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Humedad

en MicroRelatos

Recuerdo el tacto que tenía tu lengua cuando me chupabas los dedos. Me duele el clítoris, la vagina al recordarlo. Tu lengua húmeda, en tu boca húmeda, como mi coño. Tus suspiros, tu respiración entrecortada. Tu blanda, suave lengua. Habíamos tomado un café, y, como si nada, me invitaste a tu casa. Yo te seguí. Con la excusa de otro café terminamos en el sofá, hablándonos hasta que no quisimos disimular más.

Cuando me lo permitía mi propio placer abría los ojos y te miraba chuparme. A veces con la boca cerrada, desapareciendo lentamente mis dedos entre tus labios. Otras veces con la boca abierta. Entonces tu lengua acariciaba la punta, como si fuera un glande, o, más bien, como si fuera mi propio clítoris. Tiemblo de pensarlo. Temblaba ayer, gemía, y deseaba lamerte la polla, lentamente, como tú lamías mis dedos. Llevaba días nerviosa, porque no nos habíamos visto desde la última vez que acabamos en el sofá de tu casa. Nos reencontramos, con más gente, y nos buscamos y dejamos ir hasta quedarnos solos. Caminamos por calles oscuras. Nos íbamos parando, abrazados, acariciándonos. Me preguntabas si estaba bien, y yo te devolvía la pregunta. Y seguíamos caminando. Llegué a casa y me masturbé, tapándome la boca con la almohada. Me corrí hasta quedarme dormida, y me seguía doliendo el coño. Han pasado dos días, me he masturbado todas las noches, me has chupado los dedos, que olían a coño. Esta noche me masturbaré otra vez, a gritos, y la siguiente, y la siguiente también. He vuelto a mi casa, mi novia no está. Quiero sexo.

Estaba casi corriéndome y, de repente, sonreíste. No me quisiste contar por qué, y al momento reíamos a carcajadas. Cómplice, me cuentas que te hacían sonreír las depravaciones que debían de estar pasando por mi cabeza. Sabías lo que te iba a contestar: las depravaciones no existen si no hay moral, y nosotros no tenemos moral. Es verdad, asentiste, nada es depravado. Y seguimos tocándonos y lamiéndonos, durante horas, sin llegar más allá, y pasando los límites que pondrían nuestras novias. Nos chupamos, nos rozamos, nos apretamos. No nos besamos. Los dos lo intentamos en algún momento, pero no dimos el paso. Mejor así. Esto no es amor, el amor lo tenemos en casa. Son ganas de follar como animales, de calentarnos y tocarnos. Ganas de que la próxima vez no me cojas de la cadera para apretarme la polla contra el culo, sino de que me la metas y me lo abras. De que me tires sobre la encimera de la cocina, pero de verdad. De follarte, de montarte y follarte. Quiero polla. En casa tengo un coño maravilloso que comer, y también quiero una polla. Y tú quieres mi coño y mi culo. Te están esperando.