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Mi marido, su perro y yo.

en Zoofilia

Hola, me llamo Sonia. Soy una mujer de 30 años, con un físico estupendo según dice mi marido, con el cual llevo ya casada hace unos años.

Desde entonces y debido a nuestros respectivos trabajos, la verdad es que no hemos podido estar los dos juntos durante mucho tiempo, ya que él suele tener que irse de viaje con mucha frecuencia, por eso en el plan sexual, siempre lo hemos llevado los dos bastante mal, teniendo que aliviarnos cada uno por nuestra cuenta y a veces también hasta por video llamadas.

Actualmente él ahora está fuera de casa desde hace casi dos meses, y no os podéis imaginar cuanto lo echo de menos, sobre todo en ese aspecto que os decía. Por eso, desde hace una temporadita y para mitigar su ausencia empecé a meterme en internet en esas páginas porno que suelen haber, así como en las de relatos eróticos.

Fue así precisamente donde encontré esta de “todo relatos”, la cual me ha hecho ejercitar y mucho, el dedo corazón de mi mano derecha, tras hacerlo entrar y salir sin parar de mi caliente y mojado coño, al ir leyendo algunas de esas historias, obteniendo de esa forma unos estupendos orgasmos aunque siempre en solitario.

De esa forma, al ir leyendo a los demás, me entraron también a mí ganas de escribir y de contaros una espectacular experiencia que tuve la suerte de poder vivir hace muy poco junto a mi marido.

Resulta que en mi trabajo me dieron unos días de vacaciones que me debían, y como hacía mucho tiempo que no nos veíamos, decidí ir a visitarlo a su lugar de residencia. Al comunicárselo se puso muy contento y enseguida me dijo que sacara cuanto antes los billetes para el viaje y así lo hice.

Una vez llegué a dicho lugar, pasó a recogerme a la estación y me llevó hasta su apartamento, el cual le había proporcionado su propia empresa. Después me lo estuvo enseñando todo con detenimiento y me ofreció una copa allí en el salón. Mientras me la estaba tomando, apareció de una pequeña terraza que había allí y que aún no me había enseñado, un perro pastor alemán, el cual enseguida vino a olerme y a continuación se tumbó a todo lo largo en el suelo del salón.

Entonces mi marido me dijo que no me asustase ya que ese perro era de un vecino suyo el cual, se lo dejaba a veces para que se lo cuidase cuando él estaba fuera, pero que era muy bueno y obediente.

Luego siguió contándome cosas sobre él, y me dijo que allí donde lo veía, ese había sido quien le había sabido apagar su calentura en esos momentos en los cuales se ponía a pensar en mí y en nuestros encuentros sexuales tan fogosos y románticos que solíamos tener cuando estábamos juntos.

Para ello me confesó que ese animal lo había hecho correrse en más de una ocasión y me juró que él jamás me había puesto los cuernos con ninguna otra mujer. Luego siguió contándome que cuando se ponía caliente al pensar en mí, se solía embadurnar a continuación la polla y los huevos con mermelada de frutas, y después se la ofrecía al perro, el cual, con aquella lengua tan larga y rugosa que tenía, se encargaba ya de hacer el resto.

Al parecer se ve que enseguida le empezaba a lamer los huevos con muchas ganas y después seguía haciéndoselo por toda la polla, hasta llegar a su glande en el cual decía que solía ponerse más mermelada para que siguiera lamiéndoselo sin parar hasta lograr conseguir ese orgasmo tan deseado.

Después el perro acababa siempre lamiéndole toda la leche que le había hecho sacar, hasta volver a dejarle la polla tan limpia como al principio. Yo en ese momento no supe cómo reaccionar ante aquella insólita declaración, aunque en el fondo todo aquello me había puesto ya de lo más caliente que se puede poner una, tanto que empecé ya a notarme como se me humedecían las bragas, debido a la gran cantidad de flujo que iba saliendo ya de mi coño.

