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My life: Sobre perros y vecinas

en Zoofilia

Como todos los días sonó el despertador a las seis de la mañana. Aunque esta vez algo era distinto. Allí, tirada junto a mi cama, y aún con su vestido subido hasta la cintura y con las piernas abiertas, se encontraba la esposa de mi vecino del quinto. La observé durante unos minutos, dormida y con el semen ya seco sobre su coño y sus muslos. Me levanté de la cama, me duché,  y como todos los días, salí de mi piso dirección a mi trabajo.

Un par de meses me encontraba desempleado y aún viviendo en la casa de mis padres. Era difícil encontrar un empleo digno, pero después de muchos intentos, al final encontré un puesto de trabajo. Poco salario, muchas horas y a trescientos kilómetros de mi hogar.  Tardé apenas cinco minutos en aceptarlo. Al día siguiente por la mañana ya me encontraba firmando el contrato de trabajo, y en poco más de dos horas ya había encontrado un lugar para vivir. Era en un bloque de pisos antiguos a las afueras de la ciudad. El piso era pequeño, oscuro y viejo. Una planta cuarta sin ascensor. Suficiente para mis necesidades en ese momento.

Durante las dos primeras semanas, mi vida se convirtió en una monotonía continua. Me despertaba temprano, tomaba el autobús para ir al trabajo, y de nuevo de vuelta a casa para dormir hasta el día siguiente. Apenas tenía contacto humano más allá de algún saludo a los compañeros de trabajo  y a algún vecino que me encontraba al salir o llegar a mi piso.

Una tarde, tras llegar del trabajo, me encontré en el interior del portal del bloque a una mujer.  Saludé con un simple “buenas tardes” mientras me fijaba en ella. Era una mujer madura, de unos cuarenta y tantos años calculé. Pelo corto moreno, cara redondeada con unos ojos pequeños y labios grandes. Vestía de forma deportiva; sudadera rosa de cremallera, mallas negras y zapatillas deportivas de color rosa.

Llevaba también dos grandes bolsas de la compra en sus manos. En un acto repentino de caballerosidad, y también de necesidad de cierto contacto humano, me ofrecí a subir las bolsas de la compra. Simplemente fue suficiente un “¿le ayudo a subir la compra?” para que ella sonriera e iniciara una conversación.

-Pues me harías un gran favor. Siempre hago la compra después de hacer algo de ejercicio y hoy la verdad es que no creía que pudiera llegar hasta el quinto cargada con las bolsas. Tú debes ser el chico nuevo del cuarto, ¿no?. Me llamo Marta, encantada de conocerte. Eres muy amable ayudándome a subir la compra.

-Encantado de conocerla. Sí soy el del cuarto, me llamo Jon.

Ella me sonrió de nuevo mientras yo tomaba las bolsas de la compra y subía las escaleras detrás de ella. Durante el trayecto, Marta me fue contando que vivía en el quinto con su marido y su suegra. Que su marido pasaba mucho tiempo viajando por trabajo, con lo que nunca podía ayudarla  con la compra o cualquier otro asunto doméstico. Que su suegra estaba enferma y que apenas se movía de la cama.

Mientras aquella mujer seguía hablando de su vida, yo, subiendo las escaleras detrás de ella, sólo podía fijarme en su culo. Un culo redondo, firme, que se movía de un lado a otro a cada escalón. Con unas mallas que se ajustaban perfectamente a su cuerpo como una segunda piel. Sin una sola arruga en sus mallas, supuse que o bien no llevaba ropa interior o bien tenía una tanga tan pequeña que era apenas perceptible.

-Bien, ya hemos llegado. Muchas gracias Jon, no sé que hubiera hecho sin tu  ayuda. Eres un encanto de vecino. Si algún día necesitas algo, ya sabes donde vivo. Gracias de nuevo.

-Ha sido un placer ayudarla. Lo mismo digo, si necesita algo ya sabe que vivo abajo.

Pasaron dos días cuando de nuevo por la tarde me encontré a mi vecina del quinto en el portal. Se repetía la misma situación. Misma ropa deportiva y otras dos bolsas enormes de la compra. La sonreí  y tomé las bolsas de la compra de sus manos.

