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La princesa y el dragón de placer.

en Zoofilia

La princesa y el dragón de placer.

La princesa Alyssandra se dio cuenta que la noche había caído. Estando a solas habría sonreído para sí misma. Pero en ese momento estaba en compañía de su amiga Claudinne, la hija del duque Gibeau. Así que trató de no parecer nerviosa.

Claudinne le miro de soslayo como si se hubiera dado cuenta de algo. Era sorprendente como habían compaginado en tan poco tiempo. Hacia solo unas semanas que los hijos del duque se habían mudado a palacio y ya eran amigas íntimas. De esas que se cuentan todo, o casi todo.

                Lo que tenía inquieta a la princesa era algo que no podía decirle a nadie.

                Las chicas caminaban por el pulido mármol, haciendo susurrar el piso con las amplias faldas de sus vestidos. Solo las acompañaba una de las doncellas de confianza.

                — ¿Te pasa algo? — pregunto Claudinne apretando la sonrisa.

                — No, nada. ¿Por qué lo dices? — respondió con sobresalto.

                — Estas sudando.

                La princesa parpadeo como si no pudiera creer lo que había escuchado. Claudinne levanto una de sus manos y le hizo una caricia en la mejilla. Tocándole el pelo rojo y deslizando sus dedos por la piel. Luego le mostró las yemas de los dedos brillantes de humedad.

                Alyssandra bajo la mirada, la luz de las lámparas era tenue pero lo suficiente para ver como su alteza enrojecía.

                — Hace calor, y estoy cansada.

                — Últimamente te vas a la cama tan pronto como obscurece un poco.

                La pelirroja no dijo nada. La amistad que ambas exponían a la vista de todos, tenía unos matices que solo salía a flote cuando estaban a solas. O con alguien de confianza como la dama de compañía, quien no dijo nada cuando la hija del duque rodeo con uno de sus brazos a la princesa, pegando su rostro uno contra el otro.

                Se escuchó una ligera exhalación cuando lamio los dedos aun con el sudor de la princesa.

                — Si no quieres decirme, está bien. Todos tenemos secretos, en particular la realeza. — dijo con expresión picara.

                — Yo no… nada… no es nada… — argumento ya sin ocultar su nerviosismo.

— ¿Sabes lo que dice mi madre?

                Cualquier tema era mejor que tener que explicarse. Así que la princesa le miro con un interés casi desesperado. Sintiendo el aliento de las palabras en su rostro.

                — No, dime.

                — Cuando me hice mujer, mi madre la duquesa me hizo venir a sus habitaciones y me habló de los deberes de una dama, de cómo pueden ser su ruina o un paraíso que iluminé la vida.

                Alyssandra había perdido a su madre desde hacía mucho. Aun así, una plática semejante se la había dado su institutriz.

                — Si hablas de eso… —cuando se vio interrumpida.

                La hija del duque le puso un dedo en los labios, el que ahora tenía sudor y algo de saliva mesclada.

                — Me dijo: “La realeza debe disfrutar de formas únicas.”

                Habiéndolo dicho se apretó un poco más a la princesa. Para luego separarse y llevarse consigo a la dama de compañía. Antes de que ambas se perdieran en los pasillos del palacio, Claudinne se giró y sonriendo le dedico un giño del ojo.

***

Una vez en sus habitaciones la princesa pudo sonreír a sus anchas. Sorprendida de hacerlo, a pesar de que hacia un momento se sintió descubierta. ¿Pero cómo podía ser? No. Era su secreto. Lo que su amiga sospechaba tendría que estar muy lejos de la verdad. No podía ser de otra forma.

                Pasado el incidente que había rayado con el susto, el rubor subió nuevamente por sus mejillas. Tomo aire, mientras pensaba en lo que había ocurrido, en lo que había estado pasando y en lo que podría pasar en unos momentos.

                No le costó mucho decidir.

                Estaba sola y es lo que quería.

                Lo que deseaba.

                Abrió los ventanales y dejo que la brisa cálida entrase por la terraza agitando el cortinaje. Se descalzó de las zapatillas y sintiendo la suavidad de la alfombra se dirigió al enorme espejo por el que se reflejaba la luz en las noches claras. Aun no era luna llena, pero lo suficiente para iluminar un poco.

