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Cuentos de abuelo - Danusita

en Zoofilia

Por cuestiones de trabajo mi hijo tuvo que irse de viaje al extranjero. Al no tener con quien dejar a su perra, una linda labradora negra, adulta, de cuatro años, me la trajo a casa para cuidarla.

Apenas llegaron noté a Danusa rara, como acalorada y pedigüeña.

“Acaba de entrar en celo,” me explicó mi hijo, noticia que, en secreto, recibí con agrado. 

“Y eso les dura un par de semanas, ¿cierto, mijo?”

“Pues sí, papá. Por eso vas a tener que mantenerla encerrada en casa hasta mi regreso…”

Mi hijo se puso a darme infinidad de indicaciones a las que no presté atención por andar planificando una noche, de varias que tenía aseguradas, llena de placer con la perra. Acabada la letanía, mi hijo se fue al aeropuerto y yo, al fin, quedé solo con Danusa.

“¿Lista para pasar una semana bien sabrosa con este viejo?” pregunté a la bestia, sobándole la cabeza. Inocente, la perra me ladró y agitó la cola, contenta.

Fuimos a la cocina. “Andas de suerte, putica…” Di un vistazo a la carne que me había sobrado del almuerzo y volteé a guiñarle el ojo, “Soy un viejo calenturiento que tiene tiempos sin echar una buena cogida.” Agarré una taza del estante. "Es que a mi edad, feo, ajado, y limpio, pues… las mujeres se vuelven escasas, y las que acceden a echar un polvo o son pagas o me ponen condiciones – que si rapidito porque andan con pereza o me aceptan solo la puntica porque la tengo grande.” Serví un par de dedos de salsa. “Tú, en cambio,” me acurruqué frente a la perra, “Mmmmm… andas desesperada porque te den huevo, ¿cierto putica?” Le acaricie el cuello. “Mmmm, no hay hembra más sabrosa para meterle caña que una como tú estás ahora, con esa maluquera rica en el cuerpo.” El animal me lamió la cara. “Sí, mamita, me voy a aprovechar de esa calentura tuya,” le susurré amoroso, “la semana entera voy a ser tu perro y tú vas a ser mi mujercita…” Y contentos, nos fuimos al cuarto.

Me quité la ropa de a poco, excitándome con su mirar atento. “Danusita… Mientras mi hijo me habló, te estuve mirando la cuca, mamita.” Le perra dio un ladrido. “Síiii… se te ve rica… hinchada y babosa.” La perra me agitó la cola.

Desnudo, me senté al borde de la cama con la salsa en mano. “¿Sabes qué? Hace tiempos ando con ganas de una buena mamada.” Me la unté entre las nalgas y el hueco del culo, y me embadurné las bolas y la pinga.  Danusa me miró relamiéndose hambrienta.

“Quiero que me tiemples con tu boca para luego darte sabroso por el bollito.” Me eché de espaldas con el trasero al borde de la cama y las piernas dobladas al aire y bien abiertas. Alce la cabeza para mirarla. Ella permaneció quieta, sentada, esperando mi comando. “Ven, ¿qué esperas? ¡Hazme rico!” le ordené, dándome una suave palmada en el interior de los muslos indicándole que se me acercara.

Danusa, claramente novata en estos menesteres, vino despacio, insegura, mirando atenta mi entrepierna. Se detuvo un instante a olerme el ojete. "Oooooj," suspiré temblando emocionado lleno de anticipación al sentir su respiración entre mis cachetes. “Dale, perra…” le pedí con voz ahogada, “no me hagas esperar más y cómeme el culo…”

Complaciente, el animal hundió su hocico entre mis nalgas y comenzó a lamerme con desespero. “Oooohhh… síiiii… ¡SIIII!” gemí, emocionado al sentir su lengua culebrear entre mi raja, “que sabroso… coño, ¡que rico!” La miré a los ojos y, apretando y aflojando el ano, le rogué falto de aire, “El hoyo, putica… lámeme el hoyo, carajo…” Al sentir los movimientos de mi esfínter, Danusa se puso a hurgarme el hueco, frenética.

