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SPA (Servicios Personales Avanzados)

en Grandes Relatos

Estudiar filología hispánica fue una de las primeras, pero más grandes, meteduras de pata de mi vida. Lo hice además en contra de la opinión de mis padres, que me recomendaron reiteradamente que estudiara otra cosa con más posibilidades de trabajo al terminar. Sin embargo, a mi me gustaba, aunque también deba confesar que sabía que era bastante facilita y me permitiría tener mucho tiempo libre para dedicarme a otras cosas. Lo mejor que saqué de la carrera fue a mi novia, Mercedes. Nos conocimos en segundo y enseguida empezamos a salir.

Mis padres tenían razón. Cuando terminamos la carrera, los dos a la misma vez, ninguno encontró trabajo y comenzamos a preparar oposiciones. La vida del opositor no es mala si sus padres tienen dinero y están dispuestos a compartirlo, pero ese no era nuestro caso. Después del primer año de preparación comprendimos que no podíamos seguir esquilmando los pocos recursos familiares, decidimos trabajar en lo que nos saliera e intentar independizarnos para vivir juntos.

La independencia y vivir juntos era una cuestión importante para los dos. Tanto Mercedes como yo somos sexualmente bastante activos y las circunstancias familiares nos impedían normalmente ir más allá de algunos achuchones o polvos furtivos muy poco satisfactorios para ambos.

La búsqueda de trabajo no fue fácil y lo más que encontrábamos eran trabajos aburridos, penosos, con malos horarios y mal pagados. Por más que lo intentamos, en dos años no logramos pasar de ganar conjuntamente 1.200 euros al mes, lo que nos imposibilitaba lograr el objetivo de emanciparnos.

El día que Mercedes cumplió los veinticuatro años fue un día triste. Los dos estuvimos trabajando hasta las nueve de la noche y salimos tan cansados que durante la cena, que celebramos en un restaurante de medio pelo, se nos abría la boca y éramos incapaces de decirnos nada. Al terminar dejé a Mercedes en su casa. Llorando en la puerta me dijo que aquello no podía seguir así, que teníamos que pensar algo y rápido.

Ese fin de semana, al salir del cine el sábado por la noche, Mercedes había tenido una idea.

-          Trabajar para otros jamás nos permitirá salir de esta situación, así que debemos trabajar para nosotros mismos –dijo mientras tomábamos una cerveza y una tapa para matar el hambre-. Lo he pensado y lo que la sociedad necesita son mejores servicios. Como no tenemos dinero para montar ninguna empresa y contratar trabajadores, los deberemos prestar nosotros mismos. Tanto tú como yo sabemos limpiar, cocinar, planchar o cuidar niños y además tú eres un manitas para las chapuzas, puedes arreglar las pequeñas cosas estropeadas que hay en todas las casas, montar y desmontar cortinas y un montón de cosas más –estaba ilusionada con lo que decía y continuó -. Por muy mal que nos vaya podemos echar entre los dos 80 horas a la semana, que a 8 euros/hora son 640 euros semanales, es decir, unos de 2.500 euros al mes. Con ese dinero si podremos vivir juntos, aunque sea de alquiler.

Mercedes tenía razón y, además, peor no nos podía ir. Discutimos algunas cosas y yo puse algunos peros, que Mercedes me desmontó inmediatamente. Lo tenía todo bastante bien pensado. Cuando se decidía por algo y ponía todo su empeño Mercedes me gustaba especialmente y yo no podía negarle nada. Así que el mismo lunes ella se daría de baja en el trabajo, cobraba algo menos que yo, y se dedicaría a diseñar los servicios que prestaríamos y a buscar a los clientes.

En un mes Mercedes estaba trabajando en cuatro sitios y tenía otros tres apalabrados para mí, que le habían costado bastante más esfuerzo debido a ser hombre. Cuando les dije a mis padres que iba a cambiar de trabajo para dedicarme a limpiar casas y a las chapuzas, me tomaron por loco y me amenazaron con ponerme las cosas en la calle si era otra majadería mía.

A los seis meses trabajábamos 90 horas semanales entre los dos y ganábamos algo más de los 2.500 euros previstos. Los clientes estaban encantados, ya que conjuntamente podíamos resolverles un montón cosas, desde las más sencillas de hacer la casa, llevar los niños al colegio o cuidarles los niños por la tarde, hasta las, supuestamente, más complejas como hacerles gestiones en la calle, ayudarles a montar cortinas o los endemoniados muebles del IKEA.

La decisión de emanciparnos la tomó Mercedes, después de un desagradable incidente una tarde en su casa. Como seguíamos con nuestros problemas de sitio para tener relaciones sexuales, un día me dijo que sus padres se iban a una boda el sábado siguiente, que la boda duraría hasta las tantas y que podríamos aprovechar, ya que no habría nadie en su casa, para darnos un buen revolcón.

Los padres de Mercedes creían que su niña era una santa y yo un bribón que trataba de aprovecharse de su inocencia, por lo que no podían tragarme y utilizaban cualquier oportunidad para demostrármelo.

A las siete de la tarde del sábado me presenté en su casa para cumplir el tan deseado objetivo. Mercedes dijo que sus padres no volverían por lo menos hasta las dos de la madrugada, con lo que teníamos unas cuantas horas por delante para jugar a los juegos de los mayores. Nos metimos en su habitación y muy sensualmente me dijo que eligiera de entre su ropa interior la que más me gustase verle puesta. En mi casa éramos tres hermanos, con lo que aquello me pareció una orgía de bragas y sostenes, totalmente desconocida. Me demoré largo tiempo en mirar y al final elegí un conjunto de formas muy provocativas con figuritas de las novias de Michey y del pato Donald. Mercedes, puso música y dijo que me sentara en la cama y observase. Se fue desnudando muy lentamente, hasta que se quedó como había venido al mundo, pero bastante más crecidita. Mercedes, además de ser una morena guapa, tenía un cuerpo precioso: alta, buena figura, tetas generosas, culito en forma de pera y bonitas piernas. Después de unas cuantas vueltas desnuda, se puso el conjunto que yo había elegido, le sentaba de maravilla, y con cara de inocencia preguntó si tenía algún caramelo para ella, mientras me echaba mano a la entrepierna. Se arrodilló entre mis piernas, me sacó la polla, que estaba a punto de reventar, y se puso a chupármela. Cuando estaba en la cima de la gloria, me caí con todo el equipo: se abrió la puerta y apareció su madre que se puso a chillar como una energúmena y a insultarme como un camionero. Al parecer, la boda se había suspendido por ausencia de la novia, que se había arrepentido en el último momento. ¡Joder, que falta de seriedad! Como pude guardé el mandado y salí de la casa corriendo entre insultos de la madre y golpes del padre.

El incidente supuso la salida inmediata de Mercedes de su casa. Buscamos urgentemente un piso de alquiler y encontramos uno céntrico, pequeño y amueblado por 800 euros. Yo me despedí de mi casa entre vítores de mis padres y de mis hermanos, que me ayudaron a recoger mis cosas para evitar que me arrepintiera. Tonto de mí, que creía que la familia se apenaría por la marcha de uno de sus miembros.

La vida de pareja con Mercedes era fantástica. Por suerte el piso que alquilamos no tenía televisión y hacíamos el amor todas las noches después de cenar y algunas mañanas antes de desayunar, tomándonos todo el tiempo necesario. Lo malo fueron las facturas de la luz, el agua, el gas y el teléfono y los gastos de comida, ropa, y demás cosas imprescindibles, que hasta entonces teníamos subvencionados. En definitiva, a los dos meses nos dimos cuenta que lo que ganábamos se iba directamente a los pagos y el resultado económico familiar era, en el mejor de los casos, cero, por más que nos apretásemos.

Después de varios meses deslomados y sin una perra, Mercedes dijo una noche que estábamos trabajando para el propietario del apartamento y que además no podíamos seguir así mucho tiempo: trabajando 45 horas a la semana cada uno, para no poder cenar ni un día en la calle; había que pensar algo. Cuando se trataba de pensar en la pareja, yo se lo dejaba a ella, pues lo que ella decidía a mí me parecía bien y lo que yo proponía, a ella le parecía una tontería. A los pocos días dijo que la solución estaba en prestar otros servicios más valorados, pero que a ella no se le ocurría ninguno. Quedamos en pensarlos por separado, a ver que se nos ocurría. A lo largo de varias noches hicimos el esfuerzo de pensarlos, sin ningún resultado positivo, hasta que por fin a Mercedes se le encendió la bombillita de la cabeza y gritó una noche:

-          ¡Preguntemos a los clientes! Tenemos algunos buenos clientes, con la cabeza bastante despejada para los negocios. ¿Por qué no preguntarles a ellos directamente, que otros servicios echan en falta y valorarían especialmente?

Me pareció una gran idea: realizar una pequeña encuesta de mercado entre nuestros mejores clientes; ellos nos podrían dar la mejor solución sobre sus necesidades. Seguimos hablando para dilucidar cual debería ser la muestra y acordamos tres: Antonia y Carlos, una pareja de profesionales de cuarenta y tantos años con un crío de cinco, que, aparentemente, no tenían problemas económicos, y a cuya casa iba Mercedes dos veces por semana; Luís, un soltero que no cumplía ya los cuarenta, ejecutivo de una importante empresa nacional, a cuya casa también iba Mercedes dos ratos a la semana; y Verónica, una mujer soltera de treinta y tantos, directora de una agencia bancaria, a la  que además de la casa, yo le resolvía todas las chapuzas y gestiones que no podía realizar por su trabajo. Con los tres clientes teníamos buenas relaciones y nos valoraban especialmente. A lo largo de la siguiente semana deberíamos aprovechar la ocasión que se terciara y preguntarles sobre los servicios que deseaban, que no tenían solucionados y cuya satisfacción apreciarían especialmente.

Por casualidad fui yo el primero en poder contactar con la muestra, pues a los dos días Verónica estaba en su casa cuando llegué para hacer la limpieza y arreglar unos enchufes que no funcionaban. Tras una conversación de cortesía la abordé.

-          Mi novia y yo salimos muy justos todos los meses, pese a matarnos a trabajar, y hablando, hablando, nos preguntamos que otros servicios podíamos prestar a nuestros clientes, que éstos necesitaran especialmente y tuvieran un mayor valor añadido. Como no se nos ocurría ninguno, decidimos trasladar la pregunta directamente a los clientes, por si había suerte.

Verónica se quedó callada un rato y al final dijo:

-          SPA.

-          ¿Cómo? ¿SPA? ¿Qué es eso?

-          Servicios Personales Avanzados, SPA –y continuó-: Mira, los servicios personales normales no tienen ningún valor añadido; hoy haces tú la limpieza o arreglas los enchufes y mañana lo hace cualquier otro enviado por una empresa y a mí me da lo mismo. El valor de esos servicios lo pone la competencia entre quienes los prestan. Una empresa de servicios que contrate rumanos por dos duros, los prestará más baratos que tú, y yo cambiaré de contratado. No hay problemas, ese es el mercado de los servicios generales. Sin embargo, si esos servicios son avanzados, Servicios Personales Avanzados, ya no me será tan fácil acudir a las Páginas Amarillas y contratarlos, los valoraré sustancialmente más y no podré cambiar con facilidad a quién me los preste –concluyó y cogió el bolso para marcharse-.

-          Perdona Verónica que te entretenga, pero es que no entiendo lo que me dices. No se cuales son esos servicios –pregunté azorado por mis pocas entendederas-.