                Se deshizo de hombreras y las primeras capas del vestido. Con los hombros al desnudo dejándose el corsé que delineaba la figura curvilínea que en la corte habían calificado, como uno de los tesoros del reino. El pelo rojo aun trenzado lucia suave, enmarcado por el tenue resplandor de las lámparas, el cuello largo que sostenía los rasgos finos de la realeza, del cual resaltaban los ojos verdes que había heredado de su madre.

                Creyó escuchar algo que se movía en la obscuridad, en los patios boscosos que daban a su balcón. Solo que era demasiado pronto, aunque abrir las ventanas y dejar que su aroma femenino flotara en la noche fuera lo que le atrajera.

                ¿Atrajera a quién?

                Ningún ser humano tendría la pericia de salvar a los guardianes de palacio y trepar sin ser visto por los muros hasta su habitación.

                Humano no.

                Pero un dragón podría. Sí que podría.

                Su dragón lo hacía. En realidad, hacia muchas cosas.

                Aún era una criatura joven, no hacía más de dos años que lo había recibido como regalo. Se trataba de un ser exótico, uno que tendría que haber costado una fortuna.

                Había varios tipos de dragones, o eso se decía. Estaban los que extendían sus alas y lanzaban fuego. Los que eran peligrosos, los que eran amables con la gente.

                — ¿Qué tipo de dragón es este? — Le preguntó a la acaudalada mercader que se lo había regalado.

                — Es del tipo de los que puedes cuidar y que aprenden cosas. Todo depende de ti.  — Le entregó un pergamino con detalladas instrucciones. — No se lo muestres a nadie, es solo para chicas.

                En ese momento no entendió a qué se refería.

                Entonces algo se escuchó, o más bien ahora sí que se escuchó. Un rumor que solo alguien familiarizado podría reconocer. De garras aferrándose firmemente en las hendiduras de la pared, de fibrosos músculos impulsando un cuerpo. En ese aspecto el Dragón era como un felino.

                Apenas había tenido tiempo de mirarse al espejo y pensar en cuando se lo habían regalado. Cuando era tan pequeño que podía sostenerlo en el regazo como un cachorrito.

                Ahora era más grande.

                Una figura obscura empujo levemente las cortinas, olisqueando el aire. Había vivido en las habitaciones de la princesa, hasta que empezó a ponerse agresivo con cualquier extraño que se acercase a la Princesa. Desde entonces había optado por dejarlo corretear en los extensos jardines de palacio, donde rara vez se dejaba ver. Si esa noche había acudido con tal rapidez, tendría que ser porque estaba ansioso. Posiblemente encaramado en uno de los arboles cercanos, esperando que abriese los ventanales.

                Alyssandra sabía que era su culpa.

                Había estudiado con detenimiento las instrucciones para el cuidado de la bestia. Fascinada y escandalizada. Se había aprendido de memoria algunas partes, otras ya no las podría consultar. Había arrojado al fuego el pergamino, temiendo que alguien alguna vez lo encontrase.             

                Que alguien descubriera que se tratara de un ”Dragón de placer”.

                Solo para chicas como le había dicho la guapa mercader.

                El Dragón no se podía resistir a los aromas de su ama. No cuando esta era, la que se sentía excitada por la proximidad de la bestia.

                Había un remedio, solo que ya era demasiado tarde para ello.

                En el pergamino, estaban las indicaciones para que uno de los veterinarios de la corte le practicara una sencilla operación, una que mantendría a raya las características de un Dragón de Placer. De esa forma se hubiera ahorrado muchos problemas, solo que no había tenido corazón para que le hicieran algo a su mascota.

                — Russ. — se escuchó decir con suavidad.

                La bestia lo interpreto correctamente como una invitación para entrar.

                Con movimientos suaves entro en la habitación. Dejando ver la incipiente musculatura que se estaba desarrollando bajo la piel escamosa. A cuatro patas, no era del tipo de los que tenían alas, pero no le faltaba potencia para desplazarse al exterior. Aún estaba creciendo, pero ya le llegaba hasta las rodillas. Como para demostrarlo se le restregó en la falda pomposa.

Hizo un gruñido indicando que tal prenda estaba de más en ese momento.

Así era, la Princesa lo sabía.

Dejo que la criatura se le restregase un poco más, de vez en cuando le lanzaba miradas con esos ojos amarillentos, con una expresión que era lo que le quedaba de cachorro suplicante y de una bestia que no tardaría en exigir aquello a lo que había venido.

