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El Gran Secreto De Slastigirl

en Parodias

¿Sabés qué? En el fondo soy una mujer normal, me gusta demasiado la pija. A mí el tamaño no me dice nada sino, claro, el uso que le dan. Así te lo digo para que quede bien claro, para arrancar con honestidad. ¿A qué viene esto? Bueno, te lo voy a decir. ¿Te has fijado en mis hijos? Tengo tres. ¿Te has fijado en mi marido? Si, lo sé, tengo uno. No es a eso a lo que me refería. ¡No! A ver, ¿cómo es mi marido? Si, de Robert te hablo, ¿de quién otro sino? Alto, grandote, cara redonda, quijada prominente, muy seguro de si mismo, macizo, sus  ojos azules, un azul intenso que hace gélida y penetrante su mirada; ¡Bah! un producto de gimnasio, de esos que juegan al superhombre que televisan por ESPN en esas competencias donde arrastran o tiran de cosas del doble de su tamaño y hacen fuerza como las bestias que son y no como humanos que deberían parecer. Y está su cabello, de rubio intenso. Bien, continuemos, sigamos. Volvamos a mis hijos; ya te dije que son tres. Vayamos de menor a mayor. Jack, tiene un dejo a mí, el color de sus cabellos, el aspecto de Robert y la capacidad de ser transformarse en cosas dolorosas y pesadas. Dash, ves, él ya es más de Robert que mío, todo el aspecto tiene un dejo a su padre; y es rubio, intensamente rubio, como su padre. ¿Qué hay de Violeta? Nada tiene de Robert, es flacucha, débil de carácter, cabellos negros oscuros y de mirada huidiza, si, lo sé. Es una adolescente pero la base de su carácter está ahí. Tiene mi astucia y la determinación de su padre de ir por el premio.

            ¿Te das cuenta a dónde quiero ir?

            Así es, Robert no es su padre. ¿Si lo sabe o sospecha? Tal vez pero nunca dijo nada. ¿Quién es su padre? Un delincuente, por supuesto, un ladrón de banco parisino, algo tosco con sus métodos ya que utilizaba explosivos, pero bueno, lo importante es que era un hombre hermoso, sensual y atrevido. Lo conocí en una de sus fechorías, de casualidad lo atrapé, entonces comenzamos con el sempiterno duelo verbal entre el “bueno” y el “malo”. Mientras que mi discurso se orientaba hacia la ética, la moral, las buenas costumbres y la justicia el francesito replicaba sobre lo linda que era, lo tentadora, se preguntaba qué tan bien podía verme sin mi traje de heroína y si era cierto que no usaba ropa interior en mis incursiones nocturnas. A cada palabra mía venía una de sus réplicas, en cada gesto de mi parte un paso hacia mí del suyo; quedamos a centímetros boca a boca, ya me estaba hablando de mis turgentes pezones que se notaban debajo del traje y lo sensual que me hacía la máscara sobre mi rostro y mi cabellera carmesí.

            Cuando su mano se posó entre mis piernas cedí, hacía mucho que ningún hombre me trataba así, que me hacía sentir mujer y reavivaba el deseo por un hombre como lo hizo ese maldito delincuente ladrón de bancos francés. Los súper héroes somos asexuados, no tenemos cuerpo sino presencia, somos los paladines de la justicia y un montón de bobadas magnánimes. Arriba de esa azotea, a pasos de la buhardilla que él usaba de guarida me cogió, mis característica de súper heroína me permitían un montón de movimiento, posturas que llevaba a cabo a pedido suyo por lo tanto el trajecito plateado voló a la mierda y en efecto fue que descubrió que yo no usaba bombachas. Como bien sabés los súper somos muy cuidadosos de nuestra identidad, por eso no me quité la máscara y por pedido suyo tampoco los guantes. Desde entonces siempre que nos encontrábamos era para coger salvajemente quedándome con mi máscara y los guantes. Yo no cesaba de gemir, de pedir más, de ofrecer por completo mi entrega. Aún me veo en cuatro mientras él me daba feroces embestidas desde atrás mirando a través de mi máscara corrida parte de los techos de la gran ciudad.

