mientras me introducía algún dedito o algo más… Notaba cómo crecía mi excitación y, a esas alturas, me encontraba cachonda como hacía tiempo que no me ponía y tenía ganas de juguetear. Empecé a pensar qué podía utilizar para llenar el hueco por donde fluía mi calentura. Ya tenía plan para mi viernes noche.

Jamás se me hizo tan largo el camino a casa. Vivía con la hermana mayor de mi madre desde que empezó el curso escolar en el extrarradio de la ciudad, en un barrio residencial de casas de planta baja adosadas con un pequeño jardín trasero. Mi madre insistió en que no buscara piso compartido para ahorrarnos un dinero y para que mi tía se sintiera acompañada, puesto que desde su divorcio, su única compañía era su perro Braco. Se trataba de un braco de color chocolate y pelo corto de unos 3 años al que lo habían llamado –muy imaginativamente– igual que su raza canina. Normalmente hacía vida con nosotras dentro de la vivienda aunque, en el mencionado jardín trasero, tenía su caseta.

En el autobús, me encontraba tan ardorosa que temía estar poniendo caras raras y que se me notara porque en un par de ocasiones me sorprendí a mí misma con las manos entre las piernas. Intentaba tranquilizarme cuando me llegó al móvil un mensaje de mi tía en el cual me avisaba que iba a salir con un par de amigas suyas cincuentonas y divorciadas igual que ella.

-¡Genial! -me dije-, así podré disponer de la casa sin tener que contener mis gemidos. Se me abría una magnífica ocasión para disfrutar sin reparos.

En cuanto entré por la puerta, Braco salió a recibirme moviendo la cola tan contento.

-¡Hola guapooo! ¿Cómo estás, chico? –le dije mientras acariciaba su  cabeza. –Titaaa, ¿estás en casa?

Quería asegurarme de que me encontraba sola para no tener ningún susto ni ninguna situación embarazosa. Me respondió el silencio, solo roto por los satisfechos gruñidos que emitía Braco ya que le encantaba que le rascaran detrás de las orejas. Sin más dilación, dejé mis cosas en mi dormitorio y me puse cómoda: un ligero pantalón de algodón de color coral cubriendo unas cómodas braguitas blancas y una camiseta también blanca de manga corta sin sujetador. Casi sin pensarlo, fui a la cocina y abrí el frigorífico. Empecé a sacar los ingredientes para prepararme una ensalada dejándolos encima de la mesa y me senté – ¿he dicho ya que soy muy vaga?- para cortar la lechuga, el tomate, el pepino… Pero, de repente, me detuve, no seguí troceando. Como por arte de magia, ahí lo tenía. Ni muy pequeño ni muy grande y con una forma perfecta. Mi vagina comenzó de nuevo a cosquillearme pidiendo guerra y mis manos bajaron, parando brevemente en mis tetas, una a abrir el cordoncito del pantalón y la otra a introducirse bajo las braguitas. Sin más preámbulos, empecé a acariciarme el clítoris.

-Mmmm, que bueno, madre mía. ¿Cómo dejo que pasen varios días sin hacerme esto? Por Diossss- gemía mientras utilizaba ya un par de dedos en el masaje.

Lo siguiente que recuerdo fue encontrarme con las braguitas y los pantalones bajados y con las rodillas bien separadas. Me encantaba abrir mucho las piernas aún para mí sola. Me hacía sentir más marrana y esa sensación la disfrutaba muchísimo. Mientras entornaba los ojos por el placer que me daba, cogí el pepino y simplemente lo dirigí hacia el lugar por donde iba a sumergirse en mí. El contraste entre el frío de la piel de la verdura y el calor de la mía me sobresaltó un instante haciéndome soltar un gritito más agudo.

-¡Jodeeer como entraaa!- exclamé mientras me sorprendía de lo fácil que se había clavado en mí. –Ahhhh, que bueno, mmmmm…-. Los dedos de mi mano derecha seguían tocando música en mi clítoris mientras que mi mano izquierda metía y sacaba el pepino cada vez más rápido de mi cuerpo. La cadencia de mis movimientos se aceleraba mientras el placer hacía que mis caderas se movieran adelante y atrás.

Y fue justo en ese momento, casi al borde del orgasmo, cuando ocurrió mi primera experiencia zoofílica.

