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De hombre a mujer

en Transexuales

Jamás pude sospechar que la historia que empezó con una simple broma terminase por afectar así a mi vida.

 

Cierta noche mi mujer me dijo que le gustaría pintarme las uñas. Yo me presté a hacerlo porque no dejaba de ser un juego erótico en el que yo pensaba que era que sólo estábamos cambiando nuestros roles sexuales en aquel momento. La verdad es que me gustó cómo  quedaban pintadas mis uñas de un color rojo brillante. Evidentemente después de hacer el amor ella me limpió  las uñas y todo quedó ahí.

 

Sin embargo en la siguiente ocasión en que hicimos el amor mi mujer se empeñó en que quería maquillarme los ojos, las mejillas y los labios. A mí  me ponía mucho esa situación en la que me veía como una auténtica mujer maquillada y, por qué no decirlo, como una puta. Y, realmente, eso fue lo que hizo conmigo. Me convirtió en su puta y era ella la que hacía de hombre en nuestros actos sexuales: me follaba el culo, me chupaba mis pezones...  Yo solamente me limitaba a recibir consoladores de todo tipo y no la podía follar con mi polla sino que solamente le podía masajear el clítoris o meterle dildos, pero me tenía prohibido follar como un hombre.

  

A los pocos días ya fui yo quien le pidió que me dejase algo de su lencería para convertirme en esa mujer completamente maquillada y vestida como tal. ¡Estaba fantástica! Tanto que al día siguiente, sin decirle nada a ella, cogí una de sus braguitas y me las puse en lugar de los calzoncillos. Me sentí durante todo el día muy a gusto pensando  en las braguitas de encaje que llevaba colocadas debajo del pantalón.

 

Por alguna razón todos los días comencé a cogerle las bragas a mi esposa hasta que se dio cuenta de ello. No le desagradó la idea. Es más, le encantó y me dijo que, a partir de entonces, ella me compraría algunas  para que me las pudiese poner con más comodidad, puesto que su talla era algo más pequeña que la mía.

 

Así fue como desde entonces empecé a usar, no sólo braguitas, sino también sujetadores. Evidentemente la copa de los sujetadores quedaba arrugada. Descubrí que los sujetadores sin copa preformada y sin aro me quedaban mejor que los sujetadores que solía usar mi esposa. A mi mujer le hizo mucha gracia que empezase a usar ropa interior completamente de mujer. Incluso dejé de usar calcetines y solamente usaba pantys o calcetines de fantasía, de mujer. Por supuesto las uñas de mis pies siempre iban pintadas.

 

Ella era la que me solía comprar la ropa. Le hacía mucha ilusión que me probase los sujetadores y las braguitas delante de ella, incluso me insinuó que le agradaría que hiciera los movimientos propios de las mujeres, por ejemplo, que al agacharme juntase las piernas o que me sentase en el váter al hacer pis. Obedecí.

 

Ni que decir tiene que, cuando estábamos en casa, le gustaba que me maquillara y que usara ropa de mujer (pijama, bata, tacones, etc.). Yo siempre obedecía.

 

Para entonces me había acostumbrado a no metérsela, sólo me podía correr haciéndome una paja. Mi culito ya estaba muy dilatado por la cantidad de consoladores con los que me había follado.

Tan acostrumbrado estaba ya a usar ropa interior femenina que, un día que fui a mi doctora para que me viese un catarro enorme que tenía, me pidió que me levantase la ropa para auscultarme el pecho y yo automáticamente lo hice sin acordarme de que llevaba sujetador. Sentí una vergüenza increíble cuando se quedó parada delante de mí con el estetoscopio en alto y mirando fijamente mi sujetador de encaje negro y rojo. Rápidamente me bajé la ropa y me excusé diciendo que había sido una apuesta con mi mujer que había perdido y me obligaba a llevar sujetador durante una semana. Ella se rió y me dijo que a ella no le importaban esas cuestiones y me invitó a subirme de nuevo la ropa para examinar mi pecho. Una vez que lo hizo y me recetó unos antibióticos me disponía a salir de su consulta cuando me dijo que le había encantado mi sujetador y que tenía muy buen gusto. Era evidente que no se había creído la patraña de la apuesta. Los dos sonreímos y le di las gracias por su comprensión.

 

Unas semanas más tarde mi mujer me dijo, mientras me miraba pícaramente, que le gustaría verme con tetas. Que le gustaría que tuviese pechos de mujer para poder magrearme. Yo le reí la gracia y le dije que eso era imposible. Se enfadó conmigo por haberme reído y me dijo que si me hormonase no era imposible. Ella había leído en internet que tomando hormonas femeninas acabaría teniendo pechos de mujer.

