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La niña bonita [I]

en Fetichismo

—Quiero el suelo de los pasillos reluciente —le ordenó una mujer mayor que era la responsable de la cocina. El tono era de todo menos amigable y le golpeó el pecho con un cubo que contenía agua, jabón y un trapo al borde—. ¡Ya!
 
La señora se había ido y aún faltaban cuatro horas para la cena pero todos los sirvientes habían comenzado a prepararla en esos momentos. Parecía ser una cena importante de negocios de la familia pero nadie le dio explicaciones al niño. Había limpiado tres pasillos enteros cuando se quedó de rodillas, apoyando su trasero sobre sus piernas, y estirando su espalda en un leve quejido al sentir unos pinchazos en las lumbares por la posición que estaba desde hacía un par de horas. Volvió a su trabajo cuando notó una mano en el hombro que hizo que se pusiera tenso, levantó la mirada y era el señor de la casa, aquello le relajó pues le daban peor espina los propios sirvientes que los dueños del lugar.
 
—¡Te has mojado toda la ropa! —exclamó el hombre y el menor se miró: el abdomen y las rodillas estaban mojadas, no era para tanto—. Y tienes las manos que parecen pasas —añadió cogiendo la mano de Juive y estirándole hacía arriba, gesto que provocó que se levantara. El señor negó con la cabeza con desaprobación—. No me parece bien, vamos a buscarte ropa seca.
 
El hombre le cogió de la mano y llevó al chico por los pasillos hasta llegar a una habitación sencilla, acompañó al menor a la cama y con un gesto le ofreció asiento para luego darse la vuelta y comenzar a buscar prendas de ropa en una cómoda en la pared contraria a donde se había sentado Juive. El rubio no dijo nada en todo el rato, no solía hablar y solía cumplir muy bien las órdenes sin rechistar, por esa razón la familia Smith lo había comprado para hacer trabajos que nadie más quería hacer como limpiar la chimenea, desatascar los canalones, fregar el suelo con bayeta para que quedara más reluciente...
 
—Muy bien, te vas a quitar esa ropa y te vas a poner esta, Juive —informó el señor Smith acercándose a la cama donde el menor estaba sentado y dejó las prendas nuevas a su lado. Los ojos verdes del chico se abrieron extrañados al ver que la ropa se trataba de un vestido rosa, unas braguitas blancas a juego con las medias y unos zapatitos rosas con flores de colores en la cinta—. Vamos, deprisa.
 
No lo dijo en tono impaciente, su tono era parecido al que usaban para cohibirle así que no se lo pensó mucho: se levantó y se dio la vuelta al hombre para quitarse la camiseta.
 
—Vaya, mi niña es tímida al parecer —dijo el hombre soltando una carcajada.
 
Se sentó al borde de la cama mientras observaba sin perder detalle ninguno como Juive se desnudaba frente a él, en su fuero interno habría deseado verle aquel pecho plano y blanco como la porcelana, su pene de pre-adolescente sin vello pero se conformó con observar su espalda y su trasero firme. El chico terminó de vestirse colocándose los zapatos sentado al borde de la cama y el señor se levantó para contemplarlo y sacó un par de lazitos blancos que le colocó a cada lado de la cabeza, asintió para sí mismo aprobando su trabajo, cogió la mano de Juive de forma delicada y lo levantó.
 
—¿Quién es mi niña bonita? —preguntó el hombre con tono cariñoso. Juive bajó la cabeza pues él no era una niña y aquella situación se le estaba haciendo extraña, un tortazo le hizo girar la cara hacía su derecha— No lo repetiré, mocosa insolente: ¿Quién es mi niña bonita?
 
—Y-yo —respondió tartamudeando el chico cerrando los ojos y aguantándose las lágrimas.
 
La mano adulta le cogió de la barbilla e hizo que levantara la cabeza.
 
—Abre los ojos y dime que eres mi niña bonita, Juive —su tono era firme y cuando las orbes de Juive se abrieron pudieron ver el semblante serio a apenas cinco centímetros de su cara.
 
—Soy... soy... —tragó saliva para hacer que la voz no le temblara—. Soy su niña bonita, señor.
 
El hombre sonrió de forma cálida y acarició el mentón de Juive terminando en su nuca, acariciando el cabello corto del chico.
 
—Eso es, mi niña, eres mi niña bonita, mi Juive bonita, sólo mía y de nadie más ¿Entiendes?
 
El chico asintió levemente aún asustado. El hombre pareció notar su miedo y le abrazó de forma paternal.