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Mi zoo-serendipia (2)

en Zoofilia

-Yo solo digo que nos sale caro ir a un hostal o a un hotel cada vez que queremos hacerlo…- me dijo Roberto con cierto aire a mitad de camino entre el enfado y la decepción.

-También podemos no ir, ya como tú veas. -Sentencié sin dejarle terminar. No fui nada comprensiva y sí bastante cortante, pero la verdad es que la conversación iba subiendo de tono y además, se había repetido en los últimos tiempos. Tanto, que amenazaba con convertirse en nuestra pelea residual, ésa que siempre aparece aunque hubiéramos empezado a discutir por cualquier otro tema.

Caminábamos por un parque cercano a mi casa por donde solía sacar a pasear a Braco. Mediaba el mes de Mayo y habíamos decidido aprovechar una de las pocas tardes en las que no teníamos prácticas en la universidad y podíamos darnos el lujo de gandulear. Los rayos del sol nos envolvían y formaban haces luminosos allí por donde se filtraban a través de las hojas de los árboles. Además, gracias a una ligera brisa, se podía disfrutar del fragante aroma de los Ficus y de las violetas Jacarandas. Pero lo que, en principio se presentaba como una agradable tarde primaveral, se estaba torciendo por el nubarrón que se iba formando encima de nuestras cabezas.

-Tampoco es para que te pongas así, venga, no te enfades. Lo que ocurre es que en mi casa siempre hay gente, sino son mis padres son los cabrones de mis hermanos… Y en la tuya… bueno, tu tía casi nunca está.

No le faltaba razón, tengo que reconocerlo. Pero se me había metido en la cabeza que mi casa, y sobre todo mi habitación, era el santuario donde…

-¡¡Braco!! ¡¡Ven aquí!! -le grité sobresaltada.

Acababa de ver cómo, tras un recodo del camino de tierra que serpenteaba entre los árboles, aparecía Alejandro, un conocido del barrio con quien coincidía a veces mientras paseaba a Zeus, su dogo argentino de color blanco. Por decirlo suavemente, Braco y Zeus no se tenían mucha estima. Me reproché mi falta de atención por no llevar sujeto a mi perro con la correa en previsión de algo así. Por suerte, Braco obedeció al instante y le pude enganchar el cierre cromado al collar a tiempo de tomar otro sendero. Me quedaba sin poder saludar a mi atractivo vecino, aunque de todas formas no estaba de buen humor gracias a Roberto.

Habíamos empezado a salir al volver de las vacaciones de Navidad, después de tontear en clase durante semanas –por una casualidad alfabética era mi compañero de prácticas- y a través del móvil durante todas las fiestas. La relación no marchaba mal, pero él quería hacerlo más a menudo y yo, pues… no podía. No se trataba del hecho de satisfacer a dos machos. No tenía problema con ello, la verdad. La mayoría de las veces era yo la que los dejaba literalmente secos. Se trataba de los arañazos con los que Braco me marcaba cuando lo hacíamos, tanto en las pantorrillas debidos a sus patas traseras, como en caderas y glúteos por las patas delanteras. Hasta el momento había intentado algunos trucos para evitarlo, pero no resultaron tan eficaces como quería. Y claro está, no podía explicarle a Roberto cómo me los había hecho, por lo que tenía que esperar a que desaparecieran, eso si mi amante animal no me recompensaba con algunos nuevos en el ínterin. El problema no era solamente con mi novio; hasta el momento podía esconderlos llevando pantalones vaqueros largos, pero se aproximaba el buen tiempo y casi toda mi ropa estival se componía de vaqueros cortos y faldas que más parecían cinturones anchos, según mi madre y mi tía.

-Mira Rober, en casa de mi tía no podemos. No insistas más, por favor. No me siento cómoda haciéndolo allí, no sé, me da rollo… -intenté jugar esa baza ya que no tenía argumentos más sólidos. –Además… también podríamos intentarlo alguna vez en tu coche…

Era un callejón sin salida y lo sabía. Casi nunca podía disponer del destartalado coche rojo que compartía con sus hermanos mayores porque los mellizos siempre salían juntos y hacían mayoría frente a él.

-Eso sí que es imposible -me dijo dándose por vencido. -Si por lo que me quejo es por lo caro que nos sale el polvo.

-Ya… entre unas cosas y otras… esa es la razón de que no lo hagamos más veces. La pasta no nos sobra a ninguno… -al menos le concedí eso ya que no podía decirle nada más.

Para hacerlo todo un poco más difícil, teníamos que sumar el hecho de que Roberto era alérgico al látex, lo que nos obligaba a adquirir preservativos de nitrilo que costaban más que los normales. Así que, entre los condones y la habitación que nos servía de picadero –que no era cinco estrellas precisamente- nos salía realmente caro.

