miprimita.com

Juegos invisibles

en Fantasías Eróticas

    No llevaba mucho tiempo allí, apurando una cerveza cuando te vi aproximarte a la puerta. Se me había hecho más largo de lo que había sido, imagino que por los nervios y la incertidumbre de saber si al fin nos conoceríamos. Pero sí, después de un tiempo chateando y mensajeandonos, hemos dado el paso definitivo.

    Al traspasar la puerta del local me doy cuenta que las fotos no te hacen justicia. Llevas un vestido de una sola pieza, que se ajusta a tu figura como un guante, resaltando cada curva de tu cuerpo, con la elegancia propia de ti. Queda un poco por encima de la rodilla, dejando admirar tus piernas bien torneadas. Tú melena suelta, enmarca un rostro casi angelical, en el que destacan dos ojos claros, de mirada limpia, dulce, y una sonrisa que deslumbra y contagia al contemplarla. Es inevitable que el resto de parroquianos se queden embelesados contemplándote, al igual que yo, mientras te acercas a mi mesa con decisión. Incluso, alguno es recriminado por su acompañante por hacerlo tan descaradamente.

    Me levanto torpemente, como es habitual en mí cuando estoy nervioso. Nos decimos un hola un tanto tímido y nos damos dos besos. Tu dulce y sutil fragancia me invade y se anida en mi subconsciente. Tanto es así, que mientras escribo, por momentos creo tenerte a mi lado. Poco a poco vamos rompiendo el hielo, y la conversación va tornándose fluida, amena, como las que manteníamos a través del ordenador o el teléfono. Luego de un rato de charla, buscas dentro de tu bolso, sacas una cajita que depositas en la mesa, me miras fijamente, y me preguntas:

   — ¿Recuerdas que en una de nuestras conversaciones, me contaste una fantasía que te rondaba por la cabeza?

   — Si, claro que lo recuerdo, espero no te molestara, nada más lejos de mi intención.

   — No me molestó en absoluto— dices mientras acercas la cajita hacia mí, sonriendo mientras te muerdes el labio. — Esto es un regalo, espero que lo disfrutes. Bueno, los dos.

   He de admitir que estoy un poco sorprendido, o bastante mejor dicho, pero aún sin abrir la caja, se lo que contiene. Dentro hay un mando inalámbrico, que controla un vibrador que llevas dentro de tu tanga.

   — ¿Estás segura? — te pregunto.

   — Totalmente, aunque reconozco que estoy un poco nerviosa — dices sonrojándote levemente.

   Al ver venir al camarero hacia nuestra mesa, retiro la caja y la meto en el bolsillo de mi chaqueta. Pero no todo queda allí guardado, el mando, lo conservo en mi mano, oculto a la vista de miradas curiosas.

   Una vez a nuestro lado, mientras le pides una bebida, yo acciono el juguete que portas. La sonrisa se dibuja en tu rostro, y no puedes evitar un pequeño sobresalto, que no pasa inadvertido para el camarero, el cual te pregunta si estás bien.

    — Si sí, me ha dado un pequeño calambre en la pierna, no es nada.

   Al marcharse, me miraste con una sonrisa en los labios y un brillo en tu mirada, regañándome por lo hecho.

    — Eres muy malo, pero que muy malo — me dices con una sonrisa picara.

    — Entonces, tendré que parar — dije a mi vez.

    — No, para nada, es algo nuevo para mí, y excitante.

   Esas palabras me dan pie para continuar con el juego. Así que mientras te pregunto cómo ha sido tu día, aumento un punto el ritmo del juguete. Esta vez, estás más preparada, y tu reacción es menos notoria, pero tu sonrisa al responderme confirma que disfrutas del momento.

   Nuevamente se acerca el camarero con tu bebida, al depositarla sobre la mesa aprovecha para deleitarse con tu escote, le doy dos velocidades más al vibrador, y no puedes silenciar un nuevo gemido. Le das las gracias, él vuelve a su trabajo tras la barra, no sin antes despedirse con una sonrisa, y una mirada cargada de deseo.

    — Parece que le gustas — te digo.

    — No sé, quizás, pero ahora mismo, me interesa más gustarte a ti, y sentir— respondes.

    — A mi no me gustas— dejo correr unos segundos, en los que vislumbro sorpresa en tu rostro—. A mí me encantas.

