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Hoy dormirás conmigo

en Amor filial

Miro la tele sin saber realmente qué estoy viendo, donde alguien parece empeñado en venderme un producto mágico de limpieza. Esbozo una sonrisa y pienso en Rafael: a ella le vendría bien ese producto. Pero rectifico: no, no le vendría bien, a ella le gusta frotar bien todo, desde los cacharros y la encimera en la cocina con el estropajo azul, hasta las braguitas con sus manos, cuando parece que más que lavarlas las acaricia.

Es muy tarde. Supongo que a todas las hermanas les pasa lo mismo. Te crees que siempre la vas a tener a tu lado, que siempre va a ser tuya, tu niño obediente de pequeño, tu niña sumisa cuando va creciendo, la que se deja aconsejar, al que le gusta que su hermanita lo mime, el que soporta orgulloso y con lágrimas de niña las azotainas cuando se porta mal, el que mima a su vez a su hermana para que ésta le perdone cualquier error; pero de repente, llega un día en el que ha crecido, en el que ya no es tuyo, en el que otras personas reclaman su atención.
Hoy, mientras miro la tele sin saber qué veo, espero su vuelta a casa después de su primera cita con una chica.
Sonrío de nuevo, tristemente, al pensar en el momento en que me pidió permiso para salir con ella. Yo leía tranquilamente en el sofá, y cuando ella terminó de recoger y fregar todo lo de la comida, barrer el salón, pasar la fregona por la cocina, sin quitarse siquiera el delantal se vino a poner de rodillas delante de mí y a masajearme despacio las piernas y los pies. Yo se lo agradecí porque realmente aquella mañana había sido dura en la tienda, y en media hora tendría que volver. Le di las gracias por su atención y me incliné para acariciarle la cara.
—María —me dijo entonces—, tengo que pedirle a usted una cosa. Hay una chica...
No hacía falta que me dijera más. Sabía que ese día tenía que llegar, aunque nunca había perdido las esperanzas de que no sucediera. Pero no podía negarme. Es inútil ir contra la naturaleza. Ya tiene dieciséis años. Pero no se da cuenta de que yo tengo ya treinta y cinco y llevo quince cuidándolo, desde que nos quedamos solos. He dedicado mi vida a él, y ahora hay una chica... como si yo no fuera una chica...
La llamó y quedaron para hoy, viernes. Hoy Rafael se ha esmerado como nunca en casa. Y después de dejarme la cena preparada, y rogarme que después de cenar no me ocupara de nada, que todo lo limpiaría él al volver, se vistió casi como un perfecto caballero para ir a su cita. Casi como un perfecto caballero, porque tenía que llevar braguitas, puesto que no tiene calzoncillos, pero le vi escoger las menos llamativas, unas negras de lycra que en última instancia podrían parecer un slip, o un inocente error. ¿vas a llevar bragas a tu cita, Rafael? La pregunta es perversa, porque no tiene otra cosa, pero su contestación me duele: estas son como un slip de chico...
Ahora lo estoy esperando mientras en la tele alguien quiere demostrarme las propiedades, también mágicas, de una pintura para coches que los protege hasta del fuego.
Por fin oigo la puerta de la calle, y medio minuto después, Rafael entra en el salón. No trae muy buena cara, pero no se lo menciono. Me saluda y se sienta a mi lado, se acurruca contra mí y le acaricio la cara como a ella le gusta.
—Has vuelto pronto —le digo.
—Ella quería ir a bailar más rato, pero yo tenía ganas de volver.
Me acaricia la cara, me besa cerca de los labios, y otro en la comisura, dejo caer mi mano sobre su picha, crecida, dura, pero no sé si por mí, o por ella.
—Pues si tenías ganas, has hecho bien, pero ya sabes que no tienes que preocuparte por mí.
Miro a la mesa, ella sigue mi mirada y ve que siguen ahí todos los cacharros de la cena.
—No me gusta dejarla sola tanto rato, María, y además tenía cosas que hacer aquí.
Lleva su mano a mi sexo y lo acaricia. Acaricio su picha, más grande, más dura, sé que es por mí, sonrío por dentro, pero me aguanto y seria le digo:
—Ahora podrás hacerlas. Ve a cambiarte, anda.