-De todas formas, no te oigo quejarte de lo que hacemos allí…-continué intentando rebajar el tono de la conversación.

-Hombreee, quejarme, quejarme…, según en qué sentido te pongas… jejeje.

Sabía a lo que se refería y no me sentó nada bien. Ya me estaba hartando de tanto reproche. Lo que podía interpretarse como una broma picante de pareja guardaba un doble sentido malicioso y esa costumbre suya no me agradaba. Quería hacerlo conmigo en la postura del perrito pero me había negado hasta el momento. Me aterraba dejarme llevar y que se me escapara algo que me delatase.

-¿Sabes qué? Por hoy ya está bien. Paso de tonterías, me vuelvo para casa –le dije mientras veía cómo se le borraba la sonrisa condescendiente y cambiaba la expresión de la cara. -No, tranquilo –atajé previendo sus intenciones- no hace falta que me acompañes. Tengo a Braco que cuida muy bien de mí. –Me vengué replicándole con sus propias armas, con un doble sentido aunque él no tuviera ni idea.

Demostrando más enfado del que realmente sentía me di la vuelta, y levantando la mano a modo de despedida, me marché mientras Braco caminaba a mi lado pendiente de mí. Él sí que era honesto conmigo. Se comportaba tal cual era, sin dobleces ni intenciones ocultas. ¡Y pensar que había dejado a dos velas a mi perro durante una semana para estar lista para el tonto de mi novio!

-Vete preparando, guapo –le dije al alejarme un poco. -Que cuando lleguemos a casa te voy a dar un repaso que te van a temblar las cuatro patas…

Hacía algo más de año y medio desde que empezáramos a hacerlo. Me sentía muy unida a mi perro y por eso –para alegría de mi tía- había empezado a encargarme cada vez más de pasearlo, alimentarlo y bañarlo. Incluso lo llevaba al veterinario. Paulatinamente, nuestros encuentros sexuales habían pasado de ser esporádicos a continuos y, a esas alturas, yo me había convertido en su complaciente perrita llenándolo de atenciones siempre que podía. Incluso cuando estaba con la menstruación o, recientemente, dejando que se curaran mis arañazos para hacerlo con Roberto, intentaba satisfacer a mi amante regalándole mi boca para practicarle largas mamadas. Al recordar cómo se corría en mi cara y en mis tetas, empecé a mojarme excitada. Y junto con el enfado que sentía, me predisponía inmejorablemente para una sesión de sexo salvaje y duro.

-¿Tienes ganas de hacerlo, Braco? ¿Te apetece follarme? Porque quiero que me la claves hasta el fondo y que se joda el idiota ése- le decía entre cabreada y cachonda susurrando, ya que al fin y al cabo, íbamos por la calle. Sabía que, en el fondo, lo decía más para mí que para él, puesto que iba entretenido moviendo alegremente la cola mirando a unos niños que gritaban divirtiéndose en los columpios. Y si de algo podía estar tranquila, era que Braco nunca me intentaba montar en público.

Durante todo el tiempo que llevábamos teniendo relaciones íntimas, había aplicado con mi perro técnicas de condicionamiento de conducta para evitar situaciones incómodas. Había leído cómo desarrollarlas gracias al experimento de los perros de Pavlov. De tal manera que Braco sabía que teníamos fiesta privada cuando le dejaba entrar en mi cuarto; al franquearle la puerta de mi habitación, sabía que le franqueaba también el acceso a mis agujeritos. Mi sorpresa fue mayúscula la noche que, estando ya en pijama con mi tía viendo la televisión en el salón, empezó a ladrarme mientras arañaba la puerta de mi cuarto.

-¿Qué le pasa a Braco? Está muy raro… -me preguntó ella.

-Pues ni idea. Lo mismo está oliendo mi ropa, que hoy de camino a casa me encontré con Alejandro, el vecino que vive al final de la calle, y estuve acariciando a su perro.

-Eso va a ser. No entiendo lo mal que se llevan esos dos, ¡con lo simpático que es Zeus!

Pero yo sabía lo que quería. Estaba maravillada de que mi amante me estuviera pidiendo sexo de una forma tan clara y privada. Pero, al mismo tiempo, me desgarraba por dentro no poder entrar con él en mi cuarto y, arrancándome la ropa, ponerme a sus órdenes, abrir mis piernas y que me ensartara tantas veces como quisiera.

Por eso era nuestro santuario.