-Hola de nuevo vecino amable. ¿De verdad no te importa ayudarme hoy también con las bolsas de la compra? – Me preguntaba mientras me sonreía.

-Claro que no me importa, para están los vecinos. Además que subir acompañado es agradable.

Ella me sonrió y volvió a subir las escaleras delante de mí. Esta vez llevaba unas mallas blancas, y al llegar a su puerta pude observar una sombra algo abultada en su entrepierna. Sin duda era el vello púbico que resaltaba sobre sus mallas blancas. Apenas observé unos segundos antes de que ella me diera las gracias de nuevo con una gran sonrisa y se metería en su piso.

Una hora después acababa de ducharme y me disponía a cenar algo rápido cuando sonó el timbre de la puerta.  Sorprendido de recibir cualquier visita, abrí la puerta y allí estaba mi vecina.  Con unas pantuflas de andar por casa, un albornoz rosa palo bien cerrado sobre su pecho y que le llegaba hasta las rodillas, una sonrisa y un plato con una tortilla de patatas en sus manos.

-Espero no molestarte a estas horas. Mira estaba cocinando y pensé que como vives solo y trabajas tanto, pues que te gustaría comer algo casero. – Dijo esto ofreciéndome el plato de la tortilla.

-Muchas gracias, pero no tenía que haberse molestado.- Respondí yo tomando el plato con mis manos y rozando las suyas en la operación.

-No es ninguna molestia, paso casi todo el día sola en casa, bueno con mi suegra, y aparte de cocinar y limpiar la casa, no tengo mucho más que hacer. Además, es mi forma de darte las gracias por ayudarme con las bolsas de la compra cada vez que nos encontramos.  Y por cierto deja de llamarme de usted, que me haces más vieja de lo que soy.

Le sonreí y ella me devolvió la sonrisa.

-Gracias de nuevo, Marta, eres muy amable. Hacía mucho tiempo que no probaba la comida casera. Eres muy amable.

Se despidió simplemente moviendo la mano y se fue subiendo las escaleras hasta su piso. Yo cerré la puerta y continué con mi monotonía nocturna.

Durante las dos semanas siguientes, se fue repitiendo la misma situación. Cada dos días nos encontrábamos en el portal y yo la ayudaba a subir la compra. Luego ella bajaba a mi piso y me traía comida casera. Durante ese tiempo, cada vez se alargaban más las conversaciones, tanto en su puerta como en la mía, tomando más confianza el uno con el otro.

Un día, después de subirle la compra, estaba en mi piso esperando que ella bajara a traerme algo de comida. Más que por la comida, por el simple hecho de poder hablar de nuevo con ella. Pero el timbre no sonó esa noche.

A la mañana siguiente, mi jefe vino a verme a mi puesto de trabajo con una oferta un tanto peculiar. Él y su esposa debían salir de viaje urgentemente ese mismo día y durante al menos una o dos semanas. No me dijo el motivo. Tampoco importaba. Yo que necesitaba de mí era algo muy sencillo. Su esposa tenía un perro al que parece ser le tenía bastante cariño. Y no sé porque motivo, ella no quería dejar el perro en ningún albergue ni nada por el estilo, ya que no podían viajar con él. La oferta fue simple. Yo me quedaba con el perro y cuidaba de él, a cambio, durante ese tiempo no tenía que ir a trabajar y además me doblaba el salario. No pregunté por qué me lo ofrecía a mí y no a otros, simplemente acepté.

A media tarde ya era el cuidador del perro de la esposa de mi jefe. Era un perro de tamaño mediano, de pelaje negro y bastante dócil. Ni siquiera pregunté la raza del perro. Toby era su nombre. Me lo entregaron junto con un capazo para que durmiera allí y bastante dinero para los gastos del perro.

De camino a mi piso compré algo de comida de perros en un comercio que estaba de camino, y una vez en mi piso, coloque un plato con comida en la cocina y el capazo del perro en mi dormitorio junto a mi cama. El perro, sin hacer el más mínimo ruido, se tumbó en su capazo y se quedó allí quieto. 