Rafael me besa primero las manos, y luego se agacha para besarme las zapatillas, antes de levantarse para ir a su cuarto.
Cuando regresa para que yo dé mi aprobación lo veo guapísima. Se ha puesto el uniforme de raso negro y puntillas blancas, el de las ocasiones, unas medias negras muy finas, con la costura milimétricamente recta, el delantal también de raso pero blanco, igual que la cofia y los guantes. Y los labios delicadamente pintados con carmín rojo. Se coloca delante de mí, y al subir su falda para hacer una reverencia veo que lleva también la combinación. Por fin, se vuelve de espaldas y levanta falda y combinación para que vea sus braguitas blancas de niña pequeña. Da igual la hora que sea, ella quiere contentarme, seguro que quiere que su hermanita la folle.
Está claro que quiere hacerse perdonar.
—Muy bien, Rafael. Date prisa, que tengo sueño.
Durante veinte minutos, Rafael recoge, friega y limpia hasta dejar el salón y la cocina impecables. Apenas ha hecho un ruido y yo he podido seguir viendo en la tele las increíbles propiedades de un robot de limpieza al vapor que yo, desde luego, no necesito, aunque empiezo a preguntarme si no lo necesitaré pronto. Eso me pone un poco triste y hasta me enfada, y cuando Rafael vuelve a presentarse para decirme que ya está todo y me pide permiso para acostarse ¡conmigo!, le digo que no. Va a notar que hay cosas que no se le pueden hacer a una hermana sin recibir un castigo.
Me levanto del sofá y me siento en una de las sillas. Con la mirada, indicó a Rafael que escoja una de mis zapatillas. Veo cómo aparece el miedo en su mirada, el horror. Seguramente ha vuelto pronto de su cita pensando no habría castigo, puesto que me había pedido permiso, y por la misma razón se ha vestido de chica con todo primor y delicadeza. Ha recogido todo y ha fregado y ha limpiado procurando ser rápida, eficaz y silenciosa, también por el mismo motivo: hacerse perdonar esa pequeña infidelidad a su hermana. Y ahora pensaría que ya sólo le quedaba atenderme amorosamente para acostarme. Por eso tiene esa mirada de susto, de miedo ante el castigo que le espera. Sin decir ni una palabra y con las lágrimas a punto de salir, se arrodilla ante mí, levanta mi pie derecho y me saca la zapatilla. Es una zapatilla fina y con la suela dura, las que más le pican, las que más teme. La huele, limpia la suela con su lengua, saborea el interior, y me la tiende con ojos llorosos. Todavía espera mi perdón, pero yo estoy seria y no hago ningún gesto cuando la cojo. Se baja las braguitas, se sube la falda y la combinación, y se inclina de lado sobre mis muslos, enseñándome su culo preparado para la lección.
Con mi mano izquierda le sujeto la espalda con fuerza contra mi regazo, y con la derecha empuño la zapatilla con la que empiezo a castigarle las nalgas.
—Te mereces un azote, Rafael, por cada minuto que me has hecho esperar desde que acabé de cenar hasta que recogiste la cena. No me importa que mi hermanito salga con amigas, pero no está bien que la criada deje todo tirado por ahí. La próxima vez que salgas, recuérdalo. Una criada -no le gusta que le llame criada, dice que todo lo hace porque es un buen hermano- sólo sale de casa cuando está todo hecho, todo, y vuelve inmediatamente para que su ama no la eche de menos.
Como es su deber, va contando los azotes y dándome las gracias: uno, gracias, María, dos, gracias, maría, tres, gracias, maría. Lo azoto con más fuerza cada vez, y él sigue dándome las gracias. Su culo se pone muy rojo, y él da un respingo en cada golpe, pero nunca olvida darme las gracias. La oigo sollozar, y sigue dándome las gracias. Son muchos años, desde que nos quedamos solos y yo no quería tener un hombre en mi casa. Hace mucho tiempo que empezó a llevar siempre braguitas, a cambiarse de ropa en cuanto llegaba a casa, a dormir con camisones, a mear siempre sentado, a recibir todos los días azotes en el culo. Lo he educado bien y ahora sigue dándome las gracias.
