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Masaje de pies con final inesperado

en Fetichismo

Esto pasó el viernes pasado, 28 de abril. Estaba con mi novio, en su cuarto, hablando y haciendo cosas intrascendentes. No había nadie en su casa más que nosotros dos. Estábamos sentados, yo sobre su cama y él en una silla frente a mi. De repente me dio por recostarme en la cama boca arriba y apoyar mis pies sobre sus rodillas, sin esperar a hacer nada que no hubiéramos hecho antes. Traía puesto un vestido ligero, unas pantimedias de color champaña claro, y debajo de ellas unas pantaletas de tela satinada color beige. Me había quitado los zapatos desde hacía rato.

Para hacerlos partícipes a ustedes, mi novio tiene una especie de fetiche por las medias y la ropa satinada. También le excitan las faldas (entre más cortas y pegadas mejor). Así que me gusta vestir así por la reacción que tiene. Generalmente le gusta frotar su pene (ya sea vestido o desnudo) sobre mi trasero cuando traigo ropa de esa clase, y me fascina sentir cómo va creciendo y haciéndose duro conforme lo hace. Después nos ponemos a follar como bestias.

Pero lo de ayer fue diferente; yo me recosté y él andaba en el celular, buscando música para poner. De repente siento como empezó a tocarme los pies que estaban sobre sus rodillas muy suavemente con las yemas de sus dedos. Comenzó por el arco del pie y lentamente se fue pasando hacia la planta. Y así, como quien no quiere la cosa, comenzó el masaje de pies más espectacular que he recibido en la vida y una follada que recordaré por siempre.

Toda la vida he sido mucho muy sensible de los pies. Durante mi niñez y adolescencia no dejaba que NADIE me los tocara, ya que inmediatamente tenía el reflejo de retirar el pie, conteniéndome de comenzar lanzar patadas. Ni siquiera me gustaba tocarme mucho los pies yo misma.

Todo cambió una vez que me estaba masturbando con las piernas flexionadas, y sin querer rocé la planta de mi pie con la mano y sentí un choque eléctrico que me estremeció: había descubierto una fuente inesperada de placer extremo. Y es que en serio me excita muchísimo.

Ya cuando me hice adulta y empecé a tener sexo les decía a los individuos con quienes he estado que me gusta que me toquen los pies, pero ellos no me hacían caso o nada más los tocaban muy ligeramente e inmediatamente pasaban a otra cosa. Hasta mi novio actual, en tres años de relación no había descubierto lo que verdaderamente ocurre en mi con el estímulo correcto.

Y finalmente este día, como quien no quiere la cosa, comenzó a tocarme muy ligeramente los pies envueltos en las medias. Me agarraba del arco y pasaba su pulgar por la planta del pie. O pasaba muy suavemente todos sus dedos por el arco y luego la planta. También me sobaba los dedos, uno por uno. Algunas veces recorría mis piernas con las yemas de sus dedos, pasaba ligeramente sus pulgares sobre mi vulva y volvía por el mismo camino de regreso a mis pies.

Cerré los ojos y me dejé hacer. Gemía ligeramente, puesto que se estaba sintiendo muy muy bien. El que fuera variando el estímulo hacía que no se volviera monótono el asunto y era deliciosa la expectativa de no saber cual sería la caricia siguiente.

Así estuvo un rato, subiendo poco a poco la intensidad de las caricias. Para ese entonces yo ya tenía la entrepierna mojada.

De repente comenzó a pasar muy fuertemente las puntas de sus dedos todas juntas a lo largo del arco y la planta del pie de abajo hacia arriba, como envolviéndolo, alternando el pie cada vez -no se sí me explico-, y ahí todo dio un giro inesperado. Cada vez que él hacía eso yo sentía fuertes palpitaciones en la vagina, que para ese entonces estaba chorreando. Literalmente me retorcía, gemía como histérica y me agarraba de las cobijas. Comencé a llorar de placer. No aguanté y metí mi mano bajo las medias y los calzones y comencé a masturbarme. Estaba súper empapada, y me dio un hambre inmensa de sentir su pene dentro mío.

Así estuvimos otro rato, y mientras él se concentró un rato en sobarme el pie derecho yo dirigí el izquierdo hacia su entrepierna. Empecé a acariciarlo de arriba a abajo y poco a poco sentí como su pene se iba haciendo más grande debajo del pantalón. Así hasta que tuvo que sacarlo de su prisión de tela. Yo dirigí mis pies hacia él y empecé a masturbarlo con ellos (aún traía las medias puestas). Estaba muy duro y erecto.

Comenzamos a intercalar, un rato él me sobaba los pies (cada vez con más intensidad), y otro rato yo lo masturbaba con ellos. Hasta que ya no aguantó, se me abalanzó, me quitó las medias y los calzones y me ensartó.

Su pene se deslizó dentro mío muy fácilmente (yo estaba empapada) y comenzó a moverse primero muy lento y suave, como saboreando el por fin haber entrado. Nuestras bocas y lenguas se unieron (ahí noté que yo traía la boca muy seca por tanto grito). Y luego fue subiendo la intensidad y la velocidad hasta que comenzó a metérmela como maniático. Yo tenía replegadas las piernas en su pecho, y con mis manos abría mis labios para que su pene entrara lo mejor posible en mi.

Tras un rato de estar así, fuimos moviéndonos poco a poco si dejar de follar y procurando que su pene no se saliera de mi hasta finalmente terminé sobre de él. Ahí fue cuando tuve rienda suelta y pude montarlo a mi gusto, el cual fue un ritmo frenético. Para ese entonces aún sentía un hormigueo ligero en los pies, a pesar de que ya había pasado como media hora de que habíamos empezado propiamente a coger.

Y fue en esa posición, yo encima de él, que tuve un orgasmo delicioso. Caí encima de su pecho, y él siguió cogiéndome unos instantes más abrazado a mi (lo cual hacia que se prolongara mi orgasmo) hasta que también tuvo el suyo. Quedamos así unos minutos, quietos, yo recostada encima de su pecho y el abrazándome. Hasta que recobré conciencia y decidí bajarme y acostarme a su lado.

Tras esto, quedamos dormidos por un rato y al despertar volvimos a tener sexo. Pero esa es otra historia y habrá que contarla en otra ocasión.