Aunque no me hacía especial ilusión, accedí a ir a la fiesta de cumpleaños de Sonia ya que varios de mis amigos iban a ir. Y la alternativa era quedarme en casa viendo una película de Tarantino que, aunque suene bien, le faltaba un componente social para ser un sábado. Aunque Sonia me caía muy bien, cuando está en su grupo de amigas se vuelve algo insoportable. La imagen se podría describir como un documental de National Geographic donde se ven varias hienas peleándose por comerse el último trozo del conejo descuartizado. Pero en vez de por comida, se pelean por ver quien habla más. Ante tal expectativa de evento social, no esperaba mucho de esa noche aparte de unas risas con mis amigos y acabar como Las Grecas.
Habíamos quedado en un bar conocido por servir las copas más baratas de Barcelona, por lo que tenía que preparar mi estómago a conciencia. Quedé con Pablo para zamparnos un kebab con mucho picante y salsa de yogur que, con suerte, bloquearía todos los efectos no deseados del alcohol. Algo así como neutralizar la mierda con más mierda. Una gilipollez sin sentido, efectivamente.
Nuestro inmigrante ilegal favorito hacía unos kebabs de muerte, pero era un poco lento. Y no sirviendo. Aunque a Pablo no le gustaba el picante, decidió darle mi kebab cargado de líquido rojo. Mientras yo protestaba porque por enésima vez mi plato de origen turco no picaba, Pablo empezaba a sudar mientras comía. Después de medio kebab, decidió quejarse de la cantidad de picante que llevaba su kebab no picante, por lo que empezamos a atar cabos. Ese día el hacedor de kebabs no se llevaría propina.
Después de tener nuestros estómagos cargados a prueba de bombas, nos dirigimos al bar antes mencionado, situado estratégicamente al lado de un club de striptease custodiado por dos hombres mitad oso mitad persona. Al entrar (al bar), nuestro otro inmigrante ilegal favorito nos saludó con alevosía. La música sonaba a todo volumen, seguramente para ocultar el hecho de que el lugar estaba más vacío que un puticlub un lunes por la mañana. Entraron seguidamente Jorge, Luís y Álvaro, el cuál sacó de su bolsillo discretamente una pequeña botella de agua rellena de líquido color ambarino. El tío era tan cutre que se traía el alcohol a un bar donde servían copas a 3 míseros Euros.
Empezamos a beber como cosacos cuando entró en tromba un grupo de 10 chicas ruidosas preparadas para destrozar la vida a cualquier buen hombre que pasara por allí. Sonia nos saludó uno por uno con los reglamentarios dos besos en la mejilla y, acompañándola, vi una chica que no había visto nunca antes. Miriam tenía una larga melena rojiza, del mismo color que el líquido que nos estábamos bebiendo. Una melena que partía corazones. Combinadas con unas pequeñas pecas en la cara que hicieron despertar un cosquilleo en mi estómago. Seguí bajando mi mirada y, aunque su cara ya era un regalo de Dios, su cuerpo no se quedaba atrás. Unas generosamente grandes tetas apretadas por un escueto top blanco que dejaba ver un escote de fantasía. Una cintura estrecha que cambiaba de dirección para dar paso a un culo grande y redondo que la mismísima Jennifer López envidiaría. Me dirigí disimuladamente hacia Sonia, con el objetivo de saber más sobre mi objetivo de esa noche. Se me cayó el mundo al suelo cuando pronunció las dos palabras que ningún hombre quiere oír: “Tiene novio”.
Por alguna razón del destino, Dios decidió que después de esa secuencia apareciera Laura por la puerta. Mi historia con Laura empezó un año antes de los eventos explicados y, aunque aún seguía en lo alto del podio del ranking de mamadas que me habían dado nunca, no pretendía revivir momentos pasados. Me arriesgaba a abrir la caja de Pandora que era su cabeza. Nos saludamos incómodamente y seguí con la conversación con mis amigos sobre como Thom Yorke se quedó con un ojo mirando para Cuenca.
Después de varios cubatas y muchas conversaciones sobre música y cine, decidí ir a hablar con Sonia, que para algo era su cumpleaños. Miriam estaba a su lado, y mi grado de alcoholización no diferenciaba entre chicas con o sin novio. Sonia nos presentó y, después de un rato hablando, noté que su risa no era la risa de la clase de chica que solo quiere gemir de placer con su novio. Sonia dirigió su mirada asesina hacia mí y me soltó por lo bajini un “No te la folles”. Eso solo hizo que afirmar mi suposición de que esa noche tendría oportunidad de comprobar si de verdad las pelirrojas son pelirrojas en todo el cuerpo.