Cuando me canso, nos ponemos de pie, y le seco las lágrimas con su delantal. Él no se atreve a levantar la cabeza, avergonzado. Y yo lo acaricio con cariño mientras lo llevo a mi cuarto.
—Ya pasó, bonito, no llores más. Sé ahora un buen hermano y ayúdame a cambiarme para ir a dormir.
Sé que eso le encanta, e inmediatamente se le ilumina la cara. Poco a poco, me va quitando la ropa sin perder ni una oportunidad de acariciarme y mimarme. Por fin me pone un camisón de seda rojo, largo y de tirantes, que ha elegido de mi cajón porque allí doblado al lado hay otro igual, pero blanco, que es suyo. Veo en su mirada su deseo de vestirse así y de acostarse conmigo esa noche.
No digo nada, pero empiezo a quitarle su uniforme, la combinación, las braguitas, las medias y el sujetador. Él ya ha olvidado los azotes y ahora espera follar con su hermana. Saco del cajón el camisón que desea, miro cómo Rafael se pone contenta, pero inmediatamente vuelvo a guardarlo. Veo su decepción pero tiene que ser así, para que aprenda. Saco un camisón de niña, de batista, rosa y con florecitas, con tirantes gruesos y unos lazos por delante, y se lo doy para que se lo ponga ella sola. Sé que ese camisón no le gusta, porque lo hace más niña, a pesar de ser ya mayorcita.
—¿Quieres acostarte aquí, Rafael?
—Sí, por favor, maría.
—Vale, pero antes, dame la otra zapatilla.
Otra mirada de miedo. Esto sí que no se lo esperaba. Se lo tiene merecido. Yo me siento en el borde de la cama. Coge casi temblando la zapatilla izquierda, la huele como la anterior e igualmente saborea el sudor de mis pies, limpia la suela con su lengua, le veo lágrimas en la cara, y me la tiende, mientras se levanta el camisón hasta la cintura y se inclina hasta apoyarse en mi regazo, ya llorando. No tengo ninguna piedad con su culo, por todo el rato que he estado esperándola mientras él andaba por ahí con su amiguita. Le doy otra tanda de fuertes azotes, mientras él sigue dándome las gracias entre gemido y gemido.
Al terminar dejo la zapatilla y lo incorporo. Cojo un pañuelo de la mesilla.
—Dormirás conmigo, Rafael, pero esta noche serás una niña buena.
Lo levanto, y le doy una botella con un litro de agua para que la beba toda. Sabe lo que eso significa y se pone más triste. A ver si se le quitan las ganas de andar saliendo con otras. Cuando ha terminado,  se tiende en la cama. Ya allí, levanto sus manos por encima de su cabeza y se las ato con el pañuelo a una barra del cabecero.  Le abro las piernas y le coloco un pañal de niña. Luego le coloco bien el camisón y le doy un beso en la frente. Todavía tiene alguna esperanza. Entonces le doy dos fuertes bofetones.
Doy la vuelta a la cama y me acuesto al otro lado.
—Hasta mañana, hermanita. Si tienes ganas de hacer pis, no me despiertes. Las niñas buenas no molestan a su hermana mayor.
—Sí, maría. Hasta mañana.
 
Me despierto tarde. Rafael está a mi lado, inmóvil y con los ojos abiertos. Me mira todavía con miedo de molestar.
-buenos días, Rafael.
-Buenos días, maría.
-¿Has sido una niña buena?
-No, maría. Lo siento mucho.
-¡¿Te has hecho pis en mi cama?!
-Sí...
Le desato las manos.
-Corre a limpiarte y vuelve con la vara.
Se levanta corriendo, y a los pocos minutos vuelve, en camisón, ya sin pañal, con una fina vara en las manos y cara de circunstancias. No se molesta en decir nada, pues conoce de sobra el castigo por hacerse pis.
Se arrodilla ante la cama, y me ofrece la vara con sus dos brazos extendidos hacia mí.
Me levanto y me paseo a su alrededor haciendo sonar la vara en el aire.
-Envidias mi camisón, ¿verdad? Su suave tacto sobre la piel, tan distinto del que vas a sentir con la vara. Pues estoy pensando en no dejarte poner nunca más ninguno así.
