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Cazado 3. La venta a Teresa

en Dominación

A días mis dueñas parecían olvidarse de mí, aunque yo no podía olvidarme de ellas, y de lo que tenían grabado, en ningún momento. Yo podía seguir haciendo mi vida normal, pero si en algún momento me llegaba un mensaje como "ven", tenía que dejar lo que fuera, un partido de padel con compañeros, una película en el cine, o una tranquila siesta, y acudir corriendo. Sabían mi horario de trabajo y nunca me interrumpían en él.

Iba corriendo a casa de mi exnovia (¿lo fue alguna vez?) y, salvo las primeras veces, que pensé que a lo mejor... pero no, sabía lo que iba a decirme:
-Quiero la casa de punta en blanco.
-sí, Señora.
No necesitaba decir nada más. Normalmente en la cocina tenía preparada la ropa. Me quitaba mi ropa de hombre, me ponía braguitas, sujetador, medias y un uniforme. A veces el negro, a veces el rosa, y me olvidaba de quién era yo para centrarme en lo que era para ellas. Correctamente vestida, con un pañuelo en la cabeza o con cofia, me presentaba ante mi Señora, que daba el visto bueno con un ligero asentimiento de cabeza, y me volvía a la cocina a empezar mis tareas. Y lo mismo fregaba todo, que limpiaba, recogía, o limpiaba los cristales a la vista de cualquiera de enfrente, o recogía el pequeño jardín de la amiga a la vista de cualquiera que pasara. Yo procuraba estar siempre muy bien afeitado para que por lo menos pudiera pasar por una mujer, aunque no fuera guapa, aunque tuviera rasgos o manos de hombre, aunque si alguien se fijaba bien... y no quería pensar en si alguien me reconocía. Ese era mi mayor miedo, y los vídeos, siempre los vídeos, "no te creas que nos gustan, me habían dicho, pero si no fuera por ellos, seguro que no hacías bien tu trabajo".
Su casa, y el chalet de su amiga, los conocía ya de memoria, de limpiarlos una y otra vez.
A veces, sin embargo, querían otra cosa, y les encantaba anunciarlo, como un sábado, a las nueve de la mañana:
-Ven al chalet, que tenemos ganas de verte colgando y azotarte un poco.
Eso no había pasado hasta entonces, aunque sí me habían enseñado, y yo había limpiado, la mazmorra. Había asumido que era su criada, y que me utilizaban a su antojo, pero eso...
-Desnúdate y a gatas -me dijo al abrir la puerta, pero sin invitarme a pasar-, y ponte esta combinación, que no queremos dar un espectáculo, jaja.
Si algo había aprendido en los primeros días era a obedecer sin dudar, sin rechistar.
Imágenes integradas 1
Me desnudé por completo, me puse la combinación, negra, antigua, con encaje arriba y abajo, hasta las rodillas, y me puse a cuatro patas.
Podía verme alguien que pasara por la calle, al otro lado de la valla, pero era mejor no saberlo, no mirar, que no se me viera la cara.
al cabo de diez o quince minutos, salió la amiga y me puso un collar de perra, con una cadena colgando, de la que tiró metiéndome para dentro.
Me bajó a la mazmorra.
-Ponte bajo aquella cadena, de pies, y espósate con las esposas que cuelgan de ella.
Se fue y me dejó, para que yo mismo... como para animarme, habían dejado puesto en una tele que colgaba de una pared el vídeo en el que yo, vestida de criada, buscaba, seducía y follaba con un perro, con el sonido bajo, pero audible, para que oyera como lo llamaba "mi novio", "cariño", "amor"...
Me puse en pie bajo la cadena, y me esposé las manos. Tenía que empinarme un poco, lo suficiente para que al poco rato empezara a sentir dolor en las muñecas, los hombros y las piernas. Y debió pasar bastante tiempo, porque pude ver el vídeo varias veces, y cada vez me parecía ver mi cara más clara, incluso más feliz, más sonriente, tan lejos de lo que de verdad sentía.