            Fue cuando comenzó a moverse, a intensificar sus acometidas estrellando su cadera contra mis nalgas. “Voy acabar…” susurró con los dientes apretados. “Adentro no, por favor, adentro no que estoy ovulando” le advertí. “No te estoy pidiendo permiso, te advierto para que esperes mis chorros de semen en tu útero fértil” y lanzó sus chorros de semen bien dentro de mí, en lo más profundo evitando así que ni la menor gotita de su esperma se perdiera. Exhausta después de mis tres orgasmos quedé tumbada en el suelo reponiendo el aire, “¿cuándo volveremos a vernos?” quise saber, muy pronto fue su respuesta, luego me vestí y a modo de despedida lamí su aún goteante verga antes de irme a los saltos por las terrazas.

            Los encuentros se fueron sucediendo, claro que sí, tuve suerte de no quedar preñada esa vez pero tampoco hice nada por cuidarme luego, la cosa que la noche de mi boda Robert estuvo así de atraparlo, yo lo ayudé a huir aunque el muy maldito casi lo mata al poner un explosivo entre las ropas de Robert. Ignoro que tipo de confusión hubo en ese momento, Robert trataba de atrapar a unos delincuentes con un poste telefónico ayudado por los policías y eso preocupó a mi ladrón consentido. Creyó que venían por él, que había sido descubierto, que lo nuestro podía ser descubierto porque obviamente estábamos cogiendo otra vez y creo que esa noche fue cuando me embarazó. Como sea pensó que nos descubrirían y ya le había dicho que la sola idea me aterraba así que  decidió huir. Lo hizo a través de los muros del banco, bombas mediante, nada de sutilezas para mi amante parisino; no era su estilo. Ya casi lograba huir cuando cayó frente a Robert que sólo tuvo que estirar su mano para atraparlo. Yo no podía permitirlo, estimaba mucho a Robert, iba a casarme con él pero mi ladrón consentido era algo más especial para mí. Lo amé demasiado aunque lo nuestro era sólo sexo. Yo no podía evitarlo, era verlo y de inmediato rendirme a sus deseos, a sus imposiciones.

            “A ver, mi heroína preferida, con qué me sorprende hoy” me decía mientras acariciaba con una mano mi entrepierna, él muy sabía que yo no podía usar ropa interior por mi trabajo, la diseñadora del traje decía que era una chorrada perder tiempo en algo innecesario según decía. Así que mientras una mano me acariciaba mis secretas partes con la otra desprendía mi traje y su lengua recorría mi cuello en tanto no cesaba de susurrar guarradas, diciéndome improperios de la más baja estofa que tanto me excitaban por cierto, para terminar entregada a él. Bien sabés que yo podía estirar y dilatarme más allá de lo inconcebible pero había un límite, un talón de Aquiles, el punto débil de todo súper. El mío era el esfínter del culo, me duele terriblemente hacerlo por el culo pero a él, mi amante parisino no podía negárselo. Al principio era eso solamente, eran enculadas en la oscuridad de la noche en secretos sitios de la ciudad en que yo y otros como yo deambulábamos para luchar contra la delincuencia. En callejones fétidos, lleno de basura y casi sin luz artificial mi amante parisino me daba por atrás con total determinación a sabiendas que yo sufría a mares cada una de sus embestidas. En más de una ocasión tuve que vestirme a las apuradas ante la sorpresiva llegada de alguno de mis colegas, como Cronos o Frozono que andaban de patrulla. Mi amante me obligaba a desnudarme casi por completo, sólo permitía que me quedara con la máscara y los largos guantes color rojo. Pero había veces en que el numerito que le ofrecía le agradaba y entonces me premiaba, me decía “te los has ganado, puta, voy a darte por donde te gusta más” y me cogía por delante mientras me chupaba las tetas o mi lengua acariciaba mi clítoris apenas moviendo mi cabeza. Que me llenara el culo con su semen no traía ninguna consecuencia más allá del dolor, pero por delante, que se vaciara por completo en mi útero, bueno, eso ya era otra cosa y yo lo sabía. La suerte no dura siempre. En aquellos días no habían las pastillas que hay hoy para evitar embarazos indeseables, y para serte franca era tanta la excitación que me provocaba esos encuentros que no medía en lo más mínimo las consecuencias. ¿Qué podía pasarle a una súper pelirroja y gustosa del sexo esporádico pero súper excitante?