-No, por favor.
-¿No, por favor? ¿Y para qué los quieres? Si el niño ahora prefiere salir con cualquiera... ¿le vas a enseñar tus camisones a tus amigas? ¿y tus braguitas? ¿tus sujetadores, tus vestidos, tus faldas?
-No, maría. Perdóneme. Lo siento. No volveré a salir con ninguna. Quiero seguir siendo únicamente su niña.
-¿Mi niña? Si me quisieras un poco no me lo harías pasar tan mal. Prepárate.
Se levanta, coloca la almohada doblada en el borde de la cama, se sube el camisón de niña hasta los pechos y se apoya sobre la almohada, con los brazos extendidos a los lados, las piernas apenas tocando el suelo bien abiertas, y el culo en pompa, preparado para recibir el castigo.
Pero a mí no me basta. Tiene dieciséis años y ya me quiere abandonar. Y todos estos años de educación, y las ropas que le he comprado, y todo el cariño que he gastado en él... para que ahora venga cualquiera y se lo lleve! No, no me basta.
Me pongo al otro lado de la cama.
-Extiende bien los brazos en hacia acá.
Levanta la cara y me mira con miedo. Es muy raro que lo ate para recibir un castigo.
-María...
-¿Me vas a obedecer o te quieres ir de casa a saber donde?
Extiende los brazos y yo se los estiro más, hasta atarle una muñeca al cabecero de la cama y la otra a los pies, por el lado opuesto a donde él está.
Ahora apenas toca con los pies el suelo.
Vuelvo a su lado y sigo haciendo sonar la vara en el aire
-María... por favor... no volveré a hacerlo...
-Nada de maría, ¿qué soy ahora para ti?
-Señora, señora... no volveré a hacerlo...!!!
ZZAAASSS
El primer varazo corta lo que estaba diciendo y lo deja tenso, pero inmediatamente encoge las piernas.
Le doy dos golpes más, suaves, uno en cada muslo
-Las piernas bien abiertas.
Las vuelve a abrir con una marca en cada muslo.
-¿Qué es lo que no volverás a hacer?
-No volveré a hacerme pis, Señora.
ZZAASSS, ZZAASSSS
-Ahhhh!
-Silencio, Rafael, ¿qué van a pensar los vecinos?
Me acerco lo suficiente a su culo para que la tela de mi camisón acaricie su ingle y sus nalgas.
-Me parece muy bien que no vuelvas a hacerte pis en mi cama. Pero y la chica, ¿tampoco volverás a hacerlo?
-No, se lo juro, Señora, no.
- ¿cuando has quedado con esa putilla?
-No, no he quedado, Señora.
ZAAASS, ZAAASSS, ZZASSS, ZZZAASSSSS
-A mi no me mientas, Rafael. ¿Cuándo has quedado?
-La llamaría hoy, Señora, pero no voy a hacerlo.
ZZZASSSS ZZASSS ZZAASSS ZZZAAASSSS
-¡Cómo que no! Ahora voy a tener un hermano maleducado?
ZZAASSS ZZZAASSS ZZAASSSS ZZAASSS
Para entonces su culo es una masa rojijza llena de marcas más rojas aún. En cualquier momento sangrará, algo que yo no deseo. Él ya no dice nada, mientras sus piernas tiemblan esperando el siguiente azote.
Cojo el tarro de crema que tengo preparado, y empiezo a frotarle con ella el culo y las nalgas.
-Gracias... Señora...gracias.
-Pues claro, mi niña, pues claro. Ya has recibido tu castigo.
Meto mi mano entre sus piernas y le acaricio su picha.
-¿Te gusta, verdad, mi niña? Prefieres así, que sea como tu mamá y que te cuide.
-Oh, sí, Señora
-Mamá, Rafael, ahora soy tu mamá, la que te cuida y te educa.
-Gracias, mamá
-¿Te gusta que te acaricie tu pequeño pitilín, verdad?
-Sí, mamá, gracias.
-Aunque preferirías no tenerlo, verdad, hijita?
-Sí, mamá, preferiría no tenerlo, quiero ser tu niñita.
-Claro que sí, hijita.
