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La maestra de catecismo

en Voyerismo

La maestra de Catecismo

Parte 1

Mi nombre es “Lucy” y me encanta el exhibicionismo. Soy bajita de estatura, tez blanca, cabello negro, ojos color café, un rostro angelical con pequitas en mis mejillas. No tengo mucho busto pero si unas piernas bien formadas y unas nalgas muy bonitas (me gustan) son grandes y regordetas (pero bien formaditas). Soy la típica mujer que piropean en la calle. Me gusta que me chiflen cuando me ven las pompis. También me da mucho morbo y excitación cuando en el camión urbano intentan todo por rosar mis nalgas. Usar pantalones ajustados, lycras, minifaldas y tops sin bra (lucir mi cuerpo). Me encanta esa sensación. Gracias a esto tengo muchas historias que compartirles. Esto me pasó cuando tenía 25 años pero primero tengo que presentarles a Teresa.

Mamá se llama Tere y es una mujer madura con un cuerpo de envidia. Sin necesidad de entregarse al GYM tiene un cuerpo envidiable para todas las que andan en sus cuarenta y tantos años (creo que es cosa de “genética curvilínea”): caderas bien formadas, un par de pompas regordetas y muy definidas a pesar de lo prominentes que son; alta y con un par de pechos doble d (que me faltó de heredar), abdomen plano, tez blanca, ojos azules y un cabello cortito que tiñe de rubio. Tengo que confesar que mi mamá es una de las personas que no posee malicia alguna, creo que supone a todos los demás con la misma condición inocente que ella tiene y esto la volvió un blanco fácil para todo tipo y clase de morboso-cochino en la calle, y ni que decir para mis primitos sucios.

Les cuento algunas situaciones donde descubrí a sucios-morbosos teniendo de blanco a mi mamá.

Una noche mi mamá se encontraba haciendo de cenar para mis primitos, Carlitos y Yeyo. Ella llevaba puesta su playera blanca de manga corta. Un short de color beige que le quedaba un poco justo y cortito, sus piernas se veían muy bien torneadas y se distinguían tan bien gracias al remate de su tenis blanco. Mamá estaba parada frente a la estufa. yo sentada en la meza de la cocina, exactamente atrás de ella. Llamó a los niños quienes llegaron corriendo, se detuvieron en la puerta de entrada. Estaban atentos viendo a mi mamá terminar de cocinar. Yeyo me hizo una seña con su dedito llevándolo a sus labios, guardé silencio y solo sonreí. Carlitos atendía a Yeyo que le murmuraba al oído. Y de repente se arrancó Carlitos corriendo desde la puerta para legar a estampar su cara, completamente, entre las nalgas de mamá quien solo gritó al sentir al niño quien la abrazaba por las piernas. Carlitos movía su carita de lado a lado diciendo “te quiero muchote, tía Tere” y mi mamá sin desatender la cena carcajeaba y decía “yo también, bebé. Siéntense a comer”.

Una noche llegó mi abuelito Rafael. Es un viejito de unos ochenta y tantos años, medio calvo, gordito, bajo de estatura. Mi abuelo se la pasaba viéndome las nalgas desde que llegó. Me seguía a todos lados platicando y despistadamente viéndome contonear en un pants gris… hasta que llegó su nuera. Teresa venia un poco bebida por la posada de maestras. Llevaba puesto una blusa negra un poquito escotada pero que permitía ver su gran pecho apresado en esa tela de estampados. Tenía puestas unas lycras negras que remataban con unos tacones altos color dorado. Mi abuelito se la pasaba pidiéndole que un vasito de agua, prenda la tele, ayúdeme con tal y cual cosa- Me fui a mi, después de un tiempo decidí salir a cenar algo pero me quedé en la puerta que da a la sala. Mi mamá atendía cualquier cosa que pidiera su suegro, muy atento y risueña. En una de esas el abuelo tiró un vaso de agua en la mesita de la sala, mi mamá corrió apurada a secar. Ella inclinada con sus piernas rectas dejando que su blanca piel se trasparentara. Las pompis de mi mamá se veían casi por completo entre las transparencias, muy recalcadas y detrás de ella mi abuelo quien solamente rogaba disculpas. Mamá carcajeaba y le pedía perdiera cuidado. En seguida el viejito le dijo que era muy buena y vi como aproximó descaradamente su cara a las nalgas de mamá. Quedo solamente a unos centímetros de tocarla, En eso mamá se hace para atrás y el ancianito en lugar de caer de espaldas se apoyó sus manos en las caderas de mamá quien pedía perdón sonrojada. Mi abuelo movía descaradamente la cara de lado a lado, se despegó y siguió carcajeándose. “Casi lo tiro” dijo mamá entre risas. Yo entre de nuevo a la sala muy despistada preguntando qué ocurría pero la risa que tenían no los dejó decir nada, mamá se metió a la cocina diciendo “tu abuelito se caía, hija”.

