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La llegada a Vantasia

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Hace miles de años Abraxas, uno de los Demiurgos del universo creó el mundo onírico de Vantasia, lugar donde sus guerreros-dioses, los Omnios, podrían descansar entre guerra y guerra en la que asolaban el universo.

En esos mundos creó varia razas para que satisficieran a los Omnios en todos los sentidos, e introdujo varias más exóticas, que los guerreros-dioses usaron para su placer. Demostraron tener una férrea preferencia por algunas hembras y machos de distintas especies, entre ellas, los terranos.

Aparecer en el mundo de Vantasia era peligroso, pero Abraxas proporciona de vez en cuando ejemplares nuevos a su mundo onírico para que los crueles apetitos de sus fenomenales guerreros-dioses.

 *

Elshya no podía creerlo. Los recuerdos de su vida en lo que ella había conocido como “la Tierra” se desvanecían. Y, aunque en su interior seguía ardiendo la determinación de escapar de allí, de aquel increíble y extraño lugar, sentía que muchas de las cosas que iba a experimentar pondrían a prueba esa determinación.

Tanto ella como su mejor amiga Cassia (ya no recordaban sus nombres terranos), habían hecho alguna tontería con un viejo libro de hechizos prehelénicos que estaban estudiando y de pronto un torbellino extraño las succionó para encontrarse en una sala de mármol negro, donde unas criaturas fantásticas de cuatro brazos y rostro con pico y plumas, pero ojos humanoides las ataron con grilletes dorados y les dieron de comer algo que les provocó inmensos dolores.

“Es la brosiyye, una sustancia creada por el Apotekharion, que transformará vuestro cuerpo para adaptarlo al placer de nuestros guerreros-dioses, los Omnios, vuestros señores ahora. Vuestro ADN cambiará. Vuestros órganos cambiarán. Ahora seréis sexualmente compatibles con ellos, ahora sus enormes falos podrán penetraros sin romperos, los veréis bajo vuestra piel. Seréis capaces de tragarlos para darles placer sin romperos la mandíbula, pues ahora vuestras bocas se distienden, como las de las serpientes, sin ahogaros gracias a un juego de branquias transauriculares, y vuestra anatomía interna estará totalmente mutada —rio la criatura—. Si ahora os taladran por vuestros rosados anos —dijo conduciendo hasta allí uno de sus dedos acabado en una tremenda uña—, y os llenan de semilla, ésta podrá salir por vuestras bocas, para que no explotéis, tal es la cantidad que ellos eyaculan —entre sus propios gemidos de dolor por las mutaciones escucharon que la criatura gimió con anhelo—. Pero cuidado, terranas: su semilla es adictiva. Desearéis más y más. Su sola presencia encenderá vuestros cuerpos, vuestras vaginas se lubricarán y arderán a verlos u olerlos y sólo se calmará con sexo. Vuestros anos ahora también desarrollan lubricante, y vuestros pechos supurarán una deliciosa sustancia que os alimentará si es necesario. Vuestros orgasmos serán largos y poderosos, creados para asimilar semilla de Omnios, y eyacularéis también sustancias nutritivas. Este mundo ha sido creado para el placer. No moriréis de hambre, eso seguro, y cuanto antes os convenzáis de que estar aquí es un don, más disfrutaréis”.

Esa introducción no les había preparado para ver aquel mundo luminoso en el que aparecieron, en lo que parecía ser los restos de un templo, rodeadas por un peristilo desde el que se veía el mar.

Elshya se levantó del altar en el que se encontraba con un gran dolor de cabeza. Una fuente cercana chapoteaba alegremente, con el atrayente sonido del agua fresca. Se miró en esas aguas. Al caminar hacia la fuente vio que estaba calzada con unas sandalias cómodas, doradas. Sus rosados pies movieron los dedos, en uno de ellos brillaba un anillo. El agua de la fuente le devolvió su mirada de ojos verdes, su cabello rizado en tirabuzones, pelirrojo, mejillas pecosas, labios más llenos de lo que recordaba. Notó sus pechos pesados, escondidos bajo una prenda que parecía un chitón griego, y varias tiras doradas se enroscaban desde su dedo corazón hasta el hombro. Notaba que no llevaba ropa interior, y que estaba totalmente rasurada. Dios, aquello debía haber sido un sueño, un mal sueño. Pero ¿cómo explicaba eso el lugar donde estaban? En un ara, al lado de aquel en el que se había levantado ella, estaba Cassia, su amiga, algo más baja que ella, de cabello negro y ojos azules, y vestida exactamente como ella, incluso con el pelo rizado en el mismo peinado.

Se acercó a despertarla. Ella se estiró y se giró. Tras su oreja derecha, Elshya vio algo, como una cicatriz en forma de media luna. De pronto Cassia se giró y abrió mucho sus dulces ojos.