Por fin llegaron, mi ex me puso una mordaza de bola enorme en la boca y una venda con bolas de algodón en los ojos. Subieron un poquito la cadena, con lo que apenas podía apoyar los dedos de los pies en el suelo. Y así otro rato. Estaba entretenido en el dolor de las muñecas y articulaciones, cuando un látigo restalló en mi culo, haciendo que me balanceara y todo el cuerpo fuera un dolor. La combinación era muy fina, apenas mitigaba el golpe.
Y el silencio a mi alrededor, solo roto por mi respiración y ciertos ruidos de cadenas.
Y al cabo de un rato, cuando yo ya estaba quieto otra vez, otro latigazo me cruzó el culo, seguido de otros cuantos, que al estar yo girando me alcanzaron también por delante.
Los latigazos cesaron, y las sentí muy muy cerca de mí, me rozaban y sentí sus cuerpos desnudos abrazándose, y las sentí besarse y jadear mientras me empujaban a un lado y otro, provocando cada vez más dolor.
De repente pararon. Al momento, los dedos de una me pellizcaron con sadismo los pezones. Me tensé del dolor, cuando un fustazo en el culo me recordó para qué estaba yo allí. Mientras una me azotaba con la fusta, la otra me ponía en los pezones, bajo la tela, pinzas dentadas, lo mismo que en los huevos y en la picha. Y luego, sin que pararan los azotes, me ató un pañuelo en la base de la picha, que hizo tensarse la piel y redoblar el muerdo de las pinzas.
Habían dejado de azotarme, pero solo para separarme una las nalgas y otra introducir en mi culo un plug que me pareció gigantesto, y que, tras romperme prácticamente el culo, quedó allí alojado. Me dejaron un rato así, mientras ellas se acariciaban y besaban a mi alrededor, rozándome y empujándome, provocando que yo hiciera una especie de baile siniestro sobre las puntas de los dedos. cuando pararon me preparé para más golpes, que no tardaron en llegar. Una me azotaba con la fusta, la otra me puso unos grilletes en los tobillos, y tiró de la cadena hacia arriba, haciéndome doblar las rodillas y quedar ya colgando. Ató esa cadena a la que colgaba de mi collar, y tras darme un par de fustazos en los huevos, y otros dos en los pezones mordidos, se apartaron de mí.
el resto fueron ruidos, los ruidos de dos mujeres follando allí cerca, supongo que en un sofá que había contra una pared, excitadas por lo que me estaban haciendo, por verme allí colgando, azotado, violado, dolorido por todo el cuerpo, y con el collar casi estrangulándome, que me obligaba a mantener las rodillas más dobladas de lo que me obligaba la cadena.
Cuando terminaron, me soltaron los pies de la cadena del cuello y pude apoyar de nuevo los dedos. Me quitaron la venda de los ojos. Se habían puesto unas batas sobre sus cuerpos desnudos. Me quitaron las pinzas y el pañuelo.
-Descansa, criadita, que a lo mejor luego queremos seguir.
No quisieron. Una hora o dos después, me trajeron un uniforme de criada y me descolgaron.
-Vístete, que tienes mucho que hacer.
Agotado, pero feliz de no seguir colgado, me pasé el resto del sábado, con mi culo siempre lleno, limpiando y fregando toda la casa.
 
Luego podían dejarme en paz varios días, o me llamaban solo para limpiar, aunque yo siempre iba muerto de miedo. Hubo algunas sesiones más en las que me utilizaron para saciar sus instintos sádicos, pero todo eso se iba espaciando.
Quedarían dos meses para el verano, y llevaba uno entero sin saber de ellas, hasta el punto de que empezaba a sentirme libre, cuando Teresa, una compañera del instituto, profesora como yo, y que me caía especialmente mal, sentimiento que era mutuo, se paró delante de mí y me dijo:
-Creo que tenemos una amiga en común.
