miprimita.com

Casa Okupada

en Intercambios

 

Casa Okupada

Capítulo 1

Toni y Mireia volvían a casa andando pausadamente, fijándose en los escaparates que encontraban en su camino y disfrutando del tiempo que ya era primaveral. Venían del cine, la película, francesa y en versión original, les había gustado mucho. Uno de esos films que te dejan con ganas de comentar, debatir y reflexionar. Laura se agarraba al brazo de su recientemente declarado marido. Con veintinueve y veintisiete años respectivamente ambos habían contraído matrimonio el verano pasado, en una coqueta capilla situada en la sierra madrileña.

Las calles de Chamberí estaban abarrotadas de gente, comprando, paseando y llenando las terrazas de los establecimientos, era un sábado idílico, de los que la pareja solía disfrutar. Llegando a su portal Toni puso la mano en la nalga de su esposa, agarrándola con cierta fuerza. Mientras Mireia sacaba las llaves del bolso se cruzaron la mirada, cómplice, inconfundible. La película no solo les había dado ganas de hablar, también les había excitado y ambos lo sabían. Subiendo en el ascensor se besaron, con lengua, otro mensaje inequívoco de lo que iba a pasar.

Abrieron la puerta patosamente, entrando en el piso sin dejar de besarse, soltando ella el bolso sobre el suelo, ajenos a todo. Aún no habían cerrado la puerta cuando un ruido en el comedor los alarmó. El piso era de compra pero muy pequeño, al entrar a la izquierda te encontrabas una cocina americana y seguido ya estaba el salón, la parte más grande de la vivienda. El resto lo completaban una única habitación de matrimonio con vestidor y el baño, que solo tenía acceso desde esta.

—Hola, buenas tardes —dijo un hombre alto y con aspecto algo andrajoso, con buen español pero marcado acento extranjero.

El individuo, de unos cuarenta años, con barba y melenudo, les observaba de pie desde el centro del piso, acompañado de una chica más joven, de unos treinta y pocos y de aspecto también “hippioso”. El susto fue mayúsculo. Instintivamente Toni colocó a su esposa detrás, protegiéndola con el cuerpo mientras gritaba:

—¡¿Quién coño sois vosotros?!

—Tranquilos por favor, amamos la paz —respondió el desconocido acercándose lentamente, mostrando sus manos en señal pacífica.

—¡Llama a la policía cariño! —ordenó protegiendo a Mireia mientras notaba como la adrenalina empezaba a correr por sus venas.

—No tengáis miedo por favor, no somos ladrones, somos okupas, mi nombre es Klaus —dijo mientras extendía su mano.

Mientras la mujer estaba de nuevo en el pasillo marcando con la policía municipal Toni abría los brazos, alertado y cada vez más nervioso pero intentando razonar.

—¡¿De qué coño hablas?!, ¿cómo demonios habéis entrado?, esta casa no está abandonada vivimos nosotros. Iros y no os denunciaremos, os lo prometo.

La okupa permanecía completamente inmóvil, algo apesadumbrada incluso mientras que su acompañante seguía su lento acercamiento hacia la pareja.

—De verdad que somos inofensivos, solo queremos hablar con vosotros.

 

—¡Ya están de camino! —anunció Mireia con tono amenazante.

—Es normal que llaméis a la policía, estamos acostumbrados, os dirán que nos denunciéis y no habrá juicio hasta dentro de tres meses. Por favor, escuchadme. Necesitamos una casa durante un mes y nos iremos, no haríamos esto si tuviéramos otra opción.

—¡Os vais a largar de mi casa ahora mismo! —gritó el esposo entre cabreado y asustado.

El okupa extranjero ya no avanzaba más, seguía con sus argumentos desplegando todo su repertorio de gestos amistosos.

—Soy Klaus Ehrlich, de Hamburgo, y mi amiga es Mar Lancuentra, de Barcelona. Solo queremos estar aquí unos días, no os causaremos ninguna molestia os lo juro.

—Esto es surrealista —se lamentó Toni poniendo sus dedos sobre las sienes, apoyado en la puerta del piso que seguía abierta de par en par.

—Ya se lo contaréis a la policía —les increpó Mireia desde el pasillo envalentonada.

—Cómo queráis —afirmó Klaus retirándose y sentándose en el sofá, acompañado al momento por Mar.

El alemán parecía salido de una película de hippies de los años sesenta, con su melena y barba rubia, un chaleco de piel marrón sobre el cuerpo y unos vaqueros acampanados. Ella no era muy distinta, también con cabello largo y rubio, una camiseta de tirantes blanca algo holgada y unos diminutos shorts. Los dos estaban morenos y adornaban sus cuerpos con innumerables abalorios, desde collares hasta pulseras de muñeca y tobillo. Cuerpos fibrosos pero delgados.

—¿Queréis un poco de té? —preguntó Mar señalando la tetera de encima de la mesita del comedor, tetera que por cierto, era del matrimonio.

—Esto es increíble… —fue la única respuesta que recibieron por parte de ellos.

—Yo de vosotros me sentaría, la policía suele tardar en estos casos, tienen cosas más importantes que hacer —aconsejó el okupa.

—Estamos bien aquí, gracias —anunció Toni con amargura desde la entrada.

Klaus estaba en lo cierto, pasó casi una hora hasta que dos agentes de la policía municipal de Madrid hicieron acto de presencia, llamando al telefonillo para subir acto seguido.

—Buenas tardes, ¿puede alguien explicarme que pasa aquí? —preguntó el más bajito de los dos.

El matrimonio contó la situación de manera atropellada mientras el policía tomaba apuntes, pisándose el uno al otro, desfogándose por los nervios pasados. El otro agente examinaba la cerradura mientras decía:

—Pues no hay restos de forcejeo, no ha habido violencia para entrar en el domicilio.

—Oiga, ¿me está diciendo que les hemos dejado entrar?, ¡¿es que estamos locos o qué?! —preguntó Toni completamente enojado.

—Tranquilo señor, por favor, solo hacemos nuestro trabajo. ¿Ustedes tienen algo que decir? —preguntó el agente que llevaba la voz cantante a la pareja de okupas.

—No señor policía, lo que cuentan es completamente cierto.

Ante el estupor de los cuatro el agente solo pudo decir:

—Entonces…supongo que querrán poner una denuncia, ¿verdad?