En el camión urbano mi mamá estaba sentada en el asiento que da al pasillo. El camión casi vacío y un viejo de unos cuarenta años de aspecto descuidado se puso al lado de nosotras, en los pasamanos del pasillo. El tipo veía el escote de mi mamá. Sus pechos brincaban en la blusa negra de botones y vi como el bulto del tipo se iba poco a poco formando. Aquel señor arrimaba su cosa en el hombro de mamá quien solamente seguía platicando conmigo sin darse cuenta siquiera de aquella enorme erección que jugaba en su hombro.

En fin, continuo con el relato.

Me levanté temprano, como todos los sábados, para ir a correr. Me vestí con mi sudadera de gorrito, toda color verde, un poco ajustada al cuerpo. Debajo llevaba mi top color naranja que es muy transparente, como saben, no tengo mucho busto pero me defiendo. Debajo de mi top no traigo nada permitiendo que se recalquen mis pezones. Esta prenda la confeccioné con un escote que al moverme mucho hace que mis pechos se salgan brincando.

Siempre uso tangas de color diferente a las mallas porque busco la transparencia que hacen los triangulitos que se pierden entre mis grandes pompis. Tengo toda la intención de que los hombres que están en las paradas de autobuses, o andan en sus automóviles, o pasaban caminando se puedan deleitar al ver trotando unas muy buenas nalgas regordetas comiéndose, por completo, unas mallas ajustadas. Siempre cuido subir mis lycras y enrollarlas a mi cintura para tener ese efecto en cada paso que doy para obtener chiflidos y gritos.

Ese día recuerdo que escogí unas de color verde ecológico y una tanga color rosa mexicano. Ya estaba lista para salir solo me hacia una colita de caballo mientas me veía frente al espejo.

-Lucha-gritó mamá desde la sala-necesito que me acompañes al catecismo con los niños porque traigo juguetes y no puedo sola.

Mi mamá aparte de trabajar en dos kínder, uno en la mañana y otro en la tarde,  entre semana; es maestra de catecismo los sábados en la iglesia ubicada en una colonia popular, cerca de la casa.-Pero ve mamá-dije ya en la sala donde se encontraba lista para salir. Su cabello recogido, armando una pequeña colita de caballo de color rubio. Sus lentes gruesos de color negro y un poco maquillada la hacían verse espectacular sin necesidad de más. A mitad del rostro, un flequillo medio se le formaba improvisadamente.-Ve, tu ya estás cambiada.

-Lucy, ando como siempre -dijo dándose una pequeña media vuelta. Su pantalón de vestir color gris claro se metía entre sus enormes nalgas, resaltaban más por los altos tacones negros en los que estaba de pie. Un pequeño saco del mismo color permitía resaltar sus grandes pechos por tres pequeños botoncitos que se abrochaban a la altura de su abdomen, esa voluptuosidad se lucía en una blusa color blanco con escote pronunciado; que al más mínimo descuido podría ampliarse un poco más de la cuenta y dejar asomarse sus dos pechos presionados por su brasier blanco retacado de encajes.

-Mama pero ve cómo voy vestida, no te da vergüenza llevarme así-le dije dándome la vuelta.-Ve como se me meten las mallas entre las pompis.

-¡Hay, Lucy!- dijo entre risas- son niños, no andarán viéndote nadada de eso. Vámonos ya.

Íbamos en dirección a la parada de autobuses, cada una llevaba una caja con juguetes. En aquella parada se encontraba una señora acompañada por un niño de unos ocho años. Mamá rápidamente lo identificó y emocionada gritó su nombre “Pedrito”. Era el más pequeño de todos sus alumnos del catecismo. Un niño morenito, ojos grandes. Cabellos parados, sin corte alguno. Llevaba una playerita amarilla con un dibujo de un perrito vaquero y unos pantaloncitos de mezclilla.

-Hola, profe Tere- dijo el niño mientras mamá se inclinaba con caja en brazos para saludar al niño. Ahí pude notar que un hilo de su tanga color blanco se escapaba de aquel pantalón. Se puso de pie, saludo y continuó platicando con la mamá de Pedrito.