-          Vamos a ver, te lo voy a decir más claro ya que nos conocemos desde hace meses y me pareces un chico muy simpático. Yo soy una mujer sola que, aun cuando me conserve estupendamente, no voy a cumplir los cuarenta. Mi actividad profesional me ocupa la mayor parte del día y al salir del trabajo no tengo ganas de quedar con cincuentones y sesentones, que lo que quieren es que les escuche la tabarra y, en el fondo, que los cuide cuando se lo hagan en los pantalones. Tampoco me apetece salir con las cacatúas de mis amigas todos los viernes a cenar y menos irme con alguna de viaje, para que me cuente su vida que, en definitiva, es tan aburrida como la mía. Por eso, yo estaría dispuesta a pagar bien a alguien como tú, que te conozco y que entras en mi casa, para que me acompañara a cenar algunos fines de semana o a algunos viajes. Y si se pusiera a tiro y nos apeteciera a los dos, pues hiciéramos otras cosas. A eso llamo yo Servicios Personales Avanzados, SPA –me había quedado absolutamente de piedra. Verónica me estaba diciendo que estaba dispuesta a contratarme para cenar, ir de vacaciones o follar y que por esos servicios estaría dispuesta a pagar bastante más que por deslomarme limpiándole la casa-. Yo te pago 9 euros la hora por los servicios del hogar –continúo de inmediato Verónica- y, sin embargo, por los Servicios Personales Avanzados, podría pagarte mucho más, según cómo fueran de personales esos servicios. Piénsatelo –dijo por último, me dio un beso en la mejilla y se fue-.

Estuve todo el día dándole vueltas a la conversación. En casa por la noche mientras preparábamos la cena, Mercedes me dijo que había hablado con Luís, pero que no sabía si contarme lo que le había contestado. Yo pensé lo mismo respecto a la conversación que había mantenido con Verónica y la animé a hablar. Nos sentamos ya en la mesa para cenar y dijo:

-          Hoy cuando me marchaba de casa de Luís, llegó él más temprano de lo habitual y como habíamos quedado el otro día, le pregunté sobre qué otros servicios podíamos prestar que fuesen necesarios. ¿Y sabes que me contestó? –Preguntó retóricamente-.

-          Pues no –le contesté-.

-          SPA -¡No me lo podía creer!-

-          ¿Cómo? –Pregunté, no queriendo entender lo que había oído perfectamente-.

-          SPA –repitió Mercedes-.

-          Ya, Servicios Personales Avanzados, SPA –le completé-.

Mercedes resumió la conversación que había tenido con Luís, que era un calco de la que yo había mantenido, también esa mañana, con Verónica. Cuando terminó, le conté la mía. Al concluir, nos quedamos los dos callados sin saber que decir. Al rato, Mercedes dijo que hablaría con Antonia en cuanto pudiese para tener otra opinión. En todo caso, decidimos seguir prestando, por el momento, nuestros servicios habituales tanto a Verónica como a Luís.

El viernes, pasados tres días llegué a casa más tarde que Mercedes, pues había tenido una sesión de montaje de muebles de IKEA, que se había prolongado más de la cuenta. Mercedes estaba sentada en el sofá muy pensativa y me saludó distante.

-          ¿Te pasa algo? –Le pregunté y me senté junto a ella-.

-          He hablado con Antonia.

-          ¿Y qué tal?

-          SPA –me contestó-.

-          ¿También? Cuéntame con detalle –la presioné-.

Mercedes me contó que se había quedado un rato más en la casa, con cualquier excusa, esperando a que Antonia llegase. Cuando llegó le comentó la cuestión con mucho cuidado, evitando cualquier malentendido en la pregunta. Antonia se había quedado pensativa y al rato le contestó: SPA. Mercedes, más muerta que viva según ella, le preguntó qué era eso de SPA, a lo que Antonia le contestó con la frase de rigor: Servicios Personales Avanzados, SPA. Y luego siguió textualmente:

-          “Verás Mercedes, hay servicios personales que no se pueden buscar por ahí, aun cuando se puedan encontrar. Carlos, mi marido, y yo somos muy activos sexualmente y algunas veces nos da miedo adocenarnos y, tras quince años juntos, entrar en el tedio. Algunas veces nos hemos planteado buscar otras personas para hacer cosas divertidas, tú ya me entiendes, pero no queremos hacerlo con conocidos, ni acudir a sitios en los que no sabes lo que te vas a encontrar. Sin embargo, pienso que sería posible hacerlo contigo y con tu novio, el que ha venido algunas veces a arreglar cosas, que, como tu, parece alguien muy educado y con muy buena facha. A eso me refiero con Servicios Personales Avanzados. Como comprenderás, esos servicios no se pueden solicitar a cualquiera. Os conocemos y nos conocéis, somos adultos y ayudaríais  a nuestro matrimonio con esos servicios avanzados.”

Dejamos esa noche el asunto, con la idea de meditarlo y hablarlo durante el fin de semana. Como siempre, Mercedes tomó la iniciativa y al día siguiente cuando nos acostamos dijo:

-          Lo he estado pensando mucho y creo que, si tú quieres, deberíamos prestar esos servicios que nos demandan. Nosotros somos una pareja liberal e individualmente fogosos. Conocemos a los clientes y posiblemente podríamos tener un lío con cualquiera de ellos, si no fuésemos pareja. Algunas veces me has comentado lo rica que está Verónica, pese a sus años o yo te he dicho lo interesante que parecía Luis o también hemos comentado que deberíamos probar con alguien más en la cama. Esta es la oportunidad de hacerlo, prestar unos servicios especiales a nuestros clientes y además mejorar nuestra situación económica. ¿Qué hay de malo en hacerlo? -Mercedes lo había decidido ya y a mí me parecía bien su decisión. Siguió-: Para evitar problemas de celos, aunque se trate de servicios profesionales, comenzaremos con Antonia y Carlos y así veremos como va el asunto.

Hicimos el amor bromeando sobre los clientes y sobre lo bien que nos lo íbamos a pasar trabajando a partir de ahora.

El miércoles de la semana siguiente, Mercedes me dijo por la noche que habíamos quedado a cenar el sábado con Antonia y Carlos.

 

ANTONIA Y CARLOS.

(La versión de Antonia).

Cuando le comenté a Carlos la conversación que había mantenido con Mercedes, me dijo que había perdido la cabeza y que en vez de hacer una cama redonda, íbamos a tener que hacer la cama a partir de ahora. Cosas de Carlos. Después de la broma, dijo:

-          Yo por mí estoy encantado y sobre todo encantado de que lo hayas pensado, pero veo muy difícil que ellos tengan la misma idea. Una lastima, por que Mercedes está para hacerle un favor, mejorando lo presente.

Nuestra vida sexual era buena, con sus altos y con sus bajos, como todo el mundo, y alguna vez habíamos comentado que nos gustaría hacerlo con alguien más, pero una cosa es decir y otra hacer. Me horrorizaba que pudiésemos caer en el aburrimiento, en el tedio o en la falta de deseo mutuo. Por eso, cuando Mercedes me comentó el tema ese de posibles nuevos servicios, le eché cara y se lo zampé. Mi sorpresa fue cuando el miércoles a mediodía, al llegar a casa del estudio, Mercedes me estaba esperando para decirme que estaban de acuerdo. Cuando terminamos de cerrar los detalles Mercedes se fue, cruzándose con Carlos en la puerta que la miró entre sorprendido y expectante.  Mientras se echaba una copa de manzanilla dijo:

-          ¿Voy a hacer la cama mientras tú fríes las patatas?

-          Si, pero hazla bien grande, como para que quepan cuatro –le contesté-.

Se derramó la manzanilla encima mientras no paraba de insistir en que le contara más, lo que por supuesto no hice.

Había dado con Mercedes a través del Cambalache Digital hacía poco más de un año. En ese tiempo se había convertido más en una amiga que en una ayudante en la casa. El nene la adoraba y Carlos, que la habría visto dos veces, la ponía por las nubes tanto por la plancha como por la comida, sin cortarse en decir alguna vez lo rica que estaba y que si me descuidaba me iba a cambiar por ella.

Durante la cena, por fin le dije a Carlos que no quedase con nadie el sábado por la noche y que para entonces se cortase las uñas de los pies, que el resto ya estaba resuelto. Carlos no podía creérselo.

Reservé mesa para cuatro en un restaurante de pescados y mariscos cerca de casa y encajé al niño con la prima de Carlos, bajo la excusa de que estábamos invitados a una cena de trabajo. Me arreglé, tanto por dentro como por fuera, y a las nueve menos cuarto salimos para el restaurante. Estábamos los dos nerviosos y yo sabía que nos tocaría a Mercedes y a mí dar el salto de la cena y la copa, a la cama.

Mercedes y su novio llegaron a los pocos minutos de estar nosotros en la barra esperando. Ella venía muy guapa con una falda ajustada y un blusa marcando escote. Su novio estaba francamente bien: alto, moreno, guapetón y un culito respingón, marcado por los pantalones ajustados que llevaba. Nos sentamos en la mesa y mientras cenamos la conversión fue cordial, animada y participativa. Yo me daba cuenta que Carlos miraba de vez en cuando el escote de Mercedes y que su novio me miraba de reojo con bastante agrado. Después de los postres, me levanté para ir al servicio y Mercedes me acompañó. Entramos las dos, no había nadie más dentro. Al lavarme las manos le dije a Mercedes que estaba muy guapa, piropo que ella me contestó con un beso en los labios. Al salir, Carlos había pagado la cuenta y yo dije que fuéramos a casa a tomar una copa.

Nos sentamos en el salón y Carlos se encargó de servir las copas. La conversación se mantuvo tranquila hasta que comenzamos a hablar de ropa, entonces Mercedes dijo que le encantaba la ropa interior que yo tenía y que algunas veces, al guardarla, había estado tentada de probársela, para ver como le sentaba a ella.

-          Ya sabes que puedes disponer de ella cuando quieras, pero es de lo más normal –dije yo-.

-          Que va Antonia, tienes cosas de lo más sensuales, que te deben sentar maravillosamente.

-          Bueno, dime cuales crees que son tan sensuales y que los hombres juzguen –nos levantamos las dos y fuimos al dormitorio. Allí nos volvimos a besar, mientras ella escogía para mí y yo para ella. Cuando nos desnudamos para probarnos admiré el cuerpo de Mercedes, era preciosa y se lo dije. Ella elogió mis tetas y mis piernas. Cuando íbamos a salir en ropa interior, ella me susurró-:

-          Estoy mojada y caliente. Creo que ha sido una idea estupenda.

Desde el pasillo le dije a Carlos que pusiera una música adecuada para un pase de modelos y al minuto salimos al salón. A los dos se les descolgó la cara cuando nos vieron, dimos un par de vueltas para lucirnos y nos sentamos en el respaldo del sofá donde ellos estaban. Mercedes al lado de Carlos y yo al lado de su novio.

-          ¿Qué opináis? ¿Es o no sensual la ropa interior de Antonia? –Diciendo esto se levantó y volvió a darse dos vueltas por la habitación, para terminar sentándose en el sofá al lado de Carlos y besándolo. Yo mientras había comenzado a tocarle el pelo a su novio y a acariciarle el pecho, que llevaba depilado-.

Las sensaciones bullían en mi cabeza y en mi entrepierna. El novio de Mercedes había recostado su cabeza en mi cadera y con los ojos cerrados se dejaba hacer. Mercedes se volvió a levantar y tiró de mí para que me levantase también. Las dos de pie y abrazadas nos besamos largamente. Me gustaba mucho besar y tocar a Mercedes. Estaba muy caliente. Sentía sus tetas contra las mías, apretadas, confundidas, y la suavidad de las medias que enfundaban sus muslos contra los míos desnudos. El novio de Mercedes se levantó y me abrazó por detrás, haciéndome notar su polla dura en mi culo. Carlos, después de mirar un rato, vino hacia nosotras y abrazándonos metió su lengua en el beso que Mercedes y yo nos dábamos. Deje a Mercedes besándose con Carlos y me giré hacia su novio, que después de besarme en la boca, fue besándome el cuello y el pecho, hasta llegar a las tetas. Yo le eché mano a la entrepierna, le bajé la cremallera del pantalón y metí la mano. Tenía una polla grande y estaba dura como un leño. Pasamos así un buen rato, hasta que él me sentó en el respaldo del sofá, se puso de rodillas entre mis piernas y comenzó a comerme los muslos, acercándose al coño, que yo tenía ya empapado. Reparé entonces en que Carlos estaba al lado, de pié, besándose con Mercedes, que ya no tenía sujetador, pero que si tenía su polla en la mano y la movía suavemente. Sin moverme, agarré por la cintura a Mercedes y la atraje hacía mí para que me besara, ocasión que Carlos aprovechó para ponerse detrás de ella y restregarle el nabo por el culo.

