miprimita.com

Gabriela y Juan: así conocimos a José (1)

en Hetero: General

Estar contigo.

Compartir fantasías. Las de los dos. Siempre vamos más allá de pensar en estar juntos. Imaginamos juntarnos. Descubrir el cuerpo del otro. Ese cuerpo que despierta a nuestro lado también tras la Noche de pasión entre los dos.

Hemos comido en el chiringuito de la playa después de pasar la mañana al sol. Me ha encantado cómo al llegar descubriste tus pechos y entendiste mi mirada hacia tu pubis, deseosa de que también dejara de cubrirte el breve tanga que te gusta llevar.

Me siento orgulloso de ti viéndote desnuda sobre nuestra toalla. Y quiero cubrirte de crema para proteger tu piel. Mis manos no dejan un centímetro sin la película que te salva de los rayos UV y el enrojecimiento.

Tumbada mirando el cielo azul protejo especialmente tu cara, tus párpados, tu cuello. Luego sigo por tus brazos, por tu pecho, por tus senos. Miro tu cara. Tus ojos cerrados como deseando prolongar un momento de placer infinito. Quiero seguir por tu abdomen. Alrededor de tu ombligo. Luego, todo lo demás.

No paso de la línea del pubis. De la frase que te tatuaste (“soy de Juan y de quién él quiera”) que me ofreciste como regalo único por mi último cumpleaños. La crema no impregna tu sexo. Pasa directamente a tus muslos. Abres tus piernas para que pueda llegar a tus ingles. Cuando lo haces me parece notar que tu sexo está brillante. Y los dos sabemos que comienzas a excitarte.

Pero mi mano sigue bajando por tus piernas. La protección llega hasta el fin de tus dedos. Por delante, pero también por detrás, las rodillas, los tobillos...

Ya del todo protegida, limpio mi mano y me acerco a tu sexo. Quiero ver el piercing que decidiste colocar cerrando tus labios menores como muestra de tu entrega. Y hoy los dos sabemos que nuestra fantasía, esa que nos susurramos al oído anoche al terminar de amarnos, es que alguien te vea con los labios cerrados y le ofrezcamos abrirlos para recibirle. A los dos nos excita, y eso nos une más.

Luego te pido que te vuelvas. Quiero llenar de crema tu espalda, tus glúteos, la parte posterior de tus muslos. Aprovecho para acariciarte entre tus nalgas. Tú levantas el culito y dejas que mis dedos entren en él. Lo deseas, te gusta... y a mí me gusta hacerlo. Mojo mis dedos en tu sexo para lubricar tu ano y poder llegar a hacer que mis dedos índice y corazón entren muy adentro.

Tu piel está ya protegida del todo. Es sólo una expresión de lo que quiero hacer contigo: protegerte de todo y de todos, cuidarte, estar siempre a tu lado, llevarte de mi mano por el día a día, por nuestra vida en común y durante la realización de nuestras fantasías más morbosas. Sé que quieres que nuestra relación progrese de una forma especial, tanto en lo “convencional” como en lo que muy pocas parejas viven como una experiencia global y única, en la que se funda lo habitual de cada mañana con lo excepcional de un sexo distinto en el que una relación de amor, ternura y entrega se complete con la realización de las fantasías más morbosas, más perversas y más insospechadas que a alguien se le pudieran ocurrir.

Terminado el proceso de la protección de tu piel, eres tú quien spray en mano distribuyes una buena capa de crema blanca y refrescante por mi pecho y mi espalda. Me colocas boca abajo y cuidas de mis muslos, mis piernas, mis hombros y la parte lumbar y más baja de mi espalda. Siento cómo tus manos extienden la crema a la vez que acarician toda mi piel. Y me gusta. Incluso cuando se acercan al interior de mis muslos y comienzan a excitarme. Tú lo sabes porque es habitual que cuando lo haces yo eleve mis caderas como pidiendo que sigas con tus caricias.

Hoy quieres una caricia distinta. Cuando has terminado de proteger mi piel, limpias tu mano con una de esas toallitas que siempre llevamos en nuestra bolsa de playa y que tantas veces nos han servido para un aseo rápido tras un evento “inesperado”. Ahora tocas con dos dedos tu sexo ya húmedo y empiezas a jugar con mi orificio de atrás. Yo, que no lo esperaba, me estremezco. Pero sabes cómo relajarme: rápidamente, sin cambiar tus dedos de posición, acercas tu boca a mi cuello y me besas, con tus labios sólo rozando mi piel, con tu lengua recorriendo mi nuca.

