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Entre hermanos sí cabe mamá (2)

en Amor filial

-No sé, hermanito, no sé. Sigue contando. ¿Le chupaste el coño?
-... no, no... yo no hice nada...
-¿le chupaste el coño, hermanito? Sí, lo veo en tu cara, sí, te veo inclinado sobre ella, bajándole las bragas, la falda... ¿llevaba falda?
-Sí.
- bajándole la falda, chupándole el coño... eso lo haces bien, te hemos enseñado a hacerlo bien. ¿Se corrió esa puta con tu lengua dentro de su coño?
Agacha más la cabeza, no puede mirarme, está llorando.
-... sí...
-¿Te pusiste sus bragas, marica de mierda?
-No, no me puse nada de ella...
-Claro que no. Ella no sabe lo que mamá y yo sabemos.
 
¿Desde cuando se ponía mis bragas? No lo recuerdo. Casi desde el principio. Y no empezamos con las bragas. Era otro de esos días que jugábamos a la oscuridad. Se la quedaba el vecino, que esperaba pacientemente en la puerta. ¿Y si nos cambiamos la ropa? Se confundirá al encontrarnos. Eso lo había dicho él, y me pareció una buena idea. Él llevaba un pijama, y yo un camisón. Vale, le dije. Me quité el camisón y cogí su pijama. Ya me lo había puesto cuando vi que le daba vueltas a la prenda, sin saber por donde colocársela. Era un camisón de verano, de niña, blanco y con tirantes gruesos, casi igual por detrás y por delante. Trae, que te lo pongo. Se lo puse, y nos reímos un poco, para escondernos enseguida. Me encontró a mí, me tocó un poco y gritó: José. No, dije, has fallado. Corrió a encender la luz y me vio. Tramposos, dijo, y se fue. Mi hermano se levantó de donde se había escondido. ¿Ensayamos para aplastarnos hasta ser uno?, me dijo. No, le dije, vamos a hacer que tú eres la chica y yo el hombre. Me acerqué y le agarré una mano, que llevé a mi boca para besarla, Señora, le dije, Caballero, me contestó. Le agarré de ambas manos y lo hice girar, le sienta muy bien este vestido, muchas gracias, es usted muy amable. entonces oímos a mamá llamarnos para cenar. Nos cambiamos a toda prisa. Esta noche, en la cama, yo seré el hombre, ¿vale?, le dije. Vale, me dijo. Aquella noche pasó por mi cuarto, le puse mi camisón y yo su pijama. Lo tiré en la cama boca arriba, y le acaricié el pecho como si fuera una mujer. Le encantó. Nos besamos en la boca por primera vez, saboreé su lengua y él la mía. Ahora follemos, le dije. Era otro juego, nunca lo habíamos hecho de verdad ni en broma. Me tumbé sobre él y me moví como si fuera un tío follando a una tía. Y el roce hizo el resto. De pronto estábamos perdidos de su leche. Nos reímos felices y recogimos como pudimos. Por la mañana metimos pijama y camisón en la lavadora antes de que nadie viera cómo estaban. Volvimos a hacerlo varias veces, intercambiando el papel de hombre y mujer, hasta que una noche en la que él era el hombre, cuando estaba encima de mí, su picha se encajó en mi coño. Fue fantástico, y además, no dejábamos perdida la ropa. Durante una temporada no volvimos a cambiarnos de ropa. Me gustaba que él fuera el hombre, me gustaba mucho sentir su polla dura en mi coño. Nos buscábamos casi cada noche.
 
-¿Y qué pasó después? 
-... me llevó...
-¿te llevó? ¿te agarró de la mano y te llevó...?
-...me agarró... de...
-¿te agarró de tu polla de marica? ¿es eso? ¿te llevó agarrado de la polla?
-...sí... me llevó a su dormitorio, se tumbó en la cama y me tiró sobre ella.
-¡Y entraste en esa puta!
-Me puse un condón, Leti...
-El niño se puso un condón, ya puedo estar tranquila, ja. ¡entraste en esa puta!
-Lo siento, lo siento, lo siento, no quería...
-¿sabes donde no vas a volver a entrar, verdad?
-nooo, leti, por favor...
-y después, claro, te quedaste dormido.
-Charlamos un rato. ella quería que me quedara toda la noche, pero yo quería venirme contigo, y me vine...
-A buenas horas! ¿Sabes qué, mariquita?
-...sí...
-Debería llamar a mamá.
-...por... por qué?.
-Para contarle que prefieres irte con otra, que me dejas sola y te vas con otra...
-¡Leti!
-Que ya no te gusta ponerte las bragas de mamá...
-Sí me gusta, Leti.
-Ni sus vestidos, ni pintarte los labios, que prefieres irte con cualquier putilla...
-Leti...
 