En medio de las caricias, PPLLAASSS, un tremendo azote con la mano en el dolorido culo lo hace rebotar.
-¿Y se lo has dicho a tu amiguita? ¿Le has dicho que tú sólo deseas ser mi niñita? ¿Le has dicho que no quieres tu ridículo pito? Contesta ¿se lo has dicho?
PLLLAAAASS PPPLLAAASS PPLLLAASSSSS PPLLLAAASSS
-...ah.. no.. mamá.... 
-¡Señora!
-No, todavía no, Señora. Se lo diré, se lo diré hoy, Señora.
-Muy bien.
Vuelvo a acariciarle, también entre las piernas y su pito, y él se relaja.
Voy a su cuarto, cojo el móvil que tiene cargando en la mesilla y vuelvo con él.
-¿Como se llama tu putita?
-Rebeca, Señora.
Busco en el móvil.
-Vaya, qué raro, ni un mensaje, ni una llamada, ni un wasap. Ni siquiera está en los contactos. ¿Cómo la vas a llamar, Rafaelita?
Siento un leve sollozo, pero no dice nada. Me acerco y le agarro los huevos con fuerza.
-Me sé el teléfono, Señora -dice gimiendo.
Aprieto más.
-¿Y a qué esperas?
Me lo dice. Suelto sus huevos y lo tecleo en el wasap y aparece su nombre.
Tecleo "hola".
Contesta: "Buenos días, Rafa, te echaba de menos"
-Mírala. Te echaba de menos. ¿qué le contestas?
-Señora... por favor...
Cojo la vara y la hago sonar en el aire. Se la paso por el culo.
-Me lo vas a decir, antes o después de los azotes. ¿Qué le contestas?
-Yo a ti también -lo dice gimiendo, con miedo
-Claro, claro, aunque no sea verdad, hay que decir eso.
Lo tecleo, y añado "lo pasé muy bien ayer".
Le escribo como me suele mandar Rafael los wasap a mí, con todas las letras y sin mayúsculas.
Su respuesta llega en segundos: "Y yo. Todavía saboreo tu beso."
-Todavía saborea tu beso. Tu beso, Rafael.¡La besaste! ¿Y tú, todavía saboreas su beso?
ZZAASSSSSSS ZZZAASSSS ZZASSSS
-aaHHH
-¿y la vara, no te gusta saborear la vara?
ZZZASS ZZZAASSSS ZZZASSS
-¿ves? ¿ves lo que significa un beso?
ZZZAAAASSSS
-Perdón, perdón, no volveré a hacerlo...
Quiero romperle el culo a esa desagradecida, pero paro porque no quiero hacerle sangre.
Tecleo: "fue increíble"
Y añado: "tengo que cortar, voy a echar una mano a mi hermana María. ¿quedamos esta tarde?"
ella: "¿ya no tienes que salir a comprar unos gayumbos esta mañana?"
Al niño no le bastan las braguitas que le doy o que le compro.
Rafael me oye teclear y estoy segura de que está muerta de miedo de lo que esté escribiendo, pero no le digo nada.
-¿Vive cerca tu putita?
-Sí, Señora. Señora, ¿qué le está escribiendo? por favor, Señora, Rebe es una buena chica...
-¡Calla!
yo: "los voy a dejar para otro día. maría se va después de comer, ¿puedes pasarte por aquí sobre las cinco?"
ella: "¿por tu casa? no sé..."
yo: "si quieres, ni entras en casa y nos vamos a dar una vuelta, y si te apetece, podemos ver una peli..."
Tarda más rato en llegar la contestación.
ella: "de acuerdo, pasaré por ahí y ya veremos. beso"
yo: "bien! un beso."
Borro la conversación y apago el móvil.
Acaricio sus doloridas nalgas, sus muslos, su picha, con una mano y con crema, mientras con la otra le limpio las lágrimas.
-A las siete has quedado en su portal.
Levanta la cabeza y me mira asombrada. Mi niñita.
-Oh, maría... perdón... Señora...
-María.
-Oh, gracias, maría -es tan inocente.
Le sigo acariciando y ella se relaja. Noto como crece su picha, una picha que solo yo controlo.
Lo desato y le quito su camisón de niña.
