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La mamounia

en Hetero: General

Mi separación no fue fácil en absoluto. Cuando me divorcié, llevaba tres años de casada y otros tres anteriores de noviazgo-convivencia. Mi exmarido trabajaba en un banco de chupatintas y había ido sufriendo un proceso de idiotización, por el que terminó resultándome insoportable. Los momentos más apasionados que tenía era cuando ganaba su equipo de fútbol, cuando Fernando Alonso llegaba el primero o cuando Rafa Nadal triunfaba.

Yo entonces trabajaba en una empresa multinacional dedicada al embalaje, a los envases, a las cajas y a todo lo que tuviera que ver con empaquetamiento de productos. Cuando me divorcié decidí poner tierra de por medio, pues mi exmarido se volvió además un plasta que se pasaba el día llorándome para que lo intentásemos de nuevo. Solicité a la compañía que me destinara a otro país. Las cosas me habían ido bien en la empresa y creí que el traslado no sería problemático. A los tres meses de solicitarlo, me contestaron que el único destino que podían ofrecerme, fuera de España, era como directora de expansión en Marruecos. Pensé que era una locura pero acepté.

Efectivamente había sido una locura. En los nueve meses que llevaba en Marruecos no había conseguido ninguno de los objetivos marcados para mi función. Los directivos de las empresas que podían ser nuestros clientes no querían hacer negocios con mujeres. La vivienda y la oficina las tenía en Casablanca y viajaba con normalidad a Rabat para mantener reuniones de presentación y venta, que normalmente eran un fracaso.

Pero realmente lo que era un fracaso era mi vida sexual. Llevaba más de un año sin comerme un colín y en Marruecos las relaciones eran prácticamente imposibles, excepto con algunos europeos con los que no había tenido suerte. Los marroquíes me miraban libidinosamente, como si fuera mercancía sexual, y a mí me entraba tal asco que casi vomitaba después de cruzarme con algunos de ellos. En definitiva, me limitaba a masturbarme cuando el cuerpo me lo pedía.

A partir de los seis meses de estancia me di cuenta que no tenía nada que hacer en aquel mundo machista y se lo trasmití a mis supervisores en Madrid. Me indicaron que siguiera al menos otros seis meses y que dentro de dos o tres se desplazaría la responsable del sur de Europa y norte de África para hablar personalmente conmigo y analizar la situación. Así fue, y a los dos meses y medio recibí una comunicación en la que se me indicaba que la reunión con la responsable sería a los quince días en Marrakech.

Durante esos quince días que quedaban trabajé duro redactando informes sobre las tareas que había desarrollado, y sus pocos resultados, y elaborando las estrategias que podría seguir la empresa, siempre que me sustituyeran por un hombre.

Reservé un coche cama en el tren nocturno de Casablanca a Marrakech y habitación para dos noches en el hotel La Mamounia, que era donde se alojaría mi jefa. Según me habían comunicado, mi jefa era una alemana recientemente incorporada a la empresa llamada Andrea, a la cual no conocía. Cuidé extremadamente los detalles de la ropa que llevaría y de mi aspecto, a fin de sorprenderla gratamente. Como siempre ocurre, para tres días terminé cargando con un maletón que fuese capaz de transportar toda la ropa y enseres que creía podía necesitar.

A las ocho pasó a recogerme un taxi para llevarme a la estación, pues aunque el tren salía a las nueve y media, una no podía fiarse nunca del tráfico en Casablanca. Me vestí elegantemente con un traje de chaqueta gris y una blusa tipo camisa y me permití una licencia con la ropa interior, poniéndome un juego de sujetador, tanga, liguero y medias negras, que me hacían sentir muy sexy.

Cuando llegué a la estación, pasadas las nueve, facturé el maletón y  me quedé con un bolso donde llevaba los documentos para la reunión y lo necesario para asearme por la mañana. Fui al andén, busqué el coche que tenía reservado y cuando iba a subirme unos empleados me indicaron que lo sentían, pero que mi reserva había quedado anulada. ¡País de machistas!, pensé. Les dije en francés que eso no podía ser, que llevaba más de quince días con la reserva y que necesitaba viajar para estar a la mañana siguiente en Marrakech. Los empleados siguieron disculpándose y negándose a que me montara. La discusión fue creciendo de tono hasta que se presentó la policía, que tomó partido por los empleados y me ordenaron que me fuera, cosa que no pensaba hacer de ninguna manera. El resto de viajeros observaban la escena sin inmutarse y yo me puse cada vez más nerviosa y violenta reclamando mis derechos. Los policías amenazaron con detenerme si no me marchaba inmediatamente, amenaza a la que hice caso omiso y continúe gritando. Por último, los policías me agarraron y arrastraron hacia fuera del andén. Cuando ya me tenían con un pié otra vez en el edificio de la estación, uno de los empleados llegó corriendo y le dijo algo en árabe a los policías, que se detuvieron. El empleado me dijo que un caballero había accedido a compartir el coche cama conmigo y que si aceptaba corriera hacia el tren, pues éste se estaba poniendo en marcha. Me solté de los policías y corrí hacia el tren hasta que lo alcancé.

Estaba presa de un ataque de nervios y casi no entendía lo que un empleado a bordo del tren trataba de decirme en un pésimo francés. Finalmente comprendí que pretendía conducirme al nuevo departamento que debería compartir y lo seguí hasta él.

Cuando entré en el departamento me derrumbé y comencé a llorar desconsoladamente, tumbándome en la litera de abajo. No podía parar de llorar ni de hipar de forma sonora. Estaba completamente indignada con el trato machista y asqueroso de que había sido objeto por aquellos perros, por el simple hecho de ser mujer. De pronto oí una voz masculina detrás mía que en perfecto francés me pedía que me tranquilizara y me ofrecía algo que me ayudaría. Recordé que el departamento era compartido y quién me hablaba debía ser el viajero que me había auxiliado en mi situación. Traté de recomponerme y mirar. Era un hombre de unos cuarenta y tantos años, elegantemente vestido, no muy guapo, pero si con un enorme atractivo, que me ofrecía una petaca.

-          Que se puede esperar de un país donde está prohibido el alcohol y el Rey habla para que no lo entiendan. Tome, es un poco de whisky, la ayudará a pasar el mal trago.