   Al decirte esto aumenté nuevamente la intensidad, cerraste los ojos y te mordiste el labio para evitar que se te escapase un nuevo gemido, tu respiración se agitaba, tus piernas cambiaban de posición casi constantemente, un rubor se dibujaba en tu bello rostro.

   — ¿Qué sientes?  — te pregunté.

   — Calor — respondiste riendo —. Excitación, nervios, quizá un poco de vergüenza o miedo de que se den cuenta. Placer, sobre todo placer. Nunca creí que sería capaz de hacer algo así.

   Mientras seguíamos conversando manipulaba el ritmo del vibrador, para que, esos cambios fueran llevándote poco a poco al éxtasis final, pero intentando hacerlo durar el máximo de tiempo posible, para deleite de ambos.

   Después de jugar con la intensidad del vibrador durante este tiempo, y con el morbo que sientes por estar expuestos en cierta manera, la excitación está llevándote prácticamente al clímax, se nota en tus gestos corporales, en cómo te muerdes el labio para acallar cualquier gemido delatador, tus piernas se cierran impulsivamente, cada vez que sientes el latigazo del placer en tu intimidad. A medida que te acercas al éxtasis final, te resulta más difícil ocultarlo, de ahí que, no sin una sonrisa picara en tu rostro me digas:

   — Si continúas así, vas a hacer que me corra aquí mismo, me tienes tan excitada, que no creo que pueda evitar gritar como una loca.

   — ¿Nos vamos a otro lugar entonces? — te digo.

   Asientes con la cabeza mientras gimes quedamente al sentir un nuevo cambio de intensidad. Nos levantamos, mientras nos dirigimos hacia la salida, aprovecho para avivar aún más la situación. Esta vez, tus piernas flaquean levemente y te aferras a mi brazo aún más, clavándome las uñas en el. Una vez en la calle nos dirigimos a mi coche, aparcado un poco más retirado de los demás.

   Antes de dejarte subir a él, te recuesto contra su costado, aparto un mechón de tu cabello, acaricio tu cuello con el dorso de mi mano, nuestras intensas miradas no necesitan palabras  que expliquen lo que anhelan. Por primera vez, nuestras bocas se encuentran, nuestras lenguas se exploran, se unen en un baile de sensaciones. Mis manos acarician tu cuello, tu espalda, tus caderas. Aunque me cuesta hacerlo, me separo de ti para abrir la puerta y permitir que subas al coche. Una vez instalados vuelven los besos, las caricias, los gemidos, la urgencia de sentirnos el uno al otro. Tu mano se dirige al cierre de mi pantalón, pero te detengo para explicarte:

   — No, aún no, este es tu momento y quiero ver como lo disfrutas sin que nada me desvíe de tu placer.

   Tu boca busca nuevamente la mía, mientras eso ocurre vuelvo a poner el vibrador a trabajar, tu gemido se entremezcla en nuestras bocas, en nuestras lenguas, en nuestros seres. Un nuevo cambio de ritmo y tu respiración se altera, uno más y dejas de besarme para coger aire y jadear más intensamente. Beso tu cuello, acaricio tu vientre, tus piernas se mueven por iniciativa propia. Mi mano asciende y se apodera de uno de tus senos por encima de la ropa, tus jadeos son sonoros y continuados, un punto más de vibración, más gemidos, más intensos, mi mano que se cuela por tu escote, para acariciar tu pecho sin la barrera de la tela de tu vestido. Tu piel tersa, tus pechos firmes, tus pezones henchidos de excitación, lo atrapo entre mis dedos y lo aprieto con tacto, me pides que lo haga más fuerte, aflojo y recorro el contorno de tu pecho, vuelvo a recogerlo entre mis dedos, lo aprieto un poco más que antes.

   — Me corro— exclamas entre jadeos.

   Pongo el vibrador al máximo y explotas en un éxtasis maravilloso, los jadeos se convierten en gritos, los pequeños espasmos de placer en convulsiones orgásmicas, tus manos se aferran a la puerta, a mi pierna. Tu rostro refleja la crispación del placer intenso que vives en estos momentos, tus ojos el brillo de la lujuria, tu boca verbaliza espontáneamente el culmen del placer, todo tu cuerpo exterioriza ese momento único que es la llegada del clímax.

   Y yo, yo lo disfruto viéndote, sabiéndome participe de haberte ayudado a llegar a él.