Por lo que parece, Braco estaba siendo observador privilegiado de la escena –la verdad es que en esos momentos ni me acordaba de él- cuando, curioso como es y atraído por mis gemidos y los olores que le llegarían de mí, acercó su hocico a mi entrepierna y empezó a lamer todo lo que podía debido al escaso hueco que mis manos dejaban.

-Pero qué ostias es esto…- sorprendida contraje brazos y piernas. Sin embargo, la cabeza de Braco quedó aprisionada entre mis muslos y siguió como si nada, recorriendo toda mi feminidad. Su rasposa y larga lengua hacía que el pepino se moviera dentro de mí al tiempo que acertaba a estimular mi clítoris. Pasado el primer sobresalto, la excitación hizo que volviera a abrirme de piernas mientras me apretaba con fuerza las tetas. Mi cuerpo se encontraba deslizándose hacia una corrida de dimensiones épicas y nada podía alterar eso. –Ohhh, ohhh, ohhhh, sí, sí, sí, no pares por favor, no pares, no paressss, sííí, ¡¡¡¡SÍÍ, SÍÍÍÍÍ!!!!- Me retorcí al ser recorrida por unas oleadas de placer nunca experimentadas que se mantuvieron durante unos largos instantes. Al poco, la relajación posterior al orgasmo apareció, aunque Braco, ajeno a todo, seguía con sus inmisericordes lengüetazos de tal manera que ya eran desagradables por lo sensible que tenía el clítoris.

-Chico, chico, para, para- le decía mientras cerrando las rodillas empujaba su cabeza hacia atrás. Debió de entenderlo a duras penas porque seguía intentando saborear mi chorreoso coñito y tampoco ayudaba que yo estuviera intentando sacarme el escurridizo pepino. Braco estaba muy alterado y no paraba de moverse a un lado y a otro buscándome. De pronto, me sentí vulnerable, con los pantalones por los tobillos e incapaz de controlar a Braco cuya actividad contrastaba con mi falta de energía. Con dificultad me levanté de la silla, me subí los pantalones de un tirón y agarrando a Braco del collar, lo saqué como pude al patio trasero.

Al volver a la cocina y ver cómo había quedado el campo de batalla me sentí un poco avergonzada, así que rápidamente me dispuse a recoger y a limpiar. Tenía una confusa mezcla de sensaciones; necesitaba un poco de tranquilidad para asimilar lo ocurrido. Todavía notaba las piernas temblorosas por el cercano orgasmo pero el hecho de que fuera mi perro el que me lo hubiera proporcionado hacía que me sintiera extraña.

-Vamos a ver,- me dije a mí misma- ha sido una pasada y, desde luego, no me lo esperaba. Probar cosas nuevas está bien, pero no me había planteado ésta como una de ellas…

Necesitaba una ducha para clarificar mi mente y limpiar el cuerpo. Y a ello me puse. Me deshice de la ropa y dejé que el agua tibia recorriera mi piel. Me permití no pensar en nada durante un rato mientras me enfundaba mi albornoz blanco de lana y me ponía una toalla a juego liada en el pelo. Entonces retomé la evaluación de lo ocurrido con algo más de perspectiva.

-¡Qué tontería! Me pasa que no lo había planeado, nada más. Y en el calor del momento, me he dejado hacer. No es nada malo. Eso sí, espero que Braco no empiece a actuar raro conmigo porque me moriría si alguien se entera… Lo que es seguro es que no se irá de la lengua… pero qué lengua jejeje.

El hecho de reírme con mi propia tontería me terminó de relajar. Y así de cómodamente vestida como estaba, decidí encender el ordenador y entretenerme un rato por las redes sociales. Pero el autoengaño duró poco. Había un universo desconocido y nuevo que se abría ante mí y por eso, me encontré buscando testimonios de gente que hubiera vivido situaciones similares a la mía. Devoré las narraciones de personas que tenían relaciones consentidas con sus mascotas y que incluso las habían asimilado en su vida cotidiana. Noté cómo mi cuerpo despertaba de nuevo a la excitación. Lo que más me hacía mojarme era encontrar pasajes similares a mi reciente vivencia en donde hablaban de la rugosidad de la lengua canina y de cómo podían parecer rudos los instintos animales. De una cosa fui pasando a otra hasta que di con una página de vídeos. Curioseando empecé a ver algunos con chicas amateurs de edad similar a la mía disfrutando del sexo con sus animales mientas mi mano, que conocía el camino hacia mi sexo, comenzaba a masturbarme. Mamadas recíprocas, penetraciones vaginales y anales, corridas faciales, nada quedaba fuera de mi lujuriosa avidez aunque no todo me atraía por igual. Al final terminé disfrutando de un segundo orgasmo, no tan intenso como el anterior, pero sí mucho más consciente. Desde aquella misma tarde, había descubierto una nueva parte de mí, otro aspecto para gozar del sexo y me parecía lo más natural del mundo.