— Russ. — repitió con cariño. — Casi vengo corriendo cuando estaba anocheciendo, pero estaba con Claudinne, no sabía qué hacer para escaparme. — luego en tono confidente agregó. — creo que sospecha algo.

La princesa se dio la vuelta. Miro alternativamente hacia sus habitaciones y hacia los cómodos muebles donde tomaba el té con las visitas. Estos parecían más adecuados y estaban más cerca. Llevarlo a sus aposentos sería un paso sin retorno. No es que la bestia entendiera tales diferencias, pero ella sí. Después de todo era una princesa. Para lo que se proponía bastaría el sillón grande.

Sin prisa se dirigió, con la bestia pegada a su lado.

Antes tenía que librarse de los faldones, y diversas partes del vestido. Dejando caer a sus pies, una a una las cuantiosas prendas que tenía que usar como hija del monarca. En cuanto se libró de la falda, pudo sentir las suaves escamas de la piel de Russ, a través de las medias que aún le cubrían las piernas.

Un escalofrió nada desagradable hizo estremecer a la Princesa.

La agresividad que había despertado en el Dragón se debía a que las necesidades para las que había sido criado no estaban atendidas debidamente. De haberlo operado tendría que haber sido antes que estas despertaran. Ya era tarde y era su culpa. Ahora tenía que hacer algo al respecto.

Muchas noches se sorprendió imaginando lo que se describía en el pergamino. Una Princesa no podía permitirse tales pensamientos. Al menos es lo que se suponía. Un Dragón de Placer era una criatura usada precisamente para aplacar en la discreción los deseos propios de una dama, sin las complicaciones de un amante humano. Con la garantía de la completa satisfacción del cuerpo.

El pergamino había contenido ilustraciones. De cómo una mujer y el Dragón se podían acoplar.

— No. — dijo en voz alta y por un momento Russ se detuvo, sabiendo lo que significaba la palabra.

La miró con esa inteligencia tan especial.

Aún quedaba una prenda más para quitarse. No era el ajustado corsé al que se había acostumbrado al grado de sentirlo casi cómodo, que llegaba hasta cubrirle los pechos. Tampoco las ajustadas medias adornadas en encaje. Se trataba de lo que había entre una y otra.

Aun de pie con una de sus manos deslizo la elegante pieza real que servía para la intimidad de la princesa. Cubriéndose con la otra mano, con el pudor que le quedaba. Sintiéndose una mujerzuela, en vez del tesoro del reino del que hablaban.

¡Y nada menos que mostrándole sus muslos a una bestia!

Arrojo el panti a sus pies con la demás ropa.

Aprovechó para sentarse mientras el Dragón no perdía tiempo y con su hocico empezaba a olfatear la tela. Que era lo que necesitaba. Dejarse llevar por sus instintos, dejar salir su energía de alguna forma, antes de que se metiera en un lió.

Pero ya estaban en un lió. ¿Oh no?

Se abrieron las fauces mostrando largos y afilados colmillos, rozando con delicadeza el blanco tejido, abriéndole paso a una lengua obscura que no era como ninguna que hubiera visto en otra criatura. Gruesa casi como un apéndice, larga como para pensar en una serpiente.

Russ empezó a lamer la prenda. Concentrándose en la parte que guardaba los aromas más íntimos de la princesa, donde con toda probabilidad habría partes húmedas. 

La princesa tenía ambas manos cubriéndose el sexo. Casi recostada en el sillón, tal como le habían enseñado a no hacerlo. Las medias le llegaban a medio muslo, sostenidas por ligas. Permitiéndole acariciarse los muslos al rozarse uno al lado del otro. Con las manos podría sentir su intimidad directamente con los dedos.

Ya se había dejado acariciar por esa lengua extraña en algunas partes. Primero con timidez, empezando con la punta de los dedos. Sobre los hombros cuando aún era pequeño y se lo podía trepar. Las caricias habían aumentado de tono, al igual que el tamaño del dragón. Así como pasaron de simples expresiones de cariño a otras sensaciones.

Tibias y agradables sensaciones.  

Desde hacía unos días le había permitido llegar a los muslos, dejándose lamer con la tela de por medio. Era la primera vez que pensaba hacerlo sin nada más.  

No se le ocurrió pensar si era buena idea, ni si era por el bien de la criatura o por ella misma. Se suponía con eso bastaría para saciar los instintos sexuales de la criatura, al menos eso quería creer. No recordaba lo que decía el texto. El problema eran sus propios deseos, las últimas veces era ella quien estaba ansiosa por dejarle hacer, por llegar un poco más que antes. A solas las diferencias entre una bestia y una princesa no parecían tan importantes. Ella quería lo que el Dragón buscaba.