Después de unos cuantos gritos, insultos y nervios, el matrimonio puso la denuncia con la total colaboración de los okupas, que dieron sus documentos de identidad sin objetar nada.

—Muy bien, ya lo tenemos todo, les avisarán para el juicio.

—¿Es que no piensan echarlos?, ¿cuánto tardará el juicio?, ¡esto es increíble!

—No sé qué decirle señor, viendo como están las cosas últimamente, unos tres meses.

Toni pudo ver como Klaus le miraba con una pequeña sonrisa de “te lo dije”.

—Y mientras tanto, ¿qué se supone que tenemos que hacer? —preguntó Mireia que llevaba un rato callada.

—Pues, lo que vean, irse con un familiar, a un hotel, convivir, no lo sé, son casos complejos estos señora.

—¡¡¿¿Durante tres meses??!!

—No, en un mes nos iremos de aquí, os lo prometo —intervino el alemán acentuando el tono de vodevil que la situación estaba adquiriendo.

—Buenas noches —fue lo último que oyeron de los policías antes de entrar en el ascensor, que se esforzaban por no reírse.

Capítulo 2

El matrimonio se encerró en la habitación, asustado, sintiéndose prisionero en su propia casa.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Mireia horripilada con aquella situación.

—No lo sé cariño, no nos podemos ir a un hotel tres meses, ni dos, ni uno. Además a saber lo que le harían a la casa.

—Pero no podemos quedarnos aquí con ellos.

Ambos susurraban sin saber exactamente porqué.

—¿Y qué sugieres? Yo trabajo en casa, ya sabes que necesito una buena conexión para enviar y recibir archivos con mucho peso.

—Podemos ir a casa de mi madre —propuso ella.

—Mi amor, tu madre vive en Toledo y tú trabajas en las Rozas, ¿has calculado cuánto tardarías solo en ir y volver? Además, sospecho que su conexión de internet es prehistórica.

—Pero bueno Toni, ¿me estás diciendo que quieres vivir con este par de pordioseros durante un mes mínimo?

—No, lo que digo es que probablemente se irán antes. Yo trabajaré aquí y ya me okuparé de que se les pasen las ganas de quedarse en casa.

—Por favor, pero si no sé ni cómo voy a aguantar hasta el lunes, ¡ni siquiera creo que pueda dormir hoy!

—Shhh, baja la voz, no queremos hacerles sentirse fuertes. De momento vamos a prepararnos algo de cenar, que sepan quién manda.

Sin darle tiempo a réplica, Toni agarró a su esposa de la mano, abrió la puerta y salió al salón. En cuanto se asomaron Klaus les preguntó amablemente:

—Hemos hecho arrocito con verduras, ¿os apetece?

Estaban instalados en la mesita, con una olla que olía a comida recién hecha, olla del matrimonio por supuesto, y cuatro platos preparados y servidos. Estupefactos, los esposos se acercaron lentamente y se sentaron en el sofá que quedaba libre. Enseguida Mar les acercó los platos y dos tenedores mostrándoles una amplia sonrisa.

—Klaus cocina muy bien.

Los dos examinaron el arroz con verduras, dándole vueltas con el cubierto de manera desconfiada hasta que por fin se animaron a probarlo. Estaba delicioso, pero no quisieron decir nada.

—Chicos, sentimos esta situación —explicaba el alemán—. Pero os aseguro que intentaremos que la convivencia sea lo más sana posible y, no hace falta que diga que nosotros dormiremos aquí en el salón. Ni notaréis que estamos.

«Faltaría más», pensó Toni mientras degustaba el sabroso plato casero. Mar les alcanzó un par de vasos con cerveza explicándoles:

—Es de destilación propia, la hicimos un precioso periodo de tiempo en el que vivimos en una cabaña por el pirineo aragonés.

—Me apiado de los pobres incautos a los que les jodisteis la vida —les increpó el marido saboreando nuevamente, eso sí, una espectacular bebida.

—Gente encantadora —afirmó Klaus.

El contraste de las dos parejas era tan evidente como divertido. El matrimonio estaba perfectamente arreglado, con vestimenta clásica. Los okupas parecían sacados de un casting para una fiesta flower power. Los esposos eran blancos de piel y con el pelo muy moreno, negro, mientras que la singular pareja era rubia y estaba completamente bronceada. Los madrileños eran de estatura media, metro setenta y cinco él y sesenta y siete ella. Los hippies eran altos, superando el alemán el metro ochenta y llegando ella fácilmente al metro setenta y tres. Si a los propietarios del piso quizás les sobraba un par de kilitos, nada grave, los forzados inquilinos parecían necesitarlos.

Lo cierto es que hacía mucho que no comían tan bien, sin decir ni una palabra les faltó poco para chupar el plato.

—¿Queréis que pongamos el televisor? Mar y yo no tenemos costumbre pero quizás a vosotros os apetece —preguntó el alemán.

No, gracias, es nuestra casa no necesitamos permiso para nada. Se está haciendo tarde —contestó Mireia arrastrando a su cónyuge de nuevo a la habitación.

Para ponerse el pijama se turnaron. Uno se cambiaba en el cuarto de baño mientras el otro hacía guardia fuera.

—Mañana mismo vas a comprar dos cerrojos, uno para el baño y otro para el dormitorio —ordenó la esposa desde dentro.

—Mañana es domingo cariño, pero el lunes sin falta —respondió el marido—. ¿La comida estaba muy rica, verdad?

Un sonoro suspiro fue lo único que recibió por respuesta. Antes de las doce ya estaban en la cama y con las luces apagadas. Mireia fue la primera en dormirse, a pesar de sus amenazas de no pegar ojo. Toni estaba a punto de caer en los brazos de Morfeo cuando vio la puerta del dormitorio abrirse ligeramente y al alemán entrando a hurtadillas. Iba completamente desnudo, con su considerable miembro balanceándose a cada paso y avanzando directo al lavabo.