Y hacia allí nos dirigimos en cuanto entramos en casa. En aquella mencionada ocasión, no pude saciar el apetito sexual de mi compañero, pero ahora, me disponía a dejarle utilizar mi cuerpo a su gusto, a entregarme de nuevo a él y convertirme en instrumento de su disfrute.

Tras encerrarnos en mi habitación, me saqué las zapatillas de deporte sin ni siquiera desanudar los cordones para acto seguido, desabrochar los botones de mis vaqueros azul claro. Braco, que se estaría imaginando mis lujuriosas intenciones, se movía inquieto en torno a mí dificultándome la tarea de bajarme los pantalones Slim Fit que tan bien se ajustaban a mis piernas y a mi trasero. Una vez libre de ellos –los lancé sin miramientos encima de la cama- mi impaciente amante tomó la iniciativa al acercar su húmedo hocico a mi también húmedo pubis. Sus audaces lengüetazos no se hicieron de rogar y yo me encontré gimiendo de pie con la cabeza hacia atrás y los ojos entrecerrados.

-Desde luego que sabes hacer que una chica se sienta deseada- dije gozosa tras un profundo y satisfecho suspiro -Mmmm, pero cómo me gusta cuando parece que me arrancas las bragas a lametones… Espera, que me las quito y así mejor…

Me di media vuelta presentándole mi culo mientras, manteniendo las piernas rectas, me bajaba las braguitas arqueando la espalda. No sé si apreciaba esos gestos eróticos pero tampoco me importaba mucho. Me hacían sentirme más sexy. Ese fue el momento que Braco aprovechó para saltar sobre mi espalda y, dado mi precario equilibrio, me caí hacia delante de rodillas quedando a su merced y con las braguitas por los tobillos. Tras el golpe, me rebullí hacia los lados con dolorosos balanceos para terminar de quitármelas imposibilitando que pudiera penetrarme. Mi can desistió en su empeño bajando las patas delanteras de mis caderas y nervioso, comenzó a orbitar en torno a mí. Por mi parte, aproveché esos instantes para sacar una mullida toalla de color oscuro que guardaba debajo de mi cama para estas ocasiones. La extendí a medio doblar debajo de mis magulladas rodillas, mejorando así la comodidad de mi posición. Una vez hecho esto, me erguí un momento para colocar a mi inquieto amante delante de mí, apoyé mi mano derecha encima de la parte final de su lomo y deslicé la izquierda sinuosamente debajo de él hasta alcanzar la piel que recubría su pene. Con desmaña, empecé a masajearlo adelante y atrás haciéndole una muy mejorable paja. Por fortuna, fue lo suficientemente eficaz para provocar que la punta color granate de la polla apareciera y yo, con decisión, me incliné aún más hacia adelante para, girando el cuello, introducírmela en la boca. Mi boca succionaba con desesperación la parte expuesta de su venoso miembro mientras mis labios y mi lengua la recorrían con placer; incluso hubo un momento en el que hasta podría jurar que me pareció oír unos apreciativos gruñidos.

-Mmmm… mmmmmm… te gusta, ¿eh? –dije mientras me sacaba y me metía con avidez aquella verga lubrificada con mi saliva. Era una sensación maravillosa el sentirla crecer entre mis labios. Supe que mis lamidas y chupadas llevaban buen rumbo cuando, sin previo aviso, Braco empezó a mover con rapidez sus caderas follándome la boca y yo, supongo que con la lujuria reflejada en mi desencajado rostro, aguanté como buena guerrera espartana aquella invasión sucesiva y contumaz de una lanza que amenazaba con llegarme hasta la garganta.

-Mmmmm… MMMMMMMM… Oaaaggggg… Cof cof cof… –Ansiosamente, volví a respirar entre toses, cuando pude sacarme de la laringe aquel enorme trozo de carne del que colgaban puentes de saliva que lo unían a mi boca –Bueno campeón, creo que ya estás bien lubricadito, ahora a ver cómo te portas…

Empujé dulcemente a Braco guiándolo hacia la posición donde debía colocarse detrás de mí y él, inteligente como era, no necesitó más indicaciones. Yo seguía a cuatro patas y él ubicó su cuerpo entre mis piernas abiertas –no sin antes dejarme nuevas marcas en las pantorrillas con sus uñas- y justo cuando iba a quejarme por ello, empezó a lamerme de una forma que me hizo olvidar la existencia del universo y toda vida ajena a nosotros. Su lengua conocía todos los rincones de esa parte de mi anatomía y recorría, en estricto orden, la entrada de mi vagina, perineo y ano, devolviéndome la cortesía de lubricarme apropiadamente.