Después de verme hablar con Miriam, Laura se acercó coquetamente hacia mí. Después de varias preguntas obligadas sobre los respectivos cursos de nuestras vidas, empezó a sacar la artillería pesada. Un suave toquecito de su mano contra mi rodilla me hizo saber que me costaría dios y ayuda rechazar a esa mujer esa noche. Si de alguna cosa no pecaba Laura, era de ser poco lanzada. Y, aunque no había mujer comparable a Miriam, Laura tampoco se quedaba atrás. Su pelo negro azabache y rizado descendía por una suave cara con unas anodinas pero bonitas facciones. Pese a tener un cuerpo estéticamente bonito, no desprendía la misma sensualidad que mi amiga pelirroja. Unos bonitos pero pequeños pechos, un vientre plano y una cintura estrecha acompañada por un culo perfectamente colocado. Pensándolo bien, muchos hombres perderían la cabeza por ese cuerpo, pero mi gusto se enfocaba hacia cuerpos más curvilíneos y voluminosos.
Aunque el plan inicial era ir a la discoteca de al lado, nuestras intenciones quedaron frustradas cuando nos dimos cuenta que se había pasado la hora a la que podíamos entrar gratis al garito. Las propuestas de alternativas se sucedieron pero, viendo que la gente no estaba por la labor, decidimos quedarnos en la calle y abrir una ruta de suministro con el paki cerveza-beer más cercano. Cargados de zumo de malta, nos sentamos en un banco y mi ataque frontal a Miriam continuó. Su risa y vocalización hacían notar que el alcohol estaba empezando a hacer efecto.
Estábamos en esas, cuando Pablo decidió interrumpir nuestra interesante conversación y hablarnos de por qué deberíamos acompañarle al concierto de los Pixies. Acompañó esa insistencia poniéndonos “Where is my mind” a todo trapo, lo que nos hizo temer por la aparición de la policía o, peor aún, la chusma del barrio. Me incorporé para ir a beber agua y repentinamente Laura se acercó a mí, con claros signos de ir bastante perjudicada. Sus sutiles tiradas de caña se convirtieron en pesca de arrastre con transatlántico. Llegados a ese punto, me soltó un convincente “quiero follar contigo”. Mi respuesta inicial fue negativa, debido a que mi raciocinio aún no estaba severamente afectado por el alcohol y sabía que nada bueno podía salir de eso. Mi primera norma: no folles dos veces con una tía loca. Y Laura estaba muy, muy loca. Pero no la locura buena, tipo jiji jaja que loca estás. Locura tipo ojos de loca, como bien describe mi amigo Barney Stinson en Como conocí a vuestra madre. Desgraciadamente, mi experiencia me ha demostrado que son las locas las que follan mejor.
Laura no se rindió y continuó sus ataques con diferentes técnicas de pesca. Después de dos Voll-Damm más, sabía que tarde o temprano iba a caer en su trampa sexual. Aproveché su desesperación para sugerirle algo que nunca creería que podría llegar a ocurrir: un trio con Miriam. Para mi sorpresa, Laura no dudó ni un momento, se dirigió a Miriam y le susurró algo al oído. Miriam puso cara de sorpresa y le respondió algo que no pude entender. Mi corazón palpitaba a mil por hora, viéndome en la situación de poder hacer un trío con un bellezón como Miriam y con una zorra en la cama como Laura. Tenía frente a mí el deber y la responsabilidad de cumplir la misión de satisfacer a dos mujeres, y eso es algo que puede achantar a cualquiera. Pero no iba a ser a mí.
Laura volvió hacia mi posición y esbozó una sonrisa pícara: “Vamos a mi casa”. Mi corazón esta vez palpitaba a la velocidad de un avión supersónico. Llamó a un taxi y se subió, mientras llamaba a Miriam para que se uniera. Entré en el taxi y seguidamente subió Miriam. Laura iba delante en el asiento de acompañante. Indicó la dirección de su casa al amable taxista y nos dirigimos a su casa. Nunca en mi vida había imaginado que podría llegar a estar en una situación así y menos aún que me quedaría totalmente en blanco.