«Mañana compro un cerrojo, seguro que habrá algo abierto». El marido maldijo la hora en la que se compró un piso tan pequeño, con aquella indiscreta distribución en la que solo se podía acceder al único baño desde la habitación. Minutos después volvió a cruzarse por su vista el cuerpo desnudo de Klaus que, como un ninja, intentaba llegar al salón sin despertarles. Poco después fue Mar la que irrumpió en el dormitorio, también desnuda y con las mismas intenciones. Su cuerpo era delgado pero atractivo, esbelto y fibroso. Con pechos pequeños pero deseables y piernas bien torneadas. Una sombra impidió a Toni ver con claridad su pubis, por muy acostumbrados que estaban sus ojos a la oscuridad no fue suficiente para percibir todos los detalles de aquella sensual figura. Cuando se encerró en el baño pensó:

«Quizás no hace falta ir tan deprisa con los cerrojos».

En cuanto la hippie dejó el dormitorio después de su visita al servicio el propietario de la casa se durmió plácidamente, con una pequeña sonrisa en los labios.

Capítulo 3

Toni fue el primero en despertarse. Siendo más exactos, su erección fue la primera, arrastrando con ella al resto del cuerpo. Esta era tan intensa que dolía, luchaba por librarse del pantalón de pijama. Hacía tiempo que no se despertaba tan alegre. Pasó un rato, y viendo que el tema no bajaba miró la hora en el móvil, las nueve y cuarto. Se giró hacia el otro lado de la cama y acariciando la espalda de su mujer susurró:

—Cariño, ¿estás despierta?

Farfulló ella entre sueños algo ininteligible como respuesta. Lentamente apartó la sábana, destapando a ambos. La luz entraba ligeramente por la persiana mal cerrada y gracias a eso pudo ver la imagen de su esposa, en posición fetal y mirando para el otro lado. Su pijama consistía en una camiseta vieja y unas braguitas negras, en aquella postura su trasero parecía estar en pompa, luciendo sexy y apetecible. No tenía el vientre más plano del mundo, ni las piernas de una modelo de pasarela, pero era una mujer voluptuosa, de carnosos pechos y generosas posaderas, y a Toni eso le encantaba. Hacía tiempo que no la deseaba tanto.

Lentamente se acopló a la postura de Mireia, clavando el bulto contra su culo, separados solo por las finas braguitas y el pantalón corto de pijama. Rodeó el cuerpo de la cónyuge con su brazo hasta quedarse en la posición de “cucharita”, y empezó a acariciar uno de sus pechos por encima de la camiseta mientras le decía al oído:

—Mi amor, estoy super cachondo.

Ella no reaccionó mientras el marido continuó acariciando su seno, bordeando el pezón con la yema del dedo y restregando el miembro por los glúteos. Tenía el falo tan apretado contra su anatomía que podía notar el glande recorrer la raja a pesar incluso de la ropa.

—Toni, déjame —dijo en un hilo de voz la esposa, con la voz completamente adormecida.

Lejos de detenerse le agarró la mama aún más excitado, magreándola con descaro mientras que con la otra mano se bajó como pudo la parte de abajo liberando su aparato tieso como un sable. Cogió la goma de la ropa interior de Mireia e intentó bajarla también, descubriendo uno de sus cachetes mientras le suplicaba:

—Por favor mi vida, me pones muchísimo.

—Para Toni…

Se coló por dentro de la camiseta para seguir sobándole el busto sin ropa de por medio a la vez que forcejeaba con ella para deshacerse de las bragas, frotando ahora el miembro contra las nalgas desnudas y buscando desde detrás la entrada de su vagina cuando la esposa finalmente reaccionó, apartándolo de un empujón con el codo y reprendiéndole mientras se adecentaba la ropa:

—¿Es que estás sordo?, estás majara si crees que lo voy a hacer contigo estando este par de desarrapados merodeando por la casa.

—Pero si no se enteran de nada, vamos “gordi” que me has puesto a mil.

—Te has puesto a mil tu solito, a mí no me vas a tocar teniendo la casa okupada, hazte una paja anda —dijo ella mientras le daba un par de manotazos a la almohada y volvía a tumbarse dándole de nuevo la espalda.

Pensó seriamente en la sugerencia de Mireia, pero finalmente se puso en pie y anunció a modo de protesta:

—Me voy a duchar.

—Eso, eso, con agua fría a poder ser.

Un rato después los dos estaban aseados y vestidos con ropa cómoda de ir por casa, mirándose el uno al otro antes de salir al salón. Ella estaba molesta por el calentón de su marido que había acabado despertándola y él estaba de mal humor por su frustración sexual y la poca ayuda recibida de su mujer. Finalmente reunieron el valor necesario para abrir la puerta del dormitorio y salir al exterior. Allí se encontraron la sonrisa de sus dos improvisados compañeros de piso, mientras Klaus les invitaba a acomodarse en el sofá Mar aparecía con una gran bandeja cargada de alimentos diciendo:

—Buenos días, os hemos preparado unos cereales integrales con jarabe de arce, pan integral con aceite y sal, leche de almendras y zumo de naranja natural. Espero que os apetezca no sabemos aún vuestros gustos.

El matrimonio se quedó cariacontecido, la situación era tan surrealista que el mismo Buñuel habría estado orgulloso. Aquellos incómodos okupas se habían convertido en sus mayordomos, intentando hacer la situación lo menos violenta posible. Sin quejarse ni agradecer el gesto Toni y Mireia se sentaron en el sofá, dispuestos a degustar aquel sorprendente “brunch”.

—Hemos ido a comprar esta mañana, es maravilloso que en Madrid abra todo el domingo. Para comer prepararé una paella de quinoa y humus casero, son dos de mis especialidades —anunció Klaus.

—Como en tu casa —contestó el esposo haciendo un gesto teatral con los brazos para que el sarcasmo fuera evidente.

Los hippies seguían en su línea de vestuario, el alemán llevaba una camiseta sin mangas con vistosos estampados y un pantalón beige de explorador mientras que la catalana llevaba una especie de brasier deportivo y una faldita lo suficientemente corta para que no pasara desapercibida a los ojos de Toni, que seguía necesitado de cariño.

—Si no os importa, aprovecho que estáis desayunando para ducharme —informó Mar camino ya del baño.

A Mireia la tranquilizó pensar que por lo menos eran limpios mientras que su marido fantaseó con tener a semejante hembra enjabonándose en su ducha. El resto del día siguió más o menos igual, con la pareja de okupas cocinando, sirviendo e intentando entablar una conversación y el joven matrimonio mostrándose esquivo pero disfrutando de los notables y sanos platos de Klaus.

De vuelta a la cama apagaron las luces, tenían la esperanza de que el lunes les ayudara a desconectar un poco de la situación.