Se presentó como Carlos, pronunciándolo en castellano lo que me hizo suponer que era español. Yo estaba hecha un adefesio después de lo sucedido y al tratar de incorporarme me di un fuerte golpe con la litera de arriba, que afortunadamente amortiguó mi abundante cabellera. Dije un exabrupto, me sentí ridícula y maleducada y comencé de nuevo a llorar sin consuelo posible. Él, protestando también de las literas, la plegó y volvió a ofrecerme el trago. Se lo acepté entre lágrimas e hipidos. Como pude me presenté y excusé por mi aspecto y por el exabrupto que acababa de decir. Se rió y dijo, ya en castellano, que pocas palabrotas había dicho para las que merecía la situación y que por mi aspecto no me preocupara, pues seguía tan guapa como en el andén, sólo que un poco despeinada y acalorada. Bebió de la petaca y me la ofreció de nuevo, asegurando que me sentaría bien. Sin parar de llorar le di otro trago a la petaca, esta vez bastante largo.

Lo mío desde luego era mala suerte: para una vez que conocía a un hombre atractivo, estaba en unas circunstancias deplorables. Él me preguntó si me encontraba ya un poco mejor, a lo que respondí que si con la cabeza. Estuvimos un tiempo callados mientras yo empezaba a tranquilizarme y terminaba de hipar.

-          Ya que está más tranquila voy a salir un rato al vagón cafetería, para que pueda usted acomodarse con tranquilidad –dijo él rompiendo su silencio mientras se acercaba a la puerta del departamento-.

Le dije que no podía consentirlo ya que el departamento era suyo y yo una intrusa e inmediatamente comencé a contarle mis vicisitudes del último año, intentando explicar así mi comportamiento y excusar el ataque de nervios que había padecido. Él se sentó a mi lado en la litera y me escuchó pacientemente durante los más de veinte minutos de penas que le endosé.

Todavía hoy no comprendo todas las razones por las que le conté mi vida a un desconocido, pero de lo que estoy segura es que tenían que ver con la fuerte sensación de estar protegida que él me producía. Conforme lo miraba mientras le hablaba, iba sintiéndome más atraída por él. ¿Por qué no podría haber conocido a este hombre en otras circunstancias menos penosas para mí? Él por su parte me miraba a los ojos con ternura, aunque algunas veces percibí como se le escapaban miradas bastante más sensuales. La lastima que me di a mí misma por el relato y por mi mala suerte fue tan grande, que al final volví a llorar calladamente, pensando que había vuelto a montar el número.

Carlos se acercó hacia mí en la litera y, sin decir palabra, me quitó las lágrimas de las mejillas con los dedos. Yo me quedé mirándolo y lo deseé como creo no había deseado nunca a nadie. Sin pensarlo, sólo dejándome llevar, lo besé en la boca y él me contestó el beso abrazándome. Su boca era bella y suave y su lengua jugó con la mía durante un tiempo indeterminado. Mientras nos besábamos fui notando como me estaba poniendo muy caliente y como poco a poco me iba mojando. Finalmente, él separó su boca de la mía y se quedó mirándome a los ojos un buen rato durante el cual no supe que decirle, hasta que, de nuevo sin pensarlo y con una voz de deseo que no recordaba tener, dije textualmente que quería que me follase. Él no contestó y siguió mirándome a los ojos. Llevé mi mano a su entrepierna y comprobé que tenía una fuerte erección, no era yo sola la que estaba caliente. Igual en el futuro podría recordar ese día no sólo por la bronca que había tenido.

-          No corras, si lo hacemos como estamos ahora quedará en un polvo de adolescentes –me dijo al oído, posteriormente guardó un rato de silencio, que rompió al fin para ordenarme-: Levántate y despacio quítate la falda.

Comprendí que estaba proponiendo que reprimiésemos el deseo desordenado que nos poseía y que en adelante él iba a llevar el control de la situación de forma adulta. Lo único malo era que el papel de sumisa que pretendía darme, me ponía más caliente todavía.

Me levanté y sin dejar de mirarlo a los ojos solté el gancho de la falda y bajé la cremallera muy despacio, como él me había ordenado. La falda era estrecha y para quitármela tenía que contonearme, lo que hice con la mayor sensualidad de que fui capaz, dejándola caer al suelo una vez pasadas las caderas y echándola a un lado con los pies. Me alegré de haberme puesto esa ropa interior, que me hacía sentir sexy y atractiva.

Mi cuerpo estaba bastante bien para tener treinta y tantos años. Tenía una buena figura: pechos grandes, sin ser excesivos, una cintura marcada, sólo con un poco de barriguita, un culo redondito y unas bonitas piernas, cuyo mantenimiento me costaba, además de una pasta, mis buenos veinte minutos diarios. Afortunadamente, me había depilado dos días antes.

-          Date una vuelta lentamente y después acércate. Eres muy guapa.

Seguir al pié de la letra sus instrucciones me gustaba. Quería que jugase conmigo y que el juego no terminara nunca. Me planté frente a él, que seguía sentado en la litera. Miré su entrepierna y el bulto con la erección seguía estando presente. Fue desabotonando mi blusa de abajo hacia arriba, tomándose su tiempo y sin tocarme la piel en ningún momento. Al terminar me la dejó puesta y dijo que yo sola me la quitara. Di dos pasos hacia atrás, me volví de espaldas y dejé caer la blusa por la espalda hasta el suelo. Las manos me temblaban y notaba el tanga chorreando. Pese a llevar el sujetador, me cubrí los pechos con los brazos antes de girarme de nuevo. Lo miré y me sentí deseada. Separé los brazos y los llevé por encima de la cabeza para elevar las tetas. No le quité la vista de encima mientras me exhibía y observé que su gesto se tensaba de deseo.

-          Ven y desnúdame –dijo mientras seguía sentado y se abría de piernas.

Me arrodillé entre sus piernas. Le desabroché el cinturón y el pantalón sin bajarle la cremallera. Tiré de la camisa para sacarla de los pantalones y la fui desabotonando todo lo despacio que pude, al final se la quité y la deje caer sobre la litera. Me concentré en lo que más me interesaba del mundo en ese momento y le bajé la cremallera del pantalón muy suavemente. Cuando estaba abajo tiré de los pantalones hasta sacárselos. Debajo llevaba unos boxes de seda azul, que su polla tensaba hasta parecer que iba a romperlos. Con las manos temblando de deseo, solté como pude los tres botones que contenían el centro de mi lujuria. Su polla era grande, estaba roja y húmeda y los huevos le colgaban entre las ingles. Deseaba tocarle la polla y meterme sus huevos en la boca, pero me limité a dejarlo completamente desnudo, como me había indicado, sin tocarlo en lo posible. Me tuvo un rato arrodillada a un palmo de su polla y con los brazos sobre sus piernas, sin tocarme, sabiendo que yo no podía dejar de mirarla.