Por unos minutos, todo lo que se oyó fue la radio del taxista. Miriam parecía nerviosa, por lo que sabía que tenía que ser yo el que diera el primer paso. Aun temblando, me armé de valor y me lancé a darle un beso a Miriam, a lo que ella accedió sin impedimentos. Sus labios eran suaves y carnosos, combinados con una lengua muy húmeda. Empezamos a comernos la boca como dos adolescentes en el parque, a lo que Laura se giró y dijo que no fuéramos tan ansias y nos esperáramos a llegar a su casa. Ni corta ni perezosa, Miriam llevo su mano a mi paquete y empezó a masajearlo. No dudé ni un instante y llevé mis manos a esas dos increíbles tetas. Eran aún más suaves y grandes de lo que imaginaba. Ella soltó un pequeño gemido y empezó a respirar de forma profunda. El taxista tenía puesto el aire acondicionado, pero yo tenía cada vez más calor.
Antes de que la cosa fuera a mayores y el taxista acabara echándonos, llegamos a nuestro destino. A todo esto, Laura no nos había avisado de que sus padres estaban en el piso. En ese momento recordé el capítulo de Como conocí a vuestra madre de los ojos de loca. Por suerte, sugirió que fuéramos al bajo de la escalera del bloque, donde no había nada más que una silla. El lugar era recóndito, pero nos exponíamos a que alguien pudiera entrar en el bloque y descubrirnos. Probablemente no era la primera vez que Laura usaba esa silla para saciar su sed de sexo, y quien sabe si alguna vez la habían pillado mientras estaba en ello. Pensé para mis adentros que muy seguramente eso mismo es lo que la ponía más cachonda.
A medida que bajábamos las escaleras, mi nerviosismo daba paso a excitación. Al llegar abajo, me volví a lanzar hacia Miriam, y esta volvió a llevar su mano a mi paquete. Laura se unió a la fiesta y empezó a masajear las tetas de Miriam, a lo que esta respondió apretándome aún más la polla. Dirigí mi boca hacia el cuello de Miriam, mientras ella respiraba profundamente y elevaba su cabeza para dejarme accesibilidad. Llevé una mano al culo de Laura para que no se sintiera excluida. Ella, con su característica poca timidez, llevo también su mano a mi paquete. Es esos momentos, dos increíbles pivones me estaban masajeando la polla en el bajo de una escalera. Valiente y voraz como siempre, no me achanté y seguí con mis técnicas de excitación. Tenía claro que quería darle placer a Miriam y dejar más de lado a Laura. Aun así, estaba deseando repetir la mamada legendaria que me dio Laura en nuestro primer encuentro.
Laura empezó a desabrochar los botones de mi camisa, hasta dejar todo mi torso al descubierto. Miriam empezó a pasar su mano por mi pecho, lo que hizo que se me erizara la piel. Seguí recorriendo con mi lengua el escote de Miriam y proseguí levantando su top con la mano que tenía libre. Dejé al descubierto un fantástico sujetador de color rojo que combinaba perfectamente con esa melena cobriza. Miriam hizo respectivamente lo mismo con Laura, que llevaba un sujetador de encaje de color negro. Al ver esos pechos, recordé que Laura los tenía más grandes de lo que parecía a simple vista. Detuve un momento mi ofensiva hacia Miriam y me dirigí a la boca de Laura, mientras con las manos desabrochaba ese bonito sujetador. Dejé sus dos tetas al descubierto y las empecé a masajear, provocando que sus pezones se endurecieran. Mientras, Miriam me daba besos en la nuca y no dejaba de jugar con mi polla.
Sin apenas tiempo para darme cuenta, Laura le quitó el sujetador a Miriam y estas dos empezaron a besarse mientras se tocaban las tetas y se pellizcaban los pezones. Una imagen que bien podría ser de una película porno de altísima calidad. Como pensaba, las tetas de Miriam eran de otro planeta. Se aguantaban solas pese a su gran tamaño, y tenía unos pezones grandes y rosados. Aproveché la situación para acercarme por detrás a Miriam y, mientras le besaba el cuello, deslicé mi mano por su vientre hasta llegar a sus pantalones. Desabroche dos botones para así poder introducir mi mano en ese lugar que tanto ansiaba ver y disfrutar. Al poner la mano dentro de sus bragas, noté que tenía pelo en la vulva. Ya solo me faltaba saber de qué color era. A medida que bajaba mi mano, notaba cada vez más humedad. Al tocar sus labios vaginales, Miriam soltó un pequeño gemido y llevó su mano de vuelta a mi paquete. Empecé a masajearle el coño, pasando por su clítoris, a lo que ella respondía apretando más y más mi polla. Al introducir un dedo en su vagina, noté como se estremecía y empezó a desabrocharme el cinturón con una mano. Laura vio que necesitaba ayuda y le echó una mano para así poder bajarme los pantalones y dejar mi mástil al descubierto.