-Gracias, maría, voy a ser tu niña y tu sirvienta, lo voy a hacer todo para que estés contenta.
-Por supuesto, mi niña, pero antes tienes que descansar, que el castigo ha sido duro.
Saco su camisón favorito, largo y de un raso muy suave, blanco, de tirantes, le gusta parecer una novia. En cuanto lo desdoblo delante de ella, su pito reacciona.
-Yo te lo pondré.
Le acaricio con la tela mientras se lo pongo, sobre todo entre las piernas.
-No hace falta, maría...
Lo acuesto boca arriba y yo me tiendo a su lado. Nuestras pieles se rozan a través de la tela de los camisones. Ella sigue boca arriba y yo me pongo de lado, con un brazo debajo de su cabeza, abrazándola, y la otra mano en su picha, sin dejar de moverla. Empieza a suspirar. Se vuelve hacia mí y nos besamos, nos besamos con furia, cruzamos las lenguas. Le subo poco a poco el camisón, me pongo sobre él y me meto su picha en mi coño, me corro, sé que ahora él es feliz, le pellizco suavemente los pezones, se va a correr, pero no quiero que sea dentro, porque hoy no le he puesto condón, me salgo, agarraro su polla con un kleenex, y lo masturbo muy despacio. Ella gime. Se corre en el kleenex gritando como una mujer. Le limpio bien y le llevo el kleenex a la boca.
-Tómate tu leche, mi amor.
-Gracias, maría.
Abre la boca y se lo meto. Le da vueltas en la boca, lo saborea, lo exprime hasta recoger cada gota y por fin se lo traga. Se queda adormilado.
Lo despierto media hora más tarde.
-Vamos, perezosa, que hay mucho que hacer.
Le doy su uniforme malva de florecitas, y cuando está vestida, le pongo el delantal.
El resto de la mañana lo pasamos limpiando la casa y preparando la comida.
Prepara la mesa para comer yo, pues cuando está de uniforme ella come en la cocina, pero hoy la dejo comer a mi lado, aunque eso sí, ella es la que se levanta contínuamente para servir la mesa.
Al terminar, recoge y limpia y friega, mientras yo me tomo el café en el salón. Son más de las cuatro cuando Rafael se arrodilla delante de mí y coge uno de mis pies para masajearlo y lamerlo. Sabe cuánto me gusta y se entretiene un rato largo. Luego el otro. Me sube el vestido y me abre suavemente las piernas.
-¿Quieres tenerme contenta porque te vas a ir con otra, eh?
-No, maría, no diga eso. Quiero hacerla feliz como usted a mí. La llamaré para decirle que no voy a ir.
-Espera. Queda mucho para irte. ¿Por qué no te duchas y te pones guapa para mí? Hoy no quiero que la criada me toque, pero sí mi niña.
-Claro que sí, maría.
-Yo te llevaré la ropa al servicio. ¿Quieres ponerte mi vestido nuevo?
-Oh, sí, gracias, maría.
-Vamos a mi cuarto para que elijas tú misma.
Coge un sujetador con las braguitas a juego, negros y de encaje, unas medias marrones de blonda, una combinación blanca, y el vestido nuevo, beige de raso y gasa, entallado en la cintura, con una amplia falda de dos capas, raso debajo y gasa encima, y las mismas telas fruncidas en el corpiño, ajustado y con anchos tirantes, con dos escotes triangulares, delante y detrás. Lo completamos con unos zapatos crema de tacón de aguja.
La dejo en le servicio con su música alta, como le gusta.
A las cinco y cinco suena el portero automático. ella no puede oírlo. Abro la puerta sin decir nada y espero que la putita suba.
Efectivamente, mientras sigo oyendo el agua de la ducha, me asomo al rellano y veo que el ascensor llega. Cuando la jovencita sale no le doy tiempo a decir nada.
-Rebeca, ¿verdad?
-...sí...
-Pasa, mujer, pasa.
Se la ve tremendamente cortada, porque no me esperaba a mí, pero no dice nada y pasa. Nos sentamos las dos en el sofá, una a cada extremo, frente a la tele, sin decir nada.
Al cabo de unos minutos, oigo abrirse la puerta del servicio.
