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Cazado 6. Final con Alicia y anuncio inesperado

en Dominación

Me despertó un ligero empujón de Alicia:
-Arriba, que los mayores madrugan. vístete bien, y levanta primero a mamá, y luego al tío.
Me levanté corriendo, obedecer de inmediato era mi intención para todo el día.
-Coge unas bragas limpias del cajón de abajo de la mesilla.
-Gracias, Señora. Muchas gracias por todo.
-Jejeje -rió entré las sábanas-, no seas zalamera, que no te va a servir de nada.
-Sí, Señora.
Me puse unas bragas de Alicia, y corrí al servicio y al salón en busca del resto de mi uniforme. En unos momentos estuve listo, desde las medias hasta el delantal y una cofia en la cabeza. Eran las siete de la mañana del sábado y empezaba mi nueva jornada.
Fui a la habitación de María.
Ya estaba despierta, pero sin ganas de juerga. La ayudé a levantarse, cogió ropa y la llevé al servicio. Le quité el camisón y las bragas y se sentó en la taza. Cuando terminó la limpié con mi lengua. La ayudé a entrar en la bañera, donde se sentó en un taburete de plástico blanco. Le lavé la cabeza y el resto del cuerpo.
-Límpiame bien los pechos, Andrea, bonita, que como ya están algo caídos...
Más que caídos estaban tirados del todo, pero se los limpié y masajeé bien. Ella se sentó de espaldas al borde donde yo estaba, cerró la ducha.
-Bien de gel, Andrea, y sigue.
Desde atrás, la abrazaba y moldeaba sus pechos con mis manos, mientras ella se acariciaba el clítoris. cuando llegó al orgasmo me ordenó parar.
-Ya puedes aclararme. Hacía mucho mucho tiempo que no me despertaba tan agradablemente.
La ayudé a salir y la envolví en una toalla, le sequé el pelo. Le puse sus bragas, con una compresa, el sujetador y una combinación. En su habitación terminamos con unas medias y una blusa y una falda.
-En un vaso en el servicio están mis dientes. Acláralos bien y me los traes.
-Sí, Señora.
-De uno en uno, y en la boca, Andrea, como si me estuvieras besando.
Miré la dentadura de la vieja, en el vaso, en el líquido verdoso que utilizaba para limpiarla.
Cogí una de las mitades, la enguajé bien, me la metí en la boca, aguante las arcadas que me produjo su tacto.
María me esperaba de pie, me acerqué y cuando fui a sacar su dentadura, me detuvo.
-No, mi niña. Colócamelos con tu boca, con tu lengua, besándome, en un precioso acto de amor.
Y pegó su boca a la mía, pero cuando pasé la dentadura a su boca, aquello no había manera de que encajara. Me la devolvió y se apartó.
-No me parece mal, para ser la primera vez. Ya verás como las próximas veces te sale bien. Tienes que colocarla en tu boca al revés, para que al pasar a la mía encajen perfectamente, y puedas colocarlos con tu lengua. Colócatelos, anda, sin manos, claro.
Le di la vuelta como pude, sin dejar de pensar en lo que tenía en la boca, sus dientes, y que los estaba saboreando como si fueran un caramelo. Cuando me pareció que estaban bien, me acerqué a besarla, y entonces sí pude notar que aquellos, que eran los de abajo, encajaban. Presioné todo lo que pude con mi lengua, y ella quedó satisfecha.
-Ve a por los otros, a ver si ahora te sale mejor.
Como ya sabía lo que iba a pasar, esta vez me los metí bien colocados en mi boca, y al primer beso, los encajé en su sitio.
-Muy bien, me gusta esta confianza. Ahora ve a prepararme el desayuno, café, zumo y tostada. Y llévate las bragas que me he quitado, sin manos.
Las bragas estaban en el suelo. Me puse a cuatro patas y me incliné hasta cogerlas con los dientes.
-Notarás que están muy húmedas, porque por la noche no me gustan las compresas, pero ya sé cuánto te gusta saborear mis jugos. Métetelas del todo en la boca, y no las saques hasta que alguno te lo digamos.
Me las metí por completo en la boca con la sensación de que incluso goteaban pis, pero no quería pensar en nada. Todo eso, por lo menos, no dolía.
Le preparé el desayuno y se lo serví, con guantes, en el salón.
-Tendrás que ir a levantar al Señor.
Asentí con la cabeza, me incliné, y me fui al cuarto de Mario, a ver qué sorpresa me aguardaba.
