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Génesis de un placer

en Fetichismo

GÉNESIS DE UN PLACER

Fue durante un viaje familiar, hacia la playa. Acapulco tal vez. En la camioneta de mi tío viajábamos mis cuatro primos, mi hermano y yo, todos hechos bolas como cupiéramos. Éramos tres más o menos de mi edad, los dos mayores que eran Aurelio, uno de mis primos, y mi hermano, que estarían alrededor de los 15 o 16, y yo. Ellos dos eran muy cercanos en la convivencia, por haber crecido juntos; yo era de los más chicos, 13 años tal vez, y como era regordete siempre era objeto de burlas inocentes por parte de los demás. Hoy le llamarían bulling; entonces era simplemente parte del proceso de crecer. Como no cabíamos todos en los sillones del auto a mí me tocó en el piso, ¡acostado! Entre risas y bromas, me fui ahí echado todo el camino y como resultado de ese acomodo, los pies de todos quedaron reposando sobre mi cuerpo.

Antes de entonces yo no había experimentado nada que se pareciera siquiera al deseo y los pies no me llamaban la atención para nada. Ni los pies, ni los cuerpos en general, aunque justo ese primo, Aurelio, solía hacerme bromas pesadas acerca de mis tetas, pues como era gordito, eran voluminosas. “Tetotas!”, me decía, mientras trataba de pellizcarme, entre carcajadas. Yo me molestaba mucho y lo insultaba, pero la verdad es que cuando venía de visita esperaba con cierto morbo el momento de que me buscara para oprimirme las tetas con las dos manos y decirme cosas como “sabrosa”, o “estás bien mami!”, etc. Mi hermano, su compañero de juegos, lo frenaba un poco con un “ya wey, déjalo” o así, y la cosa no pasaba a mayores. Volviendo al viaje aquel, una vez que me instalé en el suelo de la camioneta donde todos íbamos ya en ropa de playa, las bromas y juegos comenzaron con una buena sesión de patadas sobre mi cuerpo por parte de todos los cabrones que iban sentados. Nos reímos y me aguanté, como era normal entre toda la bola.

Aurelio y mi hermano se sentaron juntos, como siempre, en el extremo del asiento que coincidía con la parte superior de mi cuerpo, de manera que los pies de ambos quedaban cerca de mi cara. En el jugueteo, fue mi primo quien inició quitándose las sandalias para ponerme las patotas en plena cara, mientras decía cosas como “quieres quesito?”, “huele qué rico!” y así, entre risotadas de los demás. Mi hermano se sumó al desmadre y también me acercaba sus pies desnudos, riéndose y siguiendo el juego de Aurelio hasta que dejé de reírme y comencé a enojarme, dándoles golpes a todos en los tobillos y apartando los pies de estos dos de mi cara hasta que mi hermano, que se dio cuenta de mi enfado, interpuso su pie para evitar que mi primo siguiera poniendo el suyo sobre mi cara. De nuevo el imperativo “ya wey” terminó con el acoso. Escuché cómo decía “ya, no te pases!”, y entonces Aurelio descansó sus pies sobre mi pecho y me dejó en paz, pero mi hermano decidió no retirar su muralla defensiva: entre mi rostro y los pies de Aurelio dejó elevados los suyos; yo, instintivamente los sujeté con ambas manos para que no se moviera.

Hasta ahí no había sucedido nada en particular, pero resultó que la posición en que mi hermano colocó la pierna ocasionó que un pie suyo quedara justo cerca de mi cara, sin tocarme. Y entonces sucedió algo maravilloso. De pronto mi nariz percibió un olor peculiar que yo nunca había olido. Era algo extraño y delicioso a la vez que penetró en mis sentidos y me hizo sentir un cosquilleo en el cuerpo que despertó en mí, por primera vez, el morbo: esas ganas de seguir sintiendo algo excitante y raro que no se alcanza a definir, pero que sabemos que es sólo nuestro. Un placer muy íntimo. Comencé a oler el pie de mi hermano que flotaba sobre mi cara, y su aroma al hule de la sandalia y sudor agrio de adolescente viajó directamente a mi cerebro ocasionándome un estado como de embriaguez. Aspiré profundamente aquel olor, y con suavidad tomé su tobillo como un gesto cariñoso en agradecimiento por su defensa. Mi hermano, inocentemente, me dejó hacer mientras llevaba su pie hacia mi cara para que lo descansara, y entonces sentí la suave piel de su planta sobre mis labios y mi nariz. Aquello era hermoso! Delicioso y excitante a la vez. No puedo explicar con palabras lo que sentía en mi cuerpo ante ese tacto y ese aroma. Con el primer golpe de placer sentí un poco de miedo. Alejé mi cara aquel pie y entonces lo miré detenidamente. Era hermoso! Esbelto y de piel clara, sobre los dedos y en el empeine lucía ya unos tímidos vellos adolescentes y se le marcaban las venas. Un calor recorría mi cuerpo mientras los miraba absorto. Sujeté los tobillos de mi hermano durante un buen rato; él reposó los talones sobre mi pecho y así se quedó un buen rato. Yo los miraba fascinado mientras un raro calor me invadía junto con unas ganas tremendas de seguir oliéndolos. ¡Quería sentir de nuevo la tersura de esa planta tibia sobre mi cara!