—¿Cariño? —preguntó él desde la penumbra.

—¿Qué? —respondió ella algo hastiada.

—¿Por lo menos no podrías hacerme una pajita?

—¡Buenas noches!

Capítulo 4

Mireia fue la primera en despertarse como era habitual. Cuando ya estaba arreglada y dispuesta a ir a por el coche y dirigirse hacia su empresa entonces se incorporó Toni, que llevaba un buen rato intentando dormir entre ruidos y luces.

—Cariño, ¿has desayunado algo?

—Sí, Klaus me había dejado preparado un sándwich vegetal y unas frutas —contestó ella.

«Joder con el germano de los cojones».

—Muy bien, nos vemos a la hora de comer.

El marido se podía permitir hacer el horario que más le conviniera, eran algunas de las ventajas de ser autónomo y trabajar en casa. Pensó en asearse antes de ir a desayunar, pero la idea de cambiar sus costumbres le repateaba. Encendió el ordenador para que se fuera reiniciando que tenía en el escritorio preparado para trabajar en el mismo dormitorio y vestido solo con una camiseta y calzoncillos fue directo al salón, ni siquiera se lavó la cara para quitarse las legañas.

—Buenos días —dijo el alemán al verlo.

—Guten morgen —respondió el madrileño con su habitual sarcasmo y rascándose la entrepierna maleducadamente.

Tenía previsto empezar con su plan de hacerles la vida imposible hasta que se fueran cuando nuevamente apareció Mar, vestida solo con un sujetador verdoso y un pantalón vaquero short tan minúsculo que por la parte de atrás colgaban los bolsillos, armada con una bandeja llena de tostadas, frutas y zumos.

—Espero que te apetezca lo que te he preparado, ¿no vas a trabajar?

—Trabajo en casa —contestó él agarrando la bandeja, sin agradecérselo pero suavizando la expresión de su cara.

Degustó el desayuno durante casi media hora y sin pasar por la ducha se fue directo al ordenador. El lunes tenía mala pinta, varios trabajos atrasados, de los laboriosos y mal pagados. Estaba ya inmerso con sus programas de diseño cuando apareció Klaus en el dormitorio diciendo:

—Disculpa las molestias, necesito ir al servicio un momento.

Siguió concentrado en sus cosas cuando notó la presencia del alemán detrás de él, incomodándolo.

—¿A qué te dedicas, Toni?

En un primer momento pensó en mandarlo a la mierda, pero lo cierto es que le costaba mucho ser una persona desagradable. Finalmente contestó:

—Hago renders, renderizaciones en 3d, son muy útiles para empresas de publicidad por ejemplo, que quieren presentar el spot a sus clientes para que lo aprueben, te ayuda a ver cómo será el producto final.

—Sí, sí, sé lo que son, en mi antigua empresa se contrataba a gente como tú a menudo.

—¿Eras publicista? —preguntó el madrileño realmente interesado.

—Arquitecto, estas simulaciones nos iban muy bien para ver el efecto de la luz en los pisos, así podíamos optimizarlos antes de que empezaran a construir.

Toni no daba crédito a lo que oía, se quedó estupefacto hasta que el de Hamburgo continuó:

—Sí, sé que te preguntas cómo alguien como yo ha terminado viviendo de una manera nómada, por así decirlo. Es muy sencillo, soy más feliz. Me pasaba la vida estresado, dándole la razón a jefes que no tenían ni idea. Tenía treinta y cinco años y ya estaba divorciado, por suerte sin hijos. Entonces conocí a Mar, ella…en fin…ella ya era salvaje y ardiente como ahora, tú ya me entiendes —explicó con una risita socarrona —. Duermo cada noche de un tirón, no le puedo pedir nada más a la vida.

—¿Lo dejaste todo así sin más?, ¡¿para hacerte okupa?!

—Amigo, de verdad que no queremos importunaros, sabemos que la situación es rara para gente como vosotros, pero así han ido las cosas. Hemos tenido algunas facturas médicas que pagar, la sanidad pública española no se ha portado demasiado bien conmigo. Al final ha sido todo una falsa alarma pero necesitamos unas semanas para reponernos, créeme que no solemos hacer cosas así. Nosotros no creemos en la propiedad privada, aunque entiendo que a vosotros esto no os parezca una justificación.

El propietario de la casa seguía atónito, demasiada información en poco tiempo para poder opinar, casi empezaba a caerle bien aquel pintoresco personaje.

—Ok —fue lo único que alcanzó a decir.

—Por cierto, quería preguntarte una cosa. ¿Te importaría mucho que nos fumáramos un cigarrito de la risa en el salón?

Toni no supo que le había parecido más extravagante, si la petición en sí o la manera con la que el alemán le llamaba a los porros.

—¡¿Estás loco?!, ¿quieres que Mireia nos mate a los tres?

—Te aseguro que ventilando bien no notará nada, ¿nunca habéis fumado marihuana?

—Joder, claro, ¡pero en el instituto no ahora!, me busca la ruina Klaus.

El germano se congratuló al ver que por primera vez le había llamado por su nombre.

—Te prometo que nunca lo sabrá, somos gente discreta.

Lo pensó durante unos segundos y acabó diciendo:

—Ok, con una condición.

—¿Cuál? —dijo el hippie con una amplia sonrisa en la cara.

—Quiero saber cómo entrasteis sin forzar la cerradura.

Se frotó la barba haciéndose el interesante y respondió:

—Muy fácil, ya te he dicho que era arquitecto. Conozco los que fabrican la puerta de tu casa, tienen un blindaje muy bueno, pero el bombín es completamente deficitario, si no cierras con llave se abre con suma facilidad.

Toni pensó que si Mireia se enteraba de que dejó la puerta abierta lo mataría.

—Vale, adelante, pero por favor no me la arméis eh.

Trabajó un rato hasta que, aprovechando que aquella mañana nadie le llamaba y que tenía bastante encarrilado los encargos se fue a la ducha. Puso la pequeña radio a pilas que tenía en el baño para escuchar las noticias y enseguida se enjabonó entero. Tenía los ojos cerrados para que no le entrara champú en ellos cuando nuevamente notó una presencia, esta vez frente a él. Se aclaró rápidamente los ojos y cuando consiguió ver se encontró con Mar, completamente desnuda y sonriente.