Me gusta. Sabes que esa caricia termina con todas mis defensas, que cuando la usas me tienes a tu merced. Y es entonces cuando dos de tus dedos entran en mi ano. Suaves pero sin piedad, decididos a abrirlo a sensaciones nuevas. Y ciertamente lo son. Tus dedos juegan dentro y provocan que mi sexo comience a responder... y cómo.

Tú, que me conoces mejor que nadie, sigues la caricia y acercas tu boca a mi oído para decirme:

- Cariño, hoy va a ser un día especial. Quiero que disfrutemos ambos de un pene maravilloso que nos penetre a los dos. Y esta mañana lo buscaremos juntos en la playa.

Yo vuelvo la cara y miro tus ojos perversos. Me encantan y me excitan. Sé que por tu mente bullen ideas morbosas y esta mañana en tu cabeza da vueltas la idea de que el día acabe con algo muy especial.

Me gustas. Por ser así y por tu mente perversa. Y eso aumenta cada día mi amor por ti. Te beso con toda la ternura de que soy capaz y te miro a los ojos con todo mi amor.

- Sí, amor. Sabes que te amo como nunca amé a nadie. Y quiero tu perversión como a mi vida. Y siempre me haces sentir orgulloso de ti.

Es media mañana y es hora de baño. Las cremas quedan en la bolsa de playa junto a las toallas. Dejamos las zapatillas y los bañadores sobre las toallas mientras caminamos hacia el mar. Yo lo propuse una vez porque me gusta imaginar cómo alguien que pasea por la playa y los ve se excita pensado en nuestra desnudez dentro del agua. Por eso me gustan las playas mixtas en las que conviven textiles y nudistas. Me gusta ir hasta el agua de tu mano. Me excita si alguien te mira con deseo y si es textil, aún más.

De camino al agua, mi excitación comienza a evidenciarse. Ya en el mar nos besamos. Estamos muy juntos y mi sexo es aún más grande, pero ya se oculta a los ojos del resto de bañistas. Sólo tú lo notas. Muy pegado a tu abdomen, a tus nalgas; accesible a tus manos. Te gusta jugar con él y a mí me enloquece que lo hagas.

Yo también toco tu sexo. Húmedo por el agua, pero empapado de excitación. Me gusta juguetear con el candado que cierra tus labios menores. A simple vista nunca es evidente. Tan solo es accesible a quien comience a acariciarte y quiera entrar en tu vagina. Hoy lo llevas puesto porque buscaremos en la playa alguien a quien entregarte esta noche. Localizaremos al elegido, te insinuarás a él en la playa y cuando abra tu sexo, verá el candado. En ese momento se extrañará, pero pronto sabrá por mí que esta noche lo abriré para entregarte a él, si es que quiere compartir nuestra fantasía.

Y tú añadirás como condición que cuando salga de ti, aún mojado de tu excitación y su semen dejado en tu interior, tú me entregarás a él. Compartiremos su pene penetrándonos y eso hará que tú y yo aún nos amemos más.

Pero ahora disfrutemos del baño. Juguemos en el mar riendo al saltar cada ola. Tocándonos mientras nos incorporamos de cada revolcón. Besando nuestras bocas saladas por el agua del mar que ya se ha convertido en nuestro cómplice.

Mirando desde la orilla, algunos “paseantes” se fijan en nosotros. En nuestra alegría. En nuestras risas. Notan que nos amamos. Y yo soy especialmente feliz de que me ames.

Ha pasado casi media hora. La arena sigue poco ocupada. Nuestros juegos nos llevan a salir del agua y disfrutar de tumbarnos al sol y a la brisa. Por fin salimos del agua de la mano. Nuestras toallas están como a 50 metros de la orilla y la arena quema por el sol. Hasta allí llegamos casi corriendo mientras nuestros pies aún están llenos de arena mojada. Volvemos casi exhaustos y nos tumbamos para secarnos y dejar que el sol nos cubra con su calor y lo transmita.

Un poco después entreabro los ojos y me llama la atención que un hombre, mayor que nosotros, con pelo canoso y piel muy morena, nos está mirando. No me doy por enterado, pero le observó con disimulo. Pasea cerca de la orilla, no llega a alejarse nunca y tras un breve recorrido, se gira y vuelve sobre sus pasos. Y siempre dirige su mirada hacia nosotros, hacia ti. Así que creo que tú, o yo, o ambos, le gustamos.