                A la mañana siguiente, me desperté tranquilamente y después de ducharme decidí sacar de paseo al perro. Le puse la cadena en el collar y sin decir nada, el perro se levantó y me acompaño sin más. Paseamos durante todo el día por la ciudad. Conociendo sitios nuevos que antes no había tenido tiempo de ver. Durante todo el día el perro se comporto de forma dócil y obediente, no le oí ladrar en todo el día. Al anochecer regresamos al piso. Le puse su comida en un plato y tras comer, Toby se fue a mi dormitorio y tumbó en su capazo.

Esa noche sí que sonó el timbre de la puerta. Abrí la puerta y allí estaba mi vecina. Con sus pantuflas, su albornoz bien cerrado sobre su pecho y un plato de comida en sus manos.

-Perdona que antes de ayer no pudiera venir, mi suegra se encontraba mal y no pude salir la de casa en toda la noche. 

-No te preocupes, ya supuse algo así. No hacía falta que hubieras venido hoy.

Mientras hablábamos, el perro se levantó del capazo y se colocó junto a mí.

-Vaya, no sabía que tuvieras un perro. Nunca antes me había dado cuenta.

Mientras yo le explicaba la oferta de mi jefe y cómo me había convertido en el cuidador de Toby, el perro se acercó a ella. Sin darnos cuenta, metió su hocico bajo el albornoz y movió la cabeza hacia arriba, intentando sin duda lamer el coño de Marta. Ella se asustó y retrocedió unos pasos, con lo que se abrió el albornoz hasta la altura del cinturón, dejando por un instante su coño desnudo al descubierto. Era un coño negro y peludo. El perro volvió al ataque, esta vez con más suerte, ya que antes de que ella se pudiera tirar el plato de comida al suelo y taparse con sus manos, el perro pasó su lengua húmeda por el coño de Marta. Ella lanzó un grito ahogado, entre miedo y placer, justo antes de que yo agarrara el collar de Toby y tirase hacia atrás de él.

                Le pedí mil disculpas a Marta por el comportamiento del perro, diciéndole que no sabía que el perro fuera agresivo. Ella, sonrojada y avergonzada, me dijo que no era mi culpa y se fue de vuelta a su piso. Tras cerrar la puerta, el perro volvió a su capazo su nada hubiera pasado.

                 Al día siguiente por la tarde, cuando regresaba con el perro de nuestro paseo, nos encontramos con Marta de nuevo en el portal. Vestía como el primer día que la vi, sudadera y zapatillas rosa, mallas negras. Esta vez no llevaba bolsas de la compra en sus manos. Me saludo amablemente, como si nada hubiese pasado la noche antes en la puerta de mi piso. Charlamos unos minutos mientras yo sujetaba fuerte el collar de Toby, que tiraba con fuerza intentando acercarse a mi vecina de nuevo. Para evitar otra situación comprometida, decidí salir a la calle con el perro a dar otra vuelta mientras Marta subía a su piso. Le dije a ella que aún daría otro paseo más con el perro y nos despedimos en el portal.

                Mientras Marta subía las escaleras, yo abrí la puerta del portal para salir a la calle. Fue justo cuando estábamos fuera del bloque cuando, no sé cómo, el perro logró sacar la cabeza por el collar, quedando libre y metiéndose deprisa en el portal mientras la puerta se cerraba detrás de él. Apenas pude ver como Toby subía las escaleras como un rayo mientras yo buscaba las llaves de la puerta para intentar ir detrás de él.

Abrí la puerta y justo cuando miraba hacia arriba por el hueco de la escalera, pude ver, aunque con mal ángulo de visión, cómo el perro, a la altura del cuarto piso, se lanzaba sobre la espalda de mi vecina, haciéndola caer sobre sus rodillas y colocándose sobre su espalda. Sin duda intentaba montarla. Subí lo más rápido que pude las cuatro plantas. Cuando llegué a su altura,  pude ver a Marta de rodillas y con sus manos apoyadas en el suelo, mientras que el perro la montaba por detrás, golpeando con fuerza su pene erecto y duro contra el culo de mi vecina. Ella sólo suplicaba en voz baja “por favor, quítamelo de encima”.