Lógicamente no iba a dejarlo ahí. Tenía ganas de experimentar más y ahora sabía que había mucho que podía hacer pero, desde luego, no sería esa noche. La gran cantidad de emociones y el relax de mi segunda corrida terminaron haciendo mella en mí. Además, se había hecho algo tarde y mi tía podría volver en cualquier momento. Ya habría tiempo para plantearse nuevas cosas.

A la mañana siguiente, desperté con una agradable sensación de descanso y salí a la cocina a prepararme un buen desayuno.

-Buenos días dormilona- me saludó sonriente mi tía Carmen. –Vergüenza te tenía que dar que me haya levantado antes que tú y eso que salí anoche. ¡Hay que ver qué poca energía tiene la juventud!

-Parece que te lo pasaste bien, ¿no? Que alegre te veo esta mañana…

-Pues sí, la verdad. Como hacía tiempo que no me divertía. Pero parece ser que no fui la única…

-¿Cómo…? –balbuceé poniéndome nerviosa al tiempo que intentaba que no se me notara.

-Sí, he visto sacaste a Braco afuera, y vaya estropicio ha hecho en el jardín. ¿Estaba muy pesado anoche, no?

-Pues sí, un poco sí…

-Le pasa de cuando en cuando. Seguro que es por Luci, la perrita de los vecinos que está con el celo otra vez.

-Seguramente…- dije pero comencé a sentirme un poco culpable porque la perra que había alterado a Braco había sido yo. Reconozco que me encantó comprobar que podía excitar a un macho incluso aunque no fuera de mi especie y recordar cómo Braco me deseaba la noche anterior.

-En el fondo me da un poco de pena por el pobre Braco –siguió mi tía.- Podríamos buscarle una novia para que se estrene, ¿no crees? Jajajaja… Joder Clara, no pongas esa cara, que no es para tanto. En fin… termina de desayunar y vístete rápido, que deben estar al caer.

Era verdad. No recordaba que mis padres venían a recogerme para llevarme a pasar el fin de semana con ellos. Así que, no me quedaba más remedio que posponer el plan que empezaba a rondarme la cabeza. Así, quizá el pobre Braco no necesitara una perrita para aliviarse después de todo, quizá yo pudiera hacer algo en ese sentido y podría seguir descubriendo si mis últimas fantasías también las podría disfrutar al hacerlas realidad.

Desde el momento que me subí al coche con mis padres, hasta la vuelta al día siguiente por la noche, no paré de pensar en si realmente estaba dispuesta a experimentar con Braco. Había tenido que masturbarme varias veces durante el fin de semana. Mi cachondímetro estaba por las nubes. Y justo cuando había decido llevar la situación al siguiente nivel y pensaba en cuándo sería el mejor momento para estar a solas con mi perrito, llegó un inesperado revés en forma de llamada de teléfono.

-Vaya por Dios…-escuché que contestaba mi tía- claro, claro, si estas cosas son así… Bueno, pues hasta entonces. Adiós.

-¿Qué ocurre tita?

-Nada, que una compañera se ha dado de baja y me han cambiado el turno en el hospital. Así que esta semana libro hasta el viernes y luego entro de guardia el sábado… Siento tener que cancelar los planes de ir de tiendas al Centro Comercial, lo entiendes, ¿verdad?

-Claro, ya iremos en otra ocasión. Además, así me quedo en casa y adelanto con unas prácticas que tengo que hacer.- Nunca he sido muy de hablar con doble sentido, pero disfruté muchísimo al inventarme éste.

-Eres la mejor. Recuérdame que cuando vayamos te regale algo que te guste.-Se levantó de la mesa recogiendo los platos de la cena y me besó en la coronilla al pasar por mi lado camino del fregadero.