Las tres nos sentamos en espera del autobús mientras el niño jugaba detrás de nosotras. Mientras la señora y mamá platicaban volteé a ver donde andaba Pedrito cuando lo descubrí quieto viendo muy atentamente detrás de mi mamá. Ella al estar sentada con ese pantalón de vestir tan ajustado provocó que bajara un poco y el saco, restirado por la carga entre sus manos, se levantó un poco pues estaba sentada con su espalda muy recta. Mamá estaba mostrando sin querer los dos hilos de su tanga, el triangulo se asomaba dejando que sus grandes y blancas nalgas formaran un pequeño gordito que estaba al aire por estar presionadas entre la banca y aquella correcta posición de descanso. Me sentí un poco molesta pero enseguida me causó un poco de risa la curiosidad del niño, cosa que hizo girar a verme rápidamente. Le sonreí pero el niño, ya apenado, se fue al frente para acomodarse entre los brazos de su mamá.

El autobús llegó, nos pusimos de pie. Vi como la señora se despedía de Pedrito, el niño se iría con nosotras.

-Yo se lo cuido-dijo mamá mientras la señora se alejaba. Yo pude notar como el pantalón gris se le metía a mi mamá entre las nalgas. Me sorprendí al notar que se le veían muy grandes y bien formadas, me causó mucha envidia para ser sincera. Sentí como mis mallas habían sufrido el mismo efecto, la tela se metía por completo entre mis pompis.

-Ándale, Pedrito, súbete- dijo mi mamá.  Al momento en que se escucharon unos chiflidos y gritos “Adiós culonas” “Pinches nalgonsotas” “Que rico culote”. Me sonrojé y les sonreí. Mi mamá simplemente subió al autobús después de Pedrito, ignorando aquellos tipos que iban en una camioneta. Nos sentamos juntas mientras el niño se sentó frente a nosotras. Mamá hablaba de no sé qué, mientras yo recordaba aquel niño viendo las nalgas de mi mamá atentamente. Eso me excitó imaginar que nos veía a las dos. Recordé lo vivido con Carlitos y Yeyo, mis dos primitos. Me sentía tan caliente que decidí mejor calmarme por temer mojarme pero sentía agitación al saber que llegaría a un salón lleno de pequeñitos.

El autobús se detuvo justamente a la entrada de la Iglesia. Intentamos bajar rápido. Primero caminé yo por el pasillo, seguida por Pedrito y mamá. Casi llegando a la puerta de descenso el idiota conductor frenó repentinamente, intenté maniobrar la caja, mamá gritó, cuando sentí en mi nalga una manita pequeñita. Pedrito se sujeto con fuerza después de posar su manita apretando fuertemente mi nalga derecha. Yo solté una carcajada, mi mamá ordenó que bajáramos rápido mientras decía -Agárrate bien, Pedrito. Sentí como el niño apretó mis nalgas, sus dos manitas ya estaban en mis pompis, giré a verlo y le sonreí pero él no me notó porque estaba viendo directamente mis pompis, me sentí mojadita.

Llegamos a la iglesia. Dimos unos cuantos pasos hasta llegar a la parte trasera, al salón del catecismo. Pedrito entró gritando buscando al padre José.

-Buenos días, Teresita-. Dijo el padre. Un viejecito encorvado, calvo, cejas canas y un cuerpo muy delgado. Venía apoyado en un bastón y en el hombro de Pedrito.-Los niños están en el salón pero solo vinieron tres, contando a Pedrito. Vamos, pasen.

Mi mamá me presentó con el padrecito. Entramos seguidas por ellos. En el salón estaba rayando el pizarrón dos niños pequeñitos de unos 12 años. Los dos estaban delgaditos y muy morenitos, ojos grandes, cabellos parados.

-Maestra Teresita-gritó uno de los niños. Los dos corrieron directo a abrazar a mamá.

-Niños, niños. Dejen bajar la caja-decía mamá. Yo estaba a espaldas de mamá y pude ver como las manitas de los niños pasaban por las grandes nalgas que estaban en ese pantalón de vestir. Mi mamá reía mientras pedía que se calmaran y la dejaran bajar la caja. No hubiera pensado mal sino fuera porque a cada pasadita de sus manos apretaban con fuerza las pompis. Esas manos se veían pequeñas sobre las nalgas, tan bien formadas, de la maestra curvilínea.

