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Hotel II

en Hetero: General

Allá iba yo con toda la corrida en la boca.

De la mano llevaba a mi acompañante, ignorante de todo lo que tenía en mente hacer.

Cuando llegué  a la otra habitación todo lo que fui imaginando lo descarté y comencé a maquinar otras situaciones que nada tenían que envidiar a las primeras.

Senté a mi amiga en la butaca negra que había en la habitación.

Escupí un poco de corrida sobre sus tetas, dejando que se deslizase hasta su ombligo.

Mientras iba resbalando lentamente yo había dado la vuelta a la butaca.

Cogí un pañuelo negro y le vendé los ojos para que no pudiese ver lo que iba a hacerle.

Apoderándome de la camisa que había tirado al suelo le até las manos a la espalda.

La tenía totalmente indefensa, a merced de lo que se me antojase hacer.

Acerqué al acompañante hasta ponerlo enfrente a ella.

Lo masturbé con las dos manos para que estuviese a la altura de mis necesidades actuales.

Cuando consideré que estaba excitado lo acerqué más hasta la chica para que esta empapase de saliva aquella enorme polla.

Me encantaba ver como se follaba aquella boquita, tanto como para aprovechar y masturbarme viendo aquella escena.

Gateé hasta llegar  junto de él, abrí la boca, que aún contenía parte de su corrida, y comencé a comerle la polla también.

Obligué a ella a lamerle los huevos.

Aprovechando que estaba a cuatro patas en el suelo me colocó enfrente de la chica y me empezó a follar.

Los gemidos que yo emitía hacían que ella se revolviese en la butaca pidiendo que le diesen placer.

Cada embiste de aquel hombre, me acercaba más a la entrepierna de ella, rozándola muy sutilmente con la lengua en cada ocasión.

Creo que el escucharme junta al que de vez en cuando le rozase con la lengua la estaba volviendo loca.

Para terminar de hacerle sufrir, me incorporé y con los dientes le bajé la venda de los ojos.

Ya podía ver todo lo que ocurría en aquella habitación, pero no podía hacer nada, no podía tocarme, no podía tocarlo a él y lo peor de todo, no se podía tocar ella misma.

En esos momentos  sentía que era yo quien estaba al mando de todos y cada uno de ellos dos. No podía no sentirme cada vez más excitada sabiéndolo.

Seguí follándome a mi acompañante hasta que decidí que estaba, temporalmente, satisfecha.

Él no lo estaba, por lo que me arrodillé para comerle la polla.

Esta vez no dejé que se corriese en mi boquita, le pedí que lo hiciese en mis manos.

Me las llenó generosamente de corrida y me acerqué  a mi amiga.

Le susurré al oído que iba a portarme bien y no iba a dejar que se quedase con las ganas.

Al momento notó como mi mano se deslizaba buscando el camino hacia su intimidad.

Me afané largo y tendido en complacerla.

Primero suavemente y luego más rápidamente.

Cada vez llegaba más adentro, y cada vez estaba más y más entregada.

Yo estaba tan concentrada en ella ahora que me olvidé por completo del hombre que había en la habitación.

En ese momento no lo necesitábamos para nada, se volvió un mero espectador como unos instantes antes lo había sido mi amiga.

Se tumbó en la cama boca arriba, sin dejar de mirarnos y disfrutar de la escena que sucedía ante sus ojos.

Yo seguía masturbando a mi amiga, quería complacerla completamente.

Nunca se me había pasado por la cabeza la posibilidad de que se aceptase tener un escarceo conmigo asique ahora que tenía mi cabeza entre sus piernas, no pensaba utilizar la lengua más que para hacerla disfrutar con cada movimiento.

A cada momento que pasaba notaba mi cara y mi boca más y más mojada.

Era consciente de que no iba a tardar en conseguir que se corriese. Yo estaba debajo de ella para cuando llegase ese momento. Pensarlo me estaba excitando demasiado pero tenía las manos entretenidas alternando pellizcos entre sus tetas y su clítoris.

No tardé mucho más en notar un sabor salado en la boca, se había corrido ya.

Era mi turno de nuevo.

Me levanté, la obligué a cerrar las piernas para poder subirme yo a la butaca.

Estaba apoyada sobre las rodillas mirándola fijamente a los ojos.

Llevé una de sus manos a mi coño para que me masturbase.

Él seguía en la cama, masturbándose intensamente.

Nosotras seguíamos entretenidas, omitiendo completamente su presencia.

Mi amiga me masturbaba como pago del orgasmo que acababa de concederle.

Yo le mordía los pezones.

Esta vez ella tampoco tardó en encontrar la forma para que yo me corriese de nuevo.

Sentía que iba a hacerlo de un momento a otro. No me equivocaba.

Instantáneamente apareció una mancha húmeda en el asiento de la butaca. Al principio pensé que fuera yo la culpable de tan evidente delito, pero la cara de culpabilidad de ella, supe que aunque no había llegado a correrse, volvía a estar tan excitada por tener que masturbarme, que dejó la prueba en el asiento.

Cogí el pañuelo que tenía en el cuello y se lo volví a poner en los ojos.

Le advertí que no se moviese de la butaca.

No estaba muy convencida de que obedeciese por lo que le propiné un bofetón y le recordé que no era más que una invitada en este juego. Que me debía obediencia ciega.

Allí la dejé.

Fui camino de la cama.

Él seguía sobre ella, muy excitado.

Volvía  a tomar el papel de dominante. Lo acorralé contra el cabezal de la cama, me senté encima, rodeándolo con las piernas para comenzar a follármelo.

Dos días antes jamás se me habría pasado por la cabeza que mi viaje fuese a ser tan placentero.

No pude evitar un amago de sonrisa al pensar esto.

Pronto esa sonrisa se transformó en sorpresa y luego enfado.

Mi amiga se había levantado de la butaca, había caminado hacia la cama y aunque tuvo que ir un poco a las apalpadas dio con nosotros.

De un tirón de pelos me sacó del regazo de mi amante y se subió ella.

Poco rato iba a estar puesto que ya me encargara yo de dejarlo muy satisfecho.

Ya me levantaba para irme cuando ella misma, me agarro esta vez del brazo impidiéndomelo.

Se acercó a mí dejando al chico solo.

No sé si fue un acto de disculpas o de agradecimiento por la experiencia, pero se agarró repentinamente a mi cuello, besándome con la mayor pasión con la que hasta el momento nadie había hecho.

Acepté aquella ofrenda o aquel agradecimiento, (nunca le pregunté cuál de las dos era, o si eran las dos)  devolviéndoselo con igual entrega.

¡Qué escena tan bonita! Las dos fundidas en un abrazo, besándonos con ternura, rozando sutilmente nuestros cuerpos…y, sin más aviso, una extensa corrida empezó a resbalarnos por la cara.

Fue el final de aquella inolvidable aventura.