            Al principio, en los primeros encuentros, siempre se daba por casualidad entonces él tenía la delantera imponiéndome su voluntad, pero después yo me preparaba para esos furtivos encuentros y le ofrecía números más y más osados obligándolo así a premiarme, a cogerme como dios manda, por delante para gozar y sentir placer al hacerlo. Mi amante parisino me hacía gozar como ninguna, como nadie lo ha hecho jamás y por eso yo me esforzaba en los numeritos sorpresivos con lo cual debía encantarlo para que me concediera la gracia de llenarme el útero con su semen luego de mis intensos orgasmos.

            Era muy común que yo descubriera su guarida mucho antes que los demás, pero sobre todo lo hacía para verificar sus alrededores y asegurarme que no hubieran intrusos altruistas por la zona que vinieran a arruinar mis cogidas con lo cual mandaría todo de madre si se llegaba a saber lo nuestro. Podía leer lo titulares, súper heroína atrapada en la intimidad con villano extranjero y la foto en blanco y negro, con una de mis manos estirándose hacia la cámara para tapar nuestros rostros. Más de una vez me perseguía esa idea por eso me obsesionaba más y más en mantener alejados a mis colegas que en atrapar a ese maldito ladrón de bancos. Ahora bien, hecha la verificación entraba por la ventana, o la hendija de su puerta, en su habitación sorprendiéndolo en más de una ocasión. Sin que me dijera nada me desnudaba dejándome el antifaz y los guantes y en su cama le ofrecía esos números de contorsionismo porno que tanto le fascinaba. “A ver mi nena como se lame” me pedía sentado cómodamente en tanto fumaba sus puros.

            Una noche me esforcé tanto por brindarle tal espectáculo de movimiento de mi cuerpo que tuve un doble premio. Dos enormes negros muy dotados a la vez, mientras él miraba, me cogían y enculaban a gusto entre ambos y cuando ellos se cansaron de llenarme de semen por todos lados (no me importó el sabor a mierda de sus vergas) fue su turno, un turno largo y feroz que duró hasta media mañana. Me fui de su casa disfrazada de abuelita dime tu, y con un enorme temor que esos negros me hubieran preñado porque, como te dije, jamás tomaba precauciones; no había sida por entonces y lo que existía se curaba con penicilina. Fue por esos días que comenzó a tallar Robert, al principio me pareció gracioso pero después descubrí que iba en serio. ¡¡Estaba enamorando de mí!! Pero él era el otro lado del mundo comparado con mi delincuente consentido, era pura caricia verbal y ternura adjetivesca; si, claro, ya sé que eso se llama amabilidad y gentileza pero yo jugaba en las ligas mayores de las cogidas y no me cuidaba para nada. Por varios días estuve aterrada pensando que alguno de esos negros me hubiera preñado, ¿cómo iba a justificarme ante la comunidad, mis amigos, mis pares, mi familia que era madre de un hijo mestizo? Noche por medio estaba con mi amante y este a veces me deparaba verdaderas sorpresas eróticas que me llevaban días recuperarme, a veces no lograba hacerlo y ya estaba de nuevo en el ruedo, retozando en alguna cama, en algún callejón, un banco de un parque oscuro o en el furgón de algún camión siendo cogida y enculada con ferocidad salvaje sin el menor deseo de pedir basta.

            Había veces que el sol del amanecer lastimaba mis ojos, mi labio inferior temblaba, mi máscara apenas si se sostenía en mi rostro, mi cuerpo lacerado tiritaba sobre cualquier superficie, jadeando, oliendo a semen, mierda y fluídos vaginales, con los pezones hinchados de tantas herejías que me hacían gozar cuando más duras eran. Las voces de los tipos burlándose mientras se alejaban o el olor a cigarrillos de mi amante francés en algún rincón mirándome con la satisfacción de quien es el autor de la más maravillosa obra artística de la lujuria, el hedonismo y el deseo. A minutos de volver a ser la chica común de todos los días, con semen fluyéndome de mi interior o quemando mi garganta escuchaba las dulzuras que Robert tenía para decirme. Con el culo ardiendo, la vagina estallando de uso y los pezones henchidos de ardor y dolor tenía que escuchar los halagos sutiles y enamoradizos de mi futuro marido Robert Parr.