-Ya, niños. Cálmense-dijo el padre José. Los niños atendieron rápido al padre y se pusieron al lado de mamá mientras ella se inclinaba a dejar la caja de juguetes en el piso. Mientras los niños desesperadamente abrían la caja para sacar los juguetes. En ese momento el pantalón de vestir de mamá, al ser sometido a tal restirón, bajó exponiendo los indicios de una tanga. El viejecito y Pedrito veían atentamente los hilos blancos que se asomaban mientras el triangulo juguetón de mi mamá quedaba expuesto.

-Repártales, Teresita-dijo el padre José, mientras sonreía. Mamá atendió contestando que sí, sin voltear a vernos y entre risas comenzó a sacar los juguetes. Se puso en cuclillas, el pantalón bajó un poco más. El inicio de las grandes pompis de mamá comenzó asomarse y mostrar un poco del final su espalda. El pantalón tan ajustado se restiraba, me sorprendí al ver que aún así no perdía la perfecta forma de una buen par de nalgas. El padrecito José y Pedrito clavaban su mirada descaradamente sobre aquella madura nalgona, tanta era su concentración que ni se dieron cuenta de que los veía.

Mamá se levantó y se acomodó su pantalón y giró a vernos.

-Ándale, Lucy. Pon los juguetes en la mesa-. Yo estaba sorprendida pues mi mamá al estar hablando ni se dio cuenta que su escote estaba muy abajo. Los pechos de mi mamá parecían quererse desbordar al estar entre un sostén tan ajustado y un chalequito que hacia resaltarlos. Los encajes de su bra resaltaban su piel blanca. El padrecito sonreía junto con el niño. Me dio coraje en ese momento, pensé en decirle a mamá pero me detuve. No sé porque, creo que me despertó la malicia.

Me dirigí a dejar los juguetes y en eso mamá ya estaba a mi lado y comenzamos a poner los juguetes en la mesa.

-Niños, ella es la hijita de la maestra Teresita- decía el padre José mientras los dos niñitos se ponían de pie con juguetes en mano y a la par dieron los buenos días.

-Mira, Lucia-dijo mi mamá -él es Chacho, tiene doce años. Chacho traía puesta una playera interior color negra y unos shorts de mezclilla.-Él es Pancho y también tiene 12- Pancho tenía una playera roja con un estampado de un caballito y un pants color gris.-Son muy buenos niños.

-Hola. Soy Lucia pero me pueden decir Luchy, Lucy o Lucha.

El padre José, Pedrito y Aquellos dos niños sonriendo me veía pero yo notaba como se les escapaba la mirada para poder ver como se presentaban los enormes pechos de su maestra de catecismo. No podía competir con eso hasta que dije:

-¿A mi no me van a saludar, niños?

-Sí, denle un abracito- dijo mi mamá.

Los niños se acercaron, dejaron los juguetes en la mesa que estaba detrás de nosotras y se acercaron con confianza. Sus caritas quedaban un poquito arriba de mi ombligo.

-Bienvenida, Lucy- Dijo Chacho mientras los dos se acercaban a mí. Tímidamente me abrazaron poniendo sus manitas en mi espalda. Yo puse mis manos en sus cabecitas y para darles más confianza, tomé sus antebrazos pequeñitos, los bajé para que sus manitas bajaran de mi cintura hasta quedar en mis nalgas. Vi como se voltearon a ver y sonreían.

-Yo quiero mucho a los niños buenos-dije mientras todos en el salón reían a carcajadas.

-Ellos son muy buenos niños- decía el padre José a mi mamá, que estaba parada frente a mí, ella asentía con la cabeza mientras se acomodaba sus lentes y sonreía.

-Sí, se ve-contesté, mientras sentía como sus manitas apretaban suave y a la vez fuerte mis nalgas pero me sentí más sorprendida cuando sentí unos deditos que se metían entre mis nalgas. Uno de ellos metía más mis lycras entre mis enormes pompis. Comencé a sentir como me mojaba, me sentía tan caliente tener esos pequeños deditos escarbando en mis enormes nalgas, intentando esconderse lo más que pudieran dentro de ellas hasta que mamá los llamó para comenzar con la clase.

    Mamá ya llevaba media hora de clase. Los niños estaban sentaditos en sillas pequeñitas frente a un gran pizarrón blanco. Ponían atención a la maestra que despertaba las dudas de sus alumnos. Preguntas más motivadas por el descuido al inclinarse y sujetar sus lentes porque así el escote dejaba mostrar esos enormes pechos entre encajes, blusa blanca y un chalequito a presión. Yo veía desde la parte de atrás del salón que cuando uno preguntaba algo los que estaban atrás de mi mamá se ponían de pie simulando atender la respuesta que daba su maestra pero en realidad soltaban miradas morbosas a las enormes nalgas que tenían al lado. Se veían enormes al estar en medio de los pequeñitos.