-          ¿Te gusta? –preguntó en voz muy baja-.

-          Más que nada en el mundo.

-          ¿Qué quieres hacer con ella?

-          Todo lo que tú quieras.

-          Lo haremos, pero vas a tener que esperar –dijo él mientras que indicaba que me pusiera de pié-.

Ya de pié, me dio la vuelta y comenzó a besarme las nalgas y a rozarme la cara interior de los muslos. Me cogió las muñecas y me las juntó en la espalda, impidiéndome que me tocara. Los besos se convirtieron en suaves mordiscos y en lametones y sus manos subían cada vez más arriba por mis muslos, hasta casi rozarme el chocho, produciéndome pequeños espasmos. A estas alturas no dudaba que podría correrme sin que él ni siquiera me rozara el coño. Paró las caricias y se echó hacia atrás en la litera apoyado en sus brazos. Estuvo así más de cinco minutos, sin que ninguno de los dos dijéramos nada. Yo permanecía de espaldas a él y con los brazos a la espalda, jadeando y deseando que continuara acariciándome.

-          Tienes un culo precioso y juguetón. Ahora quítate el sujetador, tápate con las manos y vuélvete –dijo, gracias a Dios, finalmente.

Solté el sujetador y se lo lancé sin volverme. Cuando me toqué las tetas para taparlas, me dolían los pezones por lo duros que los tenía. Me volví y miré su polla que seguía como una piedra. Sin dejar de mirarme, primero olió el sujetador largamente y después se lo paseó por la polla. Estaba dispuesto a hacerme sufrir todo lo que pudiera. Se levantó de la litera, me rodeó y me abrazó por detrás. Notaba su polla en mi culo. Me cogió las manos por las muñecas y las bajó, cambiándolas por las suyas. Creí que me derretía cuando me agarró las tetas. Deseaba tocar su polla y sus huevos, pero sabía que no debía hacerlo hasta que él me lo permitiera. Despacio, fue bajando una mano por mi vientre hasta rozarme el monte, que llevaba con el vello muy corto. Subió y bajó la mano repetidas veces, siempre quedándose por encima del coño. Luego me dio la vuelta y me besó, mientras restregaba su polla por mi vientre y me apretaba el culo.

-          ¡Por favor fóllame! No puedo más –le dije entre beso y beso-.

-          Todo a su tiempo –contestó mientras se arrodillaba frente a mí y ponía su boca sobre mi coño-.

Lamió el tanga, que estaba empapado, y después lo bajó lentamente, comiéndome el coño. Separó mis piernas y metió su lengua tan adentro como pudo, sin parar de sobarme el culo. Sucedió lo inevitable y me corrí en su boca que él mantuvo todo el tiempo en movimiento. Se me aflojaron las piernas y me tumbé en la litera deshaciéndome en excusas por no haber podido evitarlo. Me quedé completamente relajada y sin poder moverme, había olvidado el incidente del tren, lo había olvidado todo, incluso mi nombre.

-          Ahora que ya estás más tranquila, vamos a disfrutar de verdad –le escuché decir al poco rato arrodillado al lado de la litera y con la boca pegada a mi oído-.

Me giré y lo miré, agradeciéndole con los ojos la que posiblemente había sido la mejor corrida de mi vida y de antemano lo que quedara todavía. Se subió a la litera y se colocó de rodillas sobre mi cabeza, mirándome a la cara y dejando caer los huevos sobre mi boca. Los chupé, me los comí y creo que es posible que hasta los mordiera. Se movió hacia atrás, manteniéndome los brazos apresados, y comenzó a darme golpes con su polla en mis tetas. Me incorporé un poco para que la encajase en medio, escupí en la canal y comencé a moverme suavemente. Su polla se desplazaba hasta rozarme la boca, que abrí todo lo que pude para cogerla. Así, se demoró largamente. Yo estaba de nuevo cachonda como una perra en celo. El se dio perfectamente cuenta. Me soltó los brazos, se giró y metió otra vez la cara en mi coño, dejando su polla a la altura de mi boca, que no tardé en devorarla.

-          Fóllame ya, cabrón –le grité cuando no pude soportar más sus lametones y mordiscos en mi coño-.

Se incorporó, sacó su polla de mi boca y empezó a darme con ella por toda la cara, mientras me decía que no fuera malhablada. Después se sentó en el borde de la litera y me dijo que me sentara sobre él. Di el mayor salto de mi vida, me coloqué de espaldas a él, le cogí la polla, me la metí hasta los huevos y comencé a saltar. Él no paró de sobarme las tetas y el clítoris durante todo el tiempo. Cuando me cansé de la posición me levanté, lo empujé para que se tumbara y me monté en cuclillas sobre el, mirándolo a la cara.

-          Cabrón, que eres un cabrón, mira como me has puesto otra vez –le decía una y otra vez mientras subía y bajaba ensartada-.

Noté que le venía, se levantó y se puso de pié en la litera con su polla en mi boca, diciendo que me iba a lavar la boca para que aprendiese a hablar bien. Se corrió sobre mi cara y mis tetas mientra me tocaba el clítoris y yo me corrí por segunda vez en la misma noche, cayendo en un sopor que me llevó a un profundo sueño.

Desperté cuando el tren se detuvo. Estaba sola en el departamento y mi ropa estaba ordenada en un asiento. Dudé de lo que había pasado, pero tenía la cara y las tetas llenas de semen seco y el departamento olía a sexo como si fuera un burdel. Mi benefactor debía haberse bajado ya. Me limpié, me vestí y bajé del tren, pudiendo oler mi tanga cada vez que daba un paso.

Me acerqué al área de equipajes con un mozo y volvieron las desgracias. Mi maleta no había sido embarcada, ya que el billete había sido anulado. Me acordé de todo Marruecos, pero no había nada que hacer. Finalmente, conseguí el compromiso de que esa noche o mañana a primera hora me la llevarían al hotel.