Me quedé muy sorprendido, me extrañaba que aquella mujer, soltera y de unos cincuenta años, bajita, más bien fea, antipática, desagradable y con tendencias al histerismo, tuviera algo en común conmigo.
-¿Ah, sí?
-Sí, hombre, y debe ser bastante amiga tuya, porque me ha enseñado un vídeo muy curioso.
-No entiendo -pero sí entendía, vaya que si lo entendía, aunque no quería creérmelo.
-¿Tantos vídeos has grabado que no te acuerdas? Bueno, da igual. También me habló de tu manía de tener la casa superlimpia -yo me había quedado mudo-. Es que, verás, yo tengo la casa hecha unos zorros, y me vendría bien que alguien me la dejara como nueva.
No puedo creer lo que está pasando.
-No sé quién te puede haber gastado una broma así.
-Sí, será eso, una broma, una broma muy curiosa con un perrito, jajaja. Ya te contaré, que tengo prisa.
Se alejó riendo, y yo cogí el móvil y me puse a escribir, entre furioso y aterrorizado, a mi exnovia:
"¿Le habéis pasado los vídeos a una compañera? ¿No he hecho todo lo que queríais?"
La contestación llegó a media tarde.
"Ven al chalet inmediatamente, que te está esperando el cepo"
Dudé unos instantes, porque si ya lo sabía más gente... pero también sabía yo que desobedecerlas solo empeoraría lo que fuera.
Fui, y antes de poder decir nada, tenía la bola en la boca, con las correas apretándola con más saña que de costumbre.
-Esto es por tu bien, porque seguro que si dices algo, nos harás enfadar más. Desnúdate y baja a la mazmorra, a cuatro patas. Y te colocas en el cepo.
Obedecí, y yo mismo bajé, sin verlas, entré en aquel cuarto, vi la combinación que ya era como mi vestimenta para sufrir, me la puse sin dudar, pero casi temblando, porque aquella prenda siempre iba seguida de mucho dolor, y me coloqué en el cepo, el cuello en su hueco, las manos en los suyos, los pies al lado de las correas que iban a sujetarlos.
Un rato después, bajó mi exnovia, colocó y candó la madera que inmovilizaba mi cabeza y mis manos, y me sujetó los pies. Me metió el plug en el culo y se fue.
Pasé allí el resto de la tarde y parte de la noche. Ellas, simplemente, bajaban de vez en cuando, y me azotaban con fustas y pequeños látigos hasta cansarse, o excitarse. Luego desaparecían, hasta que la función se repetía un rato después.
Pasada la media noche me desataron, me hicieron vestirme de criada y me dieron las llaves del coche y el resto de mis cosas, menos la ropa. Me quitaron la mordaza con un serio aviso de que no dijera ni media palabra, y cuando ya estaba en el porche, todavía sin acabarme de creer que tuviera que irme vestido así, la amiga me dijo:
-Eres nuestro, y seguirías siéndolo para siempre si quisiéramos. Pero en realidad ya nos aburres, así que hemos decidido venderte. Tanteamos a varias compañeras tuyas, porque nos resultó superdivertido que fueras esclavo de alguien con quién trabajes, y la que más interés mostró en conocer a un compañero sumiso y afeminado que le encantaba ser criada fue esa Teresa. Se la ve una mujer dominante. Le enseñamos parte de los vídeos, que le gustaron, pero cuando te vio la cara, su interés se convirtió en entusiasmo. Ahora, claro, querrá tenerte a prueba, y cuando se convenza de comprarte, le daremos los vídeos, que de momento solo ha visto, y serás suyo. A nosotras no nos queda la menor duda de que pasarás la prueba, y todos contentos. Nosotras nos quedaremos una pasta, ella tendrá su esclavo, y tú... bueno, tú míralo por el lado bueno. A lo mejor te coge cariño y acabáis siendo una pareja estupenda.