Las piernas de la princesa se empezaron a abrir, lentamente como con miedo. La criatura apartó su atención de la prenda sabiendo que solo era el aperitivo para el plato principal. La mirada inhumana pareció llenarse de su propia luz.

Por un momento la chica sintió miedo, para entonces Russ estaba ya encaramado entre sus piernas, dejando sentir sus garras para abrirse paso. Sabiendo que debía ser delicado para no lastimarla, pero con determinación, lo que tenía enfrente era aquello que había estado buscando, abriendo las fauces, para dejar salir una vez más esa lengua gruesa.

Primero las punzadas de las uñas sobre su piel. Al principio le había dejado marcas como puntos de alfileres, ya había aprendido como apoyar las partes blandas de sus patas delanteras. Luego vino el primer lengüetazo del apéndice firme y húmedo.

Directo sobre la indefensa piel de los muslos desnudos.

— Ahhhamm. — la Princesa dejo escapar uno de esos sonidos que se suponía no debía de decir alguien de la nobleza. Se sacudió un poco dejando que las sensaciones le empezaran a subir por el cuerpo. La lengua se paseaba dejando un rastro de húmedos fluidos, de vez en cuando dejando sentir los afilados colmillos, apenas rozándola.

Deseaba cerrar los ojos, dejarse llevar. Algo de esa pasión que estaba despertando en ella, que su institutriz había visto desde hacía tiempo. Entendía que el curvilíneo cuerpo de la heredera despertaría y pediría pasión. Que no siempre era posible controlar el deseo. Así que le había recomendado complacerse a sí misma, como un medio aceptable para controlar el calor de la sangre. Siempre y cuando fuera a solas y lejos de las miradas.

Sobre lo que estaban haciendo…

…Tener a su mascota entre las piernas…

…solo…solo.

Tan solo se estaba dejando acariciar un poco. Ayuda para desahogarse. Russ no le diría a nadie lo que hacía con su ama. Caricias, tan solo eso. No es que estuviera poniendo en peligro su castidad.

Ajeno a tales consideraciones, el dragón ya había cubierto de mimos los interiores de las blancas piernas. Después de olisquear un poco, oriento la cabeza cónica hacia el centro de la princesa, aun protegido por los delgados dedos de la chica.

Ni siquiera había pensado en que hacer llegado a este punto, tal solo que la ropa interior estaba de más. Estaba sudando, no con el sudor frio que había tomado con sus labios la hija del Duque. La espalda hacía fricción con la tela del sillón. En un momento en que el Dragón empujaba, casi abriéndose paso entre las falanges, fue en eso que ella se sintió resbalar.   

Sorprendida uso ambas manos para sostenerse, una a un lado, la otra en el respaldo. Dejando indefensas aquellas partes bajo la cintura. Fue la sensación eléctrica de esa lengua undulando sobre sus partes más íntimas, las que le hicieron apretar los dedos donde estaban.  

Solo paso unos instantes antes de que hiciera lo mismo con ojos y dientes.

Directo sobre ella, sin nada que los separase, la saliva tibia manaba y se le embarraba en la vagina. Ávido, el dragón empujaba tensando los músculos. Resoplando aire caliente que la invadía por todas partes.

Trato de cerrar las piernas, pero el punzar de las garras que había colocado en ángulos opuestos se lo impidió. Tampoco podía incorporarse, ni dejarse caer, la bestia empujaba en sentido contrario.

Tan solo dejarse hacer.

Disfrutar del húmedo apéndice, que con vida propia la estaba complaciendo.

Ser Princesa, noble, todo lo que le habían enseñado dejo de tener sentido, solo responder a las acuosas caricias que ya se habían abierto paso algunos centímetros dentro de ella.

— Russ… por favor… sigue… mas … más. — dijo entre los jadeos que le estaba arrancando la bestia.

Una criatura viva, no una persona era la que estaba bebiendo de sus jugos. La que estaba acomodando con gentileza sus colmillos a la altura del cérvix femenino.

Ya no había marcha atrás cuando el Dragón empujo con la lengua, igualando el desesperado agitarse de las caderas indefensas de la pelirroja.

— Ahaaa… Ahaaa… Rus… Russsss.