Tomé un microtaxi, en el que parecía imposible que siendo tan chico tuviera tanta mierda, que me dejó, tras estafarme, en el hotel La Mamounia una hora después de lo previsto. Al registrarme, el recepcionista me dio una nota. Era de Andrea. Lamentaba no haber podido esperarme. La habían convocado a una reunión urgente e imprevista. Me llamaría al hotel a lo largo del día, para cenar por la noche.

Cuando me encontré por fin en mi habitación se me calló otra vez el mundo encima y decidí darme un baño para relajarme. Sumergida en el agua con sales recordé la aventura de la noche anterior. Había follado como nunca en mi vida. Me dolían el chocho y las piernas, pero desde luego había merecido la pena. ¿Quién sería aquel hombre? ¿Qué pensaría de mí? Consideré que era una lastima no volver a verlo y comencé a imaginar otro encuentro con él. Me animé y me masturbé pensando en como lo haríamos en ese nuevo encuentro.

Estuve el resto del día descansando y esperando la llamada de Andrea, que no se produjo hasta las seis de la tarde. Nos saludamos y quedamos a las ocho en el restaurante del hotel para cenar y charlar.

Afortunadamente, había tenido la prevención de lavar el tanga, ya que mi maleta no había llegado para la hora de la cena y a otra mujer no se le iba escapar el olor que despedía.

Llegué al restaurante cinco minutos antes de las ocho. Andrea, con puntualidad alemana, llegó a las ocho en punto. Era una mujer algo mayor que yo, rubia, alta y atractiva. Nos besamos afectuosamente y pedimos unas bebidas mientras pensábamos la cena, lo que nos valió la mirada de reprobación del camarero. Ya con las bebidas Andrea se excusó por no haber podido esperarme esa mañana. La noche anterior la habían localizado desde su oficina para convocarla a una reunión urgente por la mañana con el director general de la empresa, que se encontraba casualmente de viaje por el país y quería despachar personalmente algunos asuntos. Si yo no tenía inconveniente, habíamos quedado para cenar mañana y me dijo que seguro que me alegraría asistir. Le indiqué que en absoluto tenía problemas y que estaría encantada de conocerle. A la mañana siguiente temprano tendríamos una reunión con un asesor comercial de la empresa para África, a fin de analizar la situación y tomar las decisiones que permitieran salir de la actual situación.

La cena discurrió de forma muy agradable y ya casi al final le conté el incidente de la maleta y le pedí si podía prestarme algo de ropa, pues mi equipaje era seguro que no llegaría hasta media mañana. Ella se mostró consternada por el incidente y propuso que después de cenar fuéramos a su habitación y allí cogiera lo que me gustase.

Así lo hicimos, y después de tomar una copa en uno de los bares del hotel, con nuevas miradas de reprobación de los camareros, pedimos las llaves y subimos directamente a la habitación de Andrea. Ella había estado tan amable durante de la cena, se había mostrado tan solidaria con mi situación y con tanta voluntad por ayudarme, que he de confesar que me tenía ligeramente seducida.

-          Es una lastima que haya tantos hombres tontos –se explayó Andrea una vez que entramos en su habitación, refiriéndose directamente a los camareros e indirectamente a los funcionarios y policías que yo había sufrido el día anterior-. Yo ya he decidido ser bisexual ante la dificultad de encontrar hombres que merezcan la pena, aunque estoy pensando que una aventura con el director general no estaría nada mal.

-          Pues yo no lo he decidido, pero creo que la vida me está haciendo asexual –le contesté hablando con el corazón-.

Andrea rechazó mi afirmación, a la misma vez que abría su armario diciendo que tomara lo que me hiciera falta, pues ella había traído ropa de sobra.

-          Sólo necesito un traje y algo de ropa interior –le dije mientras miraba el interior del armario-.

-          Debemos ser más o menos de la misma talla, así que sírvete tu misma.

Saqué del armario un precioso traje rojo y un elegante traje negro, así como un juego de sujetador y braga rojos. Pese a que nos acabábamos de conocer hacía un par de horas, me quité el traje sin ningún reparo delante de ella para probarme la ropa.

-          ¿Sabes que eres muy hermosa? –me dijo Andrea sentada en la cama observándome-. A mi también me gustan mucho los ligueros, a ti ese te sienta francamente bien. Creo que te irá mejor el traje rojo que el negro, pero pruébatelo con la ropa interior, me parece que tienes más pecho que yo.

-          Gracias por el piropo. Yo también creo que me sentará mejor el rojo, pero sólo me lo pondré si no lo necesitas.

Terminé de desnudarme por completo, sin que ella dejara de mirarme descaradamente. El tanga me venía bien, pero el sujetador efectivamente era algo pequeño para mí, aunque logré ponérmelo. El traje rojo me venía como anillo al dedo. Me miré al espejo y me vi guapa, más guapa de lo que me había visto en mucho tiempo.

-          Bellísima, los hombres y las mujeres te desearán –dijo Andrea riendo-. ¿Has tenido experiencias con otras mujeres?

-          De adolescente –le mentí. No quería romper el encanto del momento y prefería que las cosas siguieran fluyendo de manera natural. ¿Qué había de malo en probar si Andrea se decidía a dar un paso adelante?-.

-          Cuéntame alguna -pidió con cara de niña mala-.

La verdad era que no había tenido experiencias con otras mujeres, pero ya tendría que mentir: me apetecía darle pié a Andrea. Recordé la única vez que me había sentido atraída por otra chica. Tendría catorce o quince años y mi prima Laura me había invitado a pasar unos días en una casa con piscina que sus padres tenían en el campo. Yo entonces era bastante alta para mi edad, pero estaba muy poco desarrollada como mujer, hasta el punto de que me daba vergüenza que otras chicas me vieran desnuda. Al segundo día de estar allí, llegó Ana, una medio novia de mi primo Javier, que sería dos o tres años mayor que nosotras, pero que tenía el tipo de una chica de más de veinte. Yo la miraba cuando estaba en bañador o en bikini en la piscina y envidiaba sus caderas y su culo, pero sobre todo sus pechos. Quería unos así para mí y no el tipo andrógino que tenía. Me empeñé en verla desnuda y un día, aprovechando que teníamos los baños repartidos entre varones y hembras, entré cuando estaba en la ducha con la excusa de que tenía que ir al servicio. Cuando la vi desnuda deseé tocarla y besarla y que ella me tocara y me besara. Me echó con cajas destempladas y ya no volví a verla, pues se fue al día siguiente.