            Recuerdo la noche en que casi atrapa a mi amante francés Robert me había pedido una cita, acabábamos de atrapar a un ladrón de poca monta, un tipo que había robado la cartera a una mujer. ¿Puedes creer que me invitó a salir en medio de una captura de un ladrón? Le respondí que no, claro, tenía un compromiso previo antes del verdadero compromiso que tenía con él. Tenía que encontrarme con mi explosivo ladrón de bancos; primero cogería con él hasta el hartazgo y luego iba a hacerle el gran anuncio. Esa noche se decidía mi vida, me iba con mi amante o me casaba con Robert.

            Aún me veo desparramada en la cama, agotada, con mi traje de heroína hecho un guiñapo en un rincón de ese apestoso cuarto de hotel de mala muerte mientras me decía “mon, cherie, yo creo que ese muchacho te conviene más; lo nuestro no tiene futuro”. Lo miré serio, le dije que sí tenía futuro, que no hacía mucho acababa de darme cuenta que estaba embarazada y que él era el padre. “¿De veras? ¡Pero qué emoción!”, respondió levantándome entre sus brazos para girar. Luego se puso serio, me dejó en la cama para continuar con su monólogo. “Estoy feliz que vayamos a tener un hijo, pero yo no soy el hombre apropiado para tener una familia, tu amigo Robert está más cerca que yo de hacerlo; él es magnánime en cambio yo un ladrón de bancos sin estilo. Ese hombre te conviene a todas luces, es lo mejor que podría pasarnos…”

            Me quedé de una pieza al escucharlo, no lo podía creer. Yo quería ser parte de su vida y juntos tener una familia, irnos lejos de ahí, desaparecer para siempre, enterrar mi traje de heroína y mis capacidades como tal para comenzar de nuevo en otro lado una nueva vida junto al hombre que más amaba. Quedarme con Robert era ser quien ya no quería ser más, los delincuentes estaban cambiando, la sociedad lo estaba haciendo. Los ladronzuelos existirían siempre pero había corporaciones, incluso del gobierno, que asesinaban pueblos enteros por espurios negocios de las armas, la droga, la prostitución, las transacciones financieras con sus bancos y el contrabando de especies en extinción y la destrucción del medio ambiente. ¡Atrapar ladrones era una niñada! Esas organizaciones se asociaban a los grandes medios masivos de comunicación y ya hacían lobby a favor de la prohibición de la existencia de los súper. Fue el pobre Robert el que inició el ocaso de los súper pero bien pudo ser otro. ¿Superman hubiera podido detener la guerra de Vietnam y el tráfico de drogas para mantenerla? ¿El hombre araña hubiera podido hacer algo contra las matanzas en África central entre hutus y tutsis? ¿Batman se hubiera impuesto ante el directorio de sus empresas para que cesaran de explotar los mares del norte y salvar así el oso blanco y las ballenas? ¿Capitán América podría poner un coto al fundamentalismo religioso?

            No, claro que no. Yo quería una nueva vida en París, en el subsuelo del auténtico París, del hedonista París y junto a mi amado amante francés; estaba dispuesta a lo que fuera por él, incluso terminar mis días en algún burdel si era necesario dando muestras de mis capacidades y cobrando bien por ellas. Pero no, él no estaba hecho para eso, él quería seguir delinquiendo toscamente mientras mi embarazo crecía y me esforzaba por mantener la pantomima que era de mi marido. Rendida por completo acepté casarme con Robert a quien aprendí a querer, a gozar de su pobre sexualidad, a cambio enterré mis días de heroína y le dí dos hijos por la que debió criar como si fuera suyo. Ningún hombre me hizo gozar y obligó a hacer lo más despiadadas ocurrencias en el camino al goce extremo que mi rústico amante francés, mi delincuente consentido.

            Así como lo amé alguna vez aprendí a dejar de hacerlo, incluso llegué a desear que Violeta no fuera su hija pero es imposible que así no fuera, tiene tanto de él que casi no hay nada de mí. Hasta heredó el color de su cabello. Al principio estuvo noviando con un chico de la escuela, Tony, pero la monogamia no es lo suyo; ella no lo sabe aún, tal vez nunca lo sepa pero la manzana nunca cae lejos de su árbol.-