Con todos estos juegos, la tarde iba pasando entretenida y, en el momento en el que el sol nos regalaba sus últimos rayos del día, justo con esa mágica luz del atardecer, mi salvaje amante se levantó sobre mi espalda y, ayudado por mi mano que sujetaba su palpitante instrumento, encontró la entrada a mi jugosa cueva que lo esperaba con una intensidad rayana en lo doloroso.

-¡¡Madre mía!! Braco, ¡¡Braco!! Más despacio que me vas a partir en dos, pero qué enorme la tienes… Eso es…, así…, así me gusta. Me encanta que me taladres el coñito bien duro… no tengas compasión de mí… Uuuuufff, así, así, así. Más fuerte, ¡fóllame más fuerte!– Exclamaba gimiendo y gritando sin parar. El progresivo éxtasis era como una ola gigantesca avanzando hacia mí, una corriente de deleite que me arrastraba. Las vertiginosas cotas de placer a las que mi amante me transportaba era algo que ningún otro me había hecho alcanzar. Notaba cómo llenaba mis entrañas con su rabo y con su esencia masculina. –Eso es, mi vida, córrete dentro de mí, soy tuya, fóllame y lléname de tu leche. La quiero toda, ¡¡toda!! ¿Para quién la tienes sino para mí? Entonces, dámela. DÁMELAAA –le imploraba tan fuera de mí que me daba vueltas la cabeza, reconociendo esos primeros instantes en los que su bola crecía imparable y comprimía mis labios externos para abotonarme. –SÍÍÍÍ, cielo, córrete, córrete, ¡¡CÓRRETE!! Engánchame a ti, eso es. No permitas que se desperdicie ni una gota. Lo quiero todo dentro de mí… No me voy a ningún sitio, quiero tenerte dentro de mí más, mucho más.

Aguantando el peso de mi cuerpo con las piernas y apoyando la cabeza de lado en el suelo para estabilizarme, retrasé ambos brazos agarrando sus patas delanteras, fijándonos y congelando nuestra postura en el tiempo. Notaba su cálido aliento en mi cuello y lo único que se oía eran los jadeos satisfechos de mi perro y los suspiros risueños de su esclava. En ese punto, las acometidas de Braco habían cesado, pero no así las calientes descargas de su pulsante falo que rozaban mi cérvix llevándome a la locura.

-Hola, ¿Clara? Ya he llegado.

El shock fue instantáneo.

Escuché cómo mi tía Carmen cerraba la puerta de la vivienda mientras mi corazón, ya acelerado, aumentaba aún más el ritmo pero ya no de placer sino de miedo.

-He salido antes del trabajo… ¿estás en casa?

La escuchaba acercarse hablándome desde la cocina. No podía pensar. Estaba totalmente paralizada por el pánico.

-Sí…tita…sí. Estoy… en mi dormitorio. –balbuceé como pude con la voz alterada por el nerviosismo. Por eso y porque la magnífica polla de Braco seguía estimulando mis sensitivas paredes vaginales indiferente a todo.

-He estado hablando con tu madre por teléfono hace un momento. Hemos planeado comer todos juntos el domingo, ¿qué te parece?

-…

-Cariño, ¿te encuentras bien? ¿Te pasa algo?

Había seguido aproximándose y ahora, la oía hablar desde detrás de la puerta de mi habitación. Aterrorizada escuché cómo agarraba el picaporte de la misma. Sólo tenía que girarlo para encontrarse a su joven sobrina, arrodillada sobre una oscura toalla entre el escritorio y la cama, con el pelo castaño alborotado enmarcando una cara ruborizada por la excitación y el horror, vestida únicamente con una camiseta verde arrugada allí donde se sujetaban, poderosas, las patas delanteras de su mascota, que se encontraba penetrándola, tan ricamente. Una escena encantadora.

-¡¡No tita, nada!! Es que estoy… ocupada. –Debió de interpretar por la intensidad de mi voz que me estaba molestando, porque, al momento, me dijo:

-Ah vale, perdona. Voy a salir un rato a comprar algo bueno para la cena, ¿de acuerdo?

-Ok. –contesté con un tono que intentaba ser más normal.

-Luego te cuento lo que he hablado con tu madre… Hasta luegooo.

Tras unos eternos instantes, escuché el maravilloso sonido de la puerta de la calle al cerrarse. Fue una liberación. Hasta ese momento, sin duda por la inesperada llegada de mi tía, tenía el nudo y el pene de Braco bien sujetos por la fuerte contracción a los que los sometían mis músculos vaginales. Pero ya privado de ésta, el hinchado y rojizo miembro emergió de mis profundidades, violento y potente como un submarino al salir a superficie, seguido de un inagotable caudal líquido que se derramaba por mis muslos y caía sobre la toalla. Ese líquido, mezcla de lo mejor de mí y de lo mejor de él, era la prueba irrefutable de nuestra entrega mutua. Prueba de que nos habíamos dedicado, absortos a lo demás, a darnos un placer tan primario e instintivo como no había otro.