Decidí versionar la historia aquella. Me quité el traje rojo, quedándome en ropa interior, me senté en la cama, al lado de Andrea, y le dije:

-          Tendría catorce o quince años y mi prima Laura me había invitado a pasar unos días en una casa con piscina que sus padres tenían en el campo. Yo entonces era bastante alta para mi edad, pero estaba muy poco desarrollada como mujer, hasta el punto de que me daba vergüenza que otras chicas me vieran desnuda. Al segundo día de estar allí, llegó Ana, una medio novia de mi primo Javier, que sería dos o tres años mayor que nosotras, pero que tenía el tipo de una chica de más de veinte. Yo la miraba cuando estaba en bañador o en bikini en la piscina y envidiaba sus caderas y su culo, pero sobre todo sus pechos. Quería unos así para mí y no el tipo andrógino que tenía. Un día mis primos y sus padres tenían que ir al pueblo a una comida con unos parientes y nos quedamos a solas Ana y yo. A medio día, al  terminar de bañarnos en la piscina, fuimos a cambiarnos de ropa para comer. Yo dormía en la habitación de mi prima y Ana en la de invitados, así que cada una se dirigió a su dormitorio. Cuando estaba completamente desnuda, entró Ana, sin llamar a la puerta, pidiéndome una compresa, pues le tenía que venir la regla de un día a otro. Yo hice gesto de taparme, pero ella dijo que no fuera vergonzosa, que estábamos entre chicas. Se quedó mirándome y dijo que tenía tipo de modelo y no ella que tenía unos pechos demasiado grandes. Para demostrarlo se quitó el sujetador del bikini y se cogió las tetas como si las fuera a pesar con las manos. Eran preciosas y completamente desarrolladas. Según ella, su problema había sido que desde muy jovencita se había sobado mucho las tetas por que le daba mucho placer y luego, cuando le fue posible, había pasado a chupárselas y que eso las había desarrollado más de la cuenta. Diciendo eso se acercó a mí y se puso a chuparme las tetitas. Me gustó la sensación que me producía la lengua de Ana en mis pezones. Ella se dio cuenta, puso su mano en mi chocho y comenzó a masajearlo, mientras me cogía una mano y la metía debajo de la braga de su bikini para que hiciera lo mismo. Estuvimos un buen rato así, hasta que las dos, desnudas, nos tumbamos en la cama, nos masturbamos mutuamente y nos corrimos. Era la primera vez que llegaba al orgasmo. Lamentablemente Ana se fue al día siguiente y yo me quedé, hasta hoy, con ganas de repetir la experiencia.

Durante el tiempo que le estuve contando el relato a Andrea, ella había estado mirándome a la cara directamente y a mi cuerpo a través del espejo del armario. Dijo que era una historia muy bonita y me preguntó si me apetecía tener otra, ya como una mujer madura. La besé en la boca, le dije que por qué no y pensé que estaba hecha un pendón, pero que además estaba encantada.

-          Creo que voy a ducharme, estoy acalorada de todo el día. –Le dije mientras me quitaba el sujetador. Andrea me detuvo, acercó su cara a mis tetas y me las chupó ansiosamente-.

-          ¿Quieres que te ayude en la ducha? –Dijo Andrea, sin parar de chuparme los pezones, que se habían puesto como piedras-.

-          Claro, así quedaré más limpita.

Me quitó el tanga y cogiéndome de la mano me llevó hasta el baño. Me metió en la ducha y vestida como estaba abrió el agua. Muy despacio fue repasando cada poro de mi cuerpo, como si fuera una institutriz calentorra duchando a una adolescente salida. Me gustaba esa sensación de estar cuidada y protegida. Me estaba poniendo cada vez más cachonda, Andrea lo notaba e insistía en mi chocho y en mi ojete.

-          ¿No te apetece ducharte también? –Le dije por que necesitaba besarla, tocarla, chuparla, devorarla,…

-          Todavía no. Sal que te seque.

Cerró el agua y fue repasándome con la toalla con precisión alemana. Se arrodilló para secarme las piernas y los pies.

-          No puedo más Andrea, necesito besarte y tocarte.

Se levantó y me besó apasionadamente. Yo aproveché para desabotonarle la camisa y soltarle la falda, tirando ambas prendas al suelo. Estaba hermosa en ropa interior, un sujetador push-up, un tanga minúsculo y unas medias con liguero todo de color negro. Tiré de ella hacia la cama, la tumbé boca abajo, me senté sobre sus piernas, comencé a comerle el culo y a pasarle los dedos por su coño bajo el tanga. Tenía el culo duro como piedra, las horas de gimnasio que debería costarle, jadeaba pausadamente, pero el roce de mis dedos en su raja hizo que fuera incrementando el ritmo del jadeo. Le di la vuelta, le puse mi coño en su boca y me agaché para poder chupar el suyo, con una voracidad que sólo había tenido horas antes con la polla de Carlos. Andrea no sólo me lamía el chocho, sino que también me metía los dedos. Me pidió entre suspiros que se los metiera yo también, necesitaba sentir la vagina llena para llegar al orgasmo.

-          Más fuerte zorrita, más fuerte, –me dijo- no se te ocurra para ahora. –Que me llamase zorrita me excitó tanto, que empecé a sentir que me iba a correr de un momento a otro-.

-          Ni a ti zorrón.

Nos corrimos a la misma vez. Andrea movía la cadera como una loca, dándome golpes con su coño contra mi boca. Caí destrozada y sin respiración a su lado. Al rato le dije:

-          No te creas que te vas a librar de ducharte esta noche.

-          Prefiero un baño de espuma para relajarme.

-          No es mala idea.

Nos levantamos. Llené la bañera mientras ella orinaba, cuando terminó cogí un trozo de papel y se lo restregué bien por su raja para secarla.

-          Me encanta que seas tan higiénica. -Me dijo besándome en la boca-.

