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Papá no lo sabe

en Zoofilia

El morbo. Eso me pierde desde siempre. Y las circunstancias sobrevenidas en mi vida no han hecho más que alimentar ese hambre.

Fui precoz con mis novios adolescentes, recorrí mundo explorando todo lo que pude, me casé y disfruté en pareja un tiempo, y ahora reempiezo otra etapa, divorciada y de vuelta a casa, mi ciudad natal.

Y celebro el regreso follándome a un amigo de mi padre, el vicioso que siempre me miró durante la adolescencia, y al que siempre he sospechado un lado oscuro que me intriga. Algo tenía que darle a cambio de alquilarme uno de sus pisos a precio de amigo, no? La primera vez me satisfizo comprobar que aún me deseaba, y me divertí ofreciéndole mis tetas abriéndome la blusa mientras me enseñaba el piso que ya había decidido que me quedaría. Aunque debo confesar que mi intención sólo era incomodarle como venganza a la lascividad que percibí por su parte durante toda la adolescencia, sorprendentemente me encantó el modo en que las agarró violentamente, apretando los dientes, para luego masturbarme contra la pared, frotando mi pepita con violencia, raspándomela hasta que me corrí.

Sigue siendo amigo de mi padre, pero ahora sé que jamás le contaría nada, y le he comido la polla, me he dejado follar, masturbar, dominar, exhibir, y todo en apenas las dos semanas desde que he regresado.

Me gusta que me exhiba. Me gusta comerle la polla desnuda, arrodillada, y con público. O aparecer extremadamente ligerita de ropa en una cena en su casa, y excitar a sus amigos. Algunos me han magreado, masturbado y me han comido el coño con mejor o peor fortuna, pero siempre delante de él. O delante del grupo. Me gusta y me excita soberanamente ser una cerda calientapollas. Voy pensando en todo ello mientras me dirijo, a paso ligero porque empieza a chispear, hacia la cena a la que me han invitado, con la seguridad de que saldré bien contenta.

Llego a la casa, un piso parte de una casa señorial, situado en la planta baja, y espero tras llamar. Veo que me están observando a través de la enorme mirilla, y estoy tentada a hacer un gesto obsceno, pero prefiero controlarme. Me abre un conocido, le he comido la polla, e intenta besarme. Lo evito, es algo que no me gusta, pero reacciona cogiéndome del pelo y lamiendo mi cuello contra mi voluntad. No me resulta agradable, pero me controlo. De inmediato aparece por el pasillo otro conocido, este algo más joven, en torno a los 60, y me sonríe. Besa mi mejilla y magrea mis tetas. Me encanta que me las magreen, y respiro profundamente.

Empiezan los insultos. Me excitan. Me gusta que me digan lo cerda que soy. Lo caliente que estoy. Me habla desde mi espalda, jugando duro con mis tetas mientras me rodea con los brazos, y me caliento. Vienen hacia mi dos hombres más. A ellos no les conozco. Pregunto por el amigo de mi padre. No va a venir. Hoy jugarán otros conmigo. Los nuevos son incluso mayores. Les calculo no menos de 70 años, pero tienen ganas. Deben haber tomado algo, están curiosamente activos. Directamente, me suben la camiseta, y me la sacan por la cabeza. El que está detrás, sigue magreando duro mis tetas, pero le piden que pare. Fuera sujetador. Y cuatro manos están palmeando y azotando mis tetas, haciéndolas bailar. Gimo. Estoy muy cachonda.

Avanzamos por el pasillo, es largo, y el hombre que abre el paso, semigirado de espaldas a mí, palmea mi entrepierna y estira del cinturón haciéndome avanzar. Los otros tres, uno desde atrás y dos a los laterales, machacan mis tetas: muerden, pellizcan, abofetean. Estoy muy cerda. Quiero desnudarme y comer polla. Lo verbalizo y ríen.

Llegamos a una sala, y me arrodillan. Una mano sigue aguantándome por el pelo, otras me desabrochan el cinturón y me bajan los vaqueros hasta medio muslo. Inmediatamente otra mano frota mi coño, pero se retira casi inmediatamente. Me empujan hacia delante estirando del pelo y me tumban boca abajo. Fuera los pantalones. Y las bragas. Estoy desnuda boca abajo, y noto zapatos pisándome el culo, abriendo mis piernas, frotándose. Me vuelven a incorporar hacia atrás arrodillada estirándome del pelo, y ahora sí, la primera polla entra en mi boca. Las manos en mi cabeza marcan el ritmo, y la polla me folla duro y rápido. Llegan las arcadas. Noto pellizcos en los pezones, supongo que unas pinzas. Me los estiran hacia abajo y hacia los lados. Algo duro y frio me separa las piernas. Adopto la postura, e imagino un dildo recorriendo mi coño, mojándose. Va hacia el culo, y unas manos en mi vientre me obligan a inclinarme algo para emprender la penetración. La polla en mi boca para unos segundos para permitir que me enculen adecuadamente. Aprovecho para abrir los ojos y veo a los cuatro hombres, excitados, con las pollas fuera, vestidos, y me excito mucho.