Todavía con el miedo en el cuerpo, intenté recomponerme lo más rápido que pude evitando dejar restos delatores en mi cuarto. Incluso abrí la ventana y la puerta para airear el olor a sexo. Aprovechando esta circunstancia, Braco se dirigió a su bebedero para saciarse –esta vez– de agua. Tendría que reponer muchos de los líquidos que me había dedicado. Me puse a reír nerviosa y lascivamente con este pensamiento, lo cual me indicaba lo alterada que me había dejado la reciente situación. Me hice con una muda limpia de ropa y, al encerrarme en el cuarto de baño y sentirme a salvo, me fallaron las piernas. Apoyando la espalda en la puerta, me desplomé hasta quedar sentada en el suelo. Agradecí a los dioses pasados, presentes y futuros el hecho de haberme librado de ser pillada in fraganti follando con mi perro. Sin embargo, constaté –no sin sorpresa- que seguía estando excitada. Si bien era verdad que no había llegado al orgasmo, el hecho de sentirme tan mojada por todas partes, junto con el olor que me ascendía mezcla de esperma canino y flujo vaginal, propició que uniera las plantas de los pies en la postura de la mariposa para permitir que mis manos revolotearan, cosquilleándome allí donde más me gustaba.

-Ooooh, sí, qué rico… Esta vez, que sea despacito –me prometí a mí misma- ya no quiero más sobresaltos por hoy-. Paré un instante para sacarme la camiseta y el sujetador y, al quedar desnudos por fin mis senos, me deleité en acariciarlos, con delicadeza, sosteniéndolos ligeramente con las palmas de mis manos. Acto seguido, intensifiqué el movimiento de mis dedos en mis pechos para terminar con leves pellizcos en mis sonrosados pezones mientras notaba cómo, tras comprimir los músculos de la pelvis, brotaban los restos de los fluidos sexuales que en mí quedaban. Mis manos bajaron recorriendo la carretera que baja hacia el sur de mi cuerpo, que hace escala en el ombligo, pero sigue descendiendo hasta el vientre y de ahí…

-Aaaaah, ahora sí que viene, ahora sí, ahora, ahora…¡¡¡AAAAAAAHHHHH!!!- unos devastadores espasmos me recorrieron privándome del control de mi cuerpo durante unos momentos; mi torso y extremidades se contraían aleatoriamente mientas, impotente, sólo podía rendirme al placer. Así fue como pude evadirme durante un rato de mis anteriores pesares y, estirando las piernas, dejé caer los brazos y la cabeza reposando de la dulce agonía del orgasmo.

La ducha me sentó de maravilla y mi tía me encontró, a su regreso,  terminando de poner la lavadora donde se encontraba tanto mi ropa como la toalla a la que tan buen uso solía dar. Las pruebas destruidas. El crimen perfecto.

La velada pasó estupendamente ya que, Carmen y yo hablamos encantadas del plan familiar para el inminente fin de semana, el cual se nos presentaba inicialmente aburrido. Cenamos deliciosamente en el salón mientras de fondo resonaba una película –Los puentes de Madison- a la que no prestábamos mucha atención, salvo en nuestras escenas favoritas. El caso es que, incluso antes de la conclusión de la película, me despedí de mi tía deseándole buenas noches y me retiré a descansar. O, al menos eso es lo que yo esperaba.

Me encontraba físicamente exhausta y, sin embargo, tenía la mente bien despierta, la cual no me paraba de saltar vertiginosamente y sin control de un tema a otro. La pelea con Roberto. El haber visto a Alejandro. El sexo con Braco y la peligrosa situación con mi tía. Y así, casi sin quererlo, fui consciente de que necesitaba algo más. Algo nuevo y excitante. Todas mis relaciones sexuales me gustaban, sobre todo con Braco, pero lo que antes era excepcional ahora era lo normal. Una nueva incertidumbre empezó a inquietarme. ¿Me estaría degradando a mí misma, esclava de mis bajas pasiones?

-¡NO!, qué va… –me susurré a mí misma con determinación. –Esto es un nuevo tabú que elimino de mi desarrollo personal, no es algo negativo. - Y efectivamente, no me sentía mal por ello, todo lo contrario. Me aceptaba encantada tal cual era: una completa pervertida.

A ver, tenía claro que no me iba a volver loca, pero sí buscaba nuevas emociones. Mientras observaba tumbada en la cama mi dormitorio en penumbra, pensaba que si algo había aprendido de esa tarde, era que el riesgo a ser pillada me había proporcionado un subidón, quizá no en el momento, pero sí más tarde. Con esta revelación, mi cerebro rápidamente empezó a imaginar nuevas y tentadoras actividades para llevar a la práctica.