Follábamos a menudo, y a veces incluso nos quedábamos dormidos en la misma cama, la mía o la suya. Al despertarnos por la mañana, lo más que se le ocurría decir a mamá era que ya no teníamos edad para dormir juntos, como cuando éramos pequeños. Y un día de esos que habían salido a cenar veíamos la tele abrazados en el sofá, pensando en lo que iba a venir, cuando a José se le ocurrió recuperar aquel juego en el que él era la chica. Pero a mí no me apetecía cambiarme. Entonces seremos dos mujeres, dijo él. Solo tengo este camisón limpio, le dije, pero... por qué no te pones uno de mamá? Fuimos al cuarto de nuestros padres y mientras él se desnudaba, escogí un camisón cortito de mamá, de raso blanco, de tirantes. Se lo enseñé, vas a estar muy sexy, le dije, vi cómo reaccionaba su polla, y te gusta, eh, me gusta lo que vamos a hacer, me contestó, ya veo, ya, espera. Saqué del cajón unas braguitas de mamá, de encaje, negras, pequeñas, y se las enseñé. Una mujer no puede ir sin ropa interior, le dije, olvidando que yo no las llevaba para sentir sus manos en mi sexo mientras veíamos la tele hasta hacía unos minutos. Me agaché frente a mi hermano y le fui subiendo muy despacio las bragas de mamá. Cuando llegué a la polla, no había ya manera de meterla en aquel trocito de tela. Me encantó verlo así, y me encantó más pensar que en breve estaría dentro de mí. Pero aquello me gustaba, y saqué un sujetador a juego con las braguitas. Y a mi hermano debía encantarle, porque no dijo nada. Se lo metí por los brazos y lo abroché detrás. Le quedaba un poco grande, pero más grande era lo que tenía entre las piernas. Además, era ropa de mamá, de su adorada mamá. Cuando le puse el camisón ya estaba tirando de mí hacia mi habitación. Éramos dos mujeres, pero una tenía pito, un gran pito, así que fueron breves las caricias. Entró dentro de mí con el miembro más grande que yo recordaba, y nos corrimos gritando los dos. Dejamos la ropa de mamá en su sitio, él doblaba cuidadosamente las prendas y las colocaba con toda delicadeza. Habíamos descubierto un mundo que nos haría muy felices muchas veces.
 
Veo su cara de verdadero pavor, y me da pena. Es mi hermano, mi amante, y me ha sido infiel, pero me da pena. Lo quiero mucho. Es mi hermanito gemelo. es un niño de 17 años. Y verlo llorar así me entristece. Debería dejarle un vestido, ya que le gusta tanto llorar como una niña.
-Jajaja, no te preocupes. No le contaré a mamá nada de esto, pero tienes que ser bueno.
-Sí, sí, Leticia, lo que tú quieras.
-¿Lo que yo quiera?
-Sí, sí, haré lo que tú quieras para que me perdones, para que veas que solo quiero estar contigo.
Me quedo pensando, aunque ya sé lo que vamos a hacer.
-Seguro que hoy la puta y tú habréis quedado.
-Pero no voy a ir.
-Claro que no vas a ir. Hoy no vas a salir de casa.
-sí, Leticia, lo que tú quieras.
-No vas a salir del cuarto del garaje hasta que yo te diga.
Él seguramente piensa en horas. Yo pienso en otra cosa.
-..¿y me perdonarás...?
-Puede... 
Su cara sigue triste, pero intenta sonreír. Y lo quiero. Lo quiero para nosotras, para mamá y para mí. Por eso le doy una alegría:
-Pero antes de irte al cuarto, vas a afeitarme como a un caballero.
-¡Sí, sí! me quitaré esta camiseta.
-No, ni hablar. tú hoy no eres ninguna dama -se entristeció un poco, pero la alegría del juego puede más.
 