Lo bueno era que el sábado tendría todo el día y toda la casa para mí y Braco, sin peligros ni interrupciones. Lo malo es que tendría que esperar hasta el sábado.

Menos mal que estudiar una carrera tan absorbente como la mía ayuda. Entre clases teóricas por la mañana y clases prácticas y seminarios por la tarde, estuve entretenida y se me fueron pasando los días casi sin percatarme. Solo veía a Braco al llegar a casa por la noche justo para cenar con mi tía y por la mañana al despertarme y la verdad es que estaba como siempre. Me saludaba moviendo la cola con alegría y nada más, ningún otro signo extraño ni revelador. Pero mis intenciones seguían inalteradas y solo esperaban adormecidas hasta que llegara el momento oportuno.

En este estado de letargo sexual me encontraba cuando llegó el viernes. Notaba que mis ganas revivían como un volcán que comienza a despertar y amenaza erupción. Conforme avanzaba el día, mi impaciencia por la llegada del sábado se me hizo insoportable, ninguna otra cosa ocupaba mi mente ni me satisfacía. Sin embargo, en el trayecto en el bus de camino a casa por la tarde –es curioso cómo algunos sitios nos ayudan a pensar- se me ocurrió algo que no había tenido en cuenta.

Braco.

¿Y si no quería hacer nada? Al fin y al cabo sólo habíamos tenido un encuentro una vez y lo que hizo fue por curiosidad. En toda la semana se había comportado tan normal, tan como siempre… Y otra cosa, ¿y si al satisfacerme con él estuviera obligándolo de alguna manera? No es que fuera precisamente a decirme “Clara, para, esto no me gusta” o algo así. Noté cómo mis, hasta ese momento irrefrenables impulsos, se enfriaban. Le tenía mucho cariño a Braco y no quería aprovecharme de él. El simple hecho de pensarlo me angustiaba. Así que empecé a hacerme a la idea de no hacer nada aunque tenía muchas ganas, y no solo por mí, quizás le estaba negando al que sería mi compañero de juegos una de las pocas ocasiones en las que podría disfrutar del sexo.

-Un momento…-pensé-. Podría ser que, tanto haciéndolo como dejándolo correr, estuviera cometiendo el mismo error. Le estoy negando la posibilidad de decidir. ¡¡Eso es!! -casi grité dentro de mi cabeza.- Tengo que dejar que Braco haga lo que quiera… es decir, lo que quiera que quiera yo también… pero ¿cómo?

Durante unos pocos minutos me volqué en cómo sortear la barrera comunicativa y la respuesta me vino tan fácilmente que me propiné un pequeño manotazo en el muslo por mi propia torpeza. Lo mejor sería dejarnos guiar por nuestros instintos naturales.

-Podría hacer lo del otro día… empezar a masturbarme y ver cómo reacciona. Si viene a mí, estarán claras sus intenciones y si me ignora o no se interesa… bueno…, por lo menos me estaré haciendo un dedo.

Determinada por mi nuevo plan de acción ya solo tenía que armarme de paciencia y esperar. Aunque, por suerte, no fue mucho tiempo.

A la mañana siguiente me levanté de la cama como empujada por un resorte y fui a la cocina a desayunar. Mi tía se había marchado ya al trabajo pero me había dejado una nota en la que me indicaba algunos recados de los que tenía que ocuparme. Tenía que comprar el pan y algunos comestibles para el fin de semana y me pedía el favor de bañar a Braco ya que disponía de tiempo libre. En cualquier otra situación me habría molestado habiendo estado ella librando toda la semana, pero ahora, me interesaba que estuviera bien limpito.

Decidí acabar pronto con los quehaceres y se me ocurrió la feliz idea de llevarme a mi perrito conmigo. Sería como la cita antes de pasar a actividades más físicas… Hacía un día estupendo para finales de septiembre, soleado y con una temperatura agradable y cálida, de esos que invitan a estar en el exterior. Pero, a pesar de esto, me apresuré en terminar pronto para volver a casa y nada más llegar, me dispuse a darle un baño a Braco.

Lo llevé al baño y cerré la puerta. Aproveché para desnudarme contoneándome lentamente, arrojando mis pantalones vaqueros cortos y mi camiseta al otro lado del baño. Solo me quedaba puesto un tanguita negro y un sujetador blanco. Por experiencia sabía que mi perro, estando mojado, se sacudía y nos empapaba así que la ropa sobraba. Al menos eso me dije para no tener la rara sensación de estar desnudándome para intentar calentar a mi perro para follármelo.