Me agarré las corvas y halé las piernas hacia mis costados. Arruché los dedos de los pies, lleno de deleite, “Oooh… Como he soñado con esto, mamita…” suspiré dichoso, “Eeeeeso… síiiiii… daaaaale… lámeme el ojete… uuuufff… síiiii… dale lengua a ese hueco,” le gruñí, excitado.

Luego de limpiarme la salsa del hoyo y las paredes de mi raja, poco a poco comenzó a ascender hacia mis bolas. “Uaaaauuuu… ¡que delicia! sí… eso… así perrita…” Emocionado, llevé una de mis manos a su cabeza y la retuve un instante in mi periné. Comencé a temblar tenso, muy estimulado, “Uffff… que divinura… ¡Que rico lames, Danusita!” musité, lanzándole besos enamorados. “De premio por estarme haciendo tan sabroso, voy a darte huevo por ese coño hasta pelártelo, putica…”

Liberé su cabeza para que continuara con su ascenso. “Mmmmjjjj… oooojjjj… OOOOOJJJ… pero, que hembra tan maravillosa eres, chandosa,” gemí, retorciéndome de gusto al sentir su lengua ascender por mi tranca hacia mi glande.

Al saborear mi jugo de pinga regado por mi cabeza, enroscó su lengua en mi bellota y me dio una larga y tibia lamida. “Uaaaauuuuuu… que rico, perra… ¡QUE RICO, COÑO!” grité dichoso, disfrutando intensamente de su caricia. Al momento sus lambidas me tuvieron a punto de reventar. “Ya, mamita… detente, Danusita…” le supliqué, agarrándome la pinga, apretándola con fuerza resistiendo mi venida. Ella, concentrada en lo suyo, siguió con su lengüeteo. “Mamita, ya, ¡para, que me vengo!” le dije en llanto pero ella, hacendosa, siguió dándome su rica comilona. Me tocó levantarme de la cama y alejarle la pinga de la boca para detenerla. “Ya, ¡Para!” espeté al poner distancia entre ambos. Al fin la puta comelona, se sentó quieta a esperar obediente mi siguiente comando.

Caminé por el cuarto para calmar un poco mi calentura. “Me has puesto demasiado excitado, putica,” le expliqué en tono consentido para no asustarla. Me acerqué a su cara y, lleno de lascivia, le golpee el hocico con mi verga, “Me tienes a punto de venirme en tu boca, perra de mierda, cuando lo que quiero es cogerte por esa la breva y dejarte la cuca cremosa…”

Danusa me miró con cara confundida.

“¿No me entiendes, mi niña?” le pregunté en tono consentido, agarrándola por el collar apretado a su cuello. “Reputa… Te voy a hacer comprender sin palabras…” le susurré con voz temblorosa, dando una palmada a la cama. “Ven… móntate… Acomódate para darte lo tuyo…”

Juiciosa, la perra se encaramó en la cama. “Ahora, ¡Échate!” le ordené, situándola con la panocha al borde del colchón.

Me coloqué de rodillas detrás de ella. “¡La cuca se te ve deliciosa, mamita!” le dije ñongo, acariciándole el lomo. La sensación de mis manos en su cuerpo estimuló sus ganas. Emocionada, echó a un lado la cola y comenzó a lloriquear, pedigüeña.

Lleno de morbo, le acaricié la vulva. Al sentir el roce de mi pulgar en su breva, comenzó a mover la panocha en espasmos. “Puuuta,” le susurré, echándole un escupitajo en la unión de los labios. “Quieres que te meta la pinga, ¿cierto mamita?” le pregunté morboso, agarrándome la verga por el tronco, frotándole mi frenillo en la vulva.

Mi roce alteró aún más a la perra. Danusa acentuó su lloriqueo y jadeó con mayor fuerza, manteniendo el palpitar de su breva, invitándome a penetrarla.

Nuevamente la agarré por el collar y la retuve fija. “Prepárate para llevar pinga de la buena,” le susurré, presionándole mi glande en sus labios, forzando mi bulbo entre su carnita. Al meter la punta de mi nuez entre su bollito virgen, la perra echó un chillido adolorido.

“Yaaaa… yaaa…” le susurré mimoso, tratando de calmarla, “Yo sé que duele pero para cogerte necesito encajártela, putica…” le dije con voz temblorosa, sobándole el lomo. “Shhhh…  aguanta tranquilita que apenas comenzamos…” Danusa permaneció quieta, mirándome de lado, jadeando.