La sorpresa fue su polla, que se notaba en el pantalón del pijama cuando se sentó al borde de la cama, bastante dura para lo que yo esperaba de su edad.
-Qué viciosa eres, andrea, siempre con algo en la boca. ¿Qué llevas, las bragas de mi hermana?
Asentí.
-Seguro que esto te gusta más. Déjalas en el suelo y ven a ver si me puedes relajar.
No me atreví a dejarlas caer, así que me incliné hasta el suelo para dejalas, y luego, de rodillas, ponerme entre las piernas del señor para mamarle su picha.
-Eres una asistenta perfecta. Con tu uniforme, tu cofia, tu delantalito y tan obediente. Así tenían que ser todas.
Seguía hablando mientras yo me dedicaba  a hacer crecer aquello, y excitarlo acariciándole muslos e ingles. Se corrió en mi boca, y me ordenó después recoger otra vez las bragas.
-No es mala idea que las tengas todo el día ahí, así estás más calladita. Creo que prefiero ducharme yo solo, vete preparando el desayuno.
Alicia se levantó sin mi ayuda, y también estuvo de acuerdo en que debía llevar las bragas de su madre en mi boca. Así me pusieron a limpiar a fondo toda la casa.
A media mañana, se fueron las señoras a comprar, y quince o veinte minutos después, Mario vino a por mí.
-Ven, Andrea, que nos vamos de paseo. Pero no vas a ir así vestida, mujer. Quítate la cofia y ponte este pañuelo, como si fuera una diadema, con el pelo bien recogido hacia atrás, que quede tu carita limpia, bien visible, jeje.
Doblé el pañuelo, muy fino, de raso o seda, de fondo rosa y dibujos blancos y rojos, de esquina a esquina, y me lo puse como él decía, sujeto con un par de horquillas, y con las bragas en la boca, que procuraba mantener bien cerrada, con el uniforme de chacha, me sacó de casa.
-La cabeza bien alta, Andrea, orgullosa de lo que eres.
Era una urbanización, y no había mucha gente, pero había. Me morí de vergüenza cada vez que nos cruzábamos con alguien, porque todos se me quedaban mirando, se notaba a la legua que era un hombre, ni siquiera me había afeitado.
Al terminar la calle, en un callejón, había un coche aparcado, y Felipe fumaba a su lado. Me entraron temblores.
-¿donde vamos? -preguntó Mario.
-al campo, ¿no te gusta el aire libre con un día como este?
Felipe levantó el capó del maletero.
-Adentro, Andrea.
Me metí de inmediato. Lo último que quería era enfadar a aquel hombre.
Cerró el maletero y nos pusimos en marcha. fue un viaje breve. en seguida noté que andábamos por caminos sin asfaltar, y al poco rato, el coche se detuvo. Abrieron el capó.
-Sal, perrita.
¡Perrita! Me acordé de mi aventura con el perro de mi exnovia, y aquello me pareció dulce comparado con esto, seguramente porque ya había pasado, y aquí todo estaba por llegar..
En cuanto estuve de pie, Felipe me colocó un collar de perro con una cadena colgando.
-Desnúdate. Menos el pañuelo, te queda muy femenino. ¿Qué llevas en la boca? -se lo enseñé-. Unas bragas. Estupendo.
Me desnudé como me había ordenado. Me tiró un extraño vestido.
-Póntelo.
El vestido de color rojo, largo, hasta los tobillos, ceñido en la cintura, con varias capas en la falda acampanada, y ajustado por arriba, con pequeñas mangas que solo tapaban los hombros. Y botones en la parte de atrás.
-Como ves, es un vestido de damita de hace un par de siglos. Le sienta bien a una esclava como tú.
Me abrochó los botones en la espalda.
-Levanta un poco la falda.
Me colocó unos grilletes en los pies que me permitían dar pasitos cortos. Estaba descalzo. Luego me esposó las manos a la espalda.
Agarró la cadena del collar y me llevaron por algunos senderos. Yo tenía casi que correr a pasitos. Los pies empezaron a notar de inmediato lo abrupto del camino.
-Hay que buscar un buen árbol. Me encanta hacer esto al aire libre, ¿no te parece, Mario?
-No sé. ¿No nos puede ver alguien?
-Puede, eso es lo emocionante. Mira, este sitio es perfecto. Podremos descansar en ese tronco, y ese árbol es genial. ¿Sabes lo que les encanta a estos maricas? Que les llenen los dos agujeros a la vez. ¿tú, qué prefieres, delante o detrás?