Como tus ojos están cerrados, te susurro que disimuladamente abras tus piernas, indolente pero sensual y atrevida para mostrarle sin pudor tu sexo. Sabes cómo hacerlo, y eso me excita a mí más que a él. Tras dos paseos más, parece darse cuenta y casi llega a pararse para mirarte, ya casi con descaro. El también es nudista y su piel está bronceada como la de quien pasa muchos meses del año junto al mar. Y ahora, su sexo parece reaccionar a la visión que le ofreces. Y yo, excitado, te miro orgulloso. Tú tienes los ojos entornados, sigues como en tu ensoñación. Pero es sólo una apariencia: los dos sabemos lo que queremos. Toco tu mano y me acerco para besarte. Tus labios están salados. Me gusta besarlos. Y como siempre, mi susurro a tu oído:

- Sigue mirándote. ¿Te atreves a insinuar que te acaricias?

Por supuesto que te atreves. Como inconscientemente, tu mano llega a tu sexo y tu dedo toca el clítoris. Notas tu sexo húmedo, y te gusta. Y a mí me excita especialmente saber que tu gesto está dedicado a él, a provocarle, a hacer que su sexo aún crezca más. A pesar de su edad, de su piel con arrugas de sol y de años, quiero ser aún más morboso. Por eso, tu dedo inicia una leve rotación que sólo tú disfrutas, pero en tu boca comienza a dibujarse un gesto de placer que poco a poco no puedes disimular.

Ahora te pido algo más:

- Abre muy despacio tus ojos y búscale con la mirada. Cuando vuestras miradas se junten, sigue acariciándote aún más sensual. Que crea que puedes ser suya.

Noto en tu mano sorpresa y quizá calor en tu cara. Pero lo haces sin la menor objeción. Tus ojos abiertos le buscan. El aparta de ti su mirada, pero tú permaneces fija en su figura. A pesar de su edad, noto que su aspecto no te desagrada. He llegado a aprenderte mucho y puedo saber quién va a gustarte... y quién va a excitarte. Finalmente él no puede resistir tu mirada y vuestros ojos se cruzan. Tu lengua recorre sensualmente tus labios y le dejas en parte perplejo. Finalmente yo también le miro. Parece que ve en mi aprobación porque por fin comienza a acercarse a nosotros.

- Nunca antes os había visto por aquí.

- Es la primera vez que venimos a esta playa. La verdad es que nos ha encantado.

- Perdón, me llamo José. No me había presentado.

- Nosotros somos Gabriela y Juan; encantados.

- Lo mismo digo. Paso mucho tiempo aquí: prácticamente desde mitad de la primavera hasta setiembre. Hace unos meses murió mi esposa. Ella amaba esta playa y su libertad. Fuimos muy felices aquí. Cuando me quedé solo no he querido dejar de venir. Es como un tributo a ella.

- Quizá la soledad sea menor aquí por seguro que hay mucho de ella pegada a cada duna y su recuerdo está en cada brillo del mar.

- Es cierto. En el mar y en cada rincón. Os miraba porque me habéis recordado a nosotros. Nos gustaba bañarnos en libertad y muchas veces al salir del agua buscábamos la protección de una duna para amarnos.

- Qué bonito, José. El amor siempre por encima de todo en la pareja.

- Sí. Veníamos aquí todos los años al menos una semana de nuestras vacaciones, desde hace mucho tiempo. Al principio todo era natural, casi salvaje. La playa era toda para nosotros.

- Bueno, ha cambiado, pero de demasiado. Aún hay mucho espacio natural...

- Cuando nosotros llegamos no sabíamos nada de lo que ahora hay. Éramos muy convencionales. Un día habíamos salido simplemente a pasear hasta aquellas rocas del final de la playa. Era el comienzo de la primavera. Al amanecer aún hacia frío. Nos quedamos mirando el mar mucho rato. No había nadie y toda la naturaleza era nuestra. Nos gustó tanto que el tiempo pasó volando. Y cuando volvíamos era más de mediodía y el sol calentaba de lo lindo. Nos miramos y los dos sabíamos que al otro le apetecía un baño. Habíamos salido tan pronto que no habíamos previsto volver con tanto calor y mucho menos llevar nuestros bañadores. La duda nos duró un segundo: nos miramos y los dos juntos comenzamos a desnudarnos a la vez. Parecíamos dos chiquillos, felices de poder llegar al agua. Fue la primera vez que nos bañamos desnudos.