-          Desnudémoslos –me dijo Mercedes al oído-.

Así lo hicimos. Yo desnude a su novio, lentamente, mientras iba besando todo su cuerpo y Mercedes hizo lo mismo con Carlos. Cuando ya estaban completamente desnudos, Mercedes los cogió a los dos por la polla, se arrodillo y comenzó a chuparlas. Yo hice lo mismo frente a Mercedes y nos besamos con las pollas por enmedio. Al rato Mercedes se puso de pie dejándome las pollas para mí sola y los tres se fundieron en un beso. Estaba caliente como no lo había estado en mi vida. Carlos me quitó el sujetador, arrodilló a Mercedes junto a mí y fue pasando su polla por las tetas de las dos, dándonos golpes con ella en los pezones. Mercedes no pudo más, se levantó, agarró a Carlos, se tumbó en la mesa nueva de comedor y le dijo que la follase. Carlos le quitó las bragas, que olió con deleite y en vez de follarla le fue pasando la polla por su coño depilado. Yo me quité las bragas, agarré al novio de Mercedes, me apoyé en la mesa, al lado de Mercedes, para poder besarle las tetas y le ofrecí el culo para que hiciera lo que quisiera. Me folló, por cierto muy bien, mientras yo movía el culo todo lo que podía y le daba fuertes cachetes en el suyo a Carlos. Mercedes se corrió gritando y diciéndole a Carlos que no se la sacara, que siguiera, que quería otro. Carlos aguantó algo más, pero no mucho y se corrió sobre el vientre de Mercedes. Yo me corrí, mientras recogía con la lengua su semen y chupaba a Mercedes y su novio se corrió sobre mi culo.

Los hombres se tiraron exhaustos sobre el sofá. Yo levanté a Mercedes y la abracé acercándole la mano a su coño y acercándome la suya al mío. Nos volvimos a correr, mientras el novio de Mercedes, bastante más joven que Carlos, se hacía una paja y se corría otra vez a la misma vez que nosotras.

Carlos se ducho con Mercedes y yo con su novio, cada uno en un baño. Según me contó Carlos más tarde, en la ducha volvió a follar con Mercedes hasta correrse otra vez. Yo entonces, con un besito en la mejilla, le contesté que en casa nunca tomaba una segunda taza. Cuando salimos de la ducha eran casi las cuatro de la madrugada. Carlos cortó un poco de jamón, nos bebimos una botella de buen tinto y nos despedimos con un hasta pronto, que se ha venido cumpliendo regularmente cada dos o tres meses..

(La versión de Carlos).

Por supuesto que echamos un polvo en la ducha Mercedes y yo, diga lo que diga Antonia.

Cuando nos despertamos eran casi las dos de la tarde y ambos estábamos todavía calientes de la noche anterior, así que echamos uno rápido antes de comentar lo sucedido. Además de divertirnos, nuestra relación había salido fortalecida y sólo con pensar en que quedaríamos con ellos otro día nos daban a los dos ganas de entrenar.

El siguiente cliente en demandar nuestros servicios, bueno los de Mercedes en exclusiva, fue Luís a los pocos días de la primera noche con Antonia y Carlos.

LUÍS Y LOS CALENTITOS.

(La versión de Luís).

Comprendo que pueda resultar extraño, pero en cuestión de sexo cada uno tiene sus manías y la mía, además de no ser de las más raras, no hacía daño nadie. No se rían, pero antes de follar tenía que comerme un papelón de calentitos. Gracias a Dios, tiempo antes había conseguido quitarme otras manías mucho más desagradables previas al acto sexual, como era tener que escuchar canciones de Aute, al menos durante una hora.

Yo responsabilizaba de esta manía a una aventura que me sucedió con unas chicas, su profesora y una número de la Guardia Civil en el verano del ’77, que creo que ya les  he contado.

Cuando Mercedes me comentó, cierto tiempo después de una primera conversación que tuvimos sobre la mejora de la situación profesional suya y de su novio, que finalmente habían decidido prestar Servicios Personales Avanzados, inmediatamente le comenté que deseaba encargarle uno.

Como hombre discreto y educado no puedo hablar de los servicios, pero debo decir que quedé plenamente satisfecho de ellos desde la primera vez y que durante casi un año me los siguió prestando algunos domingos de cada mes, hasta que por una serie de casualidades logró quitarme la manía. Pero eso es ya otra historia.

(La versión de Mercedes).

Cuando le comuniqué a Luís que Juan y yo habíamos decidido prestar Servicios Personales Avanzados, no me dejó concluir para decirme que quería encargarme uno muy importante para él.

Al parecer, hacía veintitantos años tuvo su primera experiencia sexual y que esta se desarrolló de forma bastante compleja, hasta el punto que le había dejado como secuelas unas manías que le impedían tener unas relaciones sexuales normales, aunque a decir verdad, ello se debía también, en gran parte, a su carácter tímido y retraído.

Después de insistirme en que no me riera de la situación, me pidió que fuera a su casa el domingo siguiente a las nueve y media de la mañana, él no estaría a esa hora, sino que llegaría poco después. Yo debía esperarle vestida con una ropa que él me dejaría preparada, el resto dependería de lo que a ambos libremente nos apeteciera en ese momento.

Al llegar a casa le conté a Juan la demanda de Servicios Personales Avanzados que me había hecho Luís. No le hizo mucha gracia, pero comprendió que entre nosotros no podía fallar la confianza, si nos íbamos a dedicar a este nuevo trabajo. 

El domingo me levanté temprano, me arreglé y a las nueve y media en punto estaba entrando en casa de Luís no sin bastante nervios por lo que podría encontrarme. Encima de su cama me había dejado un albornoz, un sujetador y una braguita de color rojo, unas medias negras y unos zapatos de tacón. El sujetador estaba formado por dos triángulos mínimos, que a duras penas podrían cubrirme no ya las tetas, sino los pezones, sujetos por un elástico negro al cuello y a la espalda, la braguita era un triángulo muy apuntado hacia el chocho, también con su elástico negro a la cadera, las medias parecían bastante estrechas y no necesitaban liguero y, por último, los zapatos eran negros con unos tacones como zancos.

Me desnudé, guardé mi ropa en el armario y comencé a ponerme la que me había dejado Luís. Conforme me vestía, me estaba poniendo cada vez más cachonda. Ya he dicho que sexualmente soy bastante activa y liberal, por lo que poder darme una alegría con Luís estaba empezando a gustarme. Cuando me puse el albornoz tuve que secarme el chocho, que estaba ya empapado.

Una vez vestida, si así se le puede llamar a ponerme lo que Luís me había dejado, fui hacia el salón y me senté en el sofá a esperar, hojeando un libro que había sobre la mesa: “La influencia de Luís Eduardo Aute en la música contemporánea española. Un análisis histórico, político y musical”. He de confesar que ver aquel libro me produjo cierto desasosiego sobre el carácter Luís, el dueño de la casa, no Aute, que siempre me había parecido un autentico coñazo, además de un triste de cojones.

A los pocos minutos llamaron a la puerta. Era Luís, que había tenido la deferencia de llamar para no sorprenderme. Traía una bolsa de plástico en la mano. Me dio las gracias por haber venido y me pidió que me sentara en la mesa de comedor mientras él se ponía cómodo y preparaba el desayuno.

En segundos apareció con una bandeja en la que había una chocolatera, dos tazas y un plato con un papelón de churros como para un regimiento. Dispuso unos mantelitos en la mesa, sirvió el chocolate y me ofreció unos churros. He de decir que los churros me gustan, pero que me sientan como un tiro, así que me serví sólo un par de ellos. Mientras Luís disertaba nerviosa y largamente sobre la calidad de los calentitos, los clasificaba de forma científica y enunciaba los muchos nombres con que eran conocidos en la geografía española, pensé que o daba yo el primer paso o quedaba conversación sobre churros para todo el día.

Me levanté con la excusa de ir a beber y fui hacia la cocina. Allí me quité el albornoz y me ajuste la ropa interior para volver al salón. Estaba nerviosa por el paso que estaba dando, pero muy segura de mi misma vestida o desvestida de aquella manera, según se mirase. Cuando volví al salón me quedé de pié en la puerta hasta que Luís levantó la mirada del chocolate en que seguía mojando los churros. Se quedó encandilado, sin poder cerrar ni los ojos ni la boca, hasta que le cayeron sobre la camisa varias gotas del chocolate que colgaba del churro.

-          Por favor, no te muevas –fue lo único que finalmente acertó a decir, permaneciendo después todavía un buen rato observándome en silencio-.

Sentirme observada y deseada por Luís me gustaba. Desde que lo conocí, hacía ya más de un año, me había resultado atractivo. Llevaba bastante bien sus más de cuarenta años y si no era guapo, si era un hombre educado e interesante, que hasta ese día hubiera jurado que nunca me había mirado con el más mínimo deseo.

-          Porqué no dejas ya los churros, que te vas a poner malo. Mira como te has puesto –le dije acercándome a él, señalando las manchas en la camisa-.

-          ¡Vaya que torpe¡ Perdona pero me he quedado obnubilado al verte así de guapa –dijo levantándose de la mesa y dejando al descubierto un bulto como un puño bajo la entrepierna de los pantalones-.

-          Quítate la camisa que te vas a quemar con el chocolate –le dije mientras se la desabotonaba. Fue tocarle y se corrió bajo los pantalones igual que un adolescente-.

Se volvió todo vergüenza y excusas que intentaban atropelladamente justificar lo sucedido, insistiendo que no es que sufriera de eyaculación precoz, sino que llevaba años sin estar con una mujer y que mi imagen le había dejado impactado. Le besé en la boca y cogiéndolo de la mano lo llevé hasta el baño, donde después de desnudarlo lo metí en la ducha y lo lavé lentamente. Me gustaba controlar la situación tratándolo como a un niño grande que se dejaba hacer, sin oponer resistencia a nada. Al secarlo tenía otra vez el nabo como un leño. Era grueso y largo, un fantástico juguete para cualquier mujer, incluida yo.

-          ¿Quieres que lo hagamos? –Me preguntó al oído-.

-          ¿Hacer qué? –Le respondí para desconcertarlo y hacerle sentir que allí mandaba yo.

Se puso rojo como un tomate y volvió a deshacerse en un millón de excusas, hasta que le cogí el nabo con la mano y empecé a sobárselo muy despacio. Su cara cambió a un agradecimiento infinito, que me enterneció y me hizo prometerme que tenía que ayudarlo a salir de ese cúmulo de problemas en que se encontraba, para que siendo un hombre atractivo e interesante, no pudiera relacionarse normalmente con las mujeres. Pero eso sería más tarde, porque ahora, con las tonterías, me había puesto como una moto.

Salimos del baño y lo llevé a su dormitorio, dejándolo boca arriba en la cama. Me subí encima de él y poniéndole el coño en la boca, empecé a comerme su polla con auténtico placer. La tenía dura como un leño, con una cabeza prominente, colorada como el rubí, y soltando líquido pre seminal como un grifo abierto. Me comía el coño como si quisiera gastarlo, con fuertes lametones y haciendo ruidos como un niño con un polo. Me estaba matando a lengüetazos y se lo dije:

-          Luís, si sigues así me voy a correr y soy muy escandalosa.

