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Adquiriendo experiencia VIII

en Fetichismo

El relato que sigue lo escribí cuando aún estaba en Londres, pero no lo publiqué porque por algún motivo se me fueron las ganas de comunicarme con nadie, aunque sabía que llegaría el momento de seguir con estos relatos. Para mi escribir es un vicio del que puedo prescindir temporalmente, pero en el que siempre vuelvo a caer.

Ahora estoy de vuelta en España, en casa de mis padres (cómo no!), pero con la intención de volver a Londres en cuanto pueda. Mientras tanto, intentaré seguir contando las cosas que me pasaron ya más lejanas en el tiempo, no como en los relatos anteriores, cuando no solamente tenía el recuerdo muy fresco, sino también el sabor en mi lengua del coño de Sharon.

Por cierto, ayer me llegó un mensaje de Tom, el vecino de delante del piso de Alicia y las chicas. Me pide que vuelva a Londres, que si es necesario me paga el viaje y hasta corre con mis gastos allí. No quiero hacerlo; no porque piense que si lo hago seré como una puta que cobra, sino porque me limitaría la libertad de hacer lo que me de la gana.

Por otro lado, prefiero comunicarme contigo a través de estos relatos. Los mensajes que nos mandamos son demasiado personales y de este modo es menos comprometedor. No me importa recibir tus correos, de hecho me gusta, pero no te molestes si no los contesto. Espero que lo entiendas y sepas que hablo de ti.

*          *          *

En algunos momentos pienso que el morbo que siempre me acompaña y mis fantasías me hacen que me plantee si lo que estoy haciendo es moral o inmoral. De todas maneras yo no he tenido una educación religiosa y desde que era pequeña siempre he pensado que la moral es una percepción personal y no algo impuesto por ninguna institución, sea la que sea. He seguido la norma que dice que lo que los adultos hagan con su vida privada no tiene por qué ser “pecado” ni delito. Eso lo dicen los que quieren controlar a la gente metiéndoles miedo en el cuerpo.

Perdona, me estoy enrollando, pero sabes lo que quiero decir, ¿no?.

Esto viene a cuento de que he empezado a ayudar al vecino de delante, porque el otro día me dijo que la mujer ucraniana que iba a limpiar su casa ha tenido que volver a su país por historias de familia. Me ofreció ayudarle a cambio de algunas libras y he aceptado. No me cae mal y creo que es inofensivo, aunque las chicas se han partido de risa cuando se lo he dicho y me han avisado que vaya con cuidado que los viejos ingleses son muy viciosos. Y, aunque lo hayan dicho en broma, tienen razón; he descubierto que ese hombre tiene ciertas inclinaciones sexuales muy peculiares en las que he acabado colaborando. Es un fetichista de lo más y me encanta.

En un lado del salón tiene un escritorio con papeles y un portátil que, los dos días que había venido antes, siempre estaba cerrado y el tercer día, mientras él sacaba a pasear a su gato y yo estaba limpiando pude ver que la pantalla estaba subida y (admito que tengo un punto algo elevado de curiosidad) me puse delante de ella y moví el ratón para ver qué estaba haciendo. Obviamente se había olvidado de cerrarla.

Cuando se iluminó la pantalla, se llenó de carpetas con nombres extraños. Dudé un momento, pero no lo resistí y abrí una. La primera foto que vi era de un hombre arrodillado en el suelo con las manos esposadas a la espalda y con la cara hacia arriba recibiendo en la boca un chorro de semen que salía de un pene de propietario invisible en la foto. Aunque no se podía ver muy bien la cara por estar chorreando del líquido blanco, creo que el que se lo estaba bebiendo con evidente placer era él, aunque bastante más joven. No amplié las fotos, pero eran lo suficientemente grandes para poder ver que la mayor parte eran de prácticas sadomasoquistas y confirmé que en casi todas ellas se podía ver a Tom más joven en el rol del que recibe dolor. En una de las carpetas había fotos y vídeos y en este caso en muchas de ellas se veía a hombres con las pollas y los huevos atados algunos y otros atados a una cama con cuerdas o con cadenas, estuve tentada de abrir un vídeo, pero me lo pensé mejor y ni siquiera abrí una foto. De todas maneras se podía ver perfectamente de qué iban. Otra carpeta estaba llena de fotos de hombres masturbándose vestidos con lencería.

Pensé en aquel inglés del pueblo y por un momento pensé que todos los ingleses viejos debían tener alguna parafília, aunque éste, al parecer, tenía varias. Me dio bastante morbo lo que vi, pero seguí con mi razonamiento de que lo que cada uno haga en su intimidad es cosa suya y además ese hombre me parecía muy pacífico y conmigo era muy amable y suave.

Lo dejé como estaba y seguí con mi trabajo. Recogí la ropa de la secadora, la doblé y la iba a dejar encima de la cama como él me había dicho cuando pensé que mejor se la dejaba en su lugar correspondiente dentro del armario. Camisetas,, camisas, pantalones, calzoncillos, vamos, lo normal. Abrí el armario y  colgué las camisas y los pantalones y para lo otro abrí los cajones para ver dónde iban.

En uno de ellos vi que había varias bolsitas de plástico de las transparentes con cierre hermético que contenían bragas completamente lisas y planas. Cogí las bolsitas y al acerármelas vi que las todas las bragas estaban sucias, algunas por delante con manchas amarillentas y otras por detrás con manchas más oscuras, evidentemente de caca. Abrí una de las bolsas y salió un olor a meados y a mierda que me echó para atrás.

Algunas eran más viejas, más grandes y lisas y otras más pequeñas y con encajes de lencería. Había solamente de tres colores: blancas (más o menos) negras y de color rosa y aunque era más difícil ver las manchas en las negras, se podían distinguir perfectamente los surcos sucios de delante y detrás.

Volví a pensar en aquel día en que le regalé mis bragas sucias al inglés del pueblo y me eché a reir por lo bajini. También recordé que más tarde me había arrepentido de no hacerle una mamada, aunque en aquel momento no habría sabido ni por donde empezar. Ahora que ya voy pillando experiencia ya sabría por donde empezar y por donde acabar.

Más tarde me sentí algo mal por haber metido las narices en su ordenador y en sus cajones (y más literalmente en las bolsas), pero en ese momento  le dio un chute a mi morbo, que por otro lado no lo necesita habitualmente.

Cogí todo la ropa de y la dejé sobre la cama,

Por supuesto que sé que hay personas a las que les gusta ese tipo de guarrerías y otras más fuertes, pero una cosa es saberlo y otra cosa es estar sola en la casa de alguien fisgoneando y viendo lo que yo estaba viendo.

Por otro lado pensé que eso era una violación de su intimidad y no me pareció bien porque yo quiero que se respete la mía, aunque tengo que reconocer que sentía subir la adrenalina y acelerarse mi corazón, y eso me da gustito.

Seguí como si no hubiera visto nada y poco después él volvió de su paseo con el gato. Lo primero que miró al entrar fue el ordenador y se dirigió hacia el bajando la tapa inmediatamente. Por suerte ya había pasado un rato desde que lo dejé y la pantalla ya había oscurecido.

Luego hemos llegado a tener mucha confianza mi vecino y yo. Tanta que se merece varios relatos. Y me da la impresión que va a haber mucho más.

Todo empezó el día que me preguntó a bocajarro si yo era lesbiana

El tipo es una pasada. Ha vivido cosas que yo nunca podría imaginar.