Nos metimos las dos en la bañera y como tenía que suceder comenzamos a masturbarnos mutuamente con los pies. Andrea se sobaba las tetas, medianitas pero duras y en su sitio y se tiraba de los pezones con auténtica saña, yo creo que debía hacerse daño. El roce de su dedo gordo en mi clítoris me estaba poniendo a reventar de nuevo. Ella cogió mi pié y abriéndose más de piernas comenzó a introducírselo en la vagina.

-          Ya saber zorrita que necesito algo dentro para correrme.

Al cabo de un rato de mete y saca del pié gritó “me corro, me corro, me corro, me…” durante un buen rato y cayó como muerta sin poder mover un músculo. Yo que estaba a revienta calderas, temí que me dejara a las puertas del cielo, así que me levante y le puse el coño en la boca.

-          Chupa cacho zorra que no me vas a dejar a medias.

Mi conminación surtió efecto y su lengua se puso en funcionamiento hasta que me corrí de nuevo, con un orgasmo largo y profundo que me dejó medio inconsciente.

Pasadas las tres de la madrugada volví a mi habitación con la ropa que Andrea me había prestado. Al acostarme me encontraba relajada y satisfecha como no lo estaba hacía mucho tiempo. En las últimas veinticuatro horas me había corrido tantas veces como en todo el año anterior y de forma mucho más placentera y pasional. Ese era el rumbo que debía tomar mi vida sexual y no al que me conducía la rutina que llevaba. La experiencia con Andrea había estado muy bien, aunque, sin duda, la de la noche anterior con aquel desconocido había sido insuperable. Me dormí dándole vueltas a la cabeza sobre como seguir el nuevo camino que la vida, por fin, me estaba dando a probar.

A la mañana siguiente me puse el traje y la ropa interior de Andrea. Como ella tenía menos pecho, a mí me hacía pechugona, lo que me gustó para afrontar el día que me esperaba.

Andrea estuvo encantadora cuando nos vimos para desayunar y no escatimó elogios sobre como me venía su ropa. La reunión con el asesor se produjo en una sala de reuniones del mismo hotel y duró gran parte del día, comida incluida. Las expectativas no eran nada buenas. En su opinión, una mujer nunca podría cerrar negocios en Marruecos, ya que la actividad mercantil estaba reservada a los hombres y éstos no aceptarían negociar con personas que consideraban inferiores. Finalmente propuso mi sustitución inmediata como única salida, propuesta con la que tuve que consentir.

Durante la comida el director general había llamado a Andrea para citarnos en el restaurante. El mandaría un coche para que nos recogiera en el hotel y así evitarnos la lucha con los taxistas. A las siete de la tarde mi equipaje no había llegado todavía y ya perdí toda esperanza de poder recuperarlo hasta que volviese a Casablanca. Tendría que ir a la cena con el traje de Andrea.

A las ocho menos cuarto un chofer preguntó por nosotras en la recepción del hotel y nos fuimos hacia el restaurante. Durante el trayecto tuvimos varias veces la seguridad de que nos habían secuestrado, dado el aspecto de los barrios por los que nos llevaron. Varias veces cogí la mano de Andrea, que se mostraba más tranquila, en busca de seguridad. Finalmente, el coche se detuvo frente a un postigo, el chofer nos abrió la puerta y un mozo del restaurante nos acompañó los escasos diez metros que había de distancia. Juré que ni por todo el oro del mundo saldría sola de allí, pero me equivoqué.

Al entrar en el local nuestra sensación cambió por completo. Se trataba de un auténtico palacio con patios y jardines interiores de un lujo impensable para los barrios que habíamos recorrido. El mozo nos dijo en francés que nuestros anfitriones habían llegado y que nos acompañaría al salón donde nos esperaban. Recorrimos gran parte del palacio, hasta llegar a un salón situado en una azotea también convertida en jardín. La luz era muy escasa y me pareció distinguir tres figuras. Dos de ellas se levantaron al oírnos y se volvieron hacia nosotras. Se trataba de dos hombres a los que el contraluz no permitía ver la cara. Uno de ellos hizo las presentaciones: el señor y la señora Thomas, Martin y Luise, Andrea y … Andrea tomó la palabra: el director general Carlos y … A la misma vez que Andrea me lo presentaba logré por fin verle la cara: ¡Era mi benefactor del tren! El suelo se me fue de los pies, me quedé sin respiración, me cambió la cara y las piernas se me aflojaron. ¡Quería morirme en el acto! Percibí que tanto Andrea como Luise habían notado algo raro en mi comportamiento.

-          Encantado. Estaba deseando conocerla desde que me contaron el trato que le estaban dando aquí en Marruecos –dijo él mirándome a los ojos y con una sonrisa con la que, por supuesto, confirmaba que me había reconocido-.

Recobré como pude la compostura, pero fui incapaz de contestarle ni una sola palabra. El indicó como debíamos sentarnos: yo a su derecha, a mi derecha Martin y después Andrea y Luise, que cerraba el círculo. El camarero preguntó por las bebidas previas a la cena y se marchó. La disposición de la mesa no agradó nada a Andrea, que venía con la pretensión de trabar relación con Carlos, pero no pudo hacer otra cosa que aguantarse e intentar hablar con él de forma cruzada.

Yo no podía seguir ninguna conversación, ni siquiera mirar a Carlos. Estaba completamente ida. Por una parte, trataba de recordar lo que le había contado la noche del tren sobre la empresa y mi situación en ella; y por otra, castigándome sobre lo que él pensaría de mí después de aquella aventura. Carlos trató varias veces de incorporarme a la conversación, sin ningún resultado positivo, pero aprovechando un momento en que Luise y Andrea estaban hablando animadamente, me dijo al oído, mientras miraba mi escote, que había preferido dejarme dormir a despedirse, sin embargo, había tenido mucha suerte al poder verme de nuevo. Por su parte, Martin trató también de entablar conversación conmigo, con idénticos nulos resultados. Fuera por el aburrimiento o fuera por que le gustaba, Martin no paraba de beber una copa tras otra. Luise lo miraba con desagrado y una vez que se levantó al servicio, le dijo algo al oído que el otro rechazó groseramente.

Casi no probé bocado durante la cena y posiblemente abusé también de la bebida. A los postres Andrea sacó a colación las conclusiones de la reunión que habíamos tenido con el asesor, pero Carlos hizo todo lo posible por no seguir el tema empresarial y mantenerse en una conversación distendida.