-          Eso es lo que quiero, que te corras en mi boca y seguir lamiéndote.

Dicho y hecho me corrí gritando y soltando jugos que notaba como me caían por los muslos, pese a que Luís hacía todo lo posible por sorberlos. Me dejé caer a un lado tratando de recobrar el aliento, mientras él se colocaba a mi lado y me besaba en la boca. Podía saborear el gusto de mis jugos en su boca y en la mía.

-          Además de una polla impresionante, tienes una lengua insuperable. –Le dije entrecortadamente, tratando de reponerme-.

-          Tú sí que tienes un coño impresionante, bueno, y unas tetas y un culo y una boca y un todo.

-          No sé si podré correrme otra vez para acompañarte, no siempre lo consigo.

-          Déjalo de mi cuenta. –No cabía duda de que se le había subido la moral y la confianza-.

Siguió besándome en la boca, hasta que fue descendiendo por el cuello para quedarse chupando mis pezones, mientras me amasaba las tetas con dulzura.

Cuando percibió que estaba repuesta, se incorporó, colocó la cabeza de su polla en mi chocho y fue empujando lentamente, como si fuera hacerme daño. Si hubiera estado seca, podría ser, pero estaba empapada, así que entró entera sin el más mínimo problema. Sentía el calor de sus huevos sobre mi ojete, pero sobre todo los sentí cuando empezó un mete-saca cada vez más rápido y más fuerte. Era un placer sentir aquella polla llenándome. Al cabo del rato la sacó y me la dio a chupar. Otra vez saboreé mis propios jugos. Me puso a cuatro patas sobre el borde de la cama, se levantó y me la metió otra vez. Ahora podía sentir su polla dentro de mí todavía mejor. A la misma vez que me amasaba las tetas, ya menos dulcemente, me sobaba el clítoris con una determinación, que otra vez me estaba volviendo loca.

-          Luís, que voy a por el segundo y me voy a agotar del todo.

-          Yo también estoy cerca del segundo, avísame y nos corremos a la vez.

-          ¡Ahora, ahora, ahora,…! –Diciéndolo volví a correrme y a caer como muerta en la cama. Luís me la sacó, me dio la vuelta y se corrió a grandes chorros sobre mis tetas y mi vientre entre aullidos-.

Cuando nos repusimos volvimos a ducharnos, pero ya sólo con caricias de cariño. Yo no estaba para nada más. Efectivamente, pude comprobar que no sufría de eyaculación precoz. Fue un polvo largo y gustoso, del que francamente los dos quedamos muy contentos.

Con mucho tacto, y a lo largo de varios meses, logré que me contara completa la historia de lo que le había sucedido en su primera vez, historia que, por otra parte, me resultó más divertida que tremenda, como para que se quedase tan tocado de ella.

 

Cuando Mercedes volvió a casa le había preparado para comer una paella que estaba para chuparse los dedos. Así que después de degustarla se chupó los dedos y me chupó a mí alguna cosa más.

Los Servicios Personales Avanzados habían sido todo un descubrimiento y no sólo económico, pero Mercedes era una jefa bastante exigente y a los pocos días me dijo que tenía que ofrecerlos mejor, que el peso de la casa y de la empresa no podía depender sólo de ella.

Afortunadamente, al poco tiempo, un día que estaba terminando las tareas en casa de Verónica, ésta se presentó antes de lo habitual y me preguntó directamente si habíamos pensado aquella cuestión de los Servicios Personales Avanzados. Vi el cielo abierto con la pregunta y le respondí afirmativamente, preguntándole con algo de vergüenza si ella necesitaba alguno.

-          He quedado en pasar un fin de semana con dos buenas amigas que no veo hace mucho tiempo –respondió Verónica inmediatamente- y estoy harta de que me tomen por la sosa del grupo, la que tiene menos éxito con los hombres, la que se quedó solterita. ¡Vamos como si a ellas les hubiera ido bien en sus matrimonios, con los soplagaitas que se casaron! Así que he pensado una pequeña maldad que las ponga en su sitio, pero me hace falta tu ayuda, si quieres claro.

Le avancé que por supuesto quería y le pedí más detalles sobre la maldad en que había pensado.

-          Lo que quiero es que vayas por separado al hotel donde hemos quedado y que allí ligues conmigo para pasearte bien ante sus narices. –Menos mal que eran amigas suyas, si llegan a ser enemigas me manda darles una paliza-. Hemos quedado en un hotel de Almería, de Vera creo exactamente. Vamos a ir a todo plan, ellas con el dinero que les han sacado a sus “ex” y yo estoy dispuesta a endeudarme hasta las cejas para darles en las narices. Yo no entiendo de ligues ni de tonterías, así que tú debes prepararte el papel y te advierto que debe quedar convincente, pues éstas son dos lagartas de mucho cuidado.

UN FIN DE SEMANA CON VERÓNICA, MARÍA Y LOLA Y ADEMÁS UNA SORPRESA.

(La versión de Verónica).

No fui a trabajar el viernes para llegar temprano al hotel y conocerlo antes que de que llegaran María y Lola, que seguro vendrían juntas. Cuando abrí la habitación y deje mis cosas me entraron los nervios. Creo que llegué a arrepentirme de haber preparado el montaje, pero ya estaba en marcha e íntimamente no quería pararlo. Le había dado a Juan completa libertad para que lo plantease, convencida de que los jóvenes de ahora sabían mucho más que yo de ligues y de líos.

María, Lola y yo éramos buenas amigas desde el colegio, pero la vida nos había llevado por caminos diferentes. Yo me había refugiado en la vida profesional, donde me sentía mucho más segura que en la vida personal, mientras que ellas dos se habían casado muy jóvenes con buenos partidos, para divorciarse ambas también al cabo de pocos años, quedándose con el riñón bien cubierto y no habiendo pegado un palo al agua en toda su vida.

Estaba harta de que cada vez que nos veíamos o hablábamos por teléfono me contasen sus mil y una aventuras, para después preguntarme, entre la pena y la mala leche, como me iba la vida sentimental, a lo que yo respondía siempre: “ni bien ni mal, no tengo”.

Las tres nos conservábamos bastante bien para tener los cuarenta cumplidos. Yo por que tengo un cuerpo agradecido y ellas por que estaban más retocadas que un cuadro de Velázquez.

A eso de las ocho de la tarde, después de haber dado una vuelta por el hotel y los alrededores, estaba descansando en la habitación cuando María me llamó al móvil. Acababan de llegar, iban a dejar el equipaje y a arreglarse, nos veríamos a las nueve en la cafetería del hotel y ya pensábamos donde cenar.

Los nervios regresaron. No sabía nada de Juan. Él había quedado en que me localizaría en el hotel por su cuenta y si había algún problema para ello, me llamaría.

A las nueve menos cinco, vestida con un elegante y escotado traje rojo, llegué a la cafetería, que estaba bastante llena. A los pocos minutos llegaron María y Lola. Como siempre venían muy guapas luciendo el palmito que todavía tenían, más María que Lola, que estaba siempre luchando con la báscula, aunque en esa época era ella la que iba ganando la batalla. Nos saludamos, se sentaron en la mesa que yo ocupaba y, como siempre, comenzaron a contar sus historias y a preguntar por las mías. Me alegré de haber preparado el montaje y supliqué que saliera bien para darle en los morros a las dos.

Cinco minutos después llegó Juan, realmente guapo por cierto,  acompañado de una chica muy atractiva y vestida de forma más que provocativa, no sé si con una minifalda o una maxibraga y una camiseta, sin sujetador, que dejaba ver unos pechos envidiables para cualquier mujer. Las tres nos quedamos mirando a la pareja. Comprobé por sus comentarios que ambos habían impactado a mis amigas y que no les hubiera importado montárselo con uno o con otra. Había olvidado decir que tanto María como Lola seguían dándole a los dos lados, aunque preferían el palo al hoyo.

Decidimos ir a cenar a un sitio en un pueblo próximo ya que, dadas las circunstancias, nos había hecho gracia el nombre: “Las chirlas”. Llegamos sobre las diez, estaba casi vacío, al parecer los lugareños no eran muy amigos de las almejas o al menos no lo eran en ese lugar. A los pocos minutos llegaron Juan y su acompañante, compañía que mis amigas y sobre todo yo apreciamos en su justa medida. La cena se desarrolló sin mayores novedades, hasta que cerca de la medianoche, Juan se acercó a nuestra mesa, que junto con la suya era ya la única ocupada, y dirigiéndose a mí, solicitó ayuda para su acompañante, a la que parecía le habían sentado mal el marisco, el vino o las dos cosas juntas.

Me acerqué al aseo y allí estaba la acompañante, en un principio, más muerta que viva, pero cuando comprobó que era yo, se incorporó y me saludó afectuosamente presentándose como Mercedes, la novia de Juan.

El plan era sencillo, el incidente serviría como justificación para conocerse y su indisposición dejaría libre a Juan para tomar una última copa en el bar del hotel. Me pareció brillante en su sencillez, había tomado una buena decisión al contar con Juan, no sabía todavía que además del cuerpo Mercedes también era el cerebro de la pareja.

Cuando salimos del aseo Juan se había encargado de encandilar a mis amigas. Nos levantamos todas y ayudamos a Juan a llevar a su acompañante al coche, un Jaguar de dos pares, que no sé de donde lo habría sacado.

De vuelta al hotel, no tuve que insistir mucho para tomar una copa en el bar, donde apareció Juan, pasados unos minutos, para agradecernos las atenciones hacia su acompañante. Pidió permiso para sentarse con nosotras, el cual le fue concedido por unanimidad, y se pidió una copa.

Tras unas palabras de cortesía, justificando la indisposición de su acompañante y su presencia allí para agradecernos las atenciones con ella, comenzó la tarea de acoso hacia mí: primero hablándome al oído, luego con risas como si le contara los mejores chistes de Arévalo y luego invitándome a bailar una lenta balada, durante la que no separó su boca de mi oreja. María y Lola no podían contenerse, así que cuando volvimos a la mesa ambas trataron de hacer una estrategia envolvente que le separara de mí, pero él, sin perder la cortesía en ningún momento, dejó claro cual era el centro de su interés.

Me sentía encantada, tanto por las atenciones de Juan, aun cuando supiera cual era su origen, como por el mal rato que estaban pasando María y Lola, sintiéndose desplazadas del centro de la atención. Juan insistió en que bailáramos de nuevo y esta vez sus manos recorrieron con amplitud mi espalda y mi culo, mientras sentía mis tetas comprimidas contra su pecho y percibía también algo muy duro contra mi ingle. Después de bastante tiempo de hibernación sexual, me estaba poniendo caliente, muy caliente. Cuando volvimos de nuevo a la mesa, las lagartas cambiaron de táctica preguntándole a Juan si creía que su acompañante se sentiría bien, para obligarlo a marcharse por caballerosidad. La insistencia en la preocupación por la salud de Mercedes estaba empezando a ser molesta, así que decidí terminar con la situación levantándome de la mesa y diciendo que estaba cansada y me iba a la cama. Juan se levantó también, pidió que lo esperara un momento y pagó la cuenta. María y Lola hicieron lo propio y nos dirigimos todos a los ascensores.

No quería quedarme sola, pensé en el mal rato que le daría a Mercedes, pero francamente ahora me traía sin cuidado. Afortunadamente yo tenía la habitación en la última planta y cuando María y Lola se bajaron dos pisos antes, me volví hacia Juan y, mientras le sobaba la entrepierna, le besé largamente en la boca, obligándolo luego a seguirme hasta mi habitación.