—Espero que no te importe, me preocupo mucho por el medio ambiente y así ahorramos agua.

El madrileño se quedó nuevamente en shock, aquella era una mañana de sorpresas. Observó el cuerpo entero de la hippie, con las costillas marcadas, los abdominales trabajados y el cuerpo fibroso. Los pechos eran pequeños pero deseables y el pubis estaba parcialmente rasurado, dejando el vello púbico en forma de triangulito, nunca se esperó encontrar una “perro flauta” tan arreglada. Tenía las piernas estaban torneadas y el culo, desde su perspectiva, parecía duro y bien puesto.

—¿Te importa? —insistió ella viendo que no reaccionaba.

—N…no, no…no pasa nada —balbuceó él.

Alargó el brazo para alcanzar el gel y comenzó a enjabonarse el cuerpo mientras decía:

—Cuando salga tengo que comprarte jabón de verdad, esto es un atentado al ecosistema y a la piel, tiene más productos químicos que la lejía.

Siguió acariciando su cuerpo con la espuma mientras que Toni era incapaz de reaccionar, con los ojos abiertos como platos no daba crédito a lo que estaba pasando.

—No tengas tanto tiempo este veneno encima, aclárate lo antes posible —le aconsejó Mar observando que él seguía inmóvil.

Viendo que no reaccionaba decidió ayudarle, primero le aclaró el pelo con el agua que no paraba de salir de la alcachofa de la ducha y luego, con las palmas de las manos, siguió quitándole el jabón del cuerpo, para la ecologista dejar manar el agua todo el rato era un delito, casi un atentado al mundo. No pasó mucho rato hasta que pasó lo inevitable, una tremenda erección hizo acto de presencia. Ambos se quedaron mirando, Toni avergonzado y Mar algo sorprendida pero demostrando naturalidad.

—Joder…

—No pasa nada, eres un hombre y yo una mujer, es algo natural, tendría que haberlo pensado antes de meterme en la ducha.

Él se quedó en su rincón, abochornado y a la vez excitado mientras que la hippie seguía empeñada en aclarar todo su cuerpo, recorriendo con las palmas su vientre, glúteos, pectoral, e incluso rozando los testículos en alguna que otra arriesgada maniobra. El falo del madrileño tuvo un espasmo al ser rozado involuntariamente por la muñeca de la catalana, sintió que estaba tan empalmado que el glande acabaría chocando contra su barriga. Ella le miró pícara y dijo:

—No te preocupes, no te dejaré sufrir más.

Sin tiempo a réplica le agarró el pene y comenzó a masturbarlo lentamente, Toni jamás le había sido infiel a Mireia pero en ese momento fue la última persona en la que pensó. Mar siguió con aquella paja, con tranquilidad pero sabiendo perfectamente lo que hacía, subiendo y bajando la piel mientras que con su pulgar jugaba con la uretra, proporcionándole un placer intenso y desconocido para él.

—Mmm, mmm.

Ella siguió toqueteándole y acercando su cuerpo, mordisqueándole el lóbulo de la oreja y susurrándole:

—Puedes tocarme las tetas si quieres.

Sintió que estaba en medio de una fantasía erótica, las caricias le proporcionaban tal gusto que se esforzaba por no gemir como un animal e incluso notaba como las piernas flaqueaban, costándole permanecer de pie. Tímidamente llevó una de sus manos hasta los manejables y deliciosos pechos de la okupa, manoseándolos con cuidado.

—Ohh, cuidado a ver si me vas a poner cachonda a mí ahora.

Su voz parecía sacada de una peli porno, con las zarpa en los senos de ella y su mano jugando con su miembro estaba desbordado por el morbo. Pensó en tocarle también el culo y el sexo, pero no quería hacer nada sin permiso y cargarse la situación. Notó los pezones duros de la hippie mientras ella aumentaba el ritmo y la fuerza de la masturbación y frotaba su glande contra el vientre, casi a la altura del pubis.

—Ohhh, oh, ohh, ohh, mmmm.

—¿Te gustan mis tetitas?

—Ohh, síi, síii, síiiiii, mmmm.

Mar lo pajeaba con la potencia de un mortero que está picando ajos y él ya no podía contenerse mucho más.

—Córrete encima de mí, quiero notarte por mi cuerpo.

Dicho y hecho, Toni eyaculó con la fuerza de un torrente, llenándola de semen, notando como ella seguía exprimiéndole hasta la última gota y quedando completamente exhausto.

—¡Ohhh!, ¡ohhh!, ¡ohhhhh!, ¡¡ohhhhhhhhhhh!!

Pasaron unos segundos en los que el chico intentaba recuperar el aliento cuando la catalana dijo:

—Será mejor que me termine de duchar solita, al final va a haber sequía en España por nuestra culpa.

Como pudo y aún bastante alucinado se secó, vistió y salió del cuarto de baño, la timidez había vuelto a hacer acto de presencia. Buscando un poco de aire salió al salón y se encontró a Klaus fumando su anunciado porro. Se sentó a su lado, este le miró y le dijo:

—Uy, uy, uy, me parece que Mar y tú os habéis conocido un poco mejor jejeejjeej.

Le pasó el cigarro, Toni le dio una profunda calada, expulsó el humo estando a punto de toser y simplemente sonrió.

Capítulo 5

Mireia se despertó menos angustiada, era martes y la cosa con los okupas no estaba siendo tan desagradable como creía. De hecho, casi le parecía que eran “majos”, y con sus platos y atenciones los tenían a cuerpo de rey. Pensó que su marido no lo llevaba tan bien, el día anterior apenas abrió la boca ni en la comida ni en la cena, parecía realmente afectado por la presencia de la pareja. Vestida con su habitual traje chaqueta y medias salió al salón sonriente, pero lo que vio la dejó completamente fuera de juego.

Mar estaba apoyada en un sillón, con las piernas abiertas como si fuera una contorsionista mientras que Klaus la embestía una y otra vez con furia, haciendo vibrar incluso el mueble. El bolso se le cayó del susto haciendo que la pareja se fijara en su presencia. El alemán salió rápidamente del interior de su amante, mostrando su cuerpo fibroso completamente desnudo y un órgano viril en erección y de gran tamaño. Rápidamente se excusó avergonzado:

—Disculpa, ¡perdón!, no sabíamos que era tan tarde.

