miprimita.com

Escaleras arriba

en Sadomaso

Noté el viento soplando entre tu ropa. La brisa deslizándose entre tus piernas y levantando tu falda lo justo para que viera más de tus muslos.

El camino escaleras arriba hasta mi casa no era difícil en absoluto, pero tu petición de hacerlo y subir delante de mí me dejó ante la oportunidad de verte como desease, sin que tú pudieras evitarlo.

Pero sin duda sí que notabas mis ojos deteniéndose en tus piernas, en el movimiento que hacían y el silencio que transmitía.

Tenías el corazón algo acelerado. Eras una presa azuzando a un tigre hambriento y, como la gacela que imitabas, saltabas de escalón en escalón para que viera que no llevabas nada.

Y lo vi.

Con mi silencio y mi sonrisa retorcida te abrí la puerta de mi casa y tú entraste sin miedo. Fuiste a mi habitación inmediatamente y te tiraste en la cama.

Detrás tuya entré yo, haciendo gala de mis instintos me senté en frente de ti y me quedé mirándote.

Hacía tiempo que llevábamos hablando de lo que haríamos y había llegado ese momento, asi que tenía que analizarte de arriba abajo.

Me levanté y me puse encima de ti, sobre tus piernas. Tú no dijiste nada, sólo callaste y cerraste los ojos con un suspiro escapando de tus labios.

Pasé mis dedos por tu pelo corto y recorrieron muy suavemente tu cuello. Bajaron por él a tu espalda, describiendo el contorno de tus huesos con delicadeza. No podías escuchar nada aparte de ese roce de mis dedos sobre tu ropa.

Lentamente llegaron a tu sujetador y lo desabrocharon sin dificultad, incluso por encima de la camiseta que llevabas.

Si hubieras podido te la hubieras quitado en ese momento, pero mi cuerpo te impedía darte la vuelta. Lo único que podías hacer era abrir de vez en cuando los ojos para mirarme por el rabillo. Veías como te recorría con atención al detalle. Como acariciaba tu espalda en silencio y cómo hacía que respirases de esa forma tan entrecortada, mezcla de excitación e impaciencia.

Mis dedos bajaron de tu espalda a tu falda, recorriendo lo que en otro momento debería haber sido tu ropa interior. Obligue a tus piernas a cerrarse más para mostrarme un culo firme y no dudé en levantar tu falda para verlo.

Un leve gemido salió de tu boca cuando notaste mi mano sobre él. La deslicé por toda su superficie, bajando a tus muslos y agarrándolos con fuerza. Me gustaba jugar con ellos, obligarte a soportar los roces y las caricias que les daba ocasionalmente.

Con esa misma fuerza empecé a agarrarte del culo y, sin que pudieras decir nada, te azoté. Noté tu carne chocando contra mi mano desnuda y el rojo apareciendo en tu piel.

Lo hice dos o tres veces más mientras tú solamente gemías, mordiéndote un dedo para tratar de no gritar demasiado.

Cuando adquirió el color que quería, ese rojo vergüenza que podría aparecer en tu cara en algún momento, decidí levantarme y volver a sentarme.

Te vi, falda levantada y medio temblando, tirada en mi cama. Me miraste, no sabías si implorándome más azotes o que continuara con más cosas, pero yo no me movía.

-Levántate- Te dije en una postura firme. -Quiero que me muestres tus pechos.

Obediéntemente y con media sonrisa que no me dejaste ver te pusiste de pie frente a mí y te quitaste la camiseta. Tu sujetador cayó revelándome la forma de tus pechos.

-Ahora quítate el resto, pero déjate la falda. - Servicial, te fuiste a sentar en la cama pero te lo prohibí – No te he dicho que te sientes. Hazlo todo de pie.

Con el pecho al aire y notando el calor de los azotes todavía te inclinaste ante mí para quitarte tus zapatillas. Cada vez que levantabas una pierna volvías a notar mi mirada clavada en ti.

Revelaste las uñas de tus pies pintadas y supe que lo habías hecho por mí, sabías que me gustaban.