Al cruzar la puerta comencé a desnudarlo, sin parar de besarle. Con el torso ya desnudo lo empuje contra la cama, le desabroché los pantalones y el nabo le saltó como un resorte, terminé de bajarle los pantalones mientras se lo comía. El me desabrochó el vestido para chuparme las tetas y sobarme el culo. Estaba en la gloria, cuando comenzó a sonar el teléfono de la habitación.

-          No voy a contestar –le dije entre chupada y chupada-.

Pero quien llamaba no estaba dispuesto a dejarlo pasar, así que finalmente Juan dijo que lo cogería él. Debería ser Mercedes, pues mis amigas me llamarían al móvil. Error, pero un error estupendo, era María que, según me dijo Juan después, se quedó estupefacta al oírlo, pidió perdón y colgó.

A mí me daba ya todo igual, que fuera María, Mercedes, la Madre Teresa o la madre del Rey, yo lo que único que quería era follar. Me quité el vestido y lo tiré al suelo. Juan me pidió que no me quitara la ropa interior, que le gustaba verme así. Me tumbó en la cama, me puso el nabo en la boca y comenzó a comerme el coño, primero por encima del tanga y después apartándolo. Luego se volvió y pellizcándome las tetas paseo su polla por mi coño hasta que me la metió hasta el fondo. Al rato me puso a cuatro patas y siguió metiéndomela hasta que me corrí con un grito, que debió despertar a María y a Lola, si es que habían podido dormirse de la envidia. Me dejé caer y me tumbé boca arriba para verle la cara cuando se corriera, que fue sobre mis tetas, sujetador incluido, a los pocos segundos.

Nos duchamos entre magreos y besos y se marchó. Mercedes debía tener un cabreo de los gordos, pero yo dormí como una bendita hasta las diez de la mañana.

Minutos antes de que se cerrara el comedor aparecí con una sonrisa boba que no había podido evitar desde que me desperté, pero que desapareció en el instante en que pude ver a los cuatro (María, Lola, Mercedes y Juan) sentados en la misma mesa desayunando y hablando amigablemente. No me lo esperaba, realmente no creía que las cosas pudieran haber ido por esos derroteros. Tragué saliva, respiré hondo y me encaminé hacia la mesa tratando de recuperar la sonrisa. En el corto trayecto pensé que las cosas se me habían ido de la mano: darles un poco de envidia de mis amigas era una cosa, pero darme yo un atracón de polla era otra y además con la usufructuaria de la polla allí.

En un auténtico gesto de embustera compulsiva me dirigí en primer lugar a Mercedes para preguntarle como se encontraba. Me podía dar cualquier respuesta, pero no podía hacer otra cosa si quería que María y Lola siguieran creyéndose el cuento.

-          Bien, ahora bien. Cuando llegué a la habitación me dormí y hasta hace un rato, que nos hemos despertado estupendamente. ¿Verdad amor? –Contestó Mercedes con una esplendida sonrisa-.

-          Que alegría –terció Lola-, ya sabes que temíamos que hubieras pasado una mala noche, con dolores en las sienes y todo eso que uno sufre cuando le pasa lo que a ti.

Lola estaba rebrincada y tratando de joder las cosas todo lo posible. Además, con la escasa gracia que tenía para ser irónica.

Terminamos de desayunar y María propuso ir al SPA (Salute Per Aqua en este caso). Ellas habían reservado para jugar al golf por la tarde, sobre las cinco.

-          Jugáis vosotros al golf –preguntó Lola a Mercedes y Juan-.

-          Yo jugaba bastante –contestó Juan echándole cara al asunto-, pero tuve una lesión navegando y lo tuve que dejar.

-          Yo no he jugado nunca, prefiero tomar el sol en la playa o en la piscina bien tumbadita y hacer el ejercicio en la cama, pero menos tumbadita. ¿Verdad amor? –concluyó Mercedes entre risas nerviosas, haciéndose la tonta francamente bien-.

A mí no me preguntaron, ya que sabían que yo no jugaba al golf. María insistió en el SPA e inició por mí un turno de consulta, con la idea de comprometer mi respuesta antes que la del resto, pero me zafé mintiendo descaradamente al decir que no había dormido bien y no tenía claro si preferiría la piscina. María me miró con cara de autentico odio y pasó el turno de consultas a Mercedes, que a su vez preguntó a Juan, que le contestó que lo ella quisiera -la falta de un líder es algo insoportable a veces-, finalmente iríamos las cuatro, Juan se excusó diciendo que iría a relajarse en la piscina. Lola, sin venir a cuento, le espetó que estaba de acuerdo en esa necesidad de relax.

En el SPA se pudo comprobar que Mercedes estaba realmente como un cañón y quería hacerlo patente. Tomé nota. Lo de Juan de la noche anterior tuvo que ser un calentón o un nivel de profesionalidad encomiable. Traté de pasar desapercibida, pero atenta a las burradas que pudiera decir Lola. Sin embargo, Mercedes trataba durante algunos momentos de separarse de ellas para establecer conversación conmigo.

-          Creo que tus amigas están rabiosas –me susurró en un cambio de piscina-, aunque yo también debería estar un poco rabiosa ¿No?

Hice como si no hubiera oído, mientras pensaba que podría contestarle.

-          Le reñí a Juan por no haberme llamado. A mi también me gustan las fiestas –concluyó-.

¡Caramba con la novia de Juan¡ En ese momento salió de la piscina y pude volver a contemplarla de cuerpo entero. La verdad es que desde la adolescencia no tenía juegos lésbicos, pero lo que dijo y verla me animaron a pensar en recuperarlos.

Durante todo el recorrido del SPA, tanto María como Lola no dejaron de alabar la belleza de Mercedes, habían decidido pescar en río revuelto y echaban la red una vez tras otra para ver si pillaban algo.

Terminamos sobre la una, recogimos a Juan en la cafetería y decidimos ir a comer a un restaurante en Vera que nos recomendó el camarero: la “Terraza de Vera”. Fuimos todos juntos en el Jaguar que se había mercado Juan. Nos pegamos una mariscada de órdago que encargó Juan, necesitaría reponerse de la noche anterior y prepararse para lo que viniera, y nos bebimos entre las cuatro dos botellas y media de albariño. Juan casi no bebió al tener que conducir para volver al hotel. Durante toda la comida Juan no dejó de galantearme cada vez que podía, mientras Mercedes se hacía la desentendida y María y Lola se cabreaban cada vez más, viendo el descaro de una situación de la que ellas no se beneficiaban.

Cuando llegamos al hotel eran las cinco y María y Lola se fueron a jugar al golf apoyándose en el palo de la borrachera que tenían. El resto nos quedamos en el bar a tomar una copa antes de descansar. Juan se mostró satisfecho de cómo iba saliendo todo y propuso dejar abierta la continuación del plan a lo que hicieran mis amigas. Nos retiramos sobre las cinco y media y quedamos en vernos de nuevo a las ocho.

Ya en la habitación, mientras me desnudaba para dormir, pensé en lo gustoso que era que te estuvieran galanteando y en el placer que me proporcionaba darles envidia a esas dos lagartas, que se habían dedicado los últimos años a refregarme sus aventuras.

A las siete me despertó el móvil, era María que estaba furiosa por que las habían echado del campo por llevar hora y media en los dos primeros hoyos, así que se habían ido al bar a seguir tomando copas. Querían que bajara a charlar, a lo que respondí negativamente argumentando que estaba cansada. Pensé que si seguían emborrachándose no podrían salir a cenar y yo no me daría el último gusto de exhibirme con Juan. Lo llamé, le dije lo que pasaba y le recomendé que bajase a intentar meter en la cama, solas, insistí, a las lagartas. Juan quedó en que se pensaría cual era la mejor opción y planteó que mejor nos viéramos a las nueve.

Ya no pude volver a dormirme. No tenía ganas de leer ni de ver la televisión, por lo que decidí relajarme sacando a mi acompañante secreto de su escondite. Mi acompañante secreto era un consolador-vibrador con el que algunas veces me daba una alegría. Tardé un buen rato en correrme, tanto que tuve que cambiarle las pilas dos veces, ya que no lograba concentrarme. Cada vez que cerraba los ojos veía la adorable polla de Juan y el consolador me parecía una ridiculez que no daba la talla. Por fin deje el consolador a un lado y me dediqué, mirándome en el espejo, a pensar en las maneras en que lo haría de nuevo con Juan y con los dedos me corrí gustosamente.

A las nueve bajé al bar. Ya estaban allí Mercedes y Juan. Pregunté como había ido la cosa con María y Lola. Juan se escaqueó y Mercedes contestó con evasivas. En ese momento aparecieron las lagartas, que se habían sometido a un auténtico tratamiento de rehabilitación pesada para disimular los efectos del albariño y el whisky.

Mercedes propuso salir a cenar a Garrucha para despedirnos del Mediterráneo, pero a otro sitio que no fuera “Las chirlas”, no quería repetir la experiencia, y se comprometió a no beber durante la cena para traer ella el coche y que Juan pudiera relajarse. Durante la cena siguió el piropeo de María y Lola hacia Mercedes, que se volvía más subido de tono mientras más bebíamos, actividad de la que Mercedes se encargaba de animar escanciando una botella tras otra hasta tres, sin probar ella un sorbo. El acoso que las arpías habían establecido sobre Mercedes permitía a Juan seguir con el tonteo, sin que supuestamente esta pudiera darse cuenta, lo malo era que tampoco se daban cuenta o eso parecía María y Lola. Tras la cena hubo copa y recopa y cuando nos montamos en el coche estábamos todos como cubas, menos Mercedes. María insistió en sentarse delante con Mercedes para evitar que se durmiera, que poca vergüenza tenía, así que yo tuve que empujar a Lola, que quería sentarse detrás en el centro por su sana costumbre de molestar, para poder sentarme junto a Juan. En el corto trayecto, Juan siguió en su tarea de tonteo con una voluntad inquebrantable y Lola hizo varios asaltos sobre mis muslos y mi coño recordando los tiempos juveniles, asaltos que, en vez de rechazar yo directamente, intenté cortar empujando la mano de Juan hasta que se encontrase con la de Lola, pero esta lejos de retirarse decidió hacer manitas con Juan sobre mi coño.

Ya en el hotel, no pudimos tomar la penúltima en el bar, que acababa de cerrar. Mercedes propuso tomarla en su habitación, ya que ellos estaban alojados en una suite. Pensé en lo que me iba a costar el fin de semana, pero lo di por bien empleado por las alegrías de todo tipo que se estaba llevando mi cuerpo.

Mientras subíamos en el ascensor Mercedes estuvo elogiando la magnífica vista que tenía el dormitorio de la suite sobre el campo de golf y lejanamente sobre el mar. Al llegar a la suite María y Lola insistieron a Mercedes para admirar las vistas del dormitorio, Juan se puso a preparar las copas y yo me tumbé en el sofá. Debo confesar que con las copas que llevaba me quedé profundamente dormida tal como me senté y también que por culpa de las copas no recuerdo nada más de lo que pasó esa noche.

Cuando desperté estaba en mi habitación desnuda y con un desconocido a mi lado, también desnudo, que me miraba cariñosamente. El susto fue tremendo, aunque no tanto como el dolor de cabeza que tenía, e intentando cubrirme con la sábana le pregunté qué hacía en mi habitación y le amenacé con llamar a la policía si no se vestía y se marchaba inmediatamente. El desconocido se levantó y se retiró de mí, pidiéndome mientras se ponía un albornoz que me tranquilizara, jurando que no pretendía hacerme ningún daño y diciendo que yo le había invitado la noche anterior.

