miprimita.com

Entre hermanos no caben novios. 1

en Amor filial

Terminamos de cenar como siempre. Recogimos la mesa entre risas. Aproveché para rozarlo como sé que le gusta, pero esa noche estaba esquivo.

Aproveché cuando fregaba los platos para abrazarlo desde atrás. Lo noté tenso.
-¿Qué te pasa, hermanito? ¿Te tengo que recordar que estamos solos en el chalé... mi amor?
-Por favor, Leti, no está bien esto que hacemos. Somos hermanos.
-Ah, ahora somos hermanos, y gemelos, añadiré -le agarré la polla-. Y ayer, cuando metías eso dentro de mí, ¿qué éramos, José?
Lo aparté de la pila, lo giré y antes de que dijera nada, tapé su boca con la mía. Parecía querer apartarse, pero solo durante unos segundos. Después sentí sus manos apretando mi culo y le desbroché la camisa. Pellizqué suavemente sus pezones. Eso lo enciende.
Le desabroché el pantalón y metí mi mano. Lo sentí crecer. Lo saqué del slip y fui bajando hasta tenerlo a la altura de mi boca. Le di a mi hermano gemelo un largo lametazo en su miembro.
-Deja esos platos y vamos a la cama, hermanito.
-Verás -acertó a decirme-, he quedado esta noche.
Me aparté. El se subió el slip y el pantalón.
-¿Has quedado? ¿Con quién?
-Esta tarde hemos hablado por teléfono y esta noche...
-¿Con quién? ¿Con la furcia de Lidia? -dije levantándome.
-No es una furcia, Leti. Te caerá bien.
-Esa me cae como el culo desde que la conozco, y ya han pasado años. ¿Y que hace aquí? ¿No tenía que estar en Madrid?
-Está de camino. Va a pasar en su chalé todo el mes... -se abrochaba la camisa.
-¿Todo el mes? ¿Todo el mes? ¿Aquí al lado? Y tú con ella, claro.
-No, no. Quedaremos para tomar algo de vez en cuando, pero ella se viene a estudiar.
-¡Para estudiar, ja! Menudo pufo le ha metido a sus padres.
Se puso mimoso de repente.
-No te enfades, Leti. No nos va a separar -me acariciaba la cara, quería besarme-. Nadie nos va a separar. Somos hermanos, somos gemelos, siempre vamos a estar juntos.
Sonreí. Llevé sus manos a mi camiseta, para que acariciara mis tetas sin sujetador.
-Claro que sí -le dije, mimosa-. Vamos a la cama y luego haces lo que quieras, hermanito.
-Es que ya es la hora, Leti. Pero de verdad que esto no significa nada, que vamos a seguir tú y yo igual, como siempre. Te lo juro.
Me enfadé al oírlo, y lo empujé.
-Eso me has jurado muchas veces, cada vez que te metías en mi cama, cabrón, y a la primera oportunidad, ¡aquí te quedas!
-No, no. Le ayudaré a vaciar el coche, tomaremos un café y estaré aquí de nuevo antes de que te des cuenta.
-Tú verás. Pero si te vas, no tengas prisa en volver, y si vuelves, ni se te ocurra acercarte a mi habitación.
-Joder, Leticia. Si es que a veces me da miedo lo que hacemos. Sabes de sobra que esto tiene que terminar. Puede ser ahora, o más adelante. Y nos pasará a los dos. Encontraremos a otras personas con las que ser felices...
-Calla y lárgate.
 
Se fue. Se fue y me dejó sola y cabreada. Teníamos diecisiete años, ambos, yo unos minutos más, y desde no sé qué edad, desde siempre, habíamos jugado con nuestros cuerpos. Habíamos aprendido a masturbarnos juntos, a hacerlo mutuamente, nos sabíamos nuestros cuerpos de memoria, y en algún momento, ya hacía mucho, perdimos la virginidad juntos. Habíamos inventado todos los juegos, los inocentes y los más prohibidos. Siempre juntos. Y seguiríamos siempre juntos, me decía, no podía ser de otra manera.
Me fui a la cama a intentar leer allí, entretenerme mientras volvía. Me haría de rogar. Me suplicaría perdón. Y a lo mejor hasta acabábamos dormidos con él dentro de mí, como tantas veces.
Me puse su pijama y cogí un libro. No conseguía centrarme en él. Miraba más el reloj. ¿Qué estaría haciendo? ¿Estaba jugando con ella? No, con ella no jugaba. ¿Estaba follando con ella? Me dieron ganas de llorar. Me sentía triste y enfadada.
Dejé el libro y empecé a tocarme, por debajo de su pijama.
 