A la mañana siguiente, cuando me desperté sobresaltada por la alarma del despertador no me lo podía creer. Debía de haber caído dormida sin darme cuenta mientras estaba haciendo planes y había dormido muy poco. Así que, una vez finalizadas las clases en la universidad, me marché a casa para almorzar. Por fin era fin de semana y casi lloré de alegría al verme de camino a casa en el autobús urbano. Sin embargo, y antes de poder aplacar los rugidos de mi estómago –intentaba ocultarlos, avergonzada, tosiendo-, tuve dos conversaciones telefónicas casi seguidas.

-Sí, tita, dime… -contesté a la primera llamada.

-Clara, estoy ya en el hospital, que entro de guardia, pero de 24 horas no de 36…

-Vale… COF, COF, COF…

-Ya te has resfriado, ¿verdad?

-Eeeerrr, sí, algo así.

-Cuando llegues a casa, toma algo para que no te pongas enferma. Te he dejado el almuerzo listo dentro del horno para que se mantuviera algo caliente.

Anda que sí supiera lo caliente y hambrienta que estaba yo…

-Ok, gracias guapa. Que el trabajo te sea leve. Y tranquila que me cuidaré. Un besooo.

-Hasta mañana, cariño. Otro para ti.

El autobús se estaba quedando vacío poco a poco y ya casi entraba en la calle principal de mi barrio residencial. Justo en el momento de finalizar la conversación, escuché el sonido predefinido de mi teléfono móvil tenía configurado para una llamada retenida. Al despedir a mi tía, pude responder.

-Hola Roberto, ¿qué te pasa? –dije con un tono más frío, que contrastaba con el de la conversación precedente.

-Joder Clara, qué manera tienes de contestar…

-Las formas me las provoca el que siga mosqueada contigo.

-Vaya… bueno… con respecto a eso… había pensado quedar esta tarde contigo y hablamos. De verdad que lo siento. Ya sé que me pongo un poco pesado a veces, pero es que me gustas un montón. Y hay veces que se hace difícil…

-… bueno sí, te entiendo. –Contesté pasados unos segundos. –Para mí también lo es, a veces. No te preocupes.

-Jejeje, genial. Bueno, pues si no estás enfadada… había pensado entonces en ir con los chicos a jugar un partido de fútbol…

-¿Al fútbol, esta tarde?

-Si no te importa…

-No, no, ve a divertirte con tus colegas. No necesitas mi permiso.

-Me lo dices con retintín, ¿no?

-No, de verdad. No te preocupes que yo también haré por divertirme.

-¿Seguro?

-Y tan seguro. Quedaré con las amigas o me entretendré con Braco. Posiblemente esto último.

-Venga, pues, hasta luego.

-Adiós. –Y colgué. No me lo podía creer. Roberto acababa de dejarme tirada por irse con sus amigotes aun teniendo la situación tan enrarecida entre los dos. Una bilis angustiosa me subió quemándome por la garganta y noté cómo se me enrojecían hasta las orejas. Al cabo de un poco, mientras seguía rumiando mi enfado apretando la mandíbula y tosiendo nerviosa, pensé para mí:

–Pues muy bien, sé de alguien para quien no soy segundo plato y que me saborea muy a gusto. Además, me da la medicina que necesito para aliviarme los picores y mejorarme el humor…

A pesar de todo, la naturaleza no perdona y yo tenía un hambre atroz. Llegué a casa y devoré la comida que mi tía me había dejado y poco después, agotada, me tumbé a descansar un poco en el sofá, acariciando con una mano el lomo de Braco que se había instalado junto a mi lado en el suelo. Inadvertidamente, me quedé dormida y vine a despertar bastante avanzada la tarde. No me importó mucho, realmente. Para los planes que tenía necesitaba la oscuridad de la noche. Además, podría disfrutar de ello bien descansada.

La paciencia nunca ha sido uno de mis fuertes. Quizá por eso me paseaba de un lado a otro de la casa intentando acelerar el tiempo. Cada poco, comprobaba el descenso del astro rey y el avance de la noche a través de la cristalera que separa el salón del patio trasero. Era éste un espacio tan grande como el propio salón, con unos muretes altos de piedra rematados con unas balaustradas blancas. A los pies, sin embargo, había unos parterres donde mi tía tenía plantados geranios, un rosal y un oloroso jazminero. Además, en una esquina, se encontraba la caseta que Braco casi nunca utilizaba. El resto del jardín consistía en un descuidado césped –más amarillento que verde- y una mesa de forja blanca, en el centro del mismo, con cuatro sillas anejas.