Me subí al coche, qué raro era hacerlo con falda, me quité la cofia en cuanto perdí del vista el chalet, y me fui a mi casa. Como era tarde, no había nadie en el garaje, ni por las escaleras. Subí corriendo. Cuando el espejo de mi vestíbulo me reflejó, toda la vergüenza y humillación se apoderó de mí, sentimientos que se fueron transformando en desesperación y miedo. ¿Por qué me estaba pasando eso a mí? ¿Por qué me había cruzado con aquella novia? ¿Por qué le había hecho caso el primer día que me dijo que me vistiera de mujer? entonces parecía un juego inocente y excitante entre los dos. Entonces. Ahora me iban a vender a otra persona, que tendría poder absoluto sobre mí. Me fui calmando poco a poco, pensando en que ella no era una sádica como las otras dos, que no tenía por qué ser tan duro.
Pero la desesperación volvía al pensar que ya no era dueño de mi vida, que era un prisionero y que podía durar para siempre, a no ser que... ¿y si me negaba a hacerlo? ¿Y si dejaba que se viera el vídeo y negaba ser yo, o decía la verdad, que había sido obligado a hacerlo? No sería fácil de creer, pasaría vergüenza y humillación, seguramente me tendría que ir a vivir a otra ciudad, a otro instituto, pero seguro que allí me perseguirían esos vídeos. ¿Y si me encontraba con una mujer que me gustara, con la que quisiera vivir? ¿es que no iba a poder hacerlo?
Luego volvía a calmarme. a lo mejor con Teresa la cosa cambiaba, a lo mejor solo quería aprovecharse de mí un tiempo, a lo mejor se aburría... tenía que esperar a ver qué pasaba.
Por la mañana, me estaba vistiendo cuando llegó un mensaje de mi exnovia.
"Un consejo: llévate las bragas puestas a trabajar, busca a Teresa, se las enseñas y le dices que estás deseando estar a su servicio para lo que desee. Sería muy bueno para ti que ella quede contenta para comprarte".
Nunca, hasta la noche antes, había salido de casa con ropa de mujer. Ahora me paseaba vestido de criada, e iba a ir al instituto con braguitas de chica.
Me fui con las bragas a trabajar. Tenía la sensación de que todo el mundo lo sabía, de que me pasaría algo y todo el mundo las vería.Me crucé con ella al entrar, entre otros profes y alumnos. Me sonrió de una manera inequívoca. Esperaba algo, y yo sabía qué era. Intenté devolverle la sonrisa, pero seguramente sólo fue una mueca extraña. Me miró disimuladamente los pantalones, como si fueran transparentes. Y yo incliné la cabeza como asintiendo y al mismo tiempo como señal de respeto a la que quería, ¡quería!, que fuera mi dueña.
Entre clase y clase me acerqué al departamento de inglés, y allí estaba. Sola. Entré y cerré la puerta.
-Hola, Andrés. ¿Quieres algo?
-sí, Señora.
-uy, qué atento. Dime.
-Me gustaría enseñarle las bragas que llevo puestas.
Puso cara de estar sorprendida.
-¿Bragas? No me lo puedo creer. A ver, a ver.
Me desabroché los pantalones y se las mostré. Rosas, con encaje y lacitos.
-Hala, si son más bonitas que las mías. ¿Y esto, a qué se debe?
-Quiero decirle que estaré encantado de estar a su servicio, para cualquier cosa que usted ordene.
-Vaya. Qué sorpresa. Has de saber que yo no tengo perrito, jejeje.
-No importa, Señora.
-Vístete, anda. ¿Qué más ropa de mujer llevas puesta?
-Nada más, Señora.
-Vaya. Me habían dicho que eres una criada perfecta, criada, no criado. No tengo muchas ganas de meter a un hombre en mi casa. Al terminar la mañana vuelves a buscarme, a ver si ya eres más mujercita.