Nos fuimos quedando dormidos por ratos. Al despertar de una de esas siestas del trayecto noté que Aurelio y mi hermano habían dejado sus pies desnudos sobre mí. Mi mano seguía sobre el pie de mi hermano; al darme cuenta, volví a sentir el calor del morbo recorriendo mi cuerpo y de nuevo sentí un impulso irresistible por acercar ese pie a mi cara. Verifiqué que él estuviera dormido y entonces, lentamente, comencé a moverlo hacia mí. Naturalmente, él no opuso ninguna resistencia, por lo que llevé aquella belleza hacia mi rostro despacio pero con facilidad, mirándolo con calma mientras llegaba hasta mi nariz. En el camino, la suave planta del pie de mi hermano, tibio y sudoroso, tocó mis labios. Ufff! Aquello fue una explosión de sensaciones increíble! Me detuve ahí. La piel de su pie y la de mis labios se conocían por primera vez y la repuesta de mi cuerpo fue inmediata: el contacto se convirtió en caricia y la caricia en un beso lento que comenzó a recorrer lentamente la planta del pie de mi hermano mientras mi nariz cumplía sus deseos, devorando poco a poco aquel olor adolescente para llevarlo a un sitio en mi cerebro, oculto e inexplorado hasta entonces: el deseo. Cuidando de no hacer movimientos bruscos para no despertar a mi hermano, me acomodé como mejor pude para tomar su pie con mis dos manos y así estuve un rato, acariciando suavemente los vellos en su tobillo y empeine, rozando apenas su planta tersa con mis labios y, sobre todo, aspirando profundamente el maravilloso olor, recorriendo lentamente la piel entre el talón y sus dedos.

No sé cuánto tiempo habrá pasado hasta que sentí una mirada desde arriba de mí y de pronto, me quedé paralizado. Instintivamente abrí los ojos y miré en dirección del sillón de la camioneta por encima de mí, pensando que mi hermano habría despertado y se percataba ya de lo que yo estaba haciendo. Abrí las manos soltando su pie, y éste se desplazó colgando hacia atrás. Seguía dormido. Entonces me di cuenta que no era él quien me miraba sino Aurelio, mi primo, que había despertado y me veía hacía un rato. En su rostro no había expresión alguna; no parecía que fuera a burlarse, ni a reírse o decir nada. Me miraba, simplemente. Me quedé quieto sin mover las manos de donde habían liberado el pie de mi hermano, mirando a mi primo tan inexpresivo como él. Y entonces sucedió algo raro que me puso el corazón a mil por hora: sin dejar de mirarme y sin cambiar su expresión, Aurelio, mi fastidioso primo, el molestón que me hacía burlas para todo y que no desaprovechaba momento para darme lata, acercó uno de sus pies a mi cara, lentamente, y lo puso entre mis manos tocando una de ellas levemente. Yo lo miré a los ojos y él situó su pie con firmeza en mi mano sonriendo levemente. Entendí de inmediato su invitación. Y desde luego, la acepté. Lentamente acerqué aquel pie hacia mi nariz, iniciado ya en el placer de aquellos olores y ansioso por conocer uno nuevo. Rozó levemente la punta de mi nariz y aspiré hondo. Era increíble! Más intenso que el de mi hermano, y ligeramente húmedo. Supongo que el nerviosismo del momento hizo sudar a Aurelio, por lo que su olor era más fuerte. Ya decidido a llevar el control del momento, sujeté con firmeza aquel pie sintiendo en la palma de la mano los pelos de su empeine –en su adolescencia él estaba un poco más desarrollado que mi hermano- y dirigí la zona de sus dedos hacia mi nariz, que se hundió entre ellos recorriéndolos. El olor me penetraba por completo y entonces, naturalmente, surgió el siguiente paso: mi lengua asomó desde su escondite de manera instintiva y tocó con timidez primero la base de los dedos de aquel pie sumiso que se dejaba hacer sin oponerse a nada. Notando que mi primo no rechazaba la caricia húmeda de mi lengua, comencé a pasearla entre sus dedos. Era una maravilla sentir el sabor salino de su sudor y la tersura de su piel mezclada con el disfruten embriagante del olor de aquel pie húmedo y tibio. Sin despegar la nariz, recorrí luego la planta, despacio. Noté un reflejo al principio que ocasionó el retiro abrupto, por las cosquillas, pero lo sujeté y lo volví al sitio de mi placer. Y Aurelio no se opuso. Así estuvimos unos minutos. Abrí los ojos para mirar la expresión en su rostro y vi con sorpresa que los suyos estaban cerrados en una expresión de placer y abandono que me excitó mucho. Aurelio, mi primo, el jodón dominante que me fastidiaba y que nadie parecía controlar, estaba totalmente absorto en el placer que nos producía el nuevo descubrimiento que después, en esas mismas vacaciones, nos habría de abrir las puertas a nuevos y maravillosos descubrimientos.