Mi compañero notaba mi conducta nerviosa y me seguía, inquieto, por toda la casa, casi como si intuyera que algo fuera de lo habitual iba a ocurrir. Y en efecto, cuando por fin la noche había caído hacía rato, apagué las luces de la vivienda y salimos al jardín.

La situación era poco habitual pues me hallaba en un lugar donde no solía estar y apenas veía nada a mi alrededor por la escasa luz de esas horas. Me quedé de pié junto la mesa mirando las estrellas. Notaba que mi corazón latía más acelerado de lo normal pero me esforcé en percibir los ruidos nocturnos. Escuchaba la televisión de los vecinos de al lado, el chirrido de un grillo adelantado al verano y el pasar desagradable de una motocicleta por la calle cercana. Cuando desapareció el petardeo de su motor, empecé lentamente a desvestirme porque me temblaban ligeramente las manos por el nerviosismo. Primero la camiseta, luego las deportivas y los calcetines. Seguidamente, los vaqueros. La ropa se iba amontonando sobre la mesa del jardín, pero yo sólo podía pensar en lo extraordinario de la situación. ¡¡Estaba casi desnuda en el exterior!! Un suave y breve soplo de brisa vino a refrescar mi acalorada piel, lo que contribuyó, junto el tacto de la hierba bajo mis pies, a tomar más consciencia de todas estas novedosas sensaciones. El morbo y la excitación hicieron que mi sujetador y mis braguitas, siguieran el mismo camino que el resto de mis prendas.

-Oye Braco, ven aquí… -ordené casi susurrando. Pero mi amante hacía caso omiso mientras olía algún rastro en la tierra. Caminé hacia donde estaba y empecé a contonearme y restregarme sobre él. -¿Qué te pasa, cielo? –dije mientras lo abrazaba pegando mi torso desnudo a su espalda. Flexioné mis separadas rodillas para que mi vientre quedara pegado también a su cuerpo. –Vaya, parece que esta noche no te intereso… pues voy a ver si te puedo convencer de alguna manera… -Manteniendo la postura en la que me encontraba, retrasé mi mano derecha acariciándolo durante todo el recorrido hasta el saco donde estaba escondido su pene. Con suavidad, deslicé hacia atrás la parte de piel que lo recubría y comencé a meneársela. Tórridamente, empecé a rozar mi vagina contra sus riñones contrayendo y relajando mis nalgas y la reacción no se hizo esperar. La potencia sexual de mi perro se hizo patente cuando empezó a inflamarse en mi mano su aparato y esto, a su vez, me terminó de encender la sangre.

-¿Sabes lo que vamos a hacer, querido? –le susurré a la oreja.- Tu y yo vamos a hacerlo aquí fuera. Sí, mi amor. Como lo oyes. Quiero que me des esto tan rico que tienes aquí, ¿vale? –Mi mano lo seguía pajeando y ya notaba cómo le temblaban los corvejones y empezaba a mover las caderas. Era el momento de recibirlo con las piernas abiertas.

Me arrodillé con cuidado al lado de una de las sillas del jardín ya que con la penumbra circundante no veía dónde me apoyaba. Por suerte, mi compañero no necesitaba del sentido de la vista y se orientaba perfectamente con su olfato. Nada más posicionarme, noté cómo su hocico chocaba con mis cachetes y su rasposa lengua empezó a lamerme, abriéndome los labios vaginales y accediendo a la húmeda entrada de mi coñito. Mi respiración agitada se convirtió rápidamente en jadeos cuando las lamidas alcanzaron mi clítoris. Aunque, lejos de permanecer mucho tiempo en una misma zona, abarcaban también el agujerito de mi culito.

-…mmm… ohhhh… -susurraba quedamente. Me había prometido no gritar para no delatarme por si acaso había algún vecino cerca en su jardín. Para ello, tenía pensado apretar las mandíbulas para no abrir la boca. Notaba todas mis zonas íntimas bien mojadas, así que, arqueando la espalda un poco mientras me giraba, empecé a darme suaves palmadas en mis glúteos. –Vamos Braco, sé buen chico. Ven aquí y métemela…-le murmuré.

En esta ocasión, mi amante canino no dudó y me hizo caso, saltando sobre mí. Pero no estaba bien posicionado y sus esfuerzos no obtenían recompensa. Intenté con la mano derecha empujarlo en la buena dirección cuando, al hacer fuerza, me clavé una piedrecita en la rodilla. El daño hizo que me moviera y perdiera la altura correcta para la penetración aunque Braco ya había iniciado su asalto.