El dildo es un vibrador. Lo llevo en el culo, no es excesivamente grueso ni incómodo. Está encendido y noto la vibración, eso es todo. He comido ya tres pollas, voy por la cuarta y sigo excitada, quiero que me follen. Pero no parecen muy por la labor. Llega la corrida de la cuarta polla a mi boca y estoy expectante. Me levantan. Vuelven los insultos, y esta vez me guían por la casa estirando de las pinzas de mis pezones. Sigo muy cachonda, y pido que me follen. Salimos a una terraza, y veo dos perros, dos boxer. Me empujan y me arrodillan. Observo la terraza, y veo un sofá enorme de mimbre acompañado de dos sillones del mismo estilo y una mesita auxiliar con bebidas y copas.

Me comunican que me van a follar los perros, que están acostumbrados y en un primer momento no lo creo. Pero fantaseo. No abro la boca, y me pongo a cuatro patas, abriendo bien mis piernas. Vuelven los insultos, me excito aún más, y un hombre me azota el coño y las tetas paseando a mi alrededor, no sé con qué lo hace, pero ese dolor me vuelve loca, debe ser una varilla o similar. Tengo que conseguir una. Me sacan el vibrador del culo y escupen algún líquido sobre mi coño. No sé qué es, pero imagino que un reclamo para los perros.

Jadeo excitadísima, oyendo entre insultos cómo se anima a los perros, que ya husmean mi coño. Intentos fallidos me desesperan, hasta que al fin, con la ayuda de una mano mamporrera, siento una polla caliente empujando mi abertura. Levanto la cabeza y gimo. Se aceran los hombres y sus insultos suben aún más de tono. Vuelven los tirones a las pinzas de mis pezones, y una polla vuelve a mi boca, indicándome que sólo mame el glande.

Siento la polla del perro crecer, estoy excitadísima por el calor que desprende y la rapidez de las embestidas, que aunque paran a intervalos, son continuas. Los hombres dicen que van a permitir que me agarre, así disfrutaré más, y no sé que significa hasta que noto la presión de algo más grande que se abre paso en mi coño. La bola. Estoy enganchada. Uno de los hombres, excitadísimo, quiere que me corra. Va a la casa y vuelve con un estropajo. Me frota el clítoris. Duele pero me vuelve loca. El perro vuelve a bombear, y tengo dos pollas turnándose en mi boca. El perro finalmente se despega, y yo me corro a lo grande.

Me quedan dos pollas más para comer todavía, y noto que hay planes entre ellos. Estoy con la tercera cuando noto que me levantan. Cuerdas. Me atan los muslos a las piernas. Me tumban sobre la mesita auxiliar, boca arriba, totalmente expuesta. Móviles. Me graban. Me piden que salude. Sonrío y vuelven a magrearme las tetas, y otra polla en mi boca. Y viene la sorpresa final: el mamporrero está intentando encajar al otro perro en mi culo.

Estoy cansada, pero excitadísima, y noto la presión en mi ano. Va a doler. Pero lo deseo. Lo deseo muchísimo. Las pollas paran en mi boca. Quieren oírme gozar y gemir mientas me graban. El perro me abre el culo. Empuja duro. Gimo como una loca, totalmente abierta de piernas, sintiendo los azotes de las varillas en mis pezones, duros y calientes tras haberlos liberado de las pinzas. Uno de los hombres se vuelve a correr, me obliga a beber su lefa, y me abofetea mientras se corre.

El perro se ha corrido mucho más rápido que su compañero, y los otros hombres quieren correrse en mi coño y en mi culo, follándome. Lo hacen, y el último, que escoge la puerta trasera, vuelve a servirse del estropajo para destrozarme el clítoris y obligarme a correrme dos veces más. Los perros se marchan, o al mejos yo los pierdo de vista, mientras los hombres se sientan a tomar unas copas sin desatarme. Estoy agotada, pero no hacen ademán de moverse, y callo.

Suena un teléfono. Una conversación de monosílabos, que acaba con el móvil en altavoz. Es el amigo de mi padre: "Cariño, creo que como has sido buena, te mereces un regalo. Un poney. Pero no digas nada, que papá no lo sabe".