Me quedé paralizada, no podía recordar nada concreto, pero si tenía la sensación de que algo había pasado, las agujetas y el chocho dolorido me recordaron que había follado como una loca, era posible que con él. Le pregunté qué había sucedido y el me dijo que me lo contaría todo desayunando y señaló una bandeja donde había una cafetera, zumo de naranja, unos bollos, tazas y platos.

El resto de la historia es mejor que la cuente otro que se haya enterado mejor que yo. Lo que sí puedo contaros, es que al día siguiente por la mañana, lunes, llamé a la sucursal y dije que estaba muy enferma y que no podría ir en varios días. Cuando al lunes siguiente volví a trabajar morena y relajada hubo cierto cachondeo, pero que se jodan, para eso soy la jefa.

(La versión de Mercedes).

Recuerdo perfectamente la noche que llegó Juan a casa contando, emocionado y nervioso, que Verónica por fin le había solicitado Servicios Personales Avanzados. Le pregunté de qué se trataba el encargo y él contestó que eso era lo malo. Se trataba de aparentar que ligaba con ella un fin de semana para darles envidia a unas amigas, pero, como yo sabía, él para eso era un negado completo y lo principal era que de ninguna forma podía parecer que el ligue era un montaje. La cita seria dentro de diez días en un pueblo de Almería. Me pidió por favor que pensara en algo que pudiera funcionar.

Después de darle muchas vueltas a la cabeza, llegué a la conclusión de que dejarlo ir solo sería una locura, por lo que me autoinvité al fin de semana y le comenté el plan que se me había ocurrido.

-          Iremos juntos. Tu serás un hombre de éxito, rico y elegante, con una acompañante como un tranvía, muy maciza, pero un poco tonta. Algún incidente nos permitirá tomar contacto con ellas y a partir de ahí ya sigues tu. He pensado pedirle el Jaguar a Luís, porque con nuestro coche no podemos pretender ser ricos ni elegantes y nos compraremos alguna ropa de marca, que siempre nos vendrá bien.

-          No sé que haría sin ti en esta vida –contestó besándome-.

-          Pues seguir reponiendo yogures en el supermercado. Recuérdalo cuando Verónica y sus amigas te tiren los tejos.

El jueves anterior al fin de semana llegamos al hotel, con la idea de reconocer el territorio y estudiar los alrededores para cualquier eventualidad que nos surgiera. Desde la mañana del viernes Juan estaba como un flan esperando la llegada de Verónica y sus amigas y deseando íntimamente que el plan se suspendiera a última hora. Yo, por el contrario, estaba encantada con haber puesto en práctica el negocio de los Servicios Personales Avanzados. Estábamos en un hotel cojonudo que no hubiéramos podido pagarnos, pasando un fin de semana de playa y piscina, divertida por lo que nos pudiera acontecer y encima ganando dinero.

Desde primera hora de la tarde del viernes nos apostamos en una terraza del hotel desde la que se podía ver la recepción y al poco rato allí estaba Verónica. Era guapa y se conservaba bien la jodía para tener más de cuarenta años. Me dio un poquito de miedo que Juan tuviera que aparentar ligar con ella, pero me convencí de que estábamos trabajando y, además, de que nuestra pareja estaba más fuerte cada día que pasábamos prestando los Servicios Personales Avanzados.

Seguimos apostados en la terraza hasta que a eso de las ocho de la tarde llegaron dos mujeres que rondarían los cuarenta. Guapas, bien vestidas y con maletas demasiado grandes para un fin de semana cualquiera. Tenían que ser ellas. Cuando se registraron y subieron a la habitación, nos retiramos a prepararnos. El plan se ponía en marcha para sufrimiento de Juan.

En la habitación le di a Juan la ropa que tenía que ponerse y yo escogí una autentica minifalda y una camiseta que me permitiera lucir las tetas. Tenía ganas de echar un polvo pero no había tiempo, así que cogiendo a Juan por la entrepierna le dije que se cuidara, pues esa noche quería fiesta.

Ya preparados nos volvimos a apostar en la terraza. A las nueve menos cinco pasó Verónica hacia el bar. Iba muy guapa, con un escotado traje rojo y pidiendo guerra. Me volvieron las hormigas al estómago, pero ya no había otra opción. A los pocos minutos pasaron las que suponíamos las amigas de Verónica y decidimos entrar en escena. Bajamos al bar y desde fuera vimos a las tres efectivamente hablando muy animadas. Cuando entramos saqué pecho y le dije a Juan que pasara despacio y dejándose observar. No pasamos desapercibidos, sino todo lo contrario. Nos sentamos donde pudiéramos vernos mutuamente, nos pedimos una copa y la pagamos para salir pitando cuando hiciera falta.

Observé a las amigas de Verónica. Eran guapas y estaban retocadas desde los labios a las piernas pasando por las tetas, que en cualquier caso no podían compararse con las mías, que en ese momento eran el centro de atención del bar.

Se levantaron y las seguimos. Estaba emocionada, aquello parecía una película de detectives. Fueron a Garrucha a un restaurante que habíamos visto el día anterior, “Las chirlas”, buena elección pensé, tanto por el nombre, como por la fama que tenía.

Cuando entramos el restaurante estaba casi vacío, así que pudimos volver a exhibirnos ante ellas. Terminada la comida, se me ocurrió la forma de tomar contacto. Me pondría indispuesta en el baño y Juan pediría ayuda. Así lo hicimos, al momento entró Verónica, yo desarrollaba el papel de borracha a los pies de la muerte, hasta que vi que era Verónica. Me presenté y al cabo del rato me ayudó a salir. Juan se había sentado en su mesa y tenía a las amigas de Verónica, María y Lola según me dijo ella, encantadas con su presencia. Se levantaron y me ayudaron a montarme en el coche, sin perder oportunidad de mirarme las tetas para comprobar que eran mías y no prestadas como las suyas.

Al llegar subimos a la habitación y le dije a Juan que bajara al bar, ya lo demás era cuestión suya. Miré un rato la televisión y terminé por dormirme. La cosa no debía ir mal cuando Juan se retrasaba tanto.

No sé a que hora apareció Juan tratando de no hacer ruido. Olía a recién duchado y al perfume que llevaba Verónica. Preferí hacerme la dormida y dejar las cosas para por la mañana.

Desperté temprano. La seguridad de que Juan había estado follando con Verónica me causaba sensaciones contradictorias. Por un lado me enfadaba que lo hubiera hecho estando yo en el hotel, pero por otra parte entendía que Verónica estaba bastante buena y necesitada de sexo. Decidí dejar de pensar y empezar a actuar. Juan dormía desnudo y tenía la polla morcillona, me puse a sus pies y comencé a pasarle las tetas por encima de la polla apretando, hasta que se despertara. Abrió un ojo y me miró. Me cogió por los pelos y me metió la polla en la boca, mientras el pasaba sus dedos por mi coño y me daba azotes en el culo. Al rato me incorporé, le puse el chocho en la boca y le ordené que chupase hasta que me corriera, cosa que hizo fantásticamente hasta que, en efecto, me corrí. Después le di la espalda y me metí su nabo hasta el fondo mientras movía el culo como una loca. Cuando iba a correrse la saqué, le metí el culo en la cara, y a base de golpes contra mis pezones se corrió en mis tetas y mi cara, mientras me chupaba entera.

-          Así me gusta -le dije cuando terminó-, que aunque gastes fuera siempre haya para casa.

Me levanté, me arreglé y le dije a Juan que descansara todavía un rato, que falta le hacía, yo bajaría primero a desayunar y le esperaría allí. Cuando me marchaba, Juan me comentó azorado que estando en la habitación de Verónica habían llamado por teléfono y él había contestado creyendo que era yo, pero habían sido las amigas de Verónica, de forma que sabían que había habido lío. ¡Que bien¡ pensé, ahora ya saben todas que tengo prominencias en la cabeza.

Al entrar en la cafetería ya estaban allí María y Lola, que insistieron en que me sentase con ellas, preguntando solícitas como me encontraba y por qué no había bajado Juan conmigo. Les di pares y nones y decidí pasar al ataque del conocimiento, preguntándoles de cuando venía la amistad entre ellas. Eran amigas desde el colegio y un poco tarambanas. Sus padres las habían metido internas en Campillo y habían pasado casi todo el bachiller juntas. En ese momento llegó Juan y fuimos a recorrer el bufé. Durante el recorrido comencé a recordar la historia de Luís en el internado de Campillo. ¡No podía ser que fuesen ellas tres, era demasiada casualidad¡ Sin embargo, de los nombres que Luís me dijo, creía recordar al menos dos: Verónica y a Lola.

Volvimos a la mesa y volvieron las preguntas, esta vez a Juan, sobre cómo había pasado la noche, si había descansado, y otras gracias de despechadas con ganas de molestar. Al poco llegó Verónica que, cogiendo el toro por los cuernos y nunca mejor dicho, se vino hacia mí para preguntarme como había pasado la noche, le contesté como había despertado y volvieron las gracias de Lola sobre cosas en la cabeza. Le estaba cogiendo bastante manía a la buena señora.

María se empeñó en el ir al SPA y después de muchas idas y venidas terminamos yendo las cuatro. Yo me había puesto un biquini realmente escueto con el que podía lucir el culo y las tetas casi por completo. Al rato de estar en el SPA tenía la seguridad de que María y Lola o eran boyeras o eran redondas. Me miraban de la forma más descarada e insistían una y otra vez en la belleza de mi culo o en la perfección de mis tetas. En un despiste de mis adoradoras no pude evitar largarle una píldora a Verónica sobre la noche anterior, que ella encajó sin mayores problemas. Pese a que no me apetecía seguir aguantando piropos, sobre todo de Lola, volví a sacar el tema de la amistad entre las tres, para tener alguna certeza de que se trataba de las torturadoras de Luís. Obtuve poco resultado, pero los años en que habían estado internas coincidían con los de la aventura de Luís.

Al salir del SPA, mientras estábamos en la cafetería recogiendo a Juan, me decidí y llamé a Luís. Aunque le extrañó la llamada, estuvo muy cariñoso.

-          Luís, te llamo porque casualmente creo que he conocido a tus torturadoras de Campillo y me parece que podrías devolverle parte de la faena y a ver si con eso se te quitan las manías. Dime los nombres de las tres.

-          Se llamaban Verónica, Lola y María. ¿Pero cómo ha sido, cómo las has reconocido?

-          Acertamos. Ya te daré los detalles más adelante.

-          Si quieres devolverles la faena, vente ahora mismo para Vera, en Almería, al hotel Valle de Vera y llámame cuando estés por aquí.

-          ¿Cómo están?

-          Tan guerrilleras como siempre y físicamente los años pasan para todo el mundo, pero ellas los aguantan bien.

Salimos a comer y a las cinco volvimos al hotel para que María y Lola jugaran al golf, si es que podían acertar con el palito con la melopea que llevaban encima.

En la habitación le conté la historia de Luís a Juan y que estaba en camino. Juan se descompuso y empezó a preguntarme cómo se me había ocurrido y a decir que íbamos a terminar los dos despedidos y en la trena. Lo calmé, le dije que se durmiera y lo dejara de mi cuenta. A las siete sonó el teléfono de Juan. Era Verónica, María y Lola estaban en el bar, si seguían bebiendo terminarían durmiendo la mona antes de tiempo, había que hacer algo. Le dije a Juan que bajaría yo. Me puse todo lo provocativa que pude y bajé.

El espectáculo era de terror. Las dos tenían una moña de padre y muy señor mío. Cuando me vieron los ojos se le hicieron tapones de gaseosa y comenzaron a tirarme los tejos, todavía más descaradamente. Yo estaba bastante preocupada por la situación: si seguían bebiendo la presencia de Luís esa noche no serviría para nada y, además, Verónica no podría seguir fardando de ligue y volvería a tirar de Juan, lo que no me hacía ninguna gracia. Afortunadamente se me ocurrió un plan que podría solucionar el sudoku en que me había metido.