Ruborizada la madrileña recogió el bolso del suelo y fue directa a la puerta intentando no mirar a los okupas y diciendo:

—No pasa nada, ¡ya me voy!

—De verdad perdónanos no pretendíamos incomodarte.

—Tranquilos, tranquilos —decía ella mientras nerviosa no conseguía atinar con la llave en la cerradura.

—Te hemos dejado el desayuno en la encimera.

Finalmente consiguió abrir la puerta y atravesarla rápidamente mientras se excusaba:

—No tengo hambre, ¡gracias!

Bajando por el ascensor todo tipo de pensamientos le vinieron a la cabeza: «¿por qué se había disculpado ella?, ¿acaso no estaba en su propia casa? ». Quería enfadarse, pero por alguna razón no podía: «¿es normal ese tamaño?, ¿con qué frecuencia deben hacer el amor? ». La visión de la pareja fornicando la dejó rara todo el día, desconcentrada. Fueron varias las veces en las que en el trabajo alguien le hablaba y ella parecía estar en Babia. Para colmo aquel día tenía una reunión con clientes, que sacó adelante como pudo. Incluso tuvo que justificar su falta de atención alegando que un resfriado hacía que estuviera un poco indispuesta. Finalmente y después de un largo día llegó a casa sobre la hora de cenar.

Cuando entró en el piso vio a Toni y Mar en la cocina, preparando la comida a dúo y con claros signos de complicidad.

—Buenas noches cariño.

Klaus estaba en el sofá mirando la tele absolutamente interesado, parecía que fuera la primera vez que veía una en toda su vida.

—Este programa es formidable, les hacen una pregunta por cada letra del abecedario y deben adivinarlas todas para llevarse el bote —explicó el alemán.

Solo habían pasado tres días y empezaba a ver a aquella simpática pareja como algo interesante, curioso. No sentía aquel odio visceral hacia ellos del sábado, parecían parte de la familia.

—Muy bien, voy a ponerme cómoda y os ayudo —dijo ella.

—No te preocupes mi vida, lo tenemos todo controlado, tu espera tranquilamente a que sirvamos la cena.

Mireia se puso directamente el pijama, total, Toni ya estaba así vestido y los okupas iban siempre ligeros de ropa. Salió nuevamente al salón y vio como el  alemán le sonreía y hacía señas para que se sentara a su lado. De manera algo boba le hizo caso, acomodándose uno al lado del otro con la vista puesta en la pantalla.

—El concursante azul ya no puede ganar porque tiene un fallo, pero si lo hace mejor que el rojo mañana podrá volver a intentarlo —contó el hippie fascinado, vestido solo con unos calzoncillos.

Ella no contestaba a las lecciones del melenudo, pero su mirada inevitablemente se apartaba por momentos de la pantalla para clavarse en su paquete. El recuerdo de este en plena práctica amatoria le hizo tener calor, a pesar de que el pijama consistía en una ligera blusa y un pantaloncito corto. De fondo oía a su marido riendo con la rubia, pero no le importaba lo más mínimo. Las miradas furtivas fueron cada vez más descaradas hasta que en una de estas el hippie la observó fijamente.

—¿Quieres que te la enseñe?

—¿Qué?, ¿cómo?, no sé de qué me hablas —contestó completamente abochornada y en voz baja.

La seguridad del germano era envidiable, sin pensárselo agarró la mano de Mireia y la depositó encima de la ropa interior, ella pudo notar su falo como si fuera una anaconda debajo de la prenda.

—No pasa nada, la curiosidad es sana.

Por un momento creyó que iba a desmayarse, pero antes de poder reaccionar Klaus puso la mano en su muslo y comenzó a acariciárselo. Sus yemas recorrieron la piel hasta llegar al pantalón, subiendo por encima del tejido y rozando su sexo.

—Ahora vas a comprobar como la tortuga sale de su caparazón.

Efectivamente la madrileña pudo notar como el bulto crecía rápidamente debajo del calzoncillo, comprendiendo la ya de por sí no muy refinada metáfora. Inspiró profundamente y giró la cabeza en dirección a la cocina americana, Toni parecía estar troceando algo mientras que Mar preparaba una ensalada.

—Tranquila, tu marido no está viendo nada —dijo el hippie mientras seguía con sus impúdicos tocamientos.

El miembro de Klaus había aumentado tanto de tamaño que el glande asomaba por fuera de la ropa interior, fuerte y vigoroso.

—Klaus…

—Shhh, no pasa nada, es normal que me excite viendo a una mujer como tú —dijo él mientras hábilmente metía su mano por dentro del pijama y con sus dedos alcanzaba el clítoris.

—Mmm.

De repente Mireia se sorprendió con la mirada clavada en el techo, mordiéndose el labio inferior y completamente dominada por la lascivia. Las poderosas yemas del alemán acariciaban la intimidad de ella, intercalando movimientos laterales y circulares y algún que otro pellizco, sus dientes se clavaron con tanta fuerza para no gritar que casi se hizo sangre.

—Si fueras mi esposa te follaría cada día.

Juntó los muslos con fuerza, por el gusto no para impedir aquellas caricias. El okupa siguió masturbándola, sus dedos expertos no eran ni remotamente comparables a los de su marido. Tampoco su cuerpo fibroso, sin una molécula de grasa. Instintivamente agarró el mandoble del alemán por encima de la ropa, moviéndolo arriba y abajo como podía. Klaus utilizó la mano que le quedaba libre para agarrarle el generoso pecho por encima de la blusa.

—Eres muy caliente Mireia.

Bajó el calzoncillo y liberó el palpitante miembro, facilitándole la paja a la madrileña sin dejar ni por un momento de proporcionarle placer. Durante unos minutos siguieron jugueteando el uno con los genitales del otro, ahogando los gemidos como podían hasta que sorpresivamente, fue el alemán el que eyaculó, rociándose su propio vientre de numerosas hileras de semen, sorprendido de su poco habitual falta de aguante.

—Las tetas grandes me ponen mucho, pero no te preocupes, no te dejaré así.

Sin tiempo para limpiarse siquiera continuó atacando el clítoris, frotándolo como un cavernícola intentando hacer fuego, notando como el cuerpo de Mireia se estremecía por el placer. Po detrás de ellos oyeron a Mar y Toni sirviendo la mesa y anunciando:

—La cena está lista.