La debí mirar mal, porque siguió:
-Vaya. He leído estos días muchas cosas sobre gente como tú, sumisos y feminizados, y no eres lo que esperaba.
Me eché a temblar. Bajé la mirada.
-Perdone, Señora, no era mi intención. Obedeceré su orden encantado. Le aseguro que nada deseo más que ser su criada.
-Jajaja. Ya veremos. Además, dicen por ahí que entre el sumiso y su ama hay una extraña compenetración. Lo digo porque casualmente estos días tengo la regla. Me pregunto si tú también... Bueno, luego lo veremos. Vístete y vete.
Me vestí y me fui. ¿Había llegado el momento de romper con todo? De momento, no. Teresa parecía más asequible. Había mirado en internet, luego no era una sádica que me fuera a torturar. Seguro que no tenía mazmorra ni látigos en casa.
Pero lo de la regla me dejó extrañado. La verdad es que yo no había sentido curiosidad por estos temas. Lo de la ropa había sido claro. Iría a casa en una hora libre y me pondría el sujetador. Y las medias.
Busqué en el móvil: sumiso feminización regla... y me encontré con las reglas de la sumisión. No tenía tiempo. sumiso feminización periodo... no, ahí solo salían entradas de google sobre periodos de esclavitud... sumiso feminización tampón... y ahí sí, el sumiso se ponía tampones cuando tenía la regla, o más bien cuando su Señora tenía la regla, y se los ponía, claro, en el culo.
Cuando fui a casa a cambiarme entré en el super y compré una cajita de tampones, de los más pequeños, aunque en mi culo habían entrado cosas mucho más grandes. Los compré sin aplicador, porque eran más baratos y estaba seguro de que entrarían sin problemas.
En casa me di crema en el culo, y me metí el tampón. Quedaba el hilo fuera y no sabía qué pasaría si se colaba del todo, pero tampoco tenía tiempo de pensar. Me puse medias y sujetador a juego con las bragas, el conjunto que me habían dado el día anterior cuando me mandaron a casa vestido de criada. Y me volví al instituto.
Al terminar las clases, volví al departamento de inglés. teresa estaba allí, pero no sola. Me di la vuelta para esperar fuera, pero ella me vio.
-ah, Andrés, Ven.
Me esperaba cualquier cosa, así que fui muerto de miedo.
-andrés, por qué no me esperas en la pelu -la sala de prácticas del ciclo formativo-, te vas colocando el peinador, y ahora voy y nos peinamos.
-¡anda, qué callado os lo teníais! 
-¿vas a peinar a andrés? eso significa algo
-¿Y él a ti? No sabía de esos detalles
Teresa me agarró del brazo, me acompañó hacia la puerta, y en voz más baja, añadió:
-Mejor sin peinador. Te quedas en ropa interior, a ver si eres lo que me prometían. Te pintas los labios de rojo, que por allí hay carmín. Te sientas en un sillón, provocativa, como si fueras una putilla, y vas chupando este plátano, así, sin pelar, -lo sacó del bolso y me lo dio disimuladamente-, también provocativamente, que ya te he visto chupar cosas así. A ver si sirves o no.
No quise esperar a que siguieran preguntando, pero me fui hacia la pelu con más miedo que otra cosa. ¿Y si no iba sola? Bueno, me consolé, podríamos decir que era una apuesta, una performance... ¿podríamos? ¿querría Teresa...?
Cerré la puerta tras de mí, que se podía cerrar por dentro, pero yo no podía. Bajé las persianas para que no se viera nada desde fuera. Me quité mi ropa y me quedé en sujetador, bragas y medias. Toqué el cordoncillo del tampón, seguía allí. Busqué el carmín y me pinté los labios. Me senté en un sillón, crucé las piernas, y me puse a esperar, con el plátano en la boca. Había muchos espejos y me vi, me vi con las bragas y el sujetador rosa, con las medias, los labios rojos, chupando el plátano... en un aula del instituto!! Podría entrar cualquiera, ¿estaba loco? ¿cómo me había metido en eso? Y sin embargo, sabía que aunque entrara alguien, sería más fácil buscar una excusa carnavalera que permitir que fueran públicos ciertos vídeos.