Al terminar la cena pedimos unas copas. Martin, que ya  no podía con más copas se durmió descaradamente y Luise empezó a flirtear todavía más descaradamente con Carlos. Andrea me miraba de vez en cuando inquiriéndome sobre lo que me pasaba, pero yo estaba abstraída pensando que me despedirían de la empresa aprovechando los nulos resultados que había obtenido, para así evitar cualquier posible roce con el director general o filtración del incidente del tren, que pudiera causarle problemas familiares.

Llegaron unos músicos y una bailarina del vientre y antes de que empezara la sesión de baile fui al servicio. Cuando entré me puse a llorar desconsoladamente, sin poder soportar más la tensión de nervios en que me encontraba. Al minuto entró Andrea que, al encontrarme llorando, me preguntó cariñosamente que me ocurría. No podía contestarle que nada, ya que no resultaría creíble, así que le conté, muy resumidamente, la aventura del tren con el director general.

-          ¡Que te lo has montado con Carlos en un vagón de tren! –Exclamó con cara de incredulidad-. Chica, las hay con suerte. ¿Y ahora porqué te pones así?

Le contesté con todos mis temores de despido, con la vergüenza que ahora sentía y con mis pesares sobre la opinión que él tendría de mí.

-          Por su familia no te preocupes, está separado, y no parece el hombre que vaya a despedirte por haber tenido un lío casual, sin que supieras quién era. Yo que tu aprovecharía para ver si se puede repetir. –Concluyó Andrea mientras me abrazaba, consolándome-.

Finalmente consiguió tranquilizarme. Le pedí que volviera antes que yo a la mesa y con cualquier excusa se sentara a su lado. No podía soportar otra vez la tensión de estar junto a él, sin saber que hacer ni que decir. Andrea accedió encantada. Cuando regresé a la mesa ocupé el sitio de Andrea. Carlos y Andrea charlaban animadamente, mientras Luise no me quitaba ojo desde que me vio llegar.

Por fortuna comenzó el espectáculo de la bailarina y la atención de todos se centró en ella. Mientras miraba como la chica movía el vientre, las caderas y los pechos, decidí que lo mejor sería irme alegando que me encontraba fatigada. En un descanso me levanté y me excusé. Carlos protestó, pero yo estaba decidida a marcharme. Pedí un taxi al mozo del restaurante y me fui sola al hotel.

Cuando entré en mi habitación sería la una de la madrugada. Me desnudé y  traté de dormir, pero no podía pegar ojo. Me había comportado como una auténtica idiota dejando que la situación me superara. Al cabo de un tiempo indeterminado llamaron suavemente a la puerta. Me puse el albornoz, me acerqué a la puerta y pregunté quien llamaba. Era Luise. Abrí sorprendida y ella entró en la habitación cerrando la puerta tras de sí. Habían venido al hotel a dejar a Andrea y a tomar la última copa. Al impresentable de su marido lo habían mandado con el chofer a la casa para que durmiera la mona. Carlos, que era amigo suyo desde siempre, le había contado la aventura del tren nada más llegar a Marrakech, lamentándose de haber bajado sin enterarse de cómo poder localizar a la desconocida. Ella había llegado a la conclusión de que se trataba de mí y, sin decirle nada a él, había subido a decirme que no podía dejar las cosas así, que debía bajar y normalizar una situación que podría ser muy gratificante para los dos. Rechacé la posibilidad, pero ella insistió y terminó por convencerme. No todos los días surgían ocasiones así. Carlos me atraía tremendamente y zanjar la noche como estábamos, supondría una separación desagradable y para siempre. Me arreglé y bajamos.

Nos sorprendimos cuando no encontramos a Carlos y Andrea en el bar. Luise le preguntó al camarero que había sucedido y este contestó que hacía cinco minutos que se habían marchado, tras pagar la cuenta. Luise comentó que Andrea había estado cercándolo desde que yo me había marchado y que seguro que lo había subido a su habitación, aprovechando que Carlos llevaba encima alguna copa de más. Recordé las ganas que tenía Andrea de montárselo con Carlos y me enfadé con ella por haberse aprovechado de la situación. La noche no podía quedar así, pensé, y le dije a Luise que subiéramos a la habitación de Andrea.

Al minuto estábamos llamando a la puerta. Andrea preguntó y Luise le dijo que ella quería participar de la fiesta y a mí, que me escondiera y que entrara después cuando me abriera la puerta. No entendí muy bien que pretendía, pero la obedecí. Andrea abrió en ropa interior y Luise entró.

Los minutos pasaban y yo seguía hecha un pasmarote mirando la puerta, que continuaba cerrada. ¿Qué hacía allí? ¿Quería Luise tomarme el pelo y dejarme con un palmo de narices? Imaginé lo que estarían haciendo los tres dentro de la habitación y me puse cachonda y celosa a partes iguales. Finalmente la puerta se abrió.

Entré y cerré sin hacer ruido. Carlos me esperaba vestido a la entrada de la habitación, me besó y me hizo señas de que me callase. Andrea y Luise estaban desnudas, de rodillas a los pies de la cama, con los ojos tapados y besándose. Andrea, además, tenía atadas las manos a la espalda. Aquello iba a ser una orgía con todas las de la ley y yo quería participar en ella.

Carlos, que tenía un enorme bulto en la entrepierna, se acercó hacia ellas y les dijo que no habían sido buenas olvidándose de la tercera comensal y que por ello deberían ser castigadas. Les fue acercando el bulto de la entrepierna a la boca a Andrea y a Luise, alternativamente, mientras les apretaba la cabeza contra él. Después cogió las manos de Luise y las llevó a la hebilla del cinturón. Esta, temblando y a ciegas, la soltó y tiró del cinturón hasta sacarlo. Andrea, agachada, trataba de chupar las tetas de Luise, que paseaba las manos por la entrepierna de Carlos. Bájame la cremallera y ábreme los calzoncillos, ordenó Carlos a Luise, que lo hizo al instante, sin dejar de temblar de deseo. La polla de Carlos saltó, estaba tal y como la había recordado y deseado tantas veces en los dos días pasados: grande, dura, roja y mojada.

Yo estaba ya también mojada y comencé a tocarme las tetas sobre el traje. Carlos me miró con reprobación y deje de hacerlo. Por ahora sólo quería que observase. La escena me gustaba mucho, pero lo que más me gustaba era ser la invitada especial de la fiesta. Aquellas dos atractivas mujeres intentaban chuparle la polla, que el retiraba cada vez que la rozaban, dejándolas con la miel en los labios.