Agarré al perro por el cuello y tiré hacia atrás de él mientras su pene descargaba un líquido blanquecino sobre el culo de Marta, dejando una enorme mancha sobre sus mallas. Logré abrir la puerta de mi piso y meter dentro al perro. Marta se levantó del suelo sollozando y se fue subiendo las escaleras mientras yo le pedía de nuevo perdón por las acciones del perro. No volví a verla hasta diez días después.

                Fue justo ese día cuando por la mañana recibí un mensaje en mi teléfono móvil. Era de mi jefe. “Ya hemos regresado del viaje. Esta tarde pasará por tu casa mi esposa para recoger a su perro. Mañana te veré en tu puesto de trabajo”. Un mensaje corto y simple.

Me quedé en casa por la tarde esperando a que vinieran a llevarse al perro. Sonó el timbre de la puerta. El perro se levantó de su capazo y se dirigió a la puerta dando un ladrido. Debido a la reacción del perro, supuse que sería su dueña. Abrí la puerta y allí estaba la esposa de mi jefe. Una mujer madura, alta y delgada. Pelo largo liso negro sobre sus hombros, gafas de sol, maquillada con unos labios rojo pasión, blusa de botones blanca bajo una chaqueta abierta roja, falda de lápiz negra hasta por encima de sus rodillas, medias negras y zapatos de tacón altos de color rojo, a juego con la chaqueta.  Era sin duda una mujer elegante, acostumbrada a un alto nivel  económico de vida.

El perro se acercó a ella y restregó su cabeza contra su pierna. Ella sonrió. La invité a pasar. Mientras cerraba la puerta de mi piso, ella se sentó en un sofá del salón mientras miraba alrededor observando el piso.

-Tienes un piso muy acogedor, espero que Toby se haya comportado correctamente. Nunca hemos dejado a Toby con nadie antes. Y la verdad no sé porque mi marido te encargó esta tarea a ti.

Yo me senté en otro sofá frente a ella.  Le comenté que yo tampoco lo sabía, y que el perro se había comportado bien. No me atreví a comentarle los incidentes con mi vecina, quizás por temor a alguna recriminación por su parte. Mientras hablábamos, el perro metió su cabeza entre los muslos de su dueña. Noté que ella abría ligeramente las piernas, sin duda acostumbrada a esa actitud de su perro.

-Toby me ha añorado mucho, se nota. Estoy segura que mi marido te seleccionó a ti porque eres un empleado de confianza.

Ella comenzó a acariciar la cabeza del perro, mientras éste metía su cabeza aun mas dentro entre sus piernas, haciendo que la falda de lápiz se deslizara hacía arriba, dejando prácticamente sus muslos al descubierto.

Ya no tenía dudas de que él perro estaba lamiendo el coño de su dueña. Movía la cabeza arriba y abajo mientras ella abría más sus piernas hasta tal punto que su falda se subió hasta la altura de su cintura. Ella apartó con sus manos su tanga negro hacia un lado, dando acceso al perro para que lamiera su coño.

-Espero que seas una persona discreta, si es así te irá bien muy bien en el trabajo a partir de ahora.

Asentí con la cabeza mientras miraba a la esposa de mi jefe sentada en mi sofá, con sus piernas totalmente abiertas, ofreciendo su coño rasurado al perro. Toby lamía sin parar el coño con su lengua húmeda, arriba y abajo, mientras su dueña comenzaba a jadear. Comencé a excitarme y a tocarme ligeramente la polla por encima del pantalón.

-¿Dónde está el capazo de Toby? Enséñamelo.

Le dije que el capazo estaba en mi dormitorio, me levanté del sofá y abrí la puerta del dormitorio, enseñándole el capazo junto a mi cama. Ella apartó al perro de su coño, se puso de pie y entró en la habitación. El perro la seguía. Yo me quedé apoyado en la puerta. Ella se quitó su chaqueta roja y su blusa blanca y las colocó sobre mi cama. Llevaba un sujetador negro de encaje que dejaba ver sus pezones perfectamente. Después se colocó la falda a la altura de la cintura  y se quitó el tanga. Fue entonces cuando me di cuenta del enorme tamaño que tenía el pene del perro.