Unos minutos después de haber terminado  tema de la clase entró el padre José con su bastón. Me miró de arriba abajo y con una sonrisa me pidió ayuda. Me acerque al viejito y lo tomé por su codo y mano, se apoyaba en su bastón. Los niños ponían atención, nosotros intentábamos agarrar el paso.

Llegamos hasta una banca que estaba pegada a una pared. El viejito comenzó a sentarse y yo lo guiaba. En eso volvía para sentarme cuando dijo el padre.

-Teresita, póngalos a hacer calistenia. Se están quedando dormidos. Usted quédese aquí, Luchita. Aquí quédese paradita. Aquí frente.

-Sí, padre-le dije al viejo sucio que quería verme mover las nalgas. Eso me puso súper caliente.

-Muy bien niños. Hagan las sillitas un poquito para atrás-decía mamá mientras se ponía frente a ellos.

Comenzarían los ejercicios para despertarlos. Primero con estiramientos.

-Brazos arriba-gritaba mamá y los niños y yo la seguíamos.

-Arriba, más arriba- decía el padre José.

El anciano cochino veía de perfil a mi mamá que se restiraba y, poco a poco, provocando que los grandes pechos se asomaran más. Mi mamá solamente reía y motivaba a los niños a seguir las órdenes del viejo sucio.

-Más para arriba, Luchy, de puntitas-dijo el viejo.

-Sí, Lucha-decía la ingenua de mamá.

Yo me sentía tan excitada que no pensé más que en obedecer. Me puse de puntitas con los brazos para arriba. La sudadera dejaba ver mi abdomen plano. Sentía como mis nalgas se apretaban, la tela se metía entre ellas. Sabía que aquel viejo clavaba la mirada en mis nalgas comiéndose la tela, transparentando el triangulito rosa mexicano y los hilos comenzando a presentarse ante él.

-Ya no aguanto-decía Pedrito.

-No, no Pedrito- gritó el padre cochino-apenas va lo bueno, mijo. Ahora, así como están con los brazos para arriba van a bajar y subir. Una, dos y tres.

Comenzamos a subir y bajar, ya hacíamos sentadillas. Los niños estaban contentísimos al igual que el viejo sucio que estaba detrás de mí deleitándose con sus dos pendejas. Los hilos de la tanga de mi mamá se asomaban a la par que su ombligo pequeñito y su abdomen plano a cada que subía los brazos. Cada vez bajaban un poco más sus pantalones de vestir. Los niños reirán y murmuraban entre ellos. El perfil me permitía notar cómo llegaron a salir el inicio de sus nalgas grandes. El hilo de su tanga se quedaba en una curva prefecta de su cintura, aquel hilito se perdía en la parte delantera y la nalga enorme de mi mamá.

-Más arriba, más abajo- gritaba el padre. Yo sentía que mis mallas sufrían el mismo efecto que el pantalón de mi mamá. Me sentí tan excitada que decidí darle un regalito al viejo sucio. Cuando ordenó que bajáramos yo bajé mis brazos permitiendo hacer que mi sudadera subiera y dejara un poco descubierta mi espalda baja. Sentí como mis licras bajaron repentinamente, ya tenía la mitad de las nalgas de fuera.

-Vamos a quedarnos tantito así- Dijo el padre José- para que descansen tantito.

Sentía mi vagina muy mojadita. Frente a mí estaba mamá en cuclillas  enseñándole las tetas enormes a unos mocosos sucios. Detrás, aquel viejo sucio que apreciaba unas carnosas nalgas comiéndose una tanga muy sexy, sujetas a presión por unas mallas verdes que quedaban a la mitad dejando unas grandes nalgas blancas. Yo me hacia un poco más para abajo, sentí como mis pompis se abrían poquito. Aquel señor podría ver mis nalgas abriéndose, el hilo rosa paseando entre ellas.

-Muy bien, niños-gritó el padre-Ahora todos de pie.

Al momento de levantarme a la par fui subiendo las licras hasta arriba de mi ombligo, dejándolas meterse entre mis pompis. Giré a verlo y aquel anciano, sentado, me sonreía mientras su mano descansaba sobre el bastón. Le respondí con una sonrisa y me volví a girar para seguir con los ejercicios.

-Ya. Listos para la dinámica-dijo mamá. Los ejercicios habían terminado dejándome con ganas de jugar con el padre pero lo que seguí estaría mucho mejor.

Continuará.

luchydelaRo.