Yo seguía a la mío, masturbando a Miriam, y Laura se sacó los pantalones y dejó su coño al descubierto. Se agachó, puso su cara delante de mi polla, la cogió con firmeza y empezó a hacerme recordar esa mamada legendaria. Laura era una maestra chupando una polla. Tenía tal habilidad, que creo que era capaz de hacer correrse a cualquier tío en cuestión de segundos. Su lengua recorría mi glande dentro de su boca a velocidad vertiginosa, la misma que usaba para introducir mi polla en su boca y sacarla. Era capaz de tragarse mi pene entero con una facilidad asombrosa. Acompañaba esa mamada con miradas hacia mis ojos y con un suave masajeo de mis huevos. Miriam, viendo lo bien que se lo estaba pasando Laura, decidió unirse a la fiesta. En unos instantes tenía a Laura chupándome la polla mientras Miriam me lamía los huevos por debajo. Sabía que si esa situación se alargaba no tardaría en esparcir todo mi semen por esas bonitas caras, por lo que decidí ponerle fin a esa maravillosa situación.
Cogí a Miriam e hice que se tumbara. Mientras le quitaba los pantalones, ella me dirigió una mirada pícara a la que respondí con una sonrisa. Al dejar su coño al descubierto, obtuve respuesta a la pregunta que me estuve haciendo toda la noche. Esa preciosidad estaba cubierta por una mata de pelo roja como el fuego, la cual miré estupefacto durante varios segundos.
Al recobrar el sentido, continué con mi misión. Empecé besando a Miriam, y deslicé mi lengua por todo su cuello, dando pequeños mordiscos pasando por sus orejas. Su respiración empezaba a ser cada vez más fuerte. Llevé mi boca a esos increíbles y firmes pechos, recorriendo sus grandes y rosados pezones con mi lengua. A cada lametazo que daba, acompañado con algún que otro mordisco, Miriam gemía. Mientras, veía por el rabillo del ojo como Laura se había empezado a masturbar mientras nos miraba. Al ver que se metía tres dedos en el coño, recordé lo ancho que era y como fui capaz en su momento de llegar a mater cinco dedos dentro. Seguí recorriendo con mi boca todo el cuerpo de Miriam, hasta llegar a su ombligo. Me paré, y me desplacé a sus piernas, largas, blancas y suaves. Seguí dando besos por sus muslos y llegué hasta los pies. Me llevé un dedo de su pie a mi boca, a lo que Miriam respondió con un gemido.
Seguí con esa aventura cuando de repente Laura se levantó, cogió a Miriam por la cabeza y puso su coño en su cara. Miriam respondió positivamente y empezó a lamerle el clítoris a su amiga Laura, mientras esta gemía de placer. Quise hacer lo propio y empecé mi movimiento hacia el coño de Miriam, recorriendo de vuelta sus muslos con mi lengua. Pese a estar ocupada, notaba que ella no podía aguantar más y necesitaba que le chupara el coño ya. Decidí esperar y deslizar mi lengua alrededor de su vulva, haciendo que cada vez se desesperara más y tirara de mi cabeza. Acabé cediendo y le di un lametón a los labios vaginales. Cogí con dos dedos esos labios y los abrí, dejando al descubierto su bello coño. Di un beso a su clítoris y empecé a dar lametazos con la lengua en forma circular. Miriam empezó a gemir sonoramente, sin tener en cuenta que más arriba había vecinos durmiendo y que, además, podría entrar cualquiera en el bloque y descubrirnos.
Después de varios minutos lamiéndole el coño a Miriam, introduje un dedo en su vagina y apreté su pared vaginal hacia arriba, gritando ella más y más fuerte. Después de dos intentos más, noté como sus piernas se estremecían, levantó la pelvis y saboreé en mi boca su abundante flujo vaginal. Miriam se corrió de manera sonora, teniendo que apartar el coño de Laura de su boca. Parecía extasiada de placer, y Laura me miró con envidia. Pese a ello, seguí lamiendo y Miriam hizo lo propio con Laura al recobrar la conciencia. Era ahora Laura la que más disfrutaba, y nos lo hacía saber con sus palabras: “Así, así” “Más” “Chúpame el clítoris” “Méteme el dedo”, eran algunas de las frases que soltaba. Su respiración empezó a ir más rápido y no tardó demasiado en correrse, con lo que Miriam pudo al fin descansar.