-¿delante o detrás?
-Sí, hombre, boca o culo.
-a mí ya me la ha mamado esta mañana, así que no creo que ahora pueda...
-Pues nada, siéntate ahí y sacátela. Ya verás que rica es la segunda.
Mario se sentó en un tronco caído, y se sacó la polla, completamente flácida.
Felipe me colocó frente a él y me empujó inclinándome hasta que apoyé mi cabeza sobre Mario, -sácate las bragas y déjalas a un lado-,  y tuve en la boca su pito blando. el primero se colocó detrás de mí y me subió el vestido a la espalda. Sus dedos se pasearon por mi culo y noté cómo lo impregnaba de alguna crema.
Me iban a violar a la vez por la boca y por el culo.
En cuanto sentí el capullo en el esfínter intenté relajarme, pero apenas me dio tiempo, pues me lo clavó con todas sus fuerzas de dos embestidas. Habría gritado, pero solo pude gemir.
-¿Has visto cómo le gusta?
Cuando lo tuvo dentro, fue moviéndose más despacio, como si no quisiera correrse. Y de repente, paró.
-Vamos a mejorarlo.
Salió de mí, y me obligó a incorporarme. Me empujó hacia el árbol que tanto le gustaba. Una vieja encina de tronco grueso.
Me pegó de frente contra el tronco, me soltó las manos y me obligó a abrazar el tronco. mis manos llegaban a tocarse al otro lado, pero eso no era suficiente. Sacó una cuerda, me ató una muñeca, la pasó por una rama alta y tiró hacia arriba de mí hasta que quedé de puntillas, para atarme la otra muñeca de forma que quedaba abrazado al tronco, medio colgado.
-Esto sí que les gusta. ser azotadas en un bosque, como si fueran damitas secuestradas. dios, qué asco.
Esa exclamación obedecía a lo que traía en una mano: las bragas que volvieron a mi boca.
Me veía en una escena de película. Con mi vestido de un par de siglos atrás, atada a un árbol y esperando... ¿qué?
Fue desabrochándome los botones de la espalda.
-Lo suyo habría sido romperlos para dejarte la espalda al descubierto, pero no quiero romper el vestido. Vas a ser castigada, esclava. Recibirás latigazos para que aprendas a ser obediente. ah, que eres obediente. Entonces vas a ser castigada para que lo sigas siendo.
apartó la espalda del vestido a los lados, dejándome la espalda al descubierto. Entre lo que me estaba haciendo, y lo que me esperaba, me fijé sin embargo en el tacto de las puntas del pañuelo sobre la espalda.
-Voy a hacerte una foto, estás muy apetecible.
Se apartó y me fotografió con el móvil. Después me la enseñó. Parecía que habíamos vuelto a la época de la esclavitud sureña. Se veía a una mujer con el largo vestido y un pañuelo en la cabeza de diadema, atada a un árbol, abierto el vestido por detrás, esperando los latigazos de su amo.
-Mira, esclava.
Se había puesto a mi lado. Se desabrochó el cinturón y lo fue sacando. De cuero negro y ancho. Me lo enseñó.
-Te voy a acariciar la espalda con él. Te va a gustar.
Busqué con la mirada a Mario, pero cuando lo vi fue peor. Él también se había quitado el cinturón.
Se pusieron los dos detrás y no tardé en sentir el primer azote, fuerte, duro, me cruzó toda la espalda. De inmediato otro, más suave, que seguro que era de Mario. Al poco rato ya todos me dolían lo mismo.
No sé cuántos fueron, hasta que oí a Mario decir: "Ya es suficiente, no queremos que sangre". Pararon, y pude relajarme y respirar, pero solo un momento, hasta que sentí a Felipe pegarse a mi espalda. Me fue subiendo el vestido hasta dejarme el culo al aire, colocó su picha, dura como una roca, y empujó.
Entró como una espada, como si me quisiera romper en dos. Y empezó un frenético metesaca hasta que con un par de duros empellones se corrió dentro de mí.
"Ya está", pensé, "Ya está".
Felipe se apartó y cuando creí que me iban a soltar, Mario ocupó su lugar. Su polla se había endurecido como la otra y repitió la función. Más larga, porque a este le costaba llegar, pero lo hizo. Atada a aquella encina me habían violado los dos.
Volvieron a abotonarme el vestido atrás.
-¿Una caña, Mario? Hay un bar por aquí cerca.
-¿Y andrea?