Carlos me indicó que me acercara por detrás y lo desnudase. Me quité los zapatos para no hacer ruido y, desde su espalda, primero le desabroché la camisa y se la quité y después, de rodillas, le quité los pantalones y los boxes sin rozarle la polla, pese a ser lo que más deseaba. Me separé de nuevo para poder contemplar a los tres. Carlos las giró hacia la cama, de forma que, siguiendo de rodillas, apoyasen el pecho contra el colchón y mostrasen sus hermosos culos. Sin miramientos, le soltó a cada una varios cachetes en el culo, que tuvieron que dolerles por que se les enrojecieron las nalgas. Después les paseó la polla por las nalgas y las rajas, hasta que se volvió, cogió del suelo el cinturón y me llamó a su lado. Lo doblo y me lo entregó, indicándome que aquellos preciosos y enrojecidos culos eran todo míos. No lo dudé un momento y le solté a Andrea un zurriagazo, que sonó como una tralla, al que ella respondió gritando maricón y preguntando que si esa era toda la fuerza que tenía. Les fui dando a una y a otra alternativamente, mientras Carlos se colocaba detrás mía para sobarme las tetas. Paré un momento para acercar el culo a la polla de Carlos, que me había remangado la falda hasta la cintura y me tocaba ahora la cara interior de los muslos, por los que me chorreaba el flujo. Él se separó de mí para coger el cinturón y atarle también las manos a Luise a la espalda.

Me empujó hacia el suelo y me indicó que les comiera el coño. Me coloqué boca arriba y metí la lengua tanto como pude en una y en otra. Carlos se había retirado y miraba la escena sentado en un sillón, sin tocarse. Las tres estábamos como locas, yo chupando y ellas dos jadeando y moviéndose cada vez que les ensartaba la lengua. Cuando ya tenía la lengua insensible, Carlos se levantó y me indicó que subiera a la cama con él, después les quitó los antifaces, primero a Luise, que me guiñó cuando me vio, y luego a Andrea, que se quedó sorprendida de mi presencia y soltó un improperio en alemán. Los dos estábamos de rodillas en la cama, yo todavía vestida, frente a ellas y Carlos desnudo detrás de mí. Me fue soltando los botones de la chaqueta uno a uno hasta que la abrió del todo y me la quitó. Después soltó la falda, la bajó, me encajó la polla entre las nalgas y comenzó a restregarse y a tocarme por todas partes. Luise y Andrea no perdían detalle y yo no dejaba de mirarlas, pavoneándome de mi posición privilegiada. Carlos se bajó de la cama, me dijo que terminara de desnudarme muy despacio y se la metió por detrás a Andrea, que soltó un bramido de placer.

Me sentí bailarina y puta a la misma vez, me puse de pie en la cama y tocándome todo lo que podía, me fui desnudando muy despacio. Cuando terminé, y sin parar de tocarme, me bajé de la cama, me coloqué debajo de Carlos y le chupé los huevos, mientras que se follaba a Andrea. Luise besaba la boca y las tetas de Andrea, que al cabo de unos minutos se corrió. Carlos sacó la polla mojada de su coño y me la dio para que se la chupase, lo que hice con verdadero placer. Después soltó las ataduras de Luise, la colocó boca arriba sobre la cama y se la metió. Yo puse el coño sobre su boca y ella me lo lamió ruidosamente. Al rato, Carlos tiró de mí, me puso a cuatro patas al borde la cama y él, de pie, me la encajó. Luise me puso su coño en la boca y yo le devolví los lametones que acababa de darme. Andrea se incorporó, metió la cabeza bajo mis tetas y comenzó a morderme los pezones. Luise y yo nos corrimos casi a la vez. Carlos sacó su polla de mi coño, me la encajó en el culo de un empujón y fue sacándomela y metiéndomela, unas veces con suavidad y otras sin contemplaciones. Me volví a correr a los pocos minutos. Cuando me corrí, él la sacó de mi culo y con fuertes idas y venidas de su mano sobre la polla, se corrió sobre nosotras tres, que estábamos hechas un ovillo sobre la cama.

Me quedé abrazada a Carlos. Andrea logró que Luise la desatase y se fueron al baño, a ducharse juntas y a seguir un rato más la fiesta. Lo de Andrea no tenía nombre.

Me despertó la luz del día por la ventana. Estábamos solos Carlos y yo, Luise y Andrea debieron marcharse poco después de la ducha. Me incorporé un poco para contemplar a Carlos dormido: estaba sobre la cama boca arriba y roncaba suavemente. Miré su polla, estaba morcillona, sin llegar a tener una erección. Fui al servicio a orinar. A la vuelta rellené la petición de un desayuno para dos y la colgué en el exterior de la puerta. Cuando volví a la cama decidí darle los buenos días a Carlos, y sobre todo a su polla, que ahora tenía para mí sola. Me tumbé a su lado y comencé a comerle los huevos, a chupársela y a cascársela muy despacito. La medio erección se convirtió en entera y, a los diez minutos, se corrió en mi boca aparentemente sin despertarse.

Se movió cuando llamaron a la puerta con el desayuno. Me puse el albornoz y recogí el carrito. De vuelta, me quité el albornoz y desayunamos desnudos en la cama. Cuando terminamos nos fuimos juntos a la ducha y follamos bajo el agua templada. Lo despedí con un beso en la puerta de la habitación. Me arreglé y fui a mi habitación a recoger la poca ropa que allí tenía. Bajé a recepción a pedir la cuenta y a buscar un taxi que me llevara al aeropuerto, pues a las dos horas tenía el vuelo de regreso a Casablanca.

Cuando pedí la cuenta el recepcionista se extraño y fue a consultar con su jefe, que apareció a los pocos segundos. En francés me explicó que un señor acababa de ampliar y pagar mi reserva una semana más y que, además, hacía una hora que por fin había llegado mi maleta. Les dije que había tenido una confusión, les pedí que subieran la maleta y regresé a mi habitación a cambiarme. A los pocos minutos sonó el teléfono: era Carlos para quedar a comer. Fue la primera de las mejores semanas de mi vida, después hemos tenido muchas en muchos trenes y hoteles