Laura, como buena ninfómana que era, quería más, por lo que se puso a cuatro patas, giró la cara y me hizo una señal para que le metiera la polla en su coño. Aunque yo quería follarme a Miriam, pensé para mis adentros que si empezaba con Laura podría guardar lo mejor para la belleza pelirroja. Me situé detrás de Laura, que estaba en posición perrito, y le metí la polla hasta el fondo, haciendo que gimiera sonoramente. Empecé a embestirla fuertemente, cuando recordé lo que le gustaba. Cogí su pelo y tiré de él, y Laura empezó a gemir y a decir sus frases: “Oh, sí” “Más fuerte” “Azótame”. Mi primer azote fue una palmada en el culo que no dejó casi marca, pero ella quería que le diera de verdad. Con un poco de duda, le di otro bofetón en el culo, dejando esta vez una marca roja con la forma de mi mano. Laura empezó a chillar de placer y decidí seguir con ese juego. Empecé a azotar fuertemente su culo mientras con la otra mano tiraba de su pelo y me follaba ese coño con fuertes embestidas. Noté como sus piernas empezaban a temblar y, mientras Laura pegaba un chillido que muy seguramente escucharon sus padres desde el 4º B, ella se corrió.
Ya había acabado con Laura, así que ahora me podía centrar en Miriam, que estaba esperando en la silla mientras se masturbaba con los dedos. Me acerqué a ella con la polla erecta y, antes de que pudiera hacer nada, se llevó mi mástil a su boca. Miriam no tenía tanta maña para chupar pollas como Laura, pero no lo hacía nada mal. Alternaba el metérsela en la boca con lamidas en los huevos. Pese a que no podía metérsela enera en su boca, por muchos intentos que hacía, tenía un juego de lengua que me volvía loco. En un momento dado, puso mi polla entre sus tetas y empezó a moverlas sincronizadamente mientras me pegaba lametones en el glande. En el diccionario debería de aparecer esta imagen junto a la definición de placer.
Después de unos minutos, levanté a Miriam y me senté en la silla. Ella se incorporó y se sentó encima de mí, mirándome, y empezó a cabalgar con mi polla. Con las manos yo aguantaba su culo y masajeaba sus pezones. Notaba como a ella le encantaba esa posición e intentaba siempre introducir toda mi polla hasta el fondo de su vagina, lo que originaba un largo gemido cada vez que sucedía. Miriam empezó a cabalgar cada vez más fuerte y rápido, gimiendo y mirando hacia el techo, hasta que noté que se corría otra vez. Esta vez fue mi regazo el que se empapó de sus flujos.
Después de correrse por segunda vez y volver en sí, Miriam me susurró al oído: “Quieres follarme el culo?”. No dudé ni un momento. Puse a Miriam a cuatro patas y me preparé. La imagen del culo de Miriam en pompa era excepcionalmente bella. Laura se unió y se puso delante de Miriam, para que esta pudiera masturbarla. Mientras Miriam metía tres dedos dentro del coño de Laura, yo introduje mi polla en el agujero del culo de Miriam, el cual estaba ya sorprendentemente dilatado. Fui poco a poco, por temer hacerle daño, pero Miriam no parecía quejarse. Cuando introduje toda mi polla dentro de su culo, noté una sensación de placer indescriptible. Empecé a follarme ese grande y redondo culo a más velocidad, a lo que Miriam respondió con gemidos de placer.
Después de varias embestidas, noté que me iba a correr pronto, por lo que paré y saqué mi polla de ese agujero. Al sacarla, Laura corrió hacia mí, sabiendo lo que seguía. Empezó a chuparme la polla a extrema velocidad, esperando recibir su regalo que tanto le gusta. Miriam hizo lo propio y se acercó, alternando entre las dos esa increíble mamada. Cuando noté que ya no aguantaba más, aparté sus caras, cogí mi polla, y solté una inmensa corrida en la cara de Miriam. Me giré y apunté mis últimas gotas hacia la cara de Laura, para que ella pudiera tener también su deseado premio. Al ver la preciosa cara pecosa de Miriam empapada de mi semen, sabía que no iba a olvidar esa imagen fácilmente. Me corrí tanto que el líquido bajaba hasta sus tetas. Para mi sorpresa, Laura se acercó a Miriam y empezó a lamer el semen que descendía por sus pezones. Seguidamente, empezó a besar a Miriam con ese mismo semen. Estuvieron las dos chicas besándose durante un largo minuto con mi semen en sus bocas, el cual acabarían tragándose. En ese momento, me sentí el hombre más afortunado en la faz de la tierra.