-Siéntate en la cama y muéstrate ante mí. - Mi voz seguía igual de firme, mis ojos igual de atentos.

Te sentaste en el borde y sin saber muy bien qué hacer levantaste tu falda por completo, al mismo tiempo que abrías las piernas y me mostrabas que ya estabas muy mojada.

-¿Ya estás mojada y apenas te he tocado?- Asentiste inocentemente mientras sujetabas la falda con una mano y con la otra te acariciabas uno de tus pechos. No podías mirarme en ese momento, no te atrevías.

-Déjame comprobarlo a mí. Levántate de nuevo, date la vuelta e inclínate. - Yo seguía sentado en la silla y tú lo hiciste sin titubeo alguno. Pusiste a la altura de mis ojos lo excitada que estabas y pensaba aprovecharme de ello.

Mis manos empezaron a subir por tus rodillas, separándolas léntamente en el proceso. Volvieron a tus muslos y los agarraron con fuerza, subiendo poco a poco hasta el centro.

Mi dedo índice te rozó y soltaste un pequeño gemido. Noté lo húmedo que acabó con sólo ese roce y quise explorar más.

-Apoya tu cara en la cama y tócate los pechos. - La orden sonaba demasiado bien y no desobedeciste en absoluto. Tu mejilla se posó sobre las sábanas y te dió la oportunidad de ver cómo me levantaba y empezaba a acariciarte.

Tu clítoris empezó a estremecerse cada vez que lo rozaba. Describiendo suaves círculos sobre él mientras mi mano libre recorría tu espalda y te miraba tocándote los pechos.

Estabas excitada, te tenía estremeciéndote entre gemidos y suspiros con sólo el roce de mis dedos y sólo te preguntabas qué vendría después.

Saqué mis dedos de tu interior. - Arrodíllate y abre bien la boca – Esperabas este momento con ansía desde hacía rato.

Viste mi miembro duro y excitado por ti. A estas alturas querías complacerme como sea que fuera y estabas más que encantada de hacerlo como yo quisiera.

-Saca la lengua y empieza a lamerlo.- Lo empezaste a hacer al instante, notando lo duro que estaba tras cada lametón y llevándotelo a la boca para empezar a mover tu cabeza rápidamente. En ese momento no te importaría que acabase, pero sabías que tenía más planes para ti.

Cerraste los ojos pero yo te cogí del pelo y te dije entre gemidos pero con una dura mirada -No los cierres. Si lo haces, después te castigaré.- Obedeciste y no apartaste la mirada de mí. De mis ojos, de mi miembro desapareciendo en ti.

Supe que si te tenía así, arrodillada mientras me lamías y chupabas no duraría mucho.

Te agarré de los brazos y te alcé para tirarte en la cama. Sujetando tus muñecas las llevé debajo de la cama donde cogí un nudo que había oculto debajo de la almohada para atarlas firmemente. Lo miraste con ansia, notando las cuerdas y su roce en tus muñecas, sin espacio para poder separarlas siquiera. El arnés estaba debajo de la cama y te imaginaste qué haría con tus piernas cuando también las sujeté y las abrí. Tus tobillos se quedaron amarrados al igual que tus muñecas y esta escena te hizo excitarte más.

Veías cómo me ponía encima de ti, desnudo ya y levantaba tu falda para descubrirse ante mi de nuevo cuán rasurada estabas y cuán mojada te habías puesto en ese momento.

-Por favor, mi Señor, fólleme ya. Se lo ruego-. Tu palabras salieron automáticamente de tu boca mientras forcejeabas con las ataduras.

Te traje a mí todo lo que me permitían las ataduras y fue lo suficiente para poder introducirte mi miembro lentamente. Poco a poco notaste la diferencia de temperaturas entre nuestros cuerpos y lo excitado que estaba. Mis manos fueron a tu cuello y te metí mis dedos corazón e índice en la boca para que los lamieras mientras yo iba aumentando el ritmo.