Allí estaba la esposa de mi jefe, casi desnuda, con su sujetador de encaje sobre pechos, la falda subida a la cintura y sus medias negras y sus zapatos rojos de tacón alto. Se colocó a cuatro patas sobre el capazo del perro. Toby no tuvo la más mínima duda y se abalanzó sobre su dueña. Ella colocó las patas delanteras del perro apoyadas sobre la tela de su falda. El perro apoyó sus patas traseras sobre las piernas de su dueña  y sin dar tiempo a nada más, comenzó a montarla.

Pude ver perfectamente como la polla del perro entraba dentro del coño en la primera embestida, también pude oír el grito de dolor de su dueña. El perro comenzó a bombear aquel coño a una velocidad infernal mientras ella no paraba de gritar a cada embestida. Me saqué la polla dura del pantalón y empecé a masturbarme. Ella se inclinó hacia delante, apoyando su cabeza contra el suelo, haciendo que su culo se levantara y el perro perdiera el apoyo de sus  patas traseras. Toby seguía follándose el coño de su dueña sin parar, colgado de ella.

-Fóllame Toby mi vida. Folla a tu perrita mi amor.

Su cabeza golpeaba el suelo a cada embestida del perro, mientras ella agarraba sus patas delanteras para que el pero no perdiera el equilibrio. De repente Toby se detuvo y su polla creció anudando con su bola el coño de su dueña. Ella lanzó un grito de dolor mientras el perro lentamente comenzó a descargar su semen dentro de ella. Sus jadeos bajaron la intensidad mientras el perro permanecía inmóvil sobre su dueña. Fue en ese momento cuando sonó el timbre de la puerta de mi piso.

Quedé inmóvil, sin saber qué hacer, mientras la esposa de mi jefe seguía a cuatro patas con su perro encima de ella. Volvió a sonar el timbre repetidas veces. Oí la voz de mi vecina del quito que me llamaba al otro lado de la puerta. Pensé en que como siempre vendría a traerme algo de comida y no pasaría de la puerta, así que mientras me guardaba la polla dura en el pantalón, le dije a la esposa de mi jefe que no hicieran ruido, que sería solo un momento. Cerré la puerta de mi dormitorio y abrí la puerta de mi piso.

Allí estaba Marta, mi vecina, pero esta vez algo era distinto. No traía nada en sus manos. Y en lugar de un albornoz cerrado y pantuflas, esta vez traía puesto un vestido verde oliva de tirantes y escotado, que le llegaba a la altura de los muslos, junto con unos zapatos de tacón negros. Me sorprendió al verla tan bien vestida.

-Perdona que te moleste, pero hace días que no te veía y quería decirte algo, ¿puedo pasar a tu piso?

Antes de poder responder, ya había entrado a mi salón y sentado en el mismo sofá que antes se había sentado la esposa de mi jefe. Yo me quedé de pie junto a ella, nervioso por si Marta descubría lo que había en mi dormitorio.

Comenzó a decirme que sentía su comportamiento después del incidente del perro, que ella sabía que no era mi culpa, y que yo era un vecino muy amable con ella. Me dijo que si yo no tenía nada que hacer en ese momento, a ella le gustaría invitarme a cenar como un acto de disculpas. Pensé que sería una buena oportunidad de salir del piso sin que ella descubriera a la esposa de mi jefe y a su perro.

-Me parece estupendo, Marta. Me encantará ir a cenar contigo, sólo dame dos minutos que voy al aseo a arreglarme un poco y nos vamos, no te muevas de aquí, ¿de acuerdo?

Ella asintió con la cabeza mientras yo, a toda prisa, entraba en el aseo para lavarme la cara y peinarme. Entonces sonó un grito de dolor en mi dormitorio. Cuando quise salir del aseo, Marta ya había abierto la puerta de mi dormitorio. El perro, sin sacar su polla del coño de su dueña, la estaba follando de nuevo. Marta quedó en estado de shock, sin decir nada. Yo a su lado tampoco me atreví a intentar explicar aquella situación.