Justo en aquel momento la esposa llegó a un descomunal y secreto orgasmo, contestando:

—Síiii, síiii, mmm, síiiiiiiiiiii.

Los tres la miraron, Klaus a punto de estallar en carcajadas y los otros dos sorprendidos por el ímpetu.

—Es que tengo mucho apetito —sentenció.

Capítulo 6

Pasaron los días, doce para ser exactos. Los okupas se habían convertido en bienvenidos inquilinos, completamente integrados con la pareja. Risas, anécdotas, complicidad y confesiones estaban a la orden del día. Cocinaban juntos,  se ayudaban e incluso Toni y Mireia les dieron un juego de llaves para que pudieran salir a su antojo sin sufrir por no ser bienvenidos luego. Para compensar la hospitalidad, Klaus y Mar los trataban lo mejor posible, encargándose de la mayoría de las tareas del hogar, el alemán incluso haciendo algunas chapuzas necesarias de la casa. También hubo miradas lascivas, pequeñas provocaciones e incluso algún ligero tocamiento, pero nada parecido a lo que ya había sucedido.

Era un domingo por la noche, los cuatro terminaron de cenar y se apoltronaron en los sofás a ver un documental sobre Dalí mientras bebían la exquisita cerveza casera de los hippies. En uno de ellos estaban Mar y Toni, compañeros casi inseparables, mientras que en el otro estaban acomodados Mireia y Klaus. Todos se sentían como en casa, el matrimonio parecía ir conjuntado, ambos con camiseta blanca y ropa interior negra a modo de pijama, el hamburgués vestía uno de sus habituales slips por uniforme y la sensual catalana deleitaba las vistas de los varones con un conjunto de ropa interior verde, siendo esta vez la parte de abajo especialmente fina, casi como los típicos bikinis brasileños.

Después de la cerveza pasaron al vino, y con este llegaron las miradas obscenas. Toni aprovechaba que Mar servía cuatro copas más para repasar su trasero en pompa descaradamente a la vez que el germano llevaba tiempo sin quitarle ojo a los pezones que la madrileña marcaba sin darse cuenta en la camiseta.

—Para mí la última, empiezo a ir demasiado achispada —dijo Mireia recogiendo su copa y dándole un sorbo.

—Un día es un día mujer, déjate llevar —la animó Klaus mirándola indecorosamente.

—Yo creo que también me planto, el vino me pone demasiado cachonda —afirmó la okupa ante el casi atragantamiento de Toni.

—Y decidme, ¿cómo os conocisteis? —se interesó la madrileña.

—Yo era un arquitecto, divorciado, amargado, malcarado y deprimido. Ella, una viajera desenfadada que llevaba días acampada en la plaza que hay frente a mis antiguas oficinas. Muchos compañeros se quejaban al verla, alegando que daba mala imagen, pero eran pocos los que no se fijaban en su culo, jejejeje. Un día salía de trabajar sobre las ocho, era de los pocos que quedaba en el complejo, y la encontré peleándose con su tienda de campaña.

El germano se detuvo misteriosamente, el matrimonio esperó un tiempo prudencial hasta que el marido insistió:

—¿Y luego?

—¡Ah!, sí. Pues nada, nos pasamos la noche follando, al día siguiente ya había decidido dejarlo todo, una semana después viajábamos por toda Europa en su furgoneta.

Los cónyuges sonrieron ante la simplicidad de la anécdota y la naturalidad de Klaus.

—Bonita historia —ironizó Toni.

—Y vosotros, ¿cómo os conocisteis? —preguntó el teutón.

Mireia se disponía a contar la historia, pero entonces se fijó en la tremenda erección que el germano escondía bajo el calzoncillo. No fue la única, aquella prenda tan pequeña cubriendo un trozo de carne tan grande no pasó desapercibido para nadie. Ahora eran los tres los que se fijaban en el bulto.

—Vaya, vaya, si que estás alegre —dijo sonriendo la catalana—. Parece que la historia te interesa de verdad.

Los tres rieron, la okupa con naturalidad, el madrileño bastante alucinado y la esposa un poco ruborizada al tener semejante aparato a escasos centímetros de ella.

—Ah no, no es por la historia, es por Mireia, ya sabes lo mucho que me gustan las tetas gordas.

La mencionada se quedó entre sonriente y boquiabierta y el marido le preguntó medio en broma medio en serio:

—¡¿Me estás diciendo que estás excitado por mi esposa?!

—Uy, disculpa Toni, no quiero ofender a nadie, pero la verdad es que llevo un rato mirándole los pezones. Se marcan graciosamente en la camiseta, me ha entrado calor y todo.

Sin más explicaciones se quitó el slip y lo tiró por detrás del sofá, liberando un empinadísimo miembro. Mar no podía dejar de reír ante la actitud primitiva de su acompañante mientras que el madrileño no sabía muy bien cómo reaccionar. Mireia juntó las piernas instintivamente y hubo un silencio más que incómodo divertido. Finalmente el esposo entró en una carcajada casi histérica, apenas podía hablar.

—Joder Klaus, jajajaj, te juro que nunca había conocido alguien como tú, jajjajaajaj.

La hippie se levantó y en un pequeño movimiento cabaretero se libró del sujetador, agarrándose los pechos mientras preguntaba:

—¿Ya no te gustan mis tetas, guapito?

—Claro, pero las tengo más vistas —contestó él en medio de aquella surrealista situación.

La catalana se sentó a horcajadas encima de Toni, meneando su culo como si fuera una stripper y diciendo:

—Quizás él las valore un poco más.

El casado no tuvo tiempo a reaccionar ni su mujer a sentir celos cuando el germano agarró con una de sus grandes manos el pecho de Mireia, magreándolo descaradamente por encima de la ropa. El marido quiso quejarse, pero enseguida notó como él también se excitaba, notando como su falo reaccionaba al contacto con la okupa, buscando atravesar la ropa de ambos.

—Me parece que esto se nos está yendo de las manos —fue lo único que consiguió decir.

Klaus, haciendo gala nuevamente de su seguridad, llevó la batuta en todo momento. Le quitó la camiseta a su anfitriona, dejando al descubierto unos carnosos pechos, la agarró con contundencia pero controladamente y la acomodó de rodillas en el suelo, acomodando la parte de arriba del cuerpo sobre la mesa baja del salón y tirando varias copas. Bajó entonces su ropa interior hasta las corvas, las pantorrillas tumbadas en la alfombra ejercieron de tope, y se colocó él también detrás de rodillas. Mireia parecía una penitente en un improvisado reclinatorio, completamente dominada cuando notó el poderoso glande del alemán colocándose en la entrada de su vagina desde aquella postura.