Imaginaba que eran las manos de mi hermano las que me recorrían, y recordé días felices. Tantos días felices. Como cuando jugábamos a la oscuridad, en casa. en un enorme salón que apenas utilizábamos. Uno se escondía y apagaba la luz. Entonces el otro entraba y a tientas, trataba de localizar al escondido. Aquel día hacía mucho calor. Yo llevaba un pequeño camisón de niña, tendríamos doce o trece años, él un pijama de camiseta y pantalón corto. Y había un vecino que no recuerdo quién era. Me tiré en el sofá e intenté aplastarme contra los cojines, casi meterme entre ellos. José entró a oscuras. Lo oía moverse entre los muebles, muy despacio. Se acercaba, se alejaba, yo aguantaba la respiración. Se acercó hasta el sofá y fue palpando. Me inmovilicé contra el respaldo. Si pasaba de largo, tardaría en volver por allí. Si encontraba al otro antes, se la quedaría él. Y de pronto sentí su mano en mi pierna. Me quedé quieta por si no se daba cuenta. Movió su mano entre mis piernas, hasta llegar a las ingles, para ver si era yo o era el vecino. Tenía que comprobar que no había pito. De sobra lo sabía, pero estábamos jugando, él hacía y yo esperaba. Metió su mano bajo el camisón y la llevó hasta mi sexo. Una corriente eléctrica me sacudió, una corriente maravillosa. sujeté su mano y la apreté contra mi coño de niña. Quería que siguiera, pero él gritó: ¡Leti, te pillé! y corrió a encender la luz. Seguimos jugando sin que pasara nada más, pero cuando el vecino se fue, le dije a mi hermano: vamos a ensayar para otra vez. Yo me tiro en el sofá y tú entras a oscuras, y me tocas bien, para que sepas como soy. él me estaba tocando, yo estaba en el cielo, cuando nos llamaron para cenar. Esta noche voy a tu cuarto y seguimos. Aquella noche, cuando nuestros padres veían la tele, me metí en silencio en la habitación de José, y en su cama. Se quedó boca arriba y yo a su lado, con mi mano derecha recorriendo pecho, abdomen y una polla de la que me sorprendió su dureza, porque no era así como yo la recordaba. Se la agarré y seguí pajeándolo hasta que sus espasmos me asustaron. Pero ya estaba todo hecho, y se corrió en mi mano y en su barriga. Yo nunca lo había visto, aunque sí sabía qué era. A él le pasaba lo mismo. Nos limpiamos con un kleenex. Luego él me acarició donde yo le dije que me gustaba más, hasta que también me corrí, evitando de milagro dar un grito.
 
Parecía que eso era antes. Me levanté al servicio y me rocié con su colonia. Volví a la cama y seguí tocándome, pero el cabreo podía más.
A las dos me levanté, cerré el pestillo de la puerta de mi cuarto y apagué la luz.
Imposible dormir. Atenta a cualquier ruido de la urbanización.
A las tres y media sentí la puerta de entrada. Procuraba no hacer ruido, pero sentía sus pasos. Subió la escalera y luego en el pasillo. Se paró frente a mi puerta. Con mucha suavidad giró el pomo, pero se la encontró cerrada.
-Leti -dijo en un susurro apenas audible-. Leti, ¿estás despierta?
No le hice caso.
-Leti, no ha pasado nada. Leti, por favor. No quiero despertarte -seguía hablando muy bajo-, pero si lo estás, ábreme. Ábreme, te he echado de menos.
Cabrón. Me había echado de menos, pero llegaba a las tres y media. Me había dejado sola toda la noche mientras él se iba con esa puta.
No le abrí, pero me sentí mejor al oírlo. Me dormí sin esperar a que se fuera a su habitación.
 
Cuando me levanté y aparecí por la cocina, todavía con su pijama, él ya estaba allí. Llevaba solo una camiseta encima de la ropa interior.
-Siéntate -me dijo-. Ya tengo preparado el desayuno.
Me senté. Me puso una taza delante y me sirvió el café y la leche.
-Las tostadas están calientes. ¿Mantequilla y mermelada?
Asentí.
Me las preparó y me puso el plato delante. él se quedó detrás de mí y empezó a masajearme los hombros.
-Tiene usted un bonito pijama, caballero -me dijo, pero yo no tenía ganas de jugar.
Hice un gesto para apartarlo.
-Déjalo, José. He pensado que puede que tengas razón y no debamos volver a jugar.
Su voz sonó alarmada.
-No, Leti, no. Soy un imbécil. Perdóname, no volverá a pasar.
-Déjame desayunar.
Volvió a su sitio. Se le veía a punto de llorar. Pero yo no sentía piedad.
-Lo he pasado muy mal, José, y no quiero que vuelva a pasar.
-Yo también lo pasé mal. Quería estar contigo.
-No mientas. Me dormí muy tarde y no habías vuelto. ¿Qué hacíais?
-Nada, Leti, lo que te dije...
Lo miré muy muy seria:
-Si me mientes... entonces no podré perdonarte. Tienes que ser totalmente sincero, José, para que yo vea cómo podría perdonarte... ¿te tocó?
Bajó la vista.
-sí...
-No me hagas sacártelo poco a poco, o será peor. Dime qué hicisteis.
Siguió con la vista baja, yo sabía que lo iba a sacar todo, no era la primera vez que le hacía confesar, era tan fácil, él parecía estar deseando contármelo todo para implorar mi perdón, pero nunca había sido una aventura con otra chica.
 