-Braco, si te portas bien, lo mismo luego tienes suerte… -me excitaba insinuarme mientras pensaba que podía desvirgar a mi perro, que yo ya tenía experiencia y que me tocaba guiar la situación. Casi como si me entendiera, se portó estupendamente durante el baño, durante el cual aproveché para palpar el saco de piel del pene y sus testículos. -Vaya, vaya… los tienes bien duritos, ¿eh?- La curiosidad estaba haciendo que mi corazón se acelerase junto con el morbo de la situación. Sequé buenamente a Braco y me di yo también una ducha rápida. Me enfundé mi albornoz blanco y de este modo me dirigí a mi habitación seguida de mi fiel amigo. No le regañé como acostumbraba para que no entrara en mi cuarto y eso debió de extrañarle, puesto que al cerrar la puerta tras él se quedó expectante inspeccionándolo todo. Había llegado el momento de la verdad y no me terminaba de atrever. ¿Y si me hacía daño? O peor, ¿y si ni se interesaba por mí?

Me senté en la silla de mi escritorio y encendí mi ordenador. Busqué la página donde había visto los vídeos zoo e intenté relajarme. Al cabo de un rato –Braco estaba tumbado descansando- noté cómo empezaba a destensarme e incluso deshice el nudo que me cerraba el albornoz. Ahora sí estaba excitándome y mis temores se alejaban, se los llevaba poco a poco el caudal que notaba recorriendo las paredes de mi vagina. Pausadamente empecé a rodear mi clítoris con mi dedo corazón mientras escuchaba cómo gritaba de placer una chica en la pantalla abotonada por un precioso mastín negro y yo me unía a ella con algún gemido. Giré la cabeza y vi a Braco mirándome como la Esfinge de Guiza.

-Ven si quieres, cariño -le dije con voz entrecortada- ven a jugar conmigo…

Supongo que reaccionó más atraído por mis efluvios que por mis palabras, pero acto seguido, Braco se levantó y avanzó hacia mí con cautela. Una vez que estuvo entre mis piernas que lo esperaban bien abiertas –como tanto me gustaba- empezó a lamer poco a poco primero, y con más intensidad después todo lo que le dejaba expuesto.

-Ooooh, sí, Braco, que bien, buen chico, buen chico… -me sentía exultante porque por fin podía disfrutar la situación y también, he de admitirlo, de que Braco participara por voluntad propia. Mi exaltación seguía incrementándose con cada lametazo, me recorría completamente. Había veces que se recreaba en la salida de mi coñito mientras que otras veces se centraba más en el agujerito de mi culito. Y aunque era una sensación nueva para mí –por ahí sí que nunca había hecho nada- no era para nada desagradable.

Me encontraba reclinada en la silla de estudio, recostada hacia atrás, con el albornoz abierto al igual que mis piernas y con los codos apoyados en los reposabrazos mientras mis manos abrían mis labios vaginales. Braco seguía saboreándome a su antojo y yo disfrutando de sus atenciones cuando por lo forzado de mi postura, resbalé poco a poco hasta quedar sentada en el suelo. Era el momento de convertirme en una verdadera perrita, así que, me di la vuelta poniéndome a cuatro patas y me levanté un poco el bajo del albornoz para que no me cubriera el culo.

-Vamos Braco, vamos, sube chico, súbete encima de mí, que si quieres soy tuya.- Pero él tenía otra idea en mente y siguió lamiéndome persistentemente, como si quisiera secar la fuente que de mí manaba. Me dejé hacer. Pasé a apoyar los codos en el suelo y la cabeza encima de las manos en una postura que dejaba mi coñito más expuesto aún. –Mmmmm, que maravilla. Me encanta, cariño, qué lengua tienes…

Estaba en mitad de la frase cuando, de golpe, noté cómo sus patas delanteras se apoyaban en mis glúteos y pasaban veloces a mis caderas. La sorpresa me hizo quedarme sin habla mientras escuchaba sus jadeos y sentía como algo me punteaba con velocidad varias veces. Me intenté incorporar para ponerme más erguida con los brazos cuando la polla canina de Braco me abrió las calientes y anhelantes carnes de mi coño.