-¿Estás, Rafael? -le grito.
-Ya casi, maría. ¿Me deja el carmín rojo?
-Claro, hermanita, claro.
Utilizo el femenino a propósito y miro a Rebeca, que me está mirando sin comprender nada. Le sonrío.
Unos momentos después, oigo los tacones por el pasillo, acercándose. Me levanto hasta la puerta y la veo venir. Mi niña está preciosa, vestida con lo que había escogido, con los labios suavemente rojos y un pañuelo también rojo de diadema sujeto por unas horquillas. doy dos pasos y dejo que se agarre de mi brazo.
-cierra los ojos, que tengo una sorpresa para ti.
Entra en el salón delante de mí. él no ve nada, pero rebeca se queda petrificada.
Llevo del brazo a Rafael hasta el sofá, justo enfrente de Rebeca.
-Arrodíllate, niñita.
-Sí, maría, lo que usted diga. ¿Estoy guapa?
-estás preciosa, Rafaelita. Ya puedes abrir los ojos.
Abre los ojos y se encuentra con los de Rebeca, alucinados. Casi se cae de espaldas. No sabe qué hacer con las manos, qué parte de su cuerpo y su ropa taparse.
-¡Rebeca!
Esta sigue petrificada, pero logra articular algo:
-¿Qué broma es esta?
-¿Broma? Para nada. Pero no te había contado Rafael...
-No, Rafael no me había contado nada. ¿Qué es esto, Rafael?
Rafael no acierta a decir nada, y soy yo la que habla:
-a veces pienso que Rafael es más niña que niño, desde pequeñito solo quería ponerse vestiditos. No veas lo que me costaba que se pusiera pantalones para salir a la calle. ¿pero de verdad que no te ha contado...? Cuando me dijo que ibas a venir y que quería ponerse guapa, yo creí que te había hablado del tema.
-Para nada.
-Pero si es toda una mujercita de su casa. A mí no me deja hacer nada. Lavar, planchar, cocinar, limpiar... todo. En cuanto llega a casa, lo primero que hace es cambiarse de ropa. Se pone uno de sus uniformes de chacha, que tiene tres, dos de quita y pon, no le gusta nada ponerse uno sucio, y otro más elegante para ocasiones especiales, y a hacer cositas. Hasta a coser está aprendiendo. bueno, y mucha más ropita, aunque este vestido que lleva ahora es mío, pero me lo roba en cuanto puede. Hermanita, le gusta que le hable en femenino, por qué no te das una vuelta por el salón, para que Rebeca te vea lo guapa que estás.
Rafael sabe que mis insinuaciones son órdenes, y se levanta para caminar de un lado a otro del salón.
-Es una broma, seguro.
-¿Tú crees? Rafael, enséñale la casa a Rebeca, anda.
-sí, maría -dice, a punto de echarse a llorar.
Rafael sale delante, y detrás, Rebeca y yo. Le enseña mi cuarto, el servicio que utilizo yo, el estudio biblioteca, y llegamos a su cuarto.
-Pasa, pasa, Rebeca.
La habitación está llena de detalles de niña, adornos femeninos, fotos de Rafael con vestidos desde muy pequeño. La cara de Rebeca es un poema.
-Vete enseñándole tu ropita. Empieza por la mesilla y no seas tan seca, niña. Ve explicando.
Rafael traga saliva y abre el cajón de arriba de la mesilla.
-Aquí... está mi ropa interior
-¿Qué ropa, Rafael?
-... braguitas y sujetadores...
-todo muy colocado, como ves, es muy detallosa.
-Aquí tengo combinaciones y camisones...
-Y un pijama, niña, que también tienes un pijama. enseñáselo.
Rafael saca un pijama de tirantes, de tul rosa, con unos pantaloncitos muy anchos de la misma tela.
-Pero casi no se lo pone, porque prefiere dormir en camisón.
-Y aquí están las medias y los pantys.
-¿Y en el de abajo? -pregunto.
Rafael lo abre y aparecen tampax, compresas, salvaslips... No dice nada.
-¿Ves? Ya te he dicho que le gusta ir muy limpia. Abre el armario.