-La dejaremos aquí un rato, para que piense. No creo que pase nadie, y a la vuelta a lo mejor nos apetece otra vez...
Los sentí alejarse, dejándome atada al árbol, sin saber si quería que llegara alguien que pudiera desatarme, o no.
No apareció nadie extraño. Un rato largo después, Mario me desataba y sin esposarme esta vez las manos, desandamos el camino hasta el coche, yo siempre dando pequeños pasitos detrás de ellos, que tiraban de la cadena que colgaba del collar.
en el coche me desnudé y me volví a vestir de criada. Esta vez me dejaron sentar en los asientos traseros, y en cuanto llegamos a casa, "hasta luego", me dijo Felipe, tuve que volver a la plancha que había dejado a medias.
Luego vino la comida, que les serví como el día anterior, con guantes, mientras yo comía de sus sobras en la cocina, entre plato y plato.
Ya esperaba sesiones como el día anterior, para llevarlos a la siesta, pero nadie dijo nada.
Quise aprovechar el momento, a ver si se les olvidaba todo, y cuando terminé en la cocina, cogí bayetas y me puse a limpiar todos los cristales de la casa.
-Muy bien -me dijo María, que había llegado a donde yo estaba pasado ya un buen rato-, me gusta que las criadas tengan iniciativa. Pero tendrás que dejar los cristales que te quedan para después. Ven conmigo, andreíta.
Fuimos a su cuarto. Allí me dio el camisón que yo me había puesto por la noche.
-Desnúdate y póntelo. Yo prefería un hombre desnudo, pero dice Alicia que tiene que ser así, ante todo mujercita.
Se sentó en la cama y miró atentamente cómo me desnudaba y me ponía el camisón, "déjate el pañuelo".
-Ahora desnúdame, bonita. Yo sí puedo estar desnuda.
Le quité toda la ropa que le había puesto por la mañana.
-Los dientes, cariño, con la boca, que ya sabes.
Empezaba a estar acostumbrado a tener su dentadura en mi boca.
-ahora quiero que me hagas el amor, que me folles, como si fuera tu novia. Y con cuidado, que hace tiempo...
En ese diabólico fin de semana, esos eran los mejores ratos, aunque follar con una mujer de tantos años no fuera lo más deseable para mí. tuve miedo de que no se me empinara, pero pronto vi que no iba a tener ese problema.
Tras media hora de besos, caricias y toqueteos, la penetré, y se corrió un par de veces antes de que yo me corriera dentro de ella. Y todo había sido bonito y dulce. Ojalá hubiera sido así todo el fin de semana.
-Gracias, muchas gracias, Señora.
-No, gracias a ti, andrea. Dice Alicia que cuanto Teresa quiera venderte, intentará comprarte, y yo le ayudaré, no lo dudes.
-Muchas gracias, Señora -le dije, aunque no estaba nada seguro de estar agradecido. Si Teresa quería deshacerse de mí, quería comprarme yo, y veía que iba a tener que pujar mucho.
-Bueno, me vas a vestir para ir al salón, que no quiero perderme la función.
¿qué función? quise preguntarle, pero no me atreví.
La vestí, le puse los dientes, me ordenó quitarme el camisón y el pañuelo, y desnudo me llevó de la mano al salón.
Allí estaban, charlando y riendo, con sus copas en la mano, Alicia, Mario y Felipe. Y en el centro, de rodillas, con las manos atrás y la cabeza inclinada, otro joven desnudo, como yo.
-Ponte ahí, de rodillas, al lado de David, y como él -me ordenó Felipe.
Me puse a su lado, de rodillas, la cabeza inclinada, las manos atrás, y esperé.
No mucho rato después, Felipe le dijo a mi acompañante que se vistiera.
Este se levantó, cogió una pequeña maleta que había cerca de la entrada, y la abrió sobre la mesa.
De reojo, y a duras penas, pude ir viendo lo que se iba poniendo, muy despacio, como si fuera una función de streeptease al revés: Unas pequeñas bragas de color turquesa, con encajes y adornos dorados, y pequeños colgantes que parecían metálicos, también dorados; un sujetador a juego con las bragas, con los mismos dorados; una falda de velos turquesa, hasta los pies, con más colgantes dorados, unos zapatos de tacón, con la punta doblada hacia arriba, como unas babuchas; un velo blanco tapándole la cara, excepto los ojos, y otro velo del mismo color turquesa, que se colocó con una diadema en la cabeza, velo que lo cubría por completo por detrás. 