Entonces, una vez reaccioné, tan solo me dio por reírme ante aquella situación y le acaricié la cabeza al animal en agradecimiento por haber sabido hacer tan bien mi trabajo durante mis días de ausencia. Luego, tras darse cuenta mi marido de lo cachonda que me había puesto ya que me conoce bien, me cogió en brazos y me llevó hasta la habitación.

Una vez allí nos desnudamos los dos y empezó a besarme por todos los sitios con gran maestría y a sobarme mis redondeadas tetas, las cuales tenían ya los pezones tan abultados como en mis mejores tiempos. Seguidamente me tumbó sobre la cama y empezó a chuparme y a lamerme el coño, que como podéis imaginar, estaba ya muy mojado y palpitante.

Al venirnos los dos para la habitación, se ve que también lo hizo el perro, porque al mirar de reojo hacia la puerta, vi que estaba allí sentado sobre sus patas traseras, y en ese preciso instante, me pareció verle una cosa roja y larga entre las patas, aunque no le presté mucha atención, debido a que estaba muy pendiente de todo lo que me estaba haciendo mi marido.

Luego empezó a follarme duro por ambos agujeros haciéndome disfrutar de lo lindo, y entre cambio y cambio que íbamos haciendo, yo aprovechaba para chuparle aquella polla tan sabrosa que tenía y que tanto echaba en falta en más de una ocasión.

Entonces volví a mirar otra vez al animal y vi que seguía en el mismo sitio de antes, aunque en esta ocasión sí que me fijé bien en aquella cosa roja que tenía entre sus patas. Era su polla, la cual tenía ya toda fuera de su funda y se le podía ver en todo su esplendor. Era bastante larga, roja y venosa, por lo que todo aquel espectáculo, unido al placer que estaba recibiendo por parte de mi marido, me fue calentando aún más, hasta el punto de lograr al fin un orgasmo que jamás voy a olvidar.

Después, cuando dimos por acabada nuestra buena sesión de sexo (aunque solo momentáneamente) me fui a dar una buena ducha. Una vez ya bajo los chorros del agua, empecé a enjabonarme todo el cuerpo y fue entonces cuando me di cuenta de que el perro me había seguido hasta allí y en ese momento estaba lamiendo con su larguísima lengua, todos los jugos que habían impregnados en mis braguitas, las cuales había dejado encima de un pequeño taburete que había allí.

Al ver todo aquello me asusté y llamé enseguida a mi marido para que lo sacase de allí, cosa que hizo al instante, aunque sin darle mucha importancia. Luego trató de tranquilizarme diciéndome que los perros se dejan llevar mucho por los olores y que en ese momento se debía de haber estado dando un gran festín a mi costa, debido a mis jugos de hembra, ya que en el fondo y al igual que nosotros debería de estar también muy caliente al no tener nunca una perra a su lado.

Entonces me estuvo explicando de nuevo lo bueno y gratificante que era el poder sentir esa larga y rugosa lengua perruna, lamiéndote todas tus partes más íntimas y seguidamente me invitó a que lo probase ahora que tenía la oportunidad de hacerlo y además en la más absoluta intimidad.

La verdad es que yo eso no lo había probado nunca, y entre la curiosidad y las ganas de sexo que aún tenía acumulada, le dije a mi marido que sí que quería probarlo, pero siempre y cuando fuera él quien se encargara de todo. Él aceptó enseguida. Luego llamó al perro el cual se levantó muy rápido y se puso a su lado. Después me hizo tumbar de espaldas al borde de la cama con las piernas bien abiertas, y tras acercarme el hocico del animal, el cual noté que estaba muy húmedo y frío, dejó que fuese ya él, quien siguiese trabajando para mí.

Y así lo hizo, porque al momento empezó a darme unos continuos lengüetazos en los labios del coño que me estaban haciendo desfallecer. Luego mi marido me aconsejó que se los fuese abriendo con mis dedos para que así el perro pudiese meterme mejor aquella larguísima lengua hasta lo más profundo de mi ser.

Seguidamente se fue a la cocina y apareció con el bote de mermelada de frutas que tanto sabía que le gustaba y me fue embadurnando toda la entrepierna con ella, para que disfrutásemos ambos aún mucho más. Además, me dijo que eso lo hacía también en señal de agradecimiento por lo bien que se había portado conmigo.

Así se estuvo un buen rato lamiéndome toda la zona y os puedo asegurar que fue algo inexplicable todo lo que llegué a sentir. Después mi marido me puso un cojín bajo las nalgas para estar más alta y así dejar más al descubierto mi estupendo culo, el cual empezó enseguida a oler y luego a lamer como un desesperado.

Al tener la lengua tan larga y ancha, con cada lametón que me daba me abarcaba toda la aureola del culo, así como la raja del coño al completo, lo que originaba que el placer que recibía fuese el doble de antes. Así me tuvo otra vez otro rato, haciéndome correr en varias ocasiones seguidas, cosa que hasta entonces no había conseguido casi nunca.

Luego y con las piernas todavía temblando, me comentó mi marido porqué no le devolvía yo al animal parte del placer que él me había dado, para que se desahogase un poco, ya que aún seguía con toda su polla fuera de la funda. Para ello hizo que se tumbara y que se la cogiera con una de mis manos. Luego me indicó que se la fuera masajeando y que empezara a masturbarlo suavemente. Después me aconsejó que se la cogiera por la parte de atrás y que le fuese dando allí unos ligeros masajes hasta que notase como se le iba formando una pequeña bola que después tras la excitación se le iría saliendo de la funda y le iría creciendo un montón.

Al hacerlo pude comprobar como todo era verdad ya que dicha bola empezó a salir, al igual que le salían también unas gotitas de líquido preseminal de la punta de su polla, las cuáles y para saber a qué sabían, empecé a lamerle. El perro en ese momento se puso más nervioso, aunque en el fondo notaba que todo aquello le estaba gustando, tanto que según dijo mi marido, debía de estar ya a punto de eyacular, por eso me aconsejó que se la cogiera por detrás de la bola y siguiese masturbándolo a la vez que se la fuera chupando. La respuesta no se hizo esperar, y al momento noté dentro de mi boca y por toda la cara, un continuo chorro de semen muy caliente que no paraba de salirle de aquella portentosa polla de color rojo.

A todo eso, mi marido no daba crédito a lo que estaba viendo y a que yo hubiese aceptado de tan buen agrado, todas sus peticiones, así que, como de nuevo tenía su polla bien tiesa y dura, me la puso frente a la boca para que se la volviese a chupar, y una vez lo hice, en una de mis embestidas, volvió a correrse como un desesperado, juntándose así en mi cara y en mi boca, su leche con la de nuestro gran amigo perruno, las cuales me iban saliendo ya por la comisura de los labios.

Ese día, aunque fue todo muy diferente a lo que los dos estábamos acostumbrados a hacer, nos lo pasamos de miedo, aunque según me comentó después, parece ser que, por la red, corren además algunos videos de zoofilia, en los cuales aparecen unas mujeres gozando de lo lindo con sus mascotas al dejarse follar por ellos por todos sus agujeros.

Por eso, al verme tan caliente y decidida, me dijo si quería probar también eso antes de que su dueño se lo llevase, aunque solo fuese para saber qué se sentía al hacerlo.

Yo le contesté que como todo lo que había descubierto ese día me había encantado, no me importaría seguir probando cosas nuevas si era para conseguir más placer todavía, no obstante, le volví a repetir que tenía que ser él quien lo dirigiera todo, ya que yo era una novata en todo eso.

Dicho eso, me dijo que de acuerdo. Que lo probaríamos todo al día siguiente, ya que además era mi penúltimo día con él y al otro día partiría muy temprano. Ese día nos levantamos los tres muy temprano. Primero sacamos al perro a dar su vuelta de siempre y al llegar de nuevo a casa le pusimos su comida y nosotros tras darnos una buena ducha, estuvimos después desayunando. Mi marido en ese momento se encontraba muy nervioso y a la vez lo notaba también muy caliente por la forma tan lujuriosa que me miraba.

Así que tras desayunar y tal vez para relajarse un poco, quiso hacer el amor conmigo (y muy bien, por cierto) hasta hacerme correr en dos ocasiones. A continuación, me hizo poner en el suelo a cuatro patas y con un gesto llamó a aquel animal tan obediente, el cual tan solo llegar empezó a olisquear con su hocico toda mi zona genital, haciéndome sentir de nuevo aquella rara pero buena sensación. Luego noté que empezaba a ir poniéndose nervioso y que tenía toda su polla ya fuera de la funda. Es por eso que no dejaba en ningún momento de oler y de lamer todo mi coño, cosa que me estaba llevando al séptimo cielo.

Contra más excitado se ponía, más intentaba montarme, con lo cual me ponía cada vez más caliente. Cada vez que lo intentaba sacaba de sopetón aquella gran polla rígida y roja, y trataba de metérmela en el coño, aunque nunca acertaba y siempre acababa dándome pollazos por las nalgas y por todos los sitios menos por mi rasurada raja.

Entonces mi marido trató de ayudarle y cogiéndole la polla por la parte de atrás de su bola, se la llevó hasta justo la entrada de mi coño, empezando a introducirla en él poco a poco. Luego siguió con un mete y saca continuo, aunque era él quien dirigía la acción para no dejarle que me metiese aquella gran bola y me abotonase.

Poco a poco fui notando dentro de mí como aquella polla tan caliente, iba aumentando tanto en largura como en grosor y la sensación, aunque diferente era maravillosa. El perro se iba bajando y subiendo de mí a ratos, y en una de esas ocasiones mi marido no pudo ayudarlo y sin proponerlo nadie, noté como me la clavó en todo mi virginal culo, cosa que al principio me resultó doloroso, pero después al dilatarse ya mi esfínter, fue de lo más placentero, excitante y satisfactorio.

El notar como entraba y salía toda aquella polla tan caliente y rígida por mi apretado conducto del culo, era toda una maravilla. Jamás había sentido tanto placer, y más aún cuando a la vez con mi mano, no paraba de frotarme mi abultado clítoris frenéticamente. Así estuvimos los dos un buen rato hasta que mi marido volvió a tomar las riendas de la situación.

Entonces, al ver que el orgasmo del animal y el mío estaban ya muy cerca, volvió a cogérsela por detrás de la bola y me la metió de nuevo en el coño, dejando que se corriera dentro de mí. En un momento toda mi raja quedó inundada de un líquido muy caliente y viscoso, el cual al no haberme podido abotonar, empezaba a salirme ya por entre los labios del coño.

Al mirar al perro cuando se bajó de mí, pude comprobar que aún le colgaba de entre sus patas una grandísima polla, la cual creo que le iba a tardar un buen rato en bajar la excitación de la bola, tras el gran polvo que me había echado.

Luego aquel precioso animal al cabo de un momento, volvió a mí y me empezó a lamer toda aquella zona con gran maestría, hasta dejármela bien limpia de nuevo.

Yo por mi parte, y animada por mi marido le quise devolver el favor que me había hecho y empecé también a chuparle toda la polla hasta dejársela también bien limpita.

El orgasmo que me proporcionó fue descomunal, quizás el más fabuloso de mi vida debido tal vez al morbo y a la situación que allí se había creado. Pero todo tiene su fin, o eso dicen algunos, así que una vez acabado todo, me fui a dar una buena ducha y a continuación salimos los tres a dar otra vuelta para tomar el aire y también reflexionar sobre lo ocurrido.

Al día siguiente me tuve que despedir de los dos con mucha tristeza, y durante el viaje de vuelta, empecé a pensar que tal vez esa podría ser también una buena solución para mí, una vez ya de nuevo en mi casa, porque si a él le había solucionado la papeleta y así no me había puesto los cuernos, quizás yo podría hacer lo mismo si me hacía con un buen perro así de bueno y obediente como el de él.

Así que a los pocos días de llegar ya tenía yo también un pastor alemán en casa, para darle todo mi cariño y él a mí todo el placer que pudiera proporcionarme.

Bueno, espero que os haya gustado esta experiencia que os he contado y que os haya puesto tan calentitos y calentitas, como me he puesto yo de nuevo al ir recordándola y escribiéndola para todos vosotros.

FIN

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