Se abrió la puerta, se me paró el corazón, Teresa venía hablando con alguien. Cuando vi a su acompañante no supe si respirar aliviado o lo contrario: allí estaba mi exnovia, con el móvil en la mano, con el que se puso a grabar de inmediato, y a darme instrucciones.
-Hola, criadita, vamos a ver como te portas, que Teresa quiere aprender... a ver, esa carita, que se vea que gozas, mete y saca el plátano... abre las piernas, tócate ahí, así, bien, sácate la colita por encima de las bragas, acaríciala, una mano en el plátano y la otra masturbándote despacio... ahora las manos en los pechos, acarícialos sobre el suje, ... levántate despacio... y ven hacia mí, a gatas, el plátano en la boca... mira a la cámara, saca el plátano y tira un beso a la cámara... date la vuelta y enséñanos el culo, bájate un poco las braguitas... mmm... veo que tienes la regla, putilla, tira del cordón pero sin llegar a sacar el tampón... levántate, siempre provocadora, mueve ese culito... vete al perchero, el plátano en la boca, y coge la bata de una alumna, una bata rosa, que haga juego con tu ropa interior... acaríciate con ella... póntela... qué bien te queda, has nacido para ser niña, jeje... vuelve al sillón... abre bien las piernas y mastúrbate... vamos, quiero verte correr... mete y saca el plátano... vamos... córrete en tu mano
Y me corrí. Me había excitado más de lo que yo desearía, y en un momento tenía la mano pringosa.
-Reboza el plátano con tu leche, y límpialo en la lengua, sácala bien, arriba y abajo en el plátano, hasta que quede reluciente, mira a la cámara, y ahora la mano, igual con lengua... ya está limpia? bien... ahora levántate, despacio, sin dejar de mirar aquí, súbete las bragas y devuelve la bata a su sitio... y vuelve al sillón... tíranos un besito al pasar... ya casi no tienes carmín, vuelve a pintarte... siéntate como al principio... cruza las piernas... coge el plátano y vuelve a chuparlo... genial.
Dejó el móvil.
-¿Quieres decirle algo, Teresa?
-Ya he visto que eres obediente. Habrá que ver si sirves para criada. A las cinco te quiero ver en mi casa.
Y se fueron, y yo corrí a vestirme antes de que nadie pudiera entrar.
De vuelta a casa iba pensando en lo que había hecho. No había habido dolor, al contrario, había sido incluso excitante, morboso, pero había algo que me hacía sentirme mal, y de pronto supe qué era: la clase.
Me había exhibido en ropa interior de mujer, chupando un plátano como si fuera una picha, en una clase del instituto. Incluso había cogido la bata de una niña y la había utilizado para excitarme y correrme. La posibilidad de dejarlo todo se había alejado mucho, mucho. ¿Cómo iban a dejarme trabajar de profesor viendo lo que yo hacía en las clases? Solucionar eso por las bravas era más difícil, mucho más difícil. Tenía que ser de otra manera.
Ni me cambié de ropa para comer y echarme una breve siesta. Y a la hora, cogí el uniforme, lo metí en una bolsa, y me dirigí a la dirección que Teresa me había dado.
Me abrió la puerta y me hizo pasar al salón.
-¿Qué traes en esa bolsa?
-El uniforme, Señora.
-jajaja. Dios, Andrés. Fíjate que todavía no acabo de creérmelo. pero bueno, nos aprovecharemos mientras dure. A ver, ponte el uniforme.