Por unos minutos nos quedamos mirando como Toby montaba a la esposa de mi jefe. Su polla entraba y salía con más rapidez que antes. Las tetas de su dueña se movían de un lado a otro dentro del sujetador a cada embestida. El coño había estado chorreando el esperma de perro y había manchado las medias negras y el capazo. Marta, sin dejar de mirar la escena, bajo su mano y comenzó a tocarse le coño por encima del vestido. La dueña de Toby volvía a gritar a cada embestida. Marta me miró a la cara, con una expresión mezcla de deseo y vergüenza.  A estas alturas, yo llevaba mucho tiempo con la polla dura y caliente,  así que con mis manos abrí el escote de mi vecina y le saqué las tetas por el vestido. Tenía unos pezones grandes y rosados que comencé a lamer y chupar al momento. Ella bajó su mano hasta mi entrepierna y liberó mi polla de los pantalones para comenzar a masturbarme.

Miré a Toby y a su dueña, el perro se movía como poseído mientras su dueña mordía la tela del capazo y le resbalaban unas lágrimas por sus ojos. Mientras los miraba, Marta se puso de rodillas frente a mí y se metió mi polla en la boca. Me masturbaba la base mientras se la metía y se la sacaba de la boca.  Yo acariciaba su pelo corto mientras ella se metía mi polla más dentro de su boca a cada movimiento. Sujeté su cabeza y empujé contra mí sin dejarla moverse hasta que mi polla llegó a su garganta. El perro quedó inmóvil de nuevo dentro del coño de su dueña, sin duda volviendo a llenar su coño con su esperma canino.

Saqué la polla de la boca de mi vecina y la hice colocarse a cuatro patas con la intención de follármela por detrás. Levanté su vestido hasta la cintura y le bajé las braguitas hasta las rodillas. Pero mientras me quitaba los pantalones, Toby liberó el coño de su dueña, dejándola tirada en el suelo, y rápidamente se colocó sobre la espalda de Marta. Intenté agarrar la cabeza del perro para apartarle de mi vecina, pero su respuesta fue intentar morderme la mano. Mientras el perro me ladraba, de un solo movimiento metió su polla rosada dentro del coño de Marta. Ella gritó de dolor y suplicó que le quitara el perro de encima. Marta intentaba huir del perro andando a cuatro patas, pero Toby la seguía sin dejar de bombear su coño. Yo quedé inmóvil viendo como Toby montaba a Marta.

Con su vestido subido hasta la cintura, sus tetas moviéndose libremente por fuera de su vestido, y el perro penetrándola, sus suplicas se fueron convirtiendo en gemidos de placer. Con mi polla dura me acerque a la esposa de mi jefe, aun tumbada en el suelo casi desnuda. Miré sus zapatos de tacón rojos, sus medias negras, su culo desnudo y entonces me puse de rodillas junto a ella, agarré su cabeza y comencé a follarle la boca. Mis huevos golpeaban en su barbilla mientras yo se la metía hasta la garganta, entre sollozos y arcadas de ella. Agarré su pelo y la empujé contra mí mientras descargaba mi semen dentro de su boca. Después de unos instantes saqué mi polla, quedando mi semen resbalando por sus labios y su cara.

Me quedé unos minutos sentado en la cama observando cómo Toby no paraba de penetrar el coño de mi vecina Marta. Durante unos diez minutos la estuvo follando salvajemente hasta que su bola anudó el coño y descargó su semen dentro de ella. Quedando acoplado a su coño mientras mi vecina caía boca abajo en el suelo.

La esposa de mi jefe se levantó y comenzó a vestirse. Colocándose la falda, el tanga, la blusa y la chaqueta. Aun tenía las medias negras manchadas con el semen del perro y su cara con el mío. Me miró sonriendo y dándome las gracias por mi discreción. Llamó al perro, que al oir la voz de su dueña liberó el coño de Marta y la siguió hasta la puerta. Por unos minutos que quedé mirando a mi vecina del quinto, abierta de piernas, tumbada boca abajo con su vestido verde oliva subido hasta la cintura y el semen del perro chorreando por su coño y sus muslos.

Me quedé dormido.

Como todos los días sonó el despertador a las seis de la mañana. Aunque esta vez algo era distinto. Allí, tirada junto a mi cama, y aún con su vestido subido hasta la cintura y con las piernas abiertas, se encontraba la esposa de mi vecino del quinto. La observé durante unos minutos, dormida y con el semen ya seco sobre su coño y sus muslos. Me levanté de la cama, me duché,  y como todos los días, salí de mi piso dirección a mi trabajo