Solía ser, por ejemplo, cuando se pajeaba sin mi permiso o, más bien, sin que yo estuviera a su lado. Teníamos un acuerdo, desde las primeras veces, desde que no teníamos claro del todo lo que hacíamos. el acuerdo era hacerlo siempre en presencia del otro. Solíamos hacerlo en ausencia de nuestros padres. Teóricamente hacíamos los deberes. El venía a mi cuarto o yo iba al suyo. Nos sentábamos en dos sillas, una enfrente de la otra, y empezábamos a hacerlo hasta que los dos nos habíamos corrido. Yo volvía a ponerme la falda del uniforme en su sitio, y él corría al servicio a limpiarse. Cuando él insinuaba que no tenía muchas ganas, yo me ponía seria. Te has hecho una paja tú solo. No, Leti, te lo juro. No me mientas, José, que te conozco. Que ya tengo ganas, Leti, vamos, venga. No, y sabes qué, no voy a tocarte nunca más, por mentiroso. No, no, por favor. Dime la verdad, ¿cuándo...? Él agachaba la cabeza y confesaba: antes, en la ducha, empecé sin querer, y luego... Y al final lo perdonaba, siempre lo perdonaba, y él nunca se enteraba de las pajas que me hacía yo sin él.
 
-Yo no quería... le ayudé a vaciar el coche... metimos las bolsas en su casa... me dio las gracias... yo me iba a ir, pero me agarró de las manos, me dio las gracias... me besó... en la boca...
-¿La besaste?
-...sí... me abrazó... nos abrazamos... me dijo que teníamos que tomar una copa para celebrarlo...
-¿para celebrar qué?
-... que había venido... que estaba aquí... sin sus padres... me preparó la copa y me la dio...
-¿dónde estabais?
-... en el salón... yo estaba sentado... y ella... me trajo la copa...
-¿se sentó a tu lado?
Tarda más en contestar.
-... se sentó sobre mis piernas... brindamos... volvió a besarme...
-volvisteis a besaros, dilo bien, hermanito
-... volvimos a besarnos... luego no sé... me fue quitando la camisa... se quitó la camiseta y el sujetador... nos abrazamos...
-¿cómo son sus tetas?
-... ¿qué?
-Ya me has oído: ¿como son sus tetas?
-Son... son... no sé... como todas... pequeñas...
-¿Más pequeñas que las mías?
-Sí, sí, más pequeñas, más feas, más blandas...
-¿Las tocaste bien, eh, hermanito?
-... no, no, yo quería irme, de verdad, quería irme, le dije que tenía que irme...
-Ya, y ella te ató, claro.
-... no... ella estaba encima de mí... me tiró en el sofá...
Duda y le cuesta, pero me lo tiene que decir todo.
-... me desabrochó el pantalón y me lo bajó... y el calzoncillo... me los quitó, y me agarró el pito... pero yo no quería, no quería, de verdad, Leti, no quería...
-Te agarró el pito... ¿como yo?
-No, no... ella no sabe, y yo pensaba en ti, quería que fueras tú, pero me lo movía y no sentía lo que siento contigo...
-¿Te la chupó?
-... se... se la llevó a la boca... pero solo le entraba la punta, y me hacía daño con los dientes... y la tuvo un rato, pero no... no me gustaba...
-Ya, claro... 
-Tu boca es más suave, tu boca me encanta, tú sabes...
 
Me acuerdo perfectamente de cuando me comí por primera vez el pito, entonces infantil, de mi hermano. Era de noche y estábamos solos, porque nuestros padres se habían ido de cena. Veíamos una película en la tele. Y en algún momento, una puta se inclinaba sobre el cliente, se apartaba el pelo a un lado, y metía su cabeza entre las piernas de él. No se veía más, pero sabíamos qué estaban haciendo. Miré a mi hermano, tenía la mano sobre su polla, muy abultada. Guarro, ¿lo vas a hacer tú solo? No, pero... tengo muchas ganas. Me acerqué a donde él estaba, le abrí las piernas y le bajé el pantaloncito del pijama, me puse de rodillas entre sus piernas, me aparté la melena a un lado y me metí la punta en la boca. Me gustó, me gustó mucho. Seguí con la punta en mi boca y con la mano lo masturbaba. No sabía cuándo se iba a correr, o no me di cuenta, y de pronto tenía su leche en mi boca. No sabe mal, le dije. Recogí con un dedo los restos que quedaban en su polla, y llevé el dedo a su boca. Lo chupó. No sabe mal, dijo, y añadió: ahora yo. Me senté, me abrí de piernas, me subí el camisón y él se puso a chupar todo lo que encontraba, hasta que le fui diciendo donde me gustaba más. Y me corrí, varias veces.
 
-Ya, yo te la como entera, hermanito, yo me la trago para hacerte feliz, y mira... Sigue.
-Pero a ti también te gusta, yo a ti...
-¡Eso no importa! ¡Yo no me he ido con ninguna puta y te he dejado tirado!
Agachó la cabeza.
-... me podrás perdonar?...