Ella estaba en el sofá. Ella, una compañera del instituto, que no sabía nada de esclavos, latigazos, tortura, humillaciones, y que me miraba alucinada mientras yo, en el centro del salón, me iba quitando mi ropa hasta quedar en la ropa interior que ya conocía de la mañana. Cogí el uniforme, de rayitas rosas y blancas, clásico de una criada, con falda hasta las rodillas, y camisero por la parte de arriba, con rebordes blancos al final de las mangas cortas y en los bolsillos. El delantal igual, con una pequeña pechera. Saqué la cofia, de diadema, y me la puse.
Ella negaba con la cabeza, como resistiéndose a creer que aquello fuera algo más que una broma.
-entonces, a ver, puedo ordenarte lo que quiera.
-Sí, Señora.
-Y tú obedecerás sin rechistar.
-sí, Señora.
-Y si no lo haces bien, puedo pegarte o castigarte como me plazca.
-Sí, Señora.
-Podría mandarte ahora, vestido así, a hacer la compra.
Me quedé sin habla.
-Pero eso no estaría bien, según tu vendedora.
-No sé, Señora.
-Sí, porque, según ella, tengo que procurar siempre que los vídeos que te obligan a hacer esto sean mucho peores que lo que te mande hacer. Los vídeos no, sino hacerlos públicos. Porque tú no eres uno de esos que salen en los relatos en internet que gozan y se excitan y quieren seguir siendo esclavos.
-No, no señora.
-Pero podría mandarte a la compra, porque siempre podrás dar alguna excusa de disfraces o lo que fuera, y eso sería preferible a que te vieran follando con un perro.
-Sí, señora.
-Bueno, seguiré investigando. Tenemos quince días de prueba. Hoy, como ibas a venir tú, no me he molestado en recoger y limpiar la cocina. Y cuando la tengas bien limpia, en el cuarto de la lado, tienes la plancha y un montón de ropa. Hoy es día de plancha, andrés. Vamos a ir viendo si los mil euros que piden por ti merecen la pena.
Se levantó y me llevó a la cocina.
-Por cierto, tu hora de entrada la vamos a cambiar. Vas a venir a las cuatro, que hoy he tenido que esperarte mucho tiempo. Y para salir no vamos a poner hora. Cuando vayas terminando.
Ese día todavía la noté cortada, y a las ocho y media estaba en mi casa, pero fueron pasando los días, y ella se fue acostumbrando a tener a alguien que le hacía todos los trabajos de la casa, incluso la cena y recoger y limpiar después de la cena, y ya no volvía a mi casa hasta las once o las doce, lo justo para descansar un poco y dormir hasta el día siguiente. Nunca me castigaba, simplemente me decía cómo tenía que hacer las cosas, como le gustaba la comida que le preparaba, como tenía que planchar, limpiar los cristales, quitar el polvo, fregar los suelos.
Puede que mi exnovia y su amiga tuvieran gustos sados, y Teresa no, y se notaba, pero también era evidente que le encantaba tener una criada en casa.
Habían pasado quince días, yo ya me había cambiado en el cuarto de la cocina cuando Teresa me llamó.
-Tenemos que hablar. Y creo que te tienes que poner de rodillas.
Me puse de rodillas ante ella por primera vez.
-Las manos atrás. La cabeza inclinada.
Hice lo que me decía, y esperé.
Se me acercó.
-Así tienes que estar cuando te presentes ante mí, porque desde hoy ya no me vas a llamar Señora, sino Mi Señora. Sí, Andrea, ya eres mía. Te he comprado.
Debería respirar aliviado, porque ya no estaba en manos de una sádica, pero nada de aquello me aliviaba.
-Con estos tortazos, levanta la cara -la estaba levantado cuando recibí el primer bofetón de mi nueva dueña-, te conviertes -me dio el segundo- en mi esclava. Esto lo leí por ahí y me hizo mucha gracia. ¿Estás contenta de que te haya comprado?
-Sí, Mi Señora.
-Pues hala, a trabajar, que tienes muchas cosas que hacer mientras yo descanso un poco.