-          Bueno chicas debo confesaros que a mi también me apetece jugar con vosotras, pero a mi modo –les dije poniendo cara de auténtica golfa-. A mí me gusta jugar duro y ahora no podemos hacerlo. Esta noche después de cenar dejaremos a Verónica y a Juan y nos lo montamos entre nosotras. Pero ahora tenéis que dormir, si seguís bebiendo no podremos hacer nada.

Fue mano de santo. El deseo de sexo fue más fuerte que el de alcohol. Dejaron la copa por donde la tenían y se fueron a dormir la mona.

De camino a la habitación pedí en recepción que nos cambiaran a una suite. Aquello iba ser peor que una comedia de enredo y era preferible contar con más espacio para distribuir al personal.

A las nueve y minutos nos juntamos todos abajo para cenar. Mis admiradoras se habían arreglado para una cacería en la que yo era la presa a la que perseguirían. Durante la cena, de nuevo en Garrucha, dije que no bebería para traer el coche de vuelta, pero me encargué de emborrachar a todos a base de escanciar una botella tras otra y de pedir copas después de la cena hasta las tantas, para así también darle tiempo a Luís a que llegara.

Cuando ya estaban todos bastante cocidos volvimos al hotel. Durante el viaje de vuelta, María que se había sentado a mi lado no paró de tratar de meterme mano, actividad que percibí también en el asiento de detrás, donde Verónica trataba de mantener a raya a Lola.

El bar del hotel estaba ya cerrado y propuse subir a la suite para tomar la penúltima copa, propuesta que resultó aceptada por unanimidad. En el ascensor recibí un mensaje de Luís: acababa de llegar y preguntaba que hacía. Le contesté con otro mensaje que esperara mi llamada.

Al llegar a la suite María y Lola insistieron en ir a contemplar las vistas desde el dormitorio para separarme de Juan y Verónica, que se quedaron en el salón. Realmente no sabía que hacer con Verónica para que se siguiera manteniendo el engaño del ligue y a la misma vez dar entrada a Luís. En el dormitorio mis admiradoras se transformaron de mujeres en pulpos que trataban de sobarme por todas partes. Decidí poner orden. Con cara de pocos amigos les dije que allí se hacían las cosas a mi manera y las mandé quedarse en ropa interior. Salí a recoger las copas que Juan había preparado y a ver como estaba Verónica. Afortunadamente esta dormía la mona placidamente en el salón, lo que me daba un respiro. Llamé a Luís, le di las instrucciones de lo que debía hacer y lo cité en diez minutos.

En el dormitorio, María y Lola habían decidido hacer ejercicios de calentamiento y estaban morreándose en profundidad. Se conservaban bastante, bastante, bien. María llevaba sujetador, bragas, liguero y medias rojas, tenía unas tetas grandes y bien operadas y un bonito culo respingón. Lola iba de negro, minisujetador para las tetas que tenía, un tanga cuya tirilla se perdía entre las nalgas, grandes y duras, y unas medias sin liguero que le apretaban sus potentes muslos. Saqué del armario una caja de calcetines de ejecutivo de Juan y les grité que se habían acabado los toqueteos, mientras les ataba las manos y les daba fuertes cachetes en el culo. Ellas pedían más cachetes y que me desnudara. Accedí a las dos cosas. Las obligué a ponerse a cuatro patas sobre la cama y mientras con un cinturón de Juan les largaba de lo lindo, sobre todo a Lola por todas las impertinencias que había dicho, me desnudé quedándome sólo en tanga. Estaba caliente como una moto, pero viendo que quedaban dos minutos para que llegara Luís les tapé los ojos, mientras les seguía dando cachetes y correazos.

Oí que llamaban a la puerta, debía ser Luís. Al minuto entró en la habitación con Verónica en brazos, que seguía durmiendo la mona.

-          ¿Pero que haces tu aquí? –grité fingiendo pavor-.

-          ¿Yo? Ver como mi mujer se tira a todo lo que se mueve, golfas. Ya le he dado su merecido ahí fuera al granuja de mi hijo, ahora aquí les toca a las putas de dentro  –contestó Luís igualmente a voces y depositando a Verónica en la enorme cama de la suite-.

-          Luís, no es lo que parece –dije con más cachondeo que otra cosa.

-          No, debe ser peor –concluyó de momento Luís-.

María y Lola estaban desconcertadas y preguntaban constantemente que pasaba, sin poder desatarse, ni ver. Como en un aparte les dije que no se les ocurriera hacer nada y que me siguieran el cuento, quién había llegado era mi marido, el de verdad, que era un sádico mafioso y que sólo haciendo lo que él dijera podríamos salir vivas de aquella situación.

-          ¿Quiénes son estas putas? –me preguntó Luís, imitando con las manos el ruido de un bofetón.

-          ¡Ay! Pues eso, no lo ves, dos putas, boyeras y borrachas que ha contratado tu hijo para montar sus numeritos. La otra es un ligue que se ha echado.

-          Este hijo mío es un monstruo: le roba la mujer a su padre, se liga a otra y encima contrata dos putones verbeneros a las que les va la marcha, por lo que veo.

-          No nos haga daño, haremos todo lo que sea –terció Lola, no se si de miedo o de ganas de que le hicieran efectivamente de todo-.

-          ¿Cómo se llaman estos angelitos? –preguntó Luís.

-          Las putas María y Lola, el ligue durmiente Verónica.

-          ¿Y qué estabais haciendo medio desnudas y en esa posición?

-          Las marranadas que le gustan a tu hijo. Me ha dicho que las desnudara y las calentara un rato, mientras él se divertía con la otra, que luego seguiría la fiesta con nosotras cuando estuviésemos a punto.

-          ¡Márchate, quítate de mi vista y espérame en el coche con los muchachos, que tienen ya a Juan a buen recaudo! –diciendo esto fingió otra bofetada y yo otro lamento mientras me marchaba-.

Juan estaba pálido en la puerta queriendo saber que pasaba. Le dije que luego se lo contaría, mientras lo empujaba sobre el sofá. Cogí una de las copas que andaban por allí y me la zampé sin respirar.

-          Soy un genio –le dije-, eso es lo que pasa y aquí esta noche va a follar hasta el apuntador. –Diciendo esto me puse boca abajo sobre él, le metí el coño en la boca y haciendo equilibrio se la saqué de la bragueta y me puse a comérsela con más ganas que en toda mi vida.

-          ¿Pero que va a pasar mañana? Vamos a terminar todos en la trena. –Farfullaba Juan entre lamida y lamida-.

-          Tu come y calla, que ya Luís sabrá resolver el final.

Echamos un polvo de campeonato y cuando terminamos nos fuimos a la habitación de Luís.

Lo que pasó entre ellos no lo sé, aunque me lo puedo imaginar. Perdimos dos clientes de Servicios Personales Avanzados, pero ganamos dos buenos amigos, con los que nos hemos dado después algunos revolcones memorables.

(La versión de Luís).

Era un sábado de primavera. Yo me había quedado en casa tranquilo lamentando que aquel domingo no había quedado con Mercedes. A eso de la una de la tarde recibí una llamada en el móvil, era Mercedes. Resultaba que por una serie de casualidades había conocido a unas mujeres que podían ser las chicas de Campillo. Me preguntó si recordaba sus nombres. Se los dije y coincidían. Tenían que ser ellas. Mercedes dijo que si quería devolverles la faena tendría que ser esa misma noche en un pueblo de Almería. Aquello me pareció una locura, pero afortunadamente rompí con mi carácter apocado y le dije que iría.

A lo largo de los domingos que me veía con Mercedes, esta había logrado sonsacarme la historia completa del verano del ’77 en Campillo y yo había intuido que algo tramaba, pero nunca que lograría encontrarse con ellas y me facilitaría una venganza tan dulce después de tantos años.

Como le había dejado el coche a Mercedes para un viaje que tenían, fui a alquilar uno y lo que encontré era una tartana sin aire acondicionado. Sobre las cinco de la tarde y bien pertrechado de agua fría me puse en camino.

¡Carajo que lejos está Almería! Después de más de cuatro horas de camino paré a tomar algo y a descansar y pasadas las doce llegué al hotel que me había indicado Mercedes. Desde la habitación le puse un mensaje y ella me respondió que esperara que me llamase.

Estaba muy nervioso. Aquello era un desatino, pero un desatino que me apetecía. El recuerdo que tenía de Verónica, María y Lola era muy vívido y contradictorio. Por una parte les debía aquellas inolvidables vacaciones del ’77, pero por otra y después de algún tiempo, las faenas que me hicieron el día de marras me dejaron marcado y no había podido desde entonces tener relaciones sexuales normales con ninguna mujer. No creía que volver a verlas me quitara los problemas, pero en todo caso me seducía comprobar cómo estarían después de tantos años.

A los veinte minutos me llamó para darme las instrucciones, citándome en su habitación al poco rato. Cuando me contó su plan tuve la certeza de que efectivamente era un desatino, pero ya era demasiado tarde para volverme atrás.

Me abrió un joven al que no conocía. Se presentó como Juan, el novio de Mercedes.

-          Tú debes divertirte mucho con las cosas de Mercedes ¿no? – le dije en tono de broma.

-          Precisamente ahora no estoy nada divertido –contestó con cara de preocupación.

Reparé que en el sofá había una mujer durmiendo a pierna suelta, parecía Verónica. Señalándola le pregunté a Juan qué pasaba con ella.

-          No le pasa nada, está durmiendo la mona. Te la tienes que llevar para el dormitorio.

Le deje una llave de mi habitación a Juan, agarré a la mujer como pude y encaré la puerta. Al entrar el espectáculo me dejó paralizado, pero el grito con que me recibió Mercedes me despejó de inmediato. La verdad es que bordamos la actuación que sólo habíamos esbozado por teléfono y eso me tranquilizó bastante. Cuando Mercedes salió finalmente del dormitorio yo no tenía decidido cómo debía actuar pero ver a aquellas tres “viejas amigas” de nuevo y en la situación contraria de cuando las conocí, me dio la resolución que necesitaba.

Me acerqué a María y Lola para que percibieran mi presencia. María seguía guapísima y Lola buenísima, pero quien me cautivaba era Verónica, así que decidí que siguiera durmiendo y dejarla para la última escena.

-          Así que putas, boyeras y borrachas. ¿Este es el numerito que montáis normalmente o es uno especial para mi hijo?

Temblaban de miedo, se acurrucaba una contra la otra para darse seguridad y trataban de quitarse el improvisado antifaz con las manos, lo que les reprimí con un cachete, ordenándoles que mantuvieran las manos quietas. Tuve que repetir la pregunta cada vez con peores modos, hasta que contestó María a instancias de Lola.

-          Bueno, nosotras tenemos un repertorio muy variado que, al menos en parte, podemos mostrarle. –Como me acordaba de aquella noche del ’77.

-          Habéis tenido suerte porque a mí me gustan las mujeres como vosotras, bastante guarras, y si hacéis bien vuestro trabajo podréis iros sin ningún problema. ¿Qué os gusta más dominar o que os dominen?

-          A nosotras nos gusta un poquito de todo, sin abusar, pero nos arreglamos a lo que quiera el cliente –contesto Lola.

-          ¿Y más con hombres o con mujeres? –Me había quitado la vergüenza y me estaba divirtiendo de lo lindo-.

-          Eso lo tenemos más claro, con hombres, pero si no hay pues con mujeres y si hay de todo, todavía mejor –volvió a contestar Lola-.

Mientras hablábamos las miraba y desde luego no eran las chicas de entonces, pero seguían estando para comérselas. A cuatro patas, las tetas de las dos se veían espléndidas y preciosas, aunque seguía quedándome con las de Lola, y de los culos había que decir lo mismo: lo deseables que eran y que también seguía quedándome con el de Lola. Decidí continuar el interrogatorio, para seguir observándolas temerosas e indefensas. Como cambian las cosas.