- Nudismo en una época distinta.

- Sí. No había nadie en la playa. Pero eran otros tiempos. Era el final de la Dictadura, pero con Franco aún vivo.si nos hubiera visto la Guardia Civil nos habría llevado al calabozo. Jejeje. Además, éramos muy jóvenes y habrían llamado a nuestros padres....

- Menudo disgusto para la familia...

- En aquel momento no lo pensamos... y en este no quiero ni pensar que hubiera ocurrido. El caso es que disfrutamos como nunca en el mar, salimos, nos secamos al sol resguardados de posibles cotillas tras una duna como esta y nos fuimos a casa mirándonos a los ojos. Cuando llegamos los dos estábamos tan excitados que hicimos el amor y yo recuerdo aquella vez como una de las más apasionadas.

- Uhmm José. ¡Qué historia tan romántica y al mismo tiempo tan excitante!

- Lo es. Y es totalmente cierta. Cuando os vi volvió a pasar toda por mis ojos.

 

Los dos estamos encantados con la ternura del recuerdo de José. Ambos queremos saber más de su vida, de sus recuerdos. Además he visto en tu mirada que José te llama la atención. Es delgado, muy moreno, aún con pelo, ya canoso. Fibrado por mucho caminar. Yo te miro y mi mirada te dice que me gustaría ver cómo le seduces. Nos conocemos tanto que tú sabes lo que quiero. Y quiero que mojes tus labios, te insinúes abriendo tus piernas, y le excites.

Tú le miras sugerente. Hay un brillo especial en tus ojos. Tanto que José te dice:

- Niña, eres tan parecida a mi mujer cuando tenía tu edad…

Tú y yo sabemos que no le desagradas. Es más, su pene parece excitarse.

- José, si no tienes otro compromiso, nos gustaría que comieras con nosotros.

Se le iluminó la cara. Claro que aceptaba.

Eran ya casi las tres y todos teníamos hambre. Nos acercamos al chiringuito que afortunadamente no estaba muy concurrido. José y yo nos pusimos un bañador y tú una camiseta amplia y tu tanga. De primero una ensalada para compartir con un vino bastante rico para el lugar. José no dejaba de mirarte mientras comíamos. Tú sabías que le gustabas y varías veces le rozaste la mano o le mirabas tiernamente. Yo no paraba de decirte con la mirada que me gustaba. Una vez ensartarte un bocado en el tenedor, lo llevaste a tu boca, pero a medio camino se lo ofreciste a él. Como estaba desprevenido parte del aceite quedó en la comisura de su boca. Tú instintivamente te acercaste a él y con tu lengua limpiaste su boca. El sonríe y creo que le gustas.

En un momento en que él marcha al baño, ambos sonreímos. Eres tú quien habla.

- Cariño, José me gusta. ¿Quieres verme con él?

- Sabes que es lo que más me apetecería en este momento. Por supuesto que quiero verte.

Cuando José vuelve ya hemos pedido la cuenta. Nos resistimos, pero él se empeña en pagar aduciendo que ha pasado un tiempo maravilloso, como hacía varios meses que no disfrutaba. Aceptamos su invitación y a cambio proponemos ir a nuestro apartamento a tomar una copa. Quizá por la novedad, o por ti, acepta sin ningún inconveniente.

- Mi vida aquí es muy tranquila. Suelo bajar a la playa a media mañana, después de desayunar y hacer las compras necesarias. Tomo algo en la playa y después aún resisto un par de horas más. Al caer la tarde a veces me reúno con conocidos para charlar o jugar una partida, y ya de noche regreso a mi casa, preparo algo de cena y veo alguna película. Más en verano suelo dar un paseo antes de dormir. Me gusta ver a las parejas de enamorados o a grupos de chicos charlando o jugando en la playa. Y a veces mirarlos en los rincones solitarios mientras se aman…

Una sonrisa cómplice y picara aparece en su cara, como recordando otros tiempos. Me gusta ver cómo le miras. Y te deseo aún más. Eres la esposa que siempre deseé. Mi amor.

Como todos estamos llenos de arena, quedamos en vernos como a las 8. Tendremos tiempo de descansar y adecentarnos. Así que le damos nuestra dirección y él se queda un rato más en la playa mientras nosotros vamos caminando a la casa.

 

……Continuará……