Toni hizo ademán de levantarse, pero Mar lo paró con su propio peso e introdujo su mano por dentro del bóxer sosteniendo una notable erección. El madrileño tenía la barbilla apoyada en el hombro de la hippie, con visión frontal a su esposa colocada en posición perruna le veía los grandes senos vencidos por la gravedad.

—Deja que se diviertan —le susurró la catalana mientras comenzaba a masturbarlo lentamente.

Su mujer veía a su cónyuge entrecerrar los ojos por el placer que le proporcionaban otras manos que no eran las suyas cuando sintió el enorme pene de Klaus penetrarla con decisión. A pesar de las dimensiones del órgano viril estaba tan mojada que apenas percibió dolor, convirtiéndose en puro placer a la segunda acometida de su amante.

—¡Ohhhh!, ¡ohhhh!, ¡ohh!

El hamburgués la penetraba lentamente pero con fuerza, sintiendo a cada embestida como su miembro avanzaba por aquel conducto, atravesándolo como el cuchillo a la mantequilla y haciendo vibrar la mesa. Toni pudo oír el clap, clap que hacían los muslos del germano golpeando contra las redondas nalgas de su esposa y ardió de puro deseo. Se abalanzó sobre Mar cambiando por completo la posición, tumbándola sobre el sofá y echándose encima casi con violencia, ella sonrió.

—¡¡Ohhhh!!, ¡¡ohhhhhh!!, ¡ohhhhhhh!, mmmmmm, mmmmm —Mireia gemía con fuerza por el gusto que le proporcionaba Klaus y por el morbo que le daba ver a su esposo atacando a la okupa.

Toni estaba tan excitado que ni siquiera tuvo la paciencia de desvestir a la catalana, apartó la tira delantera del tanga y la penetró con furia, apretándola contra el sofá y notando sus pequeños pechos aplastados contra el pectoral.

—¡¡Ahhh!!, ¡ahhh!, ¡ahhhhhh!, ¡ooooohhhhhhhhhhh!

El salón parecía una jaula de animales salvajes, con gemidos y gritos por todas partes, mientras el alemán agarraba las mamas de la madrileña desde detrás y seguía embistiéndola el marido intentaba penetrar a la hippie hasta lo más hondo posible, una y otra vez.

—¡¡Ohhhhhh!!, ¡ooooohhhhhhhhhhh!, ¡¡ohhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!

Nuevamente fue Klaus el primero que llegó al orgasmo, eyaculando toda su simiente dentro de Mireia y quejándose como un cerdo en el matadero.

—Lo siento, lo siento, otra vez, otra vez igual, me pierden las tetas grandes —se disculpó—. No te preocupes que no te dejaré así.

Hábilmente le dio la vuelta y la colocó boca arriba encima de la mesa, tirando por los suelos los pocos vasos y botellas que seguían en pie, le abrió las piernas como si fuera una rama y llevó su lengua directamente hacia sel clítoris. Ella nunca había recibido un culilingus, y solo la idea la excitó aún más. Toni no perdía detalle mirando de reojo mientras seguía cabalgando salvajemente a Mar, que también estaba excitadísima con la entrega y pasión del madrileño, nada le gustaba más que excitar.

—¡¡Ohhhh!!, ¡¡ohhhhhh!!, ¡ohhhhhhh!, ¡mmmmmm!, mmmmm, ¡¡¡ohhhhh!!!

El marido notaba sus ingles doloridas por la intensidad de la cópula a la vez que oía a su esposa gemir como nunca. Klaus lamía su clítoris, penetraba la entrada de la vagina con la lengua y mordisqueaba su vulva, descubriéndose como un gran experto en sexo oral. Finalmente se corrió, temblándole las piernas y alcanzando el mejor orgasmo de su vida. Mar también alcanzó el clímax sonoramente, arañando la espalda de su amante e incluso golpeándola, cosa que hizo a su vez que Toni también eyaculara, expulsando toda la leche en su interior y convulsionando como un epiléptico. Aquello fue un maravilloso orgasmo a tres.

Los soplidos y las respiraciones profundas habían sustituido a los gemidos, los cuatro estaban exhaustos, destrozados por aquellos improvisados actos y viendo como parecía que un tornado hubiera alcanzado la casa, con sofás movidos, cojines fuera de su sitio y botellas y copas por todas partes. Klaus fue el primero en recuperarse y dijo:

—Porque no ha dado tiempo a preámbulos, pero Mar la chupa muy bien.

Capítulo 6

En el resto de la estancia nunca pasó nada ni remotamente parecido. De hecho ni siquiera comentaron lo sucedido, ni los liberales hippies sacaron el tema. Hubo cariño, amistad y miraditas, pero nada más. Con puntualidad germánica, treinta días exactos después de su llegada Klaus y Mar estaban en la puerta, cargados con sus bártulos y dispuestos a despedirse.

—Muchísimas gracias por todo —dijo el alemán estrechando la mano de Toni con fuerza.

—Ha sido un placer, te prometo que retiraré la denuncia —bromeó él.

El germano miró a Mireia, agarró sus dos pechos casi de manera infantil y mientras los apretaba le dio un beso en la comisura de los labios.

—Perdonad chicos, necesitaba despedirme —dijo con una sonrisa.

—Adiós Klaus, encantada de conocerte —se despidió ella, coqueta.

Mar le dio más de diez ósculos en la mejilla a la anfitriona y la abrazó con todas sus fuerzas, después, miró fijamente al madrileño, lo agarró cariñosamente de la nuca y lo besó apasionadamente, entrelazándose sus lenguas durante varios largos segundos.

—Adiós, guapo —manifestó sonriendo.

—Adiós, guapa.

Entrando ya en el ascensor el matrimonio les invitaba a visitarlos en futuras ocasiones y ellos lo agradecían con gestos y palabras. La puerta se cerró, Toni y Mireia se miraron a los ojos, no hizo falta hablar. Se desvistieron mutuamente para acabar rodando por el suelo sobre el frio suelo de la cocina americana, follaron como nunca antes lo habían hecho.