La princesa giro abruptamente al sentir dolor y sensaciones de dolor en partes iguales. Sus dientes castañearon como si se hubiera tratado de morder el hombro. Los bordes del corsé se le clavaron en la agitación. Deseo habérselos quitado, quitado todo como su humanidad para hacer contacto con esa criatura.

Las sensaciones pulsaban desde su área del placer con tanta intensidad que temió perder el sentido. Entreabrió los ojos, que le picaron por el sudor que le cubría el rostro, los dedos se le habían puesto blancos de tanto sujetarse. Ya no podía más, tenía las extremidades tensas y cansadas.

Al reacomodarse una de sus manos se dirigió a la criatura. Lo que estaba sintiendo era demasiado para aceptarlo, así como así. Tenía que apartarle, o hacer algo para evitar que la siguiera enloqueciendo de esa forma. En vez de eso poso delicadamente la mano sobre las escamas blanquecinas de la cabeza. Paseando sus dedos en una caricia, como tratando de devolverle algo de lo que le estaba dando.

“La realeza debe disfrutar de formas únicas.”

Sin duda estaba cumpliendo, al menos el consejo de la hija del Duque.

Podía sentir como cuello, mandíbula y músculos trabajaban de forma tan satisfactoria sobre su sexo.

También lo estaba haciendo dentro de ella.  

La lengua de la bestia se había puesto dura, como el instrumento de placer sexual que era.

— No, — dijo la princesa. Logrando articular la palabra entre los gemidos en que se había convertido su vocabulario.

Tardo un instante, momento en que ambos se vieron afectados por el significado de la palabra.

Entonces el dragón se separó de ella.

Una OOoo se le formó en el rostro cuando finalmente se dejó deslizar para darse en las posaderas sobre la alfombra. La leve caída, sirvió para regresarla un poco a esa realidad donde era una princesa y no una mujer lujuriosa que se dejaba complacer por un animal.

Apenas se le estaban desprendiendo aquellas deliciosas sensaciones, cuando poco a poco se le fue aclarando el panorama.

Se fijó en el Dragón que la miraba con los músculos voluminosos tensándole la piel escamosa. Las patas del frente muy juntas y las de atrás separadas como si fuera a saltarle encima de un momento a otro.

Si ese fuese el caso, si la bestia saltara seria para poseerla, ella no podría hacer nada al respecto, incluso si deseara resistirse.

En aquellas instrucciones perdidas, estuvo escrito que las palabras de la dueña serian ordenes que la criatura obedecería. O que trataría de obedecer.

— ¡No! — repitió.

Algo más se distinguía.

Entre sus piernas asomaba una forma. Una que no se advertía cuando el Dragón se encontraba en calma. Más firme de lo que la lengua que hasta hacia unos momentos había estado en su interior. No tan flexible y eso era justamente su mayor cualidad.

Y apuntaba hacia ella.

— ¡No, Russ! — esta vez fue casi un grito.

El Dragón dio un saltito hacia atrás reaccionando como si le hubieran echado una cubetada de agua fría. Sus amarillos ojos reflejaron la luz de la habitación.

Por un momento ambos se contemplaron. Ella solo pudo imaginar lo que podría ver en ella. Sudando con la respiración agitada, con muslos y caderas desnudas. Cubierta de fluidos.  

Con el placer en el rostro.

Como una mujerzuela.

Algo preferible a una Princesa lasciva que había estado a punto de copular con una bestia.

Russ no dijo nada, no con palabras. En vez de eso se alejó, hasta perderse tras las cortinas. Perdiéndose tan sigilosamente como había llegado en la noche.

Con los nervios a flor de piel, sintió la necesidad de tirarse en su cama y dormir. Solo que antes de eso había algo que tenía que ver. Le daba miedo hacerlo con sus propios ojos, como pudo tambaleante se levantó y se dirigió nuevamente hacia el enorme espejo.

Su primera impresión fue tal como se imaginó la había visto el Dragón. Algo que ya sabía, lo otro era más importante. Lo había sentido, de todas formas, tenía que comprobarlo con la vista.

El hilillo de sangre que se le deslizaba por los muslos.

La sensación de algo que se había tensado y cedido. Lo sintió y no tuvo la certeza de parar antes de que fuera demasiado tarde.

Allyssandra, princesa, la joya del reino había perdido su virginidad con la lengua de un Dragón.

Estaba asustada, pero también algo más.

Como muchas otras veces, a solas se permitió una sonrisa.