Tu te agarrabas a las cuerdas como podías al tiempo que mi mano libre recorría tus pechos y jugaba con tus pezones. Sabía que te gustaba que jugase con ellos y los pellizcaba y retorcía. A mí también me gustaban mucho.

Iba deprisa en tu interior, chocando mis caderas contra ti una y otra vez, teniendo que reposicionarte continuamente.

Escuchabas mis gemidos mezclados con los tuyos ahogados y viste cómo te observaba por entero. Mis jadeos iban a ritmo con nosotros, tú te movías y yo me movía al son.

Mis dedos salieron de tu boca y bajaron a tu clítoris, mojados con tu saliva. Mientras te penetraba empezaron a tocarte.

Con voz débil dejaste salir un -Oh, Dios-. Tus pies se curvaron y tu espalda dió un respingo. Mordiste tu labio mientras tu respiración era contenida, esperando a que pasase el orgasmo.

Yo no me detuve en ese momento. Te agarré del cuello y apretando dije -Abre los ojos y córrete mirándome-. Lo hiciste. Abriste los ojos y me encontraste siguiendo el mismo ritmo que te daba tanto placer. Mi mano te cubría el cuello entero, el no poder respirar dibujó una mueca en tus labios cuando notabas cómo tenías un orgasmo.

Cuando tu orgasmo acabó te liberé, haciendo que tomases una bocanada de aire entre jadeos.

Saqué mi miembro de tu interior y te solté los tobillos.

Una parte de ti pensaba que ya había terminado todo, pero en ese momento te di la vuelta y te doblé las rodillas para que las apoyases en la cama. El nudo de tus muñecas se apretó más con la torsión, obligándote a tener las manos y los codos prácticamente juntos. Sólo tus caderas estaban en alto en ese momento.

Volví a meterla y a sentir ese calor que tanto me gustaba de tu interior. Empecé a moverme de nuevo en esta postura y notabas cómo llegaba más al fondo de ti. Iba lentamente tras tu orgasmo, pero en seguida fuiste moviéndote por tu cuenta, yendo más rápido.

En un momento me quedé quieto y con un azote te dije – Muéstrame cómo quieres ser follada. Muévete tú y dame placer-. Como por arte de magia empezaste a moverte más rápido de lo que esperaba, lo que me obligó a cerrar los ojos tratando de seguir el ritmo.

Cómo eras capaz de moverte así en esa postura no lo sabré nunca, pero me encantaba. Veía tu falda retorcida sobre tu cadera y la utilicé de asidero para traerte a mí.

Si iba a acabar, quería que participaras conmigo.

Aumenté el ritmo una vez más entre nuestros gemidos y noté cómo estabas a punto de acabar de nuevo. Continué a la misma velocidad por un rato más a la par que te di un nuevo azote en tu nalga derecha. Mi mano se quedó ahí un rato y subió recorriendo toda tu espalda hasta tu pelo, que agarré para echar tu cabeza atrás.

Recordaste lo que te había dicho antes sobre mirarme y abriste los ojos de nuevo. Me viste penetrándote salvajemente y fue el momento de dejarte llevar.

Con un sonoro gemido te corriste por segunda vez.

No solté tu pelo aunque tus piernas temblaban y tus ojos se cerraron una vez más. En su lugar noté que ya estaba a punto de acabar tras escuchar tal gemido.

La volví a sacar de tu interior y, sin soltarte del pelo, me puse a tu altura. Abriste los ojos y sin tener que decirte nada te la volviste a meter en la boca.

Moviste la cabeza de forma fervorosa, arriba y abajo mientras notaba tu lengua jugando por dentro.

Ese ritmo hizo trajo que gimiera de nuevo, entrecortado y luchando por respirar. Tuve mi orgasmo con tu boca. Vi cómo abrías los ojos y esperaste hasta que te mirara para tragártelo.

Me tumbé a tu lado y te besé. Tú aprovechaste para dejarte caer exhausta en la cama.

-Cuando quieras me desatas, ¿eh?

-Nunca voy a querer.