Del hoyo le brotó una baba lubricante. Emocionado al ver mi verga brillar con su flujo, mientras con una mano la retuve por el collcar, con la otra la agarré por la pata y me empujé contra su cuerpo. Mi glande entero se hundió entre su hueco. Nuevamente el animal echó otro chiquillo adolorido pero, obediente, permaneció en el sitio. “Uaaaauuu, Danuuuuusa… ¡eres una perra muy sabrosa!” exclamé enloquecido en morbo al verme entre su panocha. Se la sentí deliciosa, cerradita, caliente y muy mojada…  

Comencé a moverme despacio, cuan oruga, hundiéndole un centímetro de pinga en el coñito y sacándole medio…  empapándome con sus jugos para meterle otro trozo, disfrutando intensamente de las fuertes contracciones que mi penetración estaban provocando a su vagina.

“Que apretada eres, putica…” suspiré, falto de aire, intensamente excitado, resistiendo el deseo de venirme cada que sus músculos se cerraban alrededor de mi verga masajeando mi tronco, succionando mi cabeza, pidiéndome que le entrara otro poco…

Luego de varios mete y saca, al fin me tuvo entre ella hasta las bolas. “Tu macho ya te abrió el coño, putica…” le informé, como si la pobre no estaba enterada… Recosté los codos a ambos lados de su cuerpo y me coloqué sobre ella cuan jinete a punto de cabalgar a su potra. “Ahora, voy a gozarte la cuca…” Igual que un perro, comencé a cogerla, acompasando mis movimientos a los apretones de su panochita, sacándole mi pinga en las apretadas, hundiéndome de vuelta en ella al sentirla floja.

Tratando de prolongar mi placer, me incliné a hablarle en secreto a la oreja, “MJ… MJ… Me gustas, perra… MJ… MJ… Eres una hembra muy sabrosa… MJ… MJ… muy completa…” Aceleré el movimiento de mi verga entre su canalito, “Lames culo y mamas pinga que da gusto… MJ… MJ…”  Mi frote estimuló aún más las contracciones de su vagina – se volvieron más apretadas y frecuentes - enloquecedoras. Pronto me tuvo nuevamente echando chispas.

La perra notó el sudor en mi cuerpo. Cariñosa, me pasó su deliciosa lengua por el cuello y por detrás de la oreja. Logré aguantar mi venida hasta que la desgraciada me hurgó entre el lobulo. Comencé a estremecerme, tenso, “MJ… MMMJJJ… COÑO…  MMJ… MMMMJ… COOOOÑOOOO… ME VENGO, PUTA… MMMJ… MMMMMJ… ME VENGO… MJ… MJ… ME VEEEEENGOOOOOOO ¡COOOÑOOOOO!,” chillé, bombeándola ordinario, con fuerza. “TOMA, PUTICA… TOMA… RECIBE LA LECHE DE TU PERRO EN TU CUQUITA, MI HEMBRA RICA…” grité enloquecido de gusto, agarrándola por las patas traseras, atrayéndola hacia mí para echarle un último bombazo  en el coño. “OOOOJ… OOOOOJJJJJ… ESTO ES EL CIELO… QUE DELICIA!” grité, manteniendome quieto, profundo entre su cuerpo, frotando mi vientre contra su culo. “MJ… PERRA… PUTA… ¡ERES MARAVILLOSA!” grité dichoso, disfrutando la ordeñada de sus músculos, botándome a chorros entre su panochita, dejando profundo entre ella hasta la última gota de leche en mis bolas.

Debilitado luego del placer tan intenso que la bestia me había brindado, me recosté sobre su lomo. Nos miramos cara a cara con ojos de amor, igual que novios. “¿Te gustó la montada que te di, mamita?” le pregunté amoroso, acariciándole la cara. “Yo te sentí muy sabrosa, tanto, que esta noche, cuando nos acostemos, vamos a echar otro polvo…”

Danusa continuó con su jadeo.

Saqué mi tripa fofa de entre su cuerpo. “Ahora, mientras tú te lames mi lechita de tu hoyo, yo voy a ir a la cocina a servirte la carnita que me sobró del almuerzo como premio por esta cogida tan rica…” Danusa aulló al techo, contenta.