-Ahí, sí, justo ahí, muy bien, muy… aaaaahhhh, AAAAAHHHHH!!!! -Lo que había sido una entrada fácil de algo con un grosor aceptable se había convertido al momento en el inmisericorde martilleo de un grueso ariete que me penetraba a una velocidad vertiginosa. –Uuuooooohhhhh, jooodEEEEERRR, que bueno, que bueno, joder que buenoooo.- En un instante, todo lo que había sido dolor y sorpresa, se había convertido en un bombeo de placer que me llenaba todos los rincones de mi ser y me transformaba en una bestia sedienta de sexo. –Síííí, así, fóllame Braco, fóllame, no pares, no pares, vas a hacer que me corra. –En ese punto, había bajado mi mano derecha y me masajeaba el clítoris tan fuerte e intensamente como nunca lo había hecho. No había gozado nunca de un sexo tan animal, tan puro, tan instintivo y me encantaba. Joder si me encantaba. Pero me resultaba difícil mantener la postura con un solo brazo y, para colmo, las acometidas de Braco subieron de intensidad, provocando que su rabo y patas traseras golpearan mi vagina y muslos con un sonido húmedo y primitivo.

-¡¡Madre mía!! ¿Qué me estás haciendo? Me encantaaa, no pares, dame más, dale más a tu perrita, tu perritaaa, tuya, para que te la folles como quieras, pero no pares, ¡¡NO PARES!! -notaba como se me acercaba el orgasmo del siglo justo cuando empecé a notar como crecía la base de su miembro animal que me estaba llevando a la locura, y aunque anteriormente me atemorizaba que me hiciera daño, a esas alturas, casi lo deseaba. Quería quedarme pegada a Braco como su fiel perra, para que me siguiera llenando de toda la esencia que notaba derramándose en mi interior.

-¡¡¡¡AAAAAAAHHHH, SIIIIII, DIOS, DIOSSSSSS!!!!- Un placer indescriptible me recorrió desde la cabeza hasta la punta de los pies. Eran como descargas eléctricas que me obligaban a retorcerme en unas intensas sacudidas solo quedando anclada a la polla de Braco. Notaba cómo mi vagina pulsante se comprimía y se relajaba alternativamente sobre el pene de mi amante canino que a esas alturas había parado de empujármelo dentro como un pistón incansable. Lo único que recuerdo de esos momentos posteriores es la nada, una nada blanca en la que solo existía un único lazo que me conectaba al mundo.

Unos segundos más tarde Braco se movió intentando apartarse de mí y el agradable dolor me hizo volver a la realidad para encontrarme babeando ligeramente mis propias manos, donde estaba apoyada mi cabeza.

-Uffff, Braco, no, quieto, quieto.- Fue lo único que conseguí balbucear mientras intentaba atraparlo para que no se moviera. Seguía derramándose dentro mía –era algo realmente impresionante y muy excitante- y yo, atontada aún por el orgasmazo que me tenía temblando, me moví para mejorar mi postura, pero lo que hice fue facilitarle la retirada. Un sonido seco anunció que quedábamos liberados uno del otro, un sonido como de abrir un tarro sellado al vacío, un sonido que vino acompañado con un dolor que me traspasó de lado a lado el cuerpo. Mi castigado coñito cedió para que saliera una bola seguida de un pollón de color rojo intenso de increíbles dimensiones que seguía disparando un líquido transparente. –Ostias que daño me has hecho, ¡¡no te he dicho que te quedaras quieto!!- le regañaba mientras me giraba para sentarme en el suelo.

Braco no me hacía mucho caso, estaba ocupado lamiéndose su pedazo de miembro que me tenía subyugada. No podía dejar de mirarlo.

-Madre mía que pedazo de trabuco tienes, jajajaja. Me has dejado derrengada y chorreando…- le espeté mientras volvía a abrir las piernas por donde me bajaban ríos suyos y míos. –Y yo que pensaba que por ser virgen no ibas a tener ni idea, menos mal. ¡Ilusa de mí! Jajajaja.

Se acercó hacia mí con la cabeza gacha y olfateándome, volvió a comenzar a lamerme el interior de los muslos, ingles y vagina. Y, aunque poco me limpiaban sus lengüetazos porque seguía pringosa, valoré el gesto en lo que valía. Y mientras le acariciaba la cabeza, le dije:

-Vale, ya está bien. Ahora te la voy a limpiar yo a ti.