— ¡Elshya! —de pronto se detuvo—. ¿Por qué te he llamado así? Tu nombre no es ese, es… —se paró para forzarse a decirlo bien— Elshya…

Como si no pudiera creerlo, trató de volver a pronunciarlo despacio y clavó los ojos en su amiga.

— ¿No recuerdas todo lo que nos han hecho? —Preguntó a Cassia

Ésta asintió. Se tocó los pechos, dándose cuenta de que estaban más grandes y de que no llevaba ningún tipo de ropa interior.

— ¿No ha sido un sueño? Eso… eso no… no puede ser… nosotras estábamos en el despacho de McCoy y…

—Y leímos en voz alta aquel pergamino que habían sacado de las rocas de Samotracia…

De pronto ambas dejaron de hablar. Sin poderlo remediar sintieron un calor arrasador en la entrepierna, la excitación sexual más primal que nunca habían experimentado. Se les cortó el aliento. Sintieron humedad tanto en los pliegues de su sexo como extrañamente, y acompañada de calor, en la entrada de su ano. Las rodillas les temblaban, se les humedeció la boca y sus labios se hincharon dándoles pinchazos.

Por la colina que culminaba en el templo vieron subir dos figuras. Humanoides, altos, inmensamente altos de casi dos metros y medio. Con un físico increíble, masculinos, por los dos enormes penes que les colgaban de la entrepierna y que empezaban a endurecerse a ojos vista hasta un tamaño alarmante. No mostraban ningún rostro: las caras estaban veladas, uno por una especie de visor dorado acabado en la barbilla en una rejilla alargada y cruel, y la otra por un rostro igualmente liso y algo anguloso con una rejilla horizontal donde estaría la boca.

Ambos se acercaron. Las dos muchachas sin apenas darse cuenta iban a su encuentro y se habían arrancado las ropas. Uno de ellos tenía la piel de un dorado metálico, y Elshya se acercó a él, mientras el otro, que tenía la piel plateada con venas negras, fue hacia Cassia que esperaba sentada y con las piernas muy abiertas sobre el altar donde había despertado.

Antes de que se dieran cuenta se estaban entregando. Elshya se sentó en el ara y levantó los brazos en dirección al Omnios dorado que ya estaba a su altura. Sin pensar en nada más que en lo que deseaba, alzó ese pesadísimo y grueso miembro, hinchado y lleno de venas, y lamió el dorado glande con apetito. Sintió un sabor inigualable algo que la atraía aún más. No sabía cómo lo haría, pero deseaba chuparlo, comérselo, tragárselo hasta el fondo. Era un ansia animal. Abrió la boca. Su lengua había lamido desde el glande hasta los testículos, todo lo ancha que era, para recorrer toda aquella superficie ardiente que palpitaba. Sintió que crujía, que su piel se distendía, que sus huesos se reconfiguraban, y se lo metió en la boca. Chupó despacio al principio, primero todo el glande, después, poco a poco, el resto del miembro que llegó enseguida al fondo de la garganta y empezó a bajar. Recordaba tenuemente que ella era capaz de chuparse una buena polla con ganas y llegar hasta el pubis del chico, pero esto era antinatural. Sentía el miembro en su garganta, bajo la piel. No debería poder respirar bien, pero lo hacía.

La gran mano del Omnios le cogió la cabeza y empezó a irrumarla, a follarse su boca, con ganas y ritmo. Sintió que ponía los ojos en blanco. Aquel sabor especiado y denso, profundo, la llenaba. Sentía que ese era el motivo para vivir: satisfacer a ese dios del sexo que ahora se estaba follando su boca, su boca anormalmente distendida, gloriosamente distendida que le permitía chupar toda aquella polla dorada que la hacía sentir tan especialmente viva. Asió las caderas doradas y empezó a empujar más profundamente el miembro, que palpitó dos veces y Elshya sintió cómo se ensanchaba en su garganta. En circunstancias normales ya habría muerto varias veces. Con la mano derecha empezó a acariciar esos áureos testículos que se estremecieron. El Omnios dijo algo. Elshya no supo cuánto tiempo pasó, pero debió de ser más de diez minutos en aquella posición cuando sintió que su estómago se llenaba. Su entrepierna se encharcó notablemente al saber que aquel dios se estaba corriendo en su interior. Empezó a retirarse sin dejar soltar su adorado semen. Llegó hasta la boca y el violento manguerazo manchó su cara. Ella dejó la boca abierta, deseaba, necesitaba absorberlo todo. Su barriga se había hinchado con casi cinco litros de aquel líquido elemento que sabía a especias exóticas, pero ella se negaba a soltarlo de entre sus manos. Todo su cuerpo quedó anegado de la sustancia que pudo ver, cuando consiguió abrir los ojos, que era de un blanco nacarado e iridiscente. Empezó a lamer como si estuviera hambrienta de semanas, todo el líquido al que tenía alcance, incluyendo el de sus pechos y sus manos. De pronto se detuvo. A un lado vio cómo el otro Omnios, el plateado, se derramaba sobre Cassia y metía su miembro en la boca para correrse en su interior, mientras de sus comisuras borboteaba semen numinoso. Se dio cuenta Elshya que estaba babeando por beber más, por ser honrada con ese semen.