-Noo, quietoo, paraaaaa… -mi voz se elevó algo más cuando noté cómo su duro cipote encaraba mi esfínter anal y se introducía ligeramente. Pero ya era tarde. Con feroces acometidas, mi perro empezó a empalar mi angosta abertura. El impacto emocional fue tan brutal que me quedé sin aliento y, durante unos breves instantes, no sentí nada. Pero rápidamente, un dolor lacerante me sobrevino. Extendí mi brazo izquierdo y agarré una de las sillas buscando un asidero que me diera fuerzas. Bastante tenía con acallar los gritos que emitía mi garganta para que no se amplificaran en mi boca, mientras Braco seguía penetrando mi culo como un percutor despiadado, abriéndose paso victorioso sobre la estrechez propia de mi agujerito y la resistencia que yo añadía al contraer los músculos de los glúteos por su imprevista intromisión.

En las tertulias sexuales de algún programa de la radio había escuchado que para gozar más del sexo –y más particularmente del sexo anal- había que hallarse libre de tensiones, que la ansiedad era el peor enemigo de la excitación. Pensé en estos atormentados momentos, que tenía que relajarme en la medida de lo posible porque bien conocía el brío con el que Braco se empleaba y en lo inútil de mi resistencia ante su afán sexual llegados a este punto.

Las poderosas embestidas de mi macho me zarandeaban, me mecían como un pelele en manos de una fuerza desalmada. Mis pechos se movían violentamente y mis caderas estaban firmemente asidas por sus patas. Relajé las cervicales y los músculos del cuello bajando la cabeza, y así pude intuir –más que ver- las patas traseras del que era ya el dueño de todo mi cuerpo.

-…mmmmm… MMMMMM… -Moví de nuevo mi mano izquierda llevándomela a la boca tratando de mitigar mis gritos. Pasado ese momento, pude contenerme más fácilmente. Notaba cómo la manguera de mi perro me regaba desde el interior, lo que hacía más fluidos sus envites. No puedo decir cuándo mis gemidos pasaron de ser lastimeros a gozosos pero así fue. Hasta este momento, ahora lo sabía y lo sentía gracias a su polla entrando en mis entrañas, no me había entregado completamente. Ahora sí. Mi boca entreabierta emitía sordos suspiros desmayados mientras escuchaba el inconfundible chapotear de su carne horadando mi cuerpo. Ya no me resistía, lo disfrutaba cada vez más. Notaba el cálido cuerpo de mi amante sobre mi espalda al tiempo que intuía que se acercaba al clímax, a la apoteosis final en la cual me abotonaba. Tuve la precaución de retrasar la mano pegada por debajo de mi cuerpo para evitar que me introdujera el nudo. Eso ya podía ser excesivo para mi torturado e inexperto culito.

Y así, mecida por los vigorosos vaivenes de mi compañero, noté como su polla se hinchaba un poco más en el momento de alcanzar el éxtasis, gozando –una vez más y las que quedaban- de mi cuerpo. No pude contenerme y, apasionadamente, le susurré todo lo que no podía callar por más tiempo.

-Aaaaah, síííí. Muy bien, así… córrete dentro de mi culito… Ohhhh, que caliente está tu leche… ¡Cómo me pones de cachonda! Soy tu perra… ¡Soy tu perra!

Esta vez, al no quedar unidos, se retiró de mí de la misma manera que había llegado, por sorpresa. Justo después de que se hubiera desligado de mí, caí rendida hasta quedar tumbada boca abajo sobre la hierba. Unos chorritos de su esperma me salpicaron de gotas la espalda. Braco había retirado su pollón bruscamente, pero no se había alejado como otras veces. Se quedó plantado encima de mí, impregnándome con su néctar, con su ambrosía, que también fluía caudaloso de entre mis piernas. Le acababa de entregar –o él había tomado- mi virginidad anal. Me parecía tremendamente apropiado ya que, si alguien merecía disfrutar por primera de vez de mi culo era mi querido Braco. Al fin y al cabo, yo le había desvirgado hace tiempo con mis condiciones y ahora él me había pagado con la misma moneda, aunque fuera inconscientemente, quien sabe.

Me quedé reposando durante unos breves minutos, desmadejada. Notaba palpitar mi maltrecho agujerito pero no me arrepentía ni de un solo instante; había complacido una vez más a mi amante. Su semilla recorría mi cuerpo y me había follado dejándome satisfecha. Casi sentía todavía la hipnótica cadencia de sus arremetidas contra mí. Los sordos y amortiguados ruidos de la noche me envolvieron mientras me sumergía en una suerte de trance, en un sublime estado de bienestar. Había alcanzado el Nirvana. Pero por la puerta de atrás.