 

Aquello me quedó un poco descolocado y al día siguiente estuve buscando en Internet información sobre las hormonas que tomaban los transexuales. Descubrí que, efectivamente, las hormonas que toman las mujeres como anticonceptivos podrían servir para que los hombres consiguieran algo de pecho.

 

Por la noche le comenté a mi mujer que comenzaría a hormonarme para que ella pudiese disfrutar de mis pechos. Ella me besó y me dio las gracias por hacerla feliz. Me compró las pastillas en la farmacia y empecé a tomar dos anticonceptivos al día.

 

Durante los primeros meses no noté cambio alguno. Pero a partir del cuarto mes empecé a notar un dolor en mis pezones que denotaba que las hormonas empezaban a hacer su efecto.

 

Al cabo de los nueve meses ya tenía mis aureolas hinchadas y unas tetitas como las que tienen las adolescentes.

Aquella situación me empezaba a preocupar y le manifesté a mi mujer la intención de abandonar el tratamiento hormonal porque se empezaban a notar demasiado mis pechos cuando llevaba una camisa o ropa ligera.

 

Mi mujer se enfadó y me preguntó que si no la quería, que si no quería hacerla feliz. Evidentemente le dije que sí la quería, pero que hacía ya un par de años que no le follaba su coño y yo necesitaba algo más que hacerme una paja. Me amenazó con separarse si dejaba mi tratamiento hormonal y finalmente cedí y seguí con las hormonas pero llegamos al acuerdo que tomaría sólo una pastilla al día para que los cambios no se notaran demasiado.

 

A los 14 meses ya casi era capaz de rellenar con mis senos un sujetador de la copa B. Así que empecé a utilizar ropa más holgada o a ponerme alguna rebeca o cazadora cada vez que podía. Lo malo era en verano, cuando acudíamos a la playa. Mis tetas eran auténticamente de mujer y procuraba ir donde no había mucha gente, pero aún así se me quedaban mirando los pechos un poco extrañados de su tamaño.

 

Me di cuenta de que no solamente mis pechos habían aumentado de volumen, sino que mis pantalones ya no me entraban como antes a pesar de que creía no haber  engordado como para eso. El problema resultó ser que mis caderas también habían aumentado como las de una mujer Y mirándome al espejo, efectivamente, tenía una figura muy femenina.

 

El tratamiento a los 18 meses ya había producido unos efectos en mí muy llamativos. No solamente era la necesidad de tener que usar sujetador a diario para evitar el vaivén de mis pechos al andar, sino que tenía menos barba, mis facciones eran más femeninas, los pelos de las piernas y los brazos eran muy finos y prácticamente habían desaparecido y, lo más importante, era que mis testículos habían disminuido claramente de tamaño y que mi pene casi siempre estaba flácido. Ya no sentía el deseo de follar con mi mujer, ni siquiera el deseo de hacerme una paja. Es más, me costaba tener erecciones y también había disminuido de tamaño cuando las tenía.

 

Poco a poco me había feminizado, y , aunque vestía  de hombre por fuera, me sentía una verdadera mujer y pensaba como tal. Me empezaba a fijar en los "paquetes" de  los hombres y cuando salíamos de viaje fuera de la ciudad incluso empezaba a prescindir de la ropa de hombre también en la calle, y utilizaba pantalones de mujer, blusas y chaquetas femeninas y, por supuesto, tacones, a los cuales me había acostumbrado de tal forma que los echaba de menos cuando no podía utilizarlos.

 

Ya no me importaba que la gente me mirase  por la calle; es más, me gustaba que lo hicieran. Me sentía muy bien de esa manera, tan femenina y atractiva, así que mi mujer me dijo que debería aumentar la dosis a cuatro pastillas diarias para conseguir una feminización completa cuanto antes. 

 

Nuestros amigos y familiares también se habían dado cuenta de que algo había cambiado en mí. Me decían que estaba más delgado (y realmente mis facciones eran más finas) pero, sin embargo, sus miradas se dirigían indefectiblemente hacia mis pechos aunque nadie se atrevía a hacer ningún comentario al respecto, hasta que un día mi cuñada, en una reunión familiar, me preguntó  que si me había apuntado al gimnasio, porque debía tener unos pectorales enormes debajo de la camiseta. En sus palabras aprecié cierta ironía y ciertamente algunos de los presentes se sonrieron. Quizás me tenía que haber molestado. Pero yo estaba "encantada" con mis pechos y estaba dispuesta a seguir adelante con el tratamiento prescrito por mi mujer hasta el final.