Miró a su dorado dios que bajó la mirada hacia su entrepierna. Ella no dejaba de masturbar el inmenso miembro que enseguida se hinchó. Abrió las piernas y se puso en el borde del altar, con las piernas tan abiertas como podía. Sintió que su vagina no sólo se había encharcado sino que palpitaba, y se había abierto más de lo que haría en una humana normal: hinchada, se había abierto para dar la bienvenida a ese miembro.

El dios dorado lo colocó en la entrada, y entró. Despacio, casi gentilmente. Elshya gritó de placer. Se llevó las manos al vientre, y sintió el brutal miembro en su interior y tan hinchado y grande que se le notaba aberrantemente en la piel, bajo la piel y los músculos en su vientre, a una altura casi del ombligo, cosa que debería ser imposible sin que la destripara… y, oh, joder, cómo le gustaba. Ya hubiera sido encantada, hechizada o mutada, joder, era la mejor mutación del mundo si podía ser follada a esa profundidad, por más aberrante que se debiera ver, tal y como estaba viendo a Cassia, que además estaba siendo brutalmente follada. El otro Omnios la había cogido de las muñecas, como si no pesara nada y la había alzado en el aire, empalándola por su ano, que estaba tan dilatado que podría caberle un melón. Pero era la brutal polla hinchada de aquel dios plateado lo que tenía y se veía bajo la piel cómo la empalaba una y otra vez y ella gritaba de placer.

Y aquello la encendió aún más. Atrajo más profundamente al Omnios dorado contra ella con una presa de las piernas y empezó a asirse los pechos con fuerza. Un líquido transparente y cálido empezó a brotar de ellos y cada chorro era casi como un orgasmo. De pronto el dios sufrió un cambio, y la máscara impasible mutó en un rostro humanoide imposiblemente bello, como un dios de los cuentos faéricos, y con unos ojos que eran de oro líquido parpadeó, y acercó sus labios a los pechos.

El contacto con sus pezones rosados fue como ser marcada a fuego, y sintió que se corría con la intensidad de un mundo estallando. El dios chupaba y se deleitaba con su contenido. Apartaba la boca llena y besaba a Elshya sin dejar de follarla con fuerza y profundidad, tanta que veía cómo ese miembro numinoso le llegaba imposiblemente al esternón. De los labios del Omnios cayó el líquido que había mamado de sus pechos, entrelazado con su lengua. El sabor era mejor que el del mejor vino que hubiera probado, una ambrosía emergida de sus pechos… y de pronto, el dios se corrió. Llenó su vientre imposiblemente con litros de esperma que salían a borbotones por su coño incluso con el miembro dentro. El dios se retiró. Elshya se sentía enloquecida y se corrió con tanta fuerza que eyaculó. Sintió algo parecido a la sorpresa o quizás la curiosidad en el dios, que se agachó y recogió esa eyaculación al parecer con la lengua, mientras el coño de la muchacha borboteaba los litros imposibles de semen numinoso. Tanto era así, tal era el deseo que le habían inculcado en el ADN, que de inmediato cambió de posición y empezó a lamer y chupar del altar el semen iridiscente como una posesa.

El dios se alzó y miró a la muchacha. Le tiró del pelo, para que dejara de lamer el lugar y lo mirara a los ojos. Elshya, casi fuera de sí, sentía cómo hasta su piel absorbía el líquido y miró al Omnios.

—Volveré, y te tomaré otra vez —dijo con una voz que resonó en su cabeza.

Con un grueso pulgar acarició su mejilla manchada de semen, y ella lo cogió y lo chupó con fuerza.

—Sí, mi dios, vuelve… vuelve y tómame… —Elshya era incapaz de saber quién había pronunciado esas palabras con ese hambre tan voraz grabado en la voz, pero al parecer había sido ella.

Cuando ambos dioses su hubieron ido, las muchachas se reunieron, agotadas. Sus cuerpos estaban acalambrados. Cassia tenía moratones en los brazos, que empezaban a desaparecer. Después de haber tomado tanto semen divino, se sentían pletóricas, más jóvenes, invencibles. Comentaron las sensaciones, y se durmieron juntas en un hueco del templo medio derruido, bajo las columnas, en una noche desconocida, en un planeta desconocido y al parecer, con unos cuerpos desconocidos.