-Andrea, levántate para David te convierta en otra odalisca.
cuando me levanté vi ante mí a una mujer árabe que me esperaba con unas braguitas como las suyas, pero verdes. Poco a poco, dando vueltas a mi alrededor, y tocándome con las telas y con sus manos, David fue vistiéndome hasta que me convirtió en otra mujer como él, con las braguitas, el sujetador, la falda de velo que caía hasta los pies, los zapatos árabes, el velo que me tapaba la cara y el otro velo, enorme, cubriéndome por la espalda desde la cabeza a los pies. Otra odalisca. ¿Qué habían pensado?
Después vi que volvió a arrodillarse donde había estado, y yo hice lo mismo.
-Muy bien -dijo Felipe, sentado con todos los demás entre el sofá y los sillones-. Ahora queremos un buen espectáculo que no dudo que nos daréis. Sois dos bailarinas árabes, dos odaliscas, un poco lesbianas y un poco guarrillas. Bailaréis al son de la música una danza del vientre muy especial, porque al mismo tiempo sentiréis la poderosa atracción del sexo entre vosotras. Al terminar, dentro de una media hora, los espectadores votaremos quién ha puesto más interés en dar espectáculo. La ganadora nos servirá la cena y lo que se le diga. La perdedora será atada y amordazada y esperará de rodillas al final de la velada para que me la lleve a casa, la cuelgue de una viga y me entretenga esta noche.
Ya me vi colgado y abrasado a latigazos. Por mucho que me esforzara, ¿qué sabía yo de bailar como una árabe?
Pero Felipe no había terminado. Se levantó y vino hacia mí, con más velos o fulares en la mano.
-Pero como aquí ya sabemos que el jurado conoce a una de las bailarinas, y podría sentir alguna predilección por ella, tenemos que darle alguna ventaja a David.
Se agachó detrás de mí, tiró de mis brazos hacia atrás y me ató desde las muñecas a los codos.
-No te preocupes, Andrea, se puede bailar sin brazos.
Me cogió los tobillos y también me los ató, dejando apenas un palmo de juego entre ellos, para que pudiera moverme.
-Hay que tener cuidado, no te caigas, jajaja.
Empezó a sonar una música árabe, y vi como David empezaba a moverse, levantarse, su vientre se mecía al ritmo de la música, sus brazos iban arriba y abajo... y yo intentaba levantame y era imposible. Me movía allí, de rodillas, y resultaba patético.
David se acercó por atrás y me rodeó con sus brazos, sin dejar de bailar, me apartó el velo y me besaba en el cuello, me sobaba las tetas, el sujetador. Lo veía, era perfecto. Bailaba y era una lesbiana perfecta y yo... yo me veía toda la noche colgado en casa del amo.
Se puso frente a mí, se quitó el velo que le cubría la cara, se puso de rodillas, siempre bailando, hasta a mí me gustaba, me quitó el velo de la cara, se pegó a mí, me abrazó con sus manos en mi culo y me besó, despacio, profundo, largo.
Se separó, se levantó y tiró de mi hacia arriba. Volvió a pegarse a mí.
Ahora sí, ahora yo podía moverme, a su ritmo, intenté encontrar su boca, pero no se dejaba. Se movía con mucha experiencia. Yo intentaba imitarle, con mis brazos atados, con mis pies atados, era casi imposible.
Abrazado, fue bajando por mi cuerpo hasta que estuvo de rodillas, paseaba sus manos por mis piernas, por encima de los velos de la falda, y después por debajo, subía sus manos hasta llegar a mis bragas, que bajó un poco, para agarrar su picha, me miró sonriente, apartó mi falda y empezó a comerme la polla. Me hubiera gustado sacarla, pero me daba miedo caerme, me hubiera gustado ser yo el que mamaba, pero no podía, no podía nada más que moverme y poner cara de estar disfrutando.
De pronto se me ocurrió que, si David no me iba a dejar, podía buscar en otro sitio.
Con pasos minúsculos, intentado moverme como si bailara, me aparté. david, sorprendido, no reaccionó.
Seguí moviéndome, "bailando", y me dirigí hacia donde estaba Alicia, la más cercana. Todavía sentí las manos de David en mis piernas, pero me alejé de él, supuse que se levantaría y me buscaría, pero yo había llegado a Alicia.