El armario es de dos cuerpos. Abre el de la izquierda y allí está toda su ropa de chico. En el otro aparecen todas sus faldas, vestidos, blusas, delicados jerseys de chica, los uniformes... y en el cajón pañuelos, diademas, cofias.
rebeca, cada vez más interesada, va repasando las perchas, como si estuviera en una tienda.
-¿A que tiene buen gusto?
-Bueno, no es lo que a mí más me gusta, pero sí, es muy femenino todo.
-Claro, claro. ¿Por qué no volvemos al salón y que Rafael se cambie, se ponga su uniforme, y nos sirva un café?
-No, no. Yo me tengo que ir.
-ah, bueno. Si queréis os dejo solos, para que podáis charlar, o daros un beso de despedida.
-No hace falta, gracias.
No se despide de Rafael, que se queda en su cuarto. Pasa por el salón a recoger su bolso y la acompaño hasta la puerta.
-Siento que hay sido tan sorprendente, pero yo pensaba que te había dicho algo.
-Pues no, pero bueno, mejor es saberlo. adiós.
-Adiós.
Vuelvo al cuarto de Rafael y me quedo en la puerta.
-¿Ves, hermanita? no te entiende, no te conviene. ¿Para qué perder el tiempo con cualquier putita?
-María, no tenías derecho...
Doy dos pasos y le propino un sonoro cachete.
-¿Querías comprarte calzoncillos?
Zasss, otro tortazo.
-Muy bien, ¿tiramos toda esta ropa? ¿Quieres dormir con pijama de hombre y llevar siempre calzoncillos? Pues muy bien, sólo tienes que decirlo, ¿es eso lo que quieres?
-No, maría.
-¡Pues entonces! si tu amiga no se hubiera asustado tanto, si no hubiera salido corriendo... anda, vamos al salón, que estás muy guapa y quiero que mi niña me mime un poco. 
Me siento en el sofá y dejo que ella se acurruque de rodillas entre mis piernas, que me acaricia subiéndome el vestido. Le acaricio su pelo.
-Mañana iremos de compras, porque lo que sí necesitas es alguna camisa de chico, para el instituto. ¿Qué prefieres, una camisa o una blusa?
-Una blusa, maría, por favor.
Me río.
-Compraremos las dos cosas. La blusa que más te guste, y si quieres te la pruebas en la tienda.
-¿Yo solo, en el probador y con la blusa?
-¿Quieres?
-...sí...
-Además, ahora que tu amiguita irá por ahí contando cosas a lo mejor ya puedes llevar ropita de niña al instituto.
Sé que es algo que le volvería loco, pero no se atreve.
-No sé...
-Ya veremos. Y también habrá que comprar unos calzoncillos, claro, si crees que los necesitas. ¿O prefieres braguitas?
-Prefiero braguitas.
-Claro que sí, mi niña, lo que tú quieras. Lo que tú...
Para entonces ya tiene su boca en mi coño, y juega con su lengua. Me dejo hacer y en pocos momentos me corro de manera espectacular. Lo que le he hecho a mi hermano esta tarde me ha puesto a cien, y lo noto. Quiero relajarme un poco.
-Ve a mi cuarto, niñita, te desnudas y te pones tu camisón largo, y te acuestas boca abajo con brazos y piernas como nos gusta.
Lo sigo al cabo de un ratito. Me espera nerviosa, porque no sabe si voy a castigarlo.
Le ato brazos y pies a los extremos de la cama y le levanto el camisón.
-¿cuanto ibas a estar con ella? ¿tres horas, cuatro? Aquí vas a estar mucho mejor.
Le pongo un condón, aunque no creo que se corra, porque le ato el pito con un pañuelo, estrangulándoselo con todas mis fuerzas, y también los huevos. Anudo el pañuelo y dejo que los extremos acaricien su ingle. La picha empieza a crecer inmediatamente. Le doy crema en el culo y le meto un vibrador anal que sujeto con sus tres correas. Lo pongo a funcionar muy despacio y le bajo el camisón.
Me acuesto a su lado y busco su boca. Le doy un beso profundo y largo, muy largo.
-Hasta luego, cariño. Dentro de cuatro horas vendré, y si no te has corrido, te dejaré hacerlo dentro de mí.
-...ggracias...