Ser una dama le encantaba. Era como empezar con el sexo mucho rato antes. Otra tarde que estábamos solos, yo estudiaba en mi cuarto, cuando sentí sus brazos desnudos abrazarme desde atrás y buscar mis tetas. Se había puesto un camisón, pero yo estaba concentrada y prefería esperar. ¡Siempre pensando en lo mismo, hermanito, así no hay quién estudie! ¿No quieres...?, me dijo. Pues claro que quiero, pero déjame un ratito, anda. Lo miré, ¿por qué no te vistes bien? ¿bien...? Sí, bien, como una verdadera dama, y no una mujerzuela que solo quiere sexo. Vístete como si fueras mamá, pero no para dormir, sino para salir. Me levanté y le busqué la ropa que llevaría puesta: bragas y sujetador ya se había puesto. Dejé encima de la cama unas medias, una combinación y un vestido. Y te pintas los labios, añadí. Tardó un rato, pero cuando apareció casi me lo comí, era igualito que una señorita, con los labios bien rojos, con el perfume de mamá. Incluso parecía que le daba algo de vergüenza. Le quité el carmín a besos, pero todavía tenía que terminar algo. Ve a prepararme un café y una tostada, me lo traes y te vas a ver la tele hasta que vaya a por ti. Me puso la merienda como si fuera mamá, me dio un beso en la cabeza y me esperó en el salón. Cuando lo vi allí, sonriéndome, con las piernas recogidas, no pude aguantar más. Le levanté el vestido, le bajé las bragas y me comí su polla hasta dejarlo a punto de estallar. Entonces me lo llevé a mi cuarto, lo senté, me desnudé despacito, me abrí de piernas y no lo dejé hacer nada más. Vestido como estaba, recogió lo que estorbaba y volvimos a corrernos como en los mejores momentos. Recogimos la ropa y la colocamos cuidadosamente en el cuarto de mamá. ¿No te gustaría dormir con ella?, le pregunté. Leti!, no digas eso, me contestó. Si no me molesta, y no importa. Tú podrías hacerlo con mamá, y yo miraría. A mí me gustaría. Hoy era como si estuviera en la cama con ella, olías tanto a ella. A mí me gustaría dormir con ella, ¿a ti no?. Se dio por vencido: Si a ti no te importa... sí, me gustaría dormir con ella. Pues la próxima vez que papá se vaya por el trabajo, lo hacemos, vale? Pero, cómo?, preguntó. Ya veremos, le dije.
 
Nos dirigimos al servicio. Allí hemos dejado un sillón alto, de madera, en el que me siento. Tiro mi pelo hacia atrás y apoyo la cabeza sobre la parte superior del respaldo. Cierro los ojos. Ahora es mío y no se lo voy a dejar a nadie.
me coloca un peinador y me extiende espuma de afeitar por la cara, con mucho cuidado, acariciándome.
Después va pasando su dedo por mi cara, como si fuera una navaja de afeitar. Muy poco a poco. Me quita un poco, y lava su dedo, me quita otro poco, y lo lava.
cuando ha terminado con el dedo, va quitando los restos con su lengua. Un carrillo, otro carrillo, la barbilla, el cuello, y alrededor de la boca. Normalmente, yo ahí atrapo su lengua con mi boca, y le cuesta acabar porque mis besos no le dejan. Normalmente, él termina sentado sobre mis piernas, abrazado a mi cuello y yo al suyo, comiéndonos la boca.
Pero hoy no. Hoy dejo que siga con su lengua, hasta que mi cara queda limpia de espuma. Pero me ha calentado. Su lengua en mi cuello me pone a cien.
Me abro de piernas y le hago un gesto.
Mi hermano se arrodilla entre mis piernas y busca con su lengua en la bragueta del pantalón de caballero que llevo puesto. Debajo no hay bragas. Llega a mi sexo y va moviendo la lengua en él, y alrededor.
al cabo de unos minutos me he corrido dos, tres veces.
Ahora yo se la comería a él, o nos iríamos a la cama a seguir. A lo mejor lo espera.
-Desnúdate, hermanito.