Me contoneé para meterme entre sus pierna y allí me dejé caer de rodillas, la miré suplicante. Estaba quieta, pero no se apartaba. Tuve suerte porque la falda que llevaba era amplia y por las rodillas. Me incliné hasta meter la cabeza bajo la falda. Fui lamiendo sus medias hasta la blonda, y luego los muslos. Ella se abrió más y pude llegar a sus braguitas, que aparté como pude con los dientes y la lengua, hasta poder lamer su clítoris.
Ella de inmediato apretó mi cabeza contra su sexo, y por detrás sentí las manos de David, que tiraban hacia arriba de mí, hasta enderezar las piernas. Me apartó la falda. Sentí su lengua en mi culo, y me gustaba, pero seguí con Alicia hasta que se corrió y me apartó suavemente.
Volví a caerme de rodillas, me giré deprisa y me encontré con la entrepierna de David. No lo pensé. Abrí la boca y tragué el velo de la falda y al otro lado del velo, su polla, enorme, dura, durísima, que me metí en la boca, siguiendo el ritmo de su vientre. A David aquello le debió gustar, porque fue levantándose su falda hasta ofrecerme su miembro que seguí chupando con furia. Se corrió en nada y dejé su semen en mi boca entreabierta. Me aparté y mirándolo fui tragándomelo.
Y la música paró.
David cayó de rodillas, como estábamos al principio, y yo lo imité, pero pegado a Alicia, porque me parecía que mi única posibilidad era ella.
Felipe y Mario votaron por David, claro.
Miré lloroso a los ojos de Alicia.
-Yo creo que Andrea se ha esforzado muchísimo, incluso atada, así que mi voto es para ella.
Y María añadió:
-Yo quiero dormir con alguien, aunque no sepa exactamente si es hombre o mujer. Así que voto por Andrea.
-Entonces hay empate. Habrá que ver...
-No, Felipe. en caso de empate, mi voto vale por dos, porque hoy es mía.
A felipe se le vio contrariado, se levantó y se acercó a David, al que propinó un bofetón que lo tiró por el suelo.
-Esta noche te vas a acordar, inútil.
Me quitó los velos y fulares que me ataban y con ellos ató a david, desde el cuello, hasta los brazos por atrás y hasta los tobillos. Después lo tapó con el velo.
-Luego hablaremos, bueno, tú no vas a hablar mucho.
El resto de la velada fue una balsa de aceite para mí. Con mi traje de odalisca, con mi velo tapándome la cara, y el otro cubriéndome por completo por atrás y, eso sí, con guantes, les serví la cena, aguanté con sonrisas los pellizcos de Mario y las caricias de María en el culo, recogí todo, limpié todo, y acabé en la cama con María, las dos en camisón y abrazadas. No me ordenó nada, solo que la acompañara.
Y el domingo me levanté temprano, me puse mi uniforme, levanté a los viejos, le hice una paja a él, los bañé, los vestí, y lo mismo con Alicia. Y trabajé y trabajé en la casa, siempre con miedo de que en cualquier momento vinieran a por mí para alguna sorpresa, pero Felipe debía estar muy ocupado con David.
Preparé la comida y se la serví. Por la tarde, los viejos se fueron de paseo, me quedé solo con Alicia, que ni me miró. Quedaban muchas cosas que hacer, muchos cristales que limpiar, mucho suelo por fregar, armarios que limpiar a fondo... No paré en toda la tarde, y así pasó volando, sin que hubiera más sexo.
Cenaron y Alicia me ofreció a Mario, que me llevó a su cuarto cuando se iba a acostar, pero solo para hacerle una mamada.
Volví a dormir con Alicia, y el lunes por la mañana pude regresar a mi casa, a cambiarme para ir corriendo a casa de Teresa.
-Me ha llamado Alicia y me ha dado la nota, Andrea -me dijo mientras salía de la ducha y yo la secaba amorosamente-. ¿Estás preparada para otro castigo?
No me lo podía creer, pero sí me lo había temido.
-Sí, mi Señora -dije resignado.
-Pues no hace falta, mujer. Has sacado un diez. Alicia ha quedado encantada, dice que se lo has hecho pasar muy bien y que nunca había tenido la casa tan limpia. Me gusta que me dejes bien, así que hoy tendrás el día libre.
-Gracias, gracias, Señora, pero, si no le importa, vendré para servirle la comida.
-Jajaja, qué atenta. No, mujer, hoy como fuera. Tú aprovecha para ir a ver por internet algunos vestidos...
-sí, Señora.
-...de novia.
Me quedé helado.
-¿De... novia?
-Sí. Necesitaremos dos, claro. Y no racanees dinero, que tenemos que estar elegantes, yo al menos.