-          ¿Hace mucho que os dedicáis al oficio? Se os ve mujeres elegantes y educadas.

-          Poco –contestó en este caso María- pero es que, entre calientes que somos, y que las pensiones de separación no dan para nada en este país, qué vamos a hacer.

-          ¿Y trabajáis siempre juntas o también atendéis por separado?

-          Normalmente juntas. Estamos más seguras, aunque este no sea el caso, y se cobra más. –Lola se había metido en el papel de puta hasta el fondo. Era una superviviente nata-.

-          Perdone que le moleste –terció María- las entrevistas están bien para la tele, pero nosotras hemos venido a trabajar, nos gusta levantarnos temprano y yo necesito ir al servicio, que he bebido mucho.

¡Dios mío, cómo es posible tener tanta suerte! Desde el día del sucedido, cada vez que había tenido que aguantar lo más mínimo para orinar, había pensado en María torturándome y negándome la posibilidad de aliviarme y ahora era ella la que me lo pedía. Estaba como un berraco que rompía los pantalones.

-          Las profesionales ¿no cuidáis mucho eso? –le pregunté soltándole un cachete en el culo-.

-          Creíamos que iba a ser un trabajito rápido y por no molestar –trató de pacificar Lola cuando escuchó el cachete-.

-          ¿Es que no puedes esperar ni un poquito? –Estaba dispuesto a devolverle una parte de lo que ella me había hecho pasar-.

-          Por favor, si no fuera una urgencia no lo habría dicho –rogó María-.

-          Venid las dos, pero todavía no voy a quitaros el antifaz, así que por limpieza tendréis que hacerlo en la ducha.

Ya casi no soportaba más la opresión del nabo contra los pantalones. Cogí a cada una por un brazo y las llevé al baño. Era amplio y entramos los tres. Las introduje en la placa de ducha y abrí el grifo.

-          Vamos ayuda a tu socia –le dije a Lola-.

-          ¿Es que no nos vas a dejar solas? –Preguntó María-.

-          ¿Os ha entrado la vergüenza? –Contesté preguntando-. No puedo fiarme todavía de vosotras. Venga, que no tenemos toda la noche.

-          Por favor, te prometemos que no haremos nada, déjanos un momento y ya salimos –rogó María de nuevo-.

-          Está bien –concedí finalmente para no hacer un mundo de la cuestión-.

Salí dejando la puerta entornada para poder observarlas por el espejo situado sobre los lavabos, que cubría la pared de enfrente de la ducha y apliqué el oído para poder oír lo que dijeran.

-          Lola ayúdame a bajarme las bragas, que no puedo más –imploró María-.

Tirando cada una de un lateral, consiguieron finalmente bajarla. María tenía el chocho rasurado pero no depilado. Se puso en cuclillas y meó largamente con expresiones de satisfacción.

-          ¿No estás caliente? –Le preguntó Lola a María susurrando- Yo tengo el coño empapado.

-          ¡Pues claro que estoy caliente! Hacía años que no nos sucedía una aventura como esta. Lo malo es que seguro que el viejo es un pichafloja y nos va dejar con las ganas. –Contestó María entre exclamaciones de gusto por orinar-. ¿Te ayudo con el tanga? –le preguntó a Lola cuando se incorporó-.

-          No hace falta, ya me echo yo la tirilla a un lado.

Dicho y hecho. Con las manos atadas desplazó la tirilla y de pié orinó igualmente con expresiones de satisfacción.

-          Yo creo que no es un viejo, tiene voz más de hombre maduro –murmuró Lola mientras orinaba-.

-          Vamos –grité entrando de nuevo en el baño-. No pensaréis salir sin ducharos –dije cuando estaban saliendo de la ducha y volviendo a meterlas en la cabina, cogí el rociador y las empapé desde fuera como estaban-. Quitaros la ropa interior y enjabonaros la una a la otra.

-          ¡Pero si nos hemos duchado hace un rato! –Protestó Lola, pero mi insistencia con el agua no dejó lugar a dudas-.

Estaban preciosas. Como no atinaban a quitarse los sujetadores la una a la otra se los desabroché a las dos. Cuando Lola dejó caer el sujetador creí volverme loco, igual que cuando, ayudada por María, se quitó el tanga y apareció su coño completamente depilado debajo de la prominente barriguita. Las tetas de Lola eran duras y altas todavía y sus pezones como tacos de billar. María no le iba a la zaga, pero se notaba que sus tetas habían sido retocadas y posiblemente más de una vez. Corte el agua y les lancé las toallas para que se secaran, sin dejar de darles prisa. A esas alturas mi pantalón y mis calzoncillos estaban empapados y el nabo me dolía por la presión.

Las devolví a la cama y les ordené sentarse en el borde. Verónica seguía como un tronco sin percatarse de nada. Ya no pude más, saqué la polla a pasear y acercándome a María se la puse en las manos.

-          ¡Coño que tranca! –Exclamó al cogerla con las dos manos-.

-          No nos pegues. No nos dejes señales. –Gritó Lola al escuchar a María-.

-          Que no es eso Lola, sino un pollón como hace tiempo que no catamos –la tranquilizó María-. Vas a tener razón Lola.

-          ¡Quiero tocar! ¡Quiero probar! –Gritaba Lola-.

Me volví hacia Lola y le di con la polla en los pezones. Los tenía más duros que yo la polla y casi me hago daño. Cuando se la puse en las manos, tras sobarla bien, se agachó para chuparla. Después de unas buenas chupadas, volvió a calibrarla con las manos y suplicó que le quitara el antifaz, que tenía que verla.

Mientras tocaban y chupaban me desnudé por completo, me puse detrás de ellas y les ordené ponerse en pie y alejarse de la cama. Me senté sobre el borde observando aquellos culos y recordando el famoso día. Después de dos buenos azotes a cada una me acerqué a Lola y le puse el nabo entre las nalgas apretando. Ella, lejos de alejarse empujó hacia atrás con mas fuerza todavía y, aun no se como, me agarró los huevos entre las nalgas y apretó hasta hacerme daño. Cuando pude zafarme, se lo encasqueté de la misma forma a María, que comenzó a hacer el girar el culo hasta que lo tuve que quitar para no correrme.

-          Sois muy buenas en vuestro trabajo y os merecéis un premio.

Las hice girarse y ponerse de rodillas. Con la polla a la altura de sus caras les quité los antifaces. Lola no subió la cabeza sino que se enceló a chuparla, María, por el contrario, levantó la cabeza para mirarme.

-          No está nada mal –le susurró a Lola que con movimientos de la cabeza expresó que ya lo sabía-.

Al rato María le dio un codazo a Lola para que dejara sitio, momento que ésta aprovechó para respirar y decir:

-          ¿No nos conocemos de algo? A mí esta polla me resulta conocida, yo para los nombres y las caras soy un desastre, pero de una polla no me olvido nunca.

-          ¿Hemos venido a hablar? –Le dije para evitar la cuestión-. Tú chupa como ella.

Estaba en la gloria con las dos chupándome a base de bien la tranca y los huevos, pero tenía que contenerme o acabaría por correrme antes de tiempo y a mis años el segundo polvo no siempre está garantizado.

-          ¿Por qué no me hacéis vuestro numerito boyero? –Les dije retirándome y tumbándome en la cama-.

Lola protestó diciendo que a ella le apetecía más una buena polla, que las rajas eran para cuando no había otra cosa. La intimidad les había quitado el miedo y ya querían mandar, pero yo no estaba dispuesto. Saqué el cinturón del pantalón y le largué un correazo de aviso.

-          Quítanos las ataduras. ¿Cómo quieres que hagamos algo atadas? –Dijo María para relajar.

Aproveché la situación para pasearles otra vez el nabo por las tetas y las solté. Desde luego no tenían ganas de tonterías de juegos lésbicos y tras dos toqueteos de tetas y coño, mientras yo me sobaba la polla, María se encaró conmigo.

-          Mira, yo no sé que tipo de sádico o de mafioso eres, pero como te corras sin metérmela te capo con mis propias manos.

A esas alturas no estaba para muchos juegos y decidí aceptar la elegante sugerencia de María, pero no precisamente con ella. Cogí de la mano a Lola,  la puse a cuatro patas sobre la cama y se la metí hasta los huevos. María se movió tan rápido como pudo, se metió debajo de Lola para chuparnos a los dos mientras follábamos y que Lola pudiera chuparle a ella el coño. Lola no dejaba de animarme para que me moviera más, mientras ella movía su culo como una batidora. Tras un buen número de embestidas Lola se corrió dando gritos como una poseída, tanto que sacó a Verónica de la profundidad de su sueño. María me sacó el nabo del coño de Lola y tras varias chupadas se giró y se lo metió, insultando a Lola para que saliera de su letargo y le chupara las tetas, lo que yo aproveché para sobar a gusto su espléndido culo.

Mientras bombeaba y sobaba pensaba que seguían siendo tan bichas como siempre, pero ya sin tapujos. Verónica levantó por fin la cabeza y viendo el espectáculo trató de sumarse a el, insultando a sus amigas por no haberla despertado, pero María la empujó sin miramientos justo en el momento de correrse. Yo me incorpore como pude, le pedí a Lola que me la chupase y me corrí en sus tetas a los pocos segundos.

Verónica no paraba de insultarlas por egoístas. Me levanté como pude y dándole con el nabo en las tetas, le dije que ya le tocaría a ella.

Cuando María y Lola se recuperaron, le di dos besos y dos cachetes a cada una y les dije que quería quedarme a solas con el ligue de mi hijo. Lola volvió a insistir sobre si nos conocíamos de algo, que a ella no se le escapaba una polla y que la mía ya la había tenido entre las manos. Iba a decirles que si tendría que llamar a los muchachos para que se fueran, pero me di cuenta que tal como estaban habría sido un tremendo error.

Una vez que se marcharon, me tumbé al lado de Verónica. Desde aquel día del ’77, creo que en lo más profundo de mí ser estaba enamorado de ella. No sería ni la más guapa, ni la más maciza, pero para mí era perfecta. Le di un beso en la boca y comenzó a despertarse, pero el alcohol pesaba mucho todavía. La cogí en brazos y la llevé a la ducha donde ya consiguió mantenerse de pie y comenzar a mantener los ojos abiertos. Me echó los brazos al cuello y comenzó a besarme y a sobarme. Allí, en la misma ducha, mientras ella me sobaba los huevos oriné largamente besándola. Al acabar de orinar se me volvió a poner como un leño, la desnudé y follamos hasta decir basta.

Al salir de la ducha estábamos cansados y arrugados, pero en la gloria. Nos tumbamos en la cama y mirándome fijamente a los ojos me dijo:

-          Tú eres Luís, me acordaré de ti siempre.

-          Y tu Verónica y no he podido dejar de pensar en ti ni un día en todos estos años.

Reímos y nos volvimos a besar. Al cabo del rato se volvió hacía mí diciendo:

-          Vístete que nos vamos a mi habitación. No te me vuelves a escapar, meón.

Pasamos una semana en el hotel y después nos fuimos a vivir juntos hasta el día de hoy. Nunca podremos agradecer a Mercedes lo que hizo por nosotros.

Por cierto, he dejado los calentitos, pero no he dejado de mearme cuando nos duchamos juntos Verónica y yo.

 

Meses después de esta historia el negocio seguía viento en popa por las recomendaciones de unos clientes a otros, tanto que no dábamos abasto, sobre todo Mercedes, y tuvimos que contratar personal para la empresa. Ahora María y Lola trabajan con nosotros, aunque